Responde a las siguientes preguntas para los textos que aparecen más abajo: a) Explica los términos que aparecen coloreados en el texto. b) Explica la idea principal del texto, ayúdate del subrayado. c) Justifica el tema principal del texto desde la teoría del autor del texto, es decir, desde la teoría platónica. d) Compara la posición del autor del texto con otra posición filosófica y Expón la actualidad de la idea defendida en el texto.
TEXTO 29. Me encontraba entonces en Alemania, país al que había sido atraído por el deseo de conocer unas guerras que aún no habían finalizado. Cuando retornaba a la armada después de haber presenciado la coronación del emperador, el inicio del invierno me obligó a detenerme en un cuartel en el que, no encontrando conversación alguna que distrajera mi atención y, por otra parte, no teniendo afortunadamente preocupaciones o pasiones que me inquietasen, permanecía durante todo el día en una cálida habitación donde disfrutaba analizando mis reflexiones. Una de las primeras fue la que me hacía percatarme de que frecuentemente no existe tanta perfección en obras compuestas de muchos elementos y realizadas por diversos maestros como existe en aquellas que han sido ejecutadas por uno solo. Descartes, Discurso del método, parte II
TEXTO 30. Así, es fácil comprobar que los edificios emprendidos y construidos bajo la dirección de un mismo arquitecto son generalmente más bellos y están mejor dispuestos que aquellos otros que han sido reformados bajo la dirección de varios, sirviéndose para ello de viejos cimientos que habían sido levantados para otros fines. Así sucede con esas viejas ciudades que, no habiendo sido en sus inicios sino pequeños burgos, han llegado a ser con el tiempo grandes ciudades. Estas generalmente están muy mal trazadas si las comparamos con esas otras ciudades que un ingeniero ha diseñado según le dictó su fantasía sobre una llanura. Pues si bien considerando cada uno de los edificios aisladamente se encuentra tanta belleza artística o aún más que en las ciudades trazadas por un ingeniero, sin embargo, al comprobar cómo sus edificios están emplazados, uno pequeño junto a uno grande, y cómo sus calles son desiguales y curvas, podría afirmarse que ha sido la casualidad y no el deseo de unos hombres regidos por una razón la que ha dirigido el trazado de tales planos. Y si se considera que siempre han existido oficiales encargados del cuidado de los edificios particulares, con el fin de que contribuyan al ornato público, fácilmente se
comprenderá cuán difícil es, trabajando sobre otras realizadas por otros hombres, finalizar algo perfecto. De igual modo, me imaginaba que los pueblos que a partir de un estado semisalvaje han evolucionado paulatinamente hacia estados más civilizados, elaborando sus leyes en la medida en que se han visto obligados por los crímenes y disputas que entre ellos surgían, no están políticamente tan organizados como aquellos que desde el momento en que se han reunido han observado la constitución realizada por un prudente legislador. Es igualmente cierto que el gobierno de la verdadera religión, cuyas leyes han sido dadas únicamente por Dios, está incomparablemente mejor regulado que cualquier otro. Pero, hablando solamente de los asuntos humanos, pienso que si Esparta fue en otro tiempo muy floreciente no se debió a la bondad de cada una de sus leyes, pues muchas eran verdaderamente extrañas y hasta contrarias a las buenas costumbres, sino a que fueron elaboradas por un solo hombre, estando ordenadas a un mismo fin. De igual modo, juzgaba que las ciencias expuestas en los libros, al menos aquellas cuyas razones solamente son probables y que carecen de demostraciones, habiendo sido compuestas y progresivamente engrosadas con las opiniones de muchas y diversas personas, no están tan cerca de la verdad como los simples razonamientos que un hombre de buen sentido puede naturalmente realizar en relación con aquellas cosas que se presentan. Y también pensaba que es casi imposible que nuestros juicios puedan estar tan carentes de prejuicios o que puedan ser tan sólidos como lo hubieran sido si desde nuestro nacimiento hubiésemos estado en posesión del uso completo de nuestra razón y nos hubiéramos guiado exclusivamente por ella, pues como todos hemos sido niños antes de llegar a ser hombres, ha sido preciso que fuéramos gobernados durante años por nuestros apetitos y preceptores, cuando con frecuencia los unos eran contrarios a los otros y, probablemente, ni los unos ni los otros nos aconsejaban lo mejor. Descartes, Discurso del método, parte II
TEXTO 31. Verdad es que jamás vemos que se derriben todas las casas de una villa con el único propósito de reconstruirlas de modo distinto y de contribuir a un mayor embellecimiento de sus calles; pero sí se conoce que muchas personas ordenan el derribo de sus casas para edificarlas de nuevo y también se sabe que en algunas ocasiones se ven obligadas a ello cuando sus viviendas amenazan ruina y cuando sus cimientos no son firmes. Por semejanza con esto me persuadía de que no sería razonable que alguien proyectase reformar un Estado, modificando todo desde sus cimientos, y abatiéndolo para reordenarlo; sucede lo mismo con el conjunto de las ciencias o con el orden establecido en las escuelas para enseñarlas. Pero en relación con todas aquellas opiniones que hasta entonces habían sido creídas por mí, juzgaba que no podía intentar algo mejor que emprender con sinceridad la supresión de las mismas, bien para pasar a creer otras mejores o bien las mismas, pero después de que hubiesen sido ajustadas mediante el nivel de la razón. Llegué a creer con firmeza que de esta forma acertaría a dirigir mi vida mucho mejor que si me limitase a edificar sobre antiguos cimientos y me apoyase solamente en aquellos
principios de los que me había dejado persuadir durante mi juventud sin haber llegado a examinar si eran verdaderos. Aunque me percatase de la existencia de diversas dificultades relacionadas con este proyecto, pensaba, sin embargo, que no eran insolubles ni comparables con aquellas que surgen al intentar la reforma de pequeños asuntos públicos. Estos grandes cuerpos políticos difícilmente pueden ser erigidos de nuevo cuando ya han caído, muy difícilmente pueden ser contenidos cuando han llegado a agrietarse y sus caídas son necesariamente muy violentas. Además, en relación con sus imperfecciones, si las tienen, como la sola diversidad que entre ellos existe es suficiente para asegurar que bastantes la tienen, han sido sin duda alguna muy mitigadas por el uso; es más, por tal medio se han evitado o corregido de modo gradual muchas a las que no se atendería de forma tan adecuada mediante la prudencia humana. Finalmente, estas imperfecciones son casi siempre más soportables para un pueblo habituado a ellas de lo que sería su cambio; acontece con esto lo mismo que con los caminos reales: serpentean entre las montañas y poco a poco llegan a estar tan lisos y a ser tan cómodos a fuerza de ser utilizados que es mucho mejor transitar por ellos que intentar seguir el camino más recto, escalando rocas y descendiendo hasta los precipicios. Descartes, Discurso del método, parte II
TEXTO 32. Por ello no aprobaría en forma alguna esos caracteres ligeros e inquietos que no cesan de idear constantemente alguna nueva reforma cuando no han sido llamados a la istración de los asuntos públicos no por su nacimiento ni por su posición social. Y si llegara a pensar que hubo la menor razón en este escrito por la que se me pudo suponer partidario de esta locura, estaría muy enojado porque hubiese sido publicado. Mi deseo nunca ha ido más lejos del intento de reformar mis propias opiniones y de construir sobre un cimiento enteramente personal. Y si mi trabajo me ha llegado a complacer bastante, al ofrecer aquí el ejemplo del mismo, no pretendo aconsejar a nadie que lo imite. Aquellos a los que Dios ha distinguido con sus dones podrán tener proyectos más elevados, pero me temo, no obstante, que éste resulte demasiado osado para muchos. La resolución de liberarse de todas las opiniones anteriormente integradas dentro de nuestra creencia, no es una labor que deba ser acometida por cada hombre. Por el contrario, el mundo parece estar
compuesto principalmente de dos tipos de personas para las cuales tal propósito no es adecuado en modo alguno. Por una parte, aquellos que estimándose más capacitados de lo que en realidad son, no pueden impedir la precipitación en sus juicios ni logran concederse el tiempo necesario para conducir ordenadamente sus pensamientos. Como consecuencia de tal defecto, si en una ocasión se toman la libertad de dudar de los principios que han recibido, apartándose de la senda común, jamás llegarán a encontrar el sendero necesario para avanzar más recto, permaneciendo en el error durante toda su vida. Por otra parte están aquellos que, teniendo la suficiente razón o modestia para apreciar que son menos capaces para distinguir lo verdadero de lo falso que otros hombres por los que pueden ser instruidos, deben más bien contentarse con seguir las opiniones de estos que intentar alcanzar por sí mismos otras mejores. Descartes, Discurso del método, parte II
TEXTO 33. Sin duda alguna habría sido uno de estos últimos si no hubiera conocido más que un solo maestro o no hubiera tenido noticia de las diferencias que siempre han existido entre las opiniones de los más doctos. Pero habiendo conocido desde el colegio que no podría imaginarse algo tan extraño y poco comprensible que no haya sido dicho por alguno de los filósofos; habiendo tenido noticia por mis viajes de que todos aquellos cuyos sentimientos son muy contrarios a los nuestros, no por ello deben ser juzgados como bárbaros o salvajes, sino que muchos de entre ellos usan la razón tan adecuadamente o mejor que nosotros; habiendo reflexionado sobre cuán diferente llegaría a ser un hombre que con su mismo ingenio fuese criado desde su infancia entre ses o alemanes en vez de haberlo sido entre chinos o caníbales, y sobre todo cómo hasta en las modas de nuestros trajes observamos que lo que nos ha gustado hace diez años y acaso vuelva a producirnos agrado dentro de otros diez, puede, sin embargo, parecernos ridículo y extravagante en el momento presente, de modo que más parece que son la costumbre y el ejemplo los que nos persuaden y no conocimiento alguno cierto; habiendo considerado finalmente que la pluralidad de votos no vale en absoluto para decidir sobre la verdad de cuestiones controvertibles, pues más verosímil es que solo un hombre las descubra que todo un pueblo, no podía escoger persona alguna cuyas opiniones me pareciesen que debían ser preferidas a las de otra y me encontraba por todo ello obligado a emprender por mí mismo la tarea de conducirme. Descartes, Discurso del método, parte II
TEXTO 34. Pero al igual que un hombre que camina solo y en la oscuridad, tomé la resolución de avanzar tan lentamente y de usar tal circunspección en todas las cosas que aunque avanzase muy poco, al menos me cuidaría al máximo de caer. Por otra parte, no quise comenzar a rechazar por completo algunas de las opiniones que
hubiesen podido deslizarse durante otra etapa de mi vida en mis creencias sin haber sido asimiladas en la virtud de la razón, hasta que no hubiese empleado el tiempo suficiente para completar el proyecto emprendido e indagar el verdadero método con el fin de conseguir el conocimiento de todas las cosas de las que mi espíritu fuera capaz. Descartes, Discurso del método, parte II
TEXTO 35. Había estudiado un poco, siendo más joven, la lógica de entre las partes de la filosofía; de las matemáticas el análisis de los geómetras y el álgebra. Tres artes o ciencias que debían contribuir en algo a mi propósito. Pero habiéndolas examinado, me percaté que en relación con la lógica, sus silogismos y la mayor parte de sus reglas sirven más para explicar a otro cuestiones ya conocidas o, también, como sucede con el arte de Lulio, para hablar sin juicio de aquellas que se ignoran más que para llegar a conocerlas. Y si bien la lógica contiene muchos preceptos verdaderos y muy adecuados, hay, sin embargo, mezclados con estos otros muchos que o bien son perjudiciales o bien superfluos, de modo que es tan difícil separarlos como sacar una Diana o una Minerva de un bloque de mármol aún no trabajado. Igualmente, en relación con el análisis de los antiguos o el álgebra de los modernos, además de que no se refieren sino a muy abstractas materias que parecen carecer de todo uso, el primero está tan circunscrito a la consideración de las figuras que no permite ejercer el entendimiento sin fatigar excesivamente la imaginación. La segunda está tan sometida a ciertas reglas y cifras que se ha convertido en un arte confuso y oscuro capaz de distorsionar el ingenio en vez de ser una ciencia que favorezca su desarrollo. Todo esto fue la causa por la que pensaba que era preciso indagar otro método que, asimilando las ventajas de estos tres, estuviera exento de sus defectos. Y como la multiplicidad de leyes frecuentemente sirve para los vicios de tal forma que un Estado está mejor regido cuando no existen más que unas pocas leyes que son minuciosamente observadas, de la misma forma, en lugar del gran número de preceptos del cual está compuesta la lógica, estimé que tendría suficiente con los cuatro siguientes con tal de que tomase la firme y constante resolución de no incumplir ni una sola vez su observancia. Descartes, Discurso del método, parte II
TEXTO 36. El primero consistía en no itir cosa alguna como verdadera si no se la había conocido evidentemente como tal. Es decir, con todo cuidado debía evitar la precipitación y la prevención, itiendo exclusivamente en mis juicios aquello que se presentara tan clara y distintamente a mi espíritu que no tuviera motivo alguno para ponerlo en duda.
