Chateaubriand
Memorias de ultratumba P R E S E N T A C I Ó N DE M A R C F U M A R O L I P R Ó L O G O DE Ì E A N - C L A U D E B E R C H E T
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T R A D U C C I Ó N DE J O S É R A M O N M O N R E A L
INDICES, PRESENTACION, PROLOGO, NOTA Y PREFACIO
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E p o p e y a extraordinaria de unos tiempos convulsos que Chateaubriand vivió como testigo y protagonista, las M e morias de ultratumba son un documento literario atemporal. M elancólico y desengañado, aristócrata que pre senció la Revolución sa, que viajó a la joven Re pública americana y conoció el esplendor y la falsía del Imperio napoleónico, así como la Restauración, Chateau briand fue un hombre polifacético, hábil y vehemente, cuyas Memorias— «un templo de la muerte erigido a la luz de mis recuerdos»— nacieron como confrontación personal con la H istoria, como revancha contra el tiem po. Un escritor maravilloso y de culto capaz de cons truir, como el profesor Fumaroli dice en el prólogo re dactado para esta edición, «una reflexión profunda, de una actualidad sobrecogedora y de un alcance universal, sobre la era dem ocrática inaugurada por la Revolución Americana y por la Revolución sa, sobre las gran des esperanzas que ella hizo nacer, sobre los peligros que llevaba en germ en, y sobre las pruebas insólitas a las que exponía, en su expansión m undial, la libertad y la humanidad misma del hombre». F ran çois René de Chateaubriand (Saint-Malo, 1768-París, 1848), uno de los m áxim os exponentes de la litera tura universal, fue uno de los personajes políticam ente más controvertidos de su tiem po. La fuerza descriptiva de su genio y su lúcida conciencia histórica dieron co mo fruto, entre otras obras, la vasta apología de E l ge nio del Cristianismo (1802)— con los famosos episo dios de René y Atala— , el poema Los nátcbez (1826), Las aventuras d el último Abencerraje (1826) y las M emo rias de ultratumba (1848-1850)— que hoy presentamos por vez primera en edición íntegra, en español, de acuer do con las últimas voluntaues del autor— , entre las que se cuentan algunas de las páginas más espléndidas de la literatura de todos los tiempos.
E l A cantilado, 102
M EM O RIAS DE U LTRATUMBA LIBROS I-X X IV
F R A N Ç O I S DE C H A T E A U B R I A N D
MEMORIAS DE ULTRATUMBA Libros I - X X I V Presentación de Prólogo de
j e a n
Traducción de
m a r c
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jo sé
fu m aro li
l a u d e r a m ó n
b e r c h e t m o n r e a l
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Mémoires d ’outre-tombe
VOLUMEN I
Publicado por: A C A N T IL A D O
Quaderns Crema, S. A ., Sociedad Unipersonal Muntaner, 4 6 2 - 0 8 0 0 6 Barcelona Tel.: 9 3 4 1 4 4 9 0 6 - Fax: 9 3 4 1 4 7 1 0 7
[email protected] www.acantilado.es © de la presentación, 2 0 0 4 by Marc Fumaroli © de la introducción de Jean*Claude Berchet, 1 9 8 9 by Bordas, Paris © de la traducción, 2^04 by José Ramón Monreal © de esta edición, 2 <564 by Quaderns Crem a, S.A. Derechos exclusivos de edición de esta traducción: Q uaderns Crema, S.A. ISBN
VOLUMEN
ISBN V OL UMEN
Presentación: Una segunda juventud para las Memorias de ultratumba, por MareFumaroli Prólogo: Génesis de las Memorias,por Jean-Claude Berchet Nota a esta edición
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M E M O R IA S D E U L T R A T U M B A Prefacio de Chateaubriand
1: 8 4 - 9 6 I 3 6- 8 5-X
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II: 8 4 - 9 6 I 3 6 - 8 6 - 8
ISBN OBRA c o m p l e t a : 8 4 - 9 6 i 3 6 - 8 7 - 6 DEPÓSITO
l e g a l
: b. 3.484-2005
Esta obra se beneficia del apoyo del Servicio de C ooperación y de Acción Cultural de la Embajada de Francia en España y del M inisterio francés de Asuntos Exteriores, en el marco del Programa de Ayuda a la Publicación (P.A.P. G arcía Lorca) En la cubierta, detalle de la tumba de Chateaubriand en Saint-Malo (foto grafía de Jaume Vallcorba) MERITXELL ANTON ALÍCIA
FERRAN
A sisten tes de ed ición
JAUME GAYETANO C la u d ia
o r t e g o
C orrección de pruebas
ROSA JULVE ana
g r iñ ó n
r o m a n y á - v a lls e n c u a d e r n a c io n e s p rim era p rim era
a r t e
Preim presión Im presión Encuadernación
e d ic ió n
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enero de 200 diciembre de 2004
reim p resión
Bajo las sanciones establecidas por las leyes, quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización por escrito de los titulares del copyrigh t, la reproducción total o parcial d e esta obra por cualquier m edio o procedim iento m ecánico o electrón ico, actual o futuro— incluyendo las fotocopias y la difusión a través de Internet— y la distribución de ejem plares d e esta edición m ediante alquiler o préstam o públicos.
L IB R O S I-X II ( 1 7 6 8 - 1 8 0 0 ) LIBRO PRIMERO
1...... 2. Nacimiento de mis hermanos y hermanas. Mi venida al mundo 3. Plancouét. Voto. Combourg. Plan de mi padre para mi educación. La Villeneuve. Lucile. Las señoritas Couppart. Soy un mal alumno 4. Vida de mi abuela materna y de su hermana, en Plan couét. Mi tío, el conde de Bedée, en Monchoix. Dispensa del voto de mi nodriza 5. Gesril. Hervine Magon. Combate contra los dos grume tes 6. Citación del señor Pasquier. Dieppe. Cambio de mi edu cación. Primavera en Bretaña. Bosque histórico. Campos pelágicos. Puesta de la luna en el mar 7. Marcha para Combourg. Descripción del castillo
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LIBRO SEGUNDO
1. Colegio de Dol. Matemáticas y lenguas. Características de mi memoria 65 2. Vacaciones en Combourg. Vida de castillo en provincias. Costumbres feudales. Vecinos de Combourg 68 3. Segundas vacaciones en Combourg. Regimiento de Conti. Campamento en Saint-Malo. Una abadía. Teatro. Casa miento de mis dos hermanas mayores. Vuelta al colegio. Inicio de una revolución en mis ideas 72 4. Aventura de la urraca. Terceras vacaciones en Combourg. El charlatán. Vuelta al colegio 78 5. Invasión de Francia. Juegos. El abate de Chateaubriand 83 6. Primera comunión. Dejo el colegio de Dol 85 7. Misión en Combourg. Colegio de Rennes. Reencuentro con Gesril. Moreau. Limoélan. Matrimonio de mi tercera hermana 89 8. Soy enviado a Brest para pasar el examen de guarda ma rina. El puerto de Brest. Nuevo encuentro con Gesril. La Pérouse. Vuelta a Combourg 94 9. Paseo. Aparición de Combourg 98 10. Colegio de Dinan. Broussais. Vuelvo a casa de mis padres 101
Vida en Combourg. Días y veladas Mi torre de homenaje El paso del niño al hombre Lucile Primera inspiración de la musa Manuscrito de Lucile Ultimas líneas escritas en la Vallée-aux-Loups. Revela ción acerca del misterio de mi vida 8. Fantasma de amor 9. Dos años de delirio. Ocupaciones y quimeras 10. Mis alegrías del otoño
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LIBRO QUINTO
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LIBRO CUARTO
1. Berlín. Potsdam. Federico 2. Mi hermano. Mi primo Moreau. Mi hermana condesa de Farcy 3. Julie mundana. Comida. Pommereul. Madame de Chastenay 4. Cambrai. El regimiento de Navarra. La Mattinière 5. Muerte de mi padre 6. Nostalgias. ¿Me habría apreciado mi padre? 7. Regreso a Bretaña. Estancia en casa de mi hermana ma yor. Mi hermano me llama a París 8. Mi vida solitaria en París 9. Presentación en Versalles. Cacería con el rey 10. Viaje a Bretaña. Guarnición en Dieppe. Regreso a París con Lucile y Julie 11. Delisle de Sales. Flins. Vida de un hombre de letras 12. Literatos. Retratos 13. La familia Rosanbo. Monsieur de Malesherbes: su predi lección por Lucile. Aparición y cambio de mi silfide
LIBRO TERCERO
1. 2. 3. 4. 5. 6. 7.
11. Encantamiento 11. Tentación 11. Enfermedad. Temo y rehúso abrazar el estado eclesiásti co. Plan de viaje a las Indias 14. Un momento en mi ciudad natal. Recuerdo de la Ville neuve y de las tribulaciones de mi infancia. Me llaman de vuelta a Combourg. Ultima entrevista con mipadre. En tro en el servicio. Adiós a Combourg
1. Primeros movimientos políticos en Bretaña. Una ojeada a la historia de la monarquía 2. Constitución de los Estados de Bretaña. Celebración de los estados
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3. Renta del rey en Bretaña. Renta particular de la provin cia. El fogaje. Asisto por primera vez a una reunión polí tica. Escena 4. Mi madre retirada en Saint-Malo 5. Clericatura. Alrededores de Saint-Malo 6. El aparecido. El enfermo 7. Estados de Bretaña en 1789. Insurrección. Saint-Riveul, mi compañero de colegio, muere asesinado 8. Año 1789. Viaje de Bretaña a París. Movimiento en el ca mino. Aspecto de París. Destitución de monsieur Necker. Versalles. Alegría de la familia real. Insurrección general. Toma de la Bastilla 9. Efecto de la toma de la Bastilla sobre la corte. Las cabe zas de Foulon y de Bertier 10. Llamamiento de monsieur Necker. Sesión del 4 de agosto de 1789. Jornada del 5 de octubre. El rey es llevado a París 11. La Asamblea Constituyente 12. Mirabeau 13. Sesiones de la Asamblea Nacional. Robespierre 14. Sociedad. Aspecto de París 15. Qué hacía yo en medio de todo este escándalo. Mis días solitarios. Mademoiselle Monet. Decido con monsieur de Malesherbes el plan de mi viaje a América. Bonaparte y yo, subtenientes ignorados. El marqués de la Rouérie. Me embarco en Saint-Malo. Últimos pensamientos al dejar la tierra natal
7. Filadelfia. El general Washington 8. Paralelismo de Washington y de Bonaparte 200 202 204 207 209
21) 218 221 224 22$ 230 2)2
LIBRO SEXTO
1. Prólogo 2. Travesía del océano 3. Francis Tulloch. Cristóbal Colón. Camóes 4. Las Azores. Isla Graciosa 5. Juegos marinos. Isla de San Pedro 6. Costas de Virginia. Sol poniente. Peligro. Llego a Améri ca. Baltimore. Separación de los pasajeros. Tulloch
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LIBRO SÉPTIMO
1. Viaje de Filadelfia a Nueva York y a Boston. Mackenzie I. Río del Norte. Canto de la pasajera. Mister Swift. Partida para las cataratas del Niágara con un guía holandés. Mon sieur Violet ». Mi indumentaria salvaje. Cacería. El carcaj y el zorro ca nadiense. La rata almizclera. Perros pescadores. Insec tos. Montcalm y Wolf 4. Campamento a orillas del lago de los onondagas. Caba llos árabes. Expedición botánica. La india y la vaca 5. Un iroqués. El sachem de los onondagas. Velly y los fran cos. Ceremonia de hospitalidad. Los antiguos griegos 6. Viaje desde el lago de los onondagas hasta el río Genesee. Abejas. Desmontes. Hospitalidad. Cama. Serpiente de cascabel encantada 7. Familia india. Noche en los bosques. Marcha de la fami lia. Salvajes del salto del Niágara. El capitán Gordon. Jerusalén 8. Las cataratas del Niágara. Serpiente de cascabel. Caigo al borde del abismo 9. Doce días en una choza. Cambio de costumbres entre los salvajes. Nacimiento y muerte. Montaigne. Canto de la cu lebra. Pantomima de una pequeña india, modelo original de Mila 10. i n c i d e n c i a s . Antiguo Canadá. Población india. Degrada ción de las costumbres. La verdadera civilización divul gada por la religión: falsa civilización introducida por el comercio. Cazadores de pieles. Factorías. Cacerías. Mes tizos o bois brûlés. Guerras de las compañías. Muerte de las lenguas indias. Perseo en Roma, iroqueses en París II. Antiguas posesiones sas en América. Nostalgias. La manía del pasado. Billete de Francis Conyngham
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LIBRO OCTAVO
1. Manuscrito original en América. Lagos de Canadá. Flota de canoas indias. Ruinas de la naturaleza. Valle de la tum ba. Destino de los ríos 2. El curso del Ohio 3. La Fuente de la Juventud. Muscogulgas y seminólas. Nues tro campamento 4. Dos floridanas. Ruinas a orillas del Ohio 5. Quiénes eran las señoritas muscogulgas. Arresto del rey en Varennes. Interrumpo mi viaje para regresar a Europa 6. Peligros para los Estados Unidos 7. Regreso a Europa. Naufragio
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LIBRO N O V E N O
1. Voy a ver a mi madre a Saint-Malo. Progresos de la Revo lución. Mi casamiento 361 2. París. Antiguos y nuevos conocidos. El abate Barthélemy. Saint-Ange. Teatro 367 3. Cambio de fisonomía de París. El club de los Cordeleros. Marat 370 4. Danton. Camille Desmoulins. Fabre d’Églantine 378 5. Opinión de monsieur de Malesherbes sobre la emigración 382 6. Juego y pierdo. Aventura del simón. Madame Roland. Barrére en el Ermitage. Segunda federación del 14 de ju lio. Preparativos de emigración 385 7. Emigro con mi hermano. Aventura de Saint-Louis. Pasa mos la frontera 390 8. Bruselas. Comida en casa del barón de Breteuil. Rivarol. Partida hacia el ejército de los Príncipes. Camino. Encuen tro con el ejército prusiano. Llego a Tréveris 394 9. El ejército de los Príncipes. Anfiteatro romano. Atala. Las camisas de Enrique IV 399 10. Vida de soldado. Ultima representación de la antigua Francia militar 402
11. Comienzo del cerco de Thionville. El caballero de La Ba405 ronnais 11. Continuación del sitio. Contrastes. Santos en los bosques. Batalla de Bouvines. Patrulla. Encuentro imprevisto. Efec 408 tos de una bala y de una bomba 412 13. Mercado del campamento 14. Noche junto a los pabellones de armas. Perros holande ses. Recuerdo de Los mártires. Cuál era mi compañía en 415 las avanzadillas. Eudoro. Ulises 15. Paso del Mosela. Combate. Libba, sordomuda. Ataque a 417 Thionville 16. Levantamiento del sitio. Entrada en Verdún. Enfermedad 421 prusiana. Retirada. Viruelas
LIBRO DÉCIMO
1. Las Ardenas 2. Furgones del príncipe de Ligne. Mujeres de Namur. En cuentro a mi hermano en Bruselas. Nuestros últimos adioses 3. Ostende. Viaje a Jersey. Me desembarcan en Guernesey. La mujer del piloto. Jersey. Mi tío De Bedée y su familia. Descripción de la isla. El duque de Berry. Parientes y amigos desaparecidos. Desgracia de envejecer. Me trasla do a Inglaterra. Último encuentro con Gesril 4. Literary Fund. Buhardilla de Holborn. Decaimiento de mi salud. Visita a los médicos. Emigrados en Londres 5. Pelletier. Trabajos literarios. Mi relación con Hingant. Nuestros paseos. Una noche en la catedral de Westminster 6. Desamparo. Ayuda imprevista. Alojamiento frente a un cementerio. Nuevos compañeros de infortunio. Nuestros placeres. Mi primo De la Bouétardais 7. Fiesta suntuosa. Se acaban mis cuarenta escudos. Nuevo desamparo. Mesa redonda. Obispos. Comida en la London Tavern. Manuscritos de Camden 8. Mis ocupaciones en provincias. Muerte de mi hermano Desgracias de mi familia. Dos Francias. Cartas de Hingant
427 43«
434 442 445
450
454 457
9. Charlotte 1o. Regreso a Londres 11. Un reencuentro extraordinario
463 467 470
LIBRO U N D É C IM O
1. Un defecto de mi carácter 2. El Ensayo histórico sobre las revoluciones. Su efecto. Car ta de Lemiére, sobrino del poeta 3. Fontanes. Cléry 4. Muerte de mi madre. Vuelta a la religión 5. El genio del Cristianismo. Carta del caballero de Panat 6. Mi tío monsieur de Bedée; su hija mayor
477 480 488 498 501 505
APÉNDICE
I. Textos complementarios 1. El Prefacio general de las Obras completas 2. El Prefacio testamentario 3. Proyecto de prefacio II. Fragmentos suprimidos 1. Cuentos fantásticos 2. El Diario sin fecha del Viaje a América 3. La Digresión filosófica del libro XI
L IB R O S X III-X X I V LIBRO
LIBRO D U OD ÉCIM O
1.
2.
3. 4. 5.
6.
Decadencia de la vieja escuela. Historiadores. Poetas. Publicistas. Shakespeare i n c i d e n c i a s . Novelas antiguas. Novelas nuevas. Richardson. Walter Scott i n c i d e n c i a s . La poesía nueva. Beattie i n c i d e n c i a s . Lord Byron Inglaterra, desde Richmond a Greenwich. Excursión con Pelletier. Bleinheim. Stowe. Hampton Court. Oxford. Co legio de Eton. Costumbres privadas; costumbres políticas. Fox. Pitt. Burke. Jorge III Regreso de los emigrados a Francia. El ministro de Prusia me concede un pasaporte falso con el nombre de Lassagne, vecino de Neufchátel, en Suiza. Fin de mi carrera de soldado y de viajero. Desembarco en Calais in cid en cia s
,
literatura in g lesa
.
509 514 517 519
527
543
54** 554
557
561 568
(1800-1815)
DECIMOTERCERO
1. 2. 3. 4. 5. 6. 7.
