LOS REYES DE LA COCAINA Por GUY GUGLIOTTA Y JETT LEEN
POR GUY GUGLIOTTA Y JETT LEEN Dos periodistas norteamericanos del "The Miami Herald", Guy Gugliona y Jett Leen, ambos expertos en temas de América Latina, acaban de publicar en los Estados Unidos Kings of Cocaine, un libro de casi 400 páginas que ellos presentan desde la misma solapa como un recorrido por dentro y por fuera del llamado "cartel de Medellín", a lo largo de su escalada de violencia contra ministros, jueces, policias de Colombia y agentes de la DEA norteamericana. Este es, condensado, uno de los 34 capitulos que Gugliotta y Leen escribieron sobre Pablo Escobar, Gonzalo Rodriguez Gacha, Jorge Luis Ochoa, Carlos Lehder y otros señalados jefes colombianos de la droga. En inglés, el capítulo se titula "The Ramirez Contract" y narra como se gestó primero la prolongada caceria y se ejecuta luego el fulminante asesinato del coronel Jaime Ramirez, quien era entonces considerado el policìa antinarcóticos numero uno del mundo. El 25 de enero de 1986, un hombre de mediana edad se hizo presente en la sede del F-2 en Bogotá. La policia lo reconoció como un soplón ocasional que tenia sus nexos con las guerrillas el M-19 en Medellin. En las raras ocasiones que ayudó a la policia, su informacion habia resultado exacta. Lo hacia por dinero. Pedía la tarifa normal, y màs tarde un poco más. La policia sospechaba que se trataba de un amante del juego o de un mujeriego, quien gustaba de hacer regalos costosos. Su historia de ese sabado por la mañana tenía que ver con Pablo Escobar. Dijo que unos dos meses atrás, Escobar había pagado por la muerte de un coronel de la Policia, cuyo nombre el ignoraba. Era un trabajo gordo: 25 millones de pesos, mas gastos. Alguien había aceptado el contrato, pero terminó desistiendo a los dos meses. Quince días atrás, alguien más se había interesado: el comando en Medellin de la Brigada Ricardo Franco, un grupo segregado de las FARC y particularmente salvaje, que había ocupado poco tiempo atras titulares de prensa por torturar y asesinar a doscientos de sus propios integrantes, alegando que eran infiltrados de la Policia. La brigada habia nombrado a su jefe de ejecuciones,, Carlos Espinosa Osorio, alias Cuco, para "bajarse" al coronel. El soplon tuvo la delicadeza de aclarar que Cuco no tenía nada que ver con aquellas masacres del Ricardo Franco. El era un asesino, si, pero no estaba loco. Según el soplón, Escobar había entregado a Cuco un anticipo de dos millones de
pesos, que el sicario y su grupo utilizaron para hacer unas compras en el mercado negro de Medellin: cuatro pistolas Smith & Wesson de 9 milímetros, un revólver Ruger 357 y una subametralladora MAC-10 calibre 45. Todo esto lo echaron en la parte posterior de una camioneta Van de alquiler, que llevaron a Bogotá, escoltada por una motocicleta. Esas mismas almas estaban ahora en el baul de un Renault 18 rojo, estacionado frente a una casa segura de propiedad de Escobar en Chia, al norte de Bogotá. El soplón no sabia quien iba a ser la victima del plan pero, como Escobar y Cuco, poseia muchos datos sobre él. Venian, en su mayoria, de un teniente de la Policia que se había ganado la confianza del coronel y que la estaba traicionando por 5 millones de pesos. Cuco y sus pistoleros sabían, por ejemplo, que el coronel comenzaría a tomar un curso para ser general en la Escuela de Policía el día 25 de un mes no especificado; que la Unidad Antinarcoticos lo había agasajado con una fiesta de despedida en un club de Bogotá; que la DEA le habia prestado un Mercedes Benz blindado, que su madre vivia en la diagonal 63 numero 27-41 en Bogota; que el tenía una casa de campo en Cajica, al norte de la capital; que manejaba un campero Toyota, placas AL-2618... Sabían más y la Policia tomaba nota de todo, pero hacia ya rato habia deducido quien era la posible victima. La casa de campo era en Granada, no en Cajica, y el auto blindado era un Ford LTD, no un Mercedes. Pero solo un coronel se ajustaba con precision a esas especificaciones. El coronel Jaime Ramirez Gomez. El soplón continuó. Otro grupo de Cuco dijo el ya había intentado ajusticiar al coronel, dos veces antes. Una en los antejardines de un club en Cajica, pero en esa ocasión había una escolta muy numerosa. La segunda, durante la Nochebuena en casa de su madre, pero el coronel habia estado todo el tiempo rodeado de sus familiares. Escobar-anadió el soplon quería matar al coronel pero no tenia interes en asesinar a mas nadie. El soplón añadió que el nuevo grupo de sicarios habia escogido tres lugares apropiados para dar muerte al coronel: frente a la panadería Paz del Rio en la avenida 68, en un cruce de avenidas cerca de la Academia de Policia General Santander, y en la casa de su madre. El soplón dijo que el estaría en o con la gente de Cuco y que le complaceria dar mas información a la policia. Si deseaban cualquier cosa, que se lo comunicaran. Y, claro, que prepararan sus 400 mil pesos. Dos dias despues, el F-2 se reunió con el teniente de Policia, el coronel Teodoro Campo, jefe de la Unidad Antinarcoticos y le contó lo dicho por el soplon. Campo pidió al F-2 vigilar la casa de Chia y esperar el
regreso del coronel Ramirez. El no quería molestarlo "hasta no estar bien seguros" . Jaime Ramirez había sido relevado oficialmente como jefe de la Unidad Antinarcóticos por el teniente coronel Teodoro Campo Gomez, el 31 de diciembre de 1985. Se tomó 40 días de descanso y retorno a sus deberes en la segunda semana de febrero. Ramirez siempre se sintio muy bien sobre su oficio y sobre la vida en general, pero estaba especialmente contento en aquellos dias. Y no era para menos. En los tres años que había prestado sus servicios desde la jefatura de Antinarcóticos, sus muchachos habian decomisado 27 toneladas de cocaina, arrestado a 7.941 hombres y 1.405 mujeres, confiscado 2.783 camiones, 1.060 automoviles, 83 lanchas y 116 aviones. Cincuenta y cuatro por ciento de toda la cocaina decomisada en el mundo durante 1985 fue incautada por sus hombres. Y un 95% de la cosecha de marihuana en ese mismo año fue destruida por el herbicida que fumigó el personal a su cargo. Su unidad había sido condecorada como la mejor en el 85 y Ramirez había sido seleccionado para ser elevado al rango de general. Adelantaba clases para ello en la Escuela Superior de Guerra, y habia sido anotado en lista para ser promocionado muy pronto. A comienzos de 1986, Ramirez era sin duda el policia de narcóticos más famoso del mundo, una leyenda en su propio país, venerado por la DEA, consultado por sus colegas de Lima, La Paz, Washington... Y buscado por el cartel de Medellin, que lo queria tanto como a nadie en toda su historia. No fue sorprendente que Escobar lo sentenciara. Escobar actuaba como si llevara un libro de todas aquellas personas que le causaban dolor. De vez en cuando, al parecer, sacaba el libro del bolsillo y examinaba los nombres Y de vez en cuando tachaba a uno de ellos con una cruz: Monroy Arenas, mayor del DAS, quien lo arrestó por droga en 1976; Rodrigo Lara Bonilla, quien le dijo que se fuera del Congreso en 1983; Tulio Manuel Castro Gil, quien lo sindicó por asesinato en 1984. Y Jaime Ramirez. Nadie como él le habia costado tanto dinero a Escobar. Y ahora iba a pagarlo. Seria un gran golpe, quizás el mas duro que alguna vez había intentado el cartel. (...) Primero, Escobar encomendó el trabajo a sus propios hombres. Despues, traspasó el contrato a la brigada Ricardo Franco. Mas tarde, daría participación del mismo a otros del cartel, vendiendo acciones de venganza. Gonzalo Rodríguez Gacha compró para tomar desquite de los millones que había perdido en Tranquilandia.