El segundo exigía que dividiese cada una de las dificultades a examinar en tantas parcelas como fuera posible y necesario para resolverlas más fácilmente.
El tercero requería conducir por orden mis reflexiones comenzando por los objetos más simples y más fácilmente cognoscibles, para ascender poco a poco, gradualmente, hasta el conocimiento de los más complejos, suponiendo inclusive un orden entre aquellos que no se preceden naturalmente los unos a los otros.
Según el último de estos preceptos debería realizar recuentos tan completos y revisiones tan amplias que pudiese estar seguro de no omitir nada. Descartes, Discurso del método, parte II
TEXTO 37. Las largas cadenas de razones simples y fáciles, por medio de las cuales generalmente los geómetras llegan a alcanzar las demostraciones más difíciles, me habían proporcionado la ocasión de imaginar que todas las cosas que pueden ser objeto del conocimiento de los hombres se entrelazan de igual forma y que, absteniéndose de itir como verdadera alguna que no lo sea y guardando siempre el orden necesario para deducir unas de otras, no puede haber algunas tan alejadas de nuestro conocimiento que no podamos, finalmente, conocer ni tan ocultas que no podamos llegar a descubrir. No supuso para mí una gran dificultad el decidir por cuales era necesario iniciar el estudio: previamente sabía que debía ser por las más simples y las más fácilmente cognoscibles. Y considerando que entre todos aquellos que han intentado buscar la verdad en el campo de las ciencias, solamente los matemáticos han establecido algunas demostraciones, es decir, algunas razones ciertas y evidentes, no dudaba que debía comenzar por las mismas que ellos habían examinado. No esperaba alcanzar alguna unidad si exceptuamos el que habituarían mi ingenio a considerar atentamente la verdad y a no contentarse con falsas razones. Pero, por ello, no llegué a tener el deseo de conocer todas las ciencias particulares que comúnmente se conocen como matemáticas, pues viendo que aunque sus objetos son diferentes, sin embargo, no dejan de tener en común el que no consideran otra cosa, sino las diversas relaciones y posibles proporciones que entre los mismos se dan, pensaba que poseían un mayor interés que examinase solamente las proporciones en general y en relación con aquellos sujetos que servirían para hacer más cómodo el conocimiento. Es más, sin vincularlas en forma alguna a ellos para poder aplicarlas tanto mejor a todos aquellos que conviniera. Posteriormente, habiendo advertido que para analizar tales proporciones tendría necesidad en alguna ocasión de considerar a cada una en particular y en otras ocasiones solamente debería retener o comprender varias conjuntamente en mi memoria, opinaba que para mejor analizarlas en particular, debía suponer que se daban entre líneas puesto que no encontraba nada más simple ni que pudiera
representar con mayor distinción ante mi imaginación y sentidos; pero para retener o considerar varias conjuntamente, era preciso que las diera a conocer mediante algunas cifras, lo más breves que fuera posible. Por este medio recogería lo mejor que se da en el análisis geométrico y en el álgebra, corrigiendo, a la vez, los defectos de una mediante los procedimientos de la otra. Descartes, Discurso del método, parte II
TEXTO 38. Y como, en efecto, la exacta observancia de estos escasos preceptos que había escogido, me proporcionó tal facilidad para resolver todas las cuestiones, tratadas por estas dos ciencias, que en dos o tres meses que empleé en su examen, habiendo comenzado por las más simples y más generales, siendo, a la vez, cada verdad que encontraba una regla útil con vistas a alcanzar otras verdades, no solamente llegué a concluir el análisis de cuestiones que en otra ocasión había juzgado de gran dificultad, sino que también me pareció, cuando concluía este trabajo, que podía determinar en tales cuestiones en qué medios y hasta dónde era posible alcanzar soluciones de lo que ignoraba. En lo cual no pareceré ser excesivamente vanidoso si se considera que no habiendo más que un conocimiento verdadero de cada cosa, aquel que lo posee conoce cuanto se puede saber. Así un niño instruido en aritmética, habiendo realizado una suma según las reglas pertinentes puede estar seguro de haber alcanzado todo aquello de que es capaz el ingenio humano en lo relacionado con la suma que él examina. Pues el método que nos enseña a seguir el verdadero orden y a enumerar verdaderamente todas las circunstancias de lo que se investiga, contiene todo lo que confiere certeza a las reglas de la Aritmética. Descartes, Discurso del método, parte II
TEXTO 39. Pero lo que me producía más agrado de este método era que siguiéndolo estaba seguro de utilizar en todo mi razón, si no de un modo absolutamente perfecto, al menos de la mejor forma que me fue posible. Por otra parte, me daba cuenta de que la práctica del mismo habituaba progresivamente mi ingenio a concebir de forma más clara y distinta sus objetos y puesto que no lo había limitado a materia alguna en particular, me prometía aplicarlo con igual utilidad a dificultades propias de otras ciencias al igual que lo había realizado con las del Álgebra. Con esto no quiero decir que pretendiese examinar todas aquellas dificultades que se presentasen en un primer momento, pues esto hubiera sido contrario al orden que el método prescribe. Pero habiéndome prevenido de que sus principios deberían estar tomados de la filosofía, en la cual no encontraba alguno cierto, pensaba que era necesario ante todo que tratase de establecerlos. Y puesto que era lo más importante en el mundo y se trataba de un tema en el que la precipitación y la prevención eran los defectos que más se debían temer, juzgué que no debía
intentar tal tarea hasta que no tuviese una madurez superior a la que se posee a los veintitrés años, que era mi edad, y hasta que no hubiese empleado con anterioridad mucho tiempo en prepararme, tanto desarraigando de mi espíritu todas las malas opiniones y realizando un acopio de experiencias que deberían constituir la materia de mis razonamientos, como ejercitándome siempre en el método que me había prescrito con el fin de afianzarme en su uso cada vez más. Descartes, Discurso del método, parte II
EJEMPLO TEXTOS PARTE II DISCURSO DEL MÉTODO (Textos 29-39) Sin duda alguna habría sido uno de estos últimos si no hubiera conocido más que un solo maestro o no hubiera tenido noticia de las diferencias que siempre han existido entre las opiniones de los más doctos. Pero habiendo conocido desde el colegio que no podría imaginarse algo tan extraño y poco comprensible que no haya sido dicho por alguno de los filósofos; habiendo tenido noticia por mis viajes de que todos aquellos cuyos sentimientos son muy contrarios a los nuestros, no por ello deben ser juzgados como bárbaros o salvajes, sino que muchos de entre ellos usan la razón tan adecuadamente o mejor que nosotros; habiendo reflexionado sobre cuán diferente llegaría a ser un hombre que con su mismo ingenio fuese criado desde su infancia entre ses o alemanes en vez de haberlo sido entre chinos o caníbales, y sobre todo cómo hasta en las modas de nuestros trajes observamos que lo que nos ha gustado hace diez años y acaso vuelva a producirnos agrado dentro de otros diez, puede, sin embargo, parecernos ridículo y extravagante en el momento presente, de modo que más parece que son la costumbre y el ejemplo los que nos persuaden y no conocimiento alguno cierto; habiendo considerado finalmente que la pluralidad de votos no vale en absoluto para decidir sobre la verdad de cuestiones controvertibles, pues más verosímil es que solo un hombre las descubra que todo un pueblo, no podía escoger persona alguna cuyas opiniones me pareciesen que debían ser preferidas a las de otra y me encontraba por todo ello obligado a emprender por mí mismo la tarea de conducirme. Descartes, Discurso del método, parte II
1. Contexto histórico, cultural y filosófico. Descartes nació en Francia en 1596. Estudió en la Flèche, colegio jesuita fundado por el rey Enrique IV. En la Flèche, Descartes tuvo oportunidad de conocer la lógica escolástica y las obras fundamentales de San Agustín o Anselmo de Canterbury. Tras la muerte de Enrique IV ocupa el trono su hijo Luis XIII que impondrán la religión católica a todos los súbditos ses, por eso no debe extrañarnos que en la filosofía cartesiana esté tan presente la necesidad de justificar que él no es un reformista ni un revolucionario.
