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Wayward Pines. El paraíso

Blake Crouch

No, Wayward Pines no fue escrita por M. Night Shyamalan, sino por un, casi desconocido, autor estadounidense de Carolina del Norte. Escuché hablar por primera vez de Wayward Pines gracias a los comerciales que anunciaba una nueva serie de la cadena FOX. Parecía una serie más, del estilo de Lost, aunque la dirección de Shyamalan prometía emular a la mítica Twin Peaks, al menos eso pensaba. Y no iba demasiado equivocado. No es que la serie se parezca a la obra de Lynch, ni siquiera la he visto, así que no puedo opinar sobre ella. Pero sí estaba acertado en algo. El autor, Blake Crouch, fue uno de los afortunados fanáticos que pudieron ver la serie de Lynch en la televisión, pues, como lo afirma el autor en el mismo libro (Destino, 2015), quiso emular esa sensación desconcertante que provocaba le visión de Twin Peaks: un pueblo desquiciado cuya lógica no se podía hallar por ningún lado, un pueblo del cual no podía salirse, un paraíso falso, un infierno pletórico de belleza. ¿Puede la belleza esconder maldad? Los griegos no estaría de acuerdo; afortunadamente, las teorías estéticas han evolucionado mucho desde entonces. Si no, que le pregunten al personaje principal de Wayward Pines: el paraíso puede ser jodidamente malo, puede rezumar maldad. La historia es, aparentemente, simple. Un agente federal llamado Ethan Burke despierta sobre el asfalto, sin saber lo que ha ocurrido. Está totalmente desorientado, no recuerda casi nada, tan sólo seis cosas: el nombre del actual presidente de Estados Unidos, el aspecto del rostro de su madre, que sabía tocar el piano, pilotear un helicóptero, su edad: treinta y siete años y la urgencia de ir a un hospital. Es claro que ha tenido un accidente, se encuentra lastimado, como si lo hubieran atropellado. No posee nada, no tiene dinero, identificaciones. Y, ante sí, un pueblo maravilloso, cubierto por un paisaje boscoso, pletórico de belleza. Tiene que caminar hacia el pueblo, pedir ayuda, reestablecerse, obtener un punto de apoyo. Pero, el agente no lo tendrá fácil. El pueblo no es lo que parece, y sus habitantes no son nada cálidos. Como decía, no es necesario ver la serie para obtener un poco de emoción. Puede que el trabajo de Shyamalan sea excelente, pero el libro se sostiene por sí solo. El hecho de que M. Night Shyamalan sea el productor dice algo sobre el tipo de narración que se puede encontrar en la novela. Compara una novela con su adaptación puede ser un ejercicio interesante, o inútil. No hace falta más que pensar en la adaptación televisiva de Canción de Hielo y Fuego. Y me parece que, la novela de Blake Crouch no necesita una comparación con su homónima. Wayward Pines. El paraíso posee un lenguaje tan cinematográfico que marea. La prosa de Crouch parece una bestia desenfrenada dispuesta a devorar todo, las dudas, la curiosidad, las teorías, absolutamente todo. Los datos que, en un principio, son dejados por aquí y por allá como una especie de pequeñas pistas para el futuro, se desvelan demasiado rápido. No entiendo cómo es posible que pase tanto en un solo libro. Me explico: Wayward Pines es una trilogía. La primera parte, casi como si fuera una versión dantesca hollywoodense a la

inversa, nos introduce en lo belleza paradisiaca de un pueblo, aunque no sea más que una apariencia. Lo perfecto no puede ser real. Lo perfecto resulta una simulación. Los defectos hacen nuestro mundo, no porque sean defectos precisamente, sino porque le dan un equilibrio al mundo. Y en el mundo de la novela, ese pueblecito tan pintoresco, situado junto a montañas y bosques inmensos, imita la perfección, el paraíso de lo antinatural. Las consecuencias de la verdad serán devastadoras. Los giros de la novela son inesperados. Sí se puede intuir, por todos esos guiños que podrían haber servido para aumentar el misterio, que todo va a cambiar, que no se mantendrá la narración mucho tiempo en ese pueblo, que lo traspasará o lo superará. Como lector, se sabe que algo va a pasar, que algo está muy, muy mal, ya que la apariencia, o los tintes de locura que se le dan al personaje, confundido, en medio de una misión que no tiene ni pies ni cabeza, sin la posibilidad de ar a nadie, ni siquiera cuando va recordando datos de su vida privad, no terminan por cuajar. Es claro, el agente federal Ethan Burke no está loco. La locura está allá afuera, en un exterior que, a pesar de intuirse, no podría haberse concebido en todo su esplendor (o mejor dicho, en toda su oscuridad). Precisamente es este brusco giro en la recta final de la carrera de cien metros que es la novela, el que termina por debilitar la novela por entero. Una de sus debilidades (y fortalezas, según se vea) es su lenguaje ráfaga, sus estructuras incoherentes destinadas a acelerar el ritmo de la lectura: frases cortas, párrafos de una sola línea, diálogos cortos y no demasiado complejos, estructura llena de puntos y aparte que fácilmente podrían ser sustituidos por puntos y seguido. Y digo que es una debilidad para profundizar en la novela, en lo que el autor está realmente diciendo. Porque Wayward Pines es un bestseller de úsese y tírese, pero Wayward Pines también es un proyecto interesante de “weird fiction”, porque Wayward Pines posee una estructura de libro de consumo con un mensaje mucho más profundo, un mensaje humano, un mensaje de horror, un mensaje de advertencia. Con una estructura así, tan sencilla que casi pareciera estar hecha para lectores-consumidores que devoran cualquier cosa “interesante” que pasa por sus manos, Blake Crouch corre el riesgo de no ser tomado en cuenta como un narrador interesante de Ciencia Ficción, de literatura de anticipación, ya no digamos un Autor (con la a mayúscula). Puede ser que a él no le interese. Pero no me detendré explorando los supuestos deseos del autor, sino en la experiencia del lector. ¿Qué provoca Wayward Pines? Desazón, mareo, asco, emoción, ganas terribles de terminar el libro cuanto antes, una reflexión superficial, muchas dudas, decepción, ganas de seguir leyendo sobre la vida del agente federal y sobre ese mundo sobrepuesto con título paradisíaco. ¿Leerlo o no leerlo? Creo que vale la pena, a pesar del garrafal vuelco que la trama realiza en la parte final de la novela, a pesar de la desazón que tiene el lector aficionado a la Ciencia Ficción seria, a pesar de los errores del autor, quien no ha sabido manejar una dosis mayor de misterio, a pesar de lo

estúpido que puede sonar el giro brusco ya mencionado. Porque dentro de Wayward Pines no sólo se encuentra un libro de prosa fácil y excesivamente ágil, un simple producto de consumo. Hay algo aquí adentro, y espero que, en las próximas entregas, ese regalo dulce, esa reflexión profunda, salga a flote.