Estancia en Dieppe. Dos sociedades En qué punto se hallan mis memorias Año 1800. Panorámica de Francia. Llego a París Año 1800. Mi vida en París Cambio de la sociedad Un año de mi vida, 1801. El Mercure. Atala Un año de mi vida, 1801. Madame de Beaumont: su círcu lo social 8. Un año de mi vida, 1801. Verano en Savigny 9. Un año de mi vida, 1802. Taima 10. Unos años de mi vida, 1802 y 1803. El genio del Cristia nismo. La caída anunciada. Causa del éxito final II. El genio del Cristianismo, continuación. Defectos de la obra
603 606 607 612 613 616 621 629 633 636 643
538 LIBRO DECIM OCUARTO
1. Unos años de mi vida, 1802 y 1803. Castillos. Madame de Custine. Monsieur de Saint-Martin. Madame d’Houdetot y Saint-Lambert
651
2. Viaje al Mediodía de Francia (1802) 3. Unos años de mi vida, 1802 y 1803. Monsieur de La Harpe: su muerte
672
4. Unos años de mi vida, 1802 y 1803. Entrevista con Bonaparte
674
5. Un año de mi vida, 1803. Soy nombrado primer secreta rio de embajada en Roma 6. Un año de mi vida, 1803. Viaje de París a los Alpes de Saboya 7. Del Mont Cenis a Roma. Milán y Roma 8. El palacio del cardenal Fesch. Mis ocupaciones
657
6 77
679 683 687
l. Un año de mi vida, 1804 4. El general Hulin 5. El duque de Rovigo 6. Monsieur de Talleyrand 7. Participación de cada uno 8. Bonaparte: sus sofismas y sus remordimientos 9. Lo que hay que concluir de todo este relato. Enemistades creadas por la muerte del duque de Enghien 10. Un artículo del Mercure. Cambio en la vida de Bonaparte 11. Abandono de Chantilly
746 751 756
763 767 769 773 776 77«
LIBRO D ECIM OSÉPTIM O LIBRO D EC IM O Q U IN TO
1. Un año de mi vida, 1803. Manuscrito de madame de Beaumont. Cartas de madame de Caud 2. Llegada de madame de Beaumont a Roma. Carta de mi hermana 3. Carta de madame de Krüdner 4. Muerte de madame de Beaumont 5. Exequias
693 699 704 705 710
1. Un año de mi vida, 1804. Voy a vivir a la rue de Miromesnil. Verneuil. Alexis de Tocqueville. Le Mesnil. Mézy. Méréville 2. Madame de Coislin 3. Viaje a Vichy, a Auvernia y al Mont Blanc 4. Regreso a Lyon 5. Excursión a la Gran Cartuja 6. Muerte de madame de Caud
783 786 790 797 79 9
802
6 . Un año de mi vida, 1803. Cartas de monsieur Chénedollé,
de monsieur de Fontanes, de monsieur Necker y de ma dame de Stael 7. Unos años de mi vida, 1803 y 1804. Primera idea de mis Memorias. Soy nombrado ministro plenipotenciario de Francia en el Valais. Partida de Roma
711
718
737
821 •<}-
729
8t5
OO
1. Un año de mi vida, 1804. República del Valais. Visita al castillo de las Tullerías. El hotel de Montmorin. Oigo vo cear la muerte del duque de Enghien. Presento mi dimi sión 2. Muerte del duque de Enghien
1. Unos años de mi vida, 1805 y 1806. Regreso a París. Par to para el Levante 2. Me embarco en Constantinopla en un buque que llevaba peregrinos griegos a Siria 3. Desde Túnez hasta mi entrada en Francia por España 4. Reflexiones sobre mi viaje. Muerte de Julien 5. Años 1807, 1808, 1809 y 1810. Artículo del Mercure del mes de junio de 1807. Compro la Vallée-aux-Loups y me retiro allí 6. Los mártires 7. Armand de Chateaubriand
c*-\ 00
LIBRO DECIM OSEXTO
LIBRO DECIM OCTAVO
848 854 859
XV
/
8. Años 1811, 1812, 1813, 1814. Publicación del Itinerario. Carta del cardenal de Beausset. Muerte de Chénier. Soy re cibido como miembro del Institut. Tema de mi discurso 9. Premios decenales. El Ensayo sobre las revoluciones. Los nátchez
866 875
LIBRO D ECIM O N O V EN O 1. DE B O N A P A R T E
2. Bonaparte. Su familia 3. Rama particular de los Bonaparte de Córcega 4. Nacimiento e infancia de Bonaparte 5. La Córcega de Bonaparte 6. Paoli 7. Dos panfletos 8. Despacho de capitán 9. Toulon 10. Jornadas de vendimiario 11. Continuación 12. Campañas de Italia 13. Congreso de Rastadt. Regreso de Napoleón a Francia. Napoleón es nombrado jefe del ejército llamado de Ingla terra. Parte para la expedición de Egipto 14. e x p e d i c i ó n d e e g i p t o . Malta. Batalla de las pirámides. El Cairo. Napoleón en la gran pirámide. Suez 15. Opinión del ejército 16. La campaña de Siria 17. Regreso a Egipto. Conquista del Alto Egipto 18. Batalla de Abukir. Billetes y cartas de Napoleón. Regresa a Francia. 18 de brumario
885 888 891 893 898 906 908 909 911 920 923 927
934 937 945 948 963 966
LIBRO VIGÉSIMO
1. Situación de Francia al regreso de Bonaparte de la cam paña de Egipto 2. e l c o n s u l a d o . Nueva invasión de Italia. Campaña de los
977
treinta días. Victoria de Hohenlinden. Paz de Lunéville 3. Paz de Amiens. Ruptura del tratado. Bonaparte es eleva do al Imperio 4. e l i m p e r i o . La consagración. El reino de Italia 5. Invasión de Alemania. Austerlitz. Tratado de paz de Presburgo. El sanedrín 6. Cuarta coalición. Desaparición de Prusia. Decreto de Ber lín. Continuación de la guerra en Polonia contra Rusia. Tilsit. Proyecto de partición del mundo entre Napoleón y Alejandro. Paz 7. La guerra de España. Erfurt. Aparición de Wellington 8. Pío VIL Anexión de los Estados Romanos a Francia 9. Protestas del Soberano Pontífice. Éste es raptado en Roma 10. Quinta coalición. Toma de Viena. Batalla de Essling. Ba talla de Wagram. Se firma la paz en el palacio del empe rador de Austria. Divorcio. Napoleón se casa con María Luisa. Nacimiento del Rey de Roma 11. Proyectos y preparativos de la guerra de Rusia. Incomo didad de Napoleón 12. El emperador emprende la expedición de Rusia. O bje ciones. Error de Napoleón 13. Reunión en Dresde. Bonaparte pasa revista a su ejército y llega a orillas del Niemen
983 985 986
991 995
1001 1004
1014 1020 1024 1029
LIBRO V IG É SIM O PRIMERO
1. Invasión de Rusia. Vilna. El senador polaco Wibicki. El parlamentario ruso Balaschov. Smolensk. Murat. El hijo 1035 de Platov 2. Retirada de los rusos. El Borístenes. Obsesión de Bona parte. Kutúzov sucede a Barclay en el mando del ejército ruso. Batalla del Moscova o de Borodinó. Boletín. As 1040 pecto del campo de batalla 1046 3. Extracto del decimoctavo boletín de la Grande Armée 4. Avance de los ses. Rostopchin. Bonaparte en el Monte de la Salvación. Vista de Moscú. Entrada de NaX V II
poleón en el Kremlin. Incendio de Moscú. Bonaparte lle ga no sin dificultad a Petrovski. Letrero de Rostopchin. Estancia entre las ruinas de Moscú. Ocupaciones de Bo naparte 5. Retirada 6. Smolensk. Continuación de la retirada 7. El paso del Beresina
1051 1066 1077 1080
8. Juicio de la campaña de Rusia. Ultimo boletín de la Gran de Armée. Regreso de Bonaparte a París. Arenga del Se nado 1088
LIBRO VIGÉSIMO SEGUNDO
1. Desventuras de Francia. Alegrías forzadas. Estancia en mi Vallée. El despertar de la legitimidad 2. El papa en Fontainebleau 3. Deserciones. Muerte de Lagrange y de Delille 4. Batallas de Lützen, de Bautzen y de Dresde. Reveses en España 5. Campaña de Sajonia o de los poetas 6. Batalla de Leipzig. Regreso de Bonaparte a París. Trata do de Valen^ay 7. Es convocado el cuerpo legislativo, luego pospuesto. Los aliados cruzan el Rin. Bonaparte monta en cólera. Primer día del año 1814 8. El papa es puesto en libertad 9. Notas que se convirtieron en el folleto De Bonaparte y de los Borbones. Alquilo un piso en la rué de Rivoli. ira ble campaña de Francia, 1814 10. Comienzo a imprimir mi folleto. Una nota de madame de Chateaubriand 11. Se establece la guerra en las barreras de París. Panora ma de París. Combate de Belleville. Fuga de María L ui sa y de la regencia. Monsieur de Talleyrand se queda en París
1095 1097 1100 1101 1103 1108
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111 5 1119
11 21
12. Proclama del príncipe generalísimo Schwartzenberg. Dis 1125 curso de Alejandro. Capitulación de París 1127 13. Entrada de los aliados en París 1131 14. Bonaparte en Fontainebleau. La regencia en Blois 1s- Publicación de mi folleto De Bonaparte y de los Borbones 1133 1 143 16. El Senado promulga el decreto de deposición 1147 17. Hotel de la rué Saint-Florentin. Monsieur de Talleyrand 18. Directrices del gobierno provisional. Constitución pro 1149 puesta por el Senado 19. Llegada del conde de Artois. Abdicación de Bonaparte 1151 en Fontainebleau 1154 20. Itinerario de Napoleón hasta la isla de Elba 21. Luis XVIII en Compiégne. Su entrada en París. La vieja guardia. Error irreparable. Declaración de Saint-Ouen. 116 6 Tratado de París. La Carta. Partida de los aliados 1172 22. Primer año de la Restauración 1174 23. ¿Hay que tomarla con los realistas por la Restauración? 24. Primer Gobierno. Publico las Reflexiones políticas. La señora duquesa de Duras. Soy nombrado embajador en 1177 Suecia 25. Exhumación de los restos de Luis XVI. Primer 21 de ene 1180 ro en Saint-Denis 1183 26. La isla de Elba
LIBRO VIGÉSIMO TERCERO
1. Comienzo de los Cien Días. Regreso de la isla de Elba 2. Letargo de la Legitimidad. Artículo de Benjamin Cons tant. Orden del día del mariscal Soult. Sesión presidida por el rey. Petición de la Escuela de Leyes a la Cámara de
1191
1194 los Diputados 1 199 3. Plan de defensa de París 4. Fuga del rey. Parto con madame de Chateaubriand. Apu ros en el camino. El duque de Orleans y el príncipe de Condé. Tournai, Bruselas. Recuerdos. El duque de Riche lieu. El rey, en Gante, me llama a su lado
El rey y su consejo. Me con vierto en ministro del Interior interinamente. Monsieur de Lally-Tollendal. La señora duquesa de Duras. El ma riscal Victor. El abate Louis y el conde Beugnot. El aba te de Montesquiou. Comidas de pescado blanco: convi dados 1209 6. C O N T I N U A C I Ó N D E L O S C I E N D Í A S E N G A N T E . El Moníteur de Gante. Mi informe al rey: efecto de este informe en París. Falsificación 1215 7 . C O N T I N U A C I Ó N D E L O S C I E N D Í A S E N G A N T E . El beaterío. Cómo se me recibía. Gran comida. Viaje de madame de Chateaubriand a Ostende. Fábulas en mi vida. Amberes. Un tartamudo. Muerte de una joven inglesa 1218 8. c o n t i n u a c i ó n d e l o s c i e n d í a s e n g a n t e . Movimiento desacostumbrado en Gante. El duque de Wellington. Monsieur. Luis XVIII 1221 9 . C O N T I N U A C I Ó N D E L O S C I E N D Í AS E N G A N T E . Recuerdos de la historia de Gante. La señora duquesa de Angulema llega a Gante. Monsieur de Séze. La señora duquesa de Lévis 1223 10. C O N T I N U A C I Ó N D E L O S C I E N D Í A S E N G A N T E . El pabellón Marsan en Gante. Monsieur Gaillard, consejero en la cor te real. Visita secreta de la señora baronesa de Vitrolles. Billete de puño y letra de Monsieur. Fouché 1227 11. a s u n t o s e n v i e n a . Negociaciones de monsieur de SaintLéon, enviado de Fouché. Propuesta relativa al señor du que de Orleans. Monsieur de Talleyrand. Descontento de Alejandro contra Luis XVIII. Diversos pretendientes. Informe de la Besnardiére. Propuesta inesperada de A le jandro al Congreso: lord Clancarthy la hace fracasar. Monsieur de Talleyrand se vuelve: su despacho a Luis XVIII. Declaración de la Alianza, mutilada en el Diario oficial de Fráncfort. Monsieur de Talleyrand quiere que el rey regrese a Francia por las provincias del sudeste. Di versos cambalaches del príncipe de Benevento en Viena. Me escribe a Gante: su carta 12. l o s c i e n d í a s e n p a r í s . Efecto en Francia del paso de la Legitimidad. Asombro de Bonaparte. Éste se ve obligado 5.
los
cikn
días
en
g a n t e
.
13. 14. 15. 16. 17. 18.
19.
20.
a capitular ante las ideas que había creído ahogadas. Su nuevo sistema. Quedan tres grandes jugadores. Quime ras de los liberales. Clubes y federados. Escamoteo de la República: el Acta adicional. Es convocada la Cámara de los Representantes. Inútil Campo de Mayo c o n t i n u a c i ó n d e l o s c i e n d í a s e n p a r í s . Preocupacio nes y amarguras de Bonaparte Resolución en Viena. Movimiento en París Lo que hacíamos nosotros en Gante. Monsieur de Blacas La batalla de Waterloo Confusión en Gante. Cómo fue la batalla de Waterloo Regreso del emperador. Reaparición de La Fayette. Nue va abdicación de Bonaparte. Sesiones borrascosas en la Cámara de los Pares. Presagios amenazadores para la se gunda Restauración Marcha de Gante. Llegada a Mons. Desaprovecho mi pri mera oportunidad de fortuna en mi carrera política. Mon sieur de Talleyrand en Mons. Escena con el rey. Me inte reso estúpidamente por monsieur de Talleyrand De Mons a Gonesse. Me opongo con el señor conde Beu gnot al nombramiento de Fouché como ministro: mis ra zones. El duque de Wellington se impone. Arnouville. Saint-Denis. Última conversación con el Rey
1137 1243 1246 1248 1250 1252
1256
1263
1269
LIBRO VIGÉSIM O CUARTO
1. Bonaparte en la Malmaison. Abandono general 2. Partida de la Malmaison. Rambouillet. Rochefort 3. Bonaparte se refugia en la flota inglesa. Le escribe al prín cipe regente 4. Bonaparte en el Bellérophon. Torbay. Acta que confina a Bo naparte en Santa Elena. Viaja en el Northumberland y zarpa 5. Juicio sobre Bonaparte 6. Carácter de Bonaparte 7. De si Bonaparte nos ha dejado en fama tanto como nos ha quitado en fuerza
1283 1286 1288 1290 1293 1300
8. Inutilidad de las verdades anteriormente expuestas 9. Isla de Santa Elena. Bonaparte atraviesa el Atlántico 10. Napoleón pisa tierra en Santa Elena. Su establecimien to en Longwood. Precauciones. Vida en Longwood. Vi sitas 11. Manzoni. Enfermedad de Bonaparte. Ossián. Ensoñacio nes de Napoleón a la vista del mar. Proyectos de rapto. Ultima ocupación de Bonaparte. Se acuesta y no se vuel ve a levantar. Dicta su testamento. Sentimientos religiosos de Napoleón. El capellán Vignali. Napoleón amonesta a Antomarchi, su médico. Recibe los últimos sacramentos. Expira iz. Exequias 13. Destrucción del mundo napoleónico 14. Mis últimas relaciones con Bonaparte 15. Santa Elena después de la muerte de Napoleón 16. Exhumación de Bonaparte 17. Mi visita a Cannes
1307 1311
13,4 L IB R O S X X V -X X X III ( 1 8 1 5 - 1 8 3 0 ) LIBRO VIGÉSIMO QUINTO
1319 1329 1330 1332 1333 *337
APÉNDICE
Fragmentos suprimidos Libro XIII Libro X V Libro XVI Libro XVIII El discurso de entrada a la Academia sa
Notas de los libros I-XII Notas de los libros XIII-XXIV
V O L U M E N II
1375 1390
1. Cambio del mundo 2. Unos años de mi vida, 1815 y 1816. Soy nombrado par de Francia. Mi estreno en la tribuna. Diversos discursos j. La monarquía según la Carta 4. Luis XVIII 5. Monsieur Decazes 6. Soy borrado de la lista de los ministros de Estado. Vendo mis libros y mi Vallée 7. Continuación de mis discursos en 1817 y 1818 8. Reunión en casa de monsieur Piet 9. El Conservateur 10. De la moral de los intereses materiales y de la de los deberes 11. Un año de mi vida, 1820. Muerte del duque de Bcrry 12. Nacimiento del duque de Burdeos. Las señoras del mer cado de Burdeos 13. Hago entrar a monsieur de Villèle y a monsieur de Cor bière en su primer ministerio. Mi carta al duque de Ri chelieu. Billete del duque de Richelieu y mi respuesta. Bi llete de monsieur de Polignac. Cartas de monsieur de Montmorency y de monsieur de Pasquier. Soy nombrado embajador en Berlín. Parto para esta embajada
LIBRO VIGÉSIM O SEXTO
EM BAJADA DE BERLÍN
i. Un año de mi vida, 1821. Embajada de Berlín. Llegada a
1435 1437
1440 1443 1445 1447
1449 1450 1453 14 5 5 1459
1463
1466
2. 3. 4. 5. 6. 7. 8. 9. 10.
11.
Berlín. Monsieur Ancillon. La familia real. Fiestas por el enlace matrimonial del gran duque Nicolás. La sociedad de Berlín. El conde de Humboldt. Von Chamisso 1475 Ministros y embajadores. Historia de la corte y de la sociedad 1 4 8 0 1482 Wilhelm von Humboldt. Adalbert von Chamisso 1485 La princesa Guillermina. La ópera. Velada musical 1487 Mis primeros despachos. Monsieur de Bonnay El parque. La duquesa de Cumberland 1490 [Carta a monsieur Pasquier] [Continuación de mis des pachos] 1497 1503 Memoria comenzada sobre Alemania Charlottenburgo 1505 Intervalo entre la embajada de Berlín y la embajada de Londres. Bautismo del señor duque de Burdeos. Carta a monsieur Pasquier. Carta de monsieur de Bernstorff. Car ta de monsieur Ancillon. Ultima carta de la señora duque sa de Cumberland 1508 Monsieur de Villéle, ministro de Finanzas. Soy nombra do para la embajada de Londres *5*3
LIBRO VIGÉSIMO SÉPTIMO
1. Año 1822. Primeros despachos de Londres 2. Conversación con Jorge IV sobre monsieur Decazes. N o bleza de nuestra diplomacia bajo la legitimidad. Sesión del Parlamento 3. La sociedad inglesa 4. Continuación de los despachos 5. Reanudación de los trabajos parlamentarios. Baile a be neficio de los irlandeses. Duelo del duque de Bedfort y del duque de Buckingham. Cena en Royal Lodge. La mar quesa de Conyngham y su secreto 6. Retratos de los ministros 7. Continuación de mis despachos 8. Negociaciones para el Congreso de Verona. Carta a mon sieur de Montmorency; su respuesta, que me deja entre
*5*7
1521 *525 1530
*532 *535 1538
ver una negativa. Carta más favorable de monsieur de Villéle. Escribo a madame de Duras. Billete de monsieur de Villéle a madame de Duras 9. Muerte de lord Londonderry 10. Nueva carta de monsieur de Montmorency. Viaje a Hartwell. Billete de monsieur de Villéle anunciándome mi nombramiento para el Congreso 11. Final de la vieja Inglaterra. Charlotte. Reflexiones. Dejo Londres
*540
*543
*547 *550
LIBRO VIGÉSIMO OCTAVO
AÑOS 1 8 2 4 , 1 8 2 5 , 1 8 2 6 Y 1 8 2 7
1. Liberación del rey de España. Mi destitución *559 *564 2. La oposición me sigue 1566 ». Últimos billetes diplomáticos 1572 4. Neuchátel, en Suiza 5. Muerte de Luis XVIII. Coronación de Carlos X *573 6. Recepción de los caballeros de las Órdenes *577 7. Reúno en torno a mí a mis antiguos adversarios. Mi pú blico ha cambiado *579 1582 8. Extracto de mi polémica tras mi caída 9. Rechazo la pensión de ministro de Estado que se me quiere devolver. El comité griego. Billete de monsieur Molé. Carta de Canaris a su hijo. Madame Récamier me *584 envía el extracto de otra carta. Mis Obras completas 1588 10. Estancia en Lausana 11. Regreso a París. Los jesuítas. Carta de monsieur de Mont1590 losier y mi respuesta 1i. Continuación de mi polémica *595 13. Carta del general Sébastiani 1597 14. Muerte del general Foy. La ley de justicia y de amor. Car ta de monsieur Étienne. Carta de monsieur Benjamín Constant. Alcanzo el punto culminante de mi influencia política. Artículo sobre la onomástica del rey. Retirada de
15.
16.
17. 18. 19. 20. 21.
la Icy sobre el control de prensa. Celebraciones en París. Billete de monsieur Michaud Irritación de monsieur de Villéle. Carlos X quiere pasar revista a la guardia nacional en el Campo de Marte. Le es cribo: mi carta La revista. Licénciamiento de la guardia nacional. Diso lución de la Cámara electiva. La nueva Cámara. Negativa de concurso. La caída del Gobierno Villéle. Contribuyo a formar el nuevo Gobierno y acepto la embajada de Roma Examen de un reproche Madame de Staël. Su primer viaje a Alemania. Madame Récamier en París Regreso de madame de Staël. Madame Récamier en Coppet. El príncipe Augusto de Prusia Segundo viaje de madame de Staël. Carta de madame de Staël a Bonaparte. Castillo de Chaumont Madame Récamier y monsieur de Montmorency son des terrados. Madame Récamier en Chálons
1599
1702 1708 1716 1720
LIBRO TRIG ÉSIM O
1607 1612 1620 1623
C O N T I N U A C I Ó N DE l.A EM B A J A D A DE RO M A
i. 2. 3. 4. 5. 6.