Hasta Carlos Lehder participó. Y el, quizas como ningun otro miembro del cartel de Medellín, tenia razones para desear la muerte de Ramirez. (...) El no había podido capturarlo, pero había enviado a su novia a la carcel, decomisado su mercancia y su dinero, y lo había lanzado a una fuga desesperada durante mas de un año. En septiembre de 1985, circulaba por las salas de prensa en Bogotá la fotografía de un Ledher más barbado, con ojeras y pinta de medio-loco. El propósito era mostrar que Lehder se había unido a la guerrilla del Quintin Lame, bajo el nombre guerrero de "Rambo". Lehder ya no era nada. Y la razón de mayor peso se llamaba Jaime Ramirez. En febrero de 1986, Ramirez, su esposa Helena y sus hijos Jaime y Javier se mudaron a su nueva casa en los terrenos de la Academia de Policia General Santander en Bogotá. ( . . . ) Era mas seguro, por lo menos para su familia. El, no obstante, tenía que manejar a la Escuela Superior de Guerra todos los días. Sin embargo, Ramirez no estaba muy preocupado. Ni siquiera cuando escuchó junto a su esposa la historia que les conto el teniente Campo. Los agentes habían vigilado la casa de Chia por una semana y no habían detectado nada anormal. El Renault estaba alli, como el soplón había informado. Pero, "y qué" Lo peor ocurrió cuando los vecinos vieron a los del F-2 tomando fotografías de la casa y llamaron a la policia. Aquello fue muy vergonzoso. Ramirez empezó solamente a preocuparse despues de visitar el F-2, hablar con el soplón y hacerle sus cinco o seis preguntas de rigor. Las respuestas del soplón lo contrariaron. "Ese tipo no miente", le dijo a su familia. "Ese tipo esta diciendo la verdad" Pensó que tenía que incluir al soplón en la nómina, pero el F-2 sólo podía gastar 20 mil pesos. "No importa", dijo Ramirez. Se llevó al soplón en su carro hasta la sede de la DEA y hablo con el agente especial a cargo, George Frangullie. El soplón repitió lo que sabia. Frangullie asintió con la cabeza y le entregó el dinero. El soplón regresó a Medellín, con la promesa de permanecer en o.
(...) En los próximos ocho meses, Ramirez fue y vino de la Escuela y de la Policia en el LTD que la DEA le habia dado. Cargaba un revolver calibre 38 y una MAC-10, ademas de un chaleco a prueba de balas. Su chofer llevaba tambien un revólver de las mismas características, de igual manera el coronel de la Policia que iba a la escuela con Ramirez, y que aprovechaba el "chance" que le daba su compañero. Los
dos sabian que Ramirez vivla bajo amenaza de muerte, pero no conocian los detalles. Ramirez pensaba que no les convenía saberlo. El chofer cambiaba su ruta a diario y habia tomado cuidadosa nota de los sitios de emboscada que habia descrito el sopló. Cuando era posible, una motocicleta de la policia se adelantaba sobre la via que seguiría después el LTD. La tensión se apoderó de la familia. Helena, una mujer atractiva, siete años menor que Ramirez, era nerviosa por naturaleza y sensible en extremo a los cambios de humor de su marido. (...) Los muchachos iban a la escuela todos los dias en un bus blindado y todos usaban chaleco antibalas en las raras ocasiones que salian a comer en familia. Afortunadamente, el joven Jaime (Jimmy) se parecía mucho a su padre. Calmado, inteligente, muy seguro a sus 10 años. Había aprendido a disparar la MAC-10 y la cargaba cuando salian. En los restaurantes, la mantenia en el piso, entre las piernas . Aun así, esa no era una manera de vivir. El padre de Ramirez, casi de ochenta años, preguntaba por el, diciendo que se la pasaba soñando con su muerte. Ramirez no se atrevia a visitarlo, pero llamaba a su hermano Francisco, se lo contaba todo y le pedía que calmara al viejo. -"Es imposible esconderle lo que pasa -decía Ramírez-, pero disminuyanselo". Al principio, el soplón se reportó con cierta regularidad, dando a la Policia una justa y detallada descripcion de los movimientos de Cuco. Las noticias no eran buenas. Se rumoraba que el grupo de sicarios contaba ahora con un numero ilimitado de explosivos, granadas, cohetes y lanzallamas, siete carros, una mini Van y un taxi. Dijeron que pensaban minar la finca de Granada y volarla con Ramírez adentro. Un par de meses después, el soplón dejó de llamar, y se secó entonces el flujo de información. La Policia se preocupó en extremo. Aumentaron la protección, a Ramirez y redoblaron los esfuerzos para conseguir más información. La casa de Chia era un callejón sin salida. Nada ocurría allí. El teniente traidor no habia sido descubierto y el F-2 concluyó que finalmente no existia. Ramirez tenia ahora un oficial civil, tres de patrulla y un escolta con moto que lo protegían a todas horas.
En mayo, la Unidad Antinarcóticos envio al capitan Octavio Ernesto Mora Jiménez a Medellin con el fin de encabezar un grupo de inteligencia que, entre otras cosas, verificaría las amenazas contra Ramirez. Oficial con experiencia, Mora había trabajado para Ramirez en el pasado y se reportaría ante el directamente. Se entendia que Mora buscaría acercarse a la organización de Escobar. Una misión delicada, pero Mora habia llevado a cabo ya algunas similares. Mora llamaba a Ramirez con frecuencia. Se las había arreglado en ar a familiares de Escobar. Confirmó que Cuco tenía aun el contrato para matar al coronel, por veinte millones y que tanto Rodríguez Gacha como Lehder estaban en eso. Sus fuentes habian insinuado sin embargo, que Escobar pensaba retirarse del negocio o ya lo había hecho. Mora no sabía las razones, pero continuaria indagando. A propósito, Mora dijo que la gente de Escobar le habia dicho a el que Escobar queria reunirse con Ramirez y charlar. Ramirez no estaba interesado. Esta era otra variante de un tema que él habia estado escuchando por casi cuatro años. El y Escobar dentro de un cuarto, un par de fotos y toda su carrera que se va por el inodoro. Ramirez pidió a Mora que le dijera a Escobar que si el se entregaba, Ramirez le aseguraría un tratamiento justo (...) Ramirez descansó el 21 de octubre cuando se entero que Carlos Alberto Espinosa Osorio, mas conocido como Cuco, habia sido muerto en Medellin, durante una balacera. El capitan Mora lo llamó y le dijo que ahora era mas probable que Escobar cancelase su sentencia. Con Cuco muerto, resultaba muy difícil que alguien mas se le midiera a matar a Ramirez en un futuro cercano. Le tocarla repetir gran parte de la averiguacion. Si no toda, casi desde el principio. A Ramírez le gustó tanto esta noticia que llamo al F -2 y pidio que le quitaran los guardaespaldas. Se sentia mas seguro y no existia indicio alguno de que los asesinos se hubieran acercado a la familia (...) Mora lo telefoneaba casi a diario y Ramirez comenzó, por fin, a tranquilizarse. En dos meses, la odisea habria concluido, y él podria retornar al servicio activo. El jueves 13 de noviembre de 1986, Francisco Ramirez, consciente de que las cosas habian mejorado para su hermano, lo invito en su nombre y en el de su esposa Lucero, para que con Helena y los niños fueran a su finca de Sasaima el próximo
lunes, que era fin de puente. El viaje de treinta minutos seria muy corto y sin muchos riesgos. Jaime dijo que lo pensaría. A las 10 a.m. del viernes, Ramírez recibió una llamada de Mora desde Medellin. Mientras le escuchaba, su rostro fue adquiriendo una paz inusitada y empezó a conversar con mejor animo. Habló otros diez minutos y colgó. "Suspendieron mi sentencia" -le dijo a Helena. Le conto que Mora había averiguado y confirmado que Escobar no estaba mas interesado en matarlo. No ahora, por lo menos. Que podia tomar la vida con mas calma. Pero algo mas tenia Mora que decirle a Ramirez. Ramirez le había dicho que el no quería seguir hablando por teléfono. Que mas bien Mora viniera a visitarlo. "Perfecto" -dijo Mora. "Cuándo puede ir " "Venga el lunes por la tarde, como a las siete de la noche -replicó Ramirez-, creo que voy a estar fuera este fin de semana" . Los Ramirez salieron de Bogotá el domingo por la tarde. El Ford blindado de la DEA quedó en el garaje, y la familia se monto en el campero Toyota. Por primera vez en meses, Ramirez se sentia relativamente seguro. No había descartado por completo el peligro pero no estaria mucho tiempo en carretera y estaba confiado de que habrla mucho trafico por ser puente festivo. Una emboscada seria muy difícil. Aunque, por si acaso, Jimmy llevaba la MAC-10 sobre el piso en la parte posterior del Toyota. La familia se detuvo a almorzar en una finca de Madrid, ya en las afueras de Bogotá, y luego siguió una hora hasta Villeta para pasar la noche en casa de un amigo. A las 10 de la mañana del lunes, todos estaban de nuevo en el Toyota, que en media hora llegó a la finca de Francisco en Sasaima. Todos -padres, hermanos, hermanas, sobrinas y sobrinos estaban allí, y Ramírez lo disfrutó mucho. Era un hombre sociable por naturaleza, un bromista y un contador de historias que no cambiaba sentarse a conversar en el patio con su familia por nada del mundo. Parecía que pronto sería nombrado jefe de personal de la Policía, y ya hacía planes para reclutar de nuevo a sus oficiales favoritos, para estimular a policías de asalto y comandos regionales a interesarse en la lucha contra las drogas. Eran especulaciones, pero a Francisco le encantaba escucharlo. Jaime se veía
