Los Gatos No Aman 2t4116

Los Gatos No Aman

Homero Torres

Los gatos no aman Homero Torres

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© Homero Torres, 2018

Diseño de la cubierta y maquetación: Homero Torres universodeletras.com Primera edición: enero 2018 ISBN: 9788417139681

ISBN eBook: 9788417139995

Ésta obra la dedico con muchísimo amor a la señorita Grexy Fa- biana Ceballos Rincón, quien también fue la persona que me ins- piró a escribirlo. Para ti querida, que siempre te quise, aunque tú no lo querías y aunque estés con otro hombre, el hombre al que le planches sus camisas y le prepares la cena cada noche, no podrías nunca compararlo conmigo, que aunque digas que cambié mi manera de ser y la manera en la que ahora te trato, no es así, sim- plemente lo hice porque ahora, cada vez que te veo, sufro mucho y cuando te veo con otra persona sufro el doble, quizá nunca fuis- te mía, pero quiero que el mundo sepa que traté de que lo fueras y nunca lo logré, que todo fue en vano. Cuando llegues a tener tus crías y llegues a envejecer, todavía seguiré queriéndote y moriré de esa manera, aunque siga sufriendo, me guste o no, te guste o no. Muchos dirán que no mereces que te dedique esta obra, por- que al leerla dirán que fuiste mala y desabrida conmigo, que un amor como el que sentí por ti no es merecedor de tu persona y quizá tengan razón, para aquellas personas que piensen eso entonces dedico la obra a María José Quintero Terán. Igual aquí estaré, el día que decidas que mi amor vale la pena, ya no podrás venirlo a reclamar porque te deshiciste de él, lo desechaste como la envoltura de un caramelo y ahora, esa envoltura le pertenece a otra persona. Si, fuiste la primera con la que sentí y experimenté el amor, pero nunca me lo diste y quiero que sepas que te quiero mucho, hasta donde un amigo puede querer a una amiga y espero que tu decisión de deshacerte de mí haya sido la correcta y quizá te espere alguien mejor que yo en el futuro, que lo dudo mucho, te deseo mucha suerte y no escribas, no saludes, no trates de co- municarte conmigo de ninguna manera, nunca, porque quiero olvidar que para mí, alguna vez significaste algo, ahora para mí nunca exististe y jamás quiero volver a verte.

Cuídate, Claudia, cuando estés conmigo, porque el gesto más leve, cualquier palabra, un suspiro de Claudia, el menor descuido tal vez un día lo examinen eruditos, y este baile de Claudia se recuerde por siglos.

Claudia, ya te lo aviso. Muchachas que algún día leáis emocionadas estos versos y soñéis con un poeta: sabed que yo los hice para una como vosotras y que fue en vano.

Me contaron que estabas enamorada de otro y entonces me fui a mi cuarto y escribí este artículo contra el Gobierno por el que estoy preso

Ernesto Cardenal Nicaragüense (1925)

Dijo que no perderíamos el o, dijo que seguiríamos siendo amigos, no lo hizo, detesto perder amigos y ella era la única amiga que tenía, pero ya no puedo hacer nada si la otra persona no coopera, me rindo. Hace unos días la vi, se me acercó, me abrazó, fue un abrazo muy cálido, me gustó mucho, luego me preguntó dónde podía sacar algunas copias y le dije que detrás del departamento universitario había un sujeto con una fotocopiado- ra. Ella me agradeció, se dio la vuelta y se dirigió hacia donde le indiqué. Laura, yo la llamaba Laurita, ella me gustaba, era bonita e inteligente, me trataba bien, a diferencia de todos, me gustaba mucho, hasta que hace días la volví a ver, la vi de lejos, y no po- día creer que aquella chica era Laurita, pero si, era ella, había pintado su hermosa y negra cabellera de un brillante color amari- llo combinado con un poco de café claro ya en las puntas, me sentí triste y confundido a la vez, su cabellera negra natural se le veía bonita ¿Por qué cambiaría el color de su hermosa cabellera? No lo sé. Pienso que las personas son totalmente libres de tomar sus propias decisiones, incluso si tienen que ver con su aparien- cia. En la sala de la casa, había un viejo tocadiscos, no se había usado durante varios años, estaba cubierto de polvo y de muchas telarañas, el tocadiscos estaba sobre una mesita, la mesita tenía un espacio debajo, como una especie de anaquel, donde cabía perfecta y precisamente un long play, habían unos cuantos ahí, también llenos de polvo, nunca los toqué, no eran míos, eran de mis padres, solo mis padres podían tocarlos, si algunas vez los quería escuchar yo, tenía que decirle a mi padre o a mi madre cual era el que quería escuchar y ellos lo colocaban en el tocadis- cos, pero de igual manera, yo no pedía eso, no me gustaba la mú- sica, de hecho, hubo un momento en el que llegué a detestarla, cuando era muy joven, incluso cuando era un chiquillo. Había un

long play ya colocado en el tocadiscos, quizá alguien lo oyó y olvidó guardarlo. En la secundaria, conocí a una persona, cuando tenía trece años más o menos, quizá fue el mejor amigo que jamás tuve, él me enseñaba cosas que no sabía y según recuerdo siempre está- bamos de acuerdo en todo. Yo siempre estaba triste y solo, creo que ese era mi pasatiempo favorito, pero mi amigo siempre esta- ba ahí, jugábamos algunos juegos que nos gustaban y cosas así, no nos veíamos si no era dentro de la secundaria, solo pasábamos tiempo en clases y el resto la pasaba solo. Cuando llegué a la edad de catorce años, había entrado a la adolescencia y mis depresiones aumentaron considerablemente, me sentía más deprimido y rebelde de lo que era antes, mi queri- do amigo, Mark se llamaba, llegó a notar mi depresión. Le dije que no me pasaba nada, pero si me pasaba algo, él siempre pre- guntaba que era. - Quiere mucho a tus padres, hermano Él no entendía lo que quería decir, solo se lo decía y él no me preguntaba a qué me refería exactamente. Una vez me dijo que necesitaba relajarme, me preguntó cuál era mi pasatiempo, que hacía para pasar el rato, la verdad que no tenía nada ni a nadie, él no sabía que mi pasatiempo era estar con él, no hacía nada más que eso, hacer cosas con él, cualquier cosa que hiciéramos juntos. Le mentí diciéndole que mi pasatiempo era ver la televisión, él me dijo que debía escuchar algo de música más seguido, que eso me ayudaría a relajarme y controlar el estrés. No le dije que no me gustaba la música, simplemente le dije que lo haría, pero no lo hice y si lo hiciera ¿Por dónde empezaría? Es decir ¿Tendría que escuchar todos los géneros que existen hasta que encontrara uno que me gustara? ¿Tendría que escuchar a un artista solista o alguna banda? ¿Tendría que escuchar lo que estuviera de moda para entonces? Era 1958 y se escuchaba mucho el rock and roll

de Elvis Presley quizá debí empezar por ahí pero no estaba segu- ro, así que mejor pensé en no hacerlo. Acostumbraba de vez en cuando a levantarme temprano, un día más en mi vida, el martes, 4 de febrero de 1959, me levanté, miré a mi alrededor, aún soñoliento, vi la radio que tenía en la mesita de noche, era un radio Zenith Trans-Oceanic con nueve bandas de onda, fue un regalo de navidad de mis padres, regalo que nunca usé hasta ese día, encendí la radio y coloqué una esta- ción radial de noticias, la dejé encendida y me fui a cepillar los dientes, mientras lo hacía escuchaba las noticias, no había nada interesante que hubiera pasado, excepto un accidente aéreo, cuando mencionaron eso puse mucha atención: “Les informamos que el día de ayer, en Iowa, Estados Unidos, hubo un accidente aéreo donde murieron cuatro personas, esas personas eran cono- cidas como Roger Peterson, el piloto de la nave y los tres exitosos músicos Charles Hardin Holley, mejor conocido como Buddy Holly, Jiles Perry Richardson conocido artísticamente como The Big Bopper y el talentoso Richard Valenzuela, conocido como Ritchie Valens, que a sus diecisiete años ya había alcanzado la fama. No tenemos mucha información sobre el accidente, sabe- mos que alquilaron una avioneta porque la calefacción del auto- bús que los transportaba no funcionaba, tenían como destino lle- gar a Dakota del Norte, donde los estaban esperando para dar un concierto, parte de su gira por Estados Unidos pero el avión nun- ca llegó. Les estaremos informando acerca de esto. Para finalizar les dejamos con el tema Donna, escrita e interpretada por el falle- cido Ritchie Valens para su novia”. Todos los días muere alguien, sea famoso o no, nadie se salva de lo más seguro que tienen en sus vidas, morir, porque ni siquie- ra nacer es algo seguro. Sentí lástima por aquel accidente, había muerto tres grandes músicos y un piloto de avión, sus fanáticos habían de estar devastados y más los que compraron entradas

para ese concierto que nunca se dio, escuché detenidamente la canción que colocaron al final de la noticia, era una bonita can- ción, ese muchacho debió de amar mucho a su novia. Luego re- cordé que algunos de los discos que tenían mis padres eran de Buddy Holly. Terminé de cepillarme los dientes y luego apagué la radio, fui a ver los discos de mis padres, el que ya estaba puesto en el toca- discos era uno de Elvis Presley, lo tomé y lo guardé, revisé los demás discos y había encontrado dos de Buddy Holly, me dio curiosidad, así que los escuché los dos, me gustaron varias canciones, como I’m Gonna Love You Too, Peggy Sue y Everyday, del otro sujeto no encontré ninguno, y de Ritchie Valens tampo- co. Quizá a mis padres no les gustaba su música. Empecé a notar, a sentir, las dulces tonadas de aquellas can- ciones que me relajaban, me hacían sentir feliz y sin preocupa- ciones, yo odiaba la música, no me gustaba, la consideraba como solo un ruido con ritmo y rimas que excitaban el sentido auditivo de aquella persona que la escuchara, pero ahora me gustaban al- gunas canciones como Donna y Rave On!, eran canciones que uno no podía dejar de escuchar porque pensaba que eran perfec- tas. Muy seguido empezaba a escuchar la radio y constantemente colocaban canciones de aquellos tres músicos ya fallecidos, sona- ban sus canciones en todas partes, adquirieron mucha más fama después de su muerte y no estaba seguro si esas canciones sona- ban en honor a su muerte o si era un truco publicitario, el caso es que todos las oían para entonces. Tiempo después me di cuenta de que Ritchie Valens solo ha- bía lanzado dos sencillos, no tenía ningún álbum, pero luego, un mes después de su muerte se publicó su primer álbum, el cual tuvo muchas ventas ¿Qué hubiese pasado si aún estuviese gra- bando canciones? ¿Qué canciones hubiese grabado?

Había encontrado algo que me relajaba y todas las mañanas escuchaba la radio, ya no buscando noticias, sino buscando músi- ca, buscando muchas otras canciones que me gustaran. Cada vez que me sentía deprimido recurría a la radio, era mi nuevo mejor amigo. Debo decir que Mark tenía razón, miles de veces que me dijo que escuchara algo de música y no le hacía caso en lo más míni- mo, las dulces tonadas que entraban a mis oídos me tranquiliza- ban, me hacían olvidarme de muchas cosas que me preocupaban y desaparecía mi depresión. No sé por qué no escuchaba a Mark si siempre confiaba en él, quizá no me gusta que me ayuden a salir de mis problemas y preocupaciones, quizá me gusta afron- tarlos yo solo, no lo sé, podría decir que todo está en la cabeza, todo está en la mente. Desde entonces fui otro, ya no me mostraba tan deprimido, aunque muchas veces lo seguía estando y solo algunas veces me mostraba relajado, Mark, aunque no era ningún melómano, escu- chaba música, muy poco, pero la escuchaba, yo la escuchaba siempre, ahora me gustaban canciones de Elvis Presley, Johnny Cash y Jerry Lee Lewis, pero me gustaban mucho más las canciones de Valens, siempre las escuchaba en la radio, para enton- ces, él era mi músico favorito y la radio, mi compañero insepara- ble. Era ya mi último año en la secundaria, los últimos tres años había aumentado mis calificaciones, ahora sacaba mejores notas. Una mañana, un 7 de enero de 1962, era domingo, día libre, es el día en el que más paso escuchando la radio, salir a caminar, mirar las nubes, ver televisión y otras cosas que me gusta hacer. Mi programa favorito de la televisión era The Rocky And Bullwinkle Show, era lo que más me gustaba ver, lo veía todo el tiempo y me gustaban ese tipo de caricaturas, pero a esas horas de la mañana era un poco temprano para que comenzara el show, así que en-

cendí la radio mientras tanto. Cuando la encendí estaba sonando una canción que la letra era idéntica a la canción tradicional My Bonnie lies over the ocean, me detuve a escuchar el resto de la canción, era esa misma, pero la adaptaron a un ritmo muy rocan- rolero, se oían guitarras eléctricas, bajos y batería, My Bonnie lies over the ocean en su versión rock and roll, me gustó mucho. El presentador de la radio habló algo sobre el tema, que era acredi- tado a Tony Sheridan & The Beat Brothers y formaba parte de un disco sencillo. Esos muchachos tenían buen ritmo, tan solo toma- ron una canción tradicional y la transformaron a su propio estilo. Estuve un rato escuchando la radio y luego la apagué cuando co- menzó mi programa de televisión, adoro a Rocky y Bullwinkle, no lo dejaría de ver, aunque pasaran un episodio que ya hubiera visto. Cuando terminó el show, me abrigué y salí a la calle, fui al centro de la ciudad, recordé que ahí había una tienda de discos, era donde mis padres solían comprar sus discos y algunas veces me llevaban con ellos. Había entrado a la tienda, había mucha variedad de discos, muchos discos de distintos músicos y bandas, yo estaba buscando el sencillo que había escuchado esa mañana, de verdad me había gustado muchísimo. Busqué el pequeño vini- lo hasta que lo encontré, había varios y tomé uno. Eran muy cos- tosos, cada sencillo costaba tres libras. También me di cuenta de que había un álbum con el mismo in- térprete del sencillo, también lo tomé y lo miré detenidamente, lo observé por detrás y noté que las canciones que contenía el senci- llo también estaban en el álbum, sin embargo, quise comprar los dos. El álbum costaba siete libras Pagué y salí de la tienda, tomé el sencillo y el álbum y los ob- servé bien mientras caminaba a casa, había comprado mi primer álbum y mi primer sencillo, de hecho, había comprado lo primero que tenía que ver con música. Cuando llegué a casa, lo coloqué

en el tocadiscos y oí una vez más la canción, era perfecta y en mi opinión, trataron de hacer lo mismo que hizo Ritchie Valens con La Bamba, tomar una canción tradicional y adaptarla con un esti- lo de rock and roll, canciones que ya tenían años sonando y luego esta gente llega y crea su propia versión de esa canción tradicio- nal. Son unos genios. Del otro lado del sencillo estaba la canción The Saints, tam- bién, una canción tradicional, la reproduje y cuando la escuché, al principio, era un poco más lenta y tranquila que My Bonnie, aun- que no perdía el estilo rocanrolero, estaba presente, pero no tanto como el blues y el jazz, eran excelentes canciones y me gustaban mucho. Era el turno del álbum, cuando lo reproduje, solo hubo una canción que me gustó más que todas las otras (a parte de las dos que estaban en el sencillo), era Sweet Georgia Brown. Había llegado el día de mi graduación, era el día en el que al fin saldría de aquella prisión, los cinco años que pasé encerrado en la secundaria fueron los peores cinco años de mi vida y pensar que todos dicen que esa etapa es la mejor que pasa en la vida, para mí fue horrible, fue detestable, la odié, y de no ser por Mark, hubiera estado a punto de incendiar la secundaria, asesinar a to- dos los profesores y cosas así, pero me retuve, finalmente me gradué, con una bola de tarados y retrasados que aspiro no volver a ver nunca, solo le agradezco a Mark por haber estado conmigo. Ya solo tendría que verlos un día más ¡UN MISERO DIA MÁS! Y acababa con eso, era en el acto de graduación, a todos los que se graduaban los sentaban adelante y por sus apellidos en orden alfabético, me tocaba siempre estar de último, por la inicial de mi apellido, por comenzar por la letra T. No estoy descontento con mi apellido, pero por lo menos por esta vez ¿No podrían cambiar el orden de las personas y no dejarme a mí de último como siem- pre lo hacen? No sé, quizá ordenándonos por orden alfabético de

nuestros nombres o sacar números al alzar de un sombrero. En fin, me tocaba estar una vez más de último. También fui el último en recibir mi diploma, el último idiota en recibirlo. Ya me estaba cansando de ese día y después de que todos reti- ramos nuestros diplomas, entró a hablar el idiota más tarado, des- preciable y orgulloso de la clase a decir unas palabras en nombre de todos los otros idiotas que se graduaban. A todos les caía muy bien ese desgraciado, menos a mí y a Mark, era un imbécil, se creía el mejor de la clase, como odiaba a ese insecto. Cuando subió al escenario empezó con su discurso barato y empezó a decir cosas como “Hoy, 4 de agosto de 1962, es un día histórico «¿Ah sí? ¿Histórico porque vendrá Dionisio el Tirano a matarte, imbécil?» Hoy, treinta y cuatro alumnos se gradúan e iniciaran una nueva vida «¿Con eso quieres decir que le venderás tu vida a Satanás y comprarás una nueva de lo miserable y deprimente que es?» Yo recordaré a cada uno de mis compañeros y los llevaré en mi corazón «Por favor, que gay eres al decir eso» y bla, bla, bla y más BLA…” Ese idiota seguía con su discurso y yo respondía en mi cabeza cada idiotez que decía. Solo deseaba que se callara y le cayera un rayo, le dispararan o alguna otra cosa, aunque sea que le cayera una lámpara que estuviera colgada en el auditorio, como pasa en las caricaturas. Cuando terminó ese idiota (finalmente se subió otro idiota más, era el director de la secundaria, hablando idioteces como siempre, yo estaba que me quedaba dormido, con ganas de salir de ahí gritando: “¡Todos son unos cabrones imbéciles, me largo de aquí!” y quizá si me hubieran dejado hablar a mí al micrófono, hubiera insultado a todos los profesores que se encontraban ahí más al director, ya que me había graduado y no podían hacer na- da, pero creo que no me dieron el micrófono porque tal vez veían venir eso, así que se lo dieron al idiota orgulloso y se puso ahí a hablar mierdas.

Había terminado de hablar, pero ahora llamaban a cada uno de nosotros para recibir el diploma… y eso no es todo ¡NO! Después de recibir el diploma tenían que tomarnos una fotografía a cada uno, pero eso no fue lo peor, no, claro que no, luego de que le tomaron la foto al último de los idiotas (o sea, a mi) teníamos que tomarnos una foto en grupo, con todos los treinta y cuatro alum- nos, el fotógrafo empezó a contar hasta tres para tomar la foto, cuando llegó a tres, yo levanté mi mano y saqué mi dedo medio y tomó la foto y creo que hasta el día de hoy ese dedo medio pasó desapercibido ¿Cómo? No tengo ni la más remota y mínima idea, pero supongo que es porque, al igual que en la vida real, en la fotografía también me ignoran. Después de que ya había pasado toda esa tontería, ya nos po- díamos ir, pero entonces, antes de irme, Mark me dijo que nues- tros estúpidos compañeros me querían ver, estaban planeando algo, no sé, salir a comer o algo así, para “celebrar” nuestra gra- duación. Que idiotez, por supuesto que no iría, eran las personas más irritantes que había conocido. Me pidieron que fuera y luego les dije que como demonios iba a ir si teníamos cinco años ence- rrados en la misma habitación y jamás me dirigieron la palabra, para ellos era un estorbo, me dijeron que querían que yo fuera para que todos los alumnos estuviéramos completos y luego se- guir tomando más fotos inservibles. “Lo lamento, pero búsquense otro idiota y háganlo pasar por mí, porque no iré con gente como ustedes solo por interés, tendría que estar muy desesperadamente solo para andar con ustedes”. Mark también se negó a ir, a él no le gustaba salir, y con ellos mucho menos, eran unos idiotas. Mark no quería ir porque no iba yo, claro, si hubiese ido yo, él quizá hubiese ido también, solo para estar conmigo porque ellos son irritantes y si yo no hubiese ido y Mark si, él no habría hecho absolutamente nada allá, porque no soportaría a esos cretinos.

Finalmente me había graduado, tomé mi diploma y lo eché en la basura, lo hice porque no necesitaba de la universidad, me vale mierdas estudiar una carrera en la universidad donde me sigan oprimiendo como lo hicieron en la secundaria por unos cuantos años más y hacer todo lo que diga el cabrón profesor y obligarnos a cortarnos el cabello porque ellos son unos miserables pelones que están celosos de nuestras melenas. Mi padre me dijo una vez “Cuando termines la secundaria podrás unirte al negocio, por los momentos no puedes” y ya finalmente podía ocuparme de nuestro negocio familiar. No salí de vacaciones, mucha gente salía de la ciudad en esas fechas a conocer otros lugares, yo no, yo solo me quedaba en casa, desperdiciaba mis vacaciones trabajando en nuestro negocio familiar, no era del todo un desperdicio, porque me gustaba estar ahí, pero a veces quería vacacionar, como antes lo hacía, cuando era un niño, un pequeño e inocente niño ¡Qué días! Ojalá volviera a ser un niño y volver a ser feliz, pero es uno de esos deseos que son literalmente, imposibles de cumplir. Trabajando en el negocio se me fue el tiempo, tan rápido que no lo vi irse y ya mi cumpleaños estaba tocando a la puerta, odia- ba mi cumpleaños, de verdad lo odiaba, no me gustaba, la prime- ra razón era que a todos los que invitaba a mi cumpleaños no ve- nían a celebrarlo conmigo, también lo odiaba porque no quería seguir cumpliendo años, quería tener la misma edad otra vez, ser un niño de nueve años por siempre, pero, en fin. Ya estaba aquí mi cumpleaños y no podía hacer nada, en nuestro negocio siem- pre organizamos algo para los cumpleañeros y esa fue la única fiesta de cumpleaños verdadera que tuve, con compañeros, com- pañeros de trabajo, pero eran compañeros, un pastel, refresco de cola y muchas bebidas alcohólicas. Después de mi cumpleaños, el domingo, 28 de octubre, me le- vanté en la mañana, aún estaba cansado, pero tenía que levantar-

me, ya era de día. Encendí mi pequeña radio, solo me quedé ahí sentado encima de la cama, solo escuchando la radio, sonó una canción que no conocía y luego de esa sonó otra canción, que por cierto, tampoco conocía, pero me detuve a escucharla, con mucha atención la analizaba, era una canción que yo definiría como “perfecta sin mucho esfuerzo”, era una canción muy simple, con acordes simples, una percusión simple, un ritmo simple y una letra muy simple y lo que más me llamó la atención de esa can- ción fue la armónica que la acompañaba, también, muy simple, ese sonido repetitivo de la armónica que se oye en la canción, se repetía una y otra vez, era como una especie de riff ¿Pero de armónica? Me había gustado mucho esa canción, quería llamar a la radio para que la repitieran, pero enseguida el presentador habló: “Buenos días radio oyentes, llegó la hora de despedir nuestro programa y lo hicimos con este tema llamado Love Me Do de la banda británica The Beatles, un excelente tema, sintonicen nues- tro programa mañana a la misma hora, esto es Radio Luxembur- go” Quería oír ese tema de nuevo, de verdad que me había gusta- do. Me levanté de la cama y me alisté para salir, caminé hasta la tienda de discos, iba diciendo en mi cabeza Love Me Do repetidas veces, una detrás de la otra para que no se me fuera a olvidar, cuando llegué, empecé a buscar el disco, el nombre de la banda ya se me había olvidado, solo me grabé el nombre de la canción, pero estaba seguro de que, al ver el nombre de la banda, lo reco- nocería. Al encontrarlo, vi la portada del sencillo, podría descri- birla como la canción, muy simple, solo mostraba a los integran- tes de la banda, las palabras The Beatles y Love Me Do en la parte inferior izquierda sobre un fondo amarillo. Cuando leí The Beatles, recordé el nombre de la banda cuando la dijeron por la radio. Costó tres libras, también compré un tocadiscos de cuaren-

ta y cinco revoluciones por minuto por treinta y cinco libras, no tenía baterías, las tenía que comprar aparte y compré ocho. El pequeño tocadiscos solo requería cuatro baterías, pero compré ocho para cuando unas ya no tengan energía, reemplazar- las con las otras cuatro. También tenía un adaptador de poder de corriente alterna. El tocadiscos tenía la forma de un pequeño ma- letín de unos 25x35x10 centímetros y pesaba alrededor de dos kilos y medio. Caminé hasta la plaza del pueblo y cerca de ahí, había un restaurante donde compré un sándwich y un jugo de fresa. Salí de ese restaurante y me fui a la plaza del pueblo, me senté debajo de la sombra de un gigantesco árbol frondoso, me recosté a él y abrí el pequeño maletín que acababa de comprar, tenía dos bocinas, una al lado de la otra ubicadas en la tapa superior del maletín, le introduje las baterías y luego reproduje el sencillo que había comprado, los sencillos solo tienen una canción de cada lado, una del lado A y otra del lado B. En el lado A estaba Love Me Do y en el lado B, una canción llamada P. S. I Love You. Lo empecé a reproducir primero por el lado A y oí otra vez esa can- ción, esa dulce y pegajosa tonada que escuché esa mañana. Cuando terminó, le di la vuelta y reproduje el lado B, también, una tonada simple, pero con mucho ritmo, una letra muy román- tica, pero aún me seguía gustando más Love Me Do, así que le di la vuelta de nuevo y reproduje el lado A, la reproduje una y otra vez, toda la mañana, no me dejaba de gustar. Era muy feliz con mi nuevo sencillo, la verdad que sí, era una persona muy solitaria, desde que salí de la secundaria no había vuelto a ver a Mark, podría hablar de este sencillo con él, pero hace mucho tiempo que no le veo. Ojalá conociera a alguien, al- guna persona para hablar sobre esta canción, que le guste tanto como a mí y que me dé su opinión, quizá, algún día la conozca, pero por lo visto no sería ese día, había pasado tanto tiempo dis-

traído en la canción que ni cuenta me di de que ya había oscure- cido, recogí mis cosas y me fui a mi casa. Entré a mi habitación, me senté en mi desordenado escritorio, hice algo de espacio y coloqué mi tocadiscos, de nuevo reproduje el sencillo por el lado A, una vez más observé la portada y con- traportada del sencillo que se reproducía. La música siempre ha sido costosa, hace un tiempo atrás, más que todo en la pasada década, comprar un disco equivalía a casi un día completo de trabajo, los que podían comprar discos era porque eran bien pagados y los que podían escuchar estos discos era porque los prestaban o los intercambian por otros temporal- mente. El resto de las personas solo compraban una radio y escuchaban cualquier emisora musical que les gustara. Desde ese día, escuchaba diariamente Love Me Do, lo repro- ducía todos los días, cada vez que podía, se había convertido en mi canción favorita, tiempo después me di cuenta de que esos sujetos que se hacían llamar The Beatles eran los mismos Beat Brothers, los que tocaban junto a Tony Sheridan My Bonnie y sus otras canciones, ahora formaban una banda propia, sin Tony. Había llegado 1963, diría que el año 1962 fue algo regular, por una parte, porque al fin salí de la secundaria, por otra parte, por- que estuve con una bola de inútiles encerrado en esa secundaria. Estuvo regular y aunque fueron más las cosas malas que me pasa- ron, esperaba que el año 1963 fuera mejor, solo eso pude pedir, aunque era inútil pedirlo, pero igual lo hice. La mañana del día viernes, 22 de marzo, una mañana fría, me levanté de mi confortable cama, lo primero que hice fue encender la radio que nunca cambiaba de lugar, siempre estaba junto a mí cuando despertaba, sobre la pequeña mesita de noche, estaba sin- tonizada mi estación radial favorita, nunca la cambiaba, siempre estaba sonando Radio Luxemburgo. En el momento que la en-

cendí, el locutor estaba hablando sobre unos discos, le subí un poco el volumen y fui a ducharme. Cuando salí del baño, el presentador aún estaba hablando en la radio, hasta que se despidió y finalmente dijo “Buen día queridos oyentes, son las 7:00 de la mañana y ha llegado la hora de irnos y para finalizar con el programa de hoy les traemos el exitoso sen- cillo Love Me Do, de la banda británica The Beatles. Hoy sale a la venta su álbum debut titulado Please Please Me que contiene el sencillo que ahora oirán a continuación. Están escuchan- do Radio Luxemburgo” No era necesario oír el sencillo que ya compré porque ya había oído la canción en la radio, solo algo me llamó la atención, el locutor dijo que ese día, 22 de marzo, salía a la venta el álbum debut de esa banda, me emocioné mucho, porque ya tenía meses escuchando solo dos canciones del mismo interprete, jamás me aburrieron esas dos canciones, pero sentí curiosidad por su nuevo álbum. Cuando terminó la canción, apagué la radio y terminé de ves- tirme, tomé mi equipaje, necesitaba unas vacaciones, las primeras vacaciones de ese año, mis padres habían comprado una casa en un pueblo un poco lejos de la ciudad, solo estaba a casi cuatro horas de ahí, hacía ya un tiempo que esa casa no tenía una visita y quería pasar un tiempo allá. Esa mañana, antes de salir, hablé con Fred Moore, le dije que dejaría la ciudad durante un tiempo para ir al pueblo, a ver cómo iban las cosas en el negocio de allá y le pedí que se encargara de todo mientras no estaba. Al salir de casa, respiré profundo y suspiré, me sentía confor- table, eran las 7:12 de la mañana, seguía pensando en ese álbum que nombraron en la radio. Mientras iba caminando, iba tararean- do Love Me Do. Se sentía bien.