Al terminar sus estudios, Descartes se enrola en el ejército y participa (aunque no de manera activa) en la Guerra de los Treinta Años, conflicto religioso entre protestantes y católicos. La paz de Westfalia supuso el fin del conflicto, aunque las consecuencias fueron devastadoras para todos los países participantes, sobre todo Alemania. La brutalidad de la guerra llevó a muchos intelectuales, entre ellos Descartes, a plantearse la necesidad de una ética basada en la razón y no en la fe o la religión. Esta será la idea que presida el pensamiento cartesiano, aunque no pudo llegar a conseguirlo, puesto que murió de una pulmonía en Suecia, donde había sido invitado por la reina Cristina. Esta racionalización la vamos a encontrar en otros ámbitos como la política, la economía, la ciencia y la naturaleza, etc. y está íntimamente relacionada con lo que se conoce como antropocentrismo y humanismo. Estas dos corrientes de pensamiento parten de la idea de que el hombre posee la capacidad de conocer sirviéndose de su razón y de cambiar el mundo, porque es dueño de su destino. En lo político vamos a encontrar la necesidad de racionalización en el hecho de que los reyes van a unificar las leyes del estado y la istración bajo su poder, con lo que se facilitará el libre comercio, fortaleciéndose la Banca y surgiendo la Bolsa. El siglo XVII asistirá a la creciente complejidad de la economía y la necesidad de unas leyes generales de mercado y una política internacionales. En lo tocante al conocimiento, el siglo XVII desecha definitivamente el argumento de autoridad medieval. Este argumento de origen escolástico defendía que una idea era verdad siempre que en lo tocante a la razón no contradijese la teoría aristotélica y en lo tocante a la fe no contradijese a la Biblia ni a la autoridad eclesiástica. El argumento de autoridad queda obsoleto: 1. Porque en entre el siglo XVI y XVII aparecen científicos como Galileo o Kepler que demuestran que la física aristotélica es falsa no sólo porque no responde a la exactitud matemática, sino porque no se corresponde con la realidad experimental. Esto supuso un cambio en el concepto de naturaleza, el mundo ya no se contempla, sino que se domina a través de la razón, para conseguirlo convertimos a la naturaleza en un gran mecanismo que resulta previsible, sólo si conocemos las causas que provocan el movimiento y las exponemos de forma matemática para poder comprobar nuestra idea a través del experimento. 2. Porque Descartes que pertenece a la corriente racionalista, junto a Platón o Sócrates, no podrá aceptar que la fe sea una forma de conocimiento como lo aceptaron los filósofos medievales. Así que Descartes separará la fe de la razón. Esta separación entre fe y razón se originó en el siglo XIV unida a una corriente conocida como Voluntarismo y que muchos filósofos cristianos rechazaron porque tachaba de irracional a la fe. Además en el siglo XVI Lutero pondrá en entredicho la autoridad de la Iglesia y el Papa. La separación entre fe y razón será definitiva en el siglo XVII, momento en el Descartes pondrá en duda la existencia de Dios. Esta ruptura respecto de la Edad Media, responderá al comienzo de lo que se conoce como modernidad. 3. Si todo es dudoso, el conocimiento científico y el conocimiento filosófico, no puede extrañarnos que aparezcan filósofos escépticos como Montaigne.
El texto que vamos a comentar pertenece al “Discurso del método” que podemos dividir en seis partes. En la primera parte Descartes nos habla de su vida y sus estudios en la Flèche, en la segunda parte que son los textos que van a comentarse junto a la parte IV se nos exponen las reglas del método y las ideas sobre la realidad y el conocimiento de Descartes, en la parte III se hace una pequeña reflexión acerca de la ética y en las partes V y VI se exponen idea sobre la física y la naturaleza.
2. Contesta a las siguientes preguntas: a) Explica los conceptos subrayados en el texto. Filósofos: en el texto se hace referencia a los filósofos escolásticos y medievales, aquellos que estudió Descartes durante su estancia en la Flèche, ya que Descartes dice “Pero habiendo conocido desde el colegio”. Los filósofos escolásticos y la filosofía medieval en general serán las primeras ideas que se presenten a Descartes. La fe durante la Edad Media se considera un modo de conocimiento como la razón, sólo que la fe es mucho más perfecta que esta porque proviene de Dios, es un don divino. En cambio la razón es defectuosa e imperfecta como el ser que la posee. Descartes desea superar el conocimiento basado en el argumento de autoridad, para él la historia de la filosofía es la historia de un tremendo error, esta equivocación es preciso eliminarla. Emprender por mí mismo la tarea de conducirme este concepto está relacionado con el primero, se basa en la idea de que el conocimiento debe nacer de la razón humana, de la intuición o evidencia de la razón, es decir, de las ideas que posee la razón de forma innata y que podemos intuir cuando utilizamos la razón exclusivamente. Para conducir la razón existe el método y las reglas fundamentales, que son cuatro para poder observarlas sin dificultad. El método cartesiano tiene las reglas con las que funciona la razón misma y estas son, la intuición o evidencia que es innata, porque es una intuición natural, y la deducción que se basa en la relación existente entre las distintas intuiciones.
b) Temática principal del texto. Este fragmento pertenece a la parte II del “Discurso del método” en el que Descartes intenta disuadirnos de la necesidad de un método que conduzca nuestro conocimiento. Para llegar a descubrir la idea principal del texto vamos a comenzar por dividir el texto en tres partes. En la primera parte nos dice Descartes que no debemos dejarnos llevar por los prejuicios que adquirimos en el colegio o las enseñanzas de filósofos anteriores. En el
caso de Descartes, los filósofos que estudió en la Flèche, fueron los filósofos medievales como San Agustín o Santo Tomás. En la segunda parte nos explica Descartes que aunque poseemos de forma natural la razón y podríamos utilizarla libre de prejuicios esto no suele ocurrir y el ejemplo recibido desde la infancia influye en nosotros. Por esta razón difieren las costumbres de los pueblos. En la tercera parte Descartes concluye que la mayoría no tiene por qué tener razón en un asunto. Es decir, el consenso no puede ser la base sobre la que se asiente la verdad, de algún modo el filósofo francés está criticando la teoría empirista. Así pues, para Descartes en este texto la verdad habita en la razón humana que es la misma para todos, igual que el método y que a veces puede perderse en los prejuicios adquiridos por la costumbre y el ejemplo.
c) Justifica desde la teoría del autor del texto las ideas expuestas en él. La Edad Media se caracteriza por el denominado “Giro teológico” de la filosofía, se trata de un período en el cual la razón se convierte en un instrumento de aclaración y defensa de la fe. La “filosofía cristiana” utiliza en esta labor a la filosofía griega, fundamentalmente a Platón y Aristóteles, convirtiéndose este último en la autoridad racional. La excesiva confianza en la autoridad aristotélica, provocó que durante trece siglos se tuviera como verdadera la Física aristotélica. Será en el Renacimiento, sobre todo con la revolución científica, cuando entren en crisis la concepción de la fe y la física de Aristóteles. La actitud de Descartes ante la historia del pensamiento es de total desengaño: la historia de la filosofía no es más que la historia del error, porque se han creído argumentos basados no en el buen uso de la razón sino en el “principio de autoridad” .Debido a este desengaño, Descartes considera como una labor fundamental encontrar un método que nos permita hacer un buen uso de la razón, así como evitar los dos errores fundamentales de la misma: la precipitación y la prevención. Para Descartes, las distintas ciencias son manifestaciones de un saber único ya que hay una sola razón: la idea de una ciencia universal con un método universal. Para Descartes toda la filosofía es como un gran árbol cuyas raíces son la metafísica, el tronco la física, y las ramas que salen de ese tronco las demás ciencias. En su búsqueda de un método adecuado, Descartes considera necesario realizar un análisis de la estructura de la razón. De este análisis concluye que dos son los modos de operar la razón: la intuición y la deducción. La intuición es una especie de “luz o instinto natural” que tiene por objeto las naturalezas simples: por medio de ella captamos inmediatamente conceptos simples emanados de la razón misma, sin posibilidad alguna de duda o error (así sucede con los axiomas matemáticos). Todo el conocimiento intelectual comienza con la intuición de naturalezas simples. Entre unas intuiciones y otras aparecen conexiones que la inteligencia descubre y recorre por medio de la deducción hasta llegar a una conclusión (la deducción es utilizada en matemáticas para demostrar los teoremas). Como la intuición y la deducción
constituyen el dinamismo interno y específico del conocimiento racional, éste ha de aplicarse en un proceso de dos pasos: 1. Un proceso de análisis hasta llegar a los elementos o naturalezas simples. 2. Un proceso de síntesis, de reconstrucción deductiva de lo complejo a partir de lo simple.