1625 1628
EMBAJADA DE ROMA
Tres especies de materiales Diario de viaje Cartas a madame Récamier León XII y los cardenales Los embajadores Los antiguos artistas y los artistas nuevos Antigua sociedad romana Costumbres actuales de Roma Los lugares y el paisaje Carta a monsieur Villemain A madame Récamier Explicación sobre la Memoria que se va a leer Memoria
A madame Récamier Despacho al señor conde de La Ferronnays A madame Récamier Despacho al señor conde Portalis. Muerte de León XII
1603
LIBRO VIGÉSIM O N O VEN O
1. 2. 3. 4. 5. 6. 7. 8. 9. 10. 11. 12. 13.
14. IV 16. 17.
1633 1634 1646 1647 1649 1651 1656 1666 1669 1672 1674 1676 1678
7. 8. 9. 10. 11. 12. 13. 14. 15.
[Exequias de León XII. Despacho al señor conde Portalis] Cónclaves Despacho al señor conde Portalis Despachos al señor conde Portalis El marqués Capponi Carta a monseñor el cardenal de Clermont-Tonnerre [Despachos al señor conde Portalis. Cartas a madame Ré camier] Fiesta en villa Médicis en honor de la gran duquesa Elena Mis relaciones con la familia Bonaparte Pío VII Al señor conde Portalis Presunción Los ses en Roma Paseos Mi sobrino Christian de Chateaubriand A madame Récamier
1729 1737
«745 «749 «755
1763 «776 1778 1783 1784 1786 1793
1796 1801 1804
LIBRO TRIGÉSIM O PRIMERO
i. Regreso de Roma a París. Mis proyectos. El rey y sus dis posiciones. Monsieur Portalis. Monsieur de Martignac. 1809 Partida para Roma. Los Pirineos. Aventura 1816 2. El Gobierno Polignac. Mi consternación. Vuelvo a París 3. Entrevista con monsieur de Polignac. Presento la dimi 1819 sión de mi embajada de Roma 1824 4. Serviles adulaciones de los periódicos
1826 5. Los primeros colegas de monsieur de Polignac 1828 6. La expedición de Argel 7. Apertura de la sesión de 1830. Memorial. Disolución de 1831 la Cámara 8. Nueva Cámara. Salgo hacia Dieppe. Reales ordenanzas del 25 de julio. Regreso a París. Reflexiones durante mi camino. Carta a madame Récamier
1834
LIBRO TRIGÉSIMO SEG U N D O
LA R E V O L U C I Ó N D E JULI O
1. Jornada del 26 de julio 2. Jornada del 27 de julio 3. Jornada militar del 28 de julio 4. Jornada civil del 28 de julio 5. Jornada militar del 29 de julio 6. Jornada civil del 29 de julio. Monsieur Baude, monsieur de Choiseul, monsieur de Sémonville, monsieur de Vitrolles, monsieur Laffitte y monsieur Thiers 7. Le escribo al rey a Saint-Cloud: su respuesta verbal. Asambleas aristocráticas. Saqueo de la casa de los misio neros en la rué d’Enfer 8. La Cámara de los Diputados. Monsieur de Mortemart 9. Caminata por París. El general Dubourg. Ceremonia fú nebre bajo las columnatas del Louvre. Los jóvenes me llevan a la Cámara de los Pares 10. Reunión de los Pares 11. Los republicanos. Los orleanistas. Monsieur Thiers es enviado a Neuilly. Nueva convocatoria de los Pares en casa del guardasellos: la carta me llega demasiado tarde 12. Saint-Cloud. Escena: Monsieur el Delfín y el mariscal de
1843 1845 1848
Ragusa 1 1. Neuilly. El señor duque de Orleans. El Raincy. El prínci pe viene a París 14. Una delegación de la Cámara electiva ofrece al señor du-
1879
1855 1857
1861
1864 1866
que de Orleans la lugartenencia general del reino. Él la ni opta. Esfuerzos de los republicanos 1\ I I señor duque de Orleans va al Ayuntamiento 11. I os republicanos en el Palais-Royal
1886 1889 1891
LIBRO TRIGÉSIM O TERCERO
1 I I rey abandona Saint-Cloud. Llegada de Madame la I)elfina al Trianón. Cuerpo diplomático ¡ Kamhouillet 1 Apertura de la sesión, el 3 de agosto. Carta de Carlos X al señor duque de Orleans l Marcha del pueblo hacia Rambouillet. Huida del rey. Re flexiones s Palais-Royal. Conversaciones. Última tentación política. Monsieur de Saint-Aulaire í. I I último suspiro del partido republicano lomada del 7 de agosto. Sesión de la Cámara de los Pares. Mi discurso. Salgo del palacio del Luxemburgo para no regresar más a él. Mis dimisiones X
1897 1902 1904 1908 1913 1921
1922 1935 «937 1943
APÉNDICE
1870 1874
1876
1882
I ragmentos suprimidos 1. La cena en Royal Lodge 1. El libro sobre Madame Récamier
1949 1953
L IB R O S X X X IV -X L II ( 1 8 3 0 - 1 8 4 1 ) LIBRO TRIGÉSIMO CUARTO
1. Introducción 2057 2. Proceso de los ministros. Saint-Germain-l’Auxerrois. Sa queo del arzobispado 2059 3. Mi folleto sobre La restauración y la monarquía electiva 2061 4. Estudios históricos 2066 5. Antes de mi marcha de París 2068 6. Cartas y versos a madame Récamier 2069 7. D I A R I O D E L 12 D E J U L I O A L I D E S E P T I E M B R E D E 1831. Em pleados de monsieur de Lapanouze. Lord Byron. Ferney y Voltaire 2075 8. c o n t i n u a c i ó n d e l d i a r i o . Viaje inútil a París 2079 9. c o n t i n u a c i ó n d e l d i a r i o . L o s señores Carrel y Béranger 2081 10. c o n t i n u a c i ó n d e l d i a r i o . Una canción de Béranger: mi respuesta. Regreso a París por la propuesta de Briqueville 2085 11. La propuesta Baude y Briqueville sobre el destierro de la rama primogénita de los Borbones 2086 12. Carta al autor de la Némesis 2091 13. Conspiración de la rue des Prouvaires 2095 14. Incidencias. Pestes 2110 15. El cólera 2113
LIBRO TRIGÉSIM O QU IN TO
1. Los 12.000 francos de la señoraduquesa de Berry 2. Funeral del general Lamarque 3. La señora duquesa de Berry desembarca en Provenza y llega a la Vendée 4. Mi detención 5. Paso de mi celda de ladrón al tocador de mademoiselle Gisquet. Achille de Harlay 6. El juez de instrucción. Monsieur Desmortiers
Mi vida en casa de monsieur Gisquet. Soy puesto en li bertad 2149 H Carta al señor ministro de Justicia, y su respuesta 2155 •> ( )frecimiento de mi pensión de par por parte de Carlos X: mi respuesta 2158 1 0 Billete de la señora duquesa de Berry. Carta a Béranger. Partida de París 2160 1 1 . Diario de París a Lugano 2162 1 1. Camino del San Gotardo 2173 1 1 . El valle de Schóellenen. El puente del Diablo 2174 1 4 . El San Gotardo 2177 if. Descripción de Lugano 2180 16. Las montañas. Excursiones por los alrededores de Lu cerna. Clara Wendel. Plegarias de los campesinos 2182 17. Monsieur A. Dumas. Madame de Colbert. Carta de mon sieur de Béranger 2187 1 8. Zúrich. Constanza. Madame Récamier 2188 1 9 . La señora duquesa de Saint-Leu 2190 2 0 . Arenenberg. Regreso a Ginebra 2195 2 1 . Coppet. Tumba de madame de Staël 2199 2 2 . Paseo 2201 2 3 . Carta al príncipe Luis Napoleón 2202 24. Circular a los redactores jefes de los periódicos. Cartas al ministro de Justicia, al presidente del Consejo, a la seño ra duquesa de Berry. Escribo mi Memoria sobre el cauti verio de la princesa 2203 2 5 . Extracto de la Memoria sobre el cautiverio de la señora duquesa de Berry 2206 2 6 . Mi proceso 2210 2 7 . Popularidad 2213 7.
2121 2129 2131 2135
LIBRO TRIGÉSIMO SEXTO
1.
2143 2146
2. 3.
Infirmerie de Marie-Thérése (Carta de la señora duquesa de Berry) Reflexiones y resoluciones
2217 2225 2229
4. Diario de París a Praga del 14 de mayo de 1833. Partida de París. Calesa de monsieur de Talleyrand. Basilea 223 1 5. Riberas del Rin. Cascada del Rin. Messkirch. Tormenta 2233 6. El Danubio. Ulm 2237 7. Blenheim. Luis XIV. La Selva Herciniana. Los bárbaros. Las fuentes del Danubio 2240 8. Ratisbona. Fábrica de emperadores. Disminución de la vida social a medida que uno se aleja de Francia. Senti mientos religiosos de los alemanes 2244 9. Llegada a Waldmünchen. Aduana austríaca. Se me niega la entrada en Bohemia 2248 10. Estancia en Waldmünchen. Carta al conde de Choteck. Inquietudes. El santo viático 2250 11. Capilla. Mi habitación en la posada. Descripción de Waldmünchen 2254 12. Carta del conde de Choteck. La campesina. Partida de Waldmünchen. La aduana austríaca. Entrada en Bohe mia. Una pineda. Conversación con la luna. Pilsen. Ca minos reales del norte. Vista de Praga 2264
LIBRO TRIGÉSIMO SÉPTIMO
1. Castillo de los reyes de Bohemia. Primera entrevista con Carlos X 2. Monsieur el Delfín. Los hijos de Francia. El duque y la duquesa de Guiche. Triunvirato. Mademoiselle 3. Conversación con el rey 4. Enrique V 5. Cena y velada en Hradcany 6. Visitas 7. Misa. El general Czernicky 8. Cena en casa del conde de Choteck 9. Pentecostés. El duque de Blacas 10. i n c i d e n c i a s . Descripción de Praga. Tycho Brahe. Perdita 1 1 . c o n t i n u a c i ó n d e l a s i n c i d e n c i a s . De Bohemia. Litera tura eslava y neolatina
2273
1 > Me despido del rey. Adioses. Carta de los hijos a su ma 2310 dre. Un judío. La criada sajona 2313 h l.o que dejo en Praga 2318 1 1 El duque de Burdeos
LIBRO TRIGÉSIMO OCTAVO
Madame la Delfina 1 i n < i d e n c i a s . Fuentes. Aguas minerales. Recuerdos histó
2331
ricos 1.
2339
1.
de
las
in cid en cias
.
Valle del Teple. Su
flora 4. Última conversación con Madame la Delfina. Partida 5. d i a r i o d e c a r l s b a d a p a r í s . Cintia. Eger. Wallenstein 6. Weissenstadt. La viajera. Berneck y recuerdos. Baireuth. Voltaire. Hohlfeld. Iglesia. La chiquilla del cuévano. El hostelero y su criada 7. Bamberg. Una jorobada. Wurzburgo: sus canónigos. Un borracho. La golondrina 8. Posada de Wiesenbach. Un alemán y su mujer. Mi vejez. Heidelberg. Peregrinos. Ruinas. Mannheim 9. El Rin. El Palatinado. Ejército aristocrático; ejército ple beyo. Convento y castillo. Los montes Tonnerre. Posada solitaria. Kaiserslautern. Sueño. Pájaros. Sarrebruck
2343 2344 2349
2353
2360 2364
2369 2373
1 0 .... 2276 2282 2288
LIBRO TRIGÉSIM O N O VEN O
2291 2297 2299 23 01 2302 2 3 05
23 0 8
1. Lo que había hecho la señora duquesa de Berry. Consejo de Carlos X en Francia. Mis ideas sobre Enrique V. Mi 2381 carta a madame la Delfina 2395 2. Carta de Madame la duquesa de Berry 3. d i a r i o d e p a r í s a v e n e c i a . El Jura. Los Alpes. Milán. Ve2398 rona. Llamada de los muertos. El Brenta 2406 4 . i n c i d e n c i a s . Venecia
5- Arquitectura veneciana. Antonio. El abate Betio y el si gnor Gamba. Salas del palacio de los dux. Prisiones 2410 6. Prisión de Silvio Pellico 2415 7. Los Frari. La Academia de Bellas Artes. La Asunción de Tiziano. Las metopas del Partenón. Dibujos originales de Leonardo da Vinci, de Miguel Ángel y de Rafael. Igle sia de Santi Giovanni e Paolo 2417 8. El Arsenale. Enrique IV. Fragata que parte para Amé rica 2420 9. Cementerio de San Cristoforo 2424 10. San Michele de Murano. Murano. La mujer y el niño. Gondoleros 2427 11. Los bretones y los venecianos. Almuerzo en la Riva degli Schiavoni. Mesdames en Trieste 2430 12. Rousseau y Byron 2432 13. Grandes genios inspirados por Venecia 2437
LIBRO C U AD RAGÉSIM O PRIMERO
>.
1. 4. 5. 6.
LIBRO CUADRAGÉSIM O
1. Llegada de madame de Bauffremont a Venecia. El Catajo. El duque de Módena. Tumba de Petrarca en Arquá. Tie rra de poetas 1443 2. Tasso 1447 3. Llegada de la señora duquesa de Berry 2461 4. Mademoiselle Lebeschu. El conde Lucchesi-Palli. Discu sión. Cena. El carcelero Bugeaud. Madame y monsieur de Saint-Priest. Madame de Podenas. Nuestra compañía de ac tores. Mi negativa a ir a Praga. Cedo por una frase 2465 5. Padua. Tumbas. Manuscrito de Zanze 2469 6. Noticia inesperada. El gobernador del reino lombardovéneto 2481 7. Carta de Madame a Carlos X y a Enrique V. Monsieur de 2484 Montbel. Mi billete al gobernador. Parto para Praga
20 AL 26 DE SEPTIEMBRE DE 1833. Conegliano. Traducción de El último Abencerraje. I Mine. La condesa de Samoyloff. Monsieur de La Ferronnays. Un sacerdote. Carintia. El Drava. Un pequeño cam pesino. Forjas. Almuerzo en la aldea de Sankt Michael 2 4 9 1 El paso del Tauern. Cementerio. Atala; cómo ha cambia do. Salida del sol. Salzburgo. Revista militar. Felicidad de los campesinos. Vócklabruck. Plancouét y mi abuela. Noche. Ciudades de Alemania y ciudades de Italia. Linz 1497 El Danubio. Waldmünchen. Bosque. Combourg. Lucile. Viajeros. Praga 2502 Madame de Gontaut. Jóvenes ses. Madame la Delfina. Escapada a Butschirad 2505 Butschirad. Sueño de Carlos X. Enrique V. Recepción de los jóvenes 2508 La escalera y la campesina. Cena en Butschirad. Madame de Narbonne. Enrique V. Partida de whist. Carlos X. Mi incredulidad sobre la declaración de la mayoría de edad. Lectura de los periódicos. Escena de los jóvenes en Pra ga. Parto para Francia. Paso por Butschirad de noche 2 5 1 1 Reencuentro en Schlau. Carlsbad vacío. Hohlfeld. Bamberg: el bibliotecario y la joven. Mis diversos San Fran ciscos. Pruebas de religión. Francia 2516
I. DIARIO DE PADUA A PRAGA, DEL
7.
LIBRO CU A D RAG É SIM O SEG UN D O
POLÍTICA G E N E R A L DEL M O M EN T O
1. Luis Felipe 2. Monsieur Thiers 3. Monsieur de La Fayette 4. Armand Carrel 5.
d o n d e
se
habla
6 . Madame Tastu
de alg u na s
2523 2531 2538 2542 m u jeres
.
La Louisianesa
1553 1554
7- Madame Sand 8. Monsieur de Talleyrand 9. Muerte de Carlos X
2557 2564 2576
U N A S E G U N D A J U V E N T U D PA R A LAS « M E M O R I A S DE U L T R A T U M B A »
CONCLUSIÓN
10. Antecedentes históricos: desde la regencia hasta 1793 1583 11. El pasado. El viejo orden europeo expira 2586 12. Desigualdad de las fortunas. Peligro de la expansión de la naturaleza inteligente y de la naturaleza material 2588 13. Caída de las monarquías. Decadencia de la sociedad y progreso del individuo 2591 14. El porvenir. Dificultad de comprenderlo 2593 15. Sansimonianos. Falansterianos. Fourieristas. Owenistas. Socialistas. Comunistas. Unionistas. Igualitaristas 2596 16. La idea cristiana es el porvenir del mundo 2603 17. Recapitulación de mi vida 2607 18. Resumen de los cambios ocurridos en el globo durante mi vida 2611 APÉNDICE
I. Fragmentos suprimidos El libro sobre Venecia
I 'ysta traducción íntegra de las Memorias de ultratumba, la prim era en español de acuerdo con las últim as voluntades del autor, sigue de cerca las aparecidas recientem ente en alemán, en ruso y en italiano.1 ¡D e repente, un siglo y m e dio después de su publicación postum a en París en 1849, la obra maestra de la vejez de C hateaubrian d am plía sus lectores a los vastos públicos europeos y al inm enso p ú b li co hispanohablante de E uropa y de A m érica latina! E sca pa aún a esta segunda juventud de las Memorias el público angloam ericano, que no puede leerlas más que en una vieja iraducción o en una antología m ediocre, desde hace m u cho tiem po olvidadas en las bibliotecas públicas del otro lado del A tlántico. ¿C óm o exp licar esta irradiación tan tardía, repentina e im prevista de las Memorias? H a sido p recedida por el éxi-
2617
1 T ra d u cció n alem ana: Erinnerungen von je n s e its des Grabes, m eine jugend. M ein L eben ais Soldat u n d ais R eisen der ( 176s-1800), n ueva e d i c ió n , con un p o s fa c io de B rig itte S an d ig , M u n ich , ars una, 1944 , 376 p á
II. Textos complementarios 1. Amor y vejez 2. La conclusión de las Memorias
ginas. Para esta e d ic ió n , B rig itte S an d ig se ha b a sa d o en la tra d u cció n
2659 2666
alem ana e x iste n te d e las M em orias (L. M eyer, 1849-1859), y ha m o d e r n iza d o el te x to d e la p rim era p arte (1768 -18 0 0 ). T ra d u c c ió n rusa a c a r g o d e O lg a G rin b e rg y V era M iltch in a, M oscú , Iz d a te l’svo im eni Sabashn ik o v ik h , 1995. En italiano: M em orie d ’oltretom b a, con un «en sayo
Notas de los libros X X V-X X X lll Notas de los libros XXXIV-XL 1I
2681 2698
in tro d u cto rio » del llo ra d o C e sa re G á r b o li (+ 12 d e ab ril d e 2 0 0 4 ), T u rin , E in a u d i-G a llim a rd , 1995. G a llim a rd , 1995. En inglés: T b e mem oirs o f François René, vicom te de Chateaubriand, som etim es ambassador to England: being a translation (...) o f tb e M ém ories d ’outre-tom be, N u e va Y o rk , P u tm an ; L o n d re s, F reem an tle, 190 2, 6 v o lú m e n e s.— T he m em oirs o f Chateaubriand. S e le c te d , tran slated , and w ith an in tro d u ctio n b y R o b e rt B a ld ick , N u e va Y o rk , K n o p f, 1961.