Empecé a revisar por los diferentes estantes aquel disco que nombraron por la radio esa mañana, pero no lo encontraba. Pensé que tenía que estar ahí, en alguna parte, ya que salía a la venta ese mismo día, a menos que el presentador me haya mentido, pero no… no puede hacerlo ¿O sí? Después de un tiempo buscándolo, lo había encontrado, Please Please Me llevaba como título y me hizo gracia al visualizar la portada. Pagué por el disco y tomé un taxi hacia la estación de autobús, mucha gente había allí, por cualquier lado que miraba había una línea de personas comprando sus boletos para el autobús, solo había filas en las taquillas que vendían boletos a las ciudades, por suerte, yo quería salir de la ciudad. Me dirigí a mi taquilla correspondiente para comprar mi bole- to, solo había dos personas en esa taquilla comprando boletos, hasta que llegó mi turno y compré el mío, el autobús salía a las 8:00 en punto y eran las 7:44 de la mañana, mientras que espera- ba a que mi autobús saliera decidí pasearme por la estación, buscando algo para desayunar, algo rápido y ligero. Encontré un pequeño local donde servían solo sándwiches, de diferentes tipos, incluso el que uno mismo quisiera comer a su gusto, no quise ponerme creativo y tampoco quería un sándwich con tantas cosas, solo pedí dos sándwiches de jamón y para to- mar, una Coca-Cola. Luego fui a localizar el autobús, cuando lo encontré y me subí, estaba casi vacío, solo cuatro personas estaban viajando en aquel bus, yo me senté en uno de los primeros lugares a terminar de desayunar. Ya había salido el autobús hacia su destino, mientras estaba en marcha quise dormir un poco, pero solo dormí la mitad del reco- rrido, el resto lo pasé viendo el paisaje a mi alrededor. Contemplé como poco a poco me alejaba de la catastrófica ciudad y me

aproximaba más al pequeño y tranquilo pueblo rústico, sentía cada vez más emoción porque descansaría un poco. Había llegado finalmente el autobús, me bajé y luego busqué un taxi que me llevara a mi casa, muy cerca del centro del pueblo, ahí era más fácil encontrar un taxi disponible ya que no hay tanta gente en esos pequeños pueblos y le di la dirección para que me llevara a mi hogar. Al llegar, miré hacia mi casa, en realidad no era como la recordaba, parecía más bien una tétrica casa embru- jada, el pasto estaba crecido y la casa descuidada, el buzón estaba un poco oxidado y las ventanas empolvadas, tomé el equipaje y entré. Era mediodía, el resto del día lo pasé encerrado en esa casa hasta la hora de dormir. A la mañana siguiente, bajé con mi tocadiscos en la mano y tomé asiento en el comedor, solitario también, a veces me gusta- ba imaginar que mis padres seguían ahí, sentados en esas sillas vacías, si no hubiesen muerto en ese restaurante turístico cuando iban de viaje a ese mismo pueblo, mi hermana también fue con ellos. Yo me quedé en Mecebo, por algunos asuntos de la secundaria que tenía que atender primero, acordé con ellos que días después los alcanzaría, pero… La tragedia me ahorró la molestia. Dos oficiales de la policía llegaron a mi puerta y me lo informa- ron. Mientras ellos me miraban cerré la puerta, lenta y suavemen- te, me di la vuelta y una lágrima cayó sobre el suelo de madera. Ese día reflexioné. No comeré más la deliciosa comida de mi madre, no escucharé más lo sabios consejos de mi padre, no pe- learé más las tonterías que graciosamente discutía con mi herma- na. Se habían ido. Ya no estaban. Aún seguía sentado ahí en el comedor, junto con esas tres sillas vacías, recordar esas cosas hacía que me sintiera melancólico y muchas lágrimas emanaban continuamente de mí, no se detenían. Muchas veces había intentado suicidarme desde ese entonces, lo intenté primero pormis propios medios, el día del accidente,

pero no tuve el valor de hacerlo. Otro día me paré en la carretera y un auto me atropelló, por desgracia sobreviví. Otro día le pagué a unos sujetos para que me mataran a golpes, pero no lo hicieron, solo me dejaron mal herido, inmóvil, me quitaron el resto de lo que tenía y se fueron, no terminaron su trabajo. Aún estaba sentado en ese comedor, decidí colocar mi canción favorita y pensé: “Si aún no me he matado para entonces, quisiera conocer gente, con la cual dialogar, y cambiar opiniones, pero para mí es difícil, solo, algún día quisiera conocer a alguna bonita chica y dedicarle esta hermosa canción”. Las únicas personas con las que hablaba ahora ya no estaban, estaba solo. Finalmente me levanté del comedor y la tristeza se apoderó de mí, me refugié en uno de los rincones más oscuros de la casa, mientras el sencillo seguía sonando, yo lo escuchaba desde ese rincón y me sentía pequeño, podía ver todo el inmenso planeta, con sus organismos vivos y todos sus objetos materiales dando vueltas a mi alrededor. Sentí miedo. Sentí que el mundo entero me aplastaba, me consumía. Era verdad, estaba solo, estaba solo, pero… algún día dejaría de estarlo, cuando conociera a alguien o me suicidara, lo que pasara primero. El domingo 24 de marzo, me levanté y busqué algo de ropa en mi closet para después darme un baño, cuando abrí el closet, to- mé la ropa y cuando la saqué, noté que detrás de la ropa había una guitarra, una vieja y empolvada guitarra, era la guitarra que usaba cuando no me gustaba la música y mi padre me obligaba a tocarla. La tomé junto con la ropa, me bañé, me vestí y luego tomé la guitarra y la saqué de su estuche, la vi, la acaricié, tenía deseos de tocarla, pero no sabía cómo, quise aprender a tocarla y decidí que podía volverme a inscribir en el conservatorio que estaba frente a la plaza del pueblo, donde tomaba antes mis clases (obligadas) de guitarra.

Salí de casa y me dirigí al centro del pueblo, llegué al conser- vatorio y pedí inscribirme en el curso de guitarra para principian- tes, estaba seguro que con un poco de práctica y que supiera al- gunos acordes, podría sacar alguna canción que me gustara y to- carla en la guitarra. Me inscribí y me informaron que al día si- guiente publicarían en una cartelera que estaba en la entrada to- das las listas de los alumnos inscritos, los ordenarían por instru- mento musical, solo tenía que buscar el instrumento musical que me asigné al inscribirme y mirar con que maestro me tocaba, en que salón y a qué hora y comenzaría el martes 26 de marzo. Y así lo hice. Cuando llegó el día de mi primera clase, me levanté de la ca- ma, algo emocionado, en esa ocasión usé una camiseta negra que tenía dibujada una pieza de dominó animada, comiendo y muy obeso y debajo decía Fats Domino haciendo alusión al músico, cantante y compositor americano del mismo nombre, era una camiseta muy graciosa para cualquier fanático. Salí de casa con la guitarra, me dirigí al conservatorio y entré a mi salón correspondiente, una vez ahí, solo esperé por el maes- tro, ya había personas que se conocían y eran amigos ahí, yo no conocía a nadie. Cuando llegó el maestro, miró a todos los alumnos, ya él co- nocía a la mayoría, luego empezó a ordenarnos en grupos, las personas que estaban más avanzadas era un grupo, las que le se- guían era otro, y así, hasta el grupo de los idiotas principiantes que no sabían nada, ahí quedaba yo, pero yo era el único alumno principiante, o sea que me tocaba quedar solo ¡Que novedad! El maestro se me acercó, preguntándome que sabía hacer con la guitarra, si sabía algunas canciones o algunos acordes, yo le respondí que no sabía absolutamente nada y luego él me dijo que podría empezar agilizando los dedos así que me enseñó una espe- cie muy simple de fingerpicking donde tocaba con el pulgar la

cuarta, quinta y sexta cuerda, que son las cuerdas graves y con los otros dedos la primera, segunda y tercera que son las cuerdas agudas. También me enseñó unos tres acordes para que el finger- picking sonara bien. Tomé una silla, un atril, la guitarra y los tres acordes que me dio el maestro, pensé que era inútil un atril para solo ver tres acordes ¿Pero en que otro lugar los podría colocar? Me senté en un rincón del salón, mirando hacia la puerta y empecé a practicar lo que me indicó el maestro. Era algo aburrido y ya me estaba arrepintiendo de haber tomado clases de guitarra. Ya media hora después de estar practicando, había entrado al salón una chica, una bonita chica de cabello rizado, usando lentes, era como de ciento setenta centímetros de altura y llevaba su guitarra en la espalda, se dirigió hacia el maestro, habló con él y luego tomó una silla y un atril y se sentó del lado opuesto de donde yo estaba sentado, pero tampoco muy lejos de mí y mirando hacia donde yo estaba, sacó sus partituras y su guitarra de su estuche y empezó a practicar, noté que ella estaba muy avanzada en cuanto a la guita- rra, ya que hacía un fingerpicking más rápido y complejo que el que yo hacía y también noté que su partitura estaba escrita con el sistema de notación musical sobre un pentagrama, a diferencia del mío que solo tenía seis líneas horizontales mal dibujadas que representaban las cuerdas de la guitarra y tres verticales que re- presentaban los trastes y unos puntitos negros sobre las líneas horizontales que era donde tenía que poner mis dedos. Ella tocaba su guitarra con tal velocidad que me detuve unos minutos a mirarla, ella sabía que yo estaba hipnotizado de como tocaba aquella guitarra, pero no me ponía atención, ella solo se- guía tocando. Dejé de mirarla y seguí practicando lo mío, algunas veces, cuando miraba mi atril, miraba ligeramente hacia ella y me daba cuenta que ella también me miraba ligeramente a mí y des- viaba la mirada cuando yo lo hacía.

Ya cuando había acabado el tiempo de mi clase, tomé mi gui- tarra y la guardé en el estuche junto con el papel que tenía los acordes, cuando me levanté para irme, me quedé mirando unos segundos más a esa talentosa muchacha mover sus dedos en su guitarra. En ese momento tomé una silla, me armé de valor y me senté frente a ella. Ella se me quedó mirándome, no me respondió, supongo que estaba nerviosa o no sabía a qué me refería. En ese momento empezó a tocar un trozo de la partitura que estaba practicando y la tocaba sin complicaciones, como si fuera lo más sencillo del mundo, como si ya la hubiese tocado un mi- llón de veces. Miré mi camiseta, había olvidado por completo que tenía puesta la del dominó obeso. Ella no contestó, simplemente tomó su guitarra y empezó a to- car Ain’t That A Shame, pero no la cantaba, solo la tocaba, la to- caba dando rasgueos a la guitarra, de arriba hacia abajo junto con los acordes, le había salido muy bien, pero le hubiese salido me- jor si la hubiese cantado.

Al decir eso, ella, en ese momento empezó a tocar la canción en su guitarra, esa la tocaba con un estilo de fingerpicking, pero muy rápido y mucho más complicado porque usaba casi todos los trastes de su guitarra, solo tocó un trozo de la canción. Sorpresa para mí, ella empezó a tocar también esa canción, esa era un poco más lenta, así que no la vi tan complicada, aunque también me sorprendió que la tocara. Me ganó en mi propio juego cuando comenzó a tocarla, tam- bién con una técnica de fingerpicking, pero un poco más modera- da, en realidad me dejó sorprendido, jamás conocí a alguien que tocase así la guitarra y que tocara canciones que me gustaran. Cuando terminó de tocar, extendí mi mano hacia ella. Ella colocó su pequeña y delicada mano sobre mi palma muy femeninamente. Tomé mi guitarra y me fui a casa, estuve practicando un poco lo que me dijo el maestro, tratando de hacer un fingerpicking para agilizar los dedos, con un poco de práctica podría lograrlo y quizá hacer un fingerpicking tan bueno como el de Marcie June. Al día siguiente fui al conservatorio, le mostré al maestro cuanto había mejorado practicando en casa, pero según él, no había mejorado nada, seguía deteniéndome en la misma veloci-

dad o en el mismo Tempo como lo llamaba él, seguía practicando, esperando a la bonita chica hasta que al fin entró al salón, yo es- taba sentado en el mismo lugar en el que estaba ayer y cuando ella me vio, me saludó con la mano desde la puerta y yo levanté mi mano para devolverle el saludo. Cuando entró, estuvo hablan- do con el maestro y luego se sentó a practicar con otro sujeto. Supongo que estaban tocando un dúo o el maestro los evalua- ría en pareja, cualquier cosa con la que no tuviera que ver yo era bueno, solo esperaba no haber dicho nada tonto y sin sentido el día anterior para que solo me haya saludado desde la puerta y luego practicar con otro sujeto. Tiempo después, el muchacho ya se había ido y yo estaba algo concentrado practicando mi fingerpicking, hasta que terminó mi horario de clases. Vi a Marcie June practicando solitariamente y decidí ir hasta allá a saludarla como se debía. Me senté junto a ella y miré la partitura que estaba practicando, era la de El barbe- ro de Sevilla compuesta por Gioachino Rossini.

En realidad, no sabía que decir, prácticamente ya no me estaba pidiendo que me quedara con ella, sino que me lo ordenaba y yo, como buen perrito regañado, fui allá y tomé una pequeña siesta tirado en la mesita donde yo practicaba. Ya llevaba alrededor de diez minutos durmiendo, luego Marcie June trataba de llamar mi atención susurrando para despertarme, cuando me desperté me indicó con su mano que fuera hacia donde estaba ella. Ella llamó al maestro y luego le empezó a tocar la partitura en guitarra de El barbero de Sevilla, la tocaba muy bien a pesar de tener algunos fallos y en una ocasión paró de tocar porque no recordaba la siguiente nota, tocó aproximadamente unos cinco minutos y la tocó bien, no se espera que una composición tan majestuosa y complicada se toque a la primera. Cuando había terminado de tocar, el maestro tomó nota y le dijo que practicara un poco más. Tomé mi guitarra y ella tomó la suya y salimos del conserva- torio, ella empezó a caminar delante de mí, y solo veía su guitarra que la llevaba en su espalda, la guitarra llevaba algunos botones, entre ellos uno que tenía el símbolo nazi, no sabía si con eso que- ría decir que ella era nazi, pero me empezaba a interesar mucho. Seguíamos caminando, me preguntaba que tenía ella en mente, empezamos a caminar por la acera en línea recta, hasta que cru- zamos en la próxima calle a la izquierda, luego a sesenta metros cruzamos a la izquierda y volvimos a caminar en línea recta hasta que le dimos la vuelta a la manzana, en realidad… no tenía idea ni siquiera de porque la estaba siguiendo.

Caminamos durante unos minutos más y ninguno habló hasta entonces. Luego quise romper el hielo. Ya habíamos dejado de dar vueltas a la manzana y ella co- menzó a caminar hacia la parada de autobús, estuvimos callados unos minutos.

Habíamos llegado ya a la parada de autobús y aún el autobús no había llegado, me seguía matando de curiosidad el botón que tenía el estuche de su guitarra con el símbolo nazi y aproveché ese tiempo para preguntarle. Ya estaba llegando el autobús que ella esperaba, ya era su hora de irse, el autobús se detuvo en la parada y todos se subieron, ella fue la última en subirse.

Se subió al autobús y luego se marchó, yo me fui caminando a mi casa, no quedaba tan lejos de esa parada de autobús. El resto de la semana iba al conservatorio, no tanto por apren- der a tocar la guitarra, sino por Marcie June, cada vez que finali- zábamos el horario de clases hacíamos lo mismo que aquel día, darle la vuelta a la manzana unas cuantas veces y luego esperá- bamos el autobús y ella se iba. Ya el miércoles, 3 de abril, salimos del conservatorio y quise hacer algo diferente, quise invitarla a algún otro lugar para no seguir dando la vuelta a la manzana, pensé que podríamos apro- vechar ese tiempo para hacer otra cosa juntos que no sea caminar en círculos. Lo que ella decía quizá era verdad, ese pueblo era un centro agrícola y istrativo de al menos cuarenta mil habitantes y una superficie de cuatrocientos kilómetros cuadrados, la mayor parte de esos kilómetros cuadrados eran pequeños bosques, mon- tes y espacios para la siembra y la agricultura. El pueblo solo tenía una entrada y una salida que era por donde transitaban los autobuses y los automóviles particulares. Estaba rodeado por montañas, al estar en el centro del pueblo y ver a lo lejos solo se podían ver montañas y era como estar encerrado, una sociedad aislada del mundo, era casi como estar en un valle, pero, aunque no lo fuera, daba la impresión. El pueblo también se caracterizaba por no tener muchas calles y avenidas y las pocas que tenía, la mayoría eran empinadas, tenían declives, y las carreteras estaban inclinadas así que cuando se iba a visitar a un amigo o hacer las compras en el supermercado, se llegaba algo cansado de subir y

bajar. En conclusión, era un pueblo realmente pequeño y debido a esto, al salir de casa a la escuela, por ejemplo, era posible encon- trarse con al menos diez conocidos en el camino. Ella se detuvo a pensarlo un momento, no sabía si aceptar mi invitación o rechazarla Había una heladería muy cerca de ahí y también quedaba cerca de la parada de autobús, caminamos hasta allá y ahí vi el letrero que decía Cuarenta y nueve sabores. JA, el nombre me resultó algo curioso. Jamás había comido helados en esa heladería y no sabía si Marcie los había probado antes pero igual, ambos entra- mos al establecimiento, no era un lugar muy amplio, pero se veía bien, me puse a detallar el lugar, me gustó mucho y solo tenían a dos personas atendiendo los pedidos porque como ya mencioné antes, el lugar no era tan amplio. Fuimos a pedir un helado para cada uno y vimos a través del cristal para ver los sabores, había exactamente cuarenta y nueve sabores de helado, que gracioso, jamás me imaginé que fuera verdad. Había gran variedad de he- lado, de diferentes sabores y tamaños, cuando le pregunté qué helado le gustaría comer, sin pensarlo mucho escogió el más ba- rato, ella pidió el clásico de chocolate y yo pedí uno de limón, ella empezó a buscar dinero en su cartera para pagar su helado, cada cono de helado costaba una libra, ese era el más barato, y la verdad, una libra era muy costoso para un helado, le recordé que yo pagaría los dos helados pero ella se rehusó, rápidamente saqué de mi bolsillo dos monedas de una libra y pagué.

No dijo nada, simplemente vi cómo le daba la primera lamida a su helado mientras me dirigía la mirada directamente. Nos diri- gimos a una mesa para tomar asiento y un rato después se abrió una conversación. parada, estaba pensando en cómo pedirle su número de teléfono, pero al mismo tiempo pensaba que haría en caso de que no me lo diera, seguí caminando, ella adelante y yo atrás, porque las aceras en Rillujot eran muy angostas. Luego miré en el estuche de su

guitarra otra vez el botón nazi y con eso, me vino a la mente una manera de quitarle su número inocentemente. Cuando llegamos a la parada para esperar su autobús, empecé a reír, pero con la boca cerrada, sonriéndome y riendo por dentro, para que Marcie June notara mi pequeña y burlona risa. Así estuve entreteniéndola hasta que finalmente había llegado su autobús. En ese momento saqué de mi bolsillo una pequeña libreta donde anotaba todos mis números de teléfono. Ella notó que la libreta estaba toda arrugada y se había mojado, cuando la abrí para anotar el número tuve que despegar las páginas con cuidado para que no se rompieran y algunas se habían mojado tanto que eran imposible separarlas porque se romperían. A ella le causó mucha risa eso y empezó a reír a carcajadas descontroladamente.

tenía la libreta en mi bolsillo y me quedé así mojado, cuando me di cuenta de que la libreta se había mojado era tarde porque ya se había secado y todas sus páginas se pegaron y perdí algunos nú- meros Escuchar esa anécdota le causó aún más risa de la que ya te- nía, casi iba a asfixiarse de la risa, se reía de mí sin parar. ¿Sí o no? Anoté su número y se despidió de mí, subió al autobús y yo me quedé ahí parado, viendo como el autobús se alejaba del lugar y cuando desapareció totalmente de mi vista, empecé a caminar a casa, esperé a que se hiciera de noche para poder llamarla, mar- qué el número telefónico y ella me respondió, estaba algo nervio- so, por unos segundos me quedé callado, cuando le contesté no había un tema de conversación del que pudiéramos hablar, así que decidí contarle de que me reía: le conté que era sobre un chis- te de Hitler, donde su madre estaba cocinando y él le pregunta que había para cenar, y su madre contesta “judías”. Era un chiste verdaderamente malo, ella ni siquiera rio un poco, nada, solo to- mé ese chiste como pretexto para que me diera su número. Estu- vimos hablando un rato, pero al poco tiempo me dijo que tenía que colgar, dijo que me escribiría y que hablaría conmigo cuando nos viéramos al día siguiente. La carta llegó al otro día, tal como lo dijo, me escribió, pero no le respondí la carta, quería respon- derla, pero no lo hice, solo la dejé sobre el escritorio y pensé en escribirle más tarde, pero lo olvidé.

Del tiempo que tenía mi guitarra guardada, pensé que ya las cuerdas no resistirían mucho y en cualquier momento se iban a romper, antes de asistir a la clase pasé por la tienda de instrumen- tos y compré seis cuerdas, cuando llegué al conservatorio le colo- qué las cuerdas nuevas y las viejas las guardé dentro de los em- paques de las cuerdas nuevas y le pedí al maestro que afinara la guitarra por mí, mientras la afinaba, miré los empaques donde venían las cuerdas y noté que graparon la factura a uno de los empaques, vi que me cobraron cuarenta peniques por cada cuer- da. El maestro se tardaba mucho solo para afinar seis cuerdas, seguí mirando la factura, la doblé hacia el lado impreso y sobre el lado blanco escribí: “Necesito una chica para dedicarle Love Me Do ¿Alguna se ofrece?”. El maestro me había devuelto mi guita- rra y me pidió que tocara cada una de ellas, una por una. Coloqué los empaques de las cuerdas en un atril que estaba cerca para ha- cerlo, al tocarlas, el maestro me dijo que así sonaban bien y em- pecé a practicar lo que luego me indicó. Era algo aburrido lo que el maestro me pedía que practicara, básicamente, siempre era lo mismo, el mismo movimiento de fingerpicking solo que con otros acordes. Practiqué y practiqué lo mismo una y otra vez por el resto de la clase hasta que terminó, luego solo esperé por Marcie para pasar algo de tiempo con ella. Cuando Marcie ya me había dejado me fui a mi casa y a las 6:00 de la tarde me llegó correspondencia, era muy extraño, nor- malmente no recibía cartas así y si las recibía ¿De quién podría? No conocía a nadie en ese pueblo, a menos que la carta viniera de parte de Marcie June. Abrí el buzón y tomé la carta que había dentro, la carta se sentía abultada, no solo traía un mensaje, tam- bién traía algo más, leí el remitente de la carta, y me sorprendí al leer “Verónica Bacon”. En realidad, no conocía a nadie con ese nombre, supuse que era un error de parte del servicio postal pero luego vi que en el destinatario estaba mi nombre y mi dirección,

no tenía idea de cómo esa persona desconocida sabía mi nombre y mi dirección y que era lo que enviaba por correo. Me dispuse a terminar con todo el misterio abriendo la carta, en su interior en- contré los pequeños empaques de papel donde venían las cuerdas de guitarra que compré esa mañana junto con las cuerdas viejas y la factura, en la factura estaba lo que yo ya había escrito aburrido en el conservatorio y debajo decía: “Oh, por Dios, me desmayo” Me resultó muy extraño que esa persona me devolviera mis cuerdas viejas, pero igual me sentí agradecido, coloqué el sobre y los empaques sobre mi escritorio y permanecieron ahí, no me dio curiosidad por saber quién fue aquella muchacha que me devol- vió mis cuerdas y respondió a lo que escribí en la factura y seguí yendo al conservatorio normalmente. Ya me quedaban pocos días en el pueblo y sentía tristeza al pensar en decirle a Marcie que me iría. Fue el día viernes, 5 de abril, asistí a la clase, ella llegó después que yo, me saludó y se sentó junto a mí a practicar, algunas veces decíamos alguna que otra cosa en medio de la práctica, pero yo aún pensaba en decirle que me iba y no hablaba mucho con ella. Cuando salimos de la clase, los dos salimos juntos y yo la detuve en la puerta.

