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ISBN: 978-84-1386-850-9
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Prólogo
La pandemia ha puesto en pausa nuestra rutina habitual por una más sedentaria. La cuarentena nos encerró en casa durante meses, quizás solos o no, pero sí con mucho más tiempo para nosotros mismos que el ajetreo anterior no permitía. Ha habido mucho tiempo para la introspección, hemos conocido un poco más cuáles son nuestras limitaciones con respecto a nosotros mismos y con respecto a los demás. También ha habido mucho, mucho tiempo para mirar por la ventana. Los vecinos, que antes eran un saludo anecdótico en el ascensor, en la cuarentena fueron un entretenimiento: a lo que mirar. Este teletrabajando, el otro tomando el sol, la vecina de en frente aprovechó para quitarle el polvo a la bici estática del balcón…. Compartimos incluso rutinas, salimos todos los días a las ocho para aplaudir a los sanitarios. Nos hemos entendido más. Cuarenta días sin cuarentena explora introspectivamente a los personajes. Son realistas, personajes identificables: no perfectos, no planos. Tienen, como todos, fragilísimos equilibrios, algunas aptitudes contradictorias. En todo caso, la realidad siempre supera la ficción. Si en la vida real tenemos algo de sueño y algo de pies en la tierra, va a pasar lo mismo en la invención; va a haber algo de fábula y algo de realidad. A través del humor y fuertes cargas de sarcasmo, el autor demuestra haber hecho un ejercicio de autoconocimiento y de mirar por la ventana. Cuarenta circunstancias diferentes, cuarenta días de antigua normalidad, cuarenta contextos diferentes. Cuarenta oportunidades de sentimiento empático, pero también de chistes y bromas que, por otro lado, pertenecen a la naturaleza contradictoria del ser humano. Es graciosa la contradicción de que, para que una influencer venda glamour, su vida tenga que ser caótica y desordenada. O que, a pesar de estar rodeada de fans y iración, no encuentre amor verdadero. ¿Le deparará a esta chica un final solitario o comerá perdices? ¡Hay cuarenta poemas esperando! De entre todas estas personas aquí reunidas, ¿qué perfil se parece más a ti?
Alba Fernández Correctora Letrame Grupo Editorial
Introducción
He aquí cuarenta vidas en clave de verso, de personajes atípicos, pero de este universo, tristes, felices, alguno incluso perverso, humanos, reales, alguno converso.
En común, la batalla por una vida mejor, compitiendo consigo mismos, para no ser el peor, en un mundo intolerante y que genera terror, todos luchan por encajar, sin pudor y sin temor.
A la vez, cada cual es único en su especie, ninguno merecedor de que se le desprecie, todos dignos de empatía y que se les aprecie, aunque el destino y mi pluma les menosprecie.
En sus vidas, desde el amor hasta retos imposibles, algunos resueltos, otros sujetos con imperdibles, hay quien acaba comiendo perdices,
y quien fallece, literalmente o con matices.
Pese a ser ficticios, tienen carga real, toques de conocidos y de sueños por igual, cada camino que escogen no es paranormal, humanos ante todo, caigan bien o mal…
Mabel, la chica de cartel
Mueve masas a través de sus cuentas en redes sociales, simpática, inteligente, graciosa, guapa, fans a raudales, influye por igual a grandes grupos y a seres individuales, democracia pura, likes a millones, números demenciales.
Empezó con comedia ácida sobre los famosos internacionales, abarcó seguimiento en tierras locales e intercontinentales, le llovieron ofertas de marcas por publicidad sensacionales, tras dos años online tenía las arcas llenas, cantidades astrales.
Fiestas desde el atardecer hasta el amanecer, conociendo a gente interesante y personas por hacer, mundo superficial, intransigente y debido al placer, almas inconexas, artificialmente unidas por un crupier.
Aquel que dicta quién tiene éxito y quién es un fantoche, quién acelerará su vida hasta no superar la noche, quién se despedirá a las manos de un coche,
desavenencias de vidas a troche y moche.
Pero Mabel de este mundo se siente observadora, se toma sus vinos, algún cigarro, analiza la fauna y flora, material para sus grabaciones, recorre toda la eslora, ve todo lo que no quiere ser el día de mañana y ahora. Relación complicada con su mánager y su sed de sangre, él solo quiere complacer a las masas, al enjambre, ella divertirse, a sabiendas de que jamás pasará hambre, ensalzando a quien lo merece, hundiendo a algún fiambre.
En una noche de fiesta de influencers detectó a un infiltrado, a un tipo normal tomándose una cerveza en la barra, relajado, de larga melena, charlando sin pretensiones, desenfadado, como si el mundo de las tendencias no fuera con él, ¿un chiflado?
Pasaban los segundos y se moría por hablarle, por averiguar qué pintaba ahí, por sonsacarle, cuando su acompañante se fue al baño por micción, se le acercó, pidió una cerveza y entabló conversación.
Efectivamente no era del mundillo del entretenimiento, era médico voluntario en África con sentimiento, curando y cuidando niños hasta su último aliento, algunos salvaba, otros se los llevaba el viento.
Estaba de visita, de cervezas con un periodista amigo de la infancia, era diferente, auténtico, risueño, sentía con él pura resonancia, disfrutando cada cáliz de lúpulo, degustando hasta su fragancia, como si no hubiera bebido alcohol en meses, pero con elegancia. La conversación giró hacia derroteros puramente existenciales, el porqué de la vida, la insolidaridad en tiempos superficiales, nada que no hubiera oído antes, pero de su boca cobraban sentido, punto de inflexión en su sesera, despertar de un propósito dormido.
Deseaba que esa noche no muriera nunca, que fuera eterna, que el tiempo se detuviera, que no hubiera influencia externa, abandonaron la fiesta, pasó al mando la entrepierna, fueron a su piso, lujuria, risas, conexión sempiterna.
Al despertar, descubrió que él debía volver al continente africano, a ambos les embargó una tristeza supina, ¿noche en vano?,
no querían separarse, llantos al unísono cogidos de la mano. ¿Mantener la conexión a distancia o cortar por lo sano?
Reflexión acelerada ante una situación inesperada, menos de veinticuatro horas de amor para una decisión precipitada. ¿Y si el médico era realmente su media naranja?, su causa era esencial, la de Mabel merecía una zanja.
Cambiar las comodidades de una gran urbe por un campamento, una boina de contaminación por un cielo estrellado y un cimiento, estrés, relaciones fugaces y vacías por solidaridad sin aspaviento, una vida estéril y sin alma por una lucha que habilita el crecimiento.
Abandonar lo construido en su ciudad de origen, familia, amigos de toda la vida, de los que se eligen, su piso recién estrenado, un hogar estable pero virgen, una vida fácil, ganada a pulso, de las que ya no exigen.
Pasaban los segundos desde la noticia que le rompió el corazón, con cada milésima el acompañarle se alejaba más de la razón, tras cinco minutos de actividad cerebral de vértigo, de castigo,
se le acercó lentamente y le susurró al oído: «Me voy contigo».
Kike, el guerrero
De aspecto desaliñado, bohemio e insultantemente interesante, gafitas pequeñas, rasgos marcados, cabellera larga y de ante, postrado en una silla de ruedas, aun así, siempre exultante, brazos de boxeador, sonrisa permanente, mirada penetrante.
Mente afilada, respuesta inteligente al instante, amigo de sus amigos, ante enemigos, desafiante, estudioso de laboratorio, a la búsqueda de la panacea, para aquella persona que de movilidad limitada es rea.
Pues no nació con las piernas inertes y sin fortaleza, el destino le cruzó con un automóvil con crudeza, ya era médico antes del accidente, ayudar la única certeza, su ambición mejorar la vida de las personas, insólita proeza.
De siempre enamorado de la vida y sus recompensas, por la noche con amigos y algún ligue llena las despensas, fuerzas para soportar las miradas diurnas de compasión,
como si fuera menos, un personaje inferior de ficción.
Pero Kike, lejos de enfadarse, sonríe, seduce y amista, a todo compañero de fatigas o alma nueva conquista, pues hace no tanto pecaba de la misma condición, la de ser incapaz de ponerse en su propia posición. No hay día que al despertar el accidente lamente, al pasar la mañana perdona su sino, despeja la mente, y aunque la rabia por tal injusticia quede latente, jamás se le verá una actitud agresiva, prepotente.
Canaliza su energía en su microscopio y una probeta, siempre respetando las cobayas, amistándose con PETA, ejercicio físico y mental diario, digno del mejor atleta, con un compuesto químico revolucionario como meta.
Aun así, su problema dista de encontrar una biológica solución, quisiera un exoesqueleto robótico para recuperar la locomoción, pero sus precios son prohibitivos, excluyentes, no hay absolución, menos aún para quien trabaja vocacionalmente en investigación.
La vida sigue y sus salidas libidinosas aumentan, sus círculos de amistades se ensanchan y acrecientan, médicos, enfermeras, físicos, filósofos y químicos, ingenieros, informáticos y algún visionario alquímico.
Entre tanto amigo consigue montar un think tank, un equipo, para idear alternativas que a cualquiera quitarían el hipo, en pocos meses diseñan un económico y viable prototipo, de la silla y sus dificultades piensa: «¡Pronto, me emancipo!». Exoesqueleto ligero, flexible y resistente como el grafeno, invisible bajo unos pantalones, poderoso como un trueno, movilidad plena, autonomía hasta la vigesimocuarta hora, Kike extasiado y emocionado, la felicidad plena aflora.
El caminar ya forma parte de la actualidad, del presente, el correr se gesta en un futuro increíblemente inminente, tras varios intentos fallidos, alcanza velocidades dementes, cien metros en cinco segundos, realidad a prueba de creyente.
Saltos de cinco metros con precisión, sin daño colateral, zigzagueo a velocidad de vértigo, tecnología sin bozal,
simbiosis absoluta con su portador, fuerza bestial, lejos queda la aparatosidad de una prótesis dual.
Empapado de júbilo decide compartir su invento con el mundo, tras publicar a los cuatro vientos le llueven ofertas en un segundo, tecnología diseñada a medida, a gusto del consumidor, rescatador de vidas limitadas, de su bienestar servidor.
Tras vender unidades con lista de espera infinita, con éxito rotundo, le a la CIA con la intención de reclutarle, con un fin inmundo, oportunidad de desarrollar curas y soluciones en un entorno fecundo, a costa de un uso mortífero, en un planeta ya de por sí moribundo.
Consulta con su equipo, contrastan todas las posibilidades, decisión unánime en contra del promotor de fatalidades, el servicio de inteligencia ofrece comprarle la patente, a cambio de medios y una cantidad de dinero ingente.
Una vez más rechaza la oferta por el bien de la gente, de las posibles víctimas y, sobre todo, el de su mente, esa misma noche allanan su taller y le roban los planos,
pero Kike ya tiene la patente registrada, su destino a mano.
La regala al mundo, la libera con una condición, prohibir cualquier uso militar en toda nación, carencias motoras como único , diseño a medida, como contraseña un beso.
Solo los discapacitados tendrán dichos superpoderes, nunca más indefensos ante desalmados y otros subseres, se cambian las tornas, el débil se vuelve suprahumano, convirtiendo el sufrimiento en empatía, en trato hermano.
Maite, la tesorera
Veinte años trabajando para la misma empresa, papeles, hojas de cálculo, e-mails y alguna remesa, jornadas eternas, de nueve a nueve atada a su mesa, joven, creativa, fiestera, indomable, jamás presa.
Soñadora, viajera, fanática de Interraíl y experiencias nuevas, sentó la cabeza sin querer, de a pocos fue entrando en la cueva, ascendiendo por inercia, días iguales nieve o llueva, llama tenue en su corazón, nada que la conmueva.
Ahogando las penas sola y rodeada cada fin de semana, café, alcohol y cigarrillos para copar una vida malsana, vacía, atada por una hipoteca, pastillas blancas como nana, en sueños buscando una huida hacia el pasado, una liana.
Parejas estables, pero oníricamente aburridas, adicta a visualizar series y películas divertidas, alma juvenil pidiendo auxilio de una existencia suicida,
sin emoción, sin pena, sin alegría, muerte en vida.
Rebelión del alma, de su yo real, a la puerta, buscando una vía de escape, una contraoferta, hacia una existencia excitante e incierta, un resquicio de esperanza redescubierta. Decidió tomarse unas vacaciones para a si misma reencontrar, para revivir viajes por la vieja Europa, el presente desterrar, en cada parada abrir el álbum mental de todo antiguo recuerdo, sin fin, sin reglas, sin condiciones, sin expectativas, sin acuerdo.
París, Londres, Praga, Bratislava, memorias cercanas, Helsinki, Oslo, Roma, Venecia, emociones hermanas, última parada, la Plaza Roja de Moscú, en el cálido verano, amistades por reencontrar, noches de vodka, ambiente cercano.
Todavía tenía los teléfonos de Oksana, Mijail e Iván, consiguió reunirlos para averiguar su presente y a dónde van, si seguían vivos por dentro y por fuera, si eran felices, para aprender de sus vidas, de sus aciertos, de sus deslices.
Oksana seguía pintando en el silencio de la madrugada, tras horas de fiesta, de tertulia, borracha pero jamás drogada, por las tardes hacía de guía de los misterios encerrados de la ciudad, contando su historia al máximo detalle, con fluidez, sin brusquedad.
Mijail vivía en las afueras, rodeado de bosques frondosos, talaba árboles, al mediodía se cruzaba con varios osos, por la tarde, recargaba pilas meditando a plena luz del día, al ocaso, sacaba su antigua máquina de escribir, y escribía.
Iván, tras largos años de noche, se alistó en las fuerzas especiales, encontró orden, disciplina, vocación, hermandad a raudales, al perder a varios compañeros de fatigas en misiones fratricidas, montó una empresa privada de exsoldados, mercenarios homicidas.
Maite compartía con todos ellos ideas e ideales, dejaría para otra vida los combates mortales, la vida en la naturaleza para retiros puntuales, sí descubriría los misterios de ciudades ancestrales.
De profunda tertulia con el trío moscovita,
tuvo una epifanía repentina y bendita, vivir sus experiencias y aprender de ellas, plasmarlas en una guía, dejar sus huellas.
Tras Moscú, vendrían Volgogrado y San Petersburgo, más ciudades conocidas pasando por Hamburgo, viviendo experiencias nuevas en todas las ciudades, aprendiendo de su historia, sus gentes, sus sociedades. Aventuras refrescantes y variadas en el día a día, escribiendo sumergida en la naturaleza con energía, noches divertidas y excitantes en todas las zonas, compartiendo, disfrutando de un sinfín de personas.
Juventud realcanzada, sueño cumplido, por fin volver a ser lo que había sido, vida redimida, abandonando el nido, la oficina desterrada y en el olvido.
Venceslao, el vecino de al lao
Hombre humilde, tranquilo y bonachón, pasaba las tardes sentado en su balcón, estudiaba los árboles y los cielos con pasión, saludaba sonriente a los vecinos con ilusión.
Jamás un mal gesto, todos los perros corrían a saludarle, cariño a espuertas a todo ser vivo que quisiera hablarle, pacientemente jugaba con los niños, los más pequeños, escuchaba atento a los mayores, sus problemas, sus sueños.
Se jubiló hace cinco años, tras cuarenta años en la mina, viudo desde hace diez, conserva fotos en la vitrina, pues su mujer, Rocío, era su amor único y verdadero, corazón noble y puro, le enseñó a amar sin pero.
Al caer la noche lloraba, se apenaba, la echaba de menos, por el día la luz le invadía, recordando momentos buenos, cualquier traza de belleza, ya sea mineral, animal o vegetal,
alejaba de su alma la penumbra, la soledad, cualquier mal.
Se sentía solo y a la vez tremendamente acompañado, todo le despertaba curiosidad, su cerebro empapado, pero al girarse para compartir lo nuevo hallado, encontraba un vacío enorme, existir desconsolado. La añorada Rocío, a disfrutar y a amar la vida le había enseñado, a apreciar la belleza interior de una oruga y la exterior de un venado, a escuchar, a aprender de cualquier ser libre o autoencadenado, ya sea por sus coetáneos bienvenido, obviado, amado o desterrado.
Toda persona tiene un presente, un futuro, pero sobre todo un pasado, todo el mundo alberga en su ser una enseñanza, una lección, un legado, al fin y al cabo, la experiencia, el saber no ocupa lugar en la sesera, o quizás, en el aura, en el alma, más allá de una futura calavera.
Reencontrarse con Rocío en el más allá para él es una certeza, seguir vivo: por curiosidad, por conocer, una auténtica proeza, el suicidio, al morir su amor, se le pasó bastante por la cabeza, pero tal afrenta a la vida es delito en el paraíso y en La Meca.
No sabe si creer en un Dios omnipotente y todopoderoso, uno que le quitó a Rocío antes de tiempo, envidioso, que no le otorgó vástago alguno, insidioso, pero le otorgo una vida completa, misericordioso. «¿Las vías del señor son inescrutables?», ¿realmente hay libre albedrío?, ¿su criterio excusable?, ¿quién, de su dolor nocturno, es responsable?, ¿tenerlo todo para luego perderlo, una lección inevitable?
Tras cuestionarse estas reflexiones trascendentes, cada noche al cerrar los ojos, con los sentidos conscientes, llega la hora de tomarse una copa de absenta, al dente, a la espera del cielo, un paraíso artificial apagando la mente.
Despertares pesados, pero con el amanecer disfrutando, cada vez más amigos le visitaban, días charlando, aprendiendo sobre cada uno, nexos encontrando, diálogo como herramienta, problemas solucionando.
Un buen día, uno de esos amigos a los que a diario escuchaba, le comentó que estaba a punto de un fallo renal y un riñón necesitaba,
él se ofreció encantado y al aprobar el médico la compatibilidad, se dispuso a la operación, en ella vio de redimirse una oportunidad.