PRESENTACIÓN
PRESENTACIÓN
to creciente de la edición erudita q ueJean -C laude B erchet preparó no hace m uchos a ñ o s' y por la m ultiplicación de los estudios que la han tom ado desde entonces com o base
Itrccogedora y de un alcance universal, sobre la era dem o»ni tica inaugurada por la R evolución A m ericana y p or la
segura. A h ora bien, hasta los años ochenta, incluso en Francia, las Memorias de ultratumba, detestadas por la d e
hizo nacer, sobre los peligros que llevaba en germ en, y so bre las pruebas insólitas a las que exponía, en su expansión m undial, la libertad y la hum anidad misma del hom bre?
recha reaccionaria com o una obra peligrosam ente liberal, y por todas las izquierdas com o la expresión de un punto de vista aristocrático, y por tanto reaccionario, sobre el m undo m oderno, eran consideradas de com ún acuerdo por las posiciones extrem istas com o p olítica y filo só fica m ente desdeñables. Se habían salvado sólo gracias a los lectores capaces de saborear el lujo m ágico de su estilo y a num erosos escritores ses, entre los más grandes, Baudelaire, F laubert, los herm anos G o n co u rt, Barres, Proust, A ragón, M alraux, G ra cq , que, de generación en genera ción, desde 1849 hasta nuestros días, han m antenido viva la llam a del cu lto que rendían a la obra m aestra literaria de la prosa sa. A p arte del acontecim iento cien tífico que supuso la edición de B erchet, una extraordinaria coyuntura h istóri ca, que puede fecharse con gran exactitu d tam bién en 1989, ha m odificad o el punto de vista prim ero de los fran ceses, luego de los rusos y de los italianos, y ahora de los españoles, sobre esta obra m aestra largo tiem po con sid e rada intraducibie, a tal punto su valor pasaba por ex clu si vam ente literario y ab ocado al exclu sivo disfrute de los más refinados connaisseurs de la lengua y de la prosa fran cesas. ¿Q u é ocurrió, pues, en 1989 para que pudiera cam biar radicalm ente el punto de vista tradicional sobre las Memorias y hacer que se leyeran no ya sólo com o una m a ravillosa partitura m usical sa, sino tam bién, y sobre todo, com o una reflexión profunda, de una actualidad so-
Revolución sa, sobre las grandes esperanzas que ella
Un extraord in ario desengaño3 de la inteligencia fra n cesa y europea de posguerra coin cid ió, en 1 9 8 9 , con el d e sengaño con que las Memorias de ultratumba, publicadas exactam ente ciento cuarenta años antes, habían in terp re tado la ironía y la m elancolía para la generación literaria de Flaubert y de B audelaire, despertada de sus ilusiones poéticas por el fracaso de la R evolución de 1 8 4 8 y por el advenim iento del Segundo Im perio de N ap oleón III. A la luz de esta coincid encia, V ico habría dich o de este ricorso, la obra maestra literaria de C hateaubrian d se ha revelado infinitam ente más profunda, más fecunda, más verdadera, más actual, en todo su esplendor y su tristeza poéticas, que las pesadas construcciones ideológicas en las que se han e x traviado y deshonrado, desde la década de los años treinta del siglo pasado, a ambas orillas del A tlán tico, los in telec tuales de derechas y de izquierdas. A sí las cosas, cab e afirm ar que las Memorias de ultra tumba, com enzadas en 1811, pero que sólo tom aron la fo r ma y el título de Memorias de ultratumba entre 1 8 3 2 y 1 8 4 2 , testam ento crepuscular de un testigo del prim er «siglo de las revoluciones» y profecía de sus consecuencias aún en gestación, no com enzaron a aparecer hasta 1 9 8 9 para los ses y para los europeos, convalecientes de sus atro ces guerras civiles y de los co n flicto s id eo ló gico s del si g lo x x , com o lo que eran en e l fondo-, el equivalente en el terreno de la edad m oderna de lo que había sido el Q u ijo te de C ervan tes en el crep ú scu lo de la cristiandad feudal,
1 Mémoires d'outre-tombe, edición de Jean-Claude Berchet, París, Classiques Garnier, 4 volúmenes, 1989.
’ En e sp añ o l en el o rigin al (N. d e l T.).
y un análogo literario de la obra del viejo G o ya , d esp erta do de las ilusiones del Siglo de las Luces y acosado por las tinieblas de nuevas barbaries. 1989: es el año para Francia del segundo centenario de la R evolución sa, y, en el m undo, el de la caída del M uro de Berlín y del hundim iento de la U nión Soviética. Los dos acontecim ientos han cread o en la conciencia eu ropea una especie de arco eléctrico. A l desm entido irrefu table p ro d u cid o por el im previsto final de la u r s s al d i a m a t leninista y estalinista y a la im postura de su «sentido de la H istoria», ha co rresp on d id o en Francia la derrota de la escuela histórica, jacobina y m arxista que venía im p o niendo, desde el siglo x ix , una visión totalm ente favorable de la R evolución de 1789, incluido el Terror de 1792-1794 y la ideología jacobina que lo había p ostulado y legitim ado. D e pronto, se hizo im posible no sólo esconder o atenuar, en nom bre del p ostulado de un radiante porvenir, el c a rácter carcelario del régim en soviético y el río de sangre y de torturas que su tiranía no había dejado nunca de hacer correr, sino tam bién negar por más tiem po el giro feroz y sangriento que había tom ado en 1792 la R evolución F ran cesa: la igualdad y los derechos del hom bre im puestos en París y en provincias p or la cuchilla de la guillotina, en la Vendée p or un genocida, y más tarde en España por la m a sacre del D os de M ayo y el Terror desencadenado por los m ariscales de N apoleón . La R evolución sa, hija del Siglo de las L uces, había adquirido tam bién y a su vez esta faz espantosa de Saturno devoran do a sus hijos que el S i g lo de las L u ces había d en u n cia d o en la In q u isició n , la N o ch e de San Bartolom é y la revocación del E d icto de Nantes. En adelante, la verdad sobre el Terror soviético, al es clarecer, retrospectivam ente, la verdad sobre el Terror ja co b in o e im perial, hacía evidente, de entonces acá, que la R evolu ción Rusa de 1917, la R evolu ción p erm anente en
lii C h in a de M ao, la R evolu ción de los jem eres rojos en ( 11ni boya, y un buen núm ero de otras barbaries indecibles del siglo x x , habían encontrado una especie de garantía idealizada en el p recedente del Terror de 1793. Este inIierno p olítico y policial francés fue el tronco originario de infiernos análogos que se m ultiplicaron a lo largo del siglo xx, pero a más vasta escala y con superior eficacia, de acuerdo con la ley im placable del progreso de los ogros. El Terror de 1792-1794 se desencadenó en nom bre de una ideología tan sum aria com o fríam ente lógica, abandonan do a la hum anidad viva en favor de la abstracción del «hom bre regenerado». Todos los Terrores «rojos» del siglo x x han p roced id o de ideologías igualitarias tan sum arias y abstractas com o aquélla.
C H A T E A U B R I A N D Y T O C Q U E V 1L L E
En reacción contra ellas, han aparecido, com o ya sucedirera a m enor escala en la Francia y en la E uropa de las p os trimerías del siglo x v iii y de com ienzos del siglo x ix , unos C ontraterrores blancos o negros, cuya ferocidad simétrica a la de sus adversarios se inspiraba en ideologías inversas a las suyas, pero tan ajenas com o las otras a la más elem ental hum anidad, y no menos dispuestas que sus opuestas a las masacres en serie, a las torturas y al genocidio. En com paración con esta guerra civil europea y con sus avances gigantescos en la lucha contra los fanatism os ideológicos, la dem ocracia representativa y basada en el voto a la inglesa y a la am ericana, nacida de revoluciones no sangrientas, victoriosa sobre diversos totalitarism os, fundada en una filosofía pragm ática del hom bre m edio, apareció com o el puerto de salvación para una E uropa d e vastada por sus dem onios y sus quim eras de izquierda y de derecha, funesto y contagioso ejem plo para el resto del
m undo. Tam bién desde la posguerra de 1940-1945, en las
les y de las libertades personales, de la pasión por la igu al dad a expensas de la pasión por la libertad, o, dich o de
enseñanzas del filósofo Raym ond A ro n , y sobre tod o d es pués de 1989, en los trabajos del h istoriador François F u ret, el p en sam ien to larg o tiem p o o lv id a d o de A le x is de T ocqueville, un sobrino p o lítico de C hateaubrian d, se ha
otro m odo, del lado de lo que había de peor en el A n tigu o Régimen: el absolutism o. H om bre de E stado de la S egun da República, T ocqueville relató también en sus Recuerdos,
im puesto com o una referencia central para todos los esp í ritus preocupados por precaverse contra «el op io de los intelectuales»: la fascinación por las ideologías to talita
com o testigo desde dentro, cóm o, una vez más, la violencia revolucionaria de junio de 1848 acabó desem bocando en la recrea ció n de un régim en a u to rita rio , el S e g u n d o
rias. Los dos volúm enes de La democracia en América (1834 y 1840) han sido siem pre considerados por los propios am ericanos com o el análisis más lúcido e im parcial de su excep cio n al régimen p olítico y de la salud de su p ropio te
Im perio, exactam ente igual que en 1792-1794 la violencia jacob in a y su igu alitarism o ab stra cto habían d ejad o el terreno abonado para el despotism o de B onaparte com o
jido conjuntivo m oral y social. Pero fue p reciso que F ran cia y E u ro p a, arruinadas y desgarradas p o r la Segun da G u erra M undial, sintieran la atracción poderosa del «m o delo am ericano» para que la m editación de La democracia en América se convirtiera, para tod o espíritu desencanta do, en el prólogo indispensable para la exp licación de la larga duración y del éx ito h istórico de la única dem ocracia
Prim er C ónsul y para la dictadura m ilitar de N ap oleón c o mo em perador. T o c q u e v ille no creía, sin em b argo , que la salida del e n g ra n a je tr á g ic o c re a d o p or la v io le n c ia ja c o b in a de 179 2-179 4 hubiera de buscarla en el virtu oso «m odelo» am ericano y su eventual transposición a Europa. H abía sem brado de som bras inquietantes su cuadro de los E sta dos U nidos: el gen ocidio de los indios aborígenes, la p er sistencia de una cruel esclavitud de los negros, y una m o
liberal que parece haber hecho realidad de entrada la u to pía del S iglo de las L u ces, sin com p rom eterla, com o en Francia, por un Terror.
ral brutal de los intereses p oco propicia a la aparición de una civilización de las costum bres, aun cuando aquélla se viera contenida por un civism o de esencia religiosa. A u n
Pero el interés de Tocqueville, incluso durante su viaje por los jóvenes E stados U nidos, no había p erdido nunca de vista el porvenir de la «vieja» Francia y de la «vieja» E uropa. C om o historiador, escribió el A ntiguo Régimen y
que T ocqueville condenaba sin añoranza, con la genera ción de 1789, el absolutism o real y los privilegios de la aristocracia del A n tigu o Régim en, aunque se había m os
la R evolución, don de m uestra que todas las líneas de fu e r za de la sociedad civil sa del siglo x v m la llevaban hacia la igualdad de condiciones y hacía una m onarquía constitucional a la inglesa: fue la violencia del Terror la que interrum pió y decantó esta evolución casi natural, h a cien do que retornara la Francia del C o m ité de Salvación P ú b lica, tras el Im perio napoleón ico, del lado del cen tra lism o b urocrático, de la supresión de las autonom ías lo ca
trado partidario sin reservas de la igualdad, a p oco que és ta no se estableciera a costa de la libertad, estaba lejos de con fun dir en una misma execración los defectos políticos del A n tigu o Régimen y las cualidades m orales adquiridas en el curso de un largo proceso de civilización por la anti gua aristocracia: pensaba incluso que el patrim onio de am or a la libertad y de civilización de las costum bres m a durado con el tiem po, la religión y las letras, legados de la aristocracia m uerta a la dem ocracia naciente, podía co n
vertirse en uno de los bastiones más seguros en la defensa del nuevo régim en social contra las tentaciones a b stra c tas del igualitarism o y de sus feroces ideologías. Por su parte, la ironía y la m elancolía de las Memorias de ultra tum ba, la angustia profètica que hace estrem ecer de punta a cab o su rem em oración, nacen del sentim iento de C h a teaubriand de que este precioso patrim onio de costu m bres civiles y de «moral de los deberes» acum ulado por la «vieja E uropa» aristocrática se erosiona rápidam ente bajo el efecto corrosivo de la «moral de los intereses» que vu el ve bárbara y brutal la era de las dem ocracias. N o todo, pues, era rechazable en el pasado de la «vie ja Europa». Los lectores am ericanos de Tocqueville, y sus lectores europeos superficiales han querido ver a m enudo en La democracia en América un panegírico incondicional del homo americanus y del m ecanism o constitucional, m o ral y relig io so que le ha p erm itid o co n cilia r su extrem a d u ctilid a d y m ovilidad individ uales con el crecim ien to m aterial continuo de su riqueza y de su potencia co le c ti vas. En realidad, sob re to d o en el segu n d o volum en de La democracia, p u b licad o en 1840, T ocq ueville no duda en abordar los posibles entorpecim ientos de este herm oso m e canism o liberal, e incluso su involución insensible a largo plazo hacia un despotism o no previsto por los padres fu n dadores. Tocqueville no exclu ye que, im poniéndose un día la m oral de los intereses en los E stados U nidos a la m o ral religiosa de los deberes, el igualitarism o dem ocrático subvierta en ellos de form a sorda la libertad en provecho de una «aristocracia crisógena» que ejerza sobre unos es
recientem ente voces en A m érica para estigm atizar a una Europa dem ocrática tem blorosa y adorm ecida en lo « p o lí ticam ente correcto» hedonista de sus estados providencia; inversam ente, se han lanzado desde E uropa acusaciones 1 ontra una dem ocracia am ericana presa del m iedo y d o m i nada por una ideología a la vez «neoconservadora» y «neom ilenarista» que apela a la cruzada contra el islamismo. Las dos tesis opuestas, cada una de las cuales describe una variante diferente de la misma deriva prevista con desaso segada ironía por el T ocqueville de la segunda parte de su Democracia, podrían hacer tam bién suyo, tanto la una c o mo la otra, el oráculo am biguo proferido por A rthu r Rimb aud en el poem a «D em ocracia» de las Ilum inaciones: «Reclutas de buena voluntad, nuestra filosofía será fe roz; ignorantes para la ciencia, hábiles para la com odidad; que el resto del m undo reviente. Es la verdadera senda. ¡A d elante, en m archa!» En cualquier caso, es evidente que hoy, tanto en los Eslados U nidos com o en E urop a, surgen tem ores sobre el debilitam iento de la voluntad, de la libertad y del d iscer nim iento en las dem ocracias liberales, que se acercan a las advertencias del Tocqueville de La democracia en América y a las som brías previsiones de C hateaubrian d en las M e morias de ultratumba.
DOS ARISTÓCRATAS TESTI GOS DE LA DEMOCRACIA MODERNA
A lexis de T ocq ueville, descendiente por línea paterna de
Estas reservas y estas inquietudes de Tocqueville han
una antigua fam ilia aristocrática del C oten tin , y por m a terna de la poderosa fam ilia de los Lam oignon de Malesherbes, no d u dó en presentarse a diputado en las e le c
perm anecido durante largo tiem po com o letra m uerta, hasta que, del otro lado del A tlán tico, desde el 11 de sep tiem bre surge una disputa inédita: en efecto, se han alzado
ciones del C oten tin con ocasión del sufragio universal establecid o p or la Segunda R epública en 1848. N acid o en 1805, dos generaciones más joven que su tío p olítico Fran-
píritus estrechos el dom inio indiscutido de lo « p olítica m ente correcto» id eológico.
?ois-René de C hateaubrian d, tam bién segundón de un an tiguo linaje de nobleza bretona, había sido criado en el re cuerdo fam iliar de los mism os m ártires del Terror que
llevado en 1792 un diario de viaje repleto de éxtasis estéti cos ante el esp ectáculo de los sublim es espacios vírgenes del wilderrtess am ericano, y bosqu ejad o una epopeya en prosa desm elenada, Los nátehez, que relata la aventura de 1111 joven francés que se hace adoptar por una india y se c o n
C hateaubrian d había llorad o en 1793 - 1 7 9 4 , refugiado por aquel entonces en Inglaterra. Pero ni para uno ni para otro, grandes iradores y lectores am bos del profeta y
vierte en el testigo im potente del trágico « con flicto de c i
teórico de la dem ocracia, Jean-Jacques Rousseau, el revu l sivo contra el Terror de 1792-1794 estuvo nunca acom p a ñado de la m enor ob jeción contra la « D eclaración de los
vilizaciones» entre estos «hom bres de la naturaleza» y los europeos m ejor arm ados que se apoderan de sus tierras, los corrom pen y los aniquilan. Estos dos textos de ju ven
derechos del hom bre y del ciudadano» de 1789. A m bos aceptaron la dem ocracia com o un h echo irreversible. P or ello, y precisam ente porqu e la dem ocracia los había d es
tud no serán p ub licados por su autor, con supresiones y revisiones, hasta 1826.
pojado de tod o privilegio de casta y les había perm itido, al p recio de terribles pesares y de pruebas crueles, conservar de su p edigrí sólo lo mejor, el am or a la libertad personal, el sentido del honor, la dulzura de las costum bres y una cierta manera elevada de pensar y de sentir, se con sidera ron cada uno a su m odo en posición de describir la era d e m ocrática con una im parcialidad y una penetración de la que eran incapaces sus beneficiarios, p orqu e se sentían ca p acitados para observarla a la vez con distanciam iento y desde fuera, al ser al fin y al cabo lo que los jacobinos lla maban unos ci-devant ,4 pero tam bién desde el interior,
El otro, T ocqueville, que había leído estos fragm entos de la juventud de C hateaubrian d, se trajo de su estancia com o observad or en los E stados U nidos en 1831-1832 los abundantes m ateriales de los que extraerá los dos v o lú menes sucesivos de La democracia en Am érica, inm ediata mente saludados com o el equivalente de E l espíritu de las leyes de M ontesquieu aplicado a la joven nación. Por una parte, pues, un poeta rom ántico avant-la-lettre, por otra, un filósofo p olítico pasado por la severa escuela del his toriad or François G u iz o t y del so ció lo g o liberal RoyerC ollard . Pero el filósofo p olítico T ocq ueville, que aspiraba a la
puesto que itían lo justo de los p rin cipios fundadores d e la d e m o c ra c ia m o d e rn a y lo s d o s h a b ía n v is ita d o — Chateaubriand en 1791-1792 y Tocqueville en 1831-1832—
vez, com o G u izo t y R oyer-Collard, a la autoridad im perso nal del sabio y del hom bre de Estado, tenía también m ade ra y sensibilidad de escritor rom ántico, tal com o acreditan
durante varios meses lo que am bos consideraban com o el laboratorio de la futura hum anidad dem ocrática, los E sta
su correspond encia y sus escritos íntim os, pero tam bién sus obras «científicas», escritas en un estilo tenso y e líp ti co, a lo T ácito. En cuanto a C hateaubrian d poeta, su e x perien cia parisina de la R evo lu ció n , su exp erie n cia del
dos U nidos de A m érica. D e su estancia en ultramar, en unas etapas del d e sarrollo de la joven nación cro nológicam ente muy d iferen tes, escriben obras de naturaleza muy diversa, pero en m u chos aspectos concordantes. U no, C hateaubrian d, había
« con flicto de civilizaciones» en A m érica del N orte, su e x periencia de la Inglaterra parlam entaria a lo largo de los siete años de exilio que pasó allí durante el Terror, y, d es pués de 1800, su exp erien cia del C on su lad o y del Im perio, todas jalonadas por am biciosos ensayos de reflexión p o lí
tica y de historia de la civilizació n — el Ensayo sobre las re voluciones (Londres, 179 7), E l genio d el Cristianismo (Pa rís, 1802)— , le prepararon para entrar a b om b o y platillo en la arena política, cuando el régim en de la m onarquía constitucional de la Restauración, en 1814, después de la
tum arillas sucesivas fueron a sus ojos el síntom a de su in capacidad para m ostrarse a la altura de la oportun idad histórica irrepetible que se les había ofrecido. C.uando el régim en, vuelto estúpida y efectivam ente reaccionario en 1830, se hundió durante las «Tres G lo r io
caída del Im perio n apoleón ico, estableció por prim era vez en Francia una vida parlam entaria a la inglesa y una relati
sas» de julio del mism o año, C hateaubrian d se sintió d iv i dido entre el am argo placer de haber sido su lúcido in tér
va libertad de prensa. Por más escéptico y pesim ista que fuese por naturale za, C hateaubrian d, al igual que su joven sobrino T o cq u e ville, creyó en la Restauración. Incluso teorizó sobre ella en unos notables escritos políticos, las Reflexiones de 1814
prete, la tristeza de que se le hubiera im pedido desem peñar el papel salvador que le correspondía y la desesperación ile ver esfum arse la última oportun idad de reconciliar en
y La monarquía según la Carta de 1816. A p o stó por una ú l tima o p ortun id ad dada a Francia de lograr lo que había echado a perder trágicam ente en 1789-1791, la transición progresiva y no violenta del A n tigu o Régim en absolutista y aristocrático a una m onarquía constitucional a la inglesa, bajo la cual la educación de la dem ocracia en el am or a la libertad y a las costum bres civilizadas legadas por la anti gua nobleza tendría tod o el tiem po necesario para d om e ñar la fero cid ad de sus pasiones igualitaristas. D e hecho, la Restauración respondió en parte a lo que se esperaba de ella: creó un clim a de relativa paz social y de libertad de expresión extrem adam ente fecu nd o para las letras, las artes y el florecim iento de la vida del esp íri tu; un renacim iento «rom ántico» extraord in ario, que re con o ció en C hateaubrian d a su inspirador, y exten d ió sus encantos a los quince años del régim en. P ero el gran escri tor-hom bre de E stado no estaba satisfecho; se atribuía una misión, con ven cid o com o estaba de ser el único en haber entendido realm ente el envite h istórico del régim en, y el único en poder asentarlo de form a duradera en la opinión pública. Tam bién la desconfianza, la hostilidad, el desdén obstinados que su am bición de asum ir él mismo la cabeza del G o b ie rn o real encontró en Luis X V III, C arlos X y sus
Europa pasado y futuro, igualdad y libertad, progreso de las costum bres y progreso político. La terrible crisis moral que supuso para él la caída de la Restauración, la c o n d i ción de exiliad o interior que eligió asum ir entonces para dem ostrar su rechazo a colaborar con el régim en burgués del «usurpador» Luis F elipe (triunfo a sus ojos de la c o rruptora y servil «moral de los intereses») no le dejaban otra salida que convertirse exclusivam ente en escritor y transform ar las M emorias que había com en zad o en 1811, y que continuó con interm itencias a lo largo de su carrera política durante la Restauración, en un vasto fresco-b alan ce del «siglo de las revoluciones» por el que había pasado: b outeille à la mer cuyo mensaje de C asandra no llegaría hasta después de su m uerte a las generaciones futuras. En 1835 y 1840, la com posición de las Memorias coin cid ió con la p ublicación de los dos volúm enes sucesivos de La de mocracia en América, y, a partir de 1836, Tocqueville fue invitado a asistir a las lecturas de las Memorias que la m u sa de Chateaubriand, Juliette Récamier, organizaba en p re sencia del autor, para un p ú b lico muy selecto, en su p e queño salón de la A b baye-aux-B ois. L os dos genios de la aristocracia liberal dialogaban au dessus de la m êlée sobre las difíciles posibilidades de la libertad y de la civilización en la era de las dem ocracias.