Me deprimí un poco, la única persona que conocía ya la estaba despidiendo, esa persona que me dio compañía y yo a ella, que confió en mí y me habló desde el primer día que nos vimos, ape- nas teniendo diez días de habernos conocido, ya la estaba dejan- do. Cuando llegamos a la parada, su autobús había llegando. yo, ella era más bajita, así que me incliné un poco y ella colocó su cabeza en mi hombro derecho, al momento de inclinarme la golpeé en la cabeza con el mástil de mi guitarra, que la llevaba en la espalda, fue un golpe leve, pero pude oírlo, sin dejar de abra- zarla exclamó un ouch en mi oído. Dejamos de abrazarnos y ella se subió al autobús, cuando to- mó asiento le pregunté a través de la ventana si se tomaría un tiempo para escribirme. En ese momento el autobús empezó a moverse, veía como se alejaba de mí y al mismo tiempo pensaba en aquella chica que no sabía cuándo la volvería a ver. Después de que mi amiga se fue, regresé a casa y a la mañana siguiente partí hacia mi ciudad, me presenté al negocio familiar y seguía practicando con mi guitarra normalmente, solo que ella ya no tocaba conmigo. Estuve más de una semana sin tener o con Marcie June, hasta la noche del 15 de abril, a las 6:00 de la tarde, en el que decidí llamarla. Antes de llamarla, me había preguntado ¿Por qué ella no me llamó antes? Quizá había perdido mi número, en realidad, no sabía por qué. Marqué el número y se- gundos después, me contestó.

En ese momento, ella me decía que no me escuchaba muy bien y yo tampoco a ella, la llamada se estaba entrecortando hasta que finalmente se había cortado, volví a marcar para seguir hablando con ella, pero la llamada no llegaba, luego colgué el teléfono y me fui a dormir. A la mañana siguiente, en horas de la tarde, re- cibí una carta que tenía el nombre de Marcie June en la que decía que no pudo arse conmigo de nuevo, los ambientalistas estuvieron gritando hasta tarde y tuvo que estudiar con todo ese ruido, escribió que trató de llamarme otra vez pero que su telé- fono “tenía sarampión” y la llamada nunca llegaba. También es- cribió que podríamos hablar otro día, porque estaba en la escuela y casi todos los días llegaba a estudiar. Yo mientras tanto seguía con mi vida, seguía practicando la guitarra y ya llevaba un mes desde que dejé el pueblo y estaba mejorando mucho. Una tarde llegué a casa y reproduje Love Me Do, el sencillo que nunca quitaba del tocadiscos, lo único que hacía cuando llegaba era colocar el brazo fonocaptor encima del sencillo y comenzaba a sonar, permanecí sentado en un sillón mientras terminaba la canción, pude notar en la canción, varios acordes que había aprendido, así que empecé a poner más aten- ción hasta que terminó. “Yo podría aprender a tocar Love Me Do si pongo la suficiente atención a la canción” dije dentro de mi cabeza. Me levanté para volver a reproducir el sencillo y tomé mi guitarra, un lápiz y papel para anotar los acordes. Poniendo mu- cha atención a la canción, pude oír con cuidado cada acorde que sonaba y con mi guitarra traté de tocar la canción, tuve que escu-

charla varias veces para anotar todos los acordes de la canción, faltándome también algunos que no me sabía. Horas y horas tra- tando de tocarla, ya casi me salía, pero no del todo. El rasgueo ya lo tenía, pero aún me faltaban un par de acordes que no pude en- contrar, sin embargo, sabía tocar media canción y eso para mí era suficiente. Mientras tocaba la media canción recordaba cuando mi padre me obligaba a aprender a tocar un instrumento, yo no quería, pero me dijo que tenía que elegir un instrumento o él compraría cualquiera y me obligaría a tocarlo, elegí la guitarra, igual me obligaría a tocarla pero al menos elegí un instrumento que me gustaba, porque pensaba que la guitarra era un instrumen- to mágico, podía tocar todo lo que quisiera a pesar de que se toca- ra con otro instrumento, recuerdo también que no ponía atención a las clases y me equivocaba a propósito para que mi padre con- siderara sacarme de ahí, sin embargo aprendí a tocar cuatro can- ciones, las cuales no recordaba pero ya sabía tocar media canción y eso era un avance. La mañana del domingo, 12 de mayo, me levanté y me di cuenta de que todavía estaba sobre mi escritorio esa carta que me había enviado una misteriosa niña con motivo de devolverme mis cuerdas viejas, no tenía nada que hacer esa mañana, así que quise enviarle una carta a esa chica, antes de sentarme en el escritorio a escribir, mi gata entró a la habitación, era una gata que rescaté de la calle, de color amarillo, negro y blanco revueltos en todo su pelaje, me hacía recordar a cuando los artistas utilizan esa técnica pictórica de colores diluidos en agua y a veces, esos colores se unen con otros por el agua, como el pelaje de esa gata y la llamé Pincelada, ya era una gata de avanzada edad, como de unos siete

años. Me acerqué y la cargué en mis brazos, pero hacía lo impo- sible para librarse de mí, era la gata más rara, no le gustaba que la acariciaran y no ronroneaba, no me odiaba, pero tampoco me quería y nunca comía la comida que yo le daba, siempre prefirió cazar algún ratón o un pájaro y comérselo. Cuando se libró de mis brazos me dejó cubierto de pelo de gato, me sacudí todo ese pelo y me senté en mi escritorio. En ese momento pensé, que podría escribirle a ella sobre mi mascota. «Mi gatita me ama» Eso fue lo único que escribí sobre el trozo de papel, lo llevé a la oficina postal y regresé a casa, mientras esperaba la carta, me senté en el sillón de la sala y encendí la televisión, pasaba los canales buscando alguna caricatura que ver. Encontré un canal donde estaban dando El Show del Pájaro Loco, me gustaban mu- cho ese tipo de dibujos animados y me gustaba casi tanto como El Show de Rocky y Bullwinkle. Al cabo de unas horas me había llegado una carta. «Yo también tenía una gata, era una gata persa, pero la mata- ron hace unos días» Estaba enviando mensajes a una persona que ni siquiera cono- cía y ahora hablábamos sobre gatos, le volví a escribir. «Ay… que lástima, que triste, quizá te haría sentir mejor si te envío una fotografía de mi gata, así no estarás tan deprimida» Tenía varias fotografías de Pincelada en mi escritorio, tomé una y la anexé en el sobre junto con el mensaje, entregué la carta y volví a casa, a seguir mirando la televisión. Al día siguiente llegó la respuesta. «¡QUE BELLA! Se parece a mí gata, hasta tiene los mismos colores y todo, esta foto me hizo recordarla, ahora estoy mucho más triste, gracias por recordármela» Ni siquiera lo estaba diciendo de verdad, la mayoría de las personas no se dan cuenta de la angustia humana ante lo absurdo

que es existir y esta persona no entendía mi mal humorismo ne- gro y dramático y mis esmeriladas, lóbregas, enigmáticas e in- comprensibles emociones. «¡Ouch! discúlpame, que tarado, idiota y maleducado he sido al hacer tal atrocidad, no debí enviarte la foto de mi gatita, lo siento» Había enviado la carta, pero me sorprendí mucho cuando aquella muchacha me dio respuesta. «No te preocupes acerca de eso, se feliz, todo va a salir bien, ya lograré acostumbrarme a vivir sin ella» Fue cuando pensé en que deberían inventar un papel para en- viarlo por correo en el que se pueda escribir y pronunciar mi tono frío e irónico. 18 de mayo, la mañana de ese día me esperó con un mensaje de Marcie June, no esperaba ningún mensaje de ella, me lo en- viaba desde Rillujot, es algo difícil comunicarse a través del ser- vicio postal a una distancia tan larga y simplemente no entendía porque no mejor me hacía una llamada. «Hola tú ¿Cómo estás? Hace ya más de un mes que no nos vemos, yo he estado muy bien, estoy tomando las clases de guita- rra y estoy estudiando en la secundaria, constantemente practico la guitarra, no sé cuándo vuelves a Rillujot, pero espero que sea pronto. Saludos. Marcie June» Era grato tener noticias de Marcie, a decir verdad, la extrañaba mucho, su encanto, su rebeldía, su juicio y su manera de vestir. «Hola Marcie, yo he estado muy bien, me haces mucha falta, yo estoy practicando solo, he aprendido un poco más y quizá muy pronto tenga la habilidad que tienes para poder tocar juntos, jugar con nuestras guitarras, uno siguiendo al otro. Espero que muy pronto vuelva y por favor, no dejes de estar en o conmigo. Saludos.

Howard Tucson» Había enviado el mensaje y tenía que esperar que ella lo leye- ra, pero jamás sabré si lo leyó o no, porque ni ese día, ni el si- guiente, ni ningún otro, recibí respuesta de ese mensaje. Ya habían pasado meses y aún no olvidaba aquella canción y a pesar de que sentía tanta curiosidad por escuchar otras canciones de la banda no he reproducido el LP que compré ni una sola vez y sin embargo me dio gusto haberlo comprado porque ya estaba agotado en todas las tiendas. A veces cuando escucho Love Me Do pienso en aquella chica que tiñó su hermosa y negra cabellera de un amarillo brillante con café claro en las puntas. ¿Porque hizo eso? ¿Que acaso no le gustaba su negra cabellera tanto como a mí? No lo entiendo, solo sé que cuando pienso en su nueva ima- gen ya no pienso en ella y sigo escuchando mi canción. Tenía deberes que hacer, antes de salir de casa tomé mi pe- queño tocadiscos y el sencillo, detrás del sencillo estaba el Please Please Me, decidí dejarlo en casa y me fui. Quise llegar caminan- do al negocio, me gusta caminar, contemplar todo a mí alrededor, como las aves, los árboles, las flores, he incluso otras personas que vayan caminando por ahí. Era un poco largo el trecho desde mi casa hasta nuestro nego- cio, muchas veces pensaba en comprarme un vehículo para llegar más rápido, algo así como un auto o una motocicleta e incluso había pensado en una bicicleta, pero solo pienso que, si hago eso, me perderé de muchas cosas que me brinda la naturaleza, ya no podré observar detenidamente los paisajes y jardines, no podré escuchar el canto de las aves mientras camino, pero seguro podía hacer un espacio en mi apretada agenda para eso. Al entrar al cimiento encontré a Fred que me informó que te- nía algunos clientes. Entré a mi oficina, dejé mi tocadiscos y mi maletín y luego me senté para atender a mis clientes. En total eran cuatro y Fred los hizo pasar uno por uno.

Entró primero un señor, un señor que tenía muy buena presen- cia, llevaba un sombrero que al entrar se lo quitó enseguida, tenía un acento europeo, necesitaba una documentación falsa ya que estaba en la ciudad ilegalmente y como, por si fuera poco, había embarazado a una mujer, solo le quedaba reformar su vida en esta mísera ciudad, que al parecer le gustaba. Luego entró una joven, aproximadamente como de unos veinticinco años, muy bonita y no se le veía preocupación alguna, no podía recurrir a la policía, su única alternativa era a nuestra manera, su marido la amenazaba de muerte si se separaba de él, éste caso era muy sencillo, hici- mos que la joven saliera con una amiga a otra parte mientras ase- sinábamos al sujeto y lo hacíamos ver como suicidio y la amiga sirviera de testigo. El tercer cliente, no tenía un buen aspecto que digamos, de hecho, no se veía muy gentil, necesitaba matar a alguien, quizá algún enemigo o a alguien que lo asaltó, nunca me miraba a mí, sino en otras direcciones, pagó por adelantado la mitad y nos dejó los datos de la persona que quería matar. El úl- timo cliente entró desesperado, era un sujeto que contó que estaba solicitado por la ley por defenderse de alguien que lo agredía y terminó matándolo, necesitaba huir de la ciudad a otro país, dis- puesto a pagar lo que sea, decidimos enviarlo a los Estados Uni- dos con una nueva identidad, pero se rehusó a ir allá, no le que- daba remedio ya que era el próximo de nuestros barcos inmigran- tes en salir de la ciudad, así que aceptó. Después de resolver los problemas de esos clientes en recosté en mi silla y puse los pies sobre el escritorio, en ese momento entró Fred y tomó asiento también. Sacó una caja de cigarros y encendió uno. Justo detrás de mí había una cafetera de goteo eléctrica, Fred siempre hacía café en esa cafetera todas las mañanas para todos

nosotros. Me levanté para darle una taza de café y volví a sentar- me en mi silla con los pies sobre el escritorio. Fred era una buena persona y lo consideraba un gran amigo, aunque era un hombre de dobles personalidades. Archivé la lista en mi escritorio, para salir un poco de la ruti- na, pensé que sería bueno escuchar algo de música, tomé el toca- discos y lo abrí, busqué el sencillo dentro de mi maletín para re- producirlo. Coloqué el sencillo y empecé a reproducirlo por el lado A y cuando terminó, le di la vuelta y reproduje el lado B Metió su mano dentro de su chaleco de vestir y del lado iz- quierdo sacó un sencillo, me lo mostró, decía Blue Suede Shoes. Jamás había escuchado esa canción, tomé su sencillo y lo coloqué en el tocadiscos y empezó a sonar, mientras sonaba, miraba la portada y contraportada del sencillo, era de Carl Perkins. Cuando terminó la canción le di la vuelta para que sonara la otra canción.

Pasamos el tiempo encerrados en la oficina, escuchando solo cuatro canciones. Ya llegaba la hora de irnos Cuando salimos, empecé a caminar hasta mi casa, esta vez caminando por el otro lado de la calle, observé la vieja casa abandonada de la ciudad, tenía deshabitada algunos años. Me dio curiosidad y me acerqué a la puerta, noté que estaba abierta y entré, la última vez que entré ahí fue cuando era un chiquillo y los demás niños, que eran mis amigos me retaron a entrar y lo hice, pero salí inmediatamente, recuerdo que salí porque no podía ver nada, estaba todo oscuro y me dio miedo. Cuando entré, la casa aún se veía muy bien conservada, en perfectas condiciones, solo una parte, un rincón, se veía dañado, se veía como si hubiera sido quemado, como si hubiera habido un incendio pero solo se quemó esa parte y llegaron a tiempo para apagarlo, en ese rincón habían unos retratos familiares en las paredes y una mesita que tenía una especie de cajón y lo halé, en su interior había un cua- derno bien conservado, con una cubierta de cuero, lo vi más de cerca y noté que era un tipo de agenda diaria, saqué de ahí el cuaderno y lo empecé a hojear, todas sus hojas se habían endurecido, como el aspecto que tienen las hojas de papel al secarse cuando se mojan, quizá se mojó por una filtración de agua o algo así, también la esquina inferior izquierda la llegó a alcanzar el fuego ya que estaba un poco quemada, pero no del todo, la mayoría de las páginas estaban en blanco, algunas páginas estaban borrosas y en otras se podía leer lo que escribieron, a simple vista me pare- cieron cosas sin sentido, busqué una hoja en blanco y escribí: “21 de mayo de 1963: tengo el libro embrujado”. Escribí eso porque me pareció algo sin sentido, como el resto de su contenido, metí ese cuaderno en mi maletín, salí de esa casa y me dirigí a la mía.

Ya en mi casa me dediqué a analizar con más detalle esa agenda maltrecha y leer cuidadosamente esas páginas borrosas, algunas partes se me dificultaba leerlas. «26 de septiembre de 1898: ya hace varios días que murió mi mujer, solo yo se la verdad, ella se suicidó, supo que ya vendría el fin del mundo, me descubrió (…) lo que tengo que hacer, no quería que lo supiera y no sé cómo lo hizo, pero lo supo, ya no hay vuelta atrás, estamos condenados y yo estoy triste, llegará mi hora (…) duro, tengo que hacerlo, tengo que actuar, pero aún no, primero aré a mis hijos, les diré que vengan y entonces, cuando ellos estén aquí, lo haré». Me dio escalofríos, pero seguí leyendo. «15 de noviembre de 1898: he escrito las cartas y las acabo de enviar a cada uno de mis tres hijos, les escribí que vinieran a visi- tarme para esta fecha el próximo año, ahí (…) y finalmente des- cansaremos en paz, no le daré la oportunidad a esos demonios de atraparme vivo, no podrán, viviremos felices niños, nos veremos el año próximo». «02 de febrero de 1899: me siento triste, no soporto la soledad y hace ya meses que vivo sin mi amada, actuó muy apresurada- mente, ella salió con la historia de que fue a nadar y la devoraron unos tiburones, ella misma hizo eso, solo yo se la verdad (…) ya estaba planeando todo ¿Por qué no pudo esperar? Y ya que se había dado cuenta ¿Por qué no planeó las cosas conmigo? A ve- ces era (…) yo la amo, muy pronto la veré, le haré una visita». «17 de marzo de 1899: en el periódico de hoy dice que hubo un asalto, no en un banco ni en una casa, fue en el cementerio, si lo hice, robé el cadáver deformado de mi esposa, apareció en el diario de hoy, saben quién soy, están detrás de mí, tengo que apresurarme con lo que estoy planeando, me descubrirán y si lo hacen, me querrán llevar otra vez a esa asquerosa prisión que llaman manicomio, y no, no lo aceptaré. Pero ya tengo a mi espo-

sa y todo está saliendo bien, mis niños se alegrarán de ver a su madre una vez más. No te debiste suicidar, mujer ¿Por qué no me lo dijiste? Todo iba a salir bien y tú te suicidaste, a mí no me en- gañas con esa historia de los tiburones, sé que tú te suicidaste. Todo iba a salir bien, yo estaba planeando todo y todo iba a salir bien». «04 de julio de 1899: he visto a esos demonios, ya están detrás de mí y seguro también detrás de mis niños, pero ya se acerca noviembre, hace meses recibí respuesta positiva de mis niños, los tres me vendrán a visitar, ellos vendrán, los protegeré. Esos de- monios no nos van a atrapar (… cinco meses todos agonizaran, pero nadie quiso escucharme, ni siquiera mis hijos, pero no dejaré que sufran de esa manera, no, no soy tan mal padre, luego, ellos me darán las gracias por haberlos salvado, me lo agradecerán. Les amo, niños, no los dejaré caer. Les amo». « 23 de septiembre de 1899: ya se cumple un año de que esa imbécil inventó la historia de que la mataron unos tiburones, ella no fue a nadar, solo un idiota se tragaría eso, solo un idiota que no sepa lo que está pasando y solo yo sé lo que está pasando, to- dos los demás son idiotas, todos terminarán muertos al finalizar este año, se acerca el fin del mundo como se le conoce, ya hace casi un año que no me afeito, mi barba está muy larga pero no puedo perder tiempo en mi apariencia, tenemos los días contados, ¡Adiós! Es el fin de la humanidad, ábranle paso a la nueva gene- ración, a las nuevas especies, serán más resistentes que nosotros, abran paso a las criaturas que sobrevivirán, nuestra hora llegó, debieron haberme escuchado». «15 de noviembre de 1899: han llegado mis muchachos, fi- nalmente, esperé tanto por esto, son tan hermosos, ellos se sor- prendieron por mi larga barba, les dije que algo grande pasaría, les dije que ignoraran mi barba, se sienten felices de ver a su vie- jo y les dije lo que pasaba, el fin del mundo, pero no quisieron

escuchar, me dijeron que por cosas como esa no me visitaban. Les daré una sorpresa». «22 de noviembre de 1899: reuní a mis niños en la cocina, y les pedí que recordaran a su madre, tan optimista, tan carismática, tan feliz, les dije que ella estaba aquí, también había venido a visitarme y abrí el refrigerador, ahí estaba ella, ellos gritaron de pánico y terror, les dije que se calmaran y les dije que los amaba, pero que no querían entender, lo que les voy a hacer es por su bien. Tomé un cuchillo que tenía cerca y los maté, uno por uno, tenían que acompañar a su madre, pero no cabían, tuve que des- cuartizarlos y los metí en el refrigerador, ya solo quedaba espe- rar» «01 de diciembre de 1899: estamos listos, por fin estaremos reunidos como la familia que somos (…) todo prepara (…) un rincón, ahí colocaré una mesita y en la pared colgaré varios retra- tos de nosotros, los sacaré del refrigerador y colocaré a mi esposa y a mi último hijo encima de la mesita y a mis otros dos hijos debajo de la mesita. Esto es lo que haré, me quemaré vivo junto con los cadáveres de mi familia en ese rincón, me mojaré a mí y a todo ese rincón con gasolina, ahí entrará el fuego, consumiéndo- nos poco a poco y cuando termine con nosotros, empezará con la casa completa, me sentaré debajo de la mesita para comenzar, y como nadie leerá esto porque ya todos estarán muertos para entonces, lo quemaré conmigo. Así estaremos nosotros cinco otra vez como la feliz familia que somos viviendo en nuestra hermosa casa en el otro mundo. Ya se los advertí». Ya no había nada más, solo garabatos en las siguientes pági- nas, como si un niño hubiera tomado ese cuaderno para dibujar y luego sigue lo que yo escribí. Al parecer, el dueño de la casa era ese sujeto, pero me pregun- taba por qué la casa seguía intacta, solo estaba quemado ese rin- concito, nunca llegó a quemarse la casa completa, estaba en buen

estado, me hubiese gustado saber que pasó ¿Ese sujeto pudo quemarse vivo? o ¿Alguien llegó a tiempo y evitó que se quema- ra? Pensé que ese hombre logró su objetivo, pero nunca lo sabría con certeza. También decía que no volvería al manicomio una vez más, lo tomaban por loco, pero solo veía al mundo a su manera, libremente, veía al mundo de una manera abstracta y como lo quería ver. Como realmente es. Pasaban los días y todavía miraba ese LP desde mi cama, pen- sé que después de tanto tiempo y de escuchar solo las mismas dos canciones, era hora de que escuchara el álbum. Tomé el LP y bajé a reproducirlo en el tocadiscos de la sala, es el que usaban mis padres para reproducir sus vinilos, ahora lo usaría yo, para repro- ducir por primera vez mi LP. Lo encendí, y coloqué el vinilo por el lado A y empezó a sonar, me pareció divertido y me llamó mucho la atención cuando la primera canción empezó con un conteo hasta el número cuatro y empezaron a sonar los instru- mentos, era como si ese conteo señalara el principio de su carrera y la publicación de su primer álbum, era una canción muy movi- da, vi el nombre de la canción en la contraportada mientras se- guía sonando aquel LP hasta la canción número siete, de título del mismo álbum, luego le di la vuelta y sonó mi canción favori- ta, disfruté mucho escucharla de nuevo. Al terminar, siguieron las demás canciones hasta que finalizó el LP. Tomé el vinilo y lo metí de nuevo es su cubierta, le di la vuelta para ver la lista de canciones, que, aunque me gustó mucho volver a oír mi canción favorita, también me gustaron las canciones I Saw Her Standing There, Do You Want To Know A Secret, Boys y Twist And Shout, las primeras dos tenían un buen ritmo, puro rock and roll, al estilo de Chuck Berry y unas tonadas muy pegajosas, sobretodo I Saw Her Standing There y me fijé que las otras dos canciones no fue- ron escritas por John Lennon y Paul McCartney, pero le pusieron una muy buena tonada. La voz de Ringo Starr, se oía muy bien en

Boys y la voz de John Lennon en el tema final se oía forzada y desgastada, muy graciosa, por eso me gustó esa canción también. Ese álbum en si, como lo pude analizar, tenía canciones con dife- rentes tonos de rock and roll y un poco de blues con las que se podrían bailar, aunque yo bailaría todo el álbum. Miré la portada, mostraba a la banda en un piso superior, parecía que dijeran: “Hola, ¿Qué estás haciendo allá abajo?”. Es un gran álbum, me gustó mucho y ya no veo la hora de que salga a la venta su se- gundo álbum. La madrugada del 26 de mayo tuve un sueño sobre esa extraña señorita que me regresó mis viejas cuerdas de guitarra, soñé que estaba practicando en el conservatorio y luego la vi, una chica de piel blanca y de estatura muy baja que también tocaba la guitarra que cuando estaba buscando mi nombre en las listas que coloca- ban en la cartelera de la entrada, se me paró justo a mí lado a buscar también su nombre con el dedo y vi que señaló el de Ve- rónica Bacon, cuando desperté, supuse que había sufrido una es- pecie de Déjà vu, algunos dicen que los sueños son interpretacio- nes de lo más profundo del subconsciente que tratan de dar un mensaje, que revelan pensamientos y recuerdos ya olvidados o sucesos que pasaron o próximos a pasar. Me puso a pensar mu- cho en aquella muchacha así que en la mañana le escribí un men- saje. «Hey, disculpa la pregunta, pero ¿Tú eres de Rillujot o fue que lo soñé?» Salí muy temprano a llevar la carta a la oficina postal para que la enviaran enseguida, ya que si la depositaba en un buzón de correos tendría que esperar a que un encargado venga y se lleve las cartas. Después de un largo rato, cinco horas más o menos, recibí un mensaje de ella.

«Si ¿Por qué me haces esa clase de pregunta?»