De esta forma un alma amiga perduraría, su vida en el cuerpo de otro se alargaría, en hacer el bien a quien lo merece colaboraría, en caso de complicación, con su amada se reuniría. Venceslao estaba fuerte como un roble, como una estantería, fruto de una mente limpia y una vida sana ejercitada en el día a día, pese a las largas jornadas de mina, su físico no se había desgastado, para la operación y el postoperatorio estaba más que preparado.
Tendido en la sala quirúrgica se preparaba mentalmente, para lo mejor y lo peor, en ambos casos ganaría ampliamente, comenzó el efecto de la anestesia, oscuridad, sueño pesado, primeras complicaciones, se detuvo su corazón apesadumbrado.
De repente vio luz al final de un túnel, se dispuso a caminar, seres queridos difuntos dándole una palmada al pasar, en la luz Rocío: bella, sonriente y relajada, como en el altar, se abrazaron, besaron y emocionados se pusieron a llorar.
Entre lágrimas, Rocío le dijo que su hora aún no había llegado, que debía de reencontrar el amor en la tierra, extender su legado, que luego, en la eternidad, él volvería y estaría a su lado, su misión entre los vivos distaba de haber terminado. La reanimación le devolvió a la vida, su corazón en sangría, entre lágrimas resucitó, sabedor de que con su amor se reuniría, pero ¿ser feliz con otra a sabiendas de que con Rocío volvería?, ¿otra lección?, ¿otro escollo?, ¿de ello qué diablos aprendería?
Venceslao tenía el corazón totalmente cerrado, en ninguna otra, desde que la conocía, se había fijado, retó al destino manteniendo su amor sellado, murió de viejo y, finalmente, volvió a su lado.
Zoe, la sicaria
De porte elegante y sensual, habla seis idiomas, viste casual, cien muescas en su pistola, siempre que puede, trabaja sola.
De niña amante de la naturaleza, en la caza una auténtica proeza, el rifle manejaba con firmeza, proveía a su familia a diario una pieza.
Como un sabueso, a sus presas mataba con crudeza, con el tiempo aprendería a matar con sutileza, de la necesidad, del bien y del mal se hizo jueza, mente fría, pulso de cirujano, insuperable cabeza.
Ojito derecho de su padre, parado de profesión, mil negocios había montado aspirando a una mansión, y aunque no le faltara creatividad e imaginación,
era nefasto en el arte y la maña de la negociación.
Cada intento de un futuro mejor forjaba con ilusión, su tesón, su tozudez, su terquedad, su perdición, la niña, hambrienta, en robar tenía más que tentación, no la detenían in situ, pero en casa forzaban la devolución. En el colegio se burlaban de los zapatos agujereados de Zoe, compañeras desaparecidas, misterios a lo Edgar Allan Poe, décadas más tarde encontrarían en el bosque sus cabezas, con sonrisa de Joker, zapatos por dientes colocados con delicadeza.
Pero de ella nadie sospechaba, chiquilla pobre y desamparada, tímida, ni las palabras acababa, en el entorno colegial, abrumada.
Pese a todo, en los estudios ganaba, en biología y en anatomía deslumbraba, en comunicación escrita destacaba, en educación física dotes acumulaba.
Alcanzada la mayoría de edad se unió a los Servicios de Inteligencia, quería ser agente de campo, pulir sus habilidades, ampliar su sapiencia, sacar a su familia de la pobreza extrema, de la cuasi indigencia, matar como profesión, dentro de la legalidad, pero con independencia.
Su primera misión, un gran capo de la mafia local, le mató con un beso, cargado de adrenalina en el labial, pues el mafioso sufría del corazón, aceleración letal, al mundo, y especialmente a su ciudad, libró de un gran mal. Para el siguiente trabajo subió un eslabón, un político corrupto y peligroso por cabezón, convencido de poder usar como latifundio a su nación,, le mató en sueños con una burbuja de aire al corazón.
Por último, el golpe por el que empezaron a seguirle la pista, se unió como agente secreto a una célula yihadista, escaló hasta hacerse amante del primero de la lista, en una reunión de la cúpula, se deshizo de todo terrorista.
Según pasaban se inclinaba para sumisamente retirarles el calzado, les hacía un micro corte en la arteria femoral, objetivo alcanzado,
sin llamar la atención, a todos había matado, desangrado, cobra descabezada, a la organización un profundo legrado.
Tenía cinco minutos para huir en el Jeep del amante engañado, en quince segundos de las víctimas se había alejado y escapado, a apenas veinte minutos le esperaba un helicóptero aparcado, golpe sobre la mesa, la atención de los poderes fácticos había logrado.
A los dos días la ó la hermandad de la serpiente, poderosa sociedad secreta desde milenios, el mal como cliente, por encima de corporaciones, bancos, políticos y naciones, influencia compartimentada y ramificada en todos los bastiones.
La contrataron por su ingenio y ausencia de clemencia, grandes sumas por trabajo, y anonimato bajo su influencia, su familia jamás volvería a pasar penurias, a estar mal, siempre y cuando a la hermandad se mantuviera leal.
De ellos recibía un encargo por semana, desde la selva amazónica a una urbe africana, golpes aparentemente inconexos,
no entendían ni de etnia ni de sexos.
Al año, cincuenta y dos golpes, era de largo millonaria, entre asesinatos vivía una vida ordinaria, aislada en una mansión, con seguridad adaptada, rodeada de gente anónima, discreta y acaudalada.
El lujo la aburría, la alejaba de la adrenalina de un pasmo, anhelaba ver el último aliento de una persona, como un orgasmo, sentir en sus yemas un alma huir de su cuerpo, su último espasmo, cada misión saboreaba como si fuera la última, con entusiasmo.
Pero con el tiempo empezó a ver en sus asesinatos un patrón, sembrar el caos, desestabilizar zonas sin perdón, sin compasión, y aunque la sangre necesitara cual maná y fuera su perdición, no quería un mundo desordenado y próximo a la destrucción.
Poco a poco del trabajo para la hermandad se fue retirando, problemas físicos y estrés postraumático fue alegando, inició os con la Sociedad del Dragón blanco, enemiga declarada de la sibilina Serpiente, tiro franco.
Mundo equilibrado, sed de sangre paliada, cambio de bando, nueva odisea iniciada, la familia, secreta e inevitablemente reubicada, hasta el fin de la guerra, quedaría sin fija morada.
Con el pasar de los años la gran Serpiente fue reducida, el Dragón instauró armonía y justicia, se acabaron los suicidas, con su toque mortal se había convertido en el rey Midas, aunque el dinero no fuera motivación, dejó de tomar vidas.
Vuelta al hogar, a la familia, al equilibrio, al coto de caza, golpes sustituidos por animales salvajes de toda raza, sucedáneo más que efectivo a la vez que eficaz, sed apaciguada en equilibrio y, por fin, en paz.
Melquíades, el butanero
Melquíades, el butanero, bíceps y espaldas de acero, distribuye butano con esmero, por las calles de Madrid sin pero.
Sigue la ruta por el barrio de Lavapiés, conoce a todo el mundo, saluda sin traspiés, sube las escaleras alegremente de tres en tres, con ancianitas y amas de casa toma cafés.
Felizmente casado con Melinda, dos hijas tienen, cada cual más linda, por ellas vive y cada céntimo emplea, por su felicidad por la noche boxea.
Tiene un gancho rápido y letal, noquea con él a cualquier mortal. Apuesta por sí mismo hasta el último real,
lucha como si estuviera en su último aliento vital.
Un buen día salió una nueva cliente, vestida en bata ceñida siempre sonriente, Carmela era su nombre, siempre iba de frente, le seduciría en Madrid y en cualquier otro continente. Rechaza sus cafés y mantiene la mirada gacha, miedo a tanta belleza que con cobardía despacha, solo vislumbrar su escote a su alma empacha, sale de su casa como quinceañera borracha.
Tras atenderla, nota que su mente toda ocupa, su corazón bombea, su alma siente culpa, pero a todo lo construido no quiere que el destino escupa, aunque el cuerpo de Carmela Cupido esculpa.
Al siguiente encuentro le pidió ayuda con una avería, sudó al arreglarla, ella ofreció lavar su camisa, nada igual seria, al ver su torso desnudo y musculado, su bata y sonrisa hizo a un lado.
En el mismo suelo de la cocina cinco veces consumaron, los vecinos un poco de silencio suplicaron, a ambos les temblaban las piernas, experiencia irrepetible y sempiterna.
Se despidió y acabó la ruta como pudo, boxeó a la noche con el corazón hecho un nudo, un gancho a la nariz le noqueó, rodeado de ángeles despertó.
Aitana, la científica espiritual
Astronauta interestelar en sus sueños, su aspiración, física nuclear y de partículas de vocación y profesión, trabaja en el CERN para averiguar los orígenes del universo, estudiando nano-colisiones en código cuántico, casi en verso.
No cree en la religión, pero se considera espiritual, medita a primera hora, difiere del concepto del bien y el mal, decide qué es lo correcto en base únicamente a la empatía, por encima de todo, trata a todo el mundo con simpatía.
Habita en una pequeña cabaña en los Alpes ses, un par de perros le hacen compañía todos los meses, adora su amor incondicional, sus formas corteses, prescinde de los placeres banales, mundanos y burgueses.
Cree firmemente que la conciencia da forma a la realidad, que la ciencia es clave para ir más allá de la superficialidad, pero que al cerebro solo se puede acceder con la espiritualidad,
la mejor forma de investigar es en paz, con el Om, en soledad. Acceder al tercer ojo, la glándula pineal, primaria desde los egipcios, capaz de producir DMT, de realizar viajes astrales o de caer en precipicios, la intenta activar en meditación profunda, aumentar su juicio, a la búsqueda de inspiración a riesgo de sacarse de quicio.
Sabe que hay monjes tibetanos que en ese estado han viajado, recorrido el mundo y algún sistema solar aún no detectado, seres que dedican a ello su vida entera en cuerpo y alma, soldados ancestrales en los cuales brilla la templanza y calma.
Dichos viajes astrales de momento se le escapan, poco a poco, día a día, sus neuronas se empapan, su aura va expandiendo con el propósito de hallar, su aliento y sus pensamientos logra acallar.
Entrar en trance diariamente a cuarenta y cinco grados, distanciar lo terrenal, lo material, viajar sin enfados, que el aura y el espacio-tiempo se unan acostumbrados, juntos la lleven a lo más profundo de su ser, entrelazados.
Pues para viajar a otros lares, a otras dimensiones, primero ha de lograr la paz, el equilibrio sin tensiones, borrar todas las posibles mentales aberraciones, que los chacras pulsen, se liberen a borbotones. Con sus amados canes tiene absoluta sintonía, en su vecindario reina el silencio, cero cacofonía, con su jefe fluye una profunda sinergia y energía, pero hay un compañero que la irrita en demasía.
Se llama Abdul, de medio oriente y heredero de un sultán, debate absolutamente todo con irritante y excesivo afán, todos, al verlos discutir, concluyen que el uno del otro es fan, sonríen cómplicemente, de besarse con sorna hacen ademán.
Aitana, consciente de que Abdul alteraba su Chí, su energía vital, decidió quedar con él fuera del trabajo para solventar el mal, el árabe eligió vestir sus mejores galas y el lugar del encuentro, fueron a un restaurante con aspecto y manjares de cuento.
La científica se vio sorprendida por tan cuidada puesta en escena, el futuro sultán lo notó y esbozó su mejor sonrisa durante toda la cena,
la aderezó con secretos históricos de su región, conversación amena, se confesó creyente y de profesar la meditación desde la cuarentena. A Aitana le brillaban los ojos al descubrir cuánto se parecían, olvidó las discusiones, las diferencias que la ensombrecían, varias risas y copas después en su humilde morada acabaría, le adoraban hasta sus canes, se ganó de su corazón la membresía.
Se fundieron en uno hasta que se escondieron las estrellas, en sueños se reencontraron, compartiendo sus sonrisas bellas, se besaron atemporalmente, sabor agridulce como a grosella, pues lo físico era incluso mejor, tanto para él como para ella.
El CERN, dentro de sus ventajas, tenía días moscosos, avisaron a sendos jefes, y a hibernar como grandes osos, por fin se levantaron a media tarde, tras un largo y reparador reposo, lo primero pasear a los canes, en ese momento del hombre recelosos.
Ya de vuelta, meditación ante un bosque frondoso en ayunas, relajantemente profunda, con antojo inicial de aceitunas, constante, en plena sincronía, tiempo récord hasta la media luna, que lejos de romper el estado celestial, lo prolonga y acuna.
De repente, se materializaron los siete chacras ante ellos, no se lo podían creer, pero sus ojos seguían cerrados como sellos, una serpiente brillante fluyó por ellos desde el suelo, soltando destellos en un haz de luz, más allá del cielo.
Sus almas ascendieron por el haz, entrando en un agujero de gusano, a velocidad de vértigo surcaron el universo que se volvió plano, se retorció, estiró y desdobló hasta llegar a los límites del mismo, en un sistema solar desconocido asolizaron provocando un seísmo.
De entre el fuego apareció una figura asexuada y anciana, al acercárseles asumió forma inequívocamente humana, conversaba por telepatía, inundando sus corazones de calor, les respondió a todas sus preguntas con placidez y candor.
Les ofreció vivir etérea e infinitamente a su lado, vida de conocimiento profundo sin dudas ni enfado, los amantes se miraron buscando que respuesta dar. ¿Vivir la mortalidad y sus emociones o el nirvana alcanzar?
Escogieron volver a su Tierra, efímera e imperfectamente perfecta,
sabedores de los secretos del universo, con el alma resurrecta, compartir que la clave reside simplemente en el amor, en la empatía, que toda vida es eterna y cada forma una lección para ser en armonía.
Chus, el del bardeo
Chus, el del bardeo, cuando se aburre arma jaleo, carpintero, hijo de María y José, vida más compleja que la de Miguel Bosé.
Se cansó de España y se fue al exilio, empezó la peripecia en la montaña dando auxilio, del calor mediterráneo se pasó al infierno del frío, en Noruega su sed de aventura lleno un vacío.
Empezó cocinando recetas de Arguiñano en un hotel, solo y acompañado, lamiendo sus heridas en un motel, que estaba más sucio que la habitación de un universitario, casi se le agotan los fondos con sueldo de becario.
Harto de tanta suciedad condujo un camión de la basura, tanta disconformidad ante tanta locura, ahorró viviendo de forma frugal,
a España volvió, pero él ya no era igual.
Se sacó todos los carnés de conducción terráquea, y volvió al frío con moto, furgoneta, caravana, y fastidiada la tráquea, de tanta contaminación, fiesta y fritanga, que solo cura la naturaleza escandinava y algún que otro tanga. De camionero la siguiente aventura, por las carreteras del norte con mucha soltura, le explotaron cual rey al esclavo, horas extra, pero sí de pago.
Y ante tanta inquietud surgió el proyecto X, para vivir sin jefe, tener una vida más sexy, en montar eventos españoles para vikingos consistía, aderezados con clases de castellano en el día a día.
Pero Chus es un culo inquieto, siempre en movimiento, y el proyecto de autosuficiencia se lo llevó el viento, aprovechando el susodicho como sola guía, acabó trabajando con aviones en cercanía.
En el aeropuerto lleva el camión cisterna, alimentando a las máquinas voladoras gobierna, sobre los sueños de quien viaja hacia un futuro mejor, mientras reordena la cabeza y se arma de valor, para la siguiente misión en un destino anárquico, donde brille el camino, el aprender, jamás estático.
Algún día hallará la paz en algún sitio, desterrará la libertad como vicio, sentará la cabeza, pero con libertad de movimiento, con orden, pero con sed de conocimiento.
Construirá un hogar, algo con cimiento, con una dama de compañera, pero sin cemento, ingresos pasivos como único sustento, paz interna hasta el último aliento.
Olvido, la reina del despido
Mánager en una enorme multinacional norteamericana, especialista en recursos inhumanos con personas como diana, antiguamente head-hunter de altos cargos, de ellos aduana, utilizándolos como liana para ir subiendo a la más alta plana.
Carrera vertiginosa hacia la cima con víctimas a diestro y siniestro, depredadora confesa: «Al que se ponga en mi camino lo defenestro!», en la lucha dialéctica, sibilina, más hábil que un futbolista ambidiestro, piensa en mayestático: «¡No creas lo que muestro, lo vuestro es nuestro!».
Saborea lentamente cada momento en el enésimo despido, degusta lentamente el sudor, el lenguaje corporal hundido, la expresión desencajada, el pavor que deja el ego aturdido, el momento en el que cerrar la negociación, finiquito reducido.
En sus planes no entra ni tener pareja ni la reproducción, su carrera y el poder por encima de cualquier situación, se mata a trabajar el día entero, apenas ve la luz del sol,
su corazón, si alguna vez lo tuvo, lo tiene sellado en formol. Se desahoga en el campo de tiro al alba cada mañana, le sirve de activación para ver con quién ese día se ensaña, siempre protegiendo los intereses de la compañía con maña, estudiando posibles oportunidades donde meter la caña.
No siente, pero también tiene necesidades fisiológicas, tiene varias amistades del mismo perfil sin ser siquiera tóxicas, se apoyan en sus maldades en el entorno empresarial, concluyen sus prolíficos encuentros con intercambio sexual.
Tras años de maquiavélicos juegos y entuertos a sus semejantes, logró alcanzar la cima, CEO de la empresa, casi le parecía bastante, se fue alegremente al campo de tiro la mañana de su nombramiento, con la intención de estudiar cómo asentarse, poner un buen cimiento.
Cinco disparos a la diana, se besaría a si misma si pudiera, el sexto salió por la culata, la hirió en un pulmón, nadie que la viera, se desangraba por segundos cuando llegó una salvadora, le tapó la herida y la llevó al hospital, experiencia abrumadora. Por su mente pasaron las caras de todos los que había despedido,
riéndose ante su situación, provocando un sordo alarido, pues no se la oía al tener el pulmón gravemente encharcado, por suerte el cirujano no la conocía y no la dejó de lado.