1: 1. G É N E R O A R I S T O C R Á T I C O D E L A S M E M O R I A S Y LAS C O N F E S I O N E S D E M O C R Á T I C A S
La elección por C hateaubrian d del género de las M em o rias para hacer el balance de su experien cia terrenal le v i no dictada por sus orígenes aristocráticos. A más pequeña escala, Tocqueville lo imitará después de 1851 al resumir su exp erien cia de la R evolución de 1848 en el m anuscrito
yo de la opinión popular, se había hecho intérprete. Para ( .liateaubriand, com o para T ocqueville, la m onarquía a b soluta y niveladora había preparado durante largo tiem po en Francia el terreno a la dem ocracia igualitarista y a su in1 linación dictatorial, m ientras que la aristocracia de la es pacia y de la toga, apegada a su independencia personal y a las libertades locales, había conseguido salvaguardar para la sociedad civil sa, y contra el dom inio de la b u ro cracia real, un margen y unos espacios de libertad privada,
postum o de sus Recuerdos. El género de las Memorias p os tumas, típicam ente francés, se había vu elto característico, sobre tod o después del siglo x v i, de la aristocracia co rte sana y de la aristocracia m ilitar del A n tigu o Régimen. Los
da congelación totalitaria. En parte alguna, salvo en los ca-
m em orialistas ses, a quienes les traía sin cuidado al canzar una reputación de «autores» profesionales y que escribían com o hablaban, con la sprezzatura del « discre
hiers de doléances de 1789, se descubre con más franqueza que en las Memorias, escritas clandestinam ente y reserva das a una eventual publicación postum a, este profu ndo
to» cara a Baldassare C astiglione, eran nobles celosos de su libertad y de su honor que, al declinar de sus vidas, ha cían balance de cuentas para sus descendientes, y even
sentim iento de libertad de la sociedad civil sa del A ntiguo Régimen.
tualm ente para el p ú b lico futuro, con los reyes a los que habían servido o contra los que se habían alzado. D e fe n dían retrospectivam ente por escrito su honor contra la in gratitud regia o contra los abusos de p oder y las calum nias de que, según ellos, los habían colm ado los m inistros de la m onarquía, y contra los que habían tom ado en ocasiones, ellos y sus vasallos, las armas. Las Memorias de los aristó cratas que habían resistido al terrible cardenal de Richelieu o que se habían rebelado durante la Fronda contra el
de civile conversazione, de gustos y de inclinaciones in d i ferentes a las norm as oficiales, preservando el reino de to
Las M em orias privadas del A n tigu o Régimen eran ante todo relatos de la vida pública de sus autores sobre el telón de fondo de la m onarquía, que no destinaban sino un muy escaso espacio a su infancia y a una vida íntima evocada exclusivam ente desde el prism a religioso del desencanto tardío de un m undo decepcion ante, preludio de una c o n versión religiosa final. En el siglo x v m , el conten cioso e n tre la m onarquía inistrativa y la nobleza había p erdido todo carácter de rebelión militar: se concentraba en los li tigios judiciales entre la corte y sus representantes, por una
cardenal M azarino, continuador del absolutism o de Richelieu, las Memorias del duque de Saint-Sim on, fu lm i nantes de indignación contra la hum illante servidum bre
parte, y, por otra, entre Parlam entos y estados p rovin cia les. Las Memorias del duque de Saint-Sim on, escritas d u rante el reinado de Luis XV, son la últim a obra maestra
im puesta por el absolutism o de Luis X IV a los grandes se ñores ses, atestiguaban esta pasión por la libertad que no se había extin gu id o nunca en Francia, incluso bajo
polém ica del género. Las Memorias contem poráneas del duque de Luynes o del m arqués de A rgenson atestiguan, p or el contrario, su pérdida de vitalidad. La R evolución y
el yugo del centralism o inistrativo de los prim eros B orbones, y de la que la aristocracia, a m enudo con el a p o
el Im perio, al despertar a gran escala las guerras civiles del siglo x v i y del siglo x v m , van a dar un nuevo y form idable LI
aliento al género: las Memorias de m adame Roland, de m a dam e de Staël, del m arqués de Besenval, del m arqués de N orvins narran las diversas actitudes de sus autores frente al despotism o jacobino o im perial. En m uchos aspectos, las Memorias de C hateaubrian d son la obra maestra de es ta nueva generación de m em orias, escritas por actores o
relato de su infancia, en sus prim eras em ociones sexuales, «•n las errancias picarescas de su adolescencia, atrib u yen do ¡1 ínfim os y oscuros episodios privados una im p ortan cia capital en el nacim iento y la form ación de su singular personalidad. La prim era parte de las Confesiones es de h e d ió el prim er autorretrato autobiográfico del homo dem o
por víctim as del cataclism o del «siglo de las revoluciones» y que se sienten m ovidos a dejar su testim onio de él. A fi
cráticas por excelen cia, Jean-Jacques, fundam entalm ente bueno e inocente por naturaleza, pero al que una sociedad
nales del siglo x v iii, el género había tom ado, por otra par
mal hecha y corrupta ha arrancado de su esencial bondad para enseñarle a mentir, a pensar, a escribir, a com batir con la pluma, a sufrir persecución, aunque capaz siem pre de
te, una conciencia más aguda de su propia tradición, al margen de la historiografía y de la literatura profesionales: habían aparecido coleccio nes que abarcaban un largo p e ríodo de tiem po (desde la Vida de san Luis d e jo in v ille , del siglo x iii, hasta las Memorias del siglo x v m ), la prim era de ellas la víspera de 1789 en Londres, la segunda al com ien zo de la Restauración, y la tercera al com ienzo de la M o
refugiarse en sí mismo, en la soledad, a fin de disfrutar en ella de los recuerdos de sus años de inocencia y de su inna ta bondad, una bondad que se reencuentra preferentem en te lejos de las ciudades, en el espectáculo de una N aturale za intacta de toda industria humana.
narquía de Julio. Pero, entre tanto, había surgido una form a totalm ente
El mism o Rousseau que, para subsanar la corru p ción y la injusticia de las sociedades contem poráneas recom ien
nueva de Memorias, con la obra maestra de la vejez de JeanJacques Rousseau, publicada en dos partes sucesivas con idéntico título: las Confesiones (1782 y 1789). G in eb rin o,
da en E l contrato social la vuelta a las repúblicas antiguas, don de los ciudadanos libres e iguales estaban totalm ente absorbidos p or la ded icación al bien com ún y la adhesión a la «voluntad general» del cuerpo p olítico, inventa en sus últim os escritos, las Confesiones y las Ensoñaciones d el pa seante solitario, una literatura que da la espalda a la so cie
protestante, plebeyo, Rousseau, cuya personalidad p ú b li ca se vio forjada p or una obra polém ica de filósofo p o lí tico, de teórico de la pedagogía y de novelista de la vida privada, no tenía testim onio alguno que aportar sobre la v i da política de un reino que solam ente apreciaba por la len
dad y a la vida pública, y se consagra exclusivam ente tan to a la exp loración de un «yo», cuyas p rofu ndidad es dejan
gua, y en el que nunca se sintió en su casa. E scribió sus
aflorar al «hom bre natural», com o a la relación de sus é x
C onfesiones para responder a las calum nias y p ersecu cio nes de que había sido víctim a por parte de Voltaire, de D i
tasis panteístas en la naturaleza virgen del «hom bre so cial». Esta estridente contradicción rusoniana entre una utopía política espartana, que im plica la anulación del «yo» al servicio de la «voluntad general», y un in d ivid u a lism o exacerb ad o que trata de reencontrar en el «yo» ín ti
derot y de los «filósofos» parisienses, presentando la im a gen verídica de sí m ism o que había de triunfar a los ojos de la posteridad sobre la caricatura odiosa que sus adversa rios habían d ifun dido entre el público. R om piendo así con todas las convenciones del género aristocrático de las M e morias, Rousseau no d u dó en extenderse largam ente en el LII
mo los m om entos de dicha de una naturaleza humana in o cente, ultrajada y olvidada, ha hecho del «ciudadano de G in ebra» el profeta de la crisis perm anente de las d em o
cracias m odernas, que oscilan entre dos extrem os, el te rror totalitario y la anarquía de los individualism os narcisistas y solipsistas.
Sin em bargo, cuando se pone realm ente a escribir sus Memorias, en 1811, hace de form a espontánea un largo re
CHATEAUBRI AND, ROUSSEAU, PASCAL
El joven C hateaubrian d se vio profundam ente seducido, com o toda su generación, por la novedad genial y p ro fèti ca del pensam iento y del estilo de Rousseau. Sus prim eros
genio serán siem pre los de un «nadador entre dos orillas», que se pretende a la vez el heredero de unas form as civ ili zadas m aduradas por el tiem po y la m em oria, y el con tem poráneo en un plano de igualdad con la subjetividad d e m ocrática igualitaria y tolerante. Su m aravilloso relato de
escritos, el Ensayo sobre las revoluciones y Los nátchez, aun que contem poráneos de un Terror que se remitía a R ous seau y que había hecho de este ju n k e r un desarraigado, un outlaw y un ouícasí, lo atestiguan con creces. N o será has
infancia y de adolescencia, contrariam ente al de Rousseau, «el hom bre de la naturaleza», que se quiere ajeno a la H is toria corruptora, se inscribe decididam ente en la historia del reino: describe a un tiem po una educación de ju n k er
ta 1799, en vísperas de su regreso a Francia, cuando tom e realm ente conciencia de sus orígenes y de su genealogía de gentilh om bre cristiano y francés, heredero de un largo
bretón del A n tigu o Régimen y una vocación atorm entada de poeta francés desarraigado, cuya sensibilidad de d eso lla
proceso de civilización interrum pida p or el Terror y que conviene reanudar para poner fin cuanto antes a la guerra civil sa. C u an d o se plantea por prim era vez en R o ma, en 1804, escribir unas Memorias, rechaza el m odelo de las Confesiones, se propon e contar la historia de sus senti m ientos, y no hacer la apología com placiente de sus fla quezas. H a superado su fascinación por el «hom bre de la naturaleza» que Rousseau pretendía encarnar y del que el ciu d ad an o de G in e b ra hacía la piedra angular de una sociedad «regenerada». H ab ía leído y releído a Pascal, a Bossuet, a los m oralistas ses, a quienes celeb ró en E l genio d el Cristianismo, y com parte con ellos ahora el c o n vencim iento de que tod o cuanto puede dom eñar el eg o ís
lato casi onírico de sus «años profundos» de infancia y de adolescencia que debe m ucho a la prim era parte de las ('.onfesiones de Rousseau. Su fuerza, su singularidad, su
do con cu erd a an ticip adam en te con el nu evo m undo d e m ocrático. Para que sus Memorias adquieran toda su am plitud a la vez épica y lírica tendrá, sin em bargo, que pasar por la exp erien cia decepcion ante, pero esclarecedora, de su «carrera política» bajo la Restauración, donde hará de su propia aspiración íntima a la síntesis entre tradición y m o dernidad, entre nobleza de costum bres e individualism o d em o crá tico , el p rin cip io de una am bición cívica para Francia y para Europa. G racias a esta experiencia política p ud o escapar a la autobiografía rusoniana y elevarse, pero sin sacrificar el análisis de sus p ropios sentim ientos, al punto de vista del historiador y del m oralista sobre el d es tino de Francia y de E urop a en la era dem ocrática que vio
cas de las letras y de las artes»— es p referible a las id eo lo
nacer. Esta óptica cam biante, que no condesciende al m inu cioso exam en narcisista de la autobiografía, pero que tam p oco aspira a la ob jetivid ad ilusoria y om nisciente del h is
gías que justifican sus reivindicaciones y que hacen im posi ble toda sociedad viable.
toriador, le perm ite alternar la narración íntim a, com o en el ep isod io patético de la m uerte de su amiga Pauline de
mo hum ano— la fe cristiana, las form as de la civilización, el sentido del honor y del deber, las «reglas m nem otécni-
Beaum ont en Roma (episodio que pertenece, no obstante,
Mi* que ha sabido amar, odiar, irar, detestar y añorar
a la historia de Francia por los propios orígenes d e Pauline,
mas que esperar, al más allá incluso de un diálogo de p o e
hija del m inistro de A suntos E xteriores caro a Luis X V I, y por el m artirio sufrido por su padre y toda su fam ilia d u
ta con H om ero y V irgilio, con C am óes y C ervantes, con M ilton y Byron, con Pascal y Rousseau: hasta la conciencia
rante el Terror), y los cuadros de H istoria pintados desde la perspectiva de un testigo que no está involucrado en la acción: el Terror que avanza en París antes de las m asacres de 179 a, la vuelta de los B orbones a las Tullerías, los C ien
puram ente religiosa del hom o viator y de la vatiitas vanitatum de su odisea por el océan o terrestre.
D ías vistos desde el ex ilio d e G an te, la «Vida de B onap ar te» descrita p or un irador del hom bre de genio y por un adversario irrecon ciliab le del déspota que ha in stitu cionalizado el Terror; y, por últim o, las instantáneas de la M onarquía de Julio, vista p or un legitim ista cuyos sen ti mientos antiburgueses se han aproxim ado a los de los rep u
tencia espiritual de los cristianos del siglo m a la tiranía y .1 la persecución m ateriales de los lugartenientes del em perador D ioclecian o el p rin cipio religioso de la libertad de los m odernos. En las Memorias de ultratumba, el h om bre libre que escribe com o «sentado en el fondo de su ataúd» quiere m ostrar que no hay verdadera libertad sin d ig n i
blicanos liberales. C o n la H istoria contada y rem em orada p or un testigo libre, que vive de sus p ropios sentim ientos y de su p ropio pensam iento, se entrecruza un relato de v i
dad, ni verdadera dignidad sin el sentim iento cristiano de la paradoja de la grandeza del hom bre, im agen de D ios, y «le su bajeza, espejo de su nada y de su fugacidad con res
da personal, pero recordada con suficiente altura para no dejar de perm anecer tangencial a la m archa grave, trágica
pecto a D ios. El autor de las Memorias no renuncia a esta dignidad, ni tam poco a esta hum ildad. La fe cristiana, c o mo la civilización cristiana, es indisociablem ente aristo
o grotesca de la H istoria. E l C hateaubrian d de las M em o rias ha inventado un contrap unto narrativo inédito que hace co in cid ir el presente del narrador, sus sentim ientos, sus pensam ientos, su situación actuales, con su memoria de una época anterior de su vida y de su siglo: op ortu n i dad constantem ente renovada de establecer un paralelis mo irónico y m elancólico entre las diferentes edades del b reve tiem po de una misma existencia individual y las d i ferentes facetas contradictorias del largo tiem po de la his toria de las naciones. Este entrelazam iento de dos «revoluciones» irresisti bles del tiem po, de rapidez y de sustancia distintas, pero percibidas y sufridas por la misma caña que piensa, siente y escribe, perm ite acced er a las Memorias y a sus lectores al más allá de una con cien cia histórica y p olítica en p e r petua alerta, al más allá de los latidos de un corazón no-
En su novela histórica, Los mártires, publicada en 1809 bajo el Im perio, C hateaubrian d había hecho de la resis
crática y dem ocrática. «Si se en salza— d ecía Pascal del hom bre— , lo rebajo; si se rebaja, lo ensalzo.»5 Es la m ejor clave de lectura, poética, política, histórica y religiosa de las Memorias de ultratumba.
C HATEAUBRI AND Y ESPAÑA
La Bretaña aún sem ifeudal de donde proviene C h ateau briand no deja de tener su analogía en el siglo x v m , con la M ancha m edieval de don de C ervantes sacó a su C aballero de la Triste Figura. Esta m uy im perfecta analogía, con los ' P ascal, Pensées, e d ic ió n d e P h ilip p e Séller, C la ssiq u e s G a rn ie r, 1995, P e n sé e 94, p p . 184-187.
parentescos m orales y estéticos que com porta entre D on Q u ijo te y el antihéroe de las Memorias, gran enam orado de D ulcineas, gran enderezador de entuertos, gran p erd o navidas de magos y de gigantes, gran im aginativo generoso, ¿bastará para hacer saborear al p ú b lico español cultivado esta epop eya tragicóm ica sa, escrita a m ediados del prim er siglo dem ocrático, pero que aún suena sorpren dentem ente bien a finales de su segundo siglo? Los le cto res de Baltasar G racián podrán reconocer también en el antihéroe y en el autor de las Memorias de ultratumba, con la agudeza o e l arte de ingenio en el estilo, la desenvoltura social y la penetración moral enseñadas por el Oráculo manual, al hom bre desengañado por las pruebas del C riti cón. Todas las aristocracias católicas se parecen. P ero Pascal nos advirtió: «V erdad aqu end e los P ir i neos, error allende.» N o resulta, pues, inútil llamar la aten
vltir la
evocación de su estancia en G ran ada en abril de
1H07, al regreso de su viaje de seis meses p or G recia, P a y E gipto. C om o caballero con oced or de las virtu d e s del «am or a distancia», se había citado en G ranada, le stina
untes de abandonar París, con «la más amada», la bella y v e l e i d o s a N atalie de L ab orde, duquesa de N oailles. Superviviente por los pelos del Terror, en el que su p a banquero de la corte de Luis X V I, había p erd id o la v i d a , N atalie había sido traicionada por su m arido em igra d o , y era libre para las pasiones, entre otras la que nació dre,
ella y C h a tea u b ria n d en 1806. D o ta d a para el c a n t o , la danza y el dibujo, que había aprendido en el taller d e D avid, rica y m undana, se había convertido en uno de los astros del París del C onsulad o, al tiem po que crecía la gloria literaria de C hateaubriand. entre
M ientras el céleb re escritor iba a hacer su «itinerario de París a Jerusalén», la gran dama recorrió España por
ción del lector español sobre el hecho de que el autor de las Memorias de ultratumba cruzó él mism o los Pirineos y escribió una novela «española», E l últim o de los Abencerrajes, publicada en 1826: p reludio de la hispanofilia de
cuenta de su herm ano A lexan d re de L aborde, dibujando m onum entos y paisajes del reino de C arlos IV con miras a ilustrar la lujosa obra que A lexan d re p ublicaría en 1807-
T h éo p h ile G au tier y del descubrim iento en Francia de la gran escuela de p intura española. C h ateau b rian d desem peñó, quince años más tarde, un papel decisivo, com o m i
1811 con el título de Itinerario descriptivo de España ...6 La cita en G ranada tuvo lugar según lo convenido, aunque no sin peripecias previas. En un pasaje suprim ido de las M e
n istro de A su n to s E x te rio re s de L u is X V I I I , en la in terve n ció n sa en E sp aña para salvar el tro n o de
morias, pero cop iad o en 1834 por Sainte-B euve y p u b lica do por él en 1849, el m em orialista daba a entender que el
F ernando V II. D e los dos m om entos intensos en las relaciones d ire c
largo p erip lo y la espera habían vuelto deslum brante el re encuentro de los dos amantes:
tas de C hateaubriand con España, la estancia en G ranada de 1807 y la intervención m ilitar sa al otro lado de los Pirineos que él h izo aceptar por el C on greso de la S an ta A lianza en V erona, las Memorias de ultratumba sólo ha
«Un solo pensam iento llenaba mi alma, yo devoraba esos m om entos; bajo mi im paciente vela, con los ojos cla vados en la estrella vespertina, le pedía que desatara los
blan m uy b reve y alusivam ente. ¿P or qué? La idea p recon ceb id a del m em orialista de no deten er
pagne et tablean élém en taire des d ifféren les branches de l' inistration
se más que en sus relaciones extracon yugales confesables, Pauline de Beaum ont y Juliette Récam ier, le hicieron abre-
in-8.°, u n o d e e llo s u n atlas.