Esta forma de proceder es el único método que responde a la dinámica interna de una razón única. Según Descartes, hasta ahora la razón ha sido utilizada de este modo solamente en el ámbito de las matemáticas, produciendo resultados irables. Sin embargo, nada impide que esta utilización se extienda a todos los ámbitos del saber (“Mathesis universalis”), para que produzca unos frutos igualmente irables. Las reglas son cuatro: 1ª. Regla de la evidencia. Esta regla nos obliga a no aceptar ninguna cosa como verdadera si no se la reconoce claramente como tal, es decir, si no se presenta tan clara y distintamente que no tenga ocasión de ponerlo en duda, debiendo evitar la prevención (dejarse llevar por los juicios de “los que saben”) y la precipitación (dejarse conducir por juicios que no han sido analizados suficientemente) que nos abocan a los prejuicios. Por tanto, la verdad no es ya un problema de adecuación o correspondencia entre nuestras ideas y la realidad externa y objetiva, como venía siendo desde Aristóteles, sino que es una propiedad de nuestras ideas y que se descubre analizando sus cualidades. 2ª. Regla del análisis o resolución. Los problemas se deben dividir en sus datos o partes más elementales o simples mediante un proceso de análisis. De este modo la mente llegará a discernir e intuir los términos más simples de la realidad que pretende conocer. Sobre estas ideas simples son sobre las que la mente puede alcanzar la evidencia de su verdad. 3ª. Regla de la síntesis o de la composición. Intuidas las ideas simples por el proceso de análisis, entra en juego la deducción a partir de aquellas, siguiendo el procedimiento lógico y ordenado de la geometría. 4ª. Regla de la enumeración y revisión. Es una regla auxiliar, que consiste en hacer enumeraciones y revisiones completas y generales para estar seguros de no omitir nada. La enumeración comprueba el análisis y la revisión la síntesis. Esta regla auxiliar viene exigida porque el espíritu humano está condicionado por el tiempo: las evidencias del pasado tienen que ser conservadas por la memoria, facultad débil y con frecuencia engañosa, por lo que se hace necesario el control, comprobación y verificación de todo lo que se lleve deducido. El método que Descartes expone en la parte II del Discurso será el que utilice para llegar a las verdades indudables de la Filosofía. Así en la parte IV de este mismo libro, Descartes expone la evidencia a la que llega tras aplicar la duda a todos los ámbitos de conocimientos. Esta verdad es el cogito o pensamiento. Del pensamiento Descartes deducirá la existencia de Dios, que es una idea innata a nuestro pensamiento y Dios será el garante del razonamiento deductivo y de la existencia del mundo.
3. Compara la posición del autor del texto con otra posición filosófica y expón la actualidad del tema tratado en el texto. Tanto Platón como Descartes son racionalistas, por tanto el conocimiento se origina para ambos en la razón. Los dos filósofos se sirven de un método para llegar a la verdad y el conocimiento, aunque Descartes es el único consciente de la necesidad de ese método. El método cartesiano se basa en la intuición o evidencia de la razón, en una palabra, innatismo, pero con un evidencia subjetiva, es decir, la verdad está en el yo o conciencia, en el sujeto. En el caso de Platón, el conocimiento es una especie de innatismo, pero este innatismo se instala en la razón a través del recuerdo o reminiscencia. En Platón la verdad se encuentra fuera del yo o sujeto, en otro mundo, de hecho. En Descartes la razón o intuición es una y la misma para todos; para Platón no, por eso, tiene que colocar el mundo real más allá del sujeto, en el mundo de las ideas. El otro aspecto que contempla el método cartesiano es la deducción. En esto se parece al método dialéctico platónico, puesto que la dialéctica parte de la idea de que el conocimiento es recuerdo, el recuerdo de lo que el alma contempló en el otro mundo, antes de reencarnarse. Ese recuerdo es el causante de que el individuo desee alcanzar la verdad, es el impulso necesario para poder conocer. Según Descartes, la deducción es el modo natural en el que procede la razón la humana, puesto que son las conexiones que existen entre las intuiciones. Las reglas del método son cuatro: evidencia, análisis, síntesis y enumeración. Aunque la evidencia es una noción compartida por la filosofía platónica, sin embargo, el análisis no aparece en el método dialéctico platónico. En lo que respecta a la revisión, podemos encontrar alguna relación con el proceso de descenso que se produce en la noesis platónica. Ya que la noesis es proceso intuitivo en el que razón va ascendiendo de idea en idea hasta alcanzar la idea de Bien, para después descender de nuevo. De algún modo, ese descenso es una especie de repaso o revisión como en el caso de Descartes. Actualmente un estudio realizado en cualquier ámbito del conocimiento debe dejar claro el método empleado. Si bien, esto indica que no se siguen las ideas cartesianas de la existencia de un solo método válido para todos los aspectos del conocimiento, también pone de manifiesto la importancia que adquiere la metodología en el estudio. Hoy día, debemos tener en cuenta las ideas sobre el método de Feyerabend, que defiende que no existe un método mejor que otro, puesto que el método indica un modo de comprender y enfrentar el mundo.
TEXTO 40. No sé si debo entreteneros con las primeras meditaciones allí realizadas, pues son tan metafísicas y tan poco comunes, que no serán del gusto de todos. Y sin embargo, con el fin de que se pueda opinar sobre la solidez de los fundamentos que he establecido, me encuentro en cierto modo obligado a referirme a ellas. Hacía tiempo que había advertido que, en relación con las costumbres, es necesario en algunas ocasiones seguir opiniones muy inciertas tal como si fuesen indudables, según he advertido anteriormente. Pero puesto que deseaba entregarme solamente a la búsqueda de la verdad, opinaba que era preciso que hiciese todo lo contrario y que rechazase como absolutamente falso todo aquello en lo que pudiera imaginar la menor duda, con el fin de comprobar si, después de hacer esto, no quedaría algo en mi creencia que fuese enteramente indudable. Así pues, considerando que nuestros sentidos en algunas ocasiones nos inducen a error, decidí suponer que no existía cosa alguna que fuese tal como nos la hacen imaginar. Y puesto que existen hombres que se equivocan al razonar en cuestiones relacionadas con las más sencillas materias de la geometría y que incurren en paralogismos, juzgando que yo, como cualquier otro estaba sujeto a error, rechazaba como falsas todas las razones que hasta entonces había itido como demostraciones. Y, finalmente, considerado que hasta los pensamientos que tenemos cuando estamos despiertos pueden asaltarnos cuando dormimos, sin que ninguno en tal estado sea verdadero, me resolví a fingir que todas las cosas que hasta entonces habían alcanzado mi espíritu no eran más verdaderas que las ilusiones de mis sueños. Pero, inmediatamente después, advertí que, mientras deseaba pensar de este modo que todo era falso, era absolutamente necesario que yo, que lo pensaba, fuese alguna cosa. Y dándome cuenta de que esta verdad: pienso, luego soy, era tan firme y tan segura que todas las extravagantes suposiciones de los escépticos no eran capaces de hacerla tambalear, juzgué que podía itirla sin escrúpulo como el primer principio de la filosofía que yo indagaba. Descartes, Discurso del método, parte IV
TEXTO 41. Posteriormente, examinando con atención lo que yo era, y viendo que podía fingir que carecía de cuerpo, así como que no había mundo o lugar alguno en el que me encontrase, pero que, por ello, no podía fingir que yo no era, sino que por el contrario, sólo a partir de que pensaba dudar acerca de la verdad de otras cosas, se seguía muy evidente y ciertamente que yo era, mientras que, con sólo que hubiese cesado de pensar, aunque el resto de lo que había imaginado hubiese sido verdadero, no tenía razón alguna para creer que yo hubiese sido, llegué a conocer a partir de todo ello que era una sustancia cuya esencia o naturaleza no reside sino en pensar y que tal sustancia, para existir, no tiene necesidad de lugar alguno ni depende de cosa alguna material. De suerte que este yo, es decir, el alma, en virtud
de la cual yo soy lo que soy, es enteramente distinta del cuerpo, más fácil de conocer que éste y, aunque el cuerpo no fuese, no dejaría de ser todo lo que es. Descartes, Discurso del método, parte IV
TEXTO 42. Analizadas estas cuestiones, reflexionaba en general sobre todo lo que se requiere para afirmar que una proposición es verdadera y cierta, pues, dado que acababa de identificar una que cumplía tal condición, pensaba que también debía conocer en qué consiste esta certeza. Y habiéndome percatado que nada hay en pienso, luego soy que me asegure que digo la verdad, a no ser que yo veo muy claramente que para pensar es necesario ser, juzgaba que podía itir como regla general que las cosas que concebimos muy clara y distintamente son todas verdaderas; no obstante, hay solamente cierta dificultad en identificar correctamente cuáles son aquellas que concebimos distintamente. Descartes, Discurso del método, parte IV
EJEMPLO DE TEXTOS PARTE IV, LA DUDA Y EL COGITO. (Textos 40-42) Así pues, considerando que nuestros sentidos en algunas ocasiones nos inducen a error, decidí suponer que no existía cosa alguna que fuese tal como nos la hacen imaginar. Y puesto que existen hombres que se equivocan al razonar en cuestiones relacionadas con las más sencillas materias de la geometría y que incurren en paralogismos, juzgando que yo, como cualquier otro estaba sujeto a error, rechazaba como falsas todas las razones que hasta entonces había itido como demostraciones. Y, finalmente, considerado que hasta los pensamientos que tenemos cuando estamos despiertos pueden asaltarnos cuando dormimos, sin que ninguno en tal estado sea verdadero, me resolví a fingir que todas las cosas que hasta entonces habían alcanzado mi espíritu no eran más verdaderas que las ilusiones de mis sueños. Pero, inmediatamente después, advertí que, mientras deseaba pensar de este modo que todo era falso, era absolutamente necesario que yo, que lo pensaba, fuese alguna cosa. Y dándome cuenta de que esta verdad: pienso, luego soy, era tan firme y tan segura que todas las extravagantes suposiciones de los escépticos no eran capaces de hacerla tambalear, juzgué que podía itirla sin escrúpulo como el primer principio de la filosofía que yo indagaba. René Descartes, “Discurso del método”, parte IV
1. Contexto histórico, cultural y filosófico. (se encuentra expuesto en el texto anterior)
2. Contesta a las siguientes preguntas: a) Explica los conceptos subrayados en el texto. Falsas todas las razones: en el texto se hace referencia a la deducción matemática, a las demostraciones deductivas. Descartes creía que las deducciones matemáticas eran indudables, puesto que se basaban en intuiciones racionales. Además la deducción es uno de los modos de funcionamiento de la razón. Dudar del razonamiento es dudar de la razón misma. Para poder hacer esto a Descartes no le queda otra opción que inventar un genio maligno que le permita poner en cuestión el razonamiento matemático. Este genio maligno me engaña, aunque yo crea que estoy en lo cierto. La invención del genio maligno implica que existe un ser tan poderoso como Dios y si ese ser me engaña, entonces Dios no es tan poderoso como creo, es decir, cuando Descartes utiliza el genio maligno, está poniendo en duda la existencia de Dios. Eso sí, esta duda se encuentra en un terreno meramente teórico. Pienso, luego soy: tras poner en duda todo aquello que creemos conocer, Descartes llega al principio indudable, a la evidencia: el pensamiento. Según Descartes, pensar es existir, no es que del pensamiento se deduzca la existencia, es que el pensamiento es un modo de existencia. Este pensamiento es una sustancia y por serlo, debe ser independiente de cualquier otro ser. En consecuencia, el pensamiento es independiente del cuerpo, que es otro modo de darse la existencia. En conclusión: el pensamiento es la primera verdad y, por consiguiente, el criterio de evidencia, pero además es una sustancia y es independiente del cuerpo.