Despertó entubada, atontada, pero vivita y coleando, el cirujano pasó a verla, el éxito de la operación jaleando, reposo absoluto un mes y luego tres meses recuperando, feliz de seguir viva, optó por dejar a la mente descansando.
Fueron a visitarla amante tras amante para animarla, era importante para ellos tenerla y sobre todo recuperarla, ella respondía con los ojos, no podían ni besarla, casi en trance, pero sus palabras llegaron a alcanzarla.
Reposaba en paz hasta que a media tarde llegó un tal Adolfo, su amante predilecto, el más inteligente y el más golfo, la saludó con energía, hablando sin parar, lleno de felicidad, había conseguido el puesto de su vida con inusitada celeridad.
Ella se alegraba con la mirada, aunque poco le importaba, hasta averiguar qué le había robado el puesto, por dentro chillaba,
el corazón latiendo a mil por hora, la rabia la superaba, hasta que dejó de latir y entró en la nada, donde nadie... la esperaba.
Eleuterio, el carnicero
Eleuterio, el carnicero, salvaje, pero con mucho salero, trocea la carne con esmero, pero de compañero solo tiene el cenicero.
Fuma dos cajetillas diarias, por la noche maría y algún Farias, con el fumar mata la soledad, en la fría e inhóspita ciudad.
Vino de un pueblo aislado de Trujillo, para trabajar y probar las gambas al ajillo, también por experimentar su sexualidad, ya que en su casa se escondía y vivía sin calidad.
En su juventud trasnochaba en las discotecas gay, triunfaba, en amoríos de una noche era el rey, pero por el día estaba solo en un mundo sin ley,
para él, que era diferente y maltratado cual buey.
Decidió probar suerte en la construcción, para mantenerse guapo, seguir siendo un ligón, pero la industria del ladrillo era cruel, con su psique y sus preferencias era infiel. La soledad diaria y el abuso constante, le regalaron una depresión de elefante, era fuerte y simpático, con mucho talante, cualidades para brillar como un diamante.
Trabajó para una discoteca de ambiente, todas las noches se reía y comía caliente, de recibir insultos pasó a cumplidos de buena gente, disfrutaba, era él mismo con todo cliente.
Así pasó la veintena y la treintena, pero la noche desgastaba, era una trena, llegó a los cuarenta como alma en pena, se dijo a sí mismo «Esto ya no me llena...».
Siempre afortunado en el sexo, desafortunado en el amor, buscaba consuelo en amistades superficiales, sin color. su mejor amigo era Quique, un señor mayor, carnicero de día, drag de noche y cantor.
Llegaron a un trato para traspasar la carnicería, y así finalmente viera de nuevo la luz del día, el extremeño llevaría el negocio a cambio de un porcentaje, y heredaría el local cuando Quique liberara el anclaje.
Al poco tiempo su amigo del alma murió, tenía sustento, pero su corazón se rompió, bromeaba con los clientes, buscaba calor, poco a poco se rehízo, superó tanto dolor. Solo vino y solo se fue, en la miseria de una ciudad sin perdón, realidad de Eleuterio y de muchos otros que cortan el cordón, por una vida mejor, más libre, plena y sin restricción, por llenar aquel vacío enorme que inunda el corazón.
Iveta, la veleta
Por la vida va como una saeta, exámenes supera con chuleta, incapaz de sentarse y fijar una meta, hoy carrera académica, mañana asceta.
Todo hace deprisa, como si fuera de anfeta, no hay persona, ni tema, ni tarea perfecta, el psiquiatra dice que echa en falta la teta, ella sostiene que no hay reto que no acometa.
Se vanagloria ante todo de ser hija y nieta, por su familia se desvive como una atleta, cada pelea con ella, su corazón agrieta, su humor, sus prisas, aumentan hasta su dieta.
Sin embargo, le sobra energía, está delgada, por nervios y sin causa aparente, ensimismada, los novios le aburren, se siente acorralada,
huye y huye sin destino, la calma aparcada.
En su búsqueda de algo que la rete, que la motive, se apunta a todo aquello que de emoción no la prive, por la variedad, en el inter de un sentido, vive, distraída por dentro, por fuera apenas sobrevive. Tanta inquietud la hace de todo aprendiz, nociones básicas, conocimiento con un matiz, cuando se acerca a la maestría se aleja cual perdiz, el encasillamiento rehúye, lo considera un barniz.
Escoge la libertad por encima de la clasificación, poco equipaje, liviandad para la próxima misión, destino errático pero lleno de emoción, ella y solo ella escribe su vida, su canción.
Pero tanta libertad agota, de energías es voraz, en sus seres queridos halla calor, pero no paz, necesita a alguien genuino, libre y veraz, que, como ella, aún no sepa de lo que es capaz.
En sus ratos libres, en aplicaciones de citas se puso a buscar, relaciones abiertas, mentes afines con las que disfrutar, lúdico entretenimiento adictivo con el fin de encontrar a alguien que la conmueva, que la despierte interés sin par.
Martín, Gonzalo, Pablo, Jordi y Peter pasaron por su alcoba, entregados amantes, pero insulsos, barridos con la escoba, Salva, Miguel, Jesús, Andrés y Juan, solo aceptable conversación, red de pasatiempos, disfrutando cual niña, pero sin hallar solución.
De repente le dio a me gusta una tal Luz, madre divorciada y con tres hijas, qué cruz, quiso esconderse en un agujero cual avestruz, momento amargo como un verde altramuz.
Con todo, su foto y el resto del perfil le daban buena espina, Luz solo buscaba una compañera de café y/o caña matutina, cuando su progenie estuviera en la escuela, o con su padre o visitando a la solitaria abuela.
Su escritura denotaba un gran sentido del humor,
simpatía, calidez, cultura y un poquito de dolor, su foto, una mujer que en discotecas causaría furor, en el fondo solo buscaba compañía, diversión y calor.
Aceptó reunirse en una terraza de una calle apartada, Luz inició una conversación divertida y destartalada, Iveta reía y reía a carcajada limpia, sin aparente limitación, la madre había sido libre en cuerpo y alma, con resolución.
Pasaron a contarse sus vidas, su propia versión, jamás había sentido tan gratificante conexión, entre risas y lágrimas halló la paz, la comprensión, una amiga, una hermana con la que liberar la tensión.
De verse una vez entre semana pasaron a todos los días, desayunaban juntas, discutían sobre devaneos y las crías, trataban todo tema, con dosis de análisis e ironía, cualquier problema, escuchando, cada una resolvía.
Al tenerse la una a la otra, el centrarse se consiguió, ¡viva Luz y su aura, y la madre que la concibió!,
la veleta indomable por fin encontró su vocación, futura psicóloga de almas perdidas, cargada de ilusión.
Encontró a su alma gemela, una amiga de verdad, un oasis en el gran desierto que es la sociedad buscando y buscando se encuentra, hasta la muerte tiene piedad, la esperanza jamás se pierde, si se tiene una auténtica amistad.
Patricio, el noble
Patricio, el noble, fuerte como un roble, vive en una cabaña sin redoble, austera y sin pasodoble.
Rodeado por un bosque y cerca de un riachuelo, a los lobos escucha por la noche sin revuelo, sin pretensiones, con los pies en el suelo, se alimenta de lo que el entorno ofrece, sin duelo.
Le acompaña Rufo, su chucho alegre, si a sonrisas se esculpiera el oro, sería un orfebre, su sola presencia al enfermo baja la fiebre, haga lo que haga, siembre lo que siembre.
Juntos recorren las tierras aledañas, cazan y recolectan con suma maña, a todo acceden con arco y caña,
todo por supervivencia, jamás se ensañan.
Forman parte del ecosistema, lejos del genocidio del urbano sistema, aquel que sorbe vidas encarceladas, sobrealimentando en celdas sobreexplotadas, desde los campos de concentración de animales a aquellos que se creen libres en los arrozales. El ermitaño y su compañero son libres e independientes, lejos de un mundo lleno de carroñeros y serpientes, en su retiro, alejados de seres robotizados e invidentes, ante las injusticias contra aquellos que nacieron mal geográficamente.
Sus corazones son libres de envidia, no conocen ni la pereza ni la desidia, nada ni nadie les molesta ni fastidia, rodeados por la naturaleza que jamás presidia.
Un buen día unas mochileras perdidas llegaron al riachuelo, Montse, Alicia y una perrilla feliz y curiosa llamada Cielo, los ermitaños las saludaron con sorpresa y curiosidad,
se acercaron con la ilusión de matar su bienamada orfandad.
Las féminas dudaron, pero vieron en sus ojos calor, sonrientes saludaron al can, dos besos al señor, Patricio rápidamente las invitó a desayunar, bayas del bosque y agua del riachuelo, gran manjar.
Sobremesa curiosa, conversación acelerada, sobre el mundo urbano y su humanidad descerebrada, luego sobre las chicas y su bosquera escapada, lejos de su estresante tierra de origen, de su morada.
Después llegó la hora de contar la historia del bosquimano, otrora fuerzas especiales, incontables vidas en su mano, rostros moribundos invaden sus sueños, mundo tenebroso del que nadie tiene dueño.
Por su mejilla cae una lágrima de arrepentimiento, al contarlo se estremece, le falta el aliento, jamás había compartido tanto sentimiento, intenta recomponerse, que sus palabras se las lleve el viento.
Montse y Alicia se levantan y le dan un abrazo, Rufo, llorando, le lame la cara sentado en su regazo, el abrazo grupal alivia su alma culpable, surte efecto, momento triste, pero agridulcemente perfecto.
Patricio, confusamente apesadumbrado, aunque aliviado, busca una ofrenda para compensar su corazón lisiado, jamás había conocido semejante conexión hermana, restaurada la malograda esperanza en la raza humana.
Con sumo mimo y orgullo saca un barquito hecho de madera, rápidamente talla las iniciales de las tres visitantes y lo posa a su vera, las tres quedan boquiabiertas ante la belleza y suma precisión, nave representante de la libertad que disfrutan lejos de la civilización. Pasaron las horas en alegre tertulia, como amigos de toda la vida, en familia, se lamieron las heridas los unos a los otros, de desconocidos pasaron a ser nosotros.
Se puso el sol por el virgen y amplio horizonte,
lentamente escondiéndose detrás del monte, frente a la hoguera fueron cayendo en un sueño profundo, por unas horas transformando el mundo moribundo, aquel de las jornadas de nueve a nueve, en el que el sol abrasa, aunque llueve.
Despertaron con el cántico matutino de los pajaritos, el amanecer meciendo un despertar suave y sin ritos, se abrazaron fuertemente, esta vez de despedida, ensalzando la gran unión sin esfuerzo construida.
Prometieron volver, una X en el mapa plasmaron, bendijeron el día y la hora en la que se encontraron, ambas partes su fe en la humanidad regeneraron, nostálgicamente, ese día para siempre recordaron.
Alma, la principiante
Alma, la principiante, de todos es contrincante, no sabe ir para adelante, reacción agresiva constante.
Ella es adolescente, y su neurona yace invidente, jamás sigue la corriente, en ese sentido valiente.
Pertenece a una tribu urbana, de los Killos se siente hermana, amantes del rap y del flamenco, en cuanto al estudio, ser zopenco.
Orgullosa de su rebeldía e ignorancia, a sus profesores tiene en mental ambulancia, se vanagloria de su futuro opaco
y solo tiene ojos para Paco.
Él es el maestro del cajón, a veces lo toca sin ton ni son, otras marca un ritmo vertiginoso, no hay quien le siga, es un virtuoso. Ella sueña con sus ágiles y largas manos, recorriendo su cuerpo por debajo de los tejanos, él es buen estudiante y mejor persona, con corazón y alma razona y cuestiona.
A todos trata exactamente por igual, al más simpático y al más carcamal, sin quererlo ni beberlo es líder nato, jamás le verás ser injusto ni en el trato.
Alma le escucha atentamente, quiere seducirle lentamente, entrar poco a poco en su mente, aunque al solo verle se vuelve sonriente.
Le acompaña con las palmas, desea que se unan sus almas, ella es rebelde y de buen ver, en algún momento tendrá que caer.
Eso piensa la insistente enamorada, pero él cuando está con su cajón no ve nada, sin embargo, de tonto no tiene un pelo, y suspira por tocarle el cabello.
Relación no exenta de tensión sexual, estancada por la inocencia dual, inexperiencia en el amor, normal, por la edad y por ver en el otro lo ideal.
Los días, las semanas van pasando, se sientan juntos, pero ni se van rozando, hasta que Alba, su mejor amiga, decide juntarlos sin fatiga.
Les cita en un bar de bajas luces y sofás, romántico lugar,
al minuto de llegar finge una llamada y emergencia familiar, a los tortolitos no les queda más que hablar, la música sube, para oírse se tienen que acercar, sus ojos se entrelazan, brillan cual sol al despertar, Alma se humedece los labios, Paco se decide a atacar.
Sus bocas se funden hasta quedarse sin respiración, fruto de deseo contenido que por fin escapa de su prisión, el tiempo le dio a Alma la razón, en mates cero, pero un diez a su corazón.
Afrodísio, el seductor
Afrodísio, el seductor, estudiaba para ser doctor, pero quería vivir como un señor, trabajar le causaba pavor.
Aunque en realidad no era un vago, no había superado la edad del pavo, fiesta, drogas y sexo sin sado, vivir del cuento, jamás honrado.
Obsesionado con las bellas modelos, sus curvas le elevaban a los cielos, del anticonformismo desterraban el velo, salir con una era su mayor anhelo.
Era de buen ver e inteligente, seducía sin pudor, ligero de mente, desde la adolescencia hasta los veinte,
sus conquistas eran de número indecente.
Se apuntó a una agencia de modelos, para codearse con maniquíes con celo, y aunque babeaba como un bisabuelo, su éxito en el amor causó mucho revuelo. Se labró una reputación de amante preparado, generoso, concienzudo, jamás ensimismado, hasta que un día a una tal Linda enamoró, al insistirle llamada tras llamada, él la ignoró.
En el trabajo ella vio cómo con otras coqueteaba, una rabia inconmensurable la inundaba, empezó a espiarle con obsesión incontrolada, los celos aumentaban en su mente despechada.
Contrató a alguien, de dudosa moral, para plantarle cámaras, ver su vida sexual, estudió lo que le gustaba en su relación carnal, buscó armas para conquistarle de forma amoral.
Descubrió sus gustos y apetitos en el lecho, como dominarle y dejarle satisfecho, someterle desde los pies al pecho, como dejar su corazón maltrecho.
La reconquista comenzó causándole celos, coqueteando con modelos más viriles, con pelos, jamás dignándole una ínfima mirada, su presencia abandonada en la grada.
Poco a poco Linda inundaba sus pensamientos, sentía en sus entrañas sus lujuriosos alientos, la anhelaba en sus sueños, en sus aposentos, fragmentando la razón hasta sus cimientos. Inseguro, tímido se le acercó, tartamudeando a un café la invitó, ella altivamente le rechazó, momento que intensamente disfrutó.
Sabía que era solo el primer asalto, al tercero asintió sin sobresalto,
le torturó desde lo más alto, su ego de destrucción no estaría falto.
Tras un mes de cafés con humillación, le acompañó a su casa, a su habitación, en la cama puso su conocimiento en acción, a Afrodísio condenó a la perdición.
Al mes le abandonó llorando en una esquina, dolor extremo, existencia supina, mirada ausente, perdida, bovina, vida sin sentido, sin pasión, anodina.
Poco después, Linda consiguió una campaña publicitaria, con pose lujuriosa la veía en cada esquina, casi sin indumentaria, la tortura aumentaba en cada paso de su vida diaria, alma en pena asediada por una implacable corsaria.
Llorando por dentro y por fuera, acudió a un centro médico, quién le viera, empezó terapia para corregir su mente,
prometió no volver a enamorarse perdidamente.
Le tocó una buena psicóloga, de las que dialoga, del tipo que las penas diluye y luego ahoga con tiempo le quitó del cuello la soga, y, finalmente, ante él, se quitó la toga...
Dolores Fuertes de Barriga
Dolores Fuertes de Barriga de todos es enemiga, solo del Almax es amiga, cualquier nueva cura la intriga.
No hay tratamiento que no siga, resultado que no maldiga, pues toda interacción la fustiga, su único alivio, del pan la miga.
Ningún logro la consuela, siempre hecha una suela, salvo por la compañía de su abuela, mientras ven juntas una telenovela.
Hay un personaje que la distrae, Pedro Amor, qué bien le cae, viéndole, en vez de dolor, siente mariposas,
se imagina con él en un lecho de rosas.
Pese a llevar el ceño siempre fruncido, Dolores es de buen ver, lo es y lo ha sido, tuvo sus ligues sin mucho ruido, pero nunca enamorada, nunca fluido. Un buen día se cruzó con Pedro Amor, no el personaje, sino el actor, y cuál fue su sorpresa, su estupor, cuando al cruzarse se giró y le regaló una flor.
Tras la flor vino un café, luego cañas hasta la hora del té, el dolor olvidó, le dio un puntapié, por la mañana pensó «¡Por fin pequé!».
Con la mente centrada en las nubes, pasó el día cual tocada por un querube, sonriente y feliz, nada baja, todo sube, como si de morfina recibiera un entube.
Pero Pedro era un mujeriego, un picaflor, al enterarse la invadió un tremendo dolor, de barriga, de cabeza, pero sobre todo de corazón, se arrepintió de haberse quitado el caparazón.
Su hermana la sacó para olvidar al actor, ebria conoce a un apuesto señor, el dolor cesa, vuelve a sentir calor, la vida vuelve a tener color.