LVIII
‘ A le x a n d re d e L a b o rd e (17 7 3 -18 4 1), Itinéraire á escrip tif d e l'E set d e l'in d u str ie d e ce royaum e, P a rís, H . N ic o lle , 1808, 6 v o lú m e n e s
Lix
vientos para que fuera posible singlar más rápido, y gloria para hacerm e amar. E speraba encontrarla en Esparta, en
uiquitectura, m ayólicas, recuerdos del califato. En la n o vela, am bientada en el siglo x v i, m ucho tiem po después de
Sión, en M enfis, en C artago y llevarla a la A lham bra. ¡C ó mo me latía el corazón al atracar en las costas de España! ¿G uardarían mi recuerdo por haber pasado tam bién yo
lii conquista de G ran ada, ella es Blanca Vivar, hija del d u
mis pruebas? ¡Cuántas desgracias han seguido a este m is terio! El sol aún las ilumina; la razón que conservo me las recuerda. Si atrapo a escondidas un instante de felicidad,
que de Santa Fe, descendien te del C id . Un m utuo flecha<0 la une a un joven descon ocid o que, bajo su disfraz cris tiano, revela ser A b en H am et, el últim o descendiente de los califas de G ran ada, ven ido de in cógn ito del N orte de
se ve turbado por el recuerdo de esos días de seducción,
Á frica para ver con sus p ropios ojos el reino de sus ante pasados. La unión de la cristiana y el musulmán es im posi
de encantam iento y de delirio.» D e estos pocos días y noches fuera del m undo (que se
ble. N o obstante, se juran fid elidad eterna. El últim o de los A bencerrajes regresa al N orte de Á frica, y Blanca se d i
vieron posteriorm ente ensom brecidos por la locura en que cayó, en 1815, N atalie de N oailles), C hateaubrian d re gresó en 1807 electrizad o a París. A l anunciar en el Mer-
rigirá durante el resto de su vida a la costa de M álaga con la esperanza de ver asom ar una vela que le traiga de vuelta a su am ado, pero que no aparecerá jamás.
cure de , el 4 de julio, la aparición del prim er vo lu men del Itinerario de A lexan d re de L ab ord e que acababa de p ublicarse, deslizó en su reseña estas frases que d es
D e este paso por E spaña y de esta pasión quedan, en la «Vida de N apoleón » incluida en las Memorias, dos p á gi nas soberbias sobre el contraste entre el país que C h ateau
afiaban a N apoleón: «C u an do en el silencio d e la abyección no se oye más que la cadena del esclavo y la voz del delator, cuando todo tiem bla ante el tirano, y cuando resulta tan p eligroso g a
briand había entrevisto, intacto y apacible, y aquél en que se había con vertid o durante la guerra desencadenada en 1K08 por la usurpación y la invasión napoleónicas:
narse el favor com o hacerse m erecedor de su castigo, apa rece el historiador, encargado de vengar a los pueblos. En vano N erón prospera, pues ya T á cito ha nacido en el im
«C uan do, al dejar las ruinas de C artago, atravesé la I lesperia antes de la invasión de los ses, pude ver las Españas aún protegidas por sus antiguas costumbres. E l E s corial me m ostró en un solo paraje y en un único m onu
perio...» E l em perador h izo cerrar el p erió d ico, p rorru m pió en
m ento la severidad de Castilla: cuartel de cenobitas, con s tru id o p or F elip e II en form a de p arrilla de m ártir, en
amenazas, pero los am igos del círcu lo íntim o de C h a tea u briand consiguieron apaciguar a éste. R etirado en un sem iexilio en la periferia de París, en la V allée-aux-L oups, el escritor term inó su novela Los mártires, escrib ió el relato
m emoria de uno de nuestros desastres, El E scorial se alza ba sobre un suelo sólido entre unos negros cerros. C u sto diaba tum bas reales llenas o p or llenar, una b iblioteca a la que las arañas habían puesto su sello, y unas obras m aes
de su viaje p or O rie n te y levan tó un m onum ento literario a su cita de G ranada: E l últim o de los Abencerrajes. En E spaña N atalie se hacía llam ar D olores, se vestía
tras de Rafael que se enm ohecían en una sacristía vacía. Sus mil cien to cuarenta ventanas, rotas en sus tres cuartas partes, se abrían a los espacios m udos del cielo y de la tie
com o una «maja» de G o ya, cantaba y bailaba com o una g i tana; en A ndalucía la cautivaba tod o cuanto era m orisco,
rra: la corte y los jerónim os reunían antaño allí el m undo y el desp recio del m undo.
*
PRESENTACIÓN
»Junto al tem ible e d ificio de inquisitorial aspecto e x pulsado al desierto, había un parque erizado de aulagas y
obra publicada por separado, con el título de E l Congreso
un p ueb lo cuyos hogares ahum ados revelaban el antiguo paso del hom bre. E l Versalles de las estepas no tenía h ab i
Itrove y pronto victoriosa, que era lo que C hateaubrian d deseaba, p reocu p ad o com o estaba p or con ferir un p resti
tantes más que durante la tem porada interm itente en que
gio m ilitar a una R estauración que sólo las derrotas fra n
los reyes residían allí. H e visto al zorzal, alondra del pára m o, posado en la techum bre con aberturas. N ada era más im ponente que estas arquitecturas sagradas y som brías, de inquebrantable creencia, de aspecto altivo, de taciturna
cesas de N apoleón habían hecho posible, y ello en esa m is ma España en la que había sido tan cruelm ente hum illado <•1 em perador.
experien cia; una fuerza inven cible m antenía mis ojos fijos en las jam bas sagradas, erm itaños de piedra que sostenían la religión sobre sus cabezas. » ¡A d ió s, m onasterios, a los que ech é una m irada en los valles de Sierra N evada y en las playas del mar de M urcia! ¡A llí, al tañido de una cam pana que p ronto no tañerá más, bajo unas arcadas que se caían, entre unas celdas sin ana coretas, unos sepulcros sin voz, unos m uertos sin manes;
Pero Fernando V II, restablecido por el ejército del d u que de A ngulem a, se entregó, a pesar de todas las rep re sentaciones sas, a una atroz represión contra sus com patriotas rebeldes. Y Luis X V III, por todo agradeci m iento, destituyó de form a bastante brutal a su m inistro de A suntos E xteriores, que había im pulsado la interven1 ion m ilitar victoriosa en España. O rgu llo so del éxito de su iniciativa, C hateaubrian d lo estaba ciertam ente m ucho menos de sus consecuencias.
en unos refectorios vacíos, unos patios abandonados en los que B runo dejó su silencio, F rancisco sus sandalias,
A sí lo vem os, tras la caída de la R estauración, e stre char una profunda y afectuosa amistad con un joven p e
D om ingo su antorcha, C arlo s su corona, Ignacio su esp a da, Raneé su cilicio; en el altar de una fe que se apaga, se acostum braba a despreciar el tiem po y la vida; y si se so ñaba aún con pasiones, vuestra soledad les prestaba algo que casaba bien con la vanidad de los sueños.
durante la intervención sa de 1824 de la bandera rea lista, y que había com batido en la brigada internacional que
»A través de estas construcciones fúnebres se veía pa sar la som bra de un h om bre vestido de negro, de F elipe II, su ideador» .7 C hateaubrian d considerará que fue España, alzada en masa contra la violencia del Im perio, la que com enzó, an tes que Rusia, a hacer caer al coloso N apoleón. Pero, en las Memorias, evoca «el gran acontecim iento p olítico de su v i da», «su» guerra de España, sólo con unas pocas líneas, por haber trasladado entero este cap ítu lo de historia a una 7 M em orias
d e ultratum ba,
libro XX, capitulo 7. LXII
riodista rep ublicano, A rm and C arrel, que había desertado
se había form ado para apoyar la resistencia contra F er nando V II y los invasores ses. N o obstante, los tri bunales m ilitares de la Restauración le perdonaron g en e rosam ente la vida. D espu és de 1830, el ilustre escritor legitimista y ei joven periodista que p ub licab a el National, diario rep u b lica n o de o p o sició n , co in cid iero n en un res peto m utuo y en una repulsión com ún por la M onarquía de Julio. Las Memorias de ultratumba contienen un cap ítu lo en tero de hom enaje a A rm and C arrel, m uerto repentina mente en duelo. H erm osa victoria de la amistad y de la es tima personales sobre las diferencias de opinión política, y hermosa negativa a dejar que éstas se endurezcan en fanaLX111
tismos ideológicos y en eternas vendettas. P or encim a de los partidos, las fronteras, la condición social, las o p in io nes, C hateaubrian d, com o D on Q u ijo te, creyó en la rep ú
PRÓLOGO G É N E S I S D E I. AS « M E M O R I A S »
b lica de los iguales en nobleza de corazón. M ARC FUMAROLI,
de la A cadem ia sa
I ' iu- preciso esperar casi un siglo para que las Memorias de ultratumba (3.500 páginas m anuscritas, doce tom os en su «•ilición original de 1849-1850) pudieran ocupar, por fin, un puesto a su m edida en la historia literaria sa. E s peradas durante dem asiado tiem po, mal editadas y mal va lí »radas por una crítica en su mayoría hostil al personaje de m i autor, en el m om ento de su publicación no encontraron mas que una incom prensión masiva. Verdad es que a C h a li \m briand, apartado de la vida política desde com ienzos de la M onarquía de Julio, le había costado conservar su as1 endiente sobre el p úblico. C on esta obra testam entaria, rl anciano escritor, que había firm ado en otro tiem po R e tir y a quien Isidore D uchasse no tardará en calificar de «m ohicano m elancólico», quiso jugarse su últim a carta: lanzar una bouteille á la mer en dirección a la posteridad. IVse a las corrientes contrarias, el lib ro se abrió cam ino. Sainte-Beuve no disim uló sus reservas, pero fue entonces i-l único en presentir que el llam ado V iejo M arinero ten dría posibilidades de llegar a destino precisam ente por su aspecto inactual: «Las Memorias de ultratumba han en tre gado a las nuevas generaciones un C hateaubriand vig o ro so, lleno de contrastes, que se atreve a todo, que tiene m u chos de sus defectos, pero por eso mism o más sensible a sus ojos y muy presente.» Largo será, no obstante, el ca mino hasta Proust, que descubre a un predecesor en el poeta del «tiem po recobrado»; hasta D e G au lle, que en 1947 confiesa: «M e da todo igual; estoy enfrascado en las Memorias de ultratumba (...). Es una obra prodigiosa»; y, por últim o, hasta G ra cq , encantado de proclam ar en 1960: «Le debem os casi todo.»
Sólo un poco menos larga fue la difícil gestación de es tas Memorias, cuya redacción se p rolongó por espacio de casi cuarenta y cin co años, no sin interm itencias y cam bios de rum bo. Adem ás, no deja de ser singular que, desde su prim era obra, C hateaubriand se planteara el problem a de su identidad. R epitiendo el gesto inaugural de Rousseau, declara, en efecto, al com ienzo de su Ensayo sobre las revo luciones (1797), con un énfasis profètico: «¿Q uién soy? ¿ Y qué vengo a anunciar a los hom bres?» Pero es para llevar en seguida la respuesta a un terreno distinto del de las Con fesio n es: «Eres actor, y actor sufriente, un francés desd i chado que has visto desaparecer tu fortuna y a tus amigos en el abism o de la R evolución; y, p or últim o, eres un em i grado.» Así, el prim er acto de C hateaubriand com o escri tor consiste en renegar de su identidad social, en precisar su posición histórica: es ya un exilio objetivo, com o si una cierta ausencia del m undo hubiera de constituir la co n d i ción previa a una escritura auténtica sobre sí mismo. El li b ro , p o r otra parte, rem ite tam bién al patrocinio im plícito de Montaigne: «Se ve en él por todas partes a un pobre desdi chado que habla consigo m ism o, y cuyo espíritu divaga de un asunto a otro, yendo de recuerdo en recuerdo; su inten ción no es tanto escribir un lib ro com o llevar con regulari dad una especie de diario de sus excursiones mentales, un registro de sus sentim ientos e ideas.» Y concluye: «M e ha parecido que el aparente desorden que reina en él, al m os trar todas las interioridades de un hom bre (cosa poco fre cuente), quizá no carecía de una especie de encanto.» Así, la preocupación por m ostrar su «interior» es inseparable, para el C hateaubriand de veintioch o años, de la necesidad de verificar el lugar de su enunciación. Parece ya presentir el problem a que tendrá que resolver más tarde: cóm o arti cular, en prim era persona, una perspectiva histórica y una perspectiva intimista. C on una apariencia de desorden por corolario, que no es sino la verdad de la desgracia.
Sin em bargo, no será hasta un p oco más tarde, durante mi primera estancia diplom ática en Roma, cuando C hateau briand sienta la necesidad de reunir por prim era vez sus «pensamientos erráticos» y de proceder a un balance p ro visional. C ontaba treinta y cinco años y acababa de perder ii <m amante, Pauline de Beaum ont, a quien se la había lle vado la tisis. D uelo que le afectó en lo más hondo: «Soy 1 01110 un niño que le tiene m iedo a la soledad», le escribe, desam parado, a m adame de Staël. Entonces esboza un p ro veí to de Memorias en el que no pensaba remontarse muy lejos en el pasado. A su regreso a París, en 1800, fue aco g i do por un pequeño círculo escogido en el que Fontanes se codeaba con Joubert, y cuya musa inquieta y atorm entada había sido madame de Beaum ont. Por prim era vez el «salvaje» p udo expansionar su corazón en un «grupo literario» (para decirlo en palabras de Sainte-Beuve) que había aplau dido sus prim eros éxitos. El solitario de Roma conservaba de estos tres años que le habían dado amor y gloria un recuerdo m aravilloso y una punzante nostalgia. Fue en este período, muy próxim o aún, de felicidad perdida cuando se planteó, en el mes de diciem bre de 1803, consagrar una es pecie de «tum ba» elegiaca, a la que la cam piña romana añadiría su perspectiva m elancólica. En lo que nos revela acerca de este p royecto en el libro X V de las Memorias de ultratumba, C hateaubriand escribe: «En este plan que me trazaba, olvidaba a mi fam ilia, mi infancia, mi juventud, mis viajes y mi exilio: éstos son, sin em bargo, los relatos en que más me he com placido.» Es éste un olvid o que se asemeja m ucho a una «au to censura», ligada a un rechazo deliberado del m odelo ruson ian o que el fu tu ro m oralista, p o r razon es de c o n v e niencia, expresa entonces. Pero al p ropio tiem po, a fin de conjurar la crisis que atraviesa, el retorno a sí mismo sigue siendo el único recurso. Es lo que C hateaubrian d d escu bre en T ívoli, el 10 de diciem bre de 1803: «Es un lugar
a d ecu ad o para la reflexió n y la ensoñación: me rem onto a mi vida pasada...» Esta m editación continúa al día si
t Mrtundo de su perspectiva toda referencia a su infancia, p arece ya so sp ech a r que ésta en cierra el secreto de su
guiente en la terraza de su hotel que dom ina la célebre cas cada: «M e creía transportado a las playas y a los páramos de mi A rm órica (...); los recuerdos del hogar paterno b o rraban para mí los de la ciudad de César: tod o hom bre lle va en sí un m undo form ado por tod o cuanto ha visto y am ado, m undo en el que entra de continuo, incluso cu an
Identidad, que supone una especie de nudo existencial o paisaje natal en el que va a cristalizar a partir de ahora 111 im aginación. Ésta se halla, efectivam ente, en el centro d e la tentación autobiográfica que se m anifestará de m a n e t a cada vez más aprem iante en los años siguientes, sin d e j a r nunca de encontrar coartadas. C ad a períod o de c ri
do recorre y parece vivir en un m undo extranjero.» Las re m iniscencias se hacen esta vez más precisas. Son ecos en sordecidos de la más lejana infancia que em ergen de las profundidades de la conciencia gracias a la situación p re
áis relanza así el proceso de ponerse a escribir las M em o riat, para dejarlo en seguida de lado. Apenas esbozadas, < liateaubriand las abandona, en la prim avera de 1804, p a ta com enzar la redacción de Los mártires de Diocleciano,
sente. D escubrim os, en esta deriva asociativa de la m em o ria, una verdad nueva: el yo íntim o constituye por sí solo
prim era versión de Los mártires, y luego para em prender u n largo viaje por O riente. Persiste así en la estrategia del discurso indirecto, que le había dado buen resultado en
tod o un universo, irred uctible a ningún otro, com puesto de recuerdos y que tiene su propia coherencia, a la vez pai saje (cuadro) e historia (relato). D etrás de esta toma de conciencia, existe una tradición filosófica que perm ea a la generación de C hateaubrian d. En efecto, de L o ck e a C ondillac, el sensualism o ha repensado la noción misma de su jeto: éste no sólo tiene una historia sino que es esta h isto ria. En vez de pretender encarnar una esencia m etafísica, el yo acepta en adelante concebirse com o el producto de su historia, por sedim entación sucesiva en cierta medida: uno se ha convertido en lo que es. Fue lo que el poeta in g lés W o rd sw o rth su p o e x p re sa r acerta d a m en te en una fórm ula sorprendente: The C hild ts the father o f the Man. A partir de entonces la prim era infancia no podía sino ad quirir una im portancia decisiva en toda reflexión antrop o ló gica. Rousseau había señalado el cam ino, él que, en el Em ilio y luego en las Confesiones, supo consagrarla a la vez com o objeto de saber y com o o b jeto de deseo. A partir de este m agistral iniciador, va a representar la escena fu n d a
de
Rene. La «novela-epopeya» presenta «elem entos a u to b io gráficos» que encontram os tanto en el personaje del h é roe, E udoro, com o en determ inados episodios bretones o belgas. Igualm ente, cuan d o p u b lica en 1811 su Itinerario de París a Jerusalén, C hateaubrian d cuenta, bajo este títu lo pantalla, «un año de (su) vida». Es probable que esta «re sistencia» a entrar directam ente en lo au tob iográfico tu viera su origen por la relación am bivalente que m antuvo en esa época con Rousseau: «N o soy com o Rousseau un entusiasta de los salvajes», escribía desde 1801 (Atala, p ró logo a la prim era edición). Las reservas van a m u ltip licar se en el cantor de la restauración católica, que se desm ar ca del m odelo de las Confesiones en el p royecto de 1803 que confía a Joubert: «Puede estar tranquilo; no serán unas confesiones incóm odas para mis amigos: si en el fu turo llego a ser alguien, la imagen que dé en ellas de mis amigos será tan herm osa com o respetable. Tam poco h a
dora de tod o conocim iento de uno mismo. A sí pues, aunque, en 1803, C hateaubrian d sigue des-
blaré a la posteridad en detalle de mis debilidades; sólo d i ré de mí lo que conviene a mi dignidad de hom bre y, me atrevo a decir, a la elevación de mi corazón. N o hay que
LXVIII
LXIX
presentar al m undo más que lo que es bello; n o es m entir
do ile mi corazón. La m ayor p arte de los sentim ientos han
a D ios no descubrir de la propia vida sino lo que pueda m over a nuestros sem ejantes a sentim ientos nobles y g en e rosos. N o p orque tenga en el fondo nada que ocultar; ni he
quedado enterrados en él o no se han m ostrado en mis obras más que atribuidos a seres im aginarios. H o y que sim> añorando mis quim eras sin perseguirlas, que llegad o a
echado a una sirvienta por una cinta robada, ni he dejado tirado a un am igo m ío m oribun do en la calle, ni deshonra
la 1 una de la vida desciendo hacia el sepulcro, q uiero an tes de m orir rem ontarm e a mis años m ozos, exp licar mi in exp licab le corazón...»