b) Temática principal del texto. El texto que nos ocupa podemos encontrarlo en la parte IV del “Discurso del método” en la que se explica la primera verdad o yo pienso y de donde se deducirán otras intuiciones como Dios o el mundo. Este fragmento vamos a dividirlo en cuatro partes, atendiendo a su contenido: En la primera parte se nos explica cómo no podemos aceptar el conocimiento que proviene de los sentidos, puesto que alguna vez me han engañado. A este argumento que demuestra que el conocimiento sensible es engañoso lo llamamos falacia de los sentidos. La segunda parte expone la duda acerca de las demostraciones matemáticas para la que Descartes ha de servirse de un genio maligno. En la tercera parte nos explica el autor del texto, que no confía en que exista una realidad exterior, puesto que no podemos distinguir entre la vigilia o estar despierto y el sueño o estar dormido. En la cuarta parte, explica el filósofo francés que al dudar del pensamiento descubre que la conciencia es lo único indudable, puesto que “era absolutamente necesario que yo, que lo pensaba, fuese alguna cosa” En resumen, Descartes nos presenta los diferentes momentos de la duda aplicados a las distintas formas de conocimiento, para conducirnos a una verdad indudable que es el pienso, luego existo.
c) Justifica desde la teoría del autor del texto las ideas expuestas en él. (puede resumirse aún más)
Descartes comprueba que, aplicando el método que él mismo ha indagado, se resuelven muchas cuestiones que había entendido como problemas, tanto en el ámbito de la lógica como en los difíciles problemas del álgebra. Por eso, no duda en aplicar el método a otras cuestiones mucho más metafísicas. Ahora bien, seguir el método, concretamente aplicar su primera regla, le obliga a no itir nada como verdadero a no ser que esté completamente seguro de que lo es. Seguir la regla de la evidencia obliga a partir de verdades absolutamente ciertas, sobre las cuales pueda construir el edificio completo de la filosofía. La búsqueda de un punto de partida absolutamente cierto exige la tarea previa de eliminar todo aquello de que sea posible dudar. De ahí que Descartes comience con la duda. Y esta duda es metódica, es decir, una exigencia del método, distinta de la duda escéptica (que invalida la posibilidad de un conocimiento cierto), ya que a través de ella se pretende encontrar una verdad tan firme y segura que resista las suposiciones de los escépticos. Se trata, por lo tanto, de un punto de partida y no de llegada, una duda transitoria, y no permanente, que se superará con el hallazgo de la primera verdad. 1. La primera y más obvia razón para dudar de nuestros conocimientos se halla en las FALACIAS DE LOS SENTIDOS, que nos inducen a veces a error. 2. Cabe dudar de que las cosas sean como las percibimos, pero ello no nos permite dudar de que existan las cosas que percibimos. De ahí que Descartes añada una segunda razón -más radical- para dudar: LA IMPOSIBILIDAD DE DISTINGUIR LA VIGILIA DEL SUEÑO. A veces los sueños nos muestran mundos de objetos con extremada viveza, y al despertar descubrimos que tales universos no tienen existencia real. Se trata, en definitiva, de la dificultad para discernir los pensamientos que son fruto del sueño, de los pensamientos que tenemos cuando estamos despiertos. Como en el caso anterior, la mayoría de los hombres cuentan con criterios para distinguir la vigilia del sueño, pero estos criterios no sirven para fundamentar una certeza absoluta. 3. La imposibilidad de distinguir la vigilia del sueño permite dudar de la existencia de las cosas y del mundo, pero no parece afectar a ciertas verdades, como las matemáticas: dormidos o despiertos, los tres ángulos de un triángulo suman 180 grados en la geometría de Euclides. De ahí que Descartes añada el tercer y más radical motivo de duda: tal vez exista algún GENIO MALIGNO. Esta hipótesis del “genio maligno” equivale a suponer que tal vez el entendimiento humano es de tal naturaleza que se equivoca siempre y necesariamente cuando piensa captar la verdad. Una vez más se trata de una hipótesis improbable, pero posible, y que nos permite dudar de todos nuestros conocimientos. En todo este despliegue de la duda, Descartes permanece en el plano teorético: las creencias religiosas y las exigencias éticas están en otra dimensión práctica, que él no cuestiona. La duda llevada a este extremo de radicalidad parece abocar irremisiblemente al escepticismo. Sin embargo, Descartes encontró una verdad absolutamente cierta, inmune a toda duda, por muy radical que sea ésta: la existencia del propio sujeto que piensa y duda. Si pienso que el mundo existe, tal vez me equivoque en cuanto a la existencia del mundo, pero no cabe error en cuanto a que yo lo pienso; puedo dudar de todo menos de que yo dudo, porque si dudo que dudo es porque estoy dudando y el dudar es un modo de pensar. Mi existencia, pues, como sujeto que piensa (que duda, que se equivoca,...) está exenta de todo error y de toda duda posible. Descartes lo expresa con su célebre frase: «cogito, ergo sum» [«pienso, luego existo»].Hay que insistir en el carácter intuitivo (y no deductivo) del cogito. La conjunción “luego” puede dar la falsa impresión de que nos encontramos ante un razonamiento. No es así, la trascripción más fiel a Descartes sería «pienso-existo»: es una intuición, acto de la evidencia misma. Descartes sentencia que dicha verdad resiste las más extravagantes suposiciones de los escépticos y, por lo tanto, constituye el primer principio de la filosofía que andaba buscando: la piedra filosofal, a partir de la cual podremos intentar descubrir después otras verdades igualmente seguras. Este principio de la filosofía
se presenta en el corazón mismo de la duda radical a la que nos expone el planteamiento cartesiano. Mi existencia como sujeto pensante (el cogito cartesiano) no es sólo la primera verdad y la primera certeza: es también el prototipo de toda verdad y de toda certeza. Porque es evidente, es decir, se percibe con toda claridad y distinción. De aquí deduce Descartes su criterio de verdad: todo cuanto perciba con igual claridad y distinción será verdadero y, por lo tanto, podrá afirmarse con inquebrantable certeza. El criterio de verdad es la evidencia (primera regla del método), cuyas notas son la claridad (un pensamiento intuitivo e indudable) y la distinción (delimitación de la idea) y cuyos obstáculos son la precipitación y la prevención. La evidencia es contrapuesta por Descartes a la conjetura, que se produce cuando la verdad no aparece a la mente de modo inmediato. Descartes no puede afirmar que el pensamiento posea un cuerpo, ya que hemos puesto en duda (en suspenso) la existencia de los objetos materiales (imposibilidad de distinguir el sueño de la vigilia). La única base de que dispone es el pensamiento. Puede ser que las cosas que piensa, afirma, niega... sean nada, pero lo que no puede dejar de ser cierto es su naturaleza pensante. El alma racional es la primera sustancia de la que adquirimos certeza absoluta de su existencia. Descartes acepta la definición aristotélica de sustancia: “Sustancia es todo aquello que no necesita de nada para existir”; este término se opone al término accidente: “Accidente es aquello que existe en otro”. La sustancia es un ser en sí mismo (ens in se) y el accidente es un ser en otro (ens in alio). A partir de la existencia indudable del pensamiento, Descartes intenta demostrar la independencia del pensamiento con respecto al cuerpo. Así pues, aquello de lo que dudo (mi cuerpo) no puede ser igual que aquello de lo que no tengo ninguna duda (mi pensamiento); por lo tanto, son consideradas realidades distintas. Además, queda claro que el pensamiento (alma) no necesita del cuerpo para existir, porque piensa a partir de ideas innatas. Que la filosofía cartesiana parta de la existencia del alma como primera verdad, y no de la existencia de Dios, es un rasgo humanista y moderno, contrario a la filosofía escolástica anterior. Tenemos ya una verdad absolutamente cierta: la existencia del yo como sujeto pensante. Esta existencia indubitable, como hemos dicho, no parece implicar, sin embargo la existencia de ninguna otra realidad. Descartes debe romper el cerco del pensamiento y aventurarse en la demostración de otras verdades. El problema es enorme, sin duda, ya que a Descartes no le queda más remedio que deducir la existencia de la realidad a partir de las ideas del pensamiento. Así lo exige el ideal deductivo: de la primera verdad han de extraerse todos nuestros conocimientos, incluido, claro está, el conocimiento de que existen realidades extramentales como el Dios o el mundo. Descartes mantiene, como todos los racionalistas, que el pensamiento piensa siempre ideas. El pensamiento no recae sobre las cosas mismas (cuya existencia no nos consta en principio) sino sobre las ideas: yo no pienso en el mundo, sino en la idea de mundo, que es algo así como una representación o fotografía mental del mismo. En Descartes, el término «idea» se define como contenido mental del que somos conscientes y que es capaz de representar (imitar, estar en lugar de,...) algo. La afirmación de que el objeto del pensamiento son las ideas, y no las cosas, lleva a Descartes a examinar las ideas que el yo pensante tiene en la mente distinguiendo en ellas dos aspectos: 1. Su realidad: las ideas son actos o modos del pensamiento. En este sentido, todas las ideas son semejantes, no hay desigualdad ninguna entre ellas.