relajado y eso, pensaba Francisco, era bueno. ¿Acaso el peligro había terminado? Jaime, deseando que eso ocurriese, lo daba ya como un hecho. A las 4 y 30 p.m., Ramirez echo su silla hacia atrás, rechazó otro plato de costillas de cerdo que le ofrecia Lucero y habló a su familia. Esa tarde regresarían a Bogotá. Era mejor irse temprano. Cuando los Ramirez partieron, otros autos estacionados al azar cerca del Toyota, encendieron sus motores y se fueron detras de él. Después la gente de los alrededores recordaría haber visto a los conductores de esos mismos autos dando vueltas por alli durante varias horas. Los vecinos no reconocieron a nadie. En aquel momento nadie sospechó de nada. A las 5 y 43 p.m. , ese 17 de noviembre de 1986, el Toyota de los Ramirez comenzó a cruzar el puente sobre el río Bogotá, que separa el departamento de Cundinamarca de la capital. El tráfico era pesado, pero manejable. Los Ramirez avanzaban lentamente sobre el lado derecho de la via. Cuando el Toyota habia cruzado un poco mas de la mitad del puente, un Renault 18 rojo lo aproximó por la izquierda, como si fuera a pasarlo, pero aminoro la velocidad y lo emparejo. Una subametralladora MAC-10 se asomó en el asiento delantero del Renault, por la ventana del pasajero. El arma carraspeo una vez y tosió luego todo su estrepito prolongado de violencia. Ramirez, fulminado por los impactos, cayo de bruces. Herida sin gravedad en una rodilla, Helena agarro el volante y lo inclino hacia la derecha, maniobrando el Toyota hasta un lado del puente, donde lo detuvo contra el anden. Javier estaba bien. Una bala le había rasguñado una mano, pero Jimmy había sido herido en ambos muslos y sangraba copiosamente. Aun así, había buscado a tientas en la oscuridad por su MAC-10. La habia envuelto en una sabana y la había escondido un poco, para que no la vieran sus primitos en casa de Francisco. Ahora que la había necesitado, no pudo hallarla. El Renault avanzó un poco y se estacionó delante del campero. Las puertas se abrieron y salieron tres hombres. Todos en sus veintes, bien vestidos y aseados. Todos cargaban subametralladoras. El chofer permanecía en el Renault, con el motor prendido. Dos de los pistoleros se cuadraron de pie, uno frente al Renault y el otro detrás del
Toyota. El tercero camino hasta la puerta del conductor del campero, la abrió, apreto el gatillo de su MAC-10 y vacio el cargador en el cuerpo de Jaime Ramirez. Helena abrió la puerta del otro lado y se tiró al piso. Gateando agazapada llegó hasta la parte posterior del Toyota donde se encontró cara a cara con uno de los centinelas. "Por favor, no me maten" -dijo ella. El pistolero la miró, dio media vuelta, se encaramó al Renault y partió con sus amigos. Con la llegada del nuevo año, los compañeros de clase de Jaime Ramirez se convirtieron en generales. Helena de Ramirez solicitó al gobierno que le concediera a su esposo una promoción póstuma. Los superiores de Ramirez respaldaron la peticion, encomiando su excepcional labor. El documento recorrió la jerarquia militar y fue recibiendo firmas y sellos de aprobación. El 20 de mayo de 1987, el Ministerio de Defensa envió una carta a Helena. La muerte de su esposo, decia, no cumplió desafortunadamente con la "norma en referencia". No fue tampoco el resultado de "actos meritorios en servicio" o "actos de orden público". No murió "en combate o por conflicto internacional". En otras palabras, Ramirez no fue asesinado en ejercicio. Y el Ministerio no hacía excepciones. -
PUBLICADO: 2013-08-21T18:00:00
El golpe a Tranquilandia
Foto: Archivo particular
Tranquilandia, complejo cocainero de Pablo Escobar, los hermanos Ochoa y Gonzalo Rodríguez Gacha, tenía 9 laboratorios, 8 pistas y más de US$1.200 millones en droga cuando fue allanado.
El día en que las fuerzas especiales de la Policía desmantelaron el mayor complejo de producción de coca del Cartel de Medellín, la historia del negocio del narcotráfico cambió.
El 7 de marzo de 1984, la historia de la lucha contra el narcotráfico en Colombia sufrió un viraje de 180 grados. Ese día, un comando de fuerzas especiales de la Policía y agentes encubiertos de la DEA asestaron el golpe más contundente –hasta entonces–, que había recibido el Cartel de Medellín: el allanamiento de Tranquilandia. Una vasta porción de tierra selvática ubicada entre los departamentos de Meta y Caquetá era el eje desde donde Pablo Escobar, los hermanos Ochoa y Gonzalo Rodríguez Gacha producían y transportaban hacía el mercado internacional grandes cantidades de cocaína. Allí, los hombres dirigidos por el coronel de la Policía Jaime Ramírez Gómez –cabeza del operativo, hasta entonces– se encontraron con nueve laboratorios, ocho pistas de aterrizaje clandestinas y 13,8 toneladas de cocaína avaluadas en US$1.200 millones. Al final de su incursión, los de la Fuerza Pública destruyeron hasta el último rastro de aquel multimillonario emporio del narcotráfico.
La retaliación de Escobar y sus socios no se hizo esperar. El 30 de abril de ese mismo año, cuando el Estado aún celebraba la hazaña, sicarios del Cartel de Medellín asesinaron en el norte de Bogotá a Rodrigo Lara Bonilla, entonces ministro de Justicia. Un líder político que, bajo las toldas del Nuevo Liberalismo y en su condición de alto funcionario estatal, había emprendido una cruzada contra las organizaciones mafiosas. Este agridulce episodio de la historia nacional se convirtió en el principio de una guerra sin cuartel entre el Estado y los capos del –por esos días– descollante movimiento del narcotráfico. Un fenómeno que durante los gobiernos de Alfonso López Michelsen (1974-1978) y Julio César Turbay Ayala (1978-1982) –tal y como lo relata el historiador Jorge Orlando Melo– no fue considerado un problema de fondo para Colombia. Quizás por eso, en 1982 el poder de los principales carteles del narcotráfico alcanzó su apogeo. No en vano, para esa época llegaron a manejar un negocio que les permitía “importar divisas que oscilaban entre US$800 millones y US$2.000 millones, es decir entre 10% y 25% de las exportaciones totales del país. Se trataba de ingresos muy concentrados, con capacidad de influir la vida económica pero a través de sectores reducidos de beneficiarios”, dice Melo. Así las cosas, cuando las mafias de las drogas parecían saborear las mieles de su riqueza, el revés de Tranquilandia no solo empezó a aguarles la fiesta sino que se convirtió en el día en que cambió de un tajo la lucha contra el narcotráfico en el país.
El secreto en la muerte de “El Mexicano” Publicado el diciembre 20, 2009| Comentarios desactivados
Jorge Velásquez cree que llegó la hora de cobrarle a la historia lo que siempre le escatimó: haber sido la persona clave para la ubicación y muerte de José Gonzalo Rodríguez Gacha, alias El Mexicano, uno de los más sanguinarios líderes del Cartel de Medellín. Rodríguez Gacha murió el 15 de diciembre de 1989, hace exactamente 20 años. Como prueba de su participación en el celebrado desenlace, Velásquez ha mantenido intacta en su memoria la última imagen del narcotraficante vivo. Lo vio desde la escasa altura del helicóptero que perseguía a Rodríguez Gacha y a su hijo sobre un terreno desolado de la costa norte de Colombia. Con el rostro ensangrentado por el desgarramiento del cuero cabelludo con alambres de púas, el narcotraficante se detuvo desafiante debajo de la barriga del helicóptero y gritó varios insultos contra sus ocupantes. “En ese momento Gacha me lanzó una mirada de rabia, levantó la mano, hizo pistola [gesto vulgar con el dedo índice] y se puso algo frente a la cara que explotó, era un artefacto pequeño, más pequeño que una granada, y ahí murió”, recordó Velásquez. En ese paraje semirrural del municipio de Tolú, culminó una misión que Velásquez había empezado por $1 millón pero que poco a poco se fue convirtiendo en un reto personal de aliento patriótico, en el cual estaba dispuesto a inmolarse gratis con tal de que la policía matara al poderoso narcotraficante, según explicó. “De ahí salía muerto, él o yo o los dos”, dijo. “Y yo gané, llevo 20 años con vida”. Velásquez, de 55 años, está disfrutando del ocaso del guerrero en su hogar del sur de la Florida, donde desempolva fotos y apuntes para ofrecer su historia al mejor postor en el mundo de los seriados de la televisión. En una entrevista con El Nuevo Herald, relató otras aventuras como informante de los gobiernos de Colombia y Estados Unidos, pero no dejó de ocultar su frustración por las versiones que indican que Rodríguez fue ubicado gracias a que los servicios de inteligencia de Estados Unidos pusieron un dispositivo subcutáneo de localización en el cuerpo de Fredy, su hijo.