do a la m ujer que me acogió, ni llevado a mis bastardos a la inclusa, pero aun así he tenido mis flaquezas, mis d e s corazonam ientos; un gem ido sobre mí bastará para hacer com prender al m undo estas miserias com unes, hechas p a ra ser dejadas tras un velo.» En el p eríod o siguiente, la m a la suerte parece perseguir a C hateaubriand. Tras sus sin sabores rom anos y la clam orosa dim isión d e m arzo de 1804, se producirán las reacciones violentas de N apoleón a su artículo del Mercure en julio de 1807, que tienen c o mo consecuencia un exilio lejos de París; la brutal ejecu ción de su prim o A rm and, por espionaje, el 31 de m arzo de 1809; y, p o r últim o, el escaso é x ito de Los mártires, que su autor atribuye a intrigas del poder. P arece entonces d es anim ado hasta el punto de querer renunciar a la literatura, o al m enos a la ficción: «H ay que abandonar la lira con la juventud», escribe en el lib ro X X IV de Los mártires; al fi nal de su Itinerario rep ite este adiós a la m usa de sus p ri m eros años. ¿Q u é hacer a partir de ahora? A lcan zada la cuaren te na, ésta invita a un balance. La instalación duradera en la V allée-aux-L oups, desde noviem bre de 1807, favorece el cara a cara consigo m ism o y el retorno al pasado. Es p re ci sam ente en 1809 cuando C hateaubrian d fech ó el texto in trod u cto rio que p reced e a las M emorias de m i vida, y en el que declara: « E scribo principalm ente para dar cuenta de mí a mí m ismo. N u n ca he sido feliz. N u n ca he alcanzado la felicid ad que he p erseguido con la perseverancia propia del ardor natural de mi alma. N adie sabe cuál era la fe lic i dad que buscaba; nadie ha co n o cid o por com p leto el fo n
Este texto capital nos revela un cam bio radical de perspectiva respecto a la de 1803. C hateaubrian d acepta esta vez el m odelo rusoniano, en la m edida en que con si dera prioritario el conocim iento de su interioridad. Se ve así llevado a valorar un proceso introspectivo que puede ser afrontado en adelante por un hom bre que, «totalm en te extraño» al m undo en el que se ve ob ligad o a vivir, p o drá dejar ir su pluma «sin temor». Esta conversión decisiva supone una exigen cia de sinceridad que viene a sustituir a la antigua referencia a la belle nature, a esa estética de la belleza com positiva que, en la doctrina clásica, pretendía ser un arte selectivo, u ocultarse com o tal arte. Tam bién im plica otra filosofía del sujeto: si la verdad del yo se p ro pone com o un enigm a que debe ser resuelto, es p orque ca lla cual posee un secreto que hay que descifrar. A h ora bien, por la misma época, C hateaubrian d com ienza otra obra, destinada a o cu p arle tam bién en su retiro: piensa utilizar la docum entación reunida en la preparación de Los márti res para em prender una nueva Historia de Francia. En este doble trabajo, historia y autobiografía tienen vocación de ir juntas pero no revueltas; tienen tendencia incluso a d e finir su p ropio ám bito por exclu sión m utua. Y, tam bién, dado que en definitiva el cam po histórico es un cam po acotado, C hateaubrian d orienta entonces su autobiografía en un sentido contrario, hacia un espacio privado en el que el yo, ajeno a la escena social, podrá volver a las raíces de su naturaleza profunda. En adelante, la persona es irre du ctible al personaje.
Es en este m arco renovado en el que su infancia reen contrará un lugar em inente. Por lo dem ás, la casa de cam po en que vive p or aquel entonces en m edio de los b o s ques resulta adecuada para el despertar de los recuerdos. En el mes de diciem bre de 1811, le confía a una amiga: «A las diez, todos los lobos del valle se han acostado, com o pobres perros; disparato a solas ante un hogar que humea; el toque de m edianoche suena triste en Chátenay. O ig o la cam pana a través de los bosques, y me retiro después de haber m irado si hay algún ladrón detrás de la puerta.» N o obstante, aunque los fantasm as de C o m b o u rg rondan ya a su alrededor, las Memorias de m i vida no han sido aún c o m enzadas. El 21 de agosto anterior, el solitario de la Valléeaux-L ou ps le había anunciado a la duquesa de Duras: «Sin duda, este invierno escrib iré algunos libros de ellas.» En realidad, no será hasta el dom ingo 11 de octu b re de 1812 cuando le envíe a ésta, tras pasar una larga gripe, este b i llete triunfal: «M i cabeza está totalm ente curada, tanto es así que he em borronado el prim er lib ro entero de las m e m orias de mi vida.» Es el relato de su prim era infancia, de P lancoét, en Saint-M alo, hasta su partida para C om b ou rg. En 1813, C hateaubrian d le añade un segundo libro, en el
( om bourg.» Tras una nueva interrupción de cuatro años, < liuteaubriand, convertido en em bajador en Berlín (1812), en Londres (1822), aprovecha para continuar su na1 nú ¡011 y hacerla avanzar hasta el final de su vida de emiHiitdo. C onocem os esta prim era versión de las Memorias »«»lo por una cop ia de los tres prim eros lib ros h echa en 1H16 para m adame Récamier: se presenta com o un relato lo n tiin io , divid id o en libros; no incluye aún capítulos ni titulillos. Cuenta, desde el nacimiento hasta los treinta años, lii «villa oculta» del gran hom bre. En el mes de junio de 1Hifi, éste revela por prim era vez su existencia al público «ii rl prólogo general a sus Obras completas en curso de publicación. Vemos así hacerse realidad el program a de 1809, au n que de un m odo que no deja de ser paradójico. Chateaul»i unid vuelve, en efecto, la mirada hacia los «años oscuros» de su vida justo en el m om ento en que las circunstancias hacen de él un hom bre p úb lico, un actor de prim er plano «•11 la escena sa o internacional. Esta vuelta del « per sonaje» pisando fuerte corre paralela a una prom oción de s u «carrera literaria». E fectivam en te, de 1826 a 1831, la
p olítica, que absorbe en lo sucesivo una buena parte de
preparación paulatina del corpus de sus Obras completas perm itirá a C hateaubrian d verlas bajo una luz nueva. Este m onum ento editorial reagrupa no sólo ya obras conocidas del público, sino tam bién obras inéditas. Da lugar a un
sus energías. Tendrá, pues, que esperar tres años y m edio antes de p oder retomar, en agosto de 1817, la redacción del lib ro III. «A presurém onos a pintar mi juventud, m ien
••encuadramiento» general de p rólogos o de notas in ter pretativas que las actualiza y las sitúa en lo que podríam os llamar «un destino en el siglo». A l reunir por prim era vez
tras estoy todavía p róxim o a ella», escribe por aquel e n tonces: tiene cuarenta y nueve años. Avisada en seguida,
sus obras de ficción, sus relatos de viaje, sus panfletos p o líticos y sus obras históricas, C hateaubrian d propon e con
m adam e de D uras inform a a su amiga m adam e Sw etchine, el 8 de septiem bre, en estos térm inos: «C ontinúa las m e m orias de su vida. H a contado los siete u och o años de su juventud (...) hasta su entrada en el servicio: sus prim eras
sulerarlas «com o las pruebas y los docum entos justificati vos de [sus] Memorias»-, pues son, dice, «una historia fiel de los treinta prodigiosos años» que vivió Francia desde la R evolución. Etapa capital que abre la vía a una refu n d i ción de las Memorias de m i vida.
que cuenta sus años de colegio, luego su estancia en Brest. P ero los acontecim ientos de 1814 van a lanzarle a la lucha
tentativas literarias, sus ensoñaciones en los bosques de
En 1828, el noble par regresa a Rom a, esta vez com o em bajador cerca de la Santa Sede. N o tarda en recuperar
/»Irlas, lejos de consagrar su gloria, fue una especie de fias en. Para m uchos fue la ocasión de arrugar la nariz, de su
el gusto por la ciudad de los recuerdos y de las ruinas, donde le agradaría poder continuar sus Memorias. Pero en
brayar su lado Im perio, totalm ente superado en el m o mento de las grandes querellas rom ánticas. El resultado
agosto de 1829, C arlos X d ecide form ar un nuevo G o b ie r no bajo la dirección del príncipe de Polignac. C h a tea u briand se niega a avalar este «giro a la derecha», que será
lile una especie de revalorización «a la baja». El perspicaz
fatídico para la dinastía, y prefiere perm anecer fiel a su imagen de defensor de las libertades públicas: presenta su dim isión el 30 de agosto. O n c e meses después se p roduce la Revolución de Julio, su negativa a prestar juram ento a Luis Felipe. N o p udien do conservar su escaño en la C á mara de los Pares, su últim o recurso, se encuentra literal m ente de patitas en la calle. L e queda por terminar, para m antener sus com prom isos, esa Historia de Francia en la que piensa desde hace casi veinte años sin haberla p odido llevar a buen término. Pero es lo bastante lúcido com o para com prender que su tiem po ha pasado. C on Barante, Augustin Thierry, G u izo t, la joven escuela histórica de la d é cada de 1820 ha ven id o a ocupar el terreno disponible. Es, pues, sin convicción com o «despacha», para cum plir su contrato, los cuatro tom os de los Estudios históricos que ven la luz en m arzo de 1831. En una amarga « in trod u c ción», C hateaubrian d escribe entonces: «De ahora en ade lante aislado en la tierra [el subrayado es m ío], sin esperar nada de mis trabajos, me encuentro en la posición más fa
intérprete de la nueva generación, Sainte-Beuve, llegó al punto de preguntarse, en 1831, qué iba a salvarse de este naulragio: quizá Rene... Era una cruel puesta en tela de juicio para un escritor que había aspirado a lo más alto ile la jerarquía de los géneros. Tras h ab er qu erid o dar a I'rancia, con Los mártires, una gran epopeya m oderna, su am bición fue convertirse en su prim er historiador: había fracasado en esta d ob le em presa. E nfren tado a esta difícil situación, C hateaubrian d decid ió aceptar el desafío. P a sando ya de los sesenta años, juzgó que sus Memorias p o dían ofrecerle una última oportun idad de ganar su p ro ce so apelando ante el tribunal de la posteridad. Pero a este nuevo reto había de corresponder un cam bio de p ersp ec tiva. N o debía ya lim itarse a contar, a la manera de la conlidencia íntim a, la sim ple historia de su vida, tal com o se había propuesto hacer veinte años antes. H abía que am pliar, por el contrario, el m arco para reinvertir en su au to biografía esa «historia» y esa «epopeya» que había p erse guido inútilm ente en otra parte y que en gran m edida se le
vorable para la independencia del escritor, porque vivo ya
habían escapado. Es entonces cuando las Memorias de mi vtda se convierten en las Memorias de ultratumba (marzo de 1831).
con las generaciones cuyas som bras he evocado.» Estas lí neas no son sólo una repetición literal del com ienzo de las
C hateaubrian d com ienza exp lican d o largam ente sus intenciones en un « Prefacio testam entario» que esboza a
Ensoñaciones de Rousseau («H em e aquí, pues, solo en la tierra»), sino que dejan tam bién entrever una reactivación del p royecto de las Memorias cuyo envite real conviene
partir del 1 de agosto de 1832. En este texto program ático,
com prender bien. H asta entonces, C hateaubrian d había reinado solo en la escena literaria. Pero la p ublicación de sus Obras com-
revisado en diciem bre de 1833 y p u b licad o en la Revue des Deux M ondes del 15 de m arzo de 1834, el m em orialista no se contenta con recordar el papel que ha jugado en los asuntos públicos bajo la Restauración; insiste en el carác ter ejem plar que ha revestido su posición entre el V iejo y
el N uevo M undo: «M e he encontrado a caballo de dos si glos com o en la confluencia de dos ríos, me he sum ergido en sus aguas turbulentas, alejándom e a mi pesar de la vie ja orilla donde naciera, nadando esperanzado hacia la o ri lla desconocida donde van a abordar las nuevas genera ciones.» H a sido testigo de casi todos los acontecim ientos contem poráneos. Ha tenido el p rivilegio de con ocer «a una m ultitud de personajes célebres», pero ni a G o eth e, ni a Byron, ni incluso m ucho a N apoleón. H om bre de las rea lidades, ciertam ente, com o viajero, parlam entario, p u b li cista, diplom ático, m inistro. Pero, a través de los avatares
literaria; desde la Restauración hasta hoy, mi vida ha sido política.» Pero resulta que estas «tres carreras sucesivas» «ni responden al drama histórico en «tres actos» que ha vivido su generación: A n tigu o Régim en y R evolución; Im perio; Restauración. A l día siguiente de 1830, la división tripartita cuenta, pues, con una ventaja: in tro d u cir una cierta hom ología entre la vida personal (juventud, m adu1ez, vejez) y la muy reciente historia de Francia. Un m edio más sutil de rom per la linealidad del relato consiste en p o ner al narrador en escena com o un verdadero personaje, que tiene él mismo una historia; en incluir en las Memorias la «novela» de su redacción. D e ello resulta una triple c ro
de la vida en el m undo, ha sabido preservar intactas sus fa cultades innatas de soñador: « Y mi vida solitaria, soñ ado ra, poética, avanzaba a través de este m undo de realida
nología: la de los acontecim ientos, la de lo que se cuenta y la de la narración. El m em orialista llega así a casar con el
des, de catástrofes, de tum ulto, de ruido (...). Dentro y al margen de m i siglo [el subrayado es m ío], ejercía quizá so bre él, sin p retenderlo ni buscarlo, una triple influencia
río del tiem p o, él m ism o m óvil, cam b ian te de co n tin u o . L o que autoriza a m últiples ecos o «refracciones» (en el sen tid o ó p tico del térm ino) que con ferirán a su trabajo
religiosa, política y literaria.» En tales condiciones, el su jeto autobiográfico tiene vocación de expresar algo muy distinto de su «interior». Está llam ado a am pliar su pers pectiva para erigirse en el portavoz de toda su generación;
una «unidad indefinible» sobre la que él mism o llama nuestra atención: «Las Memorias, divididas en libros y en partes, están escritas en fech as y lugares distintos: estas
a inventar una nueva escritura que sea capaz de represen tar la totalidad del cam po histórico en su infinita variedad; a convertirse en una esp ecie de médium. Intuición fecu n da que es form ulada así en el « Prefacio testamentario»: «Si estuviera destinado a pervivir, representaría en mi p er sona, plasm ada en mis m emorias, los principios, las ideas,
secciones llevan, naturalm ente, una especie de prólogos que recuerdan los hechos acaecidos desde las últim as fe chas, y pintan los lugares en los que retom o el hilo de mi narración. Los acontecim ientos varios y las form as cam biantes de mi vida penetran así unos en otros; ocurre que, en los m om entos de prosperidad, he tenido que hablar del
los aco n tecim ien to s, las catástro fes, la ep op eya de mi
tiem po de mis m iserias, y que, en mis días de tribulación, rem em oro mis días de felicidad».
tiem po.» El m em orialista se propon e entonces reorganizar su
Interrum pido en varias ocasiones, aunque nunca p e r dido de vista, este trabajo no estará con clu ido antes de
plan; prefiere, a la narración continua, dividida en libros (a partir del m odelo de las Confesiones), una serie de tres partes que reproducirían las tres principales etapas de su
1841. Las consecuencias de la R evolución de Julio habían sido duras para el m inistro destituido. D esprovisto en d e lante de todo recurso fijo, C hateaubrian d no podía contar
existencia: «D esde mi prim era juventud hasta 1800, fui soldado y viajero: desde 1800 hasta 1814 (...), mi vida fue
con una desahogada jubilación. Tenía que em pezar de nu e vo a ganarse la vida. Pese a ello, cuando abandona de nuevo
Francia por Suiza, en agosto de 1832, está totalm ente d e
plazo: cincuenta años después de su m uerte. Tal es el sig nificado principal del nuevo título. Pero ¿qué editor acep-
cid id o a retom ar sus Memorias. Se lleva consigo un baúl lleno de «docum entos justificativos», sus archivos p erso nales. Instalado en G in eb ra desde el n de septiem bre has
l*1ría nunca unas condiciones sem ejantes? Se pensó, por lunto, en seguida en un plazo más breve que corresponde-
ta el 12 de noviem bre de 1832, a orillas de ese lago en can tado aún por el recu erd o de Rousseau, de V oltaire, de m adam e de Staël y de B yron, va a p ro ced er a una revisión
t la a la desaparición del m em orialista. Pero, para poder seguir escribiendo, C hateaubrian d necesitaba una segu ri dad material; para term inar su obra, tenía que com enzar
com pleta de las Memorias de m i vida para adaptarlas a su nuevo m arco. Fue entonces cuando se añadieron unos p rólogos a determ inados libros, cuand o se estableció la división de los libros en capítulos: en una palabra, las an tiguas Memorias de m i vida se convirtieron en la prim era
por venderla, por así decir, com o quien «hace un vitali1 io». Tam bién había que despertar en el p ú b lico un in te rés lo bastante general com o para que pudiera cerrarse este trato. ¿C óm o dar a conocer, sin divulgarlas, unas M em o
parte de las Memorias de ultratumba. Se preparaba C h a teaubriand para dar com ienzo a la segunda parte de su re lato, cu an d o las desven tu ras de la du q u esa de B erry le reclam aron inopinadam ente en París. Siguieron unos m e
rias en torno a las cuales reinaba aún un cierto m isterio? Fue m adam e Récam ier quien dio con la solución. D esde el 23 de febrero hasta m ediados de m arzo de 1834, organizó en su casa, ante un auditorio escogido, unas sesiones co n fidenciales de lectura del texto d isp on ib le (la prim era p ar te en su to ta lid a d , segu ida de los lib ro s so b re P raga y
ses agitados que term inaron, en 1833, con un doble viaje a Praga que le llevó de nuevo tam bién a Venecia. Revitalizado p or el carácter rocam b olesco de la situación , el an
Venecia). A p arte de los habituales de su salón, había in vitado a jóvenes críticos consagrados, que tenían ya una
ciano escritor se lan zó por los cam inos con buen ánimo para esta m isión clandestina al servicio de su novelesca p rin cesa. A p ro v e c h ó la o casió n para tom ar nota de las
tribuna en la Revue des Deux Mondes o en la Revue de Paris, com o Sainte-Beuve o Edgard Q uinet. Fue un acontecim ien to m undano, pero tam bién literario, que encontró am plio
«im presiones» tan sorprendentes com o poéticas. A sí, las circunstancias favorecían una intrusión im prevista de lo co tid ian o « contem poráneo» en la redacción de las M em o
eco en la prensa, don de se publicaron sim ultáneam ente, a lo largo de la prim avera, unas «bellas páginas» de las M e morias y reseñas de las mismas. A rtícu los y extractos fu e ron reunidos algunos meses después en un volum en fuera
rias. En adelante habrá que hacerle un lugar: se program a ya una cuarta parte que, al hilo de los años, adquirirá una im portancia creciente. E l regreso a París, al día siguiente de cum plir sesenta y
de com ercio titulado: Lecturas de las Memorias de monsieur de Chateaubriand (Lefevre, 1834). A pesar de esta «orquestación m ediática», no se hizo
cin co años, fue para C hateaubrian d un tanto m elancólico. H abía posibilidades de que fuera su últim a em bajada. Ya sólo había de pensar en acabar sus Memorias. Pero antes
ninguna propuesta seria y, a fin de hacer frente a lo más urgente, C hateaubrian d se vio ob ligad o a volver a su tra bajo m ercenario que había de ocup arle cerca de d iecioch o
de continuarlas, sintió la necesidad de som eter al juicio de sus íntim os las páginas escritas desde hacía quince meses. Su prim er deseo fue una p ublicación postum a a muy largo
meses: una traducción original de E l Paraíso Perdido de M ilton, a la que añadirá, a m odo de prólogo, un Ensayo sobre la literatura inglesa significativam ente subtitulado:
LXXVIII
LXXIX
«C onsideraciones sobre el genio de los tiem pos, de los hom bres y de las revoluciones». En este lib ro, hecho un
iiii, representada en sus Memorias, se convertiría en un «i ucrpo troceado», dispersado en la plaza pública, p riva
p oco deprisa y corriend o, inserta pasajes de las Memorias de ultratumba, que ven así la luz p or prim era vez. Fue en el curso de la prim avera de 1836 cuando las negociaciones em prendidas en relación con las Memorias llegaron por
do de sepultura sim bólica, som bra para siem pre errante. < hateaubriand y su entorno juzgaron esta perspectiva in
fin a buen puerto. Se creó una sociedad en com andita p a ra adquirir por anticipado los derechos de p ub licación . Se p ropuso al m em orialista unas condiciones favorables (el pago de 136.000 francos a la firm a del contrato, amén de una renta anual de 12.000 francos) que éste aceptó. Tenía ahora la posibilidad de ponerse de nuevo a trabajar en su obra predilecta que no se apresuró, por lo dem ás, a term i nar. L e queda aún por elaborar el cuerpo central (segunda y tercera partes), com pletar la últim a parte. Será cosa h e cha para el mes de diciem bre de 1839. Las Memorias se consideran, entonces, term inadas. N o obstante, les falta aún una conclusión general, que lleva la fecha del 25 de septiem bre de 1841. A C hateaubrian d le quedan siete años de vida con achaques crecientes, pero una lu cid ez a toda prueba. D e 1843 a 1844, la Vida de R a n céle brinda una últim a o p o rtu nidad para m editar sobre la vanidad del m undo; pero te nía aún fe en la literatura. A hora bien, en agosto de 1844, la Sociedad propietaria de sus Memorias cedió, a sus es paldas, por 80.000 francos, al director de La Presse, É m ile de G irard in , los derechos de p ub licación por entregas en su p eriódico, antes de su aparición en volúm enes. C uan d o había tenido, en agosto de 1836, que «hipotecar su tum ba», el m em orialista podía consolarse con la idea de que su m onum ento postum o conservaría su arquitectura im ponente, sería «legible» en la sim ultaneidad y diversidad de todas sus partes. A h ora tenía que consentir a un sacri ficio m ucho más grave; aceptar ver que se vendía por p ie zas el «pobre huérfano» que iba a dejar tras él. Su perso-
tolerable; pero hubo que resignarse. P or lo dem ás, ¡quizás el anciano escritor sentía una especie de fascinación inconlesable por una form a de desaparición tan publicitaria! El hecho es que la obsesión por esta «innoble serialización por entregas» exigió, de 1845 a 1846, una revisión general de las Memorias de ultratumba. C hateaubrian d com enzó por releerlas en su conjunto, incluyen do al com ienzo y al Imal de cada lib ro su signatura, p reced id a de una fecha. Así, para la cuarta parte (la única cuyo m anuscrito ha lle gado hasta nosotros): «Revisado el 22 de febrero de 1845.» I ,stos libros, de extensión variable, son divididos entonces en capítulos (con titulillos) y reagrupados en cuatro partes «le once o doce libros. C om o prueba lo que hoy subiste de este «m anuscrito de 1845», el m em orialista introdujo nu m erosos retoques a su texto inicial. A p arte de las correc1 iones de estilo, m o d ificó a veces el núm ero o la d istri bución de las secuencias, suprim ió determ inados pasajes, com pletó otros. Una vez llevado a cabo este trabajo, d eci dió som eter esta nueva versión (para la que hizo establecer una num eración continua: 4.074 grandes páginas en cu a r to) a una nueva lectura confidencial, que se desarrolló en octu b re y noviem bre de 1845 en el salón de m adame Récamier. A excep ción de los periodistas, era casi el mism o au ditorio que en 1834, pero vu elto más tim orato al suponer que el texto de las Memorias había sido p u b licad o previa mente en prim era plana en La Presse, por así decir entre gado a un p op ulach o im previsible. Tam bién en este círculo un tanto cerrado se ex p resa ron num erosas reservas. Éstas fueron de tres tipos. Las prim eras hacían referencia a la lengua de las Memorias, que Sainte-Beuve no tardará en calificar de estilo d eca
dente. C hateaubrian d apenas si tendrá en cuenta estas c rí ticas. Las segundas provenían de personas com o M adam e
Iiin polém icas subalternas del presente para dirigir su men»djr solam ente a la posteridad.