2. Según su contenido objetivo, su carácter representativo. Como toda idea está en lugar de (representa a) una realidad (cosa) las ideas serán más perfectas (verdaderas) según lo perfectas (reales) que sean las cosas que representan. En este sentido sí que difieren unas ideas de otras: unas contienen más realidad objetiva que otras Desde este segundo aspecto, Descartes se va a plantear el salto desde las ideas hasta la realidad extramental. Descartes analiza las ideas que posee el yo pensante con la intención de descubrir alguna de ellas que rompa el “cerco del pensamiento” para salir a la realidad extramental. Como todas nuestras ideas son causadas por algo, debemos preguntarnos por la causa de las ideas que tenemos (su origen) con la intención de encontrar alguna idea que, como el cogito, implique de manera evidente la existencia de aquello que representa. En este análisis Descartes distingue tres tipos de ideas, según su origen: 1. Ideas adventicias. Son las que parecen provenir de nuestra experiencia externa (las ideas de hombre, de árbol, de casa,...). 2. Ideas facticias. Son aquellas que construye la mente a partir de otras ideas fruto de la imaginación y la voluntad (la idea de un “caballo con alas”, una “sirena marina”, ...) 3. Ideas innatas. Según Descartes existen algunas ideas (pocas, pero las más importantes) que el pensamiento las posee en sí mismo, es decir, que no provienen ni de la dudosa experiencia externa, ni tampoco son construidas a partir de otras. Esta es una afirmación fundamental del racionalismo: a saber, que las ideas primitivas a partir de las cuales se ha de construir el edificio de nuestros conocimientos son innatas. Las ideas innatas son consideradas ideas verdaderas porque son simples y la simplicidad se relaciona con la verdad. Este es un prejuicio unido a las demostraciones matemáticas y del que Descartes participa. Una vez analizadas las ideas de nuestra mente y que se ha dejado claro que las ideas innatas son las únicas ideas evidentes y ciertas, porque son intuidas por la razón, lo único que tenemos que averiguar es cómo es posible que existan ideas innatas. Alguien habrá tenido que poner las ideas en mi mente y ese ser no puede ser otro que Dios. Una vez que Descartes deduzca la existencia de Dios a partir del pensamiento, con argumentos como el argumento ontológico, no tendrá ya dificultad en demostrar aquellos aspectos del conocimiento y de la realidad que se pusieron en duda como es el caso de las demostraciones matemáticas o la existencia del mundo exterior o res extensa.
3. Compara la posición del autor del texto con otra posición filosófica y expón la actualidad del tema tratado en el texto. Vamos a comparar el pensamiento cartesiano con el platónico, puesto que aunque ambos autores pertenecen a la corriente racionalista, tienen visiones diferentes sobre el conocimiento y lo que podemos llamar principio de ese conocimiento. Si partimos del principio del conocimiento, según Platón, éste se encuentra en la Idea de Bien que por ser copiada en el mundo sensible y encontrarse relacionada con el alma es la que impulsa al conocimiento. En Descartes el impulso que nos lleva a conocer no se encuentra en el mundo de las Ideas ni en la Idea de Bien, sino en el alma humana, en el pensamiento mismo (lo que Platón llamaría alma racional). Es decir, el principio del conocimiento no está fuera del sujeto en Descartes, sino en el sujeto mismo, algo que Platón no podría itir. No olvidemos
que para Platón si las ideas se encontraran en la mente humana esto daría lugar al relativismo y al escepticismo que combatió durante toda su vida. Para llegar a conocer la verdad, Descartes parte de la duda que aplica a todo conocimiento. La duda cartesiana es metódica, es decir, Descartes la usa como medio para alcanzar la verdad indudable. Podemos decir que Platón también utiliza en el método dialéctico la duda para alcanzar la idea de Bien, puesto que el tutor se sirve de preguntas para impulsar el conocimiento en el alumno. Tal vez la diferencia es que Descartes no confía en los tutores o maestros para alcanzar la verdad, sino que cree que debe obviarse muchas de tales enseñanzas, puesto que puede provocar en la razón natural confusiones y prejuicios. Eso no impide a Descartes percatarse de que es necesario el aprendizaje y el esfuerzo para alcanzar la verdad innata, ya que no nacemos con la facultad racional plenamente desarrollada. Dicho de un modo sencillo, aprender con un tutor es necesario, pero en la edad adulta hemos de servirnos de nuestra razón para liberarnos de aquellas enseñanzas que puedan ser equivocadas. Podemos decir que la actualidad del pensamiento cartesiano en lo que se refiere a la verdad de la conciencia o yo es indudable. Para nosotros, deudores de la modernidad, el concepto de idea cartesiana es más cercano que el platónico: las ideas se encuentran en la mente. De hecho Descartes representa el punto de partida de la filosofía moderna, aunque también provoca el gran problema al que tendrán que enfrentarse los filósofos posteriores, puesto que la cuestión que nos lega Descartes es la posibilidad o imposibilidad de reconciliar pensamiento y mundo. El otro aspecto que hemos tenido en cuenta ha sido la aplicación de la duda a todo conocimiento, a los objetos que creo reales y a la experiencia. Descartes usa la duda desde el punto de vista psicológico, es decir, interpreta lo que ve, interpreta lo que cree que existe y cómo existe e interpreta lo que conoce. Un filósofo actual, Edmund Husserl utilizó la idea de poner en suspenso, no la realidad o el conocimiento como hizo Descartes, sino el juicio que podemos formar al respecto, para así poder superar el psicologismo cartesiano.
TEXTO 43. A continuación, reflexionando sobre que yo dudaba y que, en consecuencia, mi ser no era omniperfecto pues claramente comprendía que era una perfección mayor el conocer que el dudar, comencé a indagar de dónde había aprendido a pensar en alguna cosa más perfecta de lo que yo era; conocí con evidencia que debía ser en virtud de alguna naturaleza que realmente fuese más perfecta. En relación con los pensamientos que poseía de seres que existen fuera de mí, tales como el cielo, la tierra, la luz, el calor y otros mil, no encontraba dificultad alguna en conocer de dónde provenían pues no constatando nada en tales pensamientos que me pareciera hacerlos superiores a mí, podía estimar que si eran verdaderos, fueran dependientes de mi naturaleza, en tanto que posee alguna perfección; si no lo eran, que procedían de la nada, es decir, que los tenía porque había defecto en mi. Pero no podía opinar lo mismo acerca de la idea de un ser más perfecto que el mío, pues que procediese de la nada era algo manifiestamente imposible y puesto que no hay una repugnancia menor en que lo más perfecto sea una consecuencia y esté en dependencia de lo menos perfecto, que la existencia en que algo proceda de la nada, concluí que tal idea no podía provenir de mí mismo. De forma que únicamente restaba la alternativa de que hubiese sido inducida en mí por una naturaleza que realmente fuese más perfecta de lo que era la mía y, también, que tuviese en sí todas las perfecciones de las cuales yo podía tener alguna idea, es decir, para explicarlo con una palabra que fuese Dios. A esto añadía que, puesto que conocía algunas perfecciones que en absoluto poseía, no era el único ser que existía (permitidme que use con libertad los términos de la escuela), sino que era necesariamente preciso que existiese otro ser más perfecto del cual dependiese y del que yo hubiese adquirido todo lo que tenía. Pues si hubiese existido solo y con independencia de todo otro ser, de suerte que hubiese tenido por mí mismo todo lo poco que participaba del ser perfecto, hubiese podido, por la misma razón, tener por mí mismo cuanto sabía que me faltaba y, de esta forma, ser infinito, eterno, inmutable, omnisciente, todopoderoso y, en fin, poseer todas las perfecciones que podía comprender que se daban en Dios.
TEXTO 44. Pues siguiendo los razonamientos que acabo de realizar, para conocer la naturaleza de Dios en la medida en que es posible a la mía, solamente debía considerar todas aquellas cosas de las que encontraba en mí alguna idea y si poseerlas o no suponía perfección; estaba seguro de que ninguna de aquellas ideas que indican imperfección estaban en él, pero sí todas las otras. De este modo me percataba de que la duda, la inconstancia, la tristeza y cosas semejantes no pueden estar en Dios, puesto que a mí mismo me hubiese complacido en alto grado el verme libre de ellas. Además de esto, tenía idea de varias cosas sensibles y corporales; pues, aunque supusiese que soñaba y que todo lo que veía o imaginaba era falso, sin embargo, no podía negar que esas ideas estuvieran verdaderamente en mi pensamiento. Pero puesto que había conocido en mí muy claramente que la
naturaleza inteligente es distinta de la corporal, considerando que toda composición indica dependencia y que ésta es manifiestamente un defecto, juzgaba por ello que no podía ser una perfección de Dios el estar compuesto de estas dos naturalezas y que, por consiguiente, no lo estaba; por el contrario, pensaba que si existían cuerpos en el mundo o bien algunas inteligencias u otras naturalezas que no fueran totalmente perfectas, su ser debía depender de su poder de forma tal que tales naturalezas no podrían subsistir sin él ni un solo momento. Descartes, Discurso del método, parte IV
TEXTO 45. Posteriormente quise indagar otras verdades y habiéndome propuesto el objeto de los geómetras, que concebía como un cuerpo continuo o un espacio indefinidamente extenso en longitud, anchura y altura o profundidad, divisible en diversas partes, que podían poner diversas figuras y magnitudes, así como ser movidas y trasladadas en todas las direcciones, pues los geómetras suponen esto en su objeto, repasé algunas de las demostraciones más simples. Y habiendo advertido que esta gran certeza que todo el mundo les atribuye, no está fundada sino que se las concibe con evidencia, siguiendo la regla que anteriormente he expuesto, advertí que nada había en ellas que me asegurase de la existencia de su objeto. Así, por ejemplo, estimaba correcto que, suponiendo un triángulo, entonces era preciso que sus tres ángulos fuesen iguales a dos rectos; pero tal razonamiento no me aseguraba que existiese triángulo alguno en el mundo. Por el contrario, examinando de nuevo la idea que tenía de un Ser Perfecto, encontraba que la existencia estaba comprendida en la misma de igual forma que en la del triángulo está comprendida la de que sus tres ángulos sean iguales a dos rectos o en la de una esfera que todas sus partes equidisten del centro e incluso con mayor evidencia. Y, en consecuencia, es por lo menos tan cierto que Dios, el Ser Perfecto, es o existe como lo pueda ser cualquier demostración de la geometría. Descartes, Discurso del método, parte IV