La forma de cómo este mecánico de Buenaventura, puerto en el Pacífico colombiano, terminó infiltrado en las entrañas del cartel de Medellín, tiene que ver con una guerra que no permitía muchos lujos de planificación: la guerra entre este cartel con el de Cali a finales de los años 80. Con el millón de dólares, los cabecillas de la organización de Cali convencieron a Velásquez de que se infiltrara en el Cartel de Medellín. A su vez, los narcotraficantes de Cali tenían comunicación con el gobierno de Colombia y con los agentes de la istración Antinarcóticos de Estados Unidos (DEA), según lo han denunciado periodistas e historiadores. Velásquez, entonces propietario de una modesta compañía naviera en Cartagena que atravesaba por una precaria situación económica, aceptó la propuesta. La manera de penetrar al enemigo, según le ordenaron sus patronos, sería esparciendo el rumor de los éxitos de su naviera en la exportación de droga. No pasó mucho tiempo para que Rodríguez Gacha le propusiera trabajo. Rodríguez le asignó una labor que Vásquez aceptó a sabiendas de que no podía cumplir: uno de sus buques debía recoger un armamento en Israel para las autodefensas campesinas del Magdalena Medio. “Mis barcos no tenían capacidad, eso era una locura, así que le propuse que me llevara las armas hasta Antigua y yo de ahí se las metía a Colombia”, dijo Velásquez. Rodríguez Gacha aceptó y en abril de 1989 el cargamento de 500 fusiles automáticos llegó a las costas colombianas. Conquistada la confianza del narcotraficante, Velásquez se dedicó a sacar cocaína de las costas de Colombia hacia mar abierto en lanchas rápidas que entregaban la mercancía a embarcaciones de mayor calado. Así se ganó el apodo de “El Navegante” en la pila de bautismo de Rodríguez Gacha. “Todo lo que hacía se lo reportaba a [el cartel de] Cali, y a tres oficiales de la policía”, aseguró Velásquez. A finales de 1989, Rodríguez Gacha era el hombre más buscado en Colombia. Además de la muerte del candidato presidencial Luis Carlos Galán, se le acusaba de la explosión de un avión de Avianca en que murieron más de un centenar de pasajeros.
Pero también era uno de los más influyentes gracias a su fortuna. En 1988 la revista Forbes lo citó como uno de los hombres más ricos del mundo. Cada vez que las autoridades estaban a punto de detenerlo, recibía un aviso y lograba escaparse. A mediados de diciembre, Rodríguez Gacha llegó a Cartagena y puso su seguridad en manos de Velásquez, no sin antes advertirle que el Estado Mayor le había informado que uno de sus colaboradores estaba pasando información sobre su paradero. “Recuerdo que dijo: `Hay que matar a ese h.p’. Y yo, que estaba temblando, repetía `Sí, señor, hay que matarlo’ ”. Además de responder por su seguridad, Velásquez se encargó de llevarle comida y noticias a su jefe hasta una finca cercana a Cartagena. Pensó que podría envenenarlo con uno de los cocteles de langostinos que le encantaban al narcotraficante, pero no fue capaz, explicó. “No quería pasar a la historia como el hombre que envenenó a Gacha, eso no tendría gracia”, indicó. En esos días llegó a acompañar a Rodríguez Gacha su hijo Fredy, y Velásquez fue encargado de organizar una fiesta con mujeres y licor. La fiesta fue cancelada. Dos días después cuando estaba a punto de conciliar el sueño en su casa de Cartagena, recibió una llamada para que se presentara de inmediato donde Rodríguez Gacha. Autoridades corruptas le habían alertado que se estaba preparando una operación para capturarlo. Sin ningún plan en mente, Velásquez preparó una lancha rápida en la que se embarcaron Rodríguez Gacha, su hijo y un cercano colaborador del narcotraficante apodado “La Yuca”. Antes, Velásquez les avisó a sus enlaces con la policía que saldría en la embarcación con destino desconocido. Los fugitivos pasaron la noche en las cercanas Islas del Rosario y al amanecer salieron hacia Tolú donde se hospedaron en una casa de recreo. En compañía de uno de los hombres de Rodríguez Gacha, El Navegante salió en la lancha al otro día para “reconocer” los alrededores. En su recorrido un helicóptero se posó a pocos
metros de la embarcación y los policías que lo ocupaban dieron la orden de acercarse a la orilla. Velásquez obedeció. Sabía que eran sus amigos. Apuntándole con las armas, los oficiales lo hicieron tirarse en la arena a él y a su acompañante. Bajo el mando de un oficial con quien Velásquez trabajaba en la operación, los agentes levantaron al infiltrado y fingieron un interrogatorio a pocos metros. Velásquez les indicó el lugar donde se encontraba Rodríguez, haciendo un croquis sobre la arena. A los pocos minutos de dejar en libertad la embarcación, los policías cambiaron de planes y le dijeron a Velásquez que sería mejor que subiera en el helicóptero para que les mostrara el escondite del narcotraficante. En ese punto, los policías ejecutaron al hombre de Rodríguez Gacha y salieron con Velásquez hacia el refugio a bordo del helicóptero, afirmó Velásquez. Cuando llegaron al lugar, Rodríguez Gacha y su hijo salían despavoridos de la habitación. Un artillero que iba a bordo del helicóptero lanzó las primeras ráfagas y en la confusión perdieron de vista a Rodríguez Gacha y su gente. Pero en ese momento un camión con carpa salió del predio. “Yo les dije: `Sigan al camión, ahí va Gacha’ ”, recordó Velásquez. El camión tomó la carretera hacia al sur con el helicóptero encima. “Las balas hacían volar pedazos de asfalto, parecía una película, pero no le daban a nadie, yo creo que el artillero no era muy bueno”, afirmó Velásquez. Del camión empezaron a lanzarse algunos de los hombres de Rodríguez Gacha, pero éste no estaba a la vista. “Ahí nos dimos cuenta de que Gacha iba manejando el camión”, agregó Velásquez. Al ver que en sentido contrario venía una caravana de oficiales de la Marina que se dirigían a hacer un relevo de rutina sin saber de la operación, Rodríguez Gacha abandonó el camión y se internó entre montes y platanales.
Su carrera perdió bríos al enredarse con los alambres de púas que le levantaron el cuero cabelludo, dijo El Navegante. Fue entonces cuando Rodríguez Gacha se hizo explotar el artefacto en el rostro. Velásquez asegura que el artillero de la Policía Nacional que iba a su lado en el helicóptero le rogó que dijera que había sido él quien había abatido al narcotraficante. “Yo le repondí que sí, pero él y yo sabíamos que El Mexicano se mató él mismo”, agregó El Navegante. El helicóptero aterrizó en la zona. Velásquez se acercó y confirmó que era Rodríguez Gacha. “En ese momento, y no sé por qué, me dieron ganas de untarme de la sangre de Gacha en la cara”, dijo. “No lo hice porque soy una persona muy escrupulosa”. Fredy y otros hombres de Rodríguez Gacha fueron abatidos en un área cercana. Velásquez se enfermó durante tres días. El millón de dólares que le pagaron los Rodríguez, dijo, se lo gastó en reclutar un ejército de escoltas, la mayoría mujeres, para responder a la violenta ofensiva de Pablo Escobar, el sobreviviente cabecilla de la organización de Medellín. By GERARDO REYES
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El héroe de la Policía Antinarcóticos El lunes 17 de noviembre de 1986, en cercanías a la localidad de Fontibón, al occidente de Bogotá, fue asesinado por sicarios del narcotráfico el exdirector de la Policía Antinarcóticos, coronel Jaime Ramírez Gómez. Por: Elespectador.com
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Con el nombre del Coronel Jiménez fue representado el exdirector de la Policía Antinarcóticos, encarnado por el actor Julio Pachón.