Le llama, pero era solo sexo de una noche, otro seductor, tremendo fantoche, era un apuesto argentino de Bariloche, pensó: «¡Que lo atropelle un coche!». Pero por fin detectó un patrón, digno de investigación, sexo aderezado de ilusión, matan a su nombre con pasión.
El horizonte se aclara, despierta un haz, de Dolores constantes, se rebautiza a Paz...
Primitivo, el cavernícola
Vino al mundo Primitivo, el cavernícola, con su tribu hace 10,000 años vivía por Peñíscola, cazador encomiable, en nada estaba a la cola, prendado por Naia y de su pecho, su aureola.
En lides del amor era burdo y tradicional, garrotazo y arrastrar de los pelos, instinto animal, luego tomarla en la cueva de manera ancestral, migraña al despertar del maltrato bestial.
Al siguiente encuentro Naia ofreció su cabellera, chichón ahorrado en su bella sesera, disfrute mutuo, orgasmos de primera, intercambio de sonrisas, nueva era.
En el siguiente encuentro Naia le cogió de la mano, juntos se adentraron en la cueva, intercambio sano, pero Primitivo sabía poco de anatomía y le dio por el ano,
la pobre una vez más le enseño a evitar un trato malsano.
Ella quiso verle la cara al amar, de a perrito le tumbó y se subió para atacar, él vio su mirada de inmenso placer, poco a poco la empezó a conocer. De practicar sexo pasó a hacer el amor, de arrastrar de los pelos a ir de la mano sin temor, de gruñir al comunicarse, a dialogar, de hablar por hablar, a escuchar.
De imponer e imponerse descubrió el compartir, de gritar y aullar descubrió el buen reír, al irse de días de caza, le entraba ansiedad, dolor en el pecho, pensó que era la edad.
Al volver a verla su malestar se tornaba en felicidad, sus maneras de macho alfa en exquisita bondad, Naia correspondía con carantoñas y algún abrazo, cualquier excusa era buena para sentarse en su regazo.
Tras meses de amor sin protección quedó embarazada, Primitivo la cuidó atentamente, expectante por la llegada, quería ser partícipe, no esperar en la grada, tanta atención a la primeriza tenía apabullada.
Le mandaba a por moras tres veces al día, luego le echaba de menos y al minuto le gruñía, él, confuso, mantenía una distancia prudencial, tras el parto, por fin oyó el llanto celestial.
Su primer retoño, nada sería igual, una de arena por otra de cal, amor compartido, pero no desigual, felicidad y propósito, hasta el final...
Ermenegilda, la mofetilla
Ermenegilda, la mofetilla, dice ser alérgica a la agüilla, huele a alcantarilla cuando se levanta de su silla.
Imbatible jugando al pilla-pilla, nadie alcanza a la maloliente chiquilla, su frente la defiende y brilla, la gente solo la ve por la mirilla.
De casas ajenas no pasa de la alfombrilla, hogares cerrados en toda su villa, aun estando sola, ella chilla, agotada se refugia en su buhardilla.
Un buen día se fue a la gran ciudad en busca de compañía con asiduidad, pero la gente cambiaba de acera,
la evitaba, aunque ni la viera.
Decidió ir a ver a un doctor, para entender de la gente el pudor, a acercársele sin pausa, sin temor, sentir del prójimo por fin calor. La sala de espera vació en un segundo, rutina diaria de su triste mundo, el médico la atendió iracundo, jabón Lagarto le recetó, y la dispensó cual vagabundo.
Abriéndose paso como las aguas de Moisés, se dirigió rápidamente a su morada sin traspiés, entró en la ducha y se frotó hasta acabar la pastilla, al verse en el espejo se le caía la babilla.
De repente notó la ausencia de olor corporal, se le quitaron las ganas de arrancarse la femoral, salió a la calle y vio cómo las personas se le acercaban, hombres apuestos, y alguna mujer, a su paso se giraban.
Feliz como una perdiz con un galán concertó una cita, él se deshizo en halagos, no sabía ser tan bonita, el Lagarto había funcionado como agua bendita, pasó la noche entera entre orgasmo y botellita.
Al día siguiente llenó la maleta de pastillas bendecidas, volvió a su pueblo con la cabeza en alto, algo crecida, no obstante, la gente a su paso salía despavorida, hasta que se corrió la voz de que ya no olía a muerte, si no a vida...
Venancio, el boticario
Venancio, el boticario, guarda los secretos del pueblo en un diario, desde el individuo más frugal hasta el estrafalario, por saber sabe hasta la identidad del sicario.
Cada martes en la rebotica se reúne, al alcalde, al cura, al médico y al guardia civil une, para cotillear y preservar el poder, el statu quo fomentar y mantener.
La toma de decisiones les pertenece, ni la abuela moribunda les enternece, reparto de tierras y propiedades se rifan, las drogas incautadas por el guardia civil se esnifan.
Ni razón, ni corazón corren por sus venas, al justo u opositor hacen que le caigan condenas, solo les da calor aumentar a sus rivales las penas,
pan y agua al resto, langosta y caviar en sus cenas.
Pero Venancio tenía una hija, de corazón noble, aunque pija, al morir su mujer al ella nacer, la crio él solo, la vio crecer. Mariló se llamaba y era su único compás moral, la única influencia positiva del viejo carcamal, el único límite a la oligarquía local, sin ella su poder sería brutal.
Se hizo abogada en la gran ciudad, para usar la ley contra el abusón sin piedad, discutía sus ideas con su padre, sin saberlo frenaba el más absoluto desmadre.
En la sombra, ella lideraba la resistencia, contra la injusticia y la corrupción con insistencia, al poderoso convertía en penitente, al desamparado protegía contracorriente.
Un buen día descubrió lo que los martes se cocía, plantando un micro en la rebotica, la verdad conseguiría, al oír a su padre decir sus rocambolescas maldades, se le cayó el alma al suelo al desvelar sus falsedades.
Lloró durante días en casa de su mejor amiga, la tristeza convirtió en odio para acabar con tanta moñiga, siguió escuchando atentamente, reunión tras reunión, llevó al magistrado más recto hasta la última grabación.
Defendió a su padre hasta la saciedad, alegó demencia y tercera edad, pero el quinteto del mal debía pagar, la justicia dar ejemplo, el futuro curar. Cadena perpetua, dada la tardía edad, fue la pena impuesta por la sociedad, paliza diaria en la cárcel, sin bondad, sus enemigos presos, los mataron sin piedad.
La abuela Carmela
La abuela Carmela, en la residencia a todos camela, pícara, simpática, adorable y tierna, todo el mundo quiere que sea eterna.
Coqueta y ligona por naturaleza, el asilo enciende y despereza, le llueven cumplidos y cartas de amor, se contonea por los pasillos causando furor.
Pero su corazón ya tiene dueño, solo Pablo, el bedel, le quita el sueño, sonriente y de carácter risueño, fornido, con un cuerpo de ensueño.
Pablo la adora cual abuelita, a la anciana hace sentir bonita, le pide consejo y a veces la irrita,
pues su corazón pertenece a Rita.
Rita para abajo, Rita para arriba. su sola presencia, se le hace nociva, pues es la doctora del geriátrico, encima noble, de corazón simpático. Pero Carmela ama a la antigua usanza, quiere lo mejor para él y le ayuda con la labranza, para que conquiste a su mujer predilecta, urdiendo en conjunto la estrategia perfecta.
Entre los dos surge una gran complicidad, toda con el fin de alcanzar su felicidad, y la abuela disfruta a la par que se muere, con el corazón roto, lo que más le duele.
Busca consuelo en los brazos de Manolo, el galán del lugar, que no sabe estar solo, pero su salud se marchita por el desamor, el sentimiento por Pablo le es superior.
Le busca defectos para paliar el dolor, pero el muchacho es espléndido, todo color, especialmente cuando habla y suspira por la doctora, maldito el momento en el que se convirtió en su mentora.
Con el alma rota y encogida, pidió el traslado, se volvió retraída, pero era fuerte y cual ave Fénix renació, trozo a trozo su corazón reconstruyó.
Recordando tiempos mejores se recompuso, al control de corazón y mente se opuso, pues el amor es lo único que su espíritu aviva, cabeza al frente y a seguir con su vida.
Anacleto, el hombre invisible
Érase una vez Anacleto, solo le conocía su abuela, por nieto, indefenso como un feto, jamás podía estarse quieto.
Pese a su intranquilidad, nadie le veía, vetada su fertilidad, ignorado, desconocía la felicidad, la vida lo trataba con suma frialdad.
En clase al pasar lista le obviaban, jamás ante sus travesuras le castigaban, lloraba por las esquinas, amistad imploraba, no existía quien no le dejara en la estacada.
Se hizo mayor sin entender por qué era invisible, tristemente, ya le había saltado algún fusible, estudió sus posibilidades para no ser inservible,
vivía con su madre, la única que parecía accesible.
Pero un mal día ella falleció, en el entierro nadie le escuchó, al borde de la locura estalló, gritó día y noche y luego reflexionó. ¿Qué hacer para que se le viera y escuchara?, ¿dejar de comer solo de cuchara?, ¿tener una cara, si cabe, aún más rara?, ¿o desafiar al que, con tanta inquina, le creara?
Decidió rebelarse, hacerse atracador de banco, quiso montar una banda, pero no le contestaba ni el del estanco, se pasó por la biblioteca y cogió libros para comprender su blanco, debía obrar por sí solo, antes de volverse peliblanco.
Estudió todas las cámaras de seguridad, para moverse con suma tranquilidad, el horario de la caja fuerte memorizó con celeridad, aprovechando al máximo su invisibilidad.
Por fin, en el solsticio de verano, entró en el banco, pistola en mano, el de seguridad de él ni siquiera se percató, la cajera, pintándose las uñas, le ignoró.
Vio al director del banco dirigirse a la caja fuerte y le siguió, este abrió la caja y al recibir una llamada se apartó, Anacleto llenó su mochila de billetes y hacia la entrada caminó, con la mirada al suelo, el de seguridad se despidió. Llegó a su casa y encendió el televisor, del atraco ni un mísero segundo ante su estupor, ¿con quién compartir el botín obtenido sin sudor? De golpe se hundió y, hasta vivir, le dio pudor...
Manuela, la poetisa
Manuela, la poetisa, sueña con una cálida brisa, al lado del mar, cerca de Pisa, sin cortavientos, sin cortapisa.
Busca la paz entre verso y verso, adentrándose en otro universo, en el que en un héroe su deseo encarne, fundiéndose con su pasión por la carne.
En sus escritos tiene la vida predilecta, amor, batallas ganadas, pareja perfecta, pero su vida real brilla por imperfecta, no hay ser ni situación que la tenga contenta.
Vive en la búsqueda de los cánones de la perfección, si pudiera a casi toda experiencia le daría un borrón, en vez de aprender, de sus cicatrices se lamenta,
«¡La culpa es solo y solo de él, que se arrepienta!».
Y así ensimismada en su mundo convive, con el hombre ideal, dulce como querube, que a complacer siempre esté dispuesto, que jamás tenga hacia ella un mal gesto. Que sea dueño de la palabra adecuada, sin mácula, noble y romántico solo con su amada, que sienta lo que dice, que en ella no vea error, un Frankenstein hecho a su medida, ¡qué horror!
Ni con princesas de Disney, ni insulso patriarcado, Manuela sueña con un ser inhumano, un legrado, alguien que solo de ella sería de agrado, para contentarla haría falta un posgrado.
El hombre ideal no se mide por sus atributos, sino por ser un diamante en bruto, que la vida moldee a su antojo, que con ella jamás se sienta cojo, al que poder ayudar cuando lo necesite,
que sea reciproco cuando ella le invite.
Un compañero de viaje, de vida, no un esclavo que haga lo que pida, alguien que suponga un reto sano a diario, no un ser limitado, un código binario.
Quizás sea un problema de ego, no saber alimentar del otro el fuego, o de no saber que el amor no es más que un juego, en el que ambas partes ganan o hasta luego.
Mariano, el DJ
Pinchando día noche en la piscina de un hotel, que por desnudez podría ser un burdel, y aunque su trabajo tenga poco cartel, a veces tiene suerte y se come algún pastel.
Mezclando bachata, merengue y trap, soñando con hacer algún día su propio rap, para denunciar la desigualdad entre el huésped del hotel, y los isleños que se prostituyen por un trozo de papel.
Su isla es rica en recursos, belleza y sol, todo regalado al foráneo, y al local, formol, movimientos subversivos aguados con alcohol, sindicatos comprados, siempre de farol.
Pero Mariano desde la piscina arma la resistencia, con los huéspedes de buen corazón comparte su sapiencia, por las noches les enseña la situación real,
por las calles apartadas, la necesidad social.
Y el alma de aquel al que nunca le ha faltado de nada, se rompe en mil pedazos, entristece y finalmente enfada, a ninguna persona le gusta ser vilmente engañada, y se unen a la causa desde el lado rico de la alambrada. Con rabia insisten en una revolución armada, pero Mariano demasiada sangre ya ha visto derramada, quiere concienciación internacional, transición pacífica contra lo desigual.
Entre lágrimas e impotencia, el forastero se despide, ojalá de lo vivido aprenda, exporte y jamás se olvide, dispuesto a gritar lo vivido a los cuatro vientos, derrocar el sistema hasta los cimientos.
De vuelta en Europa monta una fundación, ganas y tiempo le dedica a todo corazón, de comida, ropa y medicina llena un avión, acabar con el hambre y la enfermedad con decisión.
Logra los permisos para aterrizar en la isla, empieza la lucha contra quien legisla, la corrupción diezma lo conseguido, pero Mariano no está abatido.
El primer granito de arena se ha establecido, cartas de gratitud para el que ha abastecido, con publicidad en forma de realidad, se atrae la cooperación y la bondad.
El primer asalto resulta en denuncia internacional, ante la injusticia y corrupción local, poniendo la paradisíaca isla en el mapa, el problema, de la retina de nadie se escapa. Con presión global, el milagro se torna real, la cooperación vital, para finalmente erradicar el mal...
Kika, la atractiva
Trabajadora incansable, profesional, guapa y sexy a rabiar, hasta con su sonrisa telefónica todo consigue lograr, tiene a la oficina a sus pies, hasta al más apuesto consigue sonrojar, para colmo inteligente y simpática sin tenerse que esforzar.
Aun así, tímida en lides amatorias, no se come ni un colín, a los hombres intimida con su gran presencia, hasta el más afín, no entiende por qué le es tan difícil, siendo una chica de postín, hasta sus mejores amigas hetero, se enamoran de ella sin fin.
Para resolver tan frustrante y extraño problema, decide consultar con una psicóloga experta en el tema, arrancar de raíz tan profundo y absurdo anatema, purgarse de la maldición, en su cabeza monotema.
Ilusionada acude a la consulta con su mejor y más amplia sonrisa, se encuentra con una terapeuta balbuceante, tímida e indecisa, le atiende sin mirarle a la cara, tecleando con muchas prisas,
hasta que Kika la para poniendo la mano sobre la suya sin cortapisas. La psicóloga se detiene, traga saliva y ríe nerviosamente, solo ve un monumento parlante, le cuesta centrar la mente, suspira internamente por acariciar sus labios, hincarle el diente, por fin reacciona, se dice indispuesta y se retira cabizbajamente.
Decide probar con una de esas apps de citas modernas, le llueven likes, toca escoger, le tiemblan hasta las piernas, empieza a entablar conversaciones, las esperas se le hacen eternas, nerviosa como ante su primer beso, primera cita en oscuras tabernas.
Se atavía con sus mejores galas, la conversación fluye, el elegido: un tipo guapo, elegante, hasta inteligente parece, juntos se emborrachan, se besan intensamente, dulce alegría, acaban en el piso de él para que se sintiera cómodo en demasía.
Noche lasciva, entregada al placer con mucha gana, degustando cada segundo como si no hubiera mañana, dulces y profundos sueños con la oxitocina como nana, desayuno en la cama, caricias, hasta su voz cariño emana.
«Bendita aplicación de móvil, ¡Cupido del siglo veintiuno!», pensaba al girarse a darle un beso sin recelo alguno, el hombre se había puesto unas gafas para leer tranquilamente el diario, tras verla con precisión, perdió toda posible noción del imaginario.
Kika le preguntaba si estaba bien, apoyando su mano en su pecho, la felicidad alcanzada y la ansiada luna de miel habían tocado techo, tanta belleza le abrumaba y sin mediar palabra se medio vistió, saliendo de su casa, torpemente contra la puerta se noqueó.
Chocada y triste llamó a una ambulancia apresuradamente, se lo llevaron a urgencias mientras ella lloraba desconsoladamente, esperó a que le dijeran que estaba bien y se retiró a su morada, no quería entender qué pasaba, ¿por qué no tenía a la suerte de aliada?
Totalmente frustrada decidió salir a correr para despejarse, los demás corredores al girarse no hacían más que chocarse, en plena carrera tuvo una epifanía, optar por cambiar, por afearse, adiós a la ropa favorecedora, a cuidarse, a maquillarse. Decidió llamar a su mejor amiga, desde siempre de ella fan confesa, la empujaba a probar cosas nuevas, a comer de col una hamburguesa,
a vivir la vida al límite, a disfrutar, a bailar como una posesa, con ella se divertía, aprendía, jamás pasaría por aburrida, por siesa.
La última locura, aprender el sistema de escritura de los ciegos, en clase la mayoría eran invidentes, excepto dos tipos, los Diegos, ellos veían al 50% y en clase eran los reyes, sabían hasta griego, simpáticos y bienhumorados, su compañía proporcionaba sosiego.
Su amiga les invitó a tomarse unas cervezas con ellas, muchas risas, algún llanto y mención de las estrellas, conexión total, por una vez Kika cuasi-solo espectadora, circunstancia novedosa, extrañamente reveladora.