TEXTO 46. Pero lo que motiva que existan muchas personas persuadidas de que hay una gran dificultad en conocerle y, también, en conocer la naturaleza de su alma, es el que jamás elevan su pensamiento sobre las cosas sensibles y que están hasta tal punto habituados a no considerar cuestión alguna que no sean capaces de imaginar (modo de pensar propiamente relacionado con las cosas materiales), que todo aquello que no es imaginable, les parece ininteligible. Lo cual es bastante manifiesto en la máxima que los mismos filósofos defienden como verdadera en las escuelas, según la cual nada hay en el entendimiento que previamente no haya impresionado los
sentidos. En efecto, las ideas de Dios y el alma nunca han impresionado los sentidos y me parece que los que desean emplear su imaginación para comprenderlas, hacen lo mismo que si quisieran servirse de sus ojos para oír los sonidos o sentir los olores. Existe aún otra diferencia: que el sentido de la vista no nos asegura menos de la verdad de sus objetos que lo hacen los del olfato u oído, mientras que ni nuestra imaginación ni nuestros sentidos podrían asegurarnos cosa alguna si nuestro entendimiento no interviniese. Descartes, Discurso del método, parte IV
TEXTO 47. En fin, si aún hay hombres que no están suficientemente persuadidos de la existencia de Dios y de su alma en virtud de las razones aducidas por mí, deseo que sepan que todas las otras cosas, sobre las cuales piensan estar seguros, como de tener un cuerpo, de la existencia de astros, de una tierra y cosas semejantes, son menos ciertas. Pues, aunque se tenga una seguridad moral de la existencia de tales cosas, que es tal que, a no ser que se peque de extravagancia, no se puede dudar de las mismas, sin embargo, a no ser que se peque de falta de razón, cuando se trata de una certeza metafísica, no se puede negar que sea razón suficiente para no estar enteramente seguro el haber constatado que es posible imaginarse de igual forma, estando dormido, que se tiene otro cuerpo, que se ven otros astros y otra tierra, sin que exista ninguno de tales seres. Pues ¿cómo podemos saber que los pensamientos tenidos en el sueño son más falsos que los otros, dado que frecuentemente no tienen vivacidad y claridad menor? Y aunque los ingenios más capaces estudien esta cuestión cuanto les plazca, no creo puedan dar razón alguna que sea suficiente para disipar esta duda, si no presuponen la existencia de Dios. Pues, en primer lugar, incluso lo que anteriormente he considerado como una regla (a saber: que lo concebido clara y distintamente es verdadero) no es válido más que si Dios existe, es un ser perfecto y todo lo que hay en nosotros procede de él. De donde se sigue que nuestras ideas o nociones, siendo seres reales, que provienen de Dios, en todo aquello en lo que son claras y distintas, no pueden ser sino verdaderas. De modo que, si bien frecuentemente poseemos algunas que encierran falsedad, esto no puede provenir sino de aquellas en las que algo es confuso y oscuro, pues en esto participan de la nada, es decir, que no se dan en nosotros sino porque no somos totalmente perfectos. Es evidente que no existe una repugnancia menor en defender que la falsedad o la imperfección, en tanto que tal, procedan de Dios, que existe en defender que la verdad o perfección proceda de la nada. Pero si no conocemos que todo lo que existe en nosotros de real y verdadero procede de un ser perfecto e infinito, por claras y distintas que fuesen nuestras ideas, no tendríamos razón alguna que nos asegurara de que tales ideas tuviesen la perfección de ser verdaderas. Descartes, Discurso del método, parte IV
TEXTO 48. Por tanto, después de que el conocimiento de Dios y el alma nos han convencido de la certeza de esta regla, es fácil conocer que los sueños que imaginamos cuando dormimos, no deben en forma alguna hacernos dudar de la verdad de los pensamientos que tenemos cuando estamos despiertos. Pues, si sucediese, inclusive durmiendo, que se tuviese alguna idea muy distinta como, por ejemplo, que algún geómetra lograse alguna nueva demostración, su sueño no impediría que fuese verdad. Y en relación con el error más común de nuestros sueños, consistente en representarnos diversos objetos de la misma forma que la obtenida por los sentidos exteriores, carece de importancia el que nos dé ocasión para desconfiar de la verdad de tales ideas, pues pueden inducirnos a error frecuentemente sin que durmamos como sucede a aquellos que padecen de ictericia que todo lo ven de color amarillo o cuando los astros u otros cuerpos demasiado alejados nos parecen de tamaño mucho menor del que en realidad poseen. Pues, bien, estemos en estado de vigilia o bien durmamos, jamás debemos dejarnos persuadir sino por la evidencia de nuestra razón. Y es preciso señalar, que yo afirmo, de nuestra razón y no de nuestra imaginación o de nuestros sentidos, pues aunque vemos el sol muy claramente no debemos juzgar por ello que no posea sino el tamaño con que lo vemos y fácilmente podemos imaginar con cierta claridad una cabeza de león unida al cuerpo de una cabra sin que sea preciso concluir que exista en el mundo una quimera, pues la razón no nos dicta que lo que vemos o imaginamos de este modo, sea verdadero. Por el contrario nos dicta que todas nuestras ideas o nociones deben tener algún fundamento de verdad, pues no sería posible que Dios, que es sumamente perfecto y veraz, las haya puesto en nosotros careciendo del mismo. Y puesto que nuestros razonamientos no son jamás tan evidentes ni completos durante el sueño como durante la vigilia, aunque algunas veces nuestras imágenes sean tanto o más vivas y claras, la razón nos dicta igualmente que no pudiendo nuestros pensamientos ser todos verdaderos, ya que nosotros no somos omniperfectos, lo que existe de verdad debe encontrarse infaliblemente en aquellos que tenemos estando despiertos más bien que en los que tenemos mientras soñamos. Descartes, Discurso del método, parte IV
EJEMPLO DE TEXTOS PARTE IV, DEDUCCIÓN EXISTENCIA DE DIOS Y PRUEBA EXISTENCIA DE LA RES EXTENSA.(Textos 43-48) Pero puesto que había conocido en mí muy claramente que la naturaleza inteligente es distinta de la corporal, considerando que toda composición indica dependencia y que ésta es manifiestamente un defecto, juzgaba por ello que no podía ser una perfección de Dios el estar compuesto de estas dos naturalezas y que, por consiguiente, no lo estaba; por el contrario, pensaba que si existían cuerpos en el mundo o bien algunas inteligencias u otras naturalezas que no fueran totalmente perfectas, su ser debía depender de su poder de forma tal que tales naturalezas no podrían subsistir sin él ni un solo momento.
René Descartes, “Discurso del método”, parte IV
1. Contexto histórico, cultural y filosófico. (se encuentra expuesto en el texto anterior) 2. Contesta a las siguientes preguntas: a) Explica los conceptos subrayados en el texto. Compuesto de estas dos naturalezas: en el texto se hace referencia a dos realidades, puesto que naturaleza o natura, implica un modo de ser o existir. En el caso de Descartes, la existencia es una cosa o sustancia que, por lo tanto, es independiente. El concepto de sustancia cartesiano se asemeja mucho al aristotélico, puesto que sólo es sustancia lo que puede existir sin depender de ninguna otra cosa. Esta definición fue perfeccionada por Descartes, puesto que relacionó la idea de independencia de la sustancia con otra que nace de sus estudios de la filosofía medieval. Sustancia es aquello que existe en sí mismo y por sí mismo, es decir, sustancia es todo ser que no necesita de nada para existir, pero que además no ha sido creado. Para el pensamiento cartesiano la verdadera sustancia sólo puedo ser Dios. Dios para Descartes es perfecto, infinito, es el creador del mundo y del pensamiento, es el que ha puesto en nuestra mente las ideas innatas. Esta noción está relacionada con el pensamiento agustino y, por ende, con el escolástico, puesto que ambos defienden que las ideas llegan a la mente humana por la gracia de Dios, como un don. Descartes recoge esta idea medieval y la dota de modernidad, ya que las ideas que se encontraban en la mente de Dios ahora se van a colocar en el pensamiento humano. No obstante, el pensamiento humano no puede crear la realidad exterior, por eso necesita que sea Dios el que garantice que las ideas innatas poseen un correlato en el mundo.
b) Temática principal del texto. El texto que vamos a comentar pertenece al Discurso del método, concretamente a la parte IV de dicho libro. En este fragmento Descartes nos explica que Dios es un ser que no está compuesto, es un ser simple. Esta idea se relaciona con las ideas de Tomás de Aquino y la filosofía medieval. Según la escolástica Dios es perfecto porque es simple, porque su ser no puede estar limitado por una esencia determinada, ya que su existencia es infinita. Descartes
recoge las ideas tomistas de que en Dios se identifican esencia y existencia y, por lo tanto, la esencia no puede recortar la existencia, como ocurre en el resto de los seres contingentes o dependientes de un creador. Para que la esencia no limite la existencia, Dios tiene que ser infinito, es decir, ilimitado. Esta es la idea que nos explica Descartes en el texto ante el que nos encontramos. Esta noción se encuentra relacionada con el argumento de causalidad. Es curioso que Descartes no sea capaz de superar las ideas escolásticas sobre la necesidad y la contingencia y las utilice en el texto para apoyar su argumento de causalidad.