Estaba a punto de viajar al exterior mientras se preparaba para hacer curso de ascenso a general. Pero los narcotraficantes sabían que iban a tener en él a un enemigo acérrimo que parecía destinado a la dirección de la Policía. Por eso, a sus 47 años, lo asesinaron frente a su esposa e hijos. Desde sus primeros años como oficial de la Policía, Jaime Ramírez Gómez fue un avezado investigador. Sus acciones contra el narcotráfico se iniciaron desde los años 70, cuando empezó a documentar el crecimiento del negocio ilícito de las drogas. Por ello, muchas veces se le oyó decir que éste flagelo iba a ser la nueva plaga de la sociedad moderna. Desde el entonces F2, se convirtió en un enemigo aparte de los traficantes de droga, apuntándose varios éxitos en la persecución de este delito. Por ejemplo, en su historial quedó documentado que hacia 1975, desmanteló una poderosa banda de narcotraficantes en Bogotá que actuaba bajo la dirección de un sujeto identificado como Iván Darío Carvalho, más conocido como „El Mocho‟. La acción final
tuvo lugar en la vecina población de San Antonio de Tena. Años después desvertebró otra organización que dio de qué hablar, la que entonces comandaba Verónica Rivera de Vargas, conocida en las cloacas del delito como „La Reina de la Cocaína‟. Por estas razones, parecía destinado a ocupar uno de los cargos más complejos de su época, la jefatura de la Unidad Antinarcóticos de la Policía. Y lo hizo en el mismo momento en que el ministro de Justicia Rodrigo Lara Bonilla emprendía su batalla contra Pablo Escobar y los demás capos de la droga. Después de que Escobar perdió su inmunidad parlamentaria y empezó a ser perseguido por las autoridades, el coronel Jaime Ramírez Gómez se volvió el hombre clave para la ofensiva del ministro Lara. Pero no sólo desplegó una ofensiva sin par contra Escobar y su organización, sino en general contra todos los carteles de la droga. Decomisó decenas de avionetas, destruyó incontables laboratorios para procesar droga, concretó la captura de muchos enlaces del narcotráfico y, principalmente, le asestó a los mafiosos el golpe más contundente de la época: el descubrimiento y destrucción del llamado complejo de „Tranquilandia‟, un gigantesco laboratorio para procesar droga oculto en los llanos del Yarí, en el Caquetá. El operativo se desarrolló en marzo de 1984 y permitió establecer que los principales narcotraficantes de la época se habían asociado para consolidar el complejo de „Tranquilandia‟, que llegó a refinar más de 20 mil kilos de cocaína en pocos meses. La acción permitió reivindicar al Estado colombiano frente a la comunidad internacional y convirtió al coronel Ramírez Gómez en el hombre de confianza de Estados Unidos en la lucha contra el narcotráfico. Sin embargo, también lo ubicó en la mira inmediata de los mafiosos. A pesar de que a través de sus informantes, el coronel Ramírez advirtió una y otra vez al ministro Lara que existía un plan para asesinarlo, no fue posible evitar el magnicidio. Pero después del crimen de Rodrigo Lara, incentivó sus acciones contra el narcotráfico. Además, se encargó personalmente de apoyar las investigaciones del juez Tulio Manuel Castro, para que el asesinato del ministro de Justicia no quedara en la impunidad. Era el oficial más amenazado en Colombia y también el que más se expuso. Una de sus últimas averiguaciones fue saber que la gente de Escobar Gaviria utilizaba para sus asesinatos una serie de placas con las iniciales KF que había sido hurtada de las oficinas del tránsito en Itaguí (Antioquia). Además llegó a tener la certeza de la orden impartida por Escobar Gaviria para que lo asesinaran, e incluso del dinero que se pagó para que se concretara esta acción. En un momento crucial en la lucha contra el narcotráfico era tan incómodo para los delincuentes como para los oficiales y funcionarios corruptos que ayudaban a Escobar. Dentro de los cambios rutinarios de la Policía, el coronel Ramírez Gómez pasó a cumplir funciones como Inspector Delegado y después como Director de Personal. Lo claro es que no eran más que pasos efímeros mientras se preparaba para el generalato y, con el apoyo de Estados Unidos, en el oficial elegido para la guerra que debía librarse contra los carteles de la droga. Sin embargo, sus enemigos lo venían acechando, nunca le perdieron la pista, y encontraron el momento para concretar su acción. Antes de viajar al exterior, el coronel Ramírez Gómez decidió descansar con su familia en un municipio cercano a Bogotá. Lo hizo durante un puente festivo de noviembre. Debido a las graves amenazas contra su vida, escasas personas sabían que ese fin de semana andaba sin escoltas y en compañía de su familia. Cuando regresaba a Bogotá, al atardecer del lunes 17 de noviembre de 1986, los sicarios lo estaban esperando. El ataque se produjo a la altura del puente sobre el río Bogotá, entre Mosquera y Fontibón. El coronel Ramírez Gómez iba al volante de un campero Toyota de color blanco. A su lado estaba su esposa. En el asiento trasero sus dos hijos. De repente, desde un Renault 18 de color verde empezaron a dispararles. Mal herido, el oficial perdió el control del vehículo y se estrelló contra una roca situada unos 300 metros adelante del puente, cerca
al retén de la Policía. Los sicarios aprovecharon la situación, se bajaron del vehículo y remataron al oficial frente a la mirada atónita de su esposa e hijos. La dirección de la Policía, entonces a cargo del general José Guillermo Medina Sánchez, expidió un comunicado para exaltar la impecable trayectoria del coronel Jaime Ramírez Gómez. La Presidencia de la República hizo lo propio para lamentar el hecho y prometer una exhaustiva investigación hasta sus últimas consecuencias. Pero como otros magnicidios de la época, la investigación judicial no llegó a ninguna parte. Tampoco su memoria fue suficientemente exaltada. En cambio los narcotraficantes celebraron ruidosamente el contundente golpe a su principal enemigo.