De repente, uno de los Diegos volvió la cabeza y le preguntó: «¿Qué haces tan callada? ¿Hay algo que te inquiete?», la espetó, por una vez tímida, la naturalidad del Diego la intimidó, «No me creerías, aunque lo vieras» en voz tenue respondió. El Diego sonrió y replicó: «Me retas, ¿pues? ¡Ponme a prueba!», Kika le contó su problema y el hombre se quedó como una ameba, le costaba creerle, aun así, se percató de que iba totalmente en serio, su gesto: grave, carraspera incómoda, cara de cementerio.
«Pues sí es increíble, pero sé que no me mientes...» dijo abrumado, surgió un silencio incómodo, algo a lo que él no estaba acostumbrado, luego reaccionó cambiando de tema, haciéndola reír, esgrima dialéctica hallando conexión para las mentes unir.
Los cuatro acabaron en casa de la amiga para tomar la última copa, jugaron al strip póker en plena ebriedad, acabaron ligeros de ropa, la anfitriona y el Diego restante se retiraron rápidamente al dormitorio, Kika y su Diego se conformaron con el sofá para un paréntesis amatorio.
Ya más relajados, pero con las hormonas en lo más alto, se fueron en taxi a casa de ella para el segundo asalto, la mañana siguiente resacosa pero tranquila, sin sobresalto, como si se conocieran de toda la vida, ya seco el asfalto. Sonrisas y carantoñas, pasaron el día juntos felices y acurrucados, con momentos de pasión, pero en conjunto, alegremente relajados, Kika lloró aliviada al ver que su destino le había dado un descanso, pensó que podría hasta morir, al hallar de paz... el mejor remanso.
Edmundo, el rey del inframundo
Nacido en los suburbios de una ciudad ultra poblada, de padre borracho y madre trabajadora y hastiada, dos hermanos pequeños, de los que era y es referente, cual figura paterna les protege, siempre yendo de frente.
Desastre en los estudios, pero audaz en el trapicheo, comerciaba desde pequeño con cromos, canicas y todo lo feo, enemigo de la debilidad interna y antagonista de Morfeo, duro en la calle, experto en pelea callejera y en boxeo.
En alerta perenne, nada dejaba a su suerte, era su única baza para mantenerse fuerte, aún joven, nunca temeroso de la muerte, alma vieja, en su entorno todo advierte.
Maduro y entero ante la adversidad, intolerante con la mediocridad, a sus hermanos llevará a la universidad,
algún día ajustará cuentas con la sociedad.
Su carrera callejera tuvo una ascensión meteórica, amo y señor de la droga en su distrito con retórica, jamás un asesinato, ni herida de arma blanca, alguna paliza para conservar intacta la banca. Jefe, líder, pero amigo de todo lacayo, fidelidad máxima, maquinaria sin fallo, todo engrasado como en un fórmula uno, todos a una, unión, por detrás ninguno.
Su brazo derecho, su primo Antonio, el único apoyo para evitar el manicomio, escudero incansable e implacable, compañero de batallas inquebrantable.
Negocio con estructura bien definida, desde el peón hasta el comisario cuida, en el barrio sin su permiso no hay salida, todo el mundo le debe favores, quien no la vida.
Y aunque el poder y la responsabilidad no le abruman, por unas vacaciones en el anonimato, sus entrañas aúllan, cometer errores para aprender de ellos a precio cero, actuar sin pensar, no ser invulnerable como el acero.
Pero hay carroñeros pendientes de un fallo, al acecho, subseres dispuestos a hacerle un agujero en el pecho, siempre huyendo hacia adelante, del pasado sin techo, por descansar no descansa ni en casa, ni en su lecho.
Duerme poco, muy poco, apenas unas horas necesita, como los ancianos, tras cada comida, cinco minutos dormita, pese a estar siempre alerta, vigilante, al pie del cañón, está aburrido de resolver problemas triviales sin lección. Gestionar gente minimizando riesgos parecería su vocación, proteger, calcular la acción de un enemigo invisible, su misión, reprimiendo cualquier sentimiento, ni un ápice de pasión, lealtad absoluta, pero frialdad desmedida, cero compasión.
Aun así, por complejo y peligroso que parezca, solo busca un alma que le desarme y estremezca,
alguien que le haga reír, olvidar, soñar, que le rejuvenezca, que le haga volver a la infancia, aunque la amenaza crezca.
En su camino se cruza una mujer con carácter, que cada vez que aparece y habla abre un cráter, que con su sola mirada fulmina a la gente como una loba, fuerte por dentro y por fuera y, aun así, inocente, boba.
Diamante en bruto, defensora de toda causa perdida, con todo el mundo se pelea, no le asustan las caídas, exigió hablar con Edmundo para sacar a su hijo de la cloaca, de su ejército de narcotráfico, de la pasta fácil y afrodisíaca.
Edmundo accedió, quedó alucinado, Sara se llamaba, le dejó anonadado, tanta pasión y entusiasmo por defender a su prole, no había visto tanta fuerza ni en una pelea del cole. De la reunión sacó a su vástago y una cita, el rey quedó confuso y feliz como una estrellita, tardó unas horas en asimilar lo sucedido, jamás se había sentido tan sorprendido.
La cita fue un éxito rotundo, se sintió el amo del mundo, durmió a pierna suelta, casi se monta una revuelta.
La gran mujer invadía sus pensamientos, en su ausencia, se removían sus sentimientos, ansiedad, ganas de comprarle mil sarmientos, obnubilado, vida alterada hasta los cimientos.
Mientras tanto su imperio se veía amenazado, amotinamiento en ciernes, Antonio atemorizado, pero, aun así, Edmundo es digno de iración, feliz, pero con la guardia baja, estudia su sucesión.
Encomienda a su mano derecha una reunión, sus comandantes y Antonio asisten con confusión, nombra a su primo jefe y le otorga plenos poderes, se autodestierra a la costa con todos sus enseres.
Se lleva a su familia, a Sara y su hijo a paradero desconocido, con un millón ahorrado para construir un nuevo y feliz nido, mientras tanto en el barrio se labra una guerra civil, nadie a salvo, paz defenestrada, territorio hostil. Antonio cae sorprendentemente a las primeras de cambio, el rey del inframundo jura venganza, intercambio, la sangre corre por las calles, el rival es acorralado, en una bocacalle oscura recoge lo que había sembrado.
Aunque Edmundo jamás había matado y disparado, vació el cargador en dos segundos, Antonio vengado, decide abandonar nuevamente el barrio, su pasado, pero este le persigue, y en la estación de tren, es arrestado.
Alicia, la auténtica
Desde siempre abogada de las causas perdidas, yendo de frente, defendiendo a personas oprimidas, con la verdad por bandera, desbaratando mentes podridas, levantando ampollas a su paso, a la par que curando heridas.
Simpática, alegre, gentil, sensible, amiga de sus amigos, aun así, no le tiembla la mano a la hora de repartir castigos, impiadosa con todos aquellos que considere enemigos, tiene debilidad especial por desamparados y mendigos.
Trabajadora incansable recaudando para una ONG local, activista feminista y por todo aquello que sea social, emplea su tiempo libre en organizar manifestaciones, el fin de semana, por la noche, busca otras sensaciones.
Pues, amor, tiene para repartir, para dar y tomar, ligona incansable, no le interesa una pareja regular, vive y disfruta la noche con sus más allegados,
la culmina en su lecho con jadeos acompasados.
Una noche de fiesta a alguien especial conoció, química inmediata y absoluta, se sorprendió, como si se conocieran de siempre, la fascinó, pensó incluso verle algún otro día, la inspiró. Tras una noche memorable, se despertaron felices, ambos cuestionándose si llegarían a comer perdices, risitas nerviosas cual adolescente ante su primer amor, la llama de la noche seguía, se refugiaron en su calor.
Tras una siestecita postcoital de rigor, compartieron sus mentes sin resquemor, él le dijo que creía que nunca repetirían, ella le dijo que por supuesto otra noche elegirían.
Él insistió en que no era su primera noche juntos, de algarabía, ella le juró que una noche como la anterior, jamás olvidaría, ambos se impacientaron con la imposible versión del otro, Alicia se vistió rápidamente, le miró y salió como un potro.
«¡Maldito loco!» pensó en voz tenue pero alta, luego razonó: «¿Sería el whisky de malta?», «¡Bueno, aun así fue una gran noche!» pensó, suspiró y, por si acaso, hacia el metro se apresuró.
La vida seguía, una historia curiosa más que contar, sus amigos se desternillarían y le dirían: «Vicisitudes del azar», el luto de tan ínfima relación le duró hasta la noche siguiente, un par de copas, nuevo ligue, relación casual y ardiente. Todo había vuelto a su sitio, juntando trabajo social y diversión, día a día disfrutando de su responsable y hedonista situación, cómoda en la certeza de saberse escritora de su canción, viviendo la vida con felicidad extrema y gran ilusión.
Saludando a la gente a su paso camino al trabajo, con una sonrisa de oreja a oreja y cierto desparpajo, llenó la mochila de documentos para rellenar, futuros donantes altruistas conseguir firmar.
Alegremente empezó a conseguir socios para su causa, la saludaban los fichajes de días anteriores sin pausa,
se acordaba de un par, al resto respondía y sonreía, «¡Cuánta gente noble hay aquí!» pensaba y concluía.
Por la noche quedó con unos amigos en un nuevo bar, desde el metro al destino, mucha gente se la paraba a mirar, «¿Tengo monos en la cara?», se cuestionaba sin rechistar, la primera cerveza de un trago, no era momento de degustar.
Entre amigos fue comentando su inusitada popularidad, «¡Está claro que sales mucho!» se mofaban con hilaridad, «¡Bebes mucho!» apelando a una posible falta de memoria, pero a Alicia no la convencían, algo no cuadraba en la historia. La extrañeza con el alcohol consiguió diluir, tras el bar, a bailar, buenas sensaciones a construir, intercambio de miradas con un apuesto hombre, rogando al destino que no conociera su nombre.
El cortejo mutuo dio comienzo al invitarle él a una copa, sonrisas, gracias insípidas, roces hasta en la sopa, salieron con la excusa de fumar, aunque ambos lo hubieran dejado, se besaron apasionadamente como si no hubiera alumbrado.
Llegó el momento de las temidas presentaciones, él, Alberto: «¿Tú Alicia, no?» dijo sin contemplaciones, descompuesta dio un grito de rabia y corrió a su casa. ¿Se estaría volviendo loca?, ¿su cerebro arrugado como una pasa?
Pasó la noche en vela intentando explicar lo inexplicable, ¿a santo de qué tanta popularidad repentina y deleznable? Ya por la mañana fue a ver a su terapeuta por vía de urgencia, manía persecutoria, antipsicótico al canto, reposo de emergencia.
Al salir de la consulta se encontró con una chica en la habitación, mismo rostro, mismo pelo, misma cara de estupefacción, pero la vestimenta difería, no le hacía justicia, estrecharon la mano y Alicia, conoció a Alicia...
Segundo, el primero
Érase una vez Segundo, rápido pero iracundo, nunca llegaba primero, pese a intentarlo con esmero.
Su nombre, su tremenda condena, de padres sin creatividad, qué pena, pues aparte de burlas en la escuela, siempre es medalla de plata, aunque le duela.
Al segundón nada consuela, siempre a la altura de la suela, trabajador incansable, pero sin cima, frustración constante, al que la vida tima.
Hasta que un día cambió de nombre con atino, se llamó Jesús, abandonando a su sino, de repente seducía cual corazón latino,
las montañas subía cual escalador alpino.
La maldición del escudero había abandonado, sepultando la vida que le había dado de lado, su destino ya no era cuesta arriba, cualquier muro con facilidad derriba. Pero, aunque difícil siempre había sido su vida, se sentía dueño y señor de sus bridas, trabajaba duro a la búsqueda de la perfección, ahora todo lograba sentado en su sillón.
Con la vida allanada, en todo era el campeón, echaba de menos la lucha, sitiar el bastión, la cima alcanzó, eslabón por eslabón, sintió vértigo, sin retos, sin acción.
Ser primero en todo se convirtió en maldición, se dijo sentado en la piscina de su mansión, contrató a un coach para enmendar el problemón, hallar la respuesta, encontrar la solución.
El coach indagó en sus adentros, quedó sorprendido, una historia tan fantástica jamás había oído, aun así, tras varias sesiones resolvió el enigma, liberó al alma en pena del profundo estigma.
Dejar de competir por defecto debía abrazar, compartir su suerte, al desamparado becar, pues la cima es solitaria, difícil de aguantar, en ella no hay triunfo si a nadie puedes ayudar.
La felicidad nunca antes había conseguido lograr, y pese a no haber dejado detalle alguno al azar, solo entonces la paz consiguió alcanzar, soledad abandonada, presente sin par...
Úrsula, la moderna
Antigua modelo y referencia de la movida ochentera madrileña, alma libre, summum de la independencia, siempre risueña, corazón itinerante y volátil, sin aparente dueño ni dueña, salvo por su hija sin padre, Lluvia, que con emularla sueña.
Reina de las pasarelas locales de día, fiestera sin límites nocturna, a Lluvia veía todos los mediodías para comer, misión diurna, a la pequeña la criaron sus amados abuelos, ante ellos, taciturna, de no ser por los ancianos, ambas hubieran acabado en una urna.
El tren de vida de la modelo de otra manera hubiera sido insostenible, diversión a raudales, máxima irresponsabilidad, muerte factible, dentro del absoluto descontrol y desenfreno, equilibrio plausible, sobrevivió a la movida, a su salud mental colocaron un imperdible.
Ya en los noventa rebajó la fiesta al sagrado fin de semana, alguna pareja estable, relaciones que al principio le salieron rana, pues todavía era y se sentía libre, cambiando cada día de liana,
aun así, su corazón ya desprendía alguna cicatriz, alguna cana.
Al alcanzar Lluvia la mayoría de edad, Úrsula la sacó de fiesta, quería enseñarle cómo funciona la noche hasta la hora de la siesta, la joven quedó encantada con la música, las luces y la gente, todavía no distinguía entre los seres angelicales y la serpiente.
La noche saca lo mejor y lo peor de sus participantes, desde el joven encantador, guaperas, alfa, los más liantes, al más noble y tímido, pero gran tertuliano en la prefiesta, cuyo valor se disipa en la discoteca con ineptitud manifiesta.
En la oscuridad, el orden social se altera, pierden los más brillantes, la mente se ofusca con el aparente caos y múltiples mentales sedantes, entran en juego aquellos demonios que la razón nublan sin compasión, desinhiben, traicionan el sentido común a cambio de diversión. Su vaivén de sensaciones es tremendamente adictivo, cualquiera, a según qué hora, puede resultar atractivo, cada minuto, cada segundo, puede resultar festivo, casi siempre con el objetivo de un final lascivo.
La madre, ya naturalmente curtida en mil y un batallas, desde los secretos de las orgías hasta las célebres Fallas, la instruyó a desenvolverse en todo entorno cual canalla, a divertirse, a jugar alegremente sin pasarse de la raya.
Pero Lluvia no veía al sexo opuesto como objeto de mera diversión, no se enamoraba perdidamente del primero que le prestara atención, buscaba una pareja que fuera mucho más allá de la mera física atracción, pese a su juventud, no veía el coito como alternativa a la masturbación.
Soñaba con hacer el amor toda la noche entre pétalos de rosas, después charlar hasta la salida del sol, entrelazados, pero sin esposas, era una romántica perdida, pero distaba de ser una losa, con la palabra, a la luz del día, seducía sin querer, no era sosa.
Poco a poco fue abandonando la seducción estéril del crepúsculo, su madre empezó a preocuparse, la veía deprimida como un forúnculo, la interrogó averiguando la falta de superficialidad de la joven, no entendía, pero solo quería que en su felicidad no hubiera desorden.
De entornos donde el objetivo era solo el desahogo primigenio,
la llevó a piano bars y a tertulias donde primaba el cerebelo, el genio, ahí conoció a gente de toda índole, de este y el anterior milenio, y, finalmente, se topó con un tipo alegre y profundo llamado Eugenio.
La conexión fue instantánea, pese a su incipiente timidez, gracias a su sonrisa permanente y su ágil brillantez, en calidad humana y carácter afable le daba un diez, conversación de calidad, en lides románticas un poco pez.
Pero a Lluvia le atraía a la vez que la enternecía, era natural sin dobleces y eso la convencía, al noble hombre le había tocado la lotería, y cuidaba la relación con cariño, afecto y alegría. A Úrsula, por supuesto, no le convencía, no era el tipo de hombre que para Lluvia quería, le veía poca cosa, sin hombría ni osadía, cero canalla, soso, dependiente en demasía.
La pareja disfrutaba cada segundo en compañía, conociéndose, deleitándose en cada manía, sin despreciar a los demás, añorando cada reencuentro,
siendo siempre el uno del otro el único epicentro.
La madre detectaba la felicidad en su hija, en el amor exitosa, empezó a compararse y a sentirse bastante envidiosa, con toda su experiencia, su vida sentimental era andrajosa, pese a adorar su estilo de vida, jamás se había sentido tan dichosa.
Decidió quedar con el hombre a tomar un café, para averiguar el secreto de quien al amor daba fe, al hablar sobre su amada se le iluminaba la cara, limpia, pura, sin cicatrices, ni una pequeña escara.
Palabra a palabra, frase a frase, empezó a entender su atractivo, inteligente, interesante, entre risas y reflexiones un tiovivo, se sentía atrapada entre su verbo y su inocente mirada, veía en él un corderito encantador al que darle una dentellada. Empezó a morderse el labio fijando la vista en su boca, a jugar nerviosamente con el pelo como una pobre loca, cayendo poco a poco en sus elaboradas redes involuntarias, fascinada por su transparencia, sus aspiraciones sedentarias.
A punto de atacar, de perder el control, pensó en Lluvia, a su sed aplicó formol, aprendió lo que su hija ya conocía por instinto, optó por experimentar algo nuevo, algo distinto.