c) Justifica desde la teoría del autor del texto las ideas expuestas en él. (puede resumirse más) La teoría cartesiana parte de la necesidad de un método que siga en todo el proceder de la razón. Una vez identificadas las reglas del método, Descartes intenta llegar a una verdad indudable para la filosofía. Para llegar a esa evidencia o verdad, decide poner en duda todo conocimiento o realidad en la que podamos confiar. Finalmente llega a una verdad que supera todos los niveles de duda. Esa verdad es el pensamiento o conciencia. El cogito cartesiano, es una sustancia independiente del cuerpo, es un modo de existir, pero necesita demostrar la existencia de Dios para poder ir más allá de la mente y las ideas que posee el pensamiento. Por eso, una vez que analiza los tipos de ideas que podemos encontrar en el pensamiento, a saber: adventicias si provienen de los sentidos, facticias si provienen de la imaginación e innatas si son intuiciones de la razón. Entre las ideas innatas, Descartes descubre la “idea de infinito”, que se apresura a identificar con la idea de Dios. 1. La idea de Dios no puede ser adventicia ya que no poseemos experiencia directa de Dios. 2. Tampoco es facticia porque, contra la opinión tradicional de que la idea de infinito proviene, por negación de los límites, de la idea de lo finito, Descartes afirma que la noción de finitud, de limitación, presupone la idea de infinitud, por lo que ésta no deriva de aquélla: no es facticia. Y si no es facticia ni adventicia, entonces, es innata. Ahora bien, que «la idea de Dios» sea innata no implica que «la realidad Dios» exista. La existencia de Dios es demostrada a partir de la idea de Dios. Argumento basado en la CAUSALIDAD APLICADA A LA IDEA DE DIOS. Se basa en que no es posible que la idea de un Ser Infinito y Perfecto (Dios) tenga como causa a un ser finito e imperfecto (el yo que piensa); la causa tiene que ser tan perfecta o más que los efectos, por lo que la idea de un Ser Infinito requiere una causa infinita; por lo que yo no puedo ser la causa de esa idea. Si lo fuera, sería una idea facticia, y ya hemos dicho que es innata. Y como esa idea es una idea que poseo en mi mente, ésta ha tenido que ser causada y puesta en mí por un Ser Infinito; luego el ser infinito existe con toda evidencia. Por supuesto, tampoco puede tener por causa la nada, ya que de la nada, nada puede surgir. Argumento basado en la IMPERFECCIÓN Y DEPENDENCIA DE MI SER. Esta prueba parte de la contingencia e imperfección de nosotros mismos como seres finitos. Dios será en esta prueba causa de mí (no ya de la idea de Él que hay en mí). La prueba recuerda la «tercera vía» de Tomás de Aquino para demostrar la existencia de Dios. Este argumento se basa en la distinción tomista entre «SER NECESARIO» y «SER CONTINGENTE». Los «SERES CONTINGENTES» son aquellos que aunque existen de hecho, podrían no existir. Es imposible que ese tipo de seres haya existido desde siempre, ya que deben su existencia a otro. En cambio, el «SER NECESARIO» es aquel que existe por sí mismo y no puede no existir. Este «SER NECESARIO» es Dios, causa de la posibilidad de mi existencia y de la existencia de todo lo que hay. Es decir, debe haber algo que sea la causa de todo lo que hay sin que a su vez sea causado por otra cosa. Éste es el ser necesario, el que existe desde siempre y no puede no existir, puesto que existen sus efectos (todo lo que hay, incluidos nosotros). El llamado ARGUMENTO ONTOLÓGICO, formulado en la Edad Media por Anselmo de Canterbury en, que viene a decir que la idea misma de perfección implica la existencia de aquello que representa. El llamado «ARGUMENTO ONTOLÓGICO», que en lo esencial mantiene
que concebir a Dios es la misma cosa que concebir que existe, lo podemos explicar de la siguiente manera: La existencia necesaria y eterna está comprendida en la idea de un Ser absolutamente Perfecto, porque si no fuera así caeríamos en contradicción: sería tanto como decir que el ser absolutamente perfecto no es el ser absolutamente perfecto, puesto que le faltaría la más perfecta forma de existencia. Luego Dios existe Dios, cuya existencia se da por demostrada, tiene una naturaleza perfecta, por la que no puede ser engañador de ninguna manera. Dios posee todas las perfecciones en grado sumo, y por lo tanto la veracidad. Pretender engañar no es un signo de potencia sino de debilidad, de malicia, de imperfección,... y por tanto, no puede itirse en Dios dicha voluntad de engaño. Para Descartes la existencia de un DIOS PERFECTO Y VERAZ es una pieza clave de su sistema: reconocida la existencia de Dios a partir de mi yo pensante, el criterio de la evidencia encuentra su garantía última: Dios es el principio y garante de toda verdad clara y distinta. Por tanto, en la filosofía de Descartes Dios ocupa una posición central, pero este Dios de Descartes no es ya el dios cristiano. El de Descartes es ya el “Dios de los geómetras”, que la razón descubre como el creador del Universo, pero que no interviene en su desenvolvimiento o desarrollo. Demostrada la existencia de Dios como Ser infinitamente Perfecto, encuentra Descartes el punto de apoyo que necesitaba para SUPERAR TODOS LOS NIVELES DE LA DUDA y poder afirmar la existencia del mundo objetivo y la validez de los razonamientos matemáticos para conocerlo. La hipótesis del «genio maligno» es absurda: Dios, la sustancia infinita, garantiza la capacidad de la razón humana para encontrar la verdad, siempre que utilice el método de la razón adecuadamente. Es decir, Dios garantiza que mis ideas corresponden a un mundo, a una realidad extramental, pero no garantiza que a todas mis ideas corresponda una realidad extramental. Solamente serán verdaderas aquellas ideas que tengan las características de la evidencia (claridad y distinción). La existencia del mundo es demostrada a partir de la existencia de Dios: puesto que Dios existe y es infinitamente bueno y veraz no puede permitir que me engañe al creer que el mundo existe, luego el mundo existe. Y utilizando la regla de la evidencia Descartes concluye que el mundo está constituido por cuerpos cuyas únicas cualidades objetivas son la extensión y el movimiento (llamadas por Galileo «cualidades primarias»). Las llamadas «cualidades secundarias» tales como el color, olor, sabor,... no son propiedades objetivas de las realidades corpóreas sino cualidades subjetivas: están en nosotros (en nuestra manera de percibir la realidad) y no en las cosas mismas. A partir de las cualidades objetivas o primarias, Descartes, siempre a base de «ideas claras y distintas», deduce su Física, que es de corte mecanicista: el único principio de explicación de todos los fenómenos de la naturaleza es el movimiento de partes extensas de la materia. Dios crea la materia inerte y le comunica una cantidad de movimiento que permanece constante. Puesto que el mundo es como una máquina perfecta donde existe una total y absoluta necesidad o determinismo, reducible a un conjunto de fórmulas matemáticas, el conocimiento científico consiste en describir matemáticamente las leyes que rigen el movimiento de los cuerpos. Tomada la definición de sustancia de un modo literal es evidente que sólo podría existir la sustancia infinita (Dios), ya que los seres finitos (pensantes y extensos) son creados y conservados por Él. Descartes mismo reconoce que tal definición solo puede aplicarse de modo absoluto a Dios, si bien la mantiene por la independencia mutua entre la sustancia pensante y la sustancia extensa, que no necesitan la una de la otra para existir. Como podemos deducir, la antropología cartesiana es dualista, como la platónica: por un lado somos cuerpo (sustancia extensa) y como tales estamos sujetos a las mismas rígidas leyes físicas que los demás cuerpos. Pero el hombre es también alma, “sustancia pensante” consciente y libre. El objetivo último de Descartes al afirmar que alma y cuerpo, pensamiento y extensión, constituyen sustancias distintas, es salvaguardar la autonomía del alma con respecto a la materia. El alma, al ser una realidad distinta del cuerpo está al margen del
mecanicismo determinista del mundo corpóreo donde no queda lugar alguno para la libertad. La libertad, y con ella el conjunto de valores espirituales -que nos diferencian radicalmente respecto de los animales- defendidos por Descartes, sólo podían salvaguardarse sustrayendo el alma de la necesidad mecanicista, lo que, a su vez, exigía situarla como una esfera de la realidad autónoma e independiente de la materia. Por otro lado, al ser el cuerpo una sustancia independiente, permite su estudio científico sin referencias a su dependencia respecto del espíritu. Así, Descartes demuestra las tres realidades o sustancias, que se corresponden con los tres problemas fundamentales que han ocupado a la metafísica de todos los tiempos:
1. Dios o sustancia infinita (res infinita), 2. el yo o sustancia pensante (res cogitans) y 3. los cuerpos o sustancia extensa (res extensa). Las sustancias no se pueden conocer directamente, sino a través del rasgo fundamental o esencial que le conviene: su atributo. A su vez, los atributos (que son la naturaleza de las sustancias, la característica esencial de las mismas) de las sustancias finitas (cogitans y extensa) pueden darse o “manifestarse” de distintas formas. A estas variaciones de los atributos Descartes las llama modos.
3. Compara la posición del autor del texto con otra posición filosófica y expón la actualidad del tema tratado en el texto. Vamos a comparar las ideas cartesianas expuestas en este texto con las ideas platónicas. Tanto Platón como Descartes pertenecen a la corriente racionalista y creen que el origen del conocimiento se encuentra en la razón, despreciando el conocimiento proveniente de los sentidos. Sin embargo, en tocante a las nociones de dios o el mundo no opinan lo mismo. Respecto a la idea de Dios podemos decir que no tienen muchas cosas en común la teoría cartesiana y la platónica. La razón la podemos encontrar en el hecho de que Descartes tuvo influencias de las ideas que se fraguaron sobre dios durante la Edad Media. Para empezar el Demiurgo platónico no es un ser creador de la nada, sino un mero organizador del caos primigenio, una especie de artista que copia el orden de las ideas sobre la “chora” para formar el mundo sensible. Sin embargo, para Descartes Dios crea el mundo de la nada, no es un mero organizador, es un ser todopoderoso, perfecto, infinito, eterno, creador, simple o no compuesto. Platón no podría aceptar esta idea de creación de la nada, no tenemos más que recordar a Parménides, que no ite que de la nada pueda nacer cosa alguna. Además el principio o arjé para Platón no es el Demiurgo, sino la idea Bien, es curioso, que el dios de Descartes tenga que ser bueno, es como si ese dios fuese una mezcla del Demiurgo y la idea de Bien de Platón. Además para el filósofo ateniense el Demiurgo es un ser del que se sirve para poder mover la Chora, puesto que las ideas son inmóviles al igual que el Ser de Parménides. Respecto a la idea de mundo corporal de Descartes o res extensa, podemos decir que existe una similitud entre lo que el filósofo cartesiano llama cualidades secundarias y el mundo sensible platónico, ambos son falsos. Sin embargo, la res extensa puede ser conocida, a través de las cualidades matemáticas o geométricas que forman la realidad corpórea. En esto Platón y Descartes chocan frontalmente. Para Platón el mundo sensible es un mundo cambiante y aparente y los objetos matemáticos se encuentran en el mundo inteligible, pero en ningún caso en el mundo corpóreo o sensible. El mundo exterior de Descartes, el que es real, el que es la sustancia extensa es matemático. Un cuerpo es una sustancia que ocupa un espacio y que posee una forma. El mundo de Descartes es matemático porque las matemáticas nos ayudan a predecir los acontecimientos, a buscar causas para demostrar esos hechos. Las matemáticas
son necesarias en un mundo mecánico, donde todo puede explicarse, porque todo hecho es producto de una causa. En la actualidad Dios no es garante de que sea verdad cuanto podemos conocer, de hecho lo divino ha quedado relegado al terreno de la razón práctica. Sin embargo, la concepción matemática del mundo aún hoy se mantiene y la complicada relación entre el cuerpo y el alma se la debemos a Descartes. De hecho existen teorías interesantes como aquellas que intentan relacionar la mente con el cerebro. Porque la pregunta que debemos hacernos yendo más allá de las ideas cartesianas es si no existe algo así como el pensamiento o todo cuanto pensamos y sentimos es sólo producto de procesos químicos cerebrales.