16 junio 1986
PEONES POR REINA Un juez ordena la libertad por pena cumplida de la "Reina de la coca", y condena, como reos ausentes, a 11 de sus cómplises El jueves 15 de mayo, a las 2 y 30 de la tarde, en medio de arroz y flores, con orquesta especialmente contratada, carros con sirenas y ambiente de fiesta de pueblo, hizo su salida triunfal de la Cárcel de Mujeres del Buen Pastor, de Bogotá, Verónica Rivera de Vargas, la famosa "Reina de la coca". Verónica Rivera de Vargas o Beatriz Rivera de Gutiérrez, los dos nombres con que se le conoció durante todo el proceso, fue capturada el 11 de febrero de 1983 en la finca "Las cabañas" de la zona rural de Acacías, Meta, en donde se encontró un verdadero imperio, que incluía pistas de aterrizaje, aviones, bodegas de cocaína, lujosos carros y modernos galpones. A partir de ese momento ingresó a la Cárcel del Buen Pastor e ingresó también al mundo de la leyenda. Se dijo que cuando fue capturada se encontraba durmiendo sobre una almohada de 35 kilos de cocaína y empuñando una pistola Colt 45. Que había instalado con plata de su bolsillo las redes eléctricas para la región en donde tenía sus fincas. Que en muchas ocasiones regalaba hasta un kilo de coca a sus buenos clientes, pero que cuando se la hacían la pagaban muy caro. Que los asesinos de su esposo ya estaban en el infierno pagando sus cuentas y que sus colecciones de porcelanas chinas y cristalería no tenían par en Latinoamérica. Algunos recuerdan todavía cuando Verónica Rivera y varios de sus hermanos tenían un puesto en San Andresito, en donde se hizo famosa por ser una mujer de armas tomar. De pronto, a mediados de la década del 70, cerró su chuzo y desapareció de la escena del contrabando de electrodomésticos y comenzó a ser vista en lujosos carros y acompañada de guardaespaldas, casi siempre llaneros. Poco después empezó a sonar su nombre en relación con una vendetta entre la mafia bogotana, en la que sucedieron el secuestro de Bersey Espinosa de Gil como forma de presión para lograr un pago, de coca; el asesinato de Julio César Vargas Torres, esposo de Verónica, como represalia al parecer por aquel secuestro y, posteriormente, la casi desaparición de la familia de Bersey, quienes supuestamente fueron los autores del crimen contra el esposo de la "Reina de la coca". En esa época Verónica Rivera estuvo presa pero inexplicablemente obtuvo su libertad. No se supo más de ella. Incluso se llegó a suponer que había salido del país, hasta el día en que cayó presa en su finca de los Llanos, con 14 personas más, entre las cuales se encontraba su nuevo esposo, José Antonio Gutiérrez Baquero. Pero la leyenda de la "Reina de la coca" no sólo ha tenido que ver con vendettas entre
mafia y poderío económico. También ha tocado las puertas de algunos establecimientos judiciales y médicos y los ha dejado "untados". El primero de estos hechos fue la libertad obtenida por ocho de los de la banda con la que cayó en su finca de Acacías. La decisión, que fue investigada por la Procuradurza y revocada después por el Tribunal, fue tomada por la juez octava Penal del Circuito, Luz Marina Borda Guzmán, a quien el negocio le cayó después de que la primera juez investigadora desistiera de seguir adelante, alegando amenazas de muerte. De este episodio, del que resultó libre el nuevo esposo de Verónica Rivera, resultaron investigados por lo menos dos jueces y un fiscal, pero no fue el único turbio en todo el proceso. La "untada" siguió con la desaparición de uno de los procesos contra la "Reina de la coca". El documento se esfumó de un escritorio del Tribunal Superior de Bogotá y algunos empleados de ese despacho fueron removidos de sus cargos. En diciembre de 1984 en la danza de las irregularidades entró el juez Julián Rojas Otálora, que ya había figurado en el episodio de Evaristo Porras vs. el entonces ministro de Justicia, Rodrigo Lara Bonilla. El juez Rojas Otálora, que citó a Lara a que rindiera declaración, concedió la libertad a la "Reina de la coca" y aceptó así, la petición del abogado defensor, quien argumentó un problema familiar: el estado de salud de la madre de Verónica Rivera. El escándalo, en esta oportunidad, contó con la protesta del ministro de Justicia, Enrique Parejo González, sucesor de Lara, quien pidió investigar la conducta del juez, después de calificar de insólita la decisión. La investigación se extendió al médico legista que certificó la gravedad de la enferma, al fiscal del caso, que intentó presionar para que se hiciera efectivo el fallo de libertad emitido por el juez Rojas Otálora y, además, a un inspector de Policía de Cáqueza, Cundinamarca, que fue sancionado por haber servido de testigo en el caso. De ahí en adelante vino una serie de solicitudes de libertad por parte de los abogados de Verónica Rivera, las cuales fueron rechazadas reiteradamente por los jueces. En uno de los procesos que la cobijaban, de acuerdo con los expedientes, era acusada de falsedad de documentos, pero fue sobreseída el 1° de marzo de 1986. Este sobreseimiento fue un paso hacia la libertad. El siguiente lo dio Tony López Oyuela, uno de los diez abogados defensores de la "Reina de la coca" en el proceso por tráfico de drogas, al solicitar, el 26 de abril, su libertad con el argumento de que, si desde su detención hubiera sido condenada, ya habría cumplido la pena. El juez 19 consideró esa petición, condenó a la pena principal de 48 meses de cárcel a Verónica Rivera y de inmediato la dejó libre por pena cumplida. Al mismo tiempo condenó a 11 de las personas, todas como reos ausentes, entre ellas al esposo, algunos agentes del F-2 que colaboraron con ella y varios peones de sus fincas. De esa manera, a esa hora de la tarde del pasado 15 de mayo, la "Reina de la coca"
fue saludada en libertad por una orquesta, en medio de una lluvia de flores y de arroz, pero atrás, en la Cárcel del Buen Pastor, esa alegría no era compartida. Al contrario, en el interior de la prisión, se vieron muchos rostros tristes. Eran los de algunas reclusas y guardianas porque para ellas Verónica Rivera se había convertido en el hada madrina que con la varita mágica de sus poderosas finanzas les ayudaba económicamente en sus necesidades. Mientras la fiesta por la libertad de la reina mantenía su ruido, en círculos de gobierno se advertía preocupación y parecía posible un pronunciamiento a alto nivel para pedir nuevas investigaciones en el caso. Esta probabilidad se insinuaba debido no sólo a las eventuales irregularidades en los procesos, sino a que a Verónica Rivera se le considera un peso pesado en el mundo del narcotráfico, al punto de que cuando fue detenida, desde Nueva York las autoridades norteamericanas llegaron a vaticinar una baja en el ingreso de droga a ese país. Y entre la opinión pública colombiana, entre tanto, los titulares que anunciaron la libertad de la "Reina de la coca", fueron comentados confusamente porque en las informaciones de crónica roja han sido varias las mujeres las que han ocupado ese "trono" y ceñido esa "corona". En efecto otras mujeres --Marta Libia Cardona de Gaviria, capturada en Estados Unidos en 1983 y Marleny Orejuela Sánchez, detenida en Bogotá en 1980--, han merecido también ese apelativo.--
18 enero 1988
CAYO EL PIONERO Apresado en Miami uno de los mas antiguos narcotraficantes Con la captura de Benjamín Herrera Zuleta el martes de la semana pasada en Miami, pareció cerrarse un año difícil para los grandes capos del narcotráfico. Primero fue la captura de Carlos Lehder Rivas en Medellín, luego la de Jorge Luis Ochoa cerca a Cali, más tarde la incautación de una serie de propiedades millonarias en Miami, después el asesinato en Medellín de Rafael Cardona Salazar y ahora esta, que según los voceros de la DEA, es la captura más importante realizada en suelo norteamericano desde que se inició la guerra frontal de ese país contra el narcotráfico. Herrera, un hombre descrito como "rechoncho" y entre los 45 y 50 años de edad, fue apresado mientras se paseaba como Pedro por su casa en el norte de Miami. Los cargos por los que es reclamado por un juzgado de Las Vegas, Nevada, se relacionan con la introducción de 86 kilos de cocaina al Estado en 1985. Sólo por eso, Herrera podría ser sentenciado a 60 años de prisión y a pagar US$400 mil en multas; sin embargo, la DEA cree que el colombiano contrabandeó durante los últimos años no menos de 500 kilos por semana desde laboratorios en la selva brasileña a Nueva York y Miami a través de las Bahamas. Lo que más impresionó a los agentes federales fue la audacia de Herrera para estar circulando tranquilamente en un pais donde era considerado uno de los fugitivos más importantes. Según se informó, el hombre entró a los Estados Unidos hace aproximadamente tres semanas amparado por un pasaporte mexicano y con un nombre supuesto. Cuando fue arrestado, estaba en compañía de otro colombiano, Raúl Santiago, quien fue también detenido bajo cargos de encubrir a un fugitivo federal. Herrera nació en San Roque, Antioquia, pero en década anterior se le identificaba más por sus relaciones con Carlos Lehder Rivas, que con el famoso Cartel de Medellín. Sus vínculos con Lehder eran estrechos: la primera esposa del colomboalemán es Claudia Patricia Herrera Zuleta, hermana del capturado. Además, según la DEA su hermano, Gustavo Herrera Zuleta, fue quien ayudó a Lehder en la empresa de establecer en las Bahamas un punto de escala para la introducción de grandes cantidades de cocaína en Estados Unidos.