Lejos de hacerse sapiosexual, pues de la carne se reconocía esclava, vislumbró en la mente ajena un aditivo más caliente que la lava, decidió deleitarse no solo con cuerpos sino también con almas, su espíritu vio renovado, refinando la cacería, a disfrutar con calma...
Guillermo, el deprimido
Alegre, simpático y dicharachero desde su tierna infancia, extrovertido, pero crítico, amistades en constante trashumancia, adicto a la noche y al whisky con cola, su adulta lactancia, con los camareros y camareras hace amistad sin distancia.
Profesor de inglés y español a partes iguales, profesional por vocación con gestos amables, gran imitador de acentos con tonos cordiales, nació para entretener, para aplacar males.
Juventud llena de devaneos pseudorománticos, le movía el placer de la conquista y sus cánticos, hasta que se vio envuelto en una relación pasional, inestable como una montaña rusa, adictiva y accidental.
Se retaban a infidelidades fingiendo placer, sus dañados egos intentaban llenar y complacer, evidentemente, en estas lides, él tenía todas las de perder,
hundido incluso cuando de ella se pudo desprender.
Fue dando tumbos de lecho en lecho, hundido en una profunda depresión, un hecho, solo como en una piscina un helecho, jamás hallando la paz, nunca satisfecho. Profundizó en la noche y sus bebidas espirituosas, sus locuras, sus sinsentidos, sus sendas sinuosas, cavando a su mente y su cuerpo una fosa, su relación fallida le pesaba como una losa.
Varios intentos de negocio fallidos con amigos y familiares, luz del sol abandonada, oscuridad abrazada a mares, deambulando cual zombi entre entes y lares vulgares, pese a todo siendo efímeramente de los más populares.
Una buena noche, exhausto, se acostó temprano, por la mañana le deslumbró el sol del verano, salió a la calle a tomar un café, cual común ciudadano, en la terraza de la cafetería comenzó a apreciar lo cotidiano.
Coincidió con una atractiva mujer, tranquila y cordial, se trataba de una sonriente, dulce y trabajadora oriental, le enseñó de la energía del Chi el más profundo secreto, descubrió que de la vida no era más que un triste analfabeto.
No cesó sus alegres y alcohólicas salidas nocturnas, encontró la tolerancia y la confianza en su pareja diurna, celebraba cual can cada reencuentro con su amada, alma gemela, pequeñas dosis de fiesta, balanza reencontrada.
Honorata, la rata
Desde siempre acumuladora de todo lo que se encuentra, consumista empedernida de lo gratuito, en nada se centra, cuenta los céntimos uno a uno, bajo el colchón su fortuna concentra, de su síndrome de Diógenes presume, se vanagloria y se adentra.
En su afán por acaparar cosas materiales sus relaciones descuida, por su obsesión no comparte ni los buenos días en su solitaria vida, sin embargo, su mente catalogando lo amasado se mantiene distraída, los ratos libres pasa en páginas web donde regalan todo sin mordida.
Se alimenta en comedores sociales guardando la cubertería de plástico, los voluntarios la llaman “la gran coleccionista” en tono sarcástico, también recoge alimentos de Cáritas, su toque eclesiástico, por la noche rebusca en la basura ajena, su momento gimnástico.
Para almacenar tanto bien material necesita dinero contante y sonante, trabaja a tiempo parcial archivando libros en una biblioteca lindante, no se siente valorada pese a ser perfeccionista de forma constante,
aun así, para almacenar no puede prescindir del escaso montante.
En su lucha por conseguir las mejores cosas de entre la basura, le salió un competidor, Manolo, rápido y carente de hermosura, al contrario de ella solo buscaba objetos que revender con holgura, modus vivendi de supervivencia para comer y pagar alguna factura.
Cada noche se encontraban y miraban amenazadoramente, se despreciaban y odiaban a la par que se temían profundamente, se adelantaban el uno al otro en cada cubo eficientemente, hasta descubrir que sus búsquedas diferían absolutamente.
Entonces conversaron, decidieron colaborar fraternalmente, los objetos de valor comercial revenderían equitativamente, la comida iría para Manolo y su familia, inequívocamente, los objetos de colección para Honorata, agradecidamente. Con la reventa y ahorros se compró una nave en un polígono industrial, su corazón no le cabía en el pecho, feliz como un gaditano en carnaval, para inaugurarlo invitó a su socio a una comida de latas celestial, la regó con un vino de brik y gaseosa de marca blanca especial.
Al ver un sueño cumplido de repente vio que estaba sola, Manolo tenía a su familia y ella no tenía a quien decirle hola, ¿cómo recuperar a sus seres queridos y ser correspondida?, se preguntó ensimismada y cabizbajamente abatida.
Su socio percibió su tristeza y la brindó un cálido abrazo, la sujetó tan, tan fuerte que por poco le salta el bazo, la pobre alma desconsolada agradeció el calor humano, aunque hubiera sido con la rudeza y fuerza de un bosquimano.
Decidió crear regalos con partes de su colección para sus allegados, se personó en casa de sus padres, no se sintieron afortunados, la echaron en cara su imperdonablemente extensa ausencia, se disculpó desde lo más hondo de su corazón alegando demencia. Su padre esbozó una media sonrisa y le acarició dulcemente la mejilla, lloró de alegría mientras su alma se derretía como la mantequilla, alcanzando el séptimo cielo de color y calor, se sentía de maravilla, la próxima vez traería el mejor vino que encontrara y una paletilla.
La madre le dio un leve abrazo que pronto se tornó en uno de oso, sus ojos se bañaron de lágrimas, encuentro más que provechoso,
almorzaron juntos, su hobby veían como algo, a decir poco, dudoso, chapados a la antigua, acto seguido le preguntaron por un futuro esposo.
Esquivó la bala como pudo recurriendo al pobre Manolo, luego le preguntaron por un futuro ansiado nieto, un pipiolo, Honorata, roja como un tomate, replicó que era cosa de dos, no sabía dónde esconderse, sudaba, le entró hasta tos.
Rápidamente fingió estar indispuesta y se despidió, ó a su socio, vuelta a las calles, se desahogó, no volvería a ver a sus exigentes padres, le podía la presión, refugiarse en sus objetos, era lo único que le daba satisfacción.
Faustino, el empresario vividor
Fiestero y seductor empedernido, en el bar de Paco ha hecho su nido, antiguamente fuerte por dentro y fornido, viviendo de lo que fue, y un despido.
Acercándose a la odiada cuarentena, pese a su vicio, ni un día en la trena, ni atisbo, ni un átomo de cadena, aunque atado a la copa, sin pena.
Por la mañana carajillo leyendo las noticias, tertulia con Paco, de todo menos caricias, la realidad externa bien podría ser ficticia, en el redil del bar jamás se hará justicia.
Vive de contratos de energía de los que se lleva un porcentaje, vende a hogares, bares, restaurantes y empresas sin linaje, otrora vendedor de élite, hasta que la política interna le dio coraje,
se enfrentó al jefe y ahora vive de un listado al que imponer peaje.
Trabaja un día al mes, sin plazo, en el bar urde el próximo pelotazo, quiere volver a vivir como un marqués, redimirse del pasado, superar el traspiés.
Monta una página web de venta de vinos, casi se deja la espalda y los ojos chinos, una vez finalizada lo celebra en el bar sin mucho atino, toca ar a las bodegas, «Mejor me tomo un fino».
¿Miedo al éxito o miedo al fracaso?, necesita un socio para evitar el vaso, se cree independiente, pero sin un jefe no funciona, no remata sin el látigo de una persona que le presiona.
Lucha estéril, dando bandazos para ser independiente, solo sabe trabajar con quien no le siga la corriente, no importa que sea fácil o que le imponga una pendiente, lo importante es que en cuerpo y alma esté presente.
Une sus fuerzas con otro vendedor de élite despedido, monta un negocio de seguros con el mejor avenido, aparca la fiesta de diario hasta haber vendido, el socio le tima y abandona, llora a moco tendido.
Vuelta a las andadas, a beber latas de cerveza, a llorar por las esquinas, a abrazar la pereza, a la búsqueda de un nicho de riqueza, una fuente de ingresos, una fortaleza. Mientras tanto, entre ligue y ligue conoce a Sonia, le quiere con loca ceguera, ama hasta a su colonia, le endereza con cariño y apoyo económico, relación pura y curativa, suelo ergonómico.
Pero el tozudo se empeña en ser jefe de todo, con su inmadurez y falta de disciplina no hay modo, triunfos y derrotas celebra con una fiesta, le vendría mejor cambiarlas por una siesta.
Sonia, lógicamente, se enerva e impacienta,
harta de tratar con tal voluble cenicienta, derrotado vuelve a casa de sus padres, vuelta al bar, ligues, fiestas y sus compadres.
De fiesta en fiesta, de flor en flor, de resaca en resaca, no tiene ni color, alma en pena, sin dirección ni pudor, hasta que agotado, se le apaga el motor.
Rosa, la santa
Rosa, la santa y, por ende, sosa, madre, hija, hermana y esposa, aguanta una gran losa, la de ser vista como una cosa.
Todos la utilizan sin perdón, como a una loca le dan la razón, ¿su sueño?, ser dueña de la situación, dominar cualquier tema, toda reunión.
En otros tiempos reina de la canción, llenaba estadios hasta el último rincón, aunque lo hiciera por simple diversión, disfrutaba siendo el centro de toda atención.
Pero desconfiaba, escondida en su mansión, de todo galán que la prometiera pasión, de productores que la explotaban como misión,
se refugiaba en su familia, su perdición.
Se renamoró de su primera pareja, el que mejor le había comido la oreja, por él dejó la música y se autoimpuso la reja, solo quería tener niños y con él hacerse vieja. Pero tras la fama con la música volvió la normalidad, su familia y amigos la trataban como una obviedad, el éxito alcanzado fue rápidamente olvidado, vuelta a una existencia en la tristeza y el sado.
No era ni siquiera la oveja negra, la mala, simplemente transparente como una bala, de ídolo internacional y reina hasta en una cala, a un insulso bonito jarrón en medio de la sala.
Rendida, se volcó en sus churumbeles, seres adorables, especialmente por ser noveles, solo querían su afecto y algunos pasteles, no entendían de etiquetas ni de carteles.
Con ellos suplía su incomodidad social, era feliz, sus infancias la llenaban, como comer perdiz, la actitud de su pareja la invitaba a un desliz, su inocencia en el amor la hacía aprendiz.
Por el bien de los niños sacrificó su cordura, el soportar a su marido prepotente, una locura, decidió apuntarse a un dulce club de lectura, grupo educado, amable y lleno de cultura.
Su sensibilidad e inteligencia la hicieron destacar, interpretaba la literatura con soltura y sin par, llamó la atención en el grupo, todos la querían imitar, Pablo, el organizador, de ella se empezó a prendar. Tras las reuniones, un grupillo tomaba café, se apoyaban y escuchaban hasta la hora del té, terapéuticamente divertido momento de fe, entre seres humanos, aunque fuera un cliché.
Al enterarse, Pablo se unió a las tertulias cafeteras, donde todos desnudaban sus almas hasta las hombreras,
no había alma sin palabra, sin oído que le abasteciera, trato empático y solidario por dentro y por fuera.
Rosa en Pablo se empezó a fijar, en su porte, en su calidez, en su andar, en sus ojos, en su sonrisa pura y verdadera, que hacía que su existencia no le doliera.
En un momento de astucia y destreza amatoria, montó un grupo whatssapero para alcanzar la gloria, ya no solo lo tenía presente en su cálida memoria, tenía su foto, su teléfono, sus palabras, su historia.
Pablo, más experimentado en lides del amor, aprovechó la abertura para alcanzar tan bella flor, por privado, le envió románticos poemas, dosis de calor, ella le cantaba en notas de voz, llenando los silencios de color.
Amor platónico, excitante, como todo lo prohibido, y pese a ello, salvo los niños, lo único que tenía sentido, reminiscencia de lo que un día ella había sido,
blanco de amores, libertad, un estilo de vida perdido. Con el paso de los días lo platónico pasó al olvido, en casa de Pablo construyeron en secreto un nido, las horas de colegio de los niños pasaban de gemido en gemido, su pasión satisfacían uniendo sus cuerpos, acompasando latidos.
Tan pura y verdadera era su relación, su idilio, su amor, que Rosa, otrora pudorosa, no sentía el más mínimo resquemor, por fin había aprendido a ser libre de toda su adoctrinación familiar, lazos tóxicos mutilados y enterrados para sanar su glándula biliar.
Al pasar varios meses, su romance no hizo más que afianzarse, hacia su marido ni cariño ni afecto, no quedaba más que dejarse, el trago más amargo no sería separarse sino divorciarse, custodia compartida, y su fortuna artística conservar hasta hartarse.
Pese al apego a su nueva pareja, por fin se sentía libre, de sentir, de expresarse, de dejar que su corazón vibre, junto a Pablo y sus niños su mente halló el equilibrio, compendio entre cuerpo y alma, atrás una vida de suicidio.
Eusebio, el del bar
Cliente predilecto, de ahí su apodo, el del bar, en la barra tiene su esquina, nadie la puede ocupar, en sus años mozos le encantaba cantar, a sus groupies conseguía agradar, ron de doce años en el camerino, no al azar, solo con su banda tenía que cooperar.
Pero un mal día, una groupie quedo embarazada, le sacó hasta el higadillo, se quedó en la estacada, el tiempo y el alcohol le restaron sex appeal, se acabaron las cenas selectas, el bacalao al pil pil.
Eusebio entró en depresión, y con ella se fue la musa de la canción, de camerinos y suites de hotel, pasó a albergues, tremendo papel.
En el parque del Retiro pasaba las mañanas cual cigarra,
cantando sus viejas canciones acompañado por su guitarra, cuando le alcanzaba para una cama y algunos copazos, corriendo iba al bar, a mecerse en su etílico regazo.
El barista, íntimo amigo, le hacía precio especial, por pasar cada tarde en su esquina por algún real, caña tras caña, el mundo se transformaba en lugar ideal, salvo las damas, que solo veían a un borracho descomunal. Pese a haber tenido mil amores en su juventud, su corazón solo pertenecía al ron cubano hasta el ataúd, no obstante, sus canciones eran odas a la mujer amada, recuerdos de un primer amor al que dejó con camada.
Cerveza tras cerveza iba ahogando las penas, de un corazón sangrante y con muchas condenas, sin embargo, de su sonrisa era accionista, sus males son suyos y con ellos es egoísta.
A fin de cuentas, cantaba por entretener, su vida era un show que por inercia debía mantener, en el bar contaba sus desamores y mil aventuras,
sus compañeros de batalla le escuchaban, le daban cordura.
Hasta que el alcohol su voz borraba, y el piar de los pájaros hacia su morada le guiaba, haciendo eses llegaba al albergue, sufriendo las risas de algún imberbe.
Ducha y resaca por la mañana, vuelta a El Retiro para la siguiente caña, y pese a sobrevivir con maña, se arrastraba por las calles cual alimaña.
Al fin y al cabo, detrás de cada payaso hay un corazón roto, deambulando por la vida como un humilde despojo, alimentándose de la sonrisa de quien no ve que está cojo, de las risas sinceras se nutrirá hasta el final cual piojo. La ausencia de amor y pertenencia, son su tortura diaria, su penitencia, víctima de un modus vivendi sin suerte, carpe diem como lema, hasta la muerte.
Margarita, la visionaria
Desde pequeña se entretenía sola con sus juguetes, no había forma de quitarle su mantita y sus chupetes, aprendió a leer de bebé y antes de decir mamá, dijo Alpedrete, hacía preguntas inoportunas, poniendo a sus padres en un brete.
Era feliz en su mundo, desde siempre libre pensadora, construía sociedades en su mente, de sus muñecos confesora, socializaba a su ritmo, pero ante todo era una ávida lectora, especialmente de textos de ciencia era firme devoradora.
En el colegio la adelantaron tres cursos sin derrota, en clase dormía profundamente como una marmota, sus compañeros la adoptaron como mascota, su carácter ausente achacaban a ser pasota.
Caía bien, no se metía con nadie y ayudaba sin reparo, los deberes compartía a cambio de libros, nada caro, los profesores la tenían manía ya que no daba ejemplo,
aun así, sus trabajos guardaban con mimo, como un templo.
A los doce años le regalaron un bonito y potente telescopio, todas las noches sin falta, se perdía en las estrellas con acopio, soñaba con viajar y fundirse en ellas como en un fumadero de opio, renacer etérea, perderse en las universales trompas de Falopio.
Descubrió que había correlación entre pirámides y constelaciones, que en ellas se hallaban las ansiadas respuestas, las soluciones, explicaciones que distaban de la incongruente versión oficial, desde puertos interestelares espaciales hasta el santo grial.
Ya en la adolescencia estudió tres carreras simultáneamente, física, química y arqueología, y en los ratos libres, la mente, solo tenía el propósito de descubrir, de tender un puente, entre el presente y el pasado, entre el visionario y el invidente.
A los dieciocho, con tres carreras y un puesto en investigación sin hechizo, montó una red de arqueólogos y astrofísicos, lo oficial deshizo, investigaciones in situ, en cada rincón, por un grupo castizo, cada día libre y de vacaciones viajó para supervisar, rizando el rizo.
Tenía equipos de profesionales por toda la ribera del Nilo, acogiendo a todo investigador que hubiera solicitado asilo, científicos repudiados por el orden oficialista establecido, buscadores de la verdad más allá del camino impuesto bendecido.
Viajó a Baalbek a ver las piedras gigantes talladas de mil toneladas, a Machu Picchu por los muros pre-Inca sin mortero ni dentelladas, todos milenarios, prehistóricos y de precisión nanométrica, formas imposibles, asimétricas, a la par que de sublime estética.