Récam ier o el duque de N oailles, poco satisfechas, por ra
I s a esta últim a revisión a la que corresponden, en la v n sion definitiva, las m enciones: «Revisado en junio (o pilio, o diciem bre) de 1846.» D e las 4.074 páginas del m a
zones distintas, de los libros que les habían sido d ed ica dos. C hateaubrian d acogió favorablem ente su dem anda y d ecidió suprim ir el libro «séptim o» de la tercera parte, así com o el lib ro «décim o» de la cuarta. Pero las críticas más graves de última hora eran de carácter p olítico. L o que e x presaba el m em orialista sobre el m edio legitim ista o sobre
nuscrito de 1845 se ha pasado a las 3.514 páginas en la c o pia notarial de 1847. E ste últim o estado del texto va prele d id o de una « Introducción» fechada el 14 de abril de 1K 16. Iin esta versión abreviada, desapareció la división en
el personal de la M onarquía de Julio era a veces de una extrem a viru len cia. La m ayoría de aq u ellos que eran el
t nutro partes. Sólo subsiste de ella un continuum de 42 li b ios, num erados del I al X L II (el últim o que incluye la
b lan co de sus críticas tod avía vivían. S u plicaron , pues, a C hateaubrian d que tuviera a bien atenuar determ inados térm inos, no dar rienda suelta a su agresividad natural,
conclusión). Este m odo de estructurar la m ateria, sin c o
m ostrarse por encim a de ellos para perm anecer fiel a su imagen de gran escritor m onárquico y católico. C ríticas que, en su m ayoría, no dejaban de estar justificadas. Es
C hateaubrian d había conservado, pues, hasta el final el control de su trabajo y creyó tom ar todas las p reca u cio nes para que su m anuscrito fuera editado de acuerdo con
evidente que el polem ista había tenido tendencia a dejar correr su plum a. C u an d o anda de p or m edio la política, en un prim er esbozo, incluso en un segundo, cede a la tenta ción de ajustar cuentas o de lograr una fácil victoria p os
sus directrices. A hora bien, en contra de lo esperado, no lúe éste el caso. Por supuesto, la p ublicación por entregas en La Presse, practican do un corte arbitrario d ivid id o por
tuma. A hora bien, esta escritura ab irato prolifera a gusto a riesgo de volverse verbosa. C hateaubrian d tenía un ins tinto literario dem asiado seguro para no ser sensible a este tipo de reproches que exceden el sim ple problem a de las conveniencias sociales. En realidad, es un escritor que n e cesita releerse, cosa que no deja de hacer, para conseguir
rresponder en el detalle al p royecto inicial, no la hace m e nos fiel en sus grandes líneas.
m edio de sim ples encabezam ientos, no podía sino elim i nar la división de las M emorias en lib ros y cap ítu los, in dispensable para la com prensión misma del texto. Pero esta disposición habría tenido que ser restablecida a la h o ra de editarse en volúm enes. A hora bien, los doce tom os que, de 1849 a 1850, publicaron los herm anos Penaud, con la bendición de los ejecutores testam entarios, no hacían
siem pre que desem boque en una acuñación más eficaz.
sino reproducir, sin cam bio alguno, el carácter inform e de la p ub licación p or entregas. Esta m alhadada «edición o ri ginal» ofrecía al p ú b lico un conjunto de 536 secuencias,
G racias a estas últim as correcciones, se alcanza esa impe ratoria brevitas que es el signo distintivo del C hateaubriand historiador. A sí, de lectura en relectura, es com o el m em o
más o m enos extensas, sin num eración ni articulación visi bles, repartidas en cada uno de los volúm enes de una e x tensión igual, sin consideración alguna p or el contenido.
rialista había de llegar a hacer concordar su obra con el tí tulo: elim inar las redundancias es tam bién querer olvidar
Lo cual venía a traicionar deliberadam ente las am biciones arquitectónicas del m em orialista y, por razones que se su
siem pre una form ulación más clara y un ritm o más acen tuado; dispuesto a aceptar cualquier tipo de sacrificio
pone eran de rentabilidad inm ediata, a hacer su obra ile
NOTA
A ESTA
EDICIÓN
gib le durante m ucho tiem po. En efecto , habría que esperar hasta m ediados del si glo x x para que las m inuciosas investigaciones de M aurice Levaillant (1883-1961) perm itieran restituir a las Memorias de ultratumba su arquitectura prim itiva, restaurar su texto original y encontrar la m ayor parte de los pasajes suprim i dos en el curso de la década de 1840. Su d ob le edición del
Pura la traducción me he atenido al texto fijado por Jean( Hunde Berchet en su edición crítica de classiques G arnier, que sigue un criterio de rigurosa fidelidad a las últim as v o
centenario (B iblioth èque de la Pléiade, 1946; Flam m a rion, 1948) fue una etapa m ayor de su redescubrim iento. C in cu enta años después, nuevos elem entos han ven ido a enriquecer y com pletar el historial gen ético y biográfico.
luntades de C hateaubrian d, y que incluye un am plio ap én dice docum ental que enriquece la visión de conjunto. N o hem os considerado, sin em bargo, op ortun o incluir, para los fines de nuestra edición, las Memorias de m i vida, p ri
C on la nueva edición íntegra y crítica que yo establecí, de 1989 a 1998, en la colecció n de C lassiques G arnier, es ya posible ahora leer un texto finalm ente conform e al últim o
mera redacción parcial de los recuerdos de infancia y ju ventud, posteriorm ente aprovechada y reelaborada por <.hateaubriand, ni tam poco los textos del «Suplem ento a las Memorias», de la edición de la P léiade, de un relativo
m anuscrito, acom pañado de todas las introducciones c o n ocidas hasta el día de hoy. JEAN-CLAUDE BERCHET
interés para el lector de hoy. D am os tan sólo una m uestra »le los más significativos incluidos en los apéndices de la edición G arnier. Se ha mantenido, en esta edición en dos volúmenes, la di visión en cuatro partes tan esencial para el autor hasta 1846. H e tratado de conservar en la traducción las muchas particularidades del texto original, en especial sus fre cuentes y caprichosas cursivas, pero he restituido, en cam bio, de acuerdo con los criterios actuales, y siem pre que ello ha sido p osible, la grafía de los nom bres de los to p ó nimos italianos y rusos asados por el autor; para los nom bres de las localidades que en la época de C h a tea u briand pertenecían al área lingüística alemana se han c o rregido los eventuales errores gráficos del autor o in d ica do su nom bre actual a pie de página; para los nom bres que hoy pertenecen al área lingüística checa, pero de los que el autor reproduce la grafía alemana de uso en la época, se ha m antenido por lo general dicha grafía, indicando en nota el topónim o actual.
N O TA A ESTA ED ICIÓ N
Las citas poéticas en diversas lenguas se han dejado en su lengua original, poniendo en nota la traducción, siem pre que ésta no figurase ya en el texto. Por lo que se refiere a las notas, se verá que las hay de dos tipos: las notas del autor se indican p or m edio de le tras sucesivas (a, b, c...) a pie de página, y las notas del tra du ctor al final de cada uno de los volúm enes. Para la ela boración de estas últim as estoy parcialm ente en deuda sobre tod o con la edición de Jean-Claude B erchet, pero tam bién he consultado con p rovech o las de M aurice Levaillant (Pléiade), Jean-Paul Clém ent (G allim ard) e Ivanna Rossi (E inaudi-G allim ard), esta últim a edición p rin ci palm ente para la parte italiana de las M em orias. H e tratado de recrear en español, dentro de lo p osible, el carácter de la escritura de C hateaubrian d, el estilo in co n fu n d ible de este relato p o lifó n ico que son las M em o rias; los cam bios de tonalidad de sus distintas partes y los m últiples registros que se suceden en este inm enso esce nario de historia y de personajes: el lenguaje lírico del m e m orialista, el docum ental del historiador, el cancilleresco del diplom ático y el oratorio del p olítico. H e p rocurado, en cuanto a los frecuentes anacolutos y otras in suficien cias gram aticales del autor, intervenir sólo en aquellos ca sos en que éstos habrían co n d u cid o de form a irrem ediable a una opacidad de sentido, pero cuidand o de no atenuar, en ningún caso, los am aneram ientos ni descifrar las abun dantes frases de sentido intangible tan típicas del estilo del autor. Un em peño especial p or mi parte ha sido el de respe tar el regusto anticuado, inactual y retórico de la gran p ro sa de las Memorias, la palabra hecha m úsica, sabia m ezcla de francés antiguo y m oderno, que es una invención esti lística personal del autor. D ice a este respecto el p ropio C hateaubriand: «Por un extraño ensam blaje, hay en mí dos hom bres, el hom bre de otro tiem po y el hom bre de ahora;
NOTA A ESTA EDICIÓN
«ni n le que la lengua sa antigua y la lengua m oderna un- f i a n naturales; si una de las dos me faltaba, me faltaba iniii parte del signo de mis ideas; he creado, pues, algunas palabras, he rejuvenecido otras; pero no he afectado nada; V lie tenido m ucho cuidado de em plear sólo la expresión que me venía espontáneam ente.» l ista nueva traducción de Las memorias de ultratumba, «lulo y m edio después de su p ublicación , aspira a reparar un largo e injusto olvido editorial y a restituir a la gran d e za literaria del autor el lugar que le corresp ond e p or derei lio propio en la historia de la literatura, el de un grande entre los grandes. J. R. M.
MEMORIAS DE U L T R A T U M B A LIBROS
I-XII
( 1768-1800)
PREFACIO
Pa rís, 14 d e a b r il d e 18 46
Revisado
el 28 de julio de 1846 Sicut nubes... quasi naves... velut umbra.' JO B
( .111110 me es im posible prever el m om ento de mi fin, y a mis años los días concedidos a un hom bre no son sino días de gracia, o más bien de rigor, voy a explicarm e. El próxim o 4 de septiem bre, cum pliré setenta y och o años: es hora ya de que abandone un m undo que me ab an dona a mí y que no echo de menos. Las M emorias, al frente de las cuales se leerá este p re la d o , siguen, en sus divisiones, las divisiones naturales de mis carreras. La triste necesidad, que me ha tenido siem pre con un pie sobre el cuello, me obliga a vender mis Memorias. N a die puede hacerse una idea de cuánto he sufrido por tener i|ue hipotecar mi tum ba; p ero me o b lig an a este p ostrer sa c rific io mis juram entos y la coherencia de mi conducta. Por un apego acaso pusilánime, consideraba estas Memorias com o confidentes de los que nunca hubiera querido sepa rarme; mi intención era legárselas a m adam e de C h ateau briand; ella las daría a conocer según su voluntad, o las destruiría, lo que hoy desearía más que nunca. ¡A h , si antes de aban donar la tierra, hubiera p od id o encontrar a alguien lo bastante rico y lo bastante fiable c o mo para rescatar las acciones de la Sociedad, y que no se viera, com o dicha Sociedad, en la necesidad de im prim ir la obra en cuanto las cam panas doblen por mí! A lgunos de
los accionistas son am igos míos; varios de ellos son p erso nas serviciales que han tratado de serm e de utilidad; pero
de «hiin voces que tienen algo de sagrado, porque surgen del «i pulí rc>; sin duda es un interés muy m odesto, pero lo le-
las acciones quizás hayan sido finalm ente vendidas; habrán pasado a manos de terceros que yo no con ozco y que ante pondrán sus intereses de fam ilia a cualquier otra con sid e ración; para éstos, com o es natural, la p rolongación de mis
)|m ii lulta de algo m ejor al huérfano (mis Memorias) destiluidii ti pervivir después de mí en este m undo. Si he pade«idu lo bastante en esta vida para ser en la otra una som bra
días resulta, si no inoportuna, al m enos perjudicial. F inal m ente, si aún fuera dueño de estas Memorias, o bien las guardaría m anuscritas o retrasaría su aparición cincuenta
hl «obre mis últim os cuadros una luz protectora: la vida Mii' sienta mal; tal vez me vaya m ejor la muerte.
años. Estas Memorias han sido escritas en diferentes fechas y en diferentes países; de ahí los o b ligad os prólogos que pintan los lugares que tenía ante mis ojos, los sentim ientos que me dom inaban en el m om ento en que se reanuda el h i lo de mi narración. Las form as cam biantes de mi vida se han invadido así unas a otras: me ha o cu rrid o que, en mis m om entos de ventura, he tenido que hablar de mis tiem pos de miseria; en mis días de tribu lación, describir mis días de dicha. M i juventud, al penetrar en mi vejez; el p e so de mis años de experien cia, al entristecer mis años m o zos; los rayos de mi sol, desde su orto hasta su ocaso, al en trecruzarse y confun dirse, han p ro d u cid o en mis relatos una especie de confusión, o, si se quiere, una especie de uni dad indefinible; mi cuna tiene algo de mi tum ba, mi tum ba algo de mi cuna: mis sufrim ientos se tornan placeres, mis placeres dolores, y ya no sé, al acabar de leer estas M e
I»11/, algún rayo escapado de los C am pos E líseos derrama-
I .sias Memorias han sido el ob jeto de mi predilección: «iin buenaventura obtu vo del cielo la m erced de continuar liis suyas después de su m uerte; yo no espero tal favor; p e lo desearía resucitar a la hora en que rondan los fantasm as piini corregir al menos las pruebas de im prenta. Por lo demus, cuando la E ternidad haya tapado mis oídos con sus dos manos, en la polvorienta fam ilia de los sordos, no oiré ya a nadie. Si alguna parte de este trabajo goza de mi predilección , es la relativa a mi juventud, la fase más desconocida de mi vida. H e tenido que rem em orar en ella un m undo que so lam ente yo conocía; y todo cuanto he encontrado, errando por esa sociedad desvanecida, han sido recuerdos y silen cio; de todas las personas que conocí, ¿cuántas sobreviven hoy? Los vecinos de Saint-M alo se dirigieron a mí el 25 de agosto de 1828, p or con d u cto de su alcalde, con m otivo de una dársena que deseaban construir. Y o me apresuré a
morias, si son de una cabeza que peina canas o de una de
responder, solicitando, a cam bio de mi buena disposición,
oscuros cabellos. Ignoro si esta m ezcla, que no p uedo remediar, gustará
que me fueran concedidos algunos pies de tierra, para mi tumba, en e l Grand-Be* Surgieron dificu ltades, deb id o a la oposición del cuerpo militar. Por fin, el 27 de octub re de
o desagradará; es el fruto de la inconstancia de mi suerte: las tem pestades no me han dejado a m enudo otra mesa de trabajo para escribir que el escollo de mi naufragio. Se me ha instado a dar a co n o cer en vida algunos frag m entos de estas Memorias; pero yo prefiero hablar desde el fondo de mi ataúd; mi narración estará así acom pañada
1831, re cib í una carta del alcald e, m onsieur H oviu s. M e decía: «El lugar de descanso que desea a orillas del mar, a algunos pasos de su cuna, le será con ced id o por la piedad * Islo te d e la rada d e S ain t-M alo.
filial de los vecinos de Saint-M alo. Un triste pensam iento, sin em bargo, se m ezcla con esta solicitud. ¡Ah, ojalá p u e da el m onum ento perm anecer largo tiem po vacío!, pero el honor y la gloria sobreviven a todo cuanto sucede en la tie rra.» C ito con gratitud estas herm osas palabras de monsieur H ovius: sólo está de más la palabra gloria. Descansaré, pues, a orillas de ese mar que tanto he am a do. Si fallezco fuera de Francia, deseo que mi cuerpo no sea repatriado hasta pasados cincuenta años de una p ri m era inhum ación. Q u e se libre a mis restos de una sacrile ga autopsia; que se ahorren el esfuerzo de buscar en mi he lado cerebro y en mi apagado corazón el misterio de mi ser. La m uerte no revela los secretos de la vida. Un cadáver c o rriendo la posta me causa horror; unos huesos b lan q u eci nos y ligeros son fáciles de transportar: se fatigarán menos en este últim o viaje que cuando yo los arrastraba de aquí para allá cargados de mis pesares.
LIBRO PRIMERO