Las sospechas de la DEA sobre las actividades de Herrera se remontan a los primeros años de la década de los 70, cuando comenzó a tomar forma la idea de que su madre estaba trabajando como química en un laboratorio de refinación de cocaína, en una época en que esa era una industria naciente. A partir de junio de 1973, cuando fue arrestado en el aeropuerto de Miami con un kilo de cocaína Herrera comenzó una larga cadena de entradas y salidas de la cárcel que lo convierten en recordman absoluto: en 6 ocasiones fue encarcelado en Estados Unidos, Chile, Perú, Colombia y Brasil, aunque de una u otra forma obtuvo su libertad. Para redondear su prontuario internacional, es solicitado también por las autoridades de Alemania y España. En medios judiciales internacionales se considera a Herrera Zuleta el pionero del tráfico de cocaína y se le atribuye haber abierto y operado inicialmente la mayor parte de las rutas que aún hoy utiliza el Cartel de Medellín. También se dice que fue él quien promovió la creación de las grandes organizaciones actuales de narcotraficantes, con lo que el negocio adquirió las gigantescas dimensiones que hoy tiene. Convertido desde 1980 en una especie de hombre invisible, se dice que cuando pasó a la clandestinidad, su red de rutas y su organización fueron heredadas por Pablo <Escobar Gaviria. Según el periódico Miami Herald, fuentes de la Policía colombiana afirmaron que tal vez su desaparición de la escena se debió a la notoriedad que por esa época había adquirido, que lo llevó a apartarse del negocio y, más tarde, abandonar el país. Según el mismo periódico, Herrera después de desaparecer habría ayudado a escapar a su cuñado Carlos Lehder hacia Panamá en los últimos meses de 1983, luego de que la Corte Suprema de Justicia ordenó la extradición de este último hacia los Estados Unidos. La DEA afirmó también que hacia mediados de los años 80, Herrera logró introducirse en el Brasil, establecer laboratorios en lo profundo de la selva amazónica y reiniciar su negocio ilícito. En su última etapa, compraba pasta y hojas de coca en Perú y Bolivia para enviar el producto final a los Estados Unidos, sirviéndose de los servicios del Cartel, a través de las rutas originalmente desarrolladas por él mismo. Con ocasión de uno de esos negocios, y creyendo que ya nunca más sería capturado, se le atravesó la justicia en un semáforo del norte de Miami. --
ESPECIALES 24 AGO 2012 - 8:44 AM
La realidad detrás de la ficción: Escobar el Patrón del mal
Los capos del cartel de Cali El pionero del tráfico de estupefacientes en el Valle del Cauca fue Benjamín Herrera Zuleta, quien llegó a ser conocido como “El Papa negro de la cocaína”. Además fue uno de los primeros narcotraficantes en posicionar el negocio de la distribución de droga en las principales ciudades de Estados Unidos. Por: Redacción Ipad
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Pacho Herrera, Gilberto Rodríguez Orejuela, Miguel Rodríguez Orejuela y José Santacruz Londoño fueron los líderes del cartel de Cali. /Archivo
Sin embargo, sus problemas empezaron cuando fue capturado en 1974 y recluido en una cárcel de Atlanta (Georgia), donde apenas purgó un año de su pena y logró salir libre engañando a las autoridades norteamericanas. Herrera Zuleta regresó a Cali, reactivó el negocio de la importación de coca desde Perú para procesarla en Colombia, pero ese mismo año volvió a caer preso. Se demoró un año en recobrar su libertad, pero ya no volvió al Valle del Cauca sino que se asoció a la narcotraficante antioqueña Marta Upegui, con quien reanudó los negocios de exportación de cocaína a Estados Unidos y Europa. Cuando empezó a declinar su poder, ya se había constituido en el Valle una poderosa organización de narcotraficantes.
Dicha estructura estaba encabezada por los hermanos Gilberto y Miguel Rodríguez Orejuela y José Santacruz Londoño. Los dos primeros, oriundos del departamento del Tolima, tenían como antecedente delincuencial su vinculación con la llamada banda de „Los Chemas‟, a la que se le atribuyeron varios secuestros en el occidente del país. No obstante, también se fueron desarrollando en el negocio legal de la farmacéutica, ante lo cual no les fue difícil camuflar sus dineros ilícitos provenientes del narcotráfico. En cuanto a Santacruz Londoño, a quien apodaban „El Estudiante‟, también tenía antecedentes en el delito del secuestro, pero a diferencia de sus socios, algunos semestres de educación universitaria. Santacruz Londoño fue uno de los primeros negociantes de pasta de coca que se traía desde el sur del continente, y también fue pionero de las relaciones de negocios con otras organizaciones del narcotráfico, razón por la cual siempre mantuvo nexos con los carteles de la droga de Antioquia o el norte del Valle. Junto a los Rodríguez Orejuela y José Santacruz Londoño estaba Helmer “Pacho” Herrera, descendiente directo de Benjamín Herrera Zuleta. Era el más joven de la organización pero también el más osado y la razón era que su vinculación al negocio del narcotráfico la hizo posicionándose como capo de la distribución de cocaína y el lavado de activos en Estados Unidos. De hecho, llegó a ser el más importante lavador de los carteles de la droga colombianos. Y de colaborador en el negocio ilícito paso a ser uno de sus capos. Con estrechos vínculos con otros narcotraficantes del norte del Valle que con el correr de los años se fueron dando a conocer, los cuatro capos del llamado Cartel de Cali se consolidaron como los reyes de la exportación de cocaína aprovechando el escaso control de las autoridades en las costas del Océano Pacífico. Desde sus principales puertos y de otros puntos clandestinos empezaron a enviar grandes cargamentos de droga, que contaban con la complicidad de de la Fuerza Pública y otras autoridades. Fue tal el grado de penetración de esta organización ilícita en el mundo legal que mientras el Cartel de Medellín era reconocido por sus actos violentos, su similar de Cali parecía inadvertido. Su arma fundamental fue siempre la corrupción. Y para hacerlo fue consolidando una relación de negocios en frentes claves de la economía colombiana. Por ejemplo, los Rodríguez Orejuela hicieron parte del Banco de los Trabajadores, de la misma forma como tuvieron acciones en la Chryler Corporation en Colombia. Pero sin duda la fachada más importante de los Rodríguez Orejuela fue el club profesional de fútbol América de Cali. Cuando el equipo escarlata comenzó a ganar títulos a partir de 1979 y los acaparó durante la primera mitad de los años 80, además de la nómina de jugadores de primer nivel, el motor económico detrás de las victorias fueron los capos del Cartel de Cali. Y de la misma manera como penetraron en el deporte o la economía lo hicieron en los medios de comunicación, en especial en la radio. Cuando estalló la guerra del Estado contra la mafia, a raíz de las denuncias del ministro Rodrigo Lara en el gobierno de Belisario Betancur, los capos del Cartel de Cali empezaron a distanciarse de sus homólogos de Antioquia. Sin embargo, después de la captura de Gilberto Rodríguez y Jorge Luis Ochoa en España en 1984, estuvieron unidos para presionar que ambos fueran remitidos a Colombia. Así se hizo y tanto el uno como el otro fueron procesados y absueltos por la justicia colombiana en extraños expedientes. A mediados de 1987, cuando el gobierno de Virgilio Barco emprendió una nueva ofensiva contra la mafia, los Rodríguez Orejuela, Santacruz Londoño y Helmer Herrera optaron por apartarse del todo de los métodos del Cartel de Medellín en su confrontación con el Estado. Se veía venir la guerra entre los dos carteles de la droga, y a principios de 1988 ya eran enemigos a muerte. Durante los años siguientes, el Cartel de Cali, más de una vez apoyando al Estado, cumplió un papel clave en la lucha contra Pablo Escobar Gaviria.
De hecho, se pudieron documentar dos estrategias específicas: la segunda oleada de mercenarios extranjeros que vino a Colombia en la segunda mitad de los años 80, se logró gracias al auspicio del Cartel de Cali y su propósito era atacar la Hacienda Nápoles, sede de Escobar en el Magdalena Medio. La acción fracasó porque en el momento del operativo en 1989, el helicóptero en que se movilizaban los atacantes se precipitó a tierra por anomalías técnicas. La acción no aminoró la guerra contra el Cartel de Medellín. En acciones como la muerte de Gonzalo Rodríguez Gacha en diciembre de 1989 o el fortalecimiento del grupo Perseguidos por Pablo Escobar (los Pepes) ya en los años 90, fue notoria la mano del Cartel de Cali como parte de la alianza para acabar con la estructura criminal de Pablo Escobar. Pero de sus apoyos clandestinos al Estado, su guerra aparte con el cartel del norte del Valle o sus actos de corrupción que precipitaron varios escándalos judiciales, se configuró un capítulo aparte de criminalidad. Cuando cayó abatido Pablo Escobar en Medellín en diciembre de 1993, las autoridades colombianas enfilaron baterías para desmantelar al Cartel de Cali. Al fin y al cabo, en la más audaz de sus acciones, lograron filtrar la campaña presidencial de Ernesto Samper a la jefatura del Estado, precipitando el escándalo del proceso 8000. En ese contexto, el Estado unió fuerzas para capturar a sus capos, hecho que tuvo lugar entre los años 1995 y 1996, catapultando a la fama al entonces director de la Policía, general Rosso José Serrano. Gilberto Rodríguez Orejuela fue capturado finalmente en Cali en junio de 1995. Su hermano Miguel cayó en agosto del mismo año. José Santacruz Londoño fue apresado en julio de 1995 y Helmer Pacho Herrera se entregó a la justicia en septiembre de 1996. El primero de los cuatro en sellar su suerte fue José Santacruz Londoño. En enero de 1996 se evadió de la cárcel La Picota, viajó a Medellín en busca de protección, pero lo que encontró fue la muerte a manos de la organización del jefe paramilitar Carlos Castaño. En cuanto a los hermanos Rodríguez Orejuela, en virtud de las leyes imperantes en la época, fueron condenados a exiguas penas de prisión, al punto de que para el año 2002, al menos a Gilberto Rodríguez, se le alcanzó a decretar la libertad. Sin embargo, la justicia norteamericana y las autoridades de Colombia constataron que los Rodríguez Orejuela habían persistido en las actividades de narcotráfico después de 1997, razón por la cual terminaron extraditados a Estados Unidos. Gilberto Rodríguez en diciembre de 2004 y Miguel Rodríguez en enero de 2005. Respecto a Helmer “Pacho” Herrera, cuando se recrudeció la persecución del Estado contra el Cartel de Cali, buscando ampararse en las laxas leyes de la época, se entregó a la justicia el 1 de septiembre de 1996. Por el mismo tiempo lo hicieron los principales capos del cartel del norte del Valle, entre ellos Orlando Henao, más conocido como “el hombre del overol”. Y entre “Pacho” Herrera y Orlando Henao había una guerra aparte que no tardó en saldarse con la muerte de ambos narcotraficantes. “Pacho” Herrera estaba recluido en la cárcel de máxima seguridad de Palmira. Orlando Henao, junto a su cuñado Iván Urdinola, estaba en la cárcel La Picota de Bogotá. El 4 de noviembre de 1998, después de jugar un partido de fútbol, el capo del cartel de Cali fue sorprendido por un sicario que le quitó la vida. Pocos días después un hermano de “Pacho” Herrera que estaba preso en La Picota, hizo lo propio con Orlando Henao. Tras la muerte de ambos capos y a la vuelta de la esquina comenzaba otra guerra, la de Wilber Varela y Diego León Montoya que volvió a ensangrentar el Valle del Cauca.