Pasó por el templo de Kailasa, construido de una sola piedra, luego, por las enormes pirámides bosnias vestidas de hierba y hiedra. ¿Su propósito? Resolver los misterios que los antiguos nos dejaron, reescribir la historia con la verdad que los gobernantes anestesiaron.
Deambulando entre teorías rocambolescas y dispares, desde dioses alienígenas a civilizaciones a mares, empezó a cuestionar absolutamente todo, en todos lares, desde la naturaleza humana, hasta sus divisiones impares. Si el ser humano vaga desde hace unos trescientos mil años, ¿por qué durante 294 se desplazaba sin fin, sin hacer a Gaia daños?
Restringido por una atmósfera, de día azul, de noche transparente, pero teniendo los astros y planetas del firmamento siempre presentes.
¿De repente montó civilizaciones ultra-avanzadas cerca de ríos?, ¿arquitectura, lenguaje, comercio, ingeniería, filosofía con brío?, ¿zigurats en Sumer, pirámides por toda la tierra con tecnología pobre?, ¿y todo antes y durante la edad de bronce con cinceles de cobre?
Para aderezar lo que los infinitos restos del pasado le dejaban, se entrevistó con historiadores ancestrales allá donde moraban, descubriendo que el 99% de ellos tenían una conciencia colectiva, de un cataclismo seguido de un diluvio universal sin alternativa.
Vio que todos los textos sagrados narran personajes fantásticos, lejos de representantes humanos terrenales, falibles y eclesiásticos, pareciera que lo inculcado desde el parto fuera en tono sarcástico, ¿el conocimiento real embalsamado desde el tiempo jurásico?
Conclusiones certeras pocas, salvo que la evolución no fue lineal, ¿construcciones colosales antes de inventar la rueda? ¡Surreal! ¿Fortalezas construidas en montes sin salvo la escalada?
Empezó a dudar hasta de la ciencia, donde otrora era refugiada.
Descubrió una pirámide virgen en Centro América, alineada a una estrella de una constelación periférica, estaba perfectamente camuflada en la jungla deshabitada, a nadie avisó, decidió mantener a la oficialidad desinformada.
Junto a su equipo guatemalteco se lanzó a la aventura, machete en mano, se abrieron paso hacia la estructura, tras días de marcha hallaron la forma geométrica, revestida de un tupido follaje y un aura magnética. Al acercarse a la enorme figura se notaba un silencio sepulcral, no se oían los sonidos de la selva, paraje misteriosamente antisocial, optaron por hacer un cortafuegos en el perímetro de la construcción, era más grande que cualquier otra sujeta a vigente investigación.
Echaron un ácido que no dañara la roca para despejar un bloque, descubrieron piedra caliza perfectamente lisa al toque, al o con los dedos liberaba un ligero electrochoque, en vez de escalonada era recta a unos cincuenta y cinco grados, sin retoque.
Margarita llevaba un diapasón con la frecuencia del Om para meditar, tocó la piedra descubierta con la herramienta para experimentar, de repente la enorme estructura empezó a violentamente vibrar, toda vegetación se desprendió, desnudando una figura sin par.
Era blanca como la nieve, el reflejo en sus paredes, cegador, alta como una montaña, resplandeciente como una flor, la vibración potente como un trueno ensordecedor, generando una energía enorme a su alrededor. Cayeron al suelo, de vegetación acabaron bañados, aturdidos por la reacción tan poderosa, alarmados, era la primera pirámide viva, lo que habían buscado, teorías de conocimiento mofadas, por fin confirmando.
Con el pasar de los minutos la gran figura se fue calmando, boquiabiertos y un poco asustados se fueron recuperando, poco a poco, entre abrazos, sonrisas y lágrimas, levantando, comentando qué hacer, abrumados y levemente susurrando.
Decidieron buscar alguna apertura al coloso, ya durmiente, sin tocar nada, ya que su poder era, a decir poco, latente,
encontraron una inscripción en jeroglífico egipcio saliente, era una hendidura con la forma de una mano. ¿Un puente?
Se miraron el uno al otro, pensamientos idénticos, telepatía, todos y cada uno pensaban exactamente lo mismo en sintonía, ¿quién posaría su huella digital, su existencia arriesgaría? Margarita se prestó voluntaria, la curiosidad la invadía.
De golpe se volvió etérea, su cuerpo yacía inerte en el suelo, su esencia inició un incontrolado e interestelar vuelo, sin control alguno salió de la tierra, del sistema solar, llegó a la estrella de Sirio, se posó en un misterioso altar. Apareció Thot, dios del antiguo Egipto, anteriormente atlante, primero en su forma medio humana, medio halcón, aclarante, luego adquirió una forma más familiar, menos inquietante, sonrió y entró en su mente con una mirada penetrante.
Representante del conocimiento y la sabiduría inmortal, le transfirió la historia y los secretos de todo lo celestial, el significado de la vida más allá de la existencia terrenal, su misión, encomendada por los dioses, en su vida actual.
De ella se exigía que siguiera en su odisea por propagar la verdad, aclarar la cortina de humo que inhibe la presente oscuridad, fomentar las tecnologías que equilibraran la biodiversidad, redirigir el rumbo de una confusa, iracunda y dividida humanidad.
Raimundo, el aventurero
Desde pequeño soñaba con dar la vuelta al mundo, conocer sus tierras, sus mares, sus gentes, su inframundo, investigar sus sociedades desde un rey hasta un vagabundo, mezclarse hasta no distinguirse de un oriundo.
Estudió antropología y psicología con distinción, de vacaciones visitando durante un mes una nación, cumpliendo su sueño, disfrutando de la investigación, ampliando conocimientos del ser humano y su situación.
Pero un mes en otro país le sabía a bastante poco, quería más tiempo, convivir más, aumentar el foco, adentrarse en la cultura de cada lugar con la pasión de un loco, sumergirse desde la casa de un aldeano hasta un gran zoco.
Sus anhelos contrastaba en terapia, fuera de ella, sordera como una tapia, nadie fuera de esas cuatro paredes le entendía,
solo ahí y en el extranjero era libre con alegría.
Un día cayó en que estaba en el siglo veintiuno, que para su trabajo no necesitaba despacho alguno, solo necesitaba una ventana a través de su i-phone 31, su cartera, su búsqueda, sus viajes jamás pasarían ayuno. Decidió comenzar por el norte de Europa en babia, pasó seis meses en cada país de Escandinavia, aprendió a valorar la aislante soledad social, se transformó en vikingo honorífico sin igual.
Decidió emular sus lejanas travesías, sus conquistas, por el norte de Inglaterra casi se le pierde la pista, rodeado de vegetación, lluvia y un acento inglés incomprensible, se refugió en pubs donde se ilustró en alcoholismo inservible.
A pesar de todo, conoció a gente amable, curiosa y divertida, aprendió de su música, la sobria, la beoda y la más nutrida, descifró el humor inglés norteño casi enseguida, tras diez resacas consecutivas preparó su huida.
A punto de cirrosis, decidió continuar su periplo, en tierras británicas dio por concluido su ciclo, siguiente parada la isla remota de Islandia, que en comparación era como ir a Disneylandia.
Se entrevistó con los ancianos, se nutrió de sus leyendas, aprendió de sus antepasados, sus métodos y sus sendas, compartió sus conocimientos sobre su tierra de origen, indagó con la determinación de un adolescente virgen.
Averiguó que el azote de las costas llegó hasta Estados Unidos, recorrió la costa oeste siguiendo el rastro de esos seres fornidos, descubrió en una reserva que tuvieron o con los nativos, encuentros violentos, mortíferos y, tristemente, lascivos.
No halló rastro alguno de asentamientos, pese a escarbar la tierra hasta sus cimientos, concluyó su investigación de los temidos norteños, decidió virar su rumbo hacia la tierra de los jalapeños.
Siempre había sentido curiosidad por los Mayas y su calendario,
más que por los conquistadores y su propio abecedario, decidió visitar las pirámides con un guía local y su diario, donde escribir sus aventuras, y del que siempre será gregario.
Desveló que el mundo se había acabado en el dos mil doce, aun así, aquí seguimos en el mundo físico pese al roce, ¿Lo interpretamos mal o es otro mito roto que todo el mundo reconoce? Pese a esto su legado se mantiene, no hay cataclismo que lo destroce.
Tras años de viaje a la búsqueda de todo lo trascendental, había llegado el momento de divertirse, de portarse un poco mal, viaje en avión a la lujuriosa y decadente Tijuana, a festejar la vida con tequila y un poco de marihuana.
De vacaciones de las vacaciones se refugió en Puerto Escondido, smoothies depurativos, playas cristalinas, al sol tendido, noches largas ante una fogata al canto de una guitarra, amor libre con un grupo de hippies de proveniencia bizarra.
Vistas que regeneran la vista, relax paradisíaco, aderezadas con pulque, cervezas y algún afrodisíaco,
desintoxicación del alma y sus sucedáneos, en un crisol indistinguible entre locales y foráneos.
Como buen psicólogo no tardó en amistar con unos argentinos, intercambiando opiniones y análisis sobre españoles y latinos, conversaciones amenas y pasionales con atino, desde la comida hasta el atardecer vespertino.
De lo científico y racional pasaron a lo espiritual, charlando sobre Dios y los dioses y de la creencia actual, de la separación entre lo divino y la institución episcopal, de la historia de la humanidad, de encontrar el Santo Grial. Tras días de debate concluyeron ir a Real de catorce, el desierto, cansados de tanto debate, de tener el consciente despierto, ya que no sólo en el raciocinio se encuentra el acierto, consultar con el alma cuanto de ello estaba en lo cierto.
Contrataron a un chamán para penetrar en el inconsciente, una dosis de peyote, un viaje para el díscolo y el creyente, adentrándose en los sitios más recónditos de la mente, por aquellos lares por donde el cerebro te dice lo que siente.
Llega la hora de la travesía, de comer el cactus bendito, suena el tambor y el canto del chamán, jamás maldito, comienza el viaje en el tiempo a por traumas pasados marchitos, curados con la sabiduría del presente y los espíritus, sin grito.
El alma se desprende del cuerpo para observar el cuerpo y la mente, el hongo del desierto permite buscar y corregir profundamente, juicio duro y demoledor a la par que justo, conciliador y sanador, desgranando cada ápice del ser, desnudándolo sin pudor.
En plena abstracción de los sentidos, haya la paz, el equilibrio, le hablan los ruidos, conecta con la naturaleza, lo vivo, lo inerte, los fluidos, hasta volver en sí, feliz, realizado y añorando su nido.
Comprendió que pese a tener alma de viajero incomprendido, jamás debiera olvidar de dónde es, será y siempre ha sido, recargar su yo interior junto a los suyos, no dejarlos en el olvido viajar sin equipaje interior, hasta que el cuerpo se dé por vencido.
Yolanda, la contrabandista
Espabilada en amasar fortuna desde la infancia, su abuela le enseñó el arte de la quiromancia, halló un nicho en el recreo que le brindó abundancia, leyendo las cartas con dedicación y constancia.
Se autopredecía el futuro dos veces al día, lo apuntaba en un diario, por la noche a ello acudía, constataba que todo lo dicho se cumplía, si no enseguida poco después coincidía.
Sus arcas crecían sin parar, exponencialmente, su abuela le había enseñado a ahorrar concienzudamente, pensaba «¿Quién sabe lo que nos depara el futuro?», la joven pitonisa no despilfarraba ni un duro.
Gastaba lo justo para su trabajo y algún anillo, inversión para el día de mañana, para su bolsillo, en los estudios, le llamaban las matemáticas y las económicas,
quería mantenerse independiente de jefes y venideras Troikas.
Llegada la adolescencia se dio algún capricho, nada exquisito, cannabis, cerveza, complementos y ropa del último grito, los estudios empezaron a importarle un pito, orden inexistente, alma ignorada, cerebro frito.
Rebelde hasta con la bienamada abuela, a la que ya nada ni nadie consuela, otrora consejera, amiga y mentora, ahora aislada, ignorada, solo llora.
La pobre señora poco a poco se marchitó, murió de pena, la noticia le llegó en el parque, intoxicada, entró en barrena, abandonó las cartas, le recordaban demasiado a ella, aumentó la dosis de alcohol y marihuana para borrar su huella.
Problemas monetarios al ahogar su fuente de ingresos, recurrió a lo fácil, a vender a la vez que consumía de sus excesos, alma vieja y deteriorada, nublada por internos y externos decesos, aparcando el futuro por un presente con sentimientos en recesos.
Aquellos que le otorgaba cada trago y cada calada, cada vez más ineficaces, más ausente la mirada, de su cobardía, de su inmadurez, se convirtió en servil criada, sin embargo, su atormentada mente distaba de estar chiflada.
Los negocios prosperaban como nunca, iban viento en popa, ya no gastaba en nada, ni en drogas, ni complementos, ni ropa, poco a poco pasó de lamerse las heridas a juntar una extensa tropa, de vender cannabis por doquier pasó a la más prolífica farlopa.
A mayor beneficio, mayor riesgo y enorme problema, tensando la cuerda con la policía y con el sistema, necesitaba agudizar los sentidos para solventar el dilema, dejó de consumir drogas y dormir, para librarse de la quema.
Untó a la policía, le servían de espía y de seguridad, el tráfico se realizaba con extrema facilidad, todo fluía sin obstáculo alguno, con celeridad, el barrio a sus pies, sin consecuencias, sin responsabilidad.
Tal era el éxito que no sabía cómo su fortuna blanquear, poco a poco se cansó de tanto pensar, de tanto mandar, de tiendas esotéricas montó una enorme cadena, lectura de cartas, venta de cristales, alejó la trena. Vendió su negocio de tráfico y trapicheo, a su mano derecha y al comisario, cual trofeo, recuperó su relación con el ansiado Morfeo, sin riesgo, sin ataduras, sin altibajos, sin bardeo.
Al año acabaron todos en un centro penitenciario, Yolanda salió indemne, volvió a leer su destino a diario, en paz con su atormentado pasado y su presente, abrazando la simplicidad de una vida congruente.
Umberto, el duelista
Caballero de alta alcurnia y vena violenta, asiduo cazador, vive de herencia y renta, otrora oficial de infantería, tendencia cruenta, su debilidad, duelos al alba con quien sea o le tienta.
Tiene el guante desgastado de tanto retar, sería bueno si alguien le pudiera parar, su placer por la sangre no tiene límite, cualquier humano o animal es un mero trámite.
Rabia incontenible por ver a allegados morir en batalla, sentimientos reprimidos pensando que por ellos no dio la talla, como oficial llevó a sus hombres a una muerte segura, ataque suicida al que sobrevivió por no ser un Miura.
Se congeló, entró en pánico al entender la situación, ríos de sangre mezclada con arena, infierno bermellón, en su retina se selló la imagen para la posteridad,
jamás volvió a conciliar el sueño con seguridad.
Los despertares matutinos en tensión, decidió conciliar, con los susodichos duelos que escogía clasistamente al azar, sus armas predilectas para los desencuentros, la espada y el puñal, en tiempos modernos se le compararía con el sanguinario chacal. Con cada corte, una descarga de adictiva adrenalina, poco a poco iba diezmando fuerzas al rival con inquina, cual felino alargaba el duelo, jugaba con ellos sádicamente, hasta tenerlos de rodillas, rematándoles impiadosamente.
Tras cada duelo, siesta profunda como un lirón, despertar sudoroso, a su enfermo corazón un arpón, su conciencia, aún limitada, no le dejaba descansar, su cerebro repasaba la escena, le impedía reposar.
Al atardecer ahogaba la memoria a base de Jerez, sórdidamente placando una existencia soez, en la que ni en la tierna infancia hubo candidez, por envidia, de la de los demás se vuelve juez.
Acumulando muescas a la salida del sol, aparcando soluciones, viviendo sin farol, falsa sensación de absoluto control, entre pesadillas, muerte y alcohol.
Una noche conoció a una amable y preciosa cortesana, Lidia era su nombre y presumía de mantener a la gente sana, en su lecho hacía milagros, a la gente agotaba y adormilaba, tan exhausto le dejó que no llegó al duelo, se le caía hasta la baba.
Por no cumplir con en el desafío quedó deshonrado, revancha al amanecer siguiente ante un pobre desalmado, por la ausencia tuvo que ceder la elección de armas, pistolas de duelo a veinte pies, saltaron las alarmas.
Disparó primero, solo le rasguñó un brazo, el rival, con calma, apuntó y le destruyó el bazo, derrame interno, muerte lenta y en plena soledad, para colmo, en total y absoluta sobriedad.
Su mente repasó los pocos momentos de felicidad vividos,
la noche con Lidia, remanso de paz, intercambio de fluidos, tranquilidad a sabiendas de que se acababan las noches de hiel, arrepentimiento por no volver a ver a la cortesana, degustar su miel.
Para Umberto no había luz al final de un túnel oscuro, vacío en vida y en el más allá sólo un infinito muro, silencio absoluto en un limbo y su inmensidad, la nada le esperaba, para toda la eternidad.
Sofía, la matriarca
Nacida en la isla de Lesbos entre amazonas guerreras, lejos de la Roma imperial, sus lobos y sus altas esferas, de educación similar a los disciplinados espartanos, otrora maestros de batalla, camaradas, aliados hermanos.
Pese a la dureza de los entrenamientos y tácticas de lucha, en filosofía, lengua y empatía también era bastante ducha, compartía vestuario, tertulia y algo más con sus compañeras, independientemente del origen, ya fueran locales o extranjeras.
Pues la isla se mantenía al margen de luchas de poder imperiales, era territorio neutro, exportadora de cortesanas salariales, a la par que de mercenarias sanguinarias y frías como glaciares, que disfrutaban torturando a sus rivales arrancándoles los genitales.