¿Podrá ser que la imagen interpretada en el misterioso mundo de los sueños y recuerdos borrados haya aparecido ante mí la madrugada de esa noche mostrándome algo importante que deba saber? Bueno, según expertos, el cerebro trabaja más de noche, mientras estamos durmiendo, que de día. «Pues, porque estuve un mes en Rillujot, estudiando música en el conservatorio que está frente a la plaza, junto a la catedral y me pareció haberte visto ahí, espero que sepas de cuál te hablo» Ya había enviado el mensaje a horas después del meridiano y ya no recibiría repuesta de esa carta sino hasta el día siguiente. Era la madrugada del 28 de mayo, era una madrugada fresca, fui al refrigerador a ver que había para comer y encontré una hamburguesa a medio comer “servirá” dije. Mientras calentaba la hamburguesa medio comida iba a colocar el Please Please Me en el tocadiscos, pero la punta del brazo fonocaptor se había desgastado, tendría que salir a comprar otra punta, pero antes me comí la media hamburguesa. Ese día comenzaba primavera, cuando me acerqué a la puerta para abrirla, vi a un cartero por la ventana que me estaba dejando una carta en mi buzón. Cuando se fue, salí a buscar la carta que había dejado, era de la chica Verónica, subí a mi habitación y ahí leí su mensaje. «¡Ah sí! Se a cuál te refieres, yo también estudié ahí música, he estudiado ahí toda mi vida, pero yo no te vi en ningún momen- to» Mantener esa conversación escrita por medio del servicio pos- tal se me estaba haciendo difícil y no escribíamos mucho en la hoja, la mayor parte quedaba en blanco así que tomé papel y lápiz y recurrí a mi fría e irónica jocosidad. «Bueno, yo estaba estudiando ahí también. Supongo que fue ahí donde te vi, aunque no recuerdo muy bien si fue ahí, solo re- cuerdo que te vi, te quería conocer y estaba muy ansioso por ha- blarte, pero estaba muy apenado y no sabía que decirte. Mientras

estudiaba ahí, hice varios amigos, pero no sabía cómo hacer para que tu fueras una de ellos» Tomé la hoja, la doblé a la mitad y la metí en el sobre que lue- go, al salir a comprar la aguja del brazo fonocaptor, pasé de ca- mino por la oficina postal y dejé la carta. Luego me dirigí a la tienda de discos, era increíble como antes la música no me llama- ba la atención, pero ahora me la pasaba dentro de una tienda de discos a ver si se me antojaba comprar algo. Antes de pedir la aguja, yo miraba algunos discos en exhibi- ción, me fijé que había uno de mi banda, se llamaba From Me To You. Lo tomé. Seguí buscando más discos y encontré un sencillo que se llamaba Please Please Me. Curioso, antes del álbum, Please Please Me y Ask Me Why ya eran un sencillo y después fueron publicados en un álbum. Pagué por los dos sencillos y la aguja y salí de la tienda, me sentía feliz, no podía esperar a llegar a casa, ya quería reproducir esos dos sencillos que había comprado ¿Qué tipo de canción sería From Me To You? Solo quería llegar a casa y deducirlo por mí mismo. Cuando llegué, aún no tenía correo, era un recorrido largo el que tenía que atravesar así que no le di importancia. Entré a la casa e instalé la aguja en el brazo fonocaptor, colocaría el Please Please Me después, porque ya había escuchado las canciones que contenía así que coloqué primero el sencillo From Me To You en el tocadiscos y lo empecé a reproducir. Empezó a sonar la característica armónica y empezaron a cantar una letra muy rítmica y romántica, me encantó la percusión, era perfecta, pero también, demasiado corta, no llegaba a los dos minutos de duración, era otra canción así como Love Me Do, en donde no se esfuerzan tanto por la letra, lo importante es agregarle un buen ritmo pegajoso y listo. Me encantó esa canción. Le di la vuelta al sencillo y reproduje la canción que se encontraba en el lado B, Thank You

Girl se llamaba, y empezó a sonar, otra con buena percusión, la letra me gustó mucho, buen ritmo, una buena canción y por su- puesto, no podía faltar la esencial armónica sonando en la can- ción y finalizando con ella, me encantó, podría decir que me gus- tó más que From Me To You. Ya que había escuchado ese, quise probar el Please Please Me para asegurarme de que funcionaba bien y lo hacía. Luego de un tiempo, la carta que había enviado a la señorita Bacon había llegado, la tomé y leí el mensaje en su interior. «Pero si no nos conocíamos. Mi nombre es Verónica Bacon y resido en Rillujot, me gusta la música y también toco la guitarra, pero hace tiempo que no la toco porque dejé de tomar las clases, tengo pensado volver a retomarlas en septiembre, creo que la extraño. ¿Y qué hay de ti? ¿También tocas algún instrumento?» Al leer eso, ya no tenía idea de por qué me esforzaba inútil- mente en seguir esa conversación. La señorita era algo ingenua y tonta por como escribía, pero al mismo tiempo trataba de ser amable. Guardé la carta en mis archivos, junto con todos los mensajes que ya había enviado y luego le respondí. «Yo también tocaba la guitarra, antes no me gustaba, pero la estoy retomando, lo único que se tocar es Love Me Do pero no del todo, me falta un par de acordes que desconozco». Metí la hoja en el sobre y luego fui a entregar la carta en la oficina postal, cuando regresé a casa traté de practicar un poco lo que sabía en la guitarra, tratando también de tocar mi canción, me entretenía mucho tocarla, ya casi se había convertido en un pasa- tiempo para mí, horas después, ya cayendo la tarde empecé a bos- tezar, miré por la ventana y vi que ya estaba medio oscurecido el cielo, que rápido pasa el tiempo cuando se está concentrado en otras cosas, ya casi era hora de que me fuera a dormir. A la mañana siguiente, salí a comprar mi desayuno, abrí las cortinas de las ventanas y vi al cartero dejándome corresponden-

cia. Me acerqué al buzón, saqué la carta y la llevé conmigo a ca- sa. «A mí me encanta mucho esa canción, yo no la se tocar, pero tu podrías enseñarme» Tomé el mensaje, lo devolví al sobre de donde vino y lo dejé encima de mi escritorio. Ya le respondería más tarde, si es que me encontraba aburrido y sin nada que hacer, pero antes quería comer algo, así que salí para comprar el desayuno. Detestaba el ajetreo de la ciudad, detestaba estar ahí, no entendía como a la gente le gustaría vivir más cerca de la ciudad cuando es un caos total y a veces pienso que nací en el lugar equivocado, pienso que me hubiese gustado nacer en un pueblo, más rudimentario y sen- cillo, como lo es Rillujot. Tenía ganas de visitar ese simple pue- blo de nuevo, donde había conocido a mi primera amiga, Marcie June, sentía un poco de nostalgia por ella. Fue el día 6 de junio que decidí que quería volver a visitar ese pueblo, la mañana de ese día miré sobre mi escritorio que aún estaba la carta de Veró- nica Bacon que nunca contesté. «Quizá lo haga, es muy sencilla, el 15 de julio estaré otra vez en Rillujot, tal vez pueda enseñarte mientras esté por allá». Pensé que si podía hablar con la misteriosa Verónica Bacon por correo ¿Por qué no hacerlo en persona? Tiempo después llegó su respuesta. «Mi cumpleaños es el 7 de julio, espero que me regales algo» Ahí entraba mi pécora e irónica jocosidad. «Lo haré si me guardas un trozo de pastel» «Lo intentaré, sino te daré una fotografía» «¿Las fotos se comen?» «Bueno, no, pero… bueno, mejor no te doy nada» «Perfecto, no sabía si regalarte el Please Please Me o el senci- llo Love Me Do, pero ahora no te doy nada tampoco»

«¡No! No lo hagas, si te voy a dar, si te voy a dar, te voy a re- galar todo el pastel para ti solito» «No, ya no quiero, demasiado tarde, tendrás suerte si te llevo una foto mal tomada de Chuck Berry» «No, vas a hacer que me tire al suelo y llore desconsoladamen- te» «No llores así, trataré de conseguir una buena foto» «Bueno» Jamás había tenido una conversación así y menos con alguien que ni siquiera conocía, la mayor parte de la hoja quedaba en blanco y estuvimos cinco días hablando de esa manera, esperando a que llegara la carta para luego responder y seguir esperando respuesta. Había fijado el día de mi partida para el lunes, 15 de julio, pe- ro decidí irme antes y me fui el día jueves, 11 de julio, la verdad me sentía algo emocionado por conocer a esa misteriosa mucha- cha. Cuando llegué a mi casa en el pueblo le escribí una carta. «Hey niña, ya llegué a Rillujot» Luego de enviar la carta me presenté en el negocio familiar del pueblo, Rod Tweed estaba a cargo del negocio desde el cimiento, solo me entretenía trabajando junto a Rod. Tiempo después, al regresar a casa, ya tenía una carta en el buzón. «Genial, yo mañana tengo que ir al conservatorio a clases de canto, tal vez podríamos vernos» Ahí se complicó un poco nuestro encuentro, el día que ella fijo era el viernes y ese día subiría a la montaña de un hacendado que quería pagar protección junto con Rod, a veces en esos nobles pueblos hay rateros que roban en las haciendas, vegetales, pollos y hasta ganado. No podíamos perder el negocio con el hacendado, así que no le podía ver a ella.

«¿Mañana? Mañana no se va a poder, iré a la fiesta de un ami- go»

Salí y deposité el mensaje en un buzón, estuve en casa un tiempo ocupado con unos documentos que Rod me entregó y me tardé alrededor de dos horas y media, tomé todos los documentos y salí para ir al negocio y antes de irme noté que ya tenía respues- ta de ella. «¿Pero en la mañana? Yo iré al conservatorio como a las diez de la mañana ¿A esa hora no puedes?» Regresé a casa para responderle esa carta. «Bueno, en realidad no sé, él hará su fiesta en el City Club de Rillujot y todos tendrán a la piscina, y si de verdad eres de aquí, debes saber que el a la piscina del City Club es hasta las seis de la tarde, es por eso que creo que es en la mañana, pero me parece mucho mejor que me dieras tu número y hablamos mejor por teléfono, sería más fácil» Tomé de nuevo mis documentos y la carta y de camino al ne- gocio la dejé en la oficina postal, luego llegué y pasé todo el día ahí. Ordené los documentos y resolví algunos problemas de la gente que solicitaba nuestros servicios. Cuando llegué a casa ya tenía respuesta de Verónica. «Bueno, entonces otro día será que nos podamos ver. Este es mi número 00 44 28 9507 2348» No respondí, anoté el número en mi agenda y guardé la carta con las otras. Días después llamé al número que me dio y respon- dió ella, mantuve conversación con ella unos tres minutos y luego me despedí, no había mucho de qué hablar, ni siquiera la conocía. Me encargué de mis asuntos en el negocio familiar, no volví a hablar con Verónica Bacon y nunca fijamos otra fecha para ver- nos. La mañana del sábado 13 de julio, aún estaba acostado, leía la revista New Musical Express, cuando me cansaba de sostener la revista sobre mí, miraba al palidecido y rasgado techo, había mu- cho silencio, lo que no es raro en mi casa, pero había algo en ese

total y absoluto silencio que me decía que no era normal, de he- cho, no acostumbraba a tal silencio extremo. Pensé en muchas cosas esa mañana, entre ellas, Marcie June. Extrañaba estar en el pueblo y no salir con ella a darle la vuelta a la cuadra y decidí hacerle una llamada, de esas que tenía tiempo sin hacer para des- pistar un poco aquel silencio.

Colgué el teléfono repentinamente, sin dejarla despedirse, ha- bía comprado unas entradas para esa ópera días antes para ir con Rod y algunos muchachos del negocio familiar, las compré sin saber que Marcie June tocaría ahí, aún era temprano, la ópera comenzaría a las dos de la tarde según la entrada, esa mañana solo leí la New Musical Express y al mediodía llamé a Rod para que pasaran por mi casa y luego ir a la ópera. No había mucha gente en el teatro, en el estacionamiento solo había tres vehículos, nos estacionamos y entramos. Rod pagó lo que consumimos dentro, compramos algunos perros calientes mientras que comenzaba la ópera, en ningún momento vi a Mar- cie entrar al teatro y cuando levantaron el telón primero aparecie- ron todos los músicos con sus instrumentos para luego tomar su puesto y empezar a tocar cuando el director de orquesta lo indica- ra, era raro, le eché una vista rápida a todos los músicos y no en- contré a Marcie. La ópera comenzó y mientras avanzaba, yo mi- raba a todos los músicos en busca de Marcie June cuando en un momento pensé que la había encontrado, pero tenía mis dudas porque Marcie tenía el cabello rizado y aquella chica que había visto lo tenía liso, seguía buscando, pero no la encontraba, solo estaba ella, con un gran parecido y su cabello liso. Tiempo des- pués me distraje viendo la ópera y no pensé más en Marcie June. Cuando acabó la primera ópera iniciaron con la segunda, como Marcie me había dicho, era la de Apolo y Jacinto y me sorprendió mucho que utilizaran el libreto original en latín. Habíamos disfru- tado de la ópera, salí del teatro y compré una barra de chocolate, estaba parado en las puertas del teatro comiendo el chocolate, la gente empezaba a irse y entre ellos, uno tocó mi espalda, cuando

volteé vi su rostro, era Marcie June… ¡CON SU CABELLO LI- SO! Estaba vestida con una camisa, pantalones de vestir, zapatos elegantes sin tacón y un pañuelo en el cuello, toda su vestimenta era negra a excepción del pañuelo que era rojo. Le di un abrazo y la felicité por tocar en esa orquesta (ella tocaba el violín al mis- mo tiempo repetía una y otra vez “¿Me viste tocar? ¿Me viste tocar? ¿Qué tal lo hice? ¿Qué tal lo hice?” y yo le respondía que tocó excelente su instrumento, hacía tiempo que no la veía y no era como la recordaba, quizá porque tenía su cabello liso ahora y le toqué el tema. No me gustó esa respuesta, me hacía saber que odiaba su cabe- llo. En ese momento un anciano se paró junto a ella. Se veía a simple vista y por su vestimenta que su abuelo era una persona con clase, amigable y cordial, cabe apuntar que era también muy respetuoso. Rod y los muchachos ya habían salido del teatro y me encon- traron, me dijeron que ya era hora de irnos, me despedí de Marcie y su abuelo y les dije que me tenía que ir, tomé la mano de Mar- cie para estrecharla, pero ella no la soltó y me dijo “¿Te tienes que ir? No te vayas ahora”. No sabía si Marcie hablaba en serio, la verdad quería estar con ella, pero pensé que preferiría estar con su abuelito y sus amigos de la orquesta a lo que le pregunté si

estaría bien que me quedara con ella y respondió que si, que le gustaría que estuviera con ella. Tomé unos segundos para decirle a Rod que siguieran sin mi pues me quedaría con Marcie y luego de que se fueron, dos de los que tocaban en la orquesta invitaron a Marcie a celebrar que la obra fue un éxito, mas Marcie no quiso y lo rechazó, uno de ellos dijo: “Okay, andas con tu novio, no te molestaré más” y luego gritó al resto de la orquesta “Amigos, Marcie no irá, prefiere estar con su novio” yo reí y ella dijo que disculpara la conducta de sus amigos pues ellos eran así de jode- dores, le dije que entendía la situación y le pregunté qué haríamos para pasar el tiempo “No sé, ya me tengo que ir a casa” Ella me dijo que no me fuera porque quería estar conmigo y ahora me abandonaría en el teatro porque ya se tenía que ir a su casa. Su abuelo insistía que ya se tenían que ir y yo le dije: “¿En serio?”. Ella me pidió que la acompañara para cambiarse ese uniforme para luego salir conmigo, dijo que cerca de su casa había un pe- queño cinecito donde no iba mucha gente y las entradas no eran tan costosas. Yo acepté y los tres fuimos hasta la parada de auto- bús. Una vez en el autobús, Marcie entró primero, seguido de su abuelo y luego yo, él se sentó junto a Marcie y yo me quedé pa- rado esperando a que se arrimara, perfectamente cabían tres per- sonas en ese asiento, pero el anciano nunca se arrimó así que me senté un asiento detrás de ellos, Marcie hablaba conmigo en el camino, pero era difícil para ella, tenía que torcer el cuello hacia atrás para hablarme. Cuando llegó el autobús, él se bajó primero e iba adelante, dejó atrás a Marcie conmigo. Sentía que ya no era el caballero anciano con el que me estreché la mano. Habíamos lle- gado a un edificio y el empezó a abrir la puerta principal.

Empecé a seguirla hasta su departamento, ya su abuelo estaba dentro y cuando llegamos a la puerta, ella entró, yo me quedé parado en la entrada y Marcie dijo: “Adelante, pasa” yo pasé pro- nunciando un antropofóbico “buenas tardes” solo había una mu- jer en el comedor “Buenas tardes, adelante, siéntese” respondió. Me senté en un sofá para esperar por Marcie June y de repente escuché unos gritos, unos gritos de quejas y regaños, unos gritos nada inusuales y fue cuando me dije a mi mismo “Lo sabía” preocupado, traté de levantarme, pero mis manos y mis rodillas temblaban demasiado y el anciano llegó. No podía responder, estaba a punto de desmayarme, no sentía las piernas, me sentía mareado y temblaba cada vez más, no po- día reaccionar y no me levanté del sillón ya que si lo hacía proba- blemente atacaría involuntariamente al anciano, quizá lo hacía para defenderme, pero no tengo control de ello es como un tip nervioso. En ese momento Marcie se paró junto a él, alarmada y solo mirándome. ¡ESTA ES MI CASA Y QUIERO QUE SE LARGUE DE AQUÍ!

¡MI NIETA ES UNA ESTUDIANTE Y NO ESTA PARA ES- TAR TENIENDO NOVIOS! ¡LARGUESE DE AQUÍ! Por supuesto que me iría, no quería estar metido ahí, después de haber dicho eso, el anciano dio media vuelta y se marchó a alguna de las habitaciones, yo con los ojos cerrados trataba de levantarme, tratando de encontrar la salida con el tacto, luego abrí los ojos, vi a Marcie, ella me ayudó a levantarme y salí al corre- dor del edificio, mi respiración aumentó y me recosté contra la pared para recuperar fuerzas mientras Marcie me veía, estaba helada, no sabía que decir. Empecé a caminar hasta las escaleras y luego hasta la calle, había dejado a Marcie en el pasillo, ella no me dijo nada ni yo a ella tampoco, cuando estaba bajando la última escalera noté que me estaba siguiendo, pero no le puse aten- ción, seguí caminando hasta que llegué a la calle y ella me alcan- zó. La callé poniendo mi tembloroso dedo sobre sus labios. Los dos nos quedamos en silencio unos minutos.

Tomó mi mano y me llevó a la parada de autobuses, luego me indicó que los buses blancos son los que suben al pueblo y me dijo que no tomara los azules porque esos me llevarían de regreso a Saint Hyacinth, me confundió por un instante, ya que no sabía que los destinos tenían algo que ver con el color del autobús, era raro ¿No era más fácil leer el destino del autobús que lleva escrito adelante? Yo me despedí de ella, la abracé y le dije que esperaba volver a verla pronto. Cuando se fue a su casa, subí al autobús y llegué al pueblo, solo tenía que caminar unas cuadras hasta mi casa, cuando llegué, pasé por la sala para entrar a la cocina y cuando pasé junto al teléfono vi que el contestador automático tenía algunos mensajes, alrededor de quince, y todos eran de Marcie June que decía: “Por favor, contesta, contesta, sé que es- tás ahí, perdóname, perdona todo lo que pasó, no lo veía venir, perdóname bebé, disculpa lo mal que te trató mi abuelo, disculpa, responde, sé que estás ahí, sé que estás ahí…” Al día siguiente a ese, había salido al pueblo para comprar mi propio cine en casa e invitar a Marcie a ver una película, entré a una tienda de electrodomésticos donde vendían varios, el que compré fue una Fairchild Cinephonic, tenía una cámara cinefóni- ca de ocho milímetros, sincronización electrónica de sonido, mi- crófono omnidireccional, control de volumen, auriculares “moni- tor”, batería recargable permanente, unidad de potencia (sin bo- binado), treinta metros de capacidad de película, torreta de tres lentes con lente de 1.8 Cinphar de trece milímetros y lo compré por doscientas cuarenta y nueve libras y también compré el Ci- nephonic Projector que era donde reproduciría la película, mos- traba sonido y silencio a películas de ocho milímetros, agregaba sonido a películas mudas, removía sonido, agregaba sonido sobre sonido, autónomo en caso de llevarlo, con altavoz separado el cual podía ser colocado debajo de la pantalla, completo con mi-

crófono por doscientas cincuenta y nueve libras. Al llegar a casa lo instalé y funcionaba a la perfección, luego avisé a Marcie que podíamos comprar una cinta y ver la película en mi casa, pero nunca recibí respuesta. Habían pasado unas semanas y ya había regresado a Mecebo y fue aquel jueves, 25 de julio, ese día en la tarde había salido de mi casa a la librería, compré La Condena y Un Artista del Ham- bre de Franz Kafka, también compré El Guardián entre el Cen- teno de J. D. Salinger y El color surgido del espacio de H. P. Lovecraft, regresé a mi casa con los libros que había comprado y al momento de entrar, el teléfono estaba sonando y atendí. Era la voz de una chica, que habló antes de que yo dijera algo. Quedé sin palabras. En ese momento se me ocurrió algo, seguirle el juego a la loca. cinando y bueno, dejar una cocina así es peligroso y la apagué.

Esa mujer no paraba de hablar, no se callaba, así que la inte- rrumpí. Colgué el teléfono. No tenía ni la más mínima idea de quién demonios era esa loca, pero al menos dejaría de molestarme. Al día siguiente, seguía pensando en esa persona que me llamó, su- fría de una crisis psiquiátrica llamada trastorno de ansiedad so- cial, es la razón de porqué conozco a tan pocas personas, porque en realidad, me dan miedo y por personas como la que me llamó el día anterior es que le tengo miedo a la gente ¿Qué tal si hubiera tenido a esa loca de frente? Seguro no salía con vida, porque ja- más sabré lo que está pensando acerca de mí o que tan mal ha estado su día o cómo demonios irá a reaccionar. Al día siguiente salí temprano al negocio familiar y luego de un pesado día, llegué a casa a las 7:32 de la noche, cuando entré a mi habitación, el teléfono empezó a sonar. Fui a tomarlo, de mala gana porque solo quería llegar a descansar, cuando lo tomé no me dio tiempo de decir algo porque la otra persona habló primero. Me asusté un poco y no podía hablar. No respondí pues aún sentía miedo. ¡Mierda! Era esa loca otra vez

Colgué el teléfono, no podía creer que esa loca se lo tomara en serio, una vez más, no dejaba de itir que fue muy divertido, pero a la vez sentí lástima por esa loca, no cocinaría nada para cenar porque pensaba que yo le llevaría comida china, también sentí lástima por el sujeto por el cual me hice pasar, cuando esa loca encontrara a la persona con la que en realidad quería hablar, seguro no se lo perdonará, de tan solo pensar en eso, me provocó reírme un poco. El 2 de agosto salí de nuevo a la librería, salí muy temprano en la mañana, desayuné antes porque supuse que estaría cerrada, al terminar de desayunar, fui a la librería y vi una pequeña línea de siete personas. Me ubiqué detrás de la línea y toqué el hombro de la última persona para llamar su atención, con la mano tembloro- sa, culpa de mi antropofobia y le pregunté por qué hacían esa línea, me dijo que ese día en la librería empezarían a vender en- tradas para un concierto de The Beatles en la ciudad, no sabía, no tenía idea que la banda vendría a tocar, sentí emoción porque era la octava persona en la línea y minutos después empezó a llegar más gente y cuando abrió la librería, habían cerca de trescientas personas formadas, supongo que corrí con suerte. Fui a la librería a comprar unos libros, pero no los compré y en su lugar compré una entrada para el concierto, que tenía fecha para el sábado 24 de agosto, la verdad no podía esperar y no podía creer que vería a mi banda favorita en vivo, ya me imaginaba que temas podrían estar tocando. Salí de la librería, con un poco de dificultad ya que todos querían comprar entradas para ese concierto y la gente se amontonaba más y más. Guardé la entrada en mi cartera para ya

tan solo esperar el tan ansiado día. No pude comprar libros, “Bueno, no importa, leeré el de Salinger que aún no he leído”. Tenía pensado empezar con El Guardián entre el Centeno, cuan- do tomé el libro y lo abrí para empezar a leer, un cartero se acer- có y dejó una carta, no era ninguna sorpresa que la enviara Veró- nica Bacon, lo que si era sorpresa es que me enviara una carta sin motivo alguno. «Hola señor Howard, aún estamos esperando la comida china P. D. Yo nunca hablé fueron mis primos, discúlpalos» No podía creer lo que estaba leyendo, la loca de las papas sen- cillamente era Verónica Bacon, aunque su voz no era la que esta- ba al teléfono aquella noche. Marqué su número en el teléfono y esperé a que contestara. Ella rio un poco. No notaba mi irónica jocosidad ni siquiera por teléfono, la verdad es que la chica era una ingenua. Ella rio nuevamente. Ella siguió riéndose.

Toda la conversación la estaba hablando con mi irónica joco- sidad, pero cuando dije eso, apliqué tanto el tono que cualquier idiota se hubiera dado cuenta. Colgué el teléfono, lo único que dije sinceramente fue el “buenas noches” pero al parecer ella no lo notó. La mañana del 24 de agosto me levanté feliz (raramente lo ha- go), al fin había llegado el día para ver a The Beatles en vivo, cuando llegué al Gaumont Cinema en la noche, ya estaba el lugar casi lleno, di mi ticket, entré y después de estar una hora parado entre la multitud al fin habían salido, yo estaba a veinte metros de ellos aproximadamente, no estaba tan lejos, tocaron once temas y abrieron el concierto con Roll Over Beethoven, una canción que

no había escuchado antes de parte de la banda y la canción fue cantada por George Harrison, luego tocaron Thank You Girl, se- guida de Chains, luego From Me To You, A Taste Of Honey y luego empezaron a tocar I Saw Her Standing There, cuando toca- ron esa canción, el público enloqueció más de lo que estaba, lue- go tocaron Baby It’s You, Boys, en la voz de Ringo Starr, She Loves You, Twist And Shout y un reprise de From Me To You. Fue un gran concierto, pero casi no lo disfruté, la multitud no dejaba de gritar y por lo tanto no se oía muy bien lo que tocaban y cantaban, pero sin embargo el concierto estuvo bien. Meses después de asistir al concierto, seguía con mi trabajo en la ciudad, también tenía meses que no pisaba Rillujot, tampoco había recibido más cartas de Verónica Bacon y ni hablar de Mar- cie June, con ella tenía muchísimo tiempo que no hablaba, fue el 11 de septiembre que decidí llamarla para saludarla y saber cómo estaba.

quieras, puedes elegir tu profesor y si no se presenta en diez mi- nutos, puedes irte Eran las 11:15 de la noche, me recosté en la cama, ya estaba preparado para dormir, me sentí mal cuando le dije que estaba en la universidad, pero me hubiese sentido peor si le hubiera dicho que me gano la vida con el mercado negro. Marcie June, a medi- da que la iba conociendo mejor y me adentraba más en su vida, me di cuenta de muchos y varios aspectos que la caracterizaban, a menudo, cuando hablaba con ella por teléfono y por correo me di cuenta de que a veces dice y escribe en las cartas “Jojo” como la

expresión que usa a veces también Holden Caulfield. También me di cuenta de que era una psicópata racista, una persona que adoraría matar negros y tirarlos a un río con su pareja, aunque dudo mucho que haya matado a alguien y haya tenido pareja, era una persona complicada y también muy raro ver personas que se expresen así, a pesar de ser racista, en ningún momento me trató a mi indiferentemente, al contrario, la primera vez que la vi y le hablé, me trató con la mayor cortesía que pude notar, pero no dejaba de sostener que, las personas de piel negra eran la peor plaga que existía en el mundo, curioso, yo decía lo mismo sobre los españoles. Imaginé que las citas a ciegas era algo parecido a lo que me estaba pasando con la tal Verónica Bacon, algunas veces la lla- maba y me empezaba a hablar sobre ella, una vez me dijo, que sea cual sea el día que nos llegáramos a conocer, que no me asombrara por su diminuta estatura, eso me hizo reír, le había dicho que no se sintiera opacada por eso, las niñas pequeñas eran adorables y, al contrario, le dije que no se sorprendiera ella cuan- do me viera a mí, un gigante de casi dos metros de altura. Ella, extrovertidamente, rio al instante, mencionando que es imposible que alguien mida casi dos metros porque nunca antes había visto a alguien así, pero que no lo haya visto no quiere decir que no existía. También le había preguntado por sus gustos musicales, que era lo que le atraía, pero en realidad no escuchaba a alguna banda o cantante en particular, simplemente tocaba en el conser- vatorio musical y aprendía a tocar lo que le enseñaran, me había dicho que ella tenía una amiga qué si era más de mi estilo, una chica que amaba a Ritchie Valens y escuchaba de vez en cuando al exitoso cuarteto inglés, no me dijo como se llamaba ni como era, solo la mencionó. 15 de noviembre, era una mañana caliente, muy calurosa, cer- ca de un rincón de la sala de la casa había una ventana y ahí mis-

mo había un sillón, a veces me gustaba sentarme ahí y ver a todos pasar frente a mí, sin que tuvieran alguna idea de que alguien los estaba mirando pasar, esa es la vida de un ermitaño. Cuando me senté, enseguida vi pasar una de esas famosas motos americanas Harley-Davidson, se veían bien, muy atractivas, enseguida vi pasar otra, era increíble la historia de Harley y Davidson, esos dos muchachos cambiaron la vida de muchos y todo lo que hicie- ron fue ponerle un motor a sus bicicletas para ir a visitar a chicas que vivían en casas que estaban cuesta arriba y ¡BOOM! Sin dar- se cuenta habían creado una motocicleta y ya estaban ganando millones. Me llamaban la atención esas motos, eran muy atracti- vas. Tomé mi abrigo y salí de casa, me dieron curiosidad esas motos, ahora todo el mundo manejaba una, más que todo los ado- lescentes, HarleyDavidson les permitía mostrar su estilo y espíri- tu rebelde. Había una tienda autorizada en la ciudad, pensé en buscar algo de información acerca de esas motos. Me fui caminando, entré a la tienda y vi muchas motos, de dis- tintos modelos, me llamó la atención una de color negro, un poco más grande que las demás.

Mientras estaba haciendo el cheque, el vendedor fue a buscar los documentos de mi nueva Harley-Davidson. Entregué el che- que y ellos me entregaron los documentos para firmarlos, ya he- cho el trato, finalmente me entregaron las llaves. Tomé las llaves y encendí la Harley-Davidson, me sentí bien, me sentí súper emocionado, me sentía rebelde, me sentía como nunca, me sentía capaz de pisotear al mundo entero, jamás me había sentido así, ni siquiera cuando tomé mi puesto en el nego- cio familiar. La saqué de la tienda a la estación de gasolina, la llené y salí a dar unas vueltas en esa fantástica motocicleta. Sen- tía como la brisa acariciaba mi rostro y sacudía mi cabello, en ese momento recordé que necesitaba un casco, me dirigí a comprar uno, había muchos tipos de casco, pero quería uno que me cubrie- ra la cabeza completamente. Vi uno negro, con un cristal móvil en la parte frontal, me gustó ese, tenía un costo de 35.99 libras. Los pagué y me probé mi nuevo casco. Estaba listo, pasé todo el día montando mi Harley-Davidson, era fenomenal. En la tarde llegué a casa y la estacioné en la parte de atrás. Con la manguera de jardín y un poco de jabón, lavé la motocicleta y quedó relu- ciente, con un pedazo de tela la pulí un poco, había quedado tan brillante, que podía ver mi reflejo en ella. La guardé en el garaje, donde mi padre solía estacionar su auto. Desperté la mañana del 23 de noviembre, era un día sábado, muy normal como cualquier otro sábado, hasta que una noticia impactó al mundo entero ese día. Me levanté de la cama y encen- dí la radio, Radio Luxemburgo estaba dando su programación habitual, colocando temas musicales, hasta que la interrumpieron para dar una atroz noticia: John Fitzgerald Kennedy había sido asesinado.

«El presidente de los Estados Unidos de América, John Fitzge- rald Kennedy fue asesinado el día de ayer, viernes 22 de noviem- bre de un tiro en la cabeza a las 12:30 de la tarde en Dallas, Te- xas. Fue asesinado en una limusina Ford Lincoln X-100 mientras saludaba a los habitantes de Dallas. Tenemos noticias de que ochenta minutos después lograron capturar al asesino, fue identi- ficado como Lee Harvey Oswald y mañana será llevado a juicio para juzgar el asesinato, aunque afirma y sostiene que él no fue quien asesinó al presidente. Kennedy fue declarado muerto a la 1:38 de la tarde de ayer. Seguimos con la programación habitual y les mantendremos informados» El hombre más poderoso del mundo había sido asesinado, no lo podía creer. Imaginé la crisis que se estaría viviendo en Esta- dos Unidos. La mañana de ese día, 23 de noviembre estuvo muy ruidosa, oía como la gente gritaba, miré por la ventana de mi ha- bitación y vi los árboles que estaban frente a mi casa, pude ver a alguien guindado de uno de esos árboles, me vestí y bajé a ver lo que pasaba. Me acerqué a ese árbol, era el cadáver de alguien, alguien que decidió ahorcarse, miré en dirección hacia el centro de la ciudad y vi una línea de humo. Supe que la ciudad estaba en crisis también, no solo Estados Unidos, era el mundo entero, ca- miné a ver qué había pasado con la ciudad, estaba todo en ruinas, las paredes estaban pintadas con latas de spray y decían: “Murió el hombre más poderoso del mundo, ahora nos toca a nosotros” otros muros decían: “Esto es obra terrorista” y “Se acerca la Ter- cera Guerra Mundial, estamos muertos”. Vi las tiendas de víveres y supermercados, las entradas estaban rotas y al parecer habían saqueado toda la comida, no quedaba nada, había cuerpos ensangrentados en las calles y no veía nadie fuera de su casa, solo yo, era una crisis mundial. Veía venir un nuevo holocausto. Regresé a mi casa y me encerré en mi habitación armado, des- de ahí solo veía a ese sujeto que se suicidó frente a mi casa y solo

esperaba que con el pasar de los días se calmaran las cosas. Sin embargo, más tarde llegaron varias personas a quemar mi “solita- ria” casa, ya que supuestamente no vivía nadie ahí, tomé mi re- vólver y le disparé a algunos matándolos, el resto exclamó que la casa estaba embrujada pues solo veían una sombra en una venta- na disparando y se echaron a corren. El 24 de noviembre estaban trasladando al supuesto asesino de Kennedy a juicio, cuando otro inesperado asesinato se dio. Ha- bían asesinado a Lee Harvey Oswald, todos estaban esperando ese juicio, para saber más acerca del asesinato de Kennedy, pero cuando sucedió ese segundo extraño asesinato la gente enloque- ció aún más, ahora el pueblo y en mundo entero estaba en la verdadera crisis, todos estaban nerviosos de lo que pasaría y todos los habitantes del pueblo empezaron a saquear todos los estable- cimientos como el supermercado y la farmacia, estaba todo des- truido y así continuó esa situación durante semanas. Los policías golpeaban a la gente que saqueaba esos lugares y los dejaban en el suelo ensangrentados, era totalmente triste y desagradable que la ciudad y el mundo entero perdieran la cabeza de esa manera. Cuando ya había empezado diciembre, la situación se había calmado un poco, pero aún seguían los disturbios, ya sabiendo que Lyndon Johnson había asumido la presidencia de los Estados Unidos, pero, aun así, la crisis continuaba. Esa mañana me levan- té y me dirigí al baño, me miré en el espejo, aún estaba dormido, era una de esas mañanas en las que quisiera seguir durmiendo, pero para mí es imposible dormir después de que ya desperté. Me abofeteé el rostro yo mismo, para despertarme un poco, me mojé la cara y me volví a abofetear. Era martes, 3 de diciembre, días antes quería tener algún tiempo libre, pensé enseguida que inicios de diciembre serían buenas fechas para vacacionar. Esa mañana le quise escribir una carta a Marcie June.

«Saludos querida, hace algún tiempo que no hablo contigo y quería saber cómo estabas, el día de mañana saldré de mis debe- res en la universidad y probablemente esté en Rillujot la semana entrante. Howard Tucson» Ese día, después de haber enviado la carta, tomé El Guardián entre el Centeno y continué leyéndolo, mientras que me llegaba respuesta de Marcie, pasé horas leyendo, aproximadamente seis horas cuando ya había llegado la carta a mi hogar. «Si, al fin tienes vacaciones, tienes que venir a Rillujot bebé, pero no la semana que viene, no, esa semana estaré en Cracas, no estaré en Rillujot, creo que pasaré mis navidades allá, pero no es seguro y ¡Rayos! Me alegra saber de ti, hace como un siglo que no te veo, trataré de llamarte o escribirte más seguido.» «De ir, tendría que partir la semana entrante, lástima que no puedas pasar las navidades en Rillujot y en caso de ser seguro, bueno, ya será en otra ocasión. Sé el largo tiempo que tenemos que no hablamos y me gustaría mucho que mantuviéramos más o. P.D: El canal se llama CBS» El jueves 5 de diciembre, quise aprovechar el día para llevar mis cuentas y ordenar las cosas pendientes que tenía que hacer. Ya eran más de las 12:00 del mediodía, me empezó a dar hambre, no había desayunado, que desgracia no saber cocinar. Pensé en salir a comer algo y aunque todo se había calmado solo un poquito, fui con mucha cautela, nunca salía armado de casa, pero esa vez lo hice, cuando salí de casa, antes de irme, noté que tenía correspondencia, abrí mi buzón y vi una carta, era de la se- ñorita Verónica Bacon, la guardé en el bolsillo de la chaqueta que llevaba puesta y caminé al centro del pueblo, entré a un restau- rante italiano que había por ahí, me senté y un camarero me aten- dió. Me dio el menú y preguntó que comería con un intento muy

malo de acento italiano. Le eché un ojo al menú, no quería comer nada exquisito, exótico ni nada por el estilo, así que pedí un pa- nino y una Coca-Cola. Solo quería comer algo sencillo y un pa- nino era perfecto, era como un sándwich, pero con un tipo de pan alargado que primero presionan en una parrilla caliente y luego cortan horizontalmente y lo rellenan con mortadela, salami, ja- món, queso y algunos vegetales, era algo simple y muy delicioso. Luego llegó el camarero con mi orden y la dejó en la mesa di- ciendo: “Bon appétit”. Al oírlo, me di una leve palmada en la frente. Omití que pasó eso y me empecé a comer el panino, esta- ba delicioso, cuando terminé pedí la cuenta al italiano francés nacido en Mecebo para empezar a buscar dinero en mis bolsillos. Buscando el dinero me encontré con la carta de la señorita Verónica que tomé cuando salí de casa. La abrí y la leí ahí mismo. «Hola señor Howard, buen día, espero se encuentre bien por todos estos desastres que han pasado últimamente, esta carta es para hacerle una invitación a un evento público que tendrá lugar en un escenario que armarán en la plaza del pueblo, va a ser algo así como un concierto y me gustaría que fuera. El evento será sobre canciones navideñas, yo no seré su acompañante ya que yo estaré cantando dichas canciones. Me gustaría muchísimo que fuese a verme cantar, claro, si es que usted pudiera ir. El evento tendrá lugar alrededor de las 6:00 de la tarde del viernes, 13 de diciembre. Espero que pueda asistir. Verónica». Hace muchísimo tiempo que nadie me había hecho una invita- ción así. Después de leer la carta, seguí buscando el dinero en mis bolsillos, la cuenta era de dos libras y treinta y dos peniques, los dejé sobre la mesa y escribí con un bolígrafo (que nunca salía sin él) en el reverso de la cuenta “No hay propinas para ti, querido amigo, solo por ser francés” y salí del restaurante.

Caminé hasta mi casa y mientras caminaba solo pensaba en asistir a ese evento ¿Qué clase de persona sería si rechazara esa invitación o simplemente no me presentara? Llegué a casa, quería darle respuesta a la invitación de la seño- rita Verónica, así que subí a mi habitación, como siempre, guardé su carta y empecé a escribir un mensaje para ella. «Me gustaría mucho asistir a su evento, cuente con mi presen- cia, trataré de llegar a tiempo para no perderme nada del evento. Muchas gracias por su invitación. Howard Tucson». Fui a entregar aquel mensaje, cuando regresé de nuevo a casa, vi mi guitarra en un rincón de la sala, la saqué de su estuche, me senté en el sillón que estaba junto a la ventana y empecé a tocar- la, oía cada cuerda con atención porque era el único sonido que se escuchaba en aquella casa, mientras miraba por la ventana tocaba las cuerdas con algunos acordes básicos hasta que cayó la noche y oscureció completamente. Nunca me ha gustado encender luces cuando es de noche, de hecho, no había bombillas en mi casa, me deshice de todas y dejé mi casa a oscuras, también tomé mi revólver y le disparé a los postes de luz para que mi calle también estuviera oscura, si todo se pone oscuro es por algo ¿No? Algunas veces me gustaba vivir en la oscuridad y muchas veces refugiarme en algún rincón, solo y oscuro, sin ser visto, sin ver absolutamente nada, por mucho que me esfuerce por ver algo, no veré nada, porque mi casa esta- ba totalmente oscura. Guardé la guitarra en su estuche y la colgué en un perchero que estaba junto a las escaleras, subí a mi habita- ción y me acosté en mi cama a dormir, solo pensando en las cosas que tenía que hacer el día siguiente. Recibí en la mañana del 10 de diciembre una carta proveniente de Verónica Bacon, ese día no saldría de casa, sino que dedicaría exclusivamente a contestar las cartas de la señorita Verónica.

«Hola, solo te escribía porque me gustaría saber a qué parte de Rillujot llegarás, que sector o que barrio, tengo entendido que una vez que hablamos me dijiste que vivías por el centro del pueblo, sería grandioso ya que cerca de ahí hay un café muy bonito, se llama The Beagles, te recomiendo ir, es un café muy agradable, si es posible, ve en la noche y morirás con lo que hay adentro, no te lo diré, ve a verlo por ti mismo y si vas a consumir algo, lleva dinero, es un poco costoso» «Hola señorita Verónica, llegaré a Rillujot, no estoy seguro como se llama ese sector, lo que si es cierto es que si, vivo cerca del centro del pueblo. Me gustaría ir a ese café, como lo descri- bes, parece que es algo del otro mundo, después me dirás exac- tamente por donde queda porque si lo busco por mí mismo me perdería con facilidad, tengo muchas ansias de ir a ver como es por dentro y tomarme un café o comer algunas galletas» «¿Cómo te puedes perder en Rillujot si es un pueblo tan pe- queño y miserable que todos los habitantes se conocen entre sí? Es imposible perderse en Rillujot, y bueno, tienes que ir, no im- porta que después te pierdas y pases la noche en la calle, es muy bonito, es el único lugar así que hay aquí» La verdad ya sabía de cual café hablaba ella, solo había ido una vez y me había comido un helado, el letrero del negocio de- cía The Beagles y estaba escrito con la fuente de The Beatles, con la G alargada en lugar de la T y detrás del nombre, la sombra de un perro de raza beagle. Toda la decoración interior tenía que ver con The Beatles y otras bandas y músicos exitosos de la época, pero en lugar de ellos, eran perros de raza beagle, como, por ejemplo, un beagle vestido como Elvis Presley o como Chuck Berry, o cuatro beagles tocando la batería, las guitarras y el bajo que parodiarían al cuarteto de Liverpool. No me gustaba plantear una conversación por correo, de he- cho, nunca lo había hecho, ya era la segunda vez que lo hacía y

con la misma persona, una persona rara ¿Qué tipo de persona comenzaría una conversación a través del servicio postal? Eso aún no se ha inventado. Faltaban algunas horas para oscurecer y si escribía una carta ya no la recibiría hasta el día siguiente, deci- dí acabar con esta conversación postal y marqué su número en el teléfono.

rante toda la llamada no lo había notado. Colgó la llamada y me dejó con el auricular al oído, la verdad, no podía creer que creyera lo último que le dije o que lo tomara como una excusa para un encuentro sexual. El día miércoles, 11 de diciembre me fui a Rillujot, decidí ir en la HarleyDavidson, así que me levanté temprano, a las 6:00 de la mañana, y a las 7:00 ya estaba partiendo. Cuando pasé la frontera entre los dos estados hacia Rillujot me sentí confortable, estaba otra vez entrando a aquel pequeño pueblo. Unos minutos antes de las 11:00 de la mañana ya estaba en casa. El resto del día me presenté en el negocio para ponerme al tanto. La mañana del viernes, 13 de diciembre, apenas se iba aso- mando un poco el sol, quería ir al negocio y me fui caminando, antes de llegar, desayuné primero. Desde el caos de la muerte de Kennedy, todas las calles estaban muy descuidadas y destrozadas, había arboles tirados y escritura con spray en las paredes. Dieron las 8:00 en punto en mi reloj. Mientras yo seguía haciendo mi trabajo y enviaba a mis hombres a buscar gente que nos debía favores, se hicieron las 4:00 de la tarde, le hice una breve llamada a la señorita Verónica para saber si seguía en pie el evento, ella

preguntó como iría vestido para así reconocerme y le dije que iría formal, que fue así mismo como fui al negocio, de camisa, panta- lones negros, zapatos mocasines y un elegante saco. Aún me quedaba una hora en el negocio, luego saldría a la plaza del pue- blo así que hice el trabajo que restaba en esa hora y cuando el reloj marcó las 5:00 de la tarde, ordené mis cosas, cerré la oficina y partí a buscar la moto en casa para luego ir al evento. Mi corazón palpitaba muy rápido, sentía emoción y adrenalina en todo mi cuerpo por conocer a la misteriosa señorita. Al llegar, estacioné mi moto, el escenario ya estaba armado en el centro de la plaza, la habían arreglado y me dio gusto porque después del asesinato de Kennedy arrancaron algunos árboles y juntaron tres automóviles en el centro para quemarlos. Aún no veía a la señorita Verónica, para empezar porque ni si- quiera sabía cómo lucía. Eran las 5:30 de la tarde, aún faltaba media hora para que comenzara el evento. Cuando miré mi reloj, eran las 5:50 de la tarde y vi a un grupo de niños uniformados todos iguales, pensé que ellos podrían ser también parte del evento, esperé un poco más y otro grupo llegó, un grupo de niñas que usaban vestidos rojos, como si fueran a bailar tango o algo así. Cuatro minutos antes de que fueran las 6:00 de la tarde, pues, todavía no veía a la señorita Verónica. So- lo pensaba en que quizá, en ese mismo momento, yo la estaba viendo y ni siquiera sabía que en realidad lo hacía porque no te- nía idea en lo absoluto de como lucía ella, solo recordaba que me dijo que era muy chaparra, pero había muchas niñas enanas ahí ¿Cómo iba a saber cuál era? Estaba viendo, muy concentrado, cerca de los alrededores del escenario, cuando de repente escuché una voz chillona a un lado de mí que pronunció mí nombre.

Miré a mi derecha. Vi a una niña, una niña de baja estatura y con mucha pinta de tramposa, de cabello largo y castaño que pa- saban sus hombros y vestida con una camisa blanca, pantalones negros y una especie de pañuelo verde en su cuello y al verla solo dije en mi mente: “Demonios, esta niña fue la persona que ideó la picardía”. Cuando dijo eso, la miré de nuevo, era ella, era la señorita Ve- rónica Bacon, cuando me dijo su nombre mi ritmo cardiaco au- mentó, mi corazón empezó a latir muy rápido y empecé a tem- blar, tan bruscamente como si tuviera el Mal de Parkinson, culpa de mi antropofobia, estaba muy nervioso, no podía creerlo, después de meses de hablarle por teléfono y correspondencia final- mente había visto por primera vez a la señorita Verónica Bacon.

Ella rio de nuevo. Hubo un silencio como de diez segundos - ¿Y…? Al decir eso, se detuvo a pensarlo por un instante. Empezó a cantar un fragmento de uno de los villancicos que cantaría en el escenario, tenía una buena voz, una voz aguda, pero poderosa.

En ese momento llegó una chica vestida igual que la señorita Verónica que interrumpió nuestra conversación. Había cinco grupos, incluyendo el de ella y cada grupo dio su colaboración para el evento, los cuales interpretaron danzas típi- cas con canciones navideñas, fue muy entretenido porque algunos de los niños a veces se equivocaban de paso o bailaban la parte que aún no les tocaba, eso me divirtió mucho. Luego, al final del evento salió la señorita Verónica Bacon y su grupo, era un coro de chicas y cada chica cantaba una canción mientras el resto ha- cían de coristas. Cantaron villancicos clásicos como Deck The Halls, Mary’s Boy Child, White Christmas, Adeste Fideles, y Si- lent Night. Ya casi eran las 8:00 de la noche cuando la señorita Verónica ya estaba cantando la última canción, tenía una voz bonita, pero se me había ocurrido una jugarreta. Cuando bajó del escenario se dirigió hacia donde yo estaba. Ella rio.

Levanté la cabeza y la miré, de verdad no podía creer que me siguiera enseñando sobre bromas y sarcasmos, la niña se lo toma- ba todo muy en serio. En ese momento, un muchacho interrumpió nuestra conversa- ción, felicitó a la señorita Verónica por cantar y de una vez se despidió de ella, diciendo que el evento ya había terminado y tenía que regresar a su casa, me sonaba como cuando a esos niños no los dejan salir a esas horas y se fugan de sus casas para asistir. Cuando terminó de despedirse, también se despidió de mí, exten- diendo su mano abierta para un apretón, nos dimos la mano y no pude evitar temblar. Luego se había ido.

Suponía que decía eso porque notó que temblé mucho al mo- mento del apretón de manos. go Quizá podríamos fijar una fecha para volvernos a ver ¿Te parece el 27? Ese día podremos hacer todo lo que usted quiera, se lo prometo y si hay algo que se hacer bien es cumplir una promesa. Me di la vuelta y me fui a donde dejé mi moto. Cuando iba llegando, la señorita Verónica me gritó y volteé hacia donde esta- ba ella. Luego monté mi Harley-Davidson, me puse mi casco y me marché. Cuando llegué a casa, guardé la moto en el garaje, me di un baño, me acosté en mi cama y miré el techo, así me gustaba pen- sar como fue mi día. Ese día había sido agitado. Nunca pensé, que un mísero ermitaño como yo, tuviera más de un amigo, su- pongo que era feliz en ese momento, tan solo por sentir el calor

del o humano. Creo que, finalmente, mi vida comenzaba a tener sentido de nuevo. Desde aquel día, mi vida había cambiado mucho, mi forma de ser, mi personalidad, cambiaron un poco, porque ya no era aquel muchacho oscuro que siempre andaba deprimido, lleno de odio y rencor, aquella persona que sufría cada día de su existencia por haber matado a alguien, sentía que era un nuevo Howard Tucson. Había vuelto días después a Mecebo y seguía con mis labores en el negocio de la familia, no había recibido más cartas ni más lla- madas de la señorita Verónica, aunque me dijo que me escribiría una carta, pero se lo perdoné porque nunca dijo cuándo. A través de la ventana que estaba en mi habitación miré hacia fuera, el día estaba nublado, perfecto para caminar un poco, salí y caminé por todas aquellas desiertas calles de la cuidad. Había pasado muy cerca de un callejón y dentro vi a tres sujetos recos- tados contra la pared, creí que eran desamparados, pero luego uno de ellos susurró: “No debiste salir de casa, ocúltate, la CIA te matará, nos matará a todos”. Solo ignoré lo que me dijo y seguí caminando. Cuando regresé a casa, tenía correspondencia, una carta de la señorita Verónica Bacon que después leí. «Hola señor Howard, buen día, estaba pensando en el día que asistió a mi evento, no se lo dije, pero muchas gracias por ir, me sentí muy feliz de tener su presencia ahí y también quería recor- darle que ya se acerca la fecha que usted fijó, dentro de unas de semanas ya nos volveremos a ver. Yo estoy bien y como siempre en mi vida no pasan tantas cosas interesantes, normalmente no hago nada, solo leer de vez en cuando y asistir a mis clases y co- sas así.» Ya tenía varias cartas de la señorita Verónica Bacon y todas las guardaba en el mismo sitio, en un cajón de mi escritorio, cuando fui a guardar esa, le escribí respuesta.

«Yo me encuentro muy bien, esta semana no ha sido tan mala, yo también he estado pensando en ese día. Mi vida al parecer también es algo similar a la suya, no pasan cosas emocionantes o algo interesante, quizá porque no hacemos nada, solo estamos ahí» La metí en el sobre y lo llevé a la oficina postal, quise estar fuera de casa por un tiempo, así que estuve de paseo por la ciu- dad, mientras caminaba veía a toda esa gente, gente trabajando, gente descansando, gente charlando, gente desayunando, gente que compartía con otra gente. A veces pienso en toda esa gente, pienso que muchos de ellos no están vivos, que son como maqui- nas, maquinas que hacen lo mismo una y otra vez, día tras día, hasta que esperan la fecha de su muerte, nadie hace algo distinto, nadie hace algo diferente, solo comen y hacen sus tareas diarias, es todo lo que hacen y me pregunto si ellos están conscientes de eso. Lo más curioso de lo que me di cuenta es que esas personas no pueden estar un instante sin hacer algo, todos ellos no pueden evitar estar haciendo algo. Podría sentar a una persona en una silla y encerrarla en una habitación sin nada y el resultado será que esa persona no podrá evitar hacer algo, aunque sea se levantará y caminará alrededor de esa silla porque es imposible que algún ser humano en el mundo no esté en movimiento o no esté haciendo ninguna cosa, por muy vago y holgazán que sea. Yo solo los veía, caminaban de un lado a otro, sin dirección alguna, caminan, pero no saben a dónde ir. Yo caminaba hacia mi casa donde en el camino observé una tienda que recién abrió en la ciudad, se encontraba ubicada donde estaba antes una pastelería, donde vendían unas rosquillas y pas- teles muy deliciosos, con el caos que se presentó ya esa pastelería no existía, solo quedaron ruinas y vidrios rotos y ahora estaban abriendo una tienda, era una tienda donde vendían instrumentos

musicales, me llamó la atención y quise entrar, habían diversida- des de instrumentos en ese lugar, incluso instrumentos que des- conocía, el más extraño que vi fue una especie de banjo pero con el diapasón mucho más largo, medía como dos metros y tenía como veinte cuerdas, costaba 239.99 libras, muy costoso y su etiqueta decía Sitar, imaginé que ese era el nombre del instrumento, era muy curioso ¿En realidad existía alguien capaz de tocar algo como eso? Se veía muy complicado de tocar. Decidí ver otros instrumentos y el sujeto no se despegaba de mí, cada instrumento que me llamaba la atención me hablaba alguna cosa de él, después vi las guitarras, había guitarras muy bonitas, muchas guitarras, eléctricas y acústicas, pero había una que llamó mucho mi atención, lo que la caracterizaba de las de- más era que tenía como una mancha negra en el borde del agujero acústico de la guitarra. Me gustó mucho, sentí el impulso de comprarla. Eso me tentó, pero aún no estaba seguro de querer comprarla.

Llegué a casa con una nueva guitarra, ese día estaba algo des- animado, quizá porque amaneció nublado, pero me gustaba que amaneciera así, ojalá todos los días fueran así pero ese día no tenía ganas de hacer algo, solo subí a mi habitación y me recosté en mi cama, donde de repente me dio sueño, dormí como tres horas aproximadamente y cuando desperté aún me sentía cansa- do, sin ánimos de hacer algo, solo miraba el techo acostado en mi cama, se me ocurrió encender la radio y sin levantarme la encen- dí, estaba fija mi emisora, Radio Luxemburgo. Atontado del abu- rrimiento me quedé escuchando la radio cuando colocaron un tema bien rocanrolero, muy movido, la letra la había escuchado antes, esa era la letra de la canción Roll Over Beethoven, era una versión de otro artista y se parecía mucho a la versión que tocó The Beatles cuando asistí a su concierto en la ciudad, recordé que abrieron el concierto con ese tema. Cuando ya finalizó la canción, salió al aire el presentador: “Gran tema en la voz de George Harrison, una canción compues- ta por Chuck Berry y versionada por The Beatles en su segundo álbum de estudio, hasta podría decir que es mejor que la original” Eso me molestó un poco, nada, absolutamente NADA, es me- jor que la versión original, sea lo que sea, obviamente, porque es la original, pensé que George Harrison se sentiría ofendido si le dijeran que su versión de la canción es mejor que la de Chuck Berry. No sé en qué estaba pensando ese locutor, si fuera dueño de Radio Luxemburgo, ese hombre ya estuviera despedido. Des- pués de que terminó de hablar colocaron más temas musicales, yo los dejé sonar mientras solo estaba ahí, recostado en la cama, estaba pensando en lo que dijo el locutor, que era un tema inclui- do en su segundo álbum ¿Ya sacarían otro álbum a la venta? Ni

siquiera tenía ganas de ir hasta la tienda de discos a averiguarlo, ni siquiera en mi Harley-Davidson, no tenía ánimos de hacer ab- solutamente nada. Me había dado hambre, así que bajé a la cocina y revisé la despensa, había ahí un kilo de pasta italiana y junto a la pasta una bolsa de galletas, esas galletas llevaban un mes desde que las encerré ahí y era hora de comerlas. Me senté en el viejo sillón que estaba en la sala con vista hacia la ventana, solo me senté ahí, porque me hace sentir que soy invisible, más de lo que ya soy, porque soy invisible para los demás, pero sin embargo notan mi presencia, en cambio cuando estoy ahí sentado, soy invisible, pero nadie nota mi existencia, así que soy más invisible. El hom- bre invisible se quedó ahí, ya cuando los últimos rayos de sol caían sobre su casa. Ya se acercaba cada vez más aquel día viernes en el que me reencontraría con la señorita Verónica, hace unos días me envió una carta diciendo que llevaría a su amiga, fanática de Ritchie Valens, a nuestro encuentro, me pareció bien, así que acepté que viniera ella también, al decir verdad, tenía algo de interés por conocer a esa muchacha. Para pasar el tiempo de aquel día nublado, tomé la guitarra Martin que había comprado, no la veía del todo, ya que mi casa siempre estaba oscura, toqué cada una de sus seis cuerdas y prac- tiqué por un tiempo lo único que sabía hacer con la guitarra y al terminar, la volví a guardar. Decidí que podía darles a mis hombres algunas semanas de descanso así que suspendí el negocio familiar hasta después de diciembre para que pasaran algún tiempo con sus familias, a dife- rencia de mí, que no tenía ninguna. A partir de ese día, ya no te- nía más responsabilidades hasta el próximo año, ya cuando fina- lizara ese año, volvería a matar gente, cobrar favores, prestar di-

nero, obtener cosas a la fuerza y vender ilegalmente otras cosas a través del mercado negro, pero por ahora no haría nada más. También se acercaba ya la navidad, esa bonita fiesta en la que la familia comparte entre sí, y el día de Noche Buena, donde un santo entra a las casas a través de la chimenea sin darnos cuenta y deja un obsequio porque cree que es bueno ¡Y lo es! A mí me gusta dar obsequios, dar regalos a los demás y ver sus caras de curiosidad y luego de alegría al saber qué fue lo que les regalé, me encanta. Hace ya varios años que Papá Noel no visitaba mi oscura casa, a veces me preguntaba por qué ¿Sería porque había sido malo? ¿O acaso sería por mi oscura y tétrica casa? No lo sabía, no lo entendía, pero desde que mi familia murió, él ya no me visitaba. Cerca de mi casa, había un bosque, siempre, desde muy pe- queño, iba a ese bosque a cortar pinos para navidad, era como una tradición, mientras las demás familias compraban su pino a sujetos que ya los cortaron, mi familia en cambio, lo iba a cortar en el bosque, no había mucha gente ahí y, además, era gratis. No tenía ningún sombrero o gorro para el frío, normalmente me gusta sentir el frío, a veces salgo sin abrigo, pero ese día salí abrigado, llevaba un abrigo amarillo de material impermeable, por si llovía, tomé la vieja hacha y la afilé en una piedra redonda que mi padre tenía en el garaje, era para afilar sus cuchillos, sus instrumentos de jardinería y esa hacha. Salí de casa y antes de irme, revisé si tenía alguna carta o algo, no tenía nada. Finalmen- te me fui y caminé a través de aquel bosque buscando algún pino apropiado, pero los pinos eran muy altos, crecieron mucho ese año o quizá ya los vendedores se me adelantaron y cortaron todos los buenos, me adentré más al bosque y encontré uno, era casi del mismo tamaño que yo y estaba algo seco, un poco feíto pero no le di importancia a eso y le empecé a dar hachazos, cuando lo estaba cortando sentía lástima por ese árbol, es muy diferente apuntar a

alguien con un revólver y matarlo porque los humanos son la escoria del mundo, además, hay mucha sobrepoblación de gente y al matarlos, creo que estoy ayudando a que la tasa de natalidad descienda, o sea, que desde un punto de vista muy raro, le estoy haciendo un bien al planeta y a la humanidad pero desde que supe que los arboles están vivos y sienten dolor, me daba lástima ha- cerles daño, los arboles nos dan frutos, sombra y oxígeno y noso- tros se los pagamos cortándolos para que se sequen en medio de una sala, así que lo dejé en paz y me fui, decidí que ya no podía continuar con esa tradición, no tenía sentido que sea una tradición mutilar a un árbol para después ponerlo como decoración en el medio de una sala y luego en enero deshacerse de él porque ya está seco. Imaginé las cantidades de pinos que mueren al año en esas épocas, imaginé que eran millones y millones, ya que casi todo el mundo celebra el nacimiento de Jesús. Estaba algo cerca del centro de la cuidad y decidí que podía ir a visitarlo. Cuando llegué, todos los locales comerciales estaban decorados con ador- nos navideños y muchas tiendas decían: “Oferta” “¡Compre YA!” “El regalo perfecto para estas navidades” y cosas así. Entré a un café y una señorita se acercó a tomar mi orden. Ya tan solo faltaba una semana para navidad, aún no había de- corado mi casa como lo sigue mi tradición familiar (sacando al pobre pino de esa tradición) y ya toda la ciudad estaba decorada. La señorita estaba de vuelta con mi café y se lo agradecí, cuando tomé el primer sorbo me había quemado la lengua, sí que estaba caliente ese café, así que lo bebí más despacio, no creí que me lo dieran tan caliente y es horrible cuando se quema la lengua,

se puede pasar días con ese ardor, es insoportable. Solo tomé una taza y era pequeña, la señorita volvió a atenderme, preguntándo- me si quería algo más, le dije que no, pagué por el café y me fui de ahí. Como ya se acercaba navidad, tenía que comprar regalos, aún no los había comprado, primero pasé por la tienda de discos y entré. Empecé a buscar discos de The Beatles, había muchos discos y muchos de ellos eran el mismo, como Please Please Me, de ese había muchísimos. Buscando encontré un disco que no tenía, la portada tenía el sello de Parlophone, los integrantes de la banda y decía With The Beatles. Me gustó mucho esa portada, mostraba una fotografía de los rostros de los cuatro Beatles en un fondo oscuro y la mitad de sus caras estaban oscuras también, a la otra mitad les llegaba la luz, era como si con esa portada quisieran decir que estaban saliendo de la oscuridad y alcanzado la luz, la cima de su carrera, dejando atrás sus antiguas y oscuras vidas por unas mejores. Me puse ese LP debajo del brazo y seguí buscando, luego en- contré un sencillo que no había oído, se llamaba She Loves You, su portada mostraba una fotografía de los integrantes de la banda en escala a grises, el nombre de la banda y el nombre de las dos canciones. Puse ese sencillo también debajo de mi brazo y seguí buscando. I Want To Hold Your Hand fue el siguiente sencillo que encontré, su portada era parecida a la de She Loves You, una fotografía escala a grises, pero esta vez mostrando a cada Beatle sentado en una silla y lo que parecían ser unas cinco rayas rectas de color rosa, no tengo idea de por qué colocaron esas rayas en la fotografía, no se veía como un error de impresión o algo así, solo se las colocaron y quizá por alguna razón. Puse ese sencillo también debajo de mi brazo y seguí buscando.

Luego encontré cuatro EPs, el primero que encontré fue uno llamado My Bonnie, ya tenía el álbum y el sencillo, pero no ese EP y además tenía dos canciones que no salían en el álbum ni tampoco en el sencillo, lo puse con los demás, el otro que encon- tré fue uno llamado Twist And Shout como la última canción del álbum Please Please Me y contenía canciones que ya estaban incluidas en el álbum ya mencionado. El tercero que encontré se llamaba The Beatles’ Hits que ya contenía dos canciones del ál- bum Please Please Me y las otras dos canciones del sencillo From Me To You. El último que había encontrado me llamó mu- cho la atención, tenía la misma portada del álbum Please Please Me y solo tenía el nombre de la banda y un No. 1, nada más, supuse que el EP se llamaba así, No. 1. Tomé todo eso y me lo llevé a la caja. Pagué por todo, salí de la tienda enseguida y busqué un lugar donde me pudieran envolver esos discos, recordé que siempre había una chica muy bonita que colocaba una mesa en la plaza de la ciudad y se ponía a envolver regalos, esperaba que ese año siguiera ahí. Había llegado a la plaza y ahí estaba la bonita chica, era tan bonita, tenía su cabello largo de color negro y sus ojos eran hermosos, siempre usaba vestidos largos hasta las rodillas, muy bonitos también y usaba medias largas y brazaletes muy llamativos en sus muñecas, también de vez en cuando usaba una flor en su cabello, en esa ocasión usaba una margarita, se le veía muy bonita. Ahí estaba ella, con su mesa y su papel de regalo sobre ella, me acerqué, tenía mucha variedad de papel de regalos, con diferentes motivos, unos tenían pequeños renos, otros tenían pequeñas guirnaldas con bambalinas y bastones de caramelos, otras tenían al clásico y viejo Papá Noel y otras tenían simple- mente la frase Feliz Navidad.

Me quedé callado, me dio un poquito de miedo la manera en la que me preguntó si había algún problema. Dos libras por cada objeto que envolviera, se aprovechaba de que era navidad… y también de que era bonita. Ella escogió varios papeles de regalo, creo que no le importó cuando le dije que escogiera los que más le gustaran, simplemen- te tomó uno de cada uno y envolvió mis discos, a cada disco les puso un lazo de regalo muy bonito, en realidad, la chica era bue- na en eso y verla hacerlo era algo que no me cansaba de ver, era demasiado buena y demasiado bonita a la vez, podía quedarme ahí viéndola todo el día haciendo su trabajo, la verdad que valía la pena. Le di enseguida las catorce libras y ella metió mis discos en una bolsa de plástico.

Tomé mis regalos y me fui, todavía me faltaba comprar rega- los. Entré a una tienda de interiores y quise comprar algún cua- dro, ahí vi un cuadro que siempre me había gustado, era una co- pia de El Gran Masturbador pintada por el español Salvador Da- lí, sin duda, él y Miguel de Cervantes son los únicos españoles que merecen existir. Ese cuadro era uno de mis favoritos desde siempre y para ser una copia era demasiado costoso, sin embargo, lo compré, pagué 84.99 libras por él. También compré una copia de un cuadro de uno de mis artistas favoritos, Vincent van Gogh, era uno de sus últimos autorretratos pintado en septiembre de 1889, ahí se muestra usando un atuendo formal color celeste con el fondo casi con la misma tonalidad con espirales y con una mi- rada perturbadora que se muestra en muchos de sus autorretratos. Ese cuadro fue algo más barato que el otro porque era más pe- queño, costó 49.49 libras y estaba muy bien pintado, era una co- pia muy buena, pero, aun así, muy costosa para ser una copia. Fui hacia donde estaba la bonita chica que envuelve regalos para que me envolviera los cuadros que acababa de comprar. ¡DEMONIOS! De verdad se aprovechaba de que era navi- dad… y de que era bonita también. No me quejé ni le dije nada sobre el precio.

Le di los cuadros y ella empezó a hacer su trabajo, al menos pagar esas seis libras valía la pena al ver como trabajaba, les puso un lazo de regalo y luego le pagué. Al terminar, quise hacerle una pregunta, pero estaba algo ner- vioso, empezaba a temblar y solo me quedé ahí parado, viéndola a ella. Ella se rio, se rio mucho. Buscó dos de esos lazos de regalo que ya tenía ahí y me extendió su mano para dármelos. Me sentía aún nervioso, la miré a la cara y ella me dio una sonrisa, yo le sonreí también.

Me retiré del lugar, no podía creer que cada año esa señorita envolvía mis regalos y hasta ahora es que vengo a saber su nom- bre. Me encantan las navidades por eso, todo el mundo es amable con todos los que les rodean, son festividades de paz, donde du- rante estas fiestas todos son hermanos, si esto es así, desearía que todos los días fuera navidad, pero que bien que no lo es, si fuera así, creo que ahora mismo estaría estudiando una carrera opresora y mediocre en la universidad. Ya solo me faltaba comprar las tarjetas navideñas y una bolsa de regalo, esas las podía comprar en cualquier tienda de detalles, no eran muy difíciles de conseguir y tampoco eran tan caras. Después de haberlas comprado estaba listo para irme a casa. En la bolsa de regalo que compré metí todos los discos, ya so- lo me faltaba preparar las tarjetas, me senté en el comedor y con mi bolígrafo escribí en las tarjetas navideñas, cuando las terminé, le coloqué a cada una un lazo de regalo, de los que me dio la se- ñorita Rita, coloqué una tarjeta en los discos y la otra en los cua- dros. El resto de la tarde lo pasé decorando la casa con adornos navideños, puse las luces navideñas, las clásicas medias sobre la chimenea que clavé en la pared porque no tenía chimenea y otros adornos que tenía guardados en una caja como figuras de Santa Claus y los inolvidables muñequitos de nieve ¿Y cómo podría olvidarme del cumpleañero? También le reservé un espacio a Jesús, construyendo mi pequeño Belén, plasmando el nacimiento del Niño Dios. Ya había terminado, ya estaba listo para recibir la navidad. La mañana del 25 de diciembre, me levanté muy temprano, bajé las escaleras, desayuné con algunas frutas que había com- prado hace días en el mercado, unas galletas y un poco de café,

luego fui a la sala y vi los regalos. Tomé primero la bolsa que contenía los discos y leí la carta que había dejado ahí. «Ha pasado un año más en el que estás solo, pero no lo estás del todo, yo te estimo y te quiero mucho, no me he olvidado de ti y mucho menos en estas hermosas fiestas, quiero desearte lo me- jor para ti en estos días y que el próximo año te sientas capaz y seguro de lograr todo lo que anhelas. Quiero que pases una feliz navidad, de vez en cuando sonríe un poco, no llores, no estés tris- te, haz algunos amigos y haz de tu vida una mejor, pásala exce- lente. Te dejo un obsequio que estoy seguro que te gustará. Saludos y Feliz Navidad Con mucho cariño, Howard del pasado». Abrí mis regalos y vi los siete vinilos que me compré, el rega- lo perfecto para mí, ninguno de esos vinilos los tenía. Luego de abrir todos mis vinilos tomé el segundo regalo, los cuadros. Tomé la carta y la leí en voz alta. «En este día de navidad te quiero agradecer porque desde que tengo memoria me has acobijado, me has guardado y me has re- fugiado, por eso me siento muy feliz y muy agradecido, aunque siempre parezcas triste y decadente, no le doy importancia a eso porque así te amo y te quiero mucho. Algunos dirán que es ilógi- co regalarte algo, pero yo no lo veo así, el día de hoy te obsequio estos cuadros, espero que te gusten tanto como a mí y lo puedas lucir a todos. Gracias por estar conmigo un año más y espero que no me abandones los años que me restan. Con muchísimo amor, Howard». Le quité la envoltura al primer cuadro, El Gran Masturbador y lo colgué en la pared, encima de donde se encontraba la televi- sión y el autorretrato lo colgué en la pared contraria, hacia donde miraba la televisión, justo arriba del sillón que estaba contra la pared.

Aún era temprano. Me senté en un sillón de la sala, desde ahí observé mis regalos, los había dejado en el suelo, pensé en repro- ducirlos en el tocadiscos y lo hice, quise empezar con el With The Beatles a ver qué tal era, lo coloqué y empezó a sonar. Reproduje primero la cara A, las canciones de esa cara me gustaron mucho, resaltando canciones como All I’ve Got To Do, me pareció una canción de amor muy bonita, tanto como All My Loving, la carac- terística armónica en Little Child, pero la canción que más me gustó del lado A fue Please Mister Postman porque me recordaba mucho cuando me siento en mi viejo sillón, mirando a través de la ventana, esperando por las cartas de la señorita Verónica Ba- con. Le di la vuelta al LP y reproduje el lado B. Esas canciones también me habían gustado mucho, la manera en la que George Harrison tocaba la guitarra en Roll Over Beethoven, que me re- cordó cuando la tocaron en vivo en el concierto que asistí, el esti- lo rocanrolero que le dan a Hold Me Tight, la manera en la que modificaron You Really Got A Hold On Me y finalizar con Money (That’s What I Want), me gustó mucho el teclado que tocan en esa última canción, era perfecto, era el toque que se le da a una canción para que se convierta en un buen rock and roll. Otra cosa que me gustó de ese álbum fueron las voces, como la de Ringo Starr en I Wanna Be Your Man, la de McCartney en Till There Was You, la de George en Don’t Bother Me y la de John Lennon en Not A Second Time. Me gusto aún más que George Harrison compusiera su propia canción para ese álbum. Ese era un gran álbum, lleno de mucho rock and roll. Seguía con los sencillos, primero coloqué el She Loves You, lo que más me había gustado de esa canción eran los inmaduros Yeah, Yeah, Yeah, tenía buena percusión y guitarra, ya entendía por qué alcanzó el número uno en tan poco tiempo, era muy rít- mica y pegajosa, era una buena canción. Le di la vuelta y sonó la otra canción del sencillo, era I’ll Get You, también una buena

canción, las voces dobles que se oyen al cantar, la letra de la can- ción y también la característica armónica que no podía faltar. Quité ese sencillo y coloqué el I Want To Hold Your Hand y lo oí, esa canción me había gustado más que todas, esa guitarra que sonaba durante la canción era perfecta, su percusión también lo era y las palmas que se oyen le agregaban un ritmo muy especial, sin duda, era una gran canción que también alcanzó el número uno en muy poco tiempo y sin ningún problema. Le di la vuelta al sencillo para escuchar la otra canción, se llamaba This Boy, tenía un tono bajo, se oían como tristes al cantar esa canción, sin em- bargo, la letra del tema me gustó mucho. Ya finalmente quise escuchar los dos temas que venían en el EP My Bonnie. Cuando escuché la canción Cry For A Shadow me di cuenta de que solo era una pieza instrumental, tenía buen rit- mo, pero no me había gustado mucho su percusión. Luego le di la vuelta y escuché Why, era una bonita canción, me gustó mucho la letra, era una canción muy romántica, donde ellos le exigen a la chica ¿Por qué? ¿Por qué no me amas de nuevo? ¿Por qué no abres tu corazón? Luego de que escuché ese EP solamente quise probar los demás para confirmar que se oía bien, ya que los de- más si tenían canciones que ya había escuchado. Me había gustado mucho ese regalo, escuché música nueva que me encantó. Espero que a quienes les di regalos también les haya gustado, hablaba solo de mi casa porque no conocía a nadie más. Recogí todo el papel de regalo que rompí al descubrir los regalos, tomé mis vinilos y los coloqué en el espacio debajo del tocadiscos, quise seguir escuchando música, así que saqué el sen- cillo I Want To Hold Your Hand y lo coloqué de nuevo, era una canción perfecta en todos sus sentidos, cuando terminó la volví a escuchar y me dije que sería muy bueno si aprendiera a tocar esa canción con mi guitarra. Busqué mi guitarra y luego coloqué la canción. Se me dificultaba mucho tomar los acordes correctos ya

que el inicio de la canción era muy rápido, sin embargo lo había logrado, pero con mucha dificultad los tocaba, solo porque me hacía falta algo de agilidad en los dedos, en unas horas lo domi- né, solo el inicio de la canción, aún tenía que encontrar acordes para el resto, me había tomado todo el día y de tantas veces que llegué a colocar el tema, ya me sabía la letra de memoria, logré encontrar todos los acordes, ya solo faltaba el rasgueo que eso ya era sencillo de aplicar, yo solo cerraba mis ojos y seguía el ritmo de la canción en mi mente hasta que lograba tocarla, con mucha dificultad porque aún no era muy rápido en eso de cambiar los acordes pero con un poquito de practica lo conseguiría. Había anochecido, ya era tarde y yo, aún estaba practicando aquella canción, ahora lo hacía un poco mejor, pero podía mejo- rar mucho más. Dejé la guitarra porque ya había dado el primer bostezo, esa navidad no había sido tan mala. Guardé mi guitarra y me fui a dormir, estaba muy cansado para mirar el techo y recor- dar todo lo bueno que había hecho. Era el día jueves, 26 de diciembre, la mañana de ese día estuvo nublada y quise buscar algo para desayunar. Como la mañana estaba nublada era perfecta para caminar, así que caminé hasta el centro de la ciudad donde había variedades de lugares en los que podía desayunar y entré a un restaurante llamado El Sco. Me dio curiosidad por probar la comida de ese lugar. Estaba como la especialidad de la casa el Desayuno Completo y quise comerlo. Me senté en una mesa y una chica tomó mi orden, le dije que quería probar ese Desayuno Completo a ver qué tan bueno era, luego me preguntó por alguna bebida, le dije que quería beber una Snakebite, y finalmente me preguntó si quería comer algún postre, le dije que quería el pie de manzana porque los crumbles no me gustaban del todo. Ya cuando tomó mi orden completa en cinco minutos estaba de regreso con mi comida, el restaurante era rápido con los pedidos, dejó mi orden sobre la mesa y me dijo:

“Buen provecho, que disfrute su comida”. Empecé a comer el Desayuno Completo, todo estaba delicioso, era el mejor Desa- yuno Completo que había comido, el mejor de la ciudad, y luego probé el snakebite y estaba excelente, aunque tenía más sidra que cerveza, luego empecé a comer la rebanada de pie de manzana, el cual también tenía buen sabor, estaba suavecito y se le sentía el sabor a manzana, no como otros, ese era uno de los mejores res- taurantes en los que había comido, antes no lo había visitado por- que era muy pequeño y se llenaba de gente muy rápido, pero aho- ra lo visitaría de vez en cuando, lo que más me gustó fue el pie de manzana, estaba exquisito. Cuando pedí la cuenta, me disgustó un poco, salió en siete libras y ochenta y cuatro peniques, solo por un desayuno, pero sin embargo no me quejé, porque fue muy excelente, no comía comida como esa desde que murió mi madre. Ese restaurante lo tenía todo, buena atención, la comida no se tardaba y era deliciosa. Lo único que no me gustó fueron los pre- cios, pero mientras sigan con esa calidad no me importaría pagar lo que pidan. Salí de aquel fantástico restaurante y ya me dirigía a casa, cuando llegué, revisé mi buzón y había dos cartas. Las tomé y entré a casa. «Hola señor Howard, ayer estuve hablando con Grace sobre usted todo el día y se entusiasmó más en conocerlo, ya mañana podrá conocer a Grace, lo esperaremos en The Beagles, para co- mer algunos helados, para mí son los mejores helados de por aquí, son deliciosos, nos veremos ahí a las 8:00 de la mañana, no llegue tarde, así podremos aprovechar cada instante juntos. Verónica. P. D: Lleva dinero, mucho dinero». No tenía idea de que alguien se pasara el día entero hablando sobre mí y por lo visto eran muy puntuales las chicas ya que me estaban pidiendo que no llegara tarde, pero no es de caballeros

hacer esperar a dos chicas, así que como siempre, llegaré mucho antes de la hora fijada y yo las esperaré a ellas, pensé que llegar media hora antes sería suficiente. Aparté esa hoja y abrí la siguiente carta. «Hola Howard, quería avisarte que pasé mis navidades en Cracas, pero pienso pasar año nuevo aquí, en Rillujot, estaré algo ocupada estos días, pero tengo la mañana del sábado libre hasta el mediodía, me preguntaba si me quisieras acompañar un rato, des- pués de eso tendría mi cita con el odontólogo. Espero que puedas a las 8:00, hace mucho tiempo que no te veo y bueno, podríamos hacer algo juntos. Marcie June» No está nada mal para ser un ermitaño, todo lo que hice fue responder a la carta de la señorita Verónica. «El dinero no es problema, señorita». Solo le escribí eso y la dejé así, sin firmarla al final ni nada, solo eso. Doblé la hoja en tres partes y la metí en un sobre, la sellé y la envié y en cuanto a Marcie June, le acepté la invitación, también llevaba un tiempo sin verla y me gustaría mucho volver a ver a la psicópata nazi racista mata-negros y enseguida, al llegar el mediodía partí hacia Rillujot de nuevo, llegando a las 4:00 de la tarde. Tomé la guitarra Martin y dejé sonar las seis cuerdas, una por una, sonaba hermoso, toqué un trozo del Love Me Do que había sacado hace meses al oír cuidadosamente la canción, también practiqué un poco I Want To Hold Your Hand y cada vez que lo hacía ganaba más agilidad en los dedos por ser una canción más moderada. Pasé un poco más de tiempo con mi guitarra, hasta que me dio sueño y me fui a dormir, subí a mi habitación, me quité la ropa y dormí solo con mis calzones puestos, como siempre acos- tumbraba.

Al día siguiente, la mañana del viernes, 27 de diciembre, fi- nalmente estaba aquí, me levanté de la cama y me sentía nervioso al recrear en mi mente el encuentro que tendría ese día, esa ma- ñana solo me bañé y me vestí, usé una vestimenta negra, era el atuendo con el que me describía esa mañana, usé zapatos negros, pantalones negros y una camiseta negra. Ya estaba listo para salir, eran las 7:00 de la mañana y cuando salí de casa, miré mi buzón, le eché un vistazo, pero no había cartas para mi esa mañana, decidí caminar hasta el centro del pueblo, me había dado hambre y me compré un sándwich de ja- món y una lata de Dr. Pepper, cuando terminé de desayunar, me dirigí al café y ahí estaba. Traté de entrar al establecimiento, pero no se abría la puerta, después me di cuenta de que la puerta tenía uno de esos letreros de “cerrado”, no comprendía ¿Por qué la señorita Verónica me mandaría a un establecimiento cerrado? A menos que fuera otro establecimiento, pero eso era imposible, solo hay un The Beagles. Solo me quedé ahí a esperar afuera del café, pensé que tal vez no era su horario para abrir y quizá abrirían más tarde, me quedé esperando ahí afuera hasta que se hicieron las 8:00 de la mañana, no había rastros de las señoritas y tampoco nada que abrían el café. Luego, tiempo después, un señor llegó y trató de entrar a un consultorio odontológico que estaba justo al lado de la heladería, pero también estaba cerrado. El sujeto me miró sin decirme nada y luego miró de nuevo la puerta del consultorio odontológico. Solo se quedó ahí parado, igual que yo, como esperando a que abrieran el consultorio para hacerse sea lo que sea que se iba a hacer en los dientes. Luego el sujeto se dirigió a mí. Alcé mis hombros en señal de que no lo sabía. El hombre solo se quedó ahí, esperando también, al igual que yo y media hora

después llegó el que parecía ser el odontólogo, encontró al sujeto parado viendo la puerta del consultorio. Preguntó al hombre si esperaba a que abrieran, el hombre asintió y el odontólogo le in- formó que no abriría ese día pues el lugar se encontraba en man- tenimiento. El sujeto entendió y se marchó, el odontólogo, mien- tras buscaba las llaves para entrar a su consultorio me vio a mí frente al café. También preguntó si esperaba a que abrieran el café a lo que asentí y me dijo lo mismo que al sujeto. Luego solo me di la vuelta y me fui a casa, llegué a las 8:45 de la mañana y vi que tenía correspondencia. Había una carta, la tomé y subí a mi habitación para leerla. «Hola señor Howard, le ruego que me disculpe por no avisarle antes pero no sabía, se me presentó un problema en el último momento y se me dificultó mucho encontrarnos en el café. Le ofrezco mis disculpas nuevamente, hablé con Grace acerca de mi problema y le pedí que fuera ella sola a encontrarse con usted, pero ella no quiso aceptar ir sola, creo que, porque estaría apena- da, no lo sé. Entonces me dijo que mejor lo haríamos otro día. Lo estuve llamando a su teléfono, pero no contestó y ahora es por eso que le envío este mensaje, si usted gusta, podría fijar otro día y con mucho gusto nos haremos presentes la próxima vez, sin falta. Verónica Bacon». Al leer el mensaje sentí odio, odio por personas como esas que no cumplen con lo que dicen, tendría que esperar más tiempo para ver a Verónica y conocer a la otra chica. Estuve esperando mucho tiempo hasta que ese día llegara. Todo lo que podía hacer era enviarle una carta en respuesta. «Esta mañana fui al café y estaba cerrado por mantenimiento, creo que fue suerte que ninguna de las dos fuera para encontrar ese café cerrado. Yo entiendo que usted tuviera un problema, no

importa. Acepto sus disculpas y espero que la próxima vez si se presente. Que tenga un bonito día. Howard Tucson». Me sentía lleno de odio, ese día no saldría de mi casa y espe- raba que todo el día pudiera pasarlo junto a gente de verdad y no las cosas ficticias e imaginarias que tenía en la cabeza todo el tiempo. Fui a la parte trasera de mi casa y me recosté sobre el pasto verde. Solo me puse a contemplar el cielo, me gustaba mirar el cielo, hacía que mis problemas desaparecieran y reprimía mi odio hacia los demás, me hacía sentir un poco mejor, solo contemplaba las nubes que pasaban, buscándoles formas y en eso me entretuve, no quería dejar de mirar el cielo y aunque lo quisie- ra ¿Para que lo haría? No tengo nada más que hacer, solo miraba las aves que pasaban volando sobre mí y en una ocasión pasó un loro, supe que era un loro porque pasó volando mientras hablaba, me preguntaba si ese loro le pertenecía a alguien o simplemente aprendió a hablar oyendo a las personas que están en la calle. Solo ahí, recostado la pasé por horas y horas, había visto una nube con forma de botella que disparaba su tapa como sucede cuando se agita una bebida gaseosa, viendo esa nube se me había antojado una Coca-Cola. Me levanté y fui a ver si por casualidad, me había llegado alguna carta. Revisé mi buzón y si tenía una, la tomé y entré a la casa. Me había dado hambre, mala suerte por- que no tenía nada para comer, salvo algunas frutas que me que- daban en el refrigerador, tres melocotones, una naranja y una manzana. Me comí la naranja y quise dejar los melocotones para otra ocasión, esa naranja estaba un poco en mal estado ya que estaba mohosa, pero el moho es un hongo y este tipo de hongo no hace daño así que me comí la naranja y tomé leche que quedaba de una botella de vidrio. Cuando terminé de “comer” abrí la carta que venía de la señorita Verónica.

«Señor Howard, siento mucha pena por haber dejado que us- ted fuera al café estando cerrado, discúlpeme por favor, que lás- tima que el día de hoy no se pudo hacer nada de lo que ya tenía- mos planeado hace tiempo. Yo ya estoy libre para hacer lo que usted quiera, como está cerrado The Beagles, iremos a Cuarenta y nueve sabores y nos veremos mañana a las 2:00 de la tarde, ya lo sabe, no falte ni llegue tarde. Verónica» Diría que es suerte que nos veamos al día siguiente y que diga que nos veremos a partir de las 2:00, así vería a Marcie June en la mañana y a las otras dos chicas en la tarde, no me importó, fui a guardar esa carta con las demás y volví a tirarme en el verde pas- to, a seguir observando el cielo, era uno de mis pasatiempos favo- ritos, lo observaba por largas horas, incluso podría observarlo todo el día ¿Por qué no? Era como ver la televisión, pero en una pantalla un millón de veces más grande y con mucha mayor defi- nición, pero con un solo canal. Observé el cielo hasta que se ocultó el sol, y poco a poco se fue tornando oscuro, detallé con cuidado como cambiaba el color del cielo mientras se ocultaba el sol y como poco a poco se po- dían observar las estrellas. Cuando se ocultó el sol completamen- te, pude observar todas las estrellas, a veces me gustaba pensar que las estrellas eran como los ojos del universo, que ese univer- so ve todo lo que estamos haciendo porque tiene millones de ojos y no se le podía escapar nada, la verdad que era hermoso, a veces veía pequeñas estrellas moviéndose lentamente, me gustaba pen- sar que eran algo así como OVNIS, seres de otro planeta, aunque algunos no creían que existían. Me distraje por mucho tiempo viendo el oscuro cielo que no me había dado cuenta de que ya se me había pasado mi hora de dormir, había pasado todo el día viendo el cielo, debía ir a dormir temprano, también olvidé por completo que al día siguiente acor-

dé verme con Marcie June y en la tarde vería a la señorita Veró- nica y su amiga. El sábado, 28 de diciembre, cuando apenas salía el sol, me le- vanté, aún soñoliento, solo me di un baño para quitarme el sueño de encima y busqué un atuendo apropiado, decidí que usaría el mismo estilo de ayer pero después pensé que quizá eso fue lo que me estropeó el día, por vestir con atuendos oscuros, tan negati- vos, intentaría con algo diferente, pero no tan diferente, usé el mismo estilo del día anterior, solo que esa vez usé una camiseta de un color rosa oscuro. Salí de casa e hice exactamente lo mismo que hice el día ante- rior, miré en mi buzón a ver si había cartas, no había ninguna, caminé hasta el centro del pueblo, me compré el mismo desayuno y luego, cuando terminé, me dirigí a la parada de autobús, eran las 7:18 de la mañana, ahí esperaría a Marcie hasta las 8:00, pero como son todas las mujeres, siempre llegan tarde. Estuve espe- rando ahí hasta las 8:00 en punto y esperé un poco más, unos veinte minutos tarde apareció ella, la vi bajarse del autobús y en realidad no podía creer que era ella, la miré de abajo hacia arriba, ella usaba unas zapatillas negras sin tacones, pantalones negros muy ajustados, un suéter de cuello alto con rayas blancas y ne- gras horizontales, sus características y gigantescas gafas que usa- ba todo el tiempo y una boina negra, también noté que tenía su rizada cabellera mucho más larga desde la última vez que la vi. Esa nueva vestimenta que usaba me decía que había cambiado por completo, pero no sabía porque y en qué sentido. Bajó del autobús y yo abrí mis brazos para recibirla.

También dije eso porque cada vez que yo quería verla a ella siempre trataba como de evitarme, aunque no fuera su intención, cada vez que le decía que saliéramos, siempre me decía que esta- ba haciendo tareas o que estaba limpiando su casa o que tenía que salir con algún familiar, casi siempre me decía cosas como esas y fue por eso que esa vez, ella me invitó a salir, probablemente lo hizo para que después yo no pensara que me estaba evitando por- que después del mediodía iría al odontólogo. Desde la parada empezamos a caminar, empezamos a hablar sobre las cosas que habíamos hecho durante el tiempo que no nos veíamos, ella me platicaba sobre su vida, me dijo que estaba cur- sando su último año en la secundaria y haría varias pruebas en distintas universidades para ser itida en una, quería decir que quizá tendría que mudarse a otra ciudad y abandonar el pueblo, eso me disgustó un poco, porque había algo dentro de mí que no quería dejarla ir, solo quería correr con la suerte de que no fuera itida en ninguna universidad en otra ciudad lejana, pero tam- poco quería que abandonara sus estudios, desde que conozco a Marcie, siempre la he visto como una estudiante aplicada y duda- ba mucho que no la aceptaran en al menos dos universidades. En una ocasión me dijo que le gustaría estudiar en una universidad en Mecebo, pero era muy difícil ingresar. Seguíamos caminando, noté como Marcie June miraba tan bruscamente a sus alrededo- res, como si alguien la estuviera siguiendo. Yo me entretuve por un instante mirando la vitrina de una librería por la que pasamos y Marcie siguió caminando, fueron solo unos segundos que me quedé ahí parado y luego seguí, vi desde atrás cuando Marcie se dio cuenta de que ya no seguía caminando junto a ella y noté co- mo se asustó un poco, mirando hacia todas partes buscándome,

enseguida coloqué mi mano sobre su hombro y ella dio un pe- queño brinco de pavor. Ella me tomó de la mano y seguimos, me pareció un poco ra- ro, su vestimenta, su apariencia y ahora su nerviosismo, no recor- daba que fuera tan aprensiva. Insistí y le pregunté si algo pasaba, si algo estaba mal o le asustaba, ella me dijo que todo estaba bien, en ese instante, pasó una motocicleta haciendo ruidos por el esca- pe y apretó más fuerte mi mano, le pregunté porque lo hizo y me confesó que tenía miedo de las personas que montaban motoci- cletas. Le dije que quería comer un helado con ella y quería llevarla a Cuarenta y nueve sabores donde más tarde me reuniría con la señorita Verónica y su amiga, pero ella no aceptó, me había dicho que esos helados eran muy costosos y no tenía dinero, aun di- ciéndole que yo pagaría todo lo que consumiéramos en el lugar, no aceptó, en cambio me dijo que fuéramos a otra heladería, una nueva heladería que abrieron del otro lado de la calle, justo de frente a Cuarenta y nueve sabores. No tenía nombre, simplemente decía Helados y solo había los tres clásicos sabores; chocolate, mantecado y fresa, por lo pequeño que era, era casi tan pequeño el establecimiento como un carrito de perros calientes, la helade- ría era al aire libre donde solo tenía un mostrador de casi dos me- tros de largo y solo tres sillas, que se asemejaba a la barra de un bar. Nos sentamos ahí y pedimos un helado para cada uno, a pe- sar de ser muy pequeño, se sentía confortable y más al aire libre. Estuvimos hablando por un largo rato, entramos otra vez al tema

de las universidades, ella me platicaba que estaba ansiosa de to- mar las pruebas de distintas universidades para ser itida a una y poder estudiar farmacología. Me contó que en sus ratos libres aún tocaba la guitarra y leía libros, libros algo extraños que nunca antes había oído nombrar, como En el camino, Aullido, Sándwi- ches de realidad y El almuerzo desnudo. También sentía una gran atracción por la música jazz. Nos quedamos ahí sentados aún después de terminar con los helados, pagué lo que debíamos, pero ella rehusó que yo pagase por el suyo, aun así, lo hice. Seguíamos hablando hasta que casi era mediodía y ella dijo que se tenía que ir. Le supliqué que no se fuera y se quedara unos minutos más, pero se negó. Fui con ella a la parada mientras seguíamos hablando, en el trayecto tocamos el tema de la música y empezamos a hablar de eso, le había dicho que en navidad me habían regalado algunos vinilos y entre ellos estaba el nuevo álbum de The Beatles, cuan- do llegamos a la parada, el bus iba llegando y algunas personas se bajaban, en ese instante estábamos junto al bus esperando que se bajaran todos y empecé a hablarle a Marcie sobre el With The Beatles. En ese instante Marcie me indicó con señas que alguien me llamaba desde la ventanilla del autobús. Cuando volteé, sor- presa para mí, era la señorita Verónica.

Me di la vuelta y abracé a Marcie June despidiéndome de ella, subió al autobús y me despedí de lejos de la señorita Verónica, ya eran más de las 12:00 del mediodía y decidí esperar en Cuarenta y nueve sabores por las chicas para no regresar a mi casa y luego volver a salir. Eran las 12:18, les quedaban a las chicas exacta- mente una hora y cuarenta y dos minutos para que aparecieran y mientras tanto las esperaría ahí. Solo me entretuve ahí sentado, sacándole brillo a la mesa con las servilletas o haciendo figuritas con esas servilletas, las dobla- ba y hacía un recorte por una de las esquinas de las servilletas, se suponía que me tendría que salir una figurita bonita como el clá- sico copo de nieve o algo así, pero en vez de eso solo me salían cinco agujeros feos cuando abría la servilleta. También pasaba el tiempo haciéndome preguntas tontas como ¿Por qué ponen un recipiente con palillos para los dientes en las mesas si lo único que se come aquí es helado? ¿Es necesario que las mesas sean redondas? ¿Por qué no son cuadradas u ovaladas? ¿Por qué ponen saleros en las mesas? ¿Hay gente que le echa sal a sus helados? En esas tonterías pasé todo el tiempo hasta que ya solo falta- ban diez minutos para que fueran las 2:00 en punto. En eso, una de las señoritas que atendía los pedidos vino a mi mesa, supongo que porque se dio cuenta de que ya tenía más de una hora espe- rando ahí y quizá pensó que era porque esperaba a que vinieran a tomar mi orden, también pensé que lo hizo solo porque no había mucha gente en la heladería, solo una pareja y yo. Ella preguntó si quería comer algún helado, pero le respondí que estaba espe- rando por alguien. Luego regresó a su puesto de trabajo y yo es- taba esperando aún a que fueran las 2:00. Ya finalmente era la hora, pero no había rastros de las chicas por ningún lado, quizá solo se habían retardado unos minutos,

decidí esperar un poco más. Minutos después entró una chica a la heladería y se sentó en una mesa, no muy lejos de la mía, me pre- gunté ¿Qué tal si esa era la otra chica? Grace… algo, pero si era así ¿Cómo sabría que era ella? No lo sabía, solo se sentó en otra mesa, como esperando a alguien más, quizá era ella y estaba es- perando por mí y la señorita Verónica, pero no lo sabía con exac- titud ¿Cómo demonios podría saberlo? Pasaron unos minutos y la duda me estaba matando, viéndola a ella esperando por nosotros cuando yo me encontraba ahí, me sentía dolorido, pero también me daba miedo ir y preguntarle: “Hola ¿Tú eres Grace… algo?” y lo haría sin dejar de temblar. Y qué tal si llegara la señorita Veró- nica y se sentara con ella y luego me viera y dijera: “Mira, allá esta Howard” y Grace… algo le respondiera “¿Ese es el chico por el que estaba esperando? Ha estado ahí desde que llegué mirán- dome como un idiota y no me dijo nada. Se ve que es un tarado, ya lo estoy empezando a odiar”. Ahí me sentiría más dolorido aún. Visualizando en mi cabeza las posibles cosas que podían ocu- rrir, miraba a la chica y en unas ocasiones ella me miraba a mí, hasta que finalmente decidí levantarme y preguntarle si era ella. Me levanté, muy nervioso y tembloroso, de repente se abrió la puerta de la heladería y entró un muchacho que se sentó en la mesa de aquella chica, ahí me volví a sentar y bueno, supe que no era ella, por un momento casi metía la pata. Se me desaparecieron los nervios. No podía creer que era casi imposible para mí tratar de hablar con la gente y luego sentir miedo, miedo a que esa gen- te me tratara como no era debido, por eso siempre salía a la calle desarmado, para no matar a nadie por error, sentía temor muy a menudo, a la edad que tenía había visto muchas cosas, cosas que me arrepentía de ver, incluso en mi trabajo tenía que tolerar esas cosas.

Ya eran las 2:15 de la mañana, yo aún estaba sentado ahí, es- perando, jugando con los palillos para los dientes mientras llega- ban aquellas chicas, empezaba a aburrirme totalmente, no encon- traba nada que hacer, iban pasando los minutos y no sabía nada de las señoritas, empezó a emanar de mí ese aborrecimiento que tenía cuando me hacían esperar o no cumplían con lo que decían. No sabía con exactitud qué era lo que había pasado, ya tenían media hora de retraso, pero yo seguía ahí, esperando, con odio hacia aquellas niñas que me tenían ahí sentado, solo veía a los demás comer helado y los minutos pasaban lentamente. Me estaba sintiendo lóbrego y hostil, ya faltaban diez minutos para que fueran las 3:00 en punto, decidí esperar hasta esa hora, de igual manera, no tenía nada más interesante que hacer, decir que tengo que ir a casa deprisa porque hay un asunto importante que tengo que atender, es mentira, no tenía nada que hacer más que seguir esperando, pero tampoco podía estar ahí eternamente, solo esperé hasta las 3:00. Se hicieron las 3:00 en punto y las chicas no habían aparecido, golpeé la mesa con los puños cerrados “¡Maldición! Odio a la gente”, sentía como el odio estaba dentro de mí y quería salir, la gente de ahí alimentaba mi ira y mi instinto sanguinario de querer matarlos por placer. Luego se abrieron las puertas de la heladería, quien entró era la señorita Verónica Bacon, traté de controlar mi ira y suprimirla para evitar matarla con un palillo de dientes. Luego me vio senta- do en la mesa y corrió a sentarse conmigo. Quería perdonarla, pero no se lo dije, me molestaba que me hicieran esperar. La vi a los ojos, vi de nuevo a esa niña con su pinta de pícara, tenía mucha cara de que le gustaba hacer jugarre-

tas y bromas. Se me ocurrió que también podía jugar su juego, usar su cara de pícara a mi favor para hacerle una jugarreta a ella. Me miró con ojitos tristes, de esos que a veces ponen los perri- tos cuando quieren algo que uno tiene. Lo trataba de hacer y se veía demasiado ridícula, pues algo me decía que todo lo que dije se lo había tomado bastante serio. Era una mirada totalmente ridícula, me daba nauseas de tan solo mirarla, no, no le quedaba bien.

Ella me volvió a mirar con esa patética cara. En ese instante se abrió la puerta de la heladería y entró una chica, bonita, de una estatura casi como la de Verónica, de cabe- llo negro muy largo, sus labios se los había pintado con un lápiz labial rojo, llevaba una cámara colgada del cuello, parecía ser una Alpa Reflex de 35 mm y usaba un atuendo algo rebelde, su camiseta era de color rojo fuerte, pero alegre, que llamaba mucho la atención, usaba un ajustado pantalón azul corto que descubría sus piernas casi por completo y sus zapatos eran deportivos, también de un color rojo intenso, de verdad era una chica muy bonita. Me puse algo nervioso, la chica se acercó a nuestra mesa, igual que como lo hizo Verónica cuando me vio a mí, corriendo desesperadamente

Ella se sentó, yo había tomado confianza cuando unos minutos después dejé de temblar, aunque aún me sentía muy nervioso, pero le empecé a hablar como si tuviera toda la vida conociéndo- la. Se lo horrible que se puede poner el tráfico en un pueblo tan pequeño, pero enseguida le respondí. La verdad era para que rieran, no tenía idea de que responde- rían a mi retorica respuesta Luego hubo silencio hasta que Verónica habló. Me detuve y la miré fijamente a los ojos.

No le di importancia, solo me pregunté por qué quedamos en vernos en una heladería si no iban a comer helado. Me levanté y me dirigí hacia donde preparaban los helados. Quizá la señorita Grace pensó que dije eso por rechazo hacia ella para que estuviera sola, pero no era así, solo me llevé a Ve- rónica para que escogiera el sabor de su helado. Cuando llega- mos. La señorita que servía los helados preguntó de qué sabor queríamos nuestro helado, yo pedí un helado de menta y Veróni- ca pidió el clásico helado de chocolate, los helados costaban una libra cada uno, un poco costoso para un helado, pero suponía que valdría la pena. Luego la señorita de los helados nos preguntó sobre Grace. Pagué las dos libras por nuestros helados y luego volvimos a nuestra mesa, ahí estaba sentada Grace, esperando por nosotros, nos sentamos y empezamos a hablar mientras comíamos nuestros helados, de vez en cuando le hacía saber a la señorita Grace lo delicioso que estaba aquel helado y lo que se estaba perdiendo, hacía cosas como prolongar un Mmm o decir: “Éste es el mejor helado que he probado en mi vida” y era cierto, ese helado de menta era delicioso y refrescante. Ya cuando estábamos termi- nando de comer nuestros helados, Grace no pudo resistirse más.

Busqué una libra en mi bolsillo y extendí mi mano para dársela compre el helado que usted más guste. Ella tomó la libra y fue a pedir su helado, pidió uno de fresa y ya cuando nosotros terminamos con el nuestro ella apenas empe- zaba con el suyo. En ese momento me incliné a la mesa que estaba junto a la nuestra y empecé a cantar un trozo de Love Me Do para molestar a aquellas personas. Ellas rieron al instante.

Me sentí nervioso de nuevo, le rasqué la cabeza y cuando lo hice, empezó a actuar como una gata y también empezó a ronro- near, lo hacía muy bien, creo que de verdad se creía que era una gata. Desaparecieron mis nervios, hubo silencio y se me ocurrió comprar otro helado. Me levanté sin decir nada y fui hasta donde estaban los helados y pregunté por el helado más grande que te- nían, ese era el Banana Split y su costo era de dos libras con cin- cuenta y nueve peniques. Dejé el dinero sobre el mostrador y pedí que le colocaran tres cucharitas. Me colocaron las tres cucharitas y fui a nuestra mesa con el Banana Split

Creo que lo tomó bien o tal vez vio que el Banana Split era tan tentador que no pudo resistirse, tomó una cuchara y empezó a comer y debo itirlo, me gustaba ver como comía aquella chi- ca. Comía sin desespero, saboreando cada cucharada de ese hela- do, jamás había visto a alguien comer así, creo que podría estar todo el día viéndola a ella sin yo comer ni un bocado. Verónica comía también casi igual, me gustaba verlas comer, era algo que valía la pena ver. De repente se me ocurrió preguntarle a Veróni- ca como me reconoció desde el bus esa mañana. Nos terminamos el Banana Split y no comimos más helados, solo nos quedamos sentados ahí, hablando, varias conversaciones de las que tuvimos esa tarde fueron acerca de música, música que ya teníamos en común, que opinábamos acerca de los temas y artistas y como fue la primera vez que llegamos a saber de ellos, pláticas así. Y las otras conversaciones fueron sobre sexo, cosa que no me esperaba, Verónica contaba la vez de cuando entró a la casa de una amiga y pensó que no había nadie hasta que entró a su habitación y encontró a su amiga teniendo sexo, cosa que al parecer no le importó mucho a la pareja y siguieron haciéndolo y la vez que la señorita Grace estaba en su habitación y luego entró su mamá y empezó a hablar con ella, le dijo que ya estaba cre-

ciendo, que estaba bien encontrarse algo excitada y de vez en cuando pensar en hombres y que si alguna vez le daba curiosidad de “hacerlo” le dijo que podía tomar píldoras anticonceptivas o siempre llevar con ella algún preservativo masculino. Su mamá tenía algunas píldoras y se las dio a ella, “por si acaso” se presen- taba la ocasión. También confesó que estaba enamorada de un muchacho, Verónica me dijo que yo sabía de quien se trataba, era ese sujeto que se despidió de ella y de mí en el concierto de navi- dad, Grace dijo que una vez estaban afuera de su casa y estaba lloviendo y ellos dos estaban sentados bajo la lluvia, a ella le pa- reció un escenario muy romántico, quería abrazarlo y hasta besar- lo, entonces ella le dijo: “Tengo frío” y la respuesta de éste fue: “Adentro hay una sábana ¿Quieres que te la traiga?”. Ella dijo que en ese momento no sabía si era tonto o gay pero que aún le seguía gustando, aunque él no sintiera lo mismo. También me hablaron de la ocasión en la que ellas dos y unos amigos más entraron a una librería y vieron un libro de Kama Sutra entre todos pusieron algo de dinero y compraron el libro y cada persona que lo terminara de ver se lo pasaba a otra persona hasta que todos ellos lo leyeran, el libro le terminó quedando a Grace que fue la última en verlo y dijo que lo tenía escondido en alguna parte de su habitación para que no lo encontrara su mamá.

Hubo silencio por unos cortos instantes. Tú sabes Alrededor de las 5:00 de la tarde la señorita Verónica dijo que ya tenía que retirarse.

Cuando salimos de la heladería casualmente había pasado el padre de Verónica, me sentí incomodo cuando ella dijo: “Mira, ahí va mi padre”. Luego empezó a llamarlo, pero no la escuchaba y yo empecé a pedirle a Dios que no la escuchara, que se fuera, porque algunos padres son celosos con sus hijas, pero la señorita Verónica insistió hasta que la escuchó y su padre se dirigió a no- sotros. Luego me miró a mí, sentí escalofríos cuando lo hizo.

No quería decirle que formaba parte de un negocio familiar que cumplía la ley a mi manera, quizá no me creería o simple- mente se llevaría a su hija.

Su padre solo se marchó y quedamos los tres frente a la hela- dería. Estuvimos un rato hablando hasta que llegábamos a la parada de autobús y mientras que llegaba el transporte de Verónica estu- vimos hablando un poco más hasta que llegó el autobús, Verónica se despidió de nosotros con un besito en la mejilla y luego se marchó. Miré a la señorita Grace y ninguno sabía que decir. Ella empezó a caminar, me imaginaba que caminaba hacia otra parada de autobús, pero después de unos minutos caminando no veía la parada.

Mientras que íbamos caminando, no hablábamos mucho, yo quería hablar sobre algo, cualquier cosa. Me sentía incómodo y yo solo quería romper ese silencio. Después de un tiempo, aún no llegábamos a casa de Grace, no era conveniente que le preguntara cuanto faltaba, quizá después pensaría que estaba cansado de tanto caminar y no era así. Para no quedar callados el resto del camino decidí tocar el tema del Kama Sutra, solo para molestarla. - ¿Y?

¿Cuántas veces te lo tengo que decir?

Seguíamos caminando, luego, noté lo gracioso que nos debía- mos ver caminando juntos cuando ella medía un metro y medio y yo casi dos metros, empecé a reír y Grace me miró raro. Ella empezó a reír también. Tiempo después seguíamos caminando, aunque las calles por las que caminábamos las conocía perfectamente no le veía fin a nuestra caminata, pero igual disfrutaba de los alrededores por donde pasábamos. Luego de un silencio en el que ya no se me ocurría que más decir ella habló.

Los dos buscamos nuestras identificaciones y las cubrimos con la mano. Así lo hicimos, vi su identificación, su nombre completo era Grace Frankie Collins Reed y nació el 4 de febrero de 1948, eso quería decir que la señorita Grace apenas tenía la tierna edad de quince años y dentro de un par de meses estaría cumpliendo sus dieciséis. Nos devolvimos nuestras respectivas identificaciones, luego miré donde vivía, era algo como una edificación de cinco niveles aproximadamente y cada nivel tenía varios apartamentos

Me despedí de ella con un abrazo y un beso en su mejilla, lue- go me di la vuelta para marcharme. Ella misma detuvo el autobús y me pidió que por favor me subiera y la obedecí. Subí al autobús, no quería subir porque ese autobús solo me dejaba en el centro del pueblo, no me dejaba justo en mi casa, ni siquiera me dejaba cerca, así que tendría que caminar igual, pero me ahorró un tramo, no tan largo, pero me ahorró algo, cuando me dejó en el centro del pueblo caminé hacia mi casa y ahí esta- ba, tan oscura como todas las noches. Revisé mi buzón, no tenía ninguna correspondencia, entré a casa y subí a mi habitación, me quité la ropa y me acosté. Pensé acerca de ese día. Ese día había hecho algo diferente a quedarme solo en casa, ver la televisión o mirar las estrellas, ese día salí de casa, con personas reales y lo

disfruté mucho a pesar de que sentí odio. Estudié el nuevo com- portamiento, la nueva apariencia y los nuevos gustos de Marcie June. La manera en la que aquellas niñas me hablaban con toda confianza sus anécdotas y la manera en la que Grace se preocupó por mí al momento de irme de su casa, fue muy amigable de su parte, me encantó conocer a esa otra persona, es un amor, me gustó mucho y esperaba ahora llevármela muy bien con la señori- ta Grace, la Niña Gato. Siempre que finalizaba el año, todo el pueblo se reunía en el centro y celebraban la llegada del año nuevo, cada 31 de diciem- bre lo hacían, mis padres también lo hacían y me llevaban con ellos, pero a mí no me gustaba ir, de hecho, hoy en día, sigue sin gustarme ir porque no tiene sentido celebrar algo como eso, yo veo esos días como comunes y corrientes, los únicos días que pienso que se deberían celebrar son los cumpleaños, ya que nadie nace todos los días, solo un día en específico y cada año celebrar ese día, eso sí vale la pena celebrarlo, pero no esos días como el Día de la Madre o el Día del Padre, Año Nuevo o el Día del Amor, el Día del Trabajador o el Día de la Tierra, para mí son días comunes y esos días deberían celebrarse todos los días, los únicos días que deberían ser feriados serían los nacimientos de personas grandes que cambiaron el mundo o hicieron hago por la humanidad, esos días si son importantes. Mientras todos estaban en el centro del pueblo esperando el año nuevo, yo estaba en mi hogar, tratando de dormir, no podía dormir con todo ese alboroto y ruido que hacían con su pirotec- nia, esa era la única fecha del año en la que no dormía en toda la noche, solo porque no me dejaban. Ya aproximadamente, entre 3:00 y 4:00 de la madrugada dejaban de hacer ruido y ahí era cuando podía dormir un poco. Ya cuando pasaba toda esa locura del año nuevo y todo eso, no había mucha actividad en el pueblo, todos estaban en sus casas embriagados o aún seguían celebran-

do. A principios del año el pueblo siempre estaba desierto, como si fuera uno de esos pueblos fantasmas abandonados. Había vuelto a la ciudad el 6 de enero, ya de 1964, salí hacia el centro de la ciudad, algunas tiendas y restaurantes estaban abier- tos, otros no, mala suerte para mí, uno de esos restaurantes cerra- dos era El Sco. Cerca de ahí había un sujeto con un carrito de perros calientes y compré dos para llevar. Me dirigía a mi casa para comerlos allá cuando pasé por una tienda de víveres y noté que la puerta se estaba tratando de abrir con dificultad, yo tomé la puerta y la abrí, sorpresa para mí, quien trataba de abrirla era la hermosa señorita Rita, la que envolvió mis regalos de Navidad, no podía abrirla para salir porque llevaba en sus brazos bolsas llenas con comida, vegetales y otros comestibles. En esa ocasión llevaba una pequeña flor en su cabello que yo desconocía pero que era muy bonita, yo me puse nervioso al momento que ella me miró. No dije nada, me quedé callado viendo como trataba de recor- dar. ¿Eres tú… el hijo de Henry Tucson? Esa chica me estaba asustando un poco, nuestra familia era muy conocida en la ciudad, pero solo hasta que mi padre murió en ese restaurante turístico, desde entonces habíamos manejado el

negocio familiar en secreto, para no seguir siendo perseguidos por policías y otros enemigos, con eso hacíamos creer que el ne- gocio familiar se extinguió junto con mi padre pero sin embargo había gente que afirmaba que aún existíamos y había gente que afirma que no, lo que era más extraño para mi es que no pensé que yo también fuera reconocido. La gente no sabía que sustituí el puesto de mi padre, la gente sabía que él tenía hijos, pero mi padre nunca dejó que lo vieran conmigo, lo hacía para proteger- me, por lo tanto, nadie sabía mi identidad, pero si sabían que existía, desde entonces siempre había estado solo y encerrado en mi hogar, quizá era por eso que esa chica se sorprendiera tanto al decirle mi nombre y apellido, porque jamás me había visto pero sabía sobre mí. La chica me había invitado a su casa y debo decir que jamás me esperaba eso. le

Ella me permitió ayudarla, los perros calientes que había com- prado antes los metí en una de sus bolsas y luego las tomé todas y las llevé, no permití que ella llevara algunas, todas las llevé yo. Cuando llegamos a su casa, ella entró primero, yo me quedé en la entrada. En realidad, no era porque estaba nervioso, aunque si lo esta- ba, no había entrado porque esa chica sabía mucho sobre mí, me preocupaba que estuviera encubierta y me estuviera tendiendo una trampa, la señorita Rita era muy bonita, así que decidí arries- garme. Entré a su casa, era muy limpia y organizada, no veía ni siquiera un rastro de polvo en algún lado. Hice lo que me dijo, dejé todas sus bolsas sobre el comedor y ella empezó a revisar todo lo que había comprado y lo iba colo- cando en sus respectivos lugares. Luego se encontró con la bolsa donde estaban mis perros calientes.

La señorita Rita era muy gentil y amable al hacer eso y bastan- te estricta también, a pesar de que no la conocía muy bien se preocupaba por mi salud y estaba dispuesta a cocinarme algo, me sentía feliz, hacía mucho tiempo que alguien no cocinaba para mí. Me senté, mientras ella me preparaba algo de comer, veía la habilidad y destreza que tenía para cocinar, además de envolver regalos, también era muy buena en la cocina. Mientras ella coci- naba conversaba conmigo. Hubo unos minutos de silencio. No dije nada

La señorita Rita había terminado de cocinar, tomó un plato y me sirvió mi comida, me hizo dos huevos estrellados, dos reba- nadas de pan de molde con un pedazo de queso feta, una pequeña porción de ensalada de tomate y lechuga y un poco de champiño- nes salteados, a un lado me puso jalea de mora y mantequilla, para que yo tomara a mi gusto y me dio un vaso de jugo de naranja. Ese desayuno se veía muy delicioso, cuando lo empecé a co- mer, lo hice despacio, saboreando cada cosa, lo que más me había gustado fueron los champiñones, sin embargo, todo estaba deli- cioso y el jugo de naranja estaba riquísimo, ese era mi jugo favo- rito porque a ese jugo no es necesario agregarle agua o azúcar, solo exprimir las naranjas y listo, se obtiene un jugo 100% natural. Ella no dijo nada más, simplemente se puso a preparar la masa para hornear las galletas. Cuando ya había terminado con mi desayuno la señorita Rita ya había sacado las galletas del horno, las colocó en un plato y las puso sobre el comedor. Empecé a comer las galletas recién horneadas, eran una de las mejores ga- lletas que había probado.

Ella me tomaba como si yo fuera un actor muy famoso o un músico exitoso, pero simplemente era un policía sanguinario, yo no le veía nada de excitante a eso. Ella me empezó a hablar de su vida, me dijo que se apellidaba Bardot, tenía diecisiete años, era una chica que estudiaba el últi-

mo año de secundaria y en sus tiempos libres hacía trabajos como envolver regalos en navidad y hacer algunos postres para vender- los en el pueblo, me habló de que a veces ella es la que hace los pies de manzana, los crumbles y los muffins que sirven en El Sco. Ella me seguía contando de su vida, anécdotas y pasatiempos, pasaban las horas y en una ocasión se levantó del comedor para hacer más galletas, ella preguntó si quería más y obviamente dije que si ¿Cómo iba a rechazar unas galletas tan deliciosas? Mien- tras las comía seguíamos hablando, ya era aproximadamente las 4:00 de la tarde, la señorita Rita me habló de que ella pasaba todo el día a solas en su casa, ya que sus padres trabajaban todo el día y era hija única, su padre era abogado y su madre istraba una panadería.

Tomé una hoja y escribí con mi bolígrafo mi número de telé- fono y se lo di Ella me besó en la mejilla y yo le di un abrazo, no sé, me en- canta dar abrazos, había salido de su casa y me dirigía a la mía, llevaba mis perros calientes conmigo, los guardaría en el refrige- rador para cuando no tuviera nada que comer. Nunca me imaginé que algún día me cocinaría esa chica y me tuviera tanta confian- za, alguien que sabía tanto de mi sin yo saber nada de ella, fue un bonito gesto que ella me llevara a su casa y cocinara para mí, nadie había hecho eso por mí, nunca. Sin duda alguna, mi vida estaba mejorando mucho. Cuatro días después, desde que estuve en casa de la señorita Rita, el 10 de enero, me había llegado una carta muy inesperada, la tomé del buzón y vi el nombre del emisor, decía: “Frankie Reed”. De verdad, nunca me esperé recibir una carta de ella, pri- mero que nada, porque en ningún momento le di mi dirección, pero seguro Verónica Bacon se la había dado, llevé conmigo la carta adentro de mi casa y la leí. «Hola, señor Howard, me preguntaba cómo estaba y como ha- bía llegado a su casa la vez que nos vimos, miau. Yo disfruté mu- cho ese día, venden unos muy buenos helados, a mí me encantó mi helado de fresa y hablando de otra cosa ¿Cómo pasó estas navidades? ¿Cómo recibió el año nuevo? Por cierto, Verónica me dio su dirección y cuando la estaba escribiendo dije: “Rayos, ¿Por qué vive tan lejos de mi casa?” debería mudarse cerca de donde yo vivo, así podría molestarlo todos los días. Frankie Reed». Esa era la primera carta que la señorita Grace me enviaba, lo que no entendía era por qué la firmaba como “Frankie Reed”, sus otros dos nombres. Subí a mi habitación y guardé esa carta en un

cajón distinto al que guardaba las cartas de Verónica Bacon, lue- go me senté en mi escritorio para responderle ese mensaje. «Hola señorita Grace, yo he estado muy bien. Yo también dis- fruté aquel día en la heladería, me encantó pasar tiempo con uste- des. Acerca de estas navidades, podría decir que las pasé muy bien, no recibí muchos regalos, pero creo que fue una buena na- vidad y esperar el año nuevo jamás me ha gustado, me quedé en casa tratando de dormir, pero no pude. Y bueno, sí, vivimos algo retirados, estoy considerando mudarme cerca de usted ¿Quién sabe? Quizá hasta sea su vecino. Howard Tucson». Tomé un sobre, metí el mensaje y lo llevé a la oficina postal, solo me quedé en mi casa, quería saber cuál era su respuesta a lo que le escribí en esa carta hasta que llegó su mensaje. «Me gustaría mucho que se convirtiera en mi vecino, así, po- dría visitarlo todos los días y restregarle en la cara el póster que tengo en mi habitación de The Beatles para darle envidia, aquí le anexo una foto, quisieras robármelo, yo lo sé. En fin, que bueno que éste bien. Frankie Reed P.D. Se me había olvidado mencionarte que en la secundaria me mandaron a hacer un reporte sobre lo malas que son las dro- gas y como pueden afectar la vida del que las consume ¿Cómo cree usted que podría empezar?». La carta venía anexada junto con una foto, mostraba un póster enmarcado de The Beatles con una guitarra debajo, era una guita- rra que empezaba con un color azul desde la boca y a medida que se iba saliendo, iba oscureciendo la tonalidad hasta tornarse to- talmente negro en los bordes de la guitarra, era muy bonita. Con respecto a la carta, pensé que había tomado en serio que me mu- daría a un apartamento en su piso, también me había pedido ayu-

da con su tarea, lo veía un poco raro ayudarla por corresponden- cia. «Señorita Grace, si me piensa molestar con su póster, pues, yo podría también llevarle todos mis vinilos para que usted también sienta envidia. Sé mucho sobre cómo hacer reportes y también se mucho sobre drogas, la mejor manera de empezar un reporte siempre es con la definición acerca de lo que será ese reporte, en este caso, las drogas, luego explicas los tipos de drogas que hay, que efecto tiene cada una, la manera en que los menores de edad también abusan de ella y finalmente explicas lo que te piden, que es como afecta la vida del que consume esas drogas, ten en cuen- ta éstos datos y de seguro harás un buen trabajo. Howard Tucson». Envié la carta y luego ella me envió una agradeciéndome esos datos que le había recomendado para que hiciera su informe, me gustó hacer eso, muchas veces me pedían ayuda para los trabajos de la secundaria, primaria, he incluso, el preescolar y hasta los dejaba copiarse de mis tareas, pero nadie me lo agradecía ni me lo pagaba, solo me utilizaban y luego se olvidaban de que existía, hasta que volvían a mandar a hacer otro trabajo. Diez días después me había preguntado cómo le había ido a la señorita Grace con su reporte, no lo sabía porque desde ese en- tonces ya no me había escrito más cartas, empecé a preocuparme y sentí miedo de que la señorita Grace fuera una de esas personas que piden ayuda y luego se van. Tomé una hoja blanca y le escri- bí un mensaje. «Hola señorita Grace, me preguntaba cómo le había ido con su reporte sobre las drogas, ya que hace días que no recibo ningún mensaje de usted. Me gustaría saber si se encuentra bien y como le había ido todos estos días. Howard Tucson».

Le envié el mensaje y me había quedado en el sillón, mirando hacia la ventana, solo esperando la respuesta de la señorita Grace, pero no llegaba, había pasado un cartero, pero ni siquiera miró mi buzón. Estar ahí me hacía recordar la canción Please Mister Postman con la excepción de que la Niña Gato no era mi novia, pero igual estaba esperando por su carta, estuve horas ahí, espe- rando, hasta que llegó un cartero y dejó una carta en mi buzón. «Hola señor Howard, no le dije nada acerca de mi reporte por- que aún no lo he entregado, pero me fueron muy útiles los conse- jos que me dio y escribí más de lo que tenía pensado y por eso le quiero agradecer. ¿Sabes? Hace días estuve caminando por el pueblo y uno de los muros que estaban ahí… decían cosas sobre nuestra banda que no podía creer, cosas malas que yo no podría escribir ¿Por qué no vas a verlo tú mismo? Pienso que lo escribie- ron aprovechando todos estos conflictos sobre Kennedy, pero aun no entiendo qué clase de personas escribirían esas cosas, pienso que no es por odio sino solo para llamar la atención. Frankie Reed». Ahora sabía por qué no me había enviado mensajes todos esos días, pero simplemente no podía comprender la parte en la que me decía que fuera a ver ese muro tan detestable «Señorita Grace, me alegra que le haya servido de ayuda para su reporte, estaré a la orden cuando quiera ese tipo de ayuda. Por otra parte, no comprendo para que me manda a ver aquel muro solo para estar ahí parado como un idiota que soy, viendo algo que odio sin haberlo visto antes, es confuso, lo sé, pero también tiene sentido. Howard Tucson». Envié la carta, la verdad no entendía porque me decía eso o ¿Solo me lo escribió para tener un tema de conversación? No lo sabía en realidad, estaba esperando su respuesta y al llegar, la leí. «¿Por qué Howard? ¿Por qué no quieres ir a ver?».

Solo eso decía, no la había firmado ni nada, solo me había he- cho esa pregunta, inmediatamente le escribí una respuesta. «Señorita, no quiero ir a ver por el simple hecho de que, si lo hago, se me va a echar a perder el resto del día cuando tengo me- jores cosas que hacer, no lo sé, como… quedarme en casa escu- chando música o ir al cine a ver alguna película con Charlie Cha- plin. Howard Tucson». Ya llevábamos días con esa conversación, cuando la envié, me senté en aquel sillón, mirando a través de la ventana, esperando que me llegara su respuesta, me sentía raro en tal caso, ya que jamás en mi vida había esperado horas por una carta, ni siquiera por algún paquete que haya comprado y la tienda me lo envíe porque jamás había recibido cartas de otras personas y ahora pa- saba el día enviando cartas a una Niña Gato. Pensaba en lo que le escribí sobre Charlie Chaplin, había visto muy pocas películas de él, solo porque las he visto por la televisión, nunca he ido a un cine porque no hay nada más incómodo que ir al cine solo. Mas tarde llegó la carta. «Wow… Howard malote, la verdad es que tienes razón, no se para que te estoy diciendo que vayas a ver lo que unos idiotas escribieron en ese muro, mejor quédate en tu casita y apréndete todas las canciones de Ritchie Valens, que es mucho mejor. Si esta hoja está un poco mojada, lo lamento, es que la escribí cuan- do salí de bañarme Frankie Reed». La carta no estaba mojada y tampoco vi la necesidad de que me dijera que había terminado de bañarse e inmediatamente se puso a escribir ese mensaje, tan solo me la imaginaba saliendo del baño, escribiendo con apuro y luego saliendo de su casa usando una bata de baño y depositándola en algún buzón. No le

respondí el mensaje, ya era un poco tarde y supuse que ya la ofi- cina postal de mi sector estaba cerrada. Un día, 20 de enero, quizás es uno de los días que creo que no olvidaré nunca, hablaba por teléfono con Marcie June, estuve hablando con ella todo el día. Colgué el teléfono y atendí las cosas que tenía que hacer, alre- dedor de las 10:00 de la mañana, ella me devolvió la llamada. Ya era mediodía, todo lo que hice el resto del día fue sentarme a ver televisión y leer un libro, en aquella ocasión leía El Viejo y

el Mar de Ernest Hemingway, tan solo esperando a que Marcie June me devolviera la llamada de nuevo, la tarde ya moría y caía la noche cuando ella llamó. blando hasta que se hizo ya muy de tarde. El 23 de enero, me levanté en la mañana, hace ya mucho tiem- po que no hablaba con Verónica Bacon, hace días le envié una carta, pero no me dio respuesta, esa mañana revisé el refrigerador y vi aquellos dos perros calientes que había comprado hace dos semanas atrás, cuando comí en casa de la señorita Rita, y ahora que lo pensaba, desde ese día no la había vuelto a ver ni me había comunicado más con ella. Tomé los perros calientes y me los comí con un poco de jugo de limón que me quedaba en el refrige- rador. Salí a ver si tenía correspondencia y si, tenía una carta. «Hola, buenos días señor Howard ¿Cómo se encuentra? Yo he estado muy bien y mis clases van de lo mejor. No lo recuerdo muy bien, pero creo que hace algunos días me envió una carta, la

leí y como estaba algo ocupada quise responderle más tarde, pero lo olvidé, no estoy segura si la carta era de usted, lo cierto es que lo olvidé. Verónica Bacon». De la carta que le había enviado hace ya unos cuantos días atrás me la venía respondiendo ahora, entiendo que hubiese esta- do “ocupada” pero no me pareció bien que lo olvidara. «Sí, yo fui quien envió esa carta hace días y no recibí respues- ta, lo hice porque quería saber cómo estaba, usted me preocupa mucho, pero ya veo que es una persona tan mala gente y descon- siderada que no le importa y no me contesta, puesto que jamás recibí algún mensaje suyo y de que estaba muy “ocupada” no se lo creo mucho. Howard Tucson». Envié el mensaje y al terminar el día había recibido una lla- mada. Esa voz la conocía, era de Verónica Bacon Solo estaba siendo sardónico, pero ella aún no se daba cuenta.

tando al teléfono La podía oír reírse a través del teléfono después de decir eso.

Colgué el teléfono, como siempre, durante toda la llamada y en cada ocasión que hablaba con la señorita Verónica, usaba mi irónica jocosidad, y como siempre, ella no lo notaba, no estaba molesto por nada, era tan ingenua que creía que de verdad estaba molesto. La manera en la que inventé todo eso tan rápidamente, cuando le dije que yo comenzaba mis clases la semana entrante, la manera en que le dije que yo le caía mal y la manera en la que dramaticé todo eso, ¡Ja! A veces pienso que también hubiese te- nido futuro como