NARCOTRÁFICO.PABLO RAYO, UNO DE LOS SUCESORES DEL CARTEL DE CALI.
Heredero de estirpe sangrienta Desde los 60 se trafica con drogas en el Valle del Cauca (Colombia). Antes de Pablo Rayo hubo muchos otros. El año 1996 marca la caída de los carteles y nacen nuevos grupos. En ese año, Rayo viene a Panamá. LA PRENSA/VÍCTOR AROSEMENA
RAFAEL LUNA NOGUERA
[email protected] Cuando casi todos los medios de comunicación en el continente difundieron hace días la captura en Sao Paulo (Brasil) del narcotraficante Pablo Rayo Montaño y le endilgaron la sucesión del cartel del norte del Valle del Cauca (Colombia), omitieron, quizá por lo complejo del asunto, todo lo que representa ese legado: crimen, corrupción, sangre y mucho más. Aunque hasta ahora no se sabe con certeza cuál es la real trascendencia de Rayo Montaño en el mundo del narcotráfico, su herencia es por demás violenta.
DOMINIOS. La organización de Rayo Montaño se estableció con especial interés en las costas de Colón. Islas, casas y hasta restaurantes, como Los Cañones, forman parte de las propiedades del grupo en esa zona del país. 680588
Rayo Montaño, detenido el pasado 16 mayo en la operación multinacional Océanos Gemelos, representa con claridad lo que fue el destino de los grandes carteles de la droga colombianos: su atomización en pequeños grupos con nexos en diferentes países. Su legado se remonta a finales de los 60, cuando Benjamín Herrera Zuleta, conocido como "el Papa Negro de la Cocaína", comenzó a enviar cargamentos de drogas a Estados Unidos, según recuerda el periodista colombiano Fabio Castillo en su libro Los jinetes de la cocaína. El reinado de Herrera Zuleta, sin embargo, duraría pocos años. En 1974 fue detenido en Atlanta, Estados Unidos, pero logró huir y se radicó en Cali, donde cayó preso en 1975. Quedó en liberad en 1976 y se fue al departamento de Antioquia, para más tarde establecerse en Argentina, desde donde abriría nuevas rutas de tráfico. También fue apresado en Brasil, pero en 2005. El cartel de Cali A Herrera Zuleta le sucedieron los hermanos Gilberto y Miguel Rodríguez Orejuela, quienes consolidarían uno de los más grandes y temibles carteles de la droga. En sus inicios, a los hermanos Rodríguez Orejuela se les conocería como "Los Chema" y se les atribuyó la autoría de varios secuestros. Cuenta Castillo que los hermanos residían en el barrio Belalcázar de Cali, donde se distinguían entre rivales por sus violentas prácticas. Con el tiempo, "Los Chema" se asociaron con José Santracruz Londoño, otro secuestrador, y Helmer Pacho Herrera, a quien se atribuye el padrinazgo directo de Rayo Montaño.
Reportes de la época refieren, por ejemplo, que entre marzo y octubre de 1978 el cartel de Cali concretó operaciones en Estados Unidos por más de 26 millones de dólares. Una de sus empresas fachada para el lavado de dinero, TEA Manufactoring Co., realizaba depósitos en la cuenta de la sociedad Sandra Ana S. A., inscrita en Panamá, aunque solo funcionaba como apartado postal. Años más tarde, el grupo era dueño en Panamá del First Interamericas Bank, hacia el que dirigían parte de las ganancias del negocio. Pero luego de miles de toneladas de cocaína distribuidas y de millones de dólares gastados, la organización comenzó a caer a partir de la detención en Nueva York (Estados Unidos) de uno de sus socios en el lavado de dinero, Ishido Kawai, quien daría pistas sobre la estructura del cartel. Luego, en el 86, fue condenado Oscar Cuevas, dueño de una casa de cambio en Colombia, a través de la cual se realizaban operaciones del grupo. A pesar de dichos reveses y aunque estaban en la mira de las autoridades, los hermanos prosiguieron con sus operaciones, en una suerte de tregua judicial, pues el Estado se apresuraba en desmantelar el aparato del cartel de Medellín. Sin embargo, después de la muerte de Pablo Escobar en 1993, los Rodríguez Orejuela volvieron a estar en la mira. "Los Chemas" y Santacruz Londoño fueron apresados en 1995. Santacruz escapó al año siguiente en un tiroteo con la Policía. Pacho Herrera se entregó en 1996 y fue asesinado en prisión en 1998. La guerra Una vez presos los Rodríguez Orejuela, quienes fueron extraditados a Estados Unidos en 2005 y esperan juicio para septiembre de este año, el cartel pasó a manos del hijo de Miguel, William Rodríguez Abadía, pero ya el destino había jugado sus cartas. Era la época de la atomización. Y mientras William Rodríguez, su padre y su tío seguían traficando hacia Estados Unidos –se les acusa de haber transportado por lo menos 200 mil kilos de cocaína hasta 2002– surgieron nuevos grupos. Fue en 1996 cuando el hermano mayor de Rayo cayó preso en conexión con Víctor Patiño Foneque, uno de los nuevos capos, y fue asesinado al ser trasladado de cárcel. En ese mismo año, Pablo Rayo Montaño vino a Panamá. En esa época también surgieron los grupos de Jorge Asprilla, en el Pacífico, y de Justo Pastor Perafán, en el Caribe. El primero de ellos sería detenido en 1998 y extraditado a Nueva York. El segundo caería en Venezuela y también sería enviado a Estados Unidos (EU). El hermano menor de Rayo, William, también estaba vinculado con las drogas y fue detenido en Panamá con un alijo de cocaína líquida. Cumplió condena junto con el colombiano Milton Zambrano, y a los dos los mataron de regreso a Colombia. Según reportes de la DEA –la agencia antidrogas de EU–, difundidos por medios colombianos, Zambrano fue asesinado por uno de sus subalternos, quien luego se convertiría en uno de los capos de los nuevos grupos: Wenceslao Caicedo Mosquera, alias "el señor de la motosierra". "W", como también se le conoce, comparte orígenes con Rayo. Ambos proceden de Buenaventura, y antes de ser traficantes eran pescadores. Caicedo, quien fue detenido en Ecuador el año pasado, era temido por despellejar vivos a sus enemigos. Hoy día, la guerra continúa y el tráfico también. El negocio es controlado por Wilmer Varela, alias "Jabón", y Diego Montoya, apodado "Don Diego".
CRONOLOGÍA DE LAS BANDAS .PRECURSOR: Benjamín Herrera Zuleta, alias "el Papa Negro de la Cocaína", inició el tráfico de cocaína desde El Valle del Cauca hasta Estados Unidos a finales de los años 60. .SUCESORES: Los hermanos Miguel y Gilberto Rodríguez Orejuela tomaron el control con el cartel de Cali en los 70 y dominaron hasta 1995. .HEREDEROS: Desde mediados de los 90, el negocio de las drogas quedó en manos de múltiples redes, entre estas la de Pablo Rayo Montaño. Relacionado: Complejo entramado en Panamá