Lesbos era a todos los efectos un eficiente matriarcado, los hijos machos enviaban al griego patriarcado, se reproducían con los mercaderes más atractivos,
en noches de lujuria apartaban a los más nocivos. A menudo atracaban piratas con intenciones violadoras, tras cinco minutos de lucha huían como flechas voladoras, clavaban sus cabezas en altas estacas disuasorias, tolerancia cero a someterse, reinas de sus trayectorias.
Pese a tener todo en orden, bajo absoluto control, Sofía sentía que su existencia estaba en formol, comprobó sensaciones con un comerciante español, le describió su tierra, sus gentes, su afición por el alcohol.
Decidió que necesitaba por el mundo conocido viajar, pidió audiencia con la reina con el fin de consultar, su majestad le dio un salvoconducto para poder deambular, un barco con soldadas y cortesanas con el fin de comerciar.
Primera parada en Cartago Nova, Hispania, tierra del comerciante viajero y su parafernalia, fiestas privadas, alimentos salados sin represalia, ofreciendo servicios de cortesanas por sandalias.
El amable comerciante se llamaba Raúl, guardaba sus tesoros en su nave, en un baúl, se ofreció a acompañarla por el Mediterráneo, lares conocidos por él, en ninguno era foráneo.
Juntos visitaron desde Gades hasta Alejandría, a Antioquia y Bizancio con suma alegría, negocios, sexo, aprendizaje de cada cultura, todas merecedoras de sendas esculturas. Destino a destino el experimento sexual se convirtió en una relación, le atraían sus atributos y sus dotes para lidiar con cualquier situación, en el hispano veía un compañero, un complemento, un bastión, ante los reveses de la vida, un oasis constante de recuperación.
Un buen día al atardecer de Ibiza, Raúl hincó la rodilla, le pidió matrimonio con un anillo que era una maravilla, a Sofía se le escapaba el concepto y le miró extrañada, le dio las gracias, cogió el anillo y se comió una ensaimada.
El pobre rechazado se explicó con paciencia inusitada, la amazona rio, sonrió y luego aceptó encantada,
eso sí, con matices para que las obligaciones fueran bilaterales, matando las condiciones paternalistamente desiguales.
Al mercader no le costó nada acceder a las pretensiones, veía en Sofía a un igual, a veces un ser de otras dimensiones, una guerrera indomable sobre la que se escribirían canciones, con ella no habría día sin retos, sin aprendizaje, sin emociones. Ya casados, volvieron a la tierra de la isleña con lo conseguido, en audiencia con la reina, la amazona confesó lo prohibido, aun así, la monarca escuchó la argumentación por lo elegido, decidió que el hispano no fuera considerado un forajido.
La noticia corrió como la pólvora por todo el litoral, levantando ampollas en la femenina población local, ¿favoritismo a la monógama viajera?, descontento general, todas los miraban con desprecio, para ellas el principio del mal.
En el proceso de adaptación al nuevo y valiente viajero, enfermó la reina y con ella su apertura singular y sin pero, su permanencia en la isla amenazada, casi en un brasero, se urdía un atentado contra la pareja en el embarcadero.
Se salvaron ya que la reina solicitó su compañía en palacio, quería saber todo lo que ocurría en ultramar, sin prisa, despacio, aunque su séquito real les aborrecía, era totalmente reacio, quiso que los escucharan, a la pareja concedieran espacio.
La corte quedó ensimismada, poco a poco cambiaron de opinión, ya no les apuntaban con la mirada ni en la recámara con el cañón, habían comprendido que se podía amar a un hombre con distensión, que el sexo opuesto tenía cabida con un poco de adaptación.
Mientras tanto la monarca estaba cerca de su último aliento, nombró a Sofía heredera al trono sin titubeo ni aplazamiento, quería abrir las fronteras de su reino en un último intento, sus últimas palabras fueron de humilde agradecimiento.
El día siguiente se celebró la nueva coronación, la reina fue Sofía, Raúl el consorte, tensa situación, se respiraba contrariedad y belicismo en cada rincón, se gestó una rebelión espontánea contra la impuesta sucesión.
La reina y consorte se refugiaron en la corte sin aspaviento, el pueblo quería sus cabezas, un auténtico linchamiento, intentaron huir por la puerta trasera al puerto como el viento, fueron descubiertos, a Raúl y a Sofía se les acabó el tiempo.
Geminiano, el bipolar
Feliz a ratos y triste a la vez, a veces una planta, a veces un pez, lucha constante merecedora de un diez, se le juzga, pero jamás aspira a ser juez.
De pequeño, falto de cariño, atención y amor, soñando que alguien le regalase una flor, una sonrisa, una caricia, gasolina para su motor, un clavo ardiendo al que aferrarse sin dolor.
De mayor: inteligente, resolutivo y creativo, oscilando violentamente entre positivo y negativo, generando ideas de negocio originales y geniales, truncándolas por mal genio y Grouchianos ideales.
Yendo de fiesta nutriéndose de paraísos artificiales, marihuana, alcohol, cocaína y, de éxtasis, cristales, de la seducción auténtico artista y maestro,
en noches aciagas, en peleas echaba el resto.
Alternando noches de lujuria con visitas al hospital, poco a poco fustigando, matando su salud mental, hasta una noche en la que recibió una paliza brutal, en urgencias decidió cambiar su existencia demencial. Aceptó ver a un psiquiatra recomendado en su consulta, inicialmente pensó que era como pagar una multa, medicación, litio para regular su mente, mejorar su conducta, limar su locura, su diamante en bruto, su actitud abrupta.
Inició el tratamiento con rechazo y obnubilado, sin recordar lo que acababa de hacer, ni el pasado, poco a poco se fue acostumbrando, se notaba desenfadado, medicación reducida, mente y cuerpo relajados.
Pero le faltaba chispa, se había vuelto aburrido, lo notaban sus amistades y lo que había sido, era uno entre un millón, no el centro de atención, se notaba encerrado, encarcelado en una prisión.
Aun así, sus seres más allegados, los más cercanos, le recordaban el caos y el sufrimiento antes del matasanos, como el presente y el futuro finalmente tenía a la mano, el desequilibrio por poco le costó una muerte en vano.
Arropándose en su familia y en sus amigos de verdad, se lamió las heridas, aceptó integrarse en la sociedad, sobrellevando el estigma de una enfermedad mental, luchando contra viento y marea por dejar de ser dual.
Encontró trabajo de creativo, entorno hostil y bastante nocivo, y pese a ser por naturaleza competitivo, para su mente era prohibitivo. Lo peor de su bipolaridad no era no poder ser él mismo, lo que quisiera, sino que los demás esperaran que se comportara como si no lo fuera, lejos de tratarle simplemente como un tipo inofensivamente peculiar, le maltrataban irrespetuosamente por diferente, le querían aniquilar.
Se reían a sus espaldas y en su cara, como si su sola presencia les agravara,
le hablaban con sorna y miradas de complicidad, como en un patio de colegio, ni sombra de humanidad.
Pensó que la culpa era de la medicación, recaída a la vuelta de la esquina sin corazón, abandonó el litio para soltar la correa, con sus compañeros se enfrascó en una pelea.
Adiós al trabajo y a la balanza, a vivir al día, sin esperanza, al traste lo obtenido con labranza, vuelta a la noche, a la interna matanza.
Tras la recaída vino la recomposición, evento reincidente en su triste canción, cada ciclo afinando una mejor adaptación, hasta por fin hallar la paz, el equilibrio, la rehabilitación.
Virginia, la pequeña
En la infancia atleta y bailarina de gimnasia rítmica, sujeta a esfuerzos sobrehumanos y constante crítica, lógicamente, fuerte mentalmente a la par que elástica, ya de adulta, resiliente y con una actitud fantástica.
No había reto al que se enfrentara que se le resistiera, hacía ruido, se movía mucho para que se la viera, pues en su infancia la hormonaron para que no creciera, su altura preservaron eternamente en salmuera.
Medía apenas un metro y un pitufo, el destino le había endosado un pufo, aun así, era guapa, con curvas femeninas, pretendientes no le faltaban en todas las esquinas.
Le fascinaba todo lo extranjero, lo original, lo diferente, estudiaba antropología para entender y ampliar su mente, respetaba todo y se hacía respetar de forma vehemente,
regalaba sonrisas a toda persona que considerara decente.
Cada viernes se reunía en una plaza a tomar algo con sus amigas, para desahogarse y embriagar los sentidos y las fatigas, pasando por cuestionar por qué trabajaban como hormigas, a describir quién les había arrancado esa semana las ligas. A su mesa se les acercó un vendedor de artesana platería, sonriente, dicharachero, mulato latino, inmediata sintonía, se miraron entre ellas afilando los dientes cual jauría, pero el apuesto vendedor, Javier, solo para Virginia ojos tenía.
La pequeña se hizo sonsacar el número de teléfono, se lo habría dado con un lacito y por megáfono, entre todas le compraron seis anillos y con el botín, más tarde invitó a Virginia a una cena de postín.
Empezó el baile de una directa seducción bidireccional, jugando con las manos y las miradas de forma bilateral, acariciando con el pie por debajo de la mesa de forma no casual, adrenalina y hormonas activadas, sensaciones a nivel descomunal.
Tal era la atracción que en las escaleras de su piso consumaron, rápidamente se revistieron para el segundo asalto, no se reservaron, la cama rechinó durante dos horas, la paz vecinal no perdonaron, luego el silencio total, en el paraíso abrazados pernoctaron.
Comenzó una relación pasional, aunque solo en el lecho, la comunicación, la comprensión fluían sin techo, se veían desde dentro y desde fuera unidos, era un hecho, pero el latino quería más, estaba insatisfecho. Vino a España con el único objetivo de conquistar, de añadir muescas a su pistola sin dejarse enamorar, pues cruzar el charco era un objetivo temporal, enredarse en lides amorosas, solo una actividad sin bozal.
Sus aposentos vibraban y gemían de forma diferente cada día, entre venta, ligue y vivir la noche hasta el amanecer se dividía, aun así, a la antropóloga, mínimo tres noches a la semana veía, todo le iba bien, objetivos diarios cumplidos, la vida le sonreía.
Conoció en un mercadillo nocturno espontáneo en una céntrica plaza, a un hombre del mismo oficio, Miguel, vendedor sentado de raza,
también vendía plata mexicana pero no iba de terraza en terraza, enseguida hicieron migas, incluido con Virginia, pero de caza ni traza.
Pues ya estaba asentado con pareja estable de reclamo, buscaba huir del trabajo en oficinas, ser su propio amo, pero aún no había vivido lo suficiente, existencia de aspartamo, envidiaba la libertad del mexicano, pero ya estaba en otro tramo. En el mercadillo conversaron con un artesano de pulseras, les habló de la tierra prometida, Ibiza, donde llenar las carteras, les comentó sobre la belleza y la buena energía que desprendía, su cultura hippy y el turista adinerado que en plata compraría.
Virginia tenía vacaciones y los plateros asintieron enseguida, rumbo a la isla gloriosa, a vender y a disfrutar de la vida, fueron en autobús hasta el puerto de la costera Gandía, ya en el ferry se respiraba la expectación, la algarabía.
Al llegar a la tierra prometida, se respiraba un calor asfixiante, el camino a la casa donde habían alquilado una habitación, delirante, cuarenta grados cuesta arriba sin ruedines, bienvenida chocante, aun así, las calles llenas de vida, bikinis y torsos desnudos, boyante.
Ducha rápida y tour por San Antonio para estudiar el punto de venta, calle ancha y peatonal antes de las terrazas chill out, sin pagar renta, la zona se abarrotaba con la puesta de sol que el alma calienta, venta ligera, pero suficiente para cubrir gastos cual cenicienta. Al esconderse el astro mayor, los presentes estaban anonadados, subía la música gradualmente hasta una explosión, alucinados, en una simbiosis apoteósica entre naturaleza y un espiritual oasis, los visitantes entraban en un estado de felicidad y éxtasis.
El inusual trío era feliz con el ambiente desenfadado y festivo, entre los vendedores: hippies, y algún ingrediente adictivo, la exbailarina les comentó que la isla magnificaba las sensaciones, que había que vivir al día, disfrutar de todas las emociones.
De vuelta en el piso conocieron al dueño, un hotelero flamenco, les consiguió entradas para tres discotecas en días sin elenco, los precios de las entradas y las bebidas eran prohibitivos, aderezaron las salidas con bebidas energéticas y porros furtivos.
Alquilaron un coche para recorrer la isla, ir donde quisieran,
vender en cualquier mercadillo donde les consintieran, las ventas iban justas, pero no les faltaba de nada, hasta que llegó una mala nueva, suerte enredada. Champiñón, el perro de Javier, había muerto de mayor, el pobre entró en depresión, no podía sentirse peor, llorando día y noche, se olvidó de ser vendedor, Virginia le consolaba estando siempre a su alrededor.
Miguel tomó las riendas vendiendo la mercancía de ambos, todos a una, apoyo incondicional, inexistencia de bandos, la vida siguió con un aire de tristeza en la pequeña familia, percance duro, pero que al mexicano con el karma reconcilia.
Tras siete días intentando animarle sin pausa, sin relajarse, una noche, Virginia optó por darse un paseo para despejarse, llegó a la playa y se cruzó con un apuesto ibicenco, el caballero la saludó y le preguntó qué hacía sin zopenco.
La mujer rio a carcajada limpia por la ocurrencia, un remanso de humor ante tan triste vivencia, el isleño la invitó a una fiesta en la misma playa,
con fogata, percusión y cócteles de papaya.
Se sentaron ante el fuego e intoxicada se confesó, le contó su triste aventura, sus dudas, se desahogó, él escuchó atentamente, fue un auténtico caballero, era buena gente, digno de quitarse el sombrero. Ya ebrios, bailaron al ritmo del djembe alrededor de la hoguera, por un momento se sentía protagonista, los dramas afuera, caminaron a una distancia prudencial de la celebración, le besó lentamente, hicieron el amor, a su corazón un arpón.
Pasaron la noche juntos ante el mar y del fuego su calor, durmieron en casa del bienintencionado seductor, a la mañana siguiente Virginia decidió quedarse con él, mandó recoger sus maletas, dejó a Javier, y a su luna de hiel...
Damián, el gañán
Curtido en los campos de fruta ilerdenses de Mollerussa, redondeando el escaso jornal jugando a la ruleta rusa, su sueño: viajar y vivir algún día en la lejana y ansiada USA, llueva o haga cuarenta grados, trabaja de sol a sol sin excusa.
Tiene una paciente profesora de inglés americano, se llama Cindy, de Nueva York, de trato más que humano, refinada, elegante, le ve como un guerrero chabacano, ira su determinación por trascender lo mundano.
Ahorra cada céntimo con un único propósito: aparecer en imágenes, abrir una tienda de buenos productos catalanes en Los Ángeles, para poder cerrarla a su antojo e ir a audiciones de pelis de acción, físico ya tiene de sobra, su inglés en proceso de mejora, diaria misión.
También es adepto en boxeo y múltiples artes marciales, pero no compite, por mantener intactos sus rasgos faciales, pese a su brusquedad de aspecto y la ausencia de exquisitos modales,
en clases de teatro ha aprendido a desarrollar sus aptitudes sociales. Cae bien por directo y sincero con una mínima dosis de empatía, suficiente para socializar y evitar encuentros donde prime la alevosía, entre sus allegados hay gente de todo estrato que le ven con simpatía, celebra cada encuentro con amistades y conocidos con suma alegría.
Tras diez años en los frutales, cien ruletas rusas y mil horas de inglés, decidió saltar el charco con un buen colchón económico, con arnés, finalmente sería un empresario local, un acaudalado burgués, se convertiría en una estrella cinematográfica de la cabeza a los pies.
Ya en la tierra de las oportunidades, del gran sueño americano, se desenvuelve con soltura entre estadounidenses y chicanos, monta su negocio a escasos minutos de la meca del cine, para que el negocio y las audiciones con éxito compagine.
A los pocos meses de llegar, la tienda va viento en popa, en el cine solo le ofrecen roles en los que quitarse la ropa, inicios agridulces que capea tomándose una copa, mientras sueña con ser un marine repartiendo estopa. Mientras tanto conoce a una bella mexicana, de nombre Salma,
de aquellas que quitan el hipo y tanto a hombres como mujeres empalma, para colmo de bien tiene os en el mundillo hollywoodiense, le consigue audiciones con recomendación, sin suspense.
Inicia su carrera cinematográfica con papeles militares secundarios, matando rusos, chinos, norcoreanos y a muchos mercenarios, pasando por matones de poca monta, chulos, mafiosos y sicarios, rápidamente pasa a ser encasillado en roles apáticamente binarios.
Tras cinco años de eterno y limitado segundón, surge un papel encarnando a un espía, gran ocasión, finalmente es la estrella y decide hacer un papelón, contrata a un coach para que brille su interpretación.
Borda las escenas de acción y de cama cual gran veterano, llega el momento de una escena de dos minutos en primer plano, toca repetir la toma varias veces, se nota encasquillado, se concentra con los ojos cerrados para no tirar lo logrado. Repasa su vida, lo sacrificado para llegar a este momento, respira hondo y se mete en el personaje contento, recita como si le fuera la vida en ello, con sentimiento,
secuencia de Oscar triunfal, con desfallecimiento.
Rápidamente van a socorrerle, le superó la presión, cinco minutos después se reanima, bajada de tensión, ovación de todo el plató ante la magistral interpretación, la última escena esperará al día siguiente, le dicen con emoción.
Regresa a los brazos de su amada tocado, pero inmensamente feliz, deciden hacer el amor sin protección alguna, llenar su matriz, consideran que su carrera va a despegar, ya nunca más aprendiz, se acabaron los días de sufrimiento llegando a lo más alto sin cicatriz.
La mañana siguiente se disponen a culminar la película, secuencia de ruleta rusa, sin duda sacará matrícula, por experiencia, el personaje será al detalle perfecto, tiro real a la sien, se acabó el proyecto, y su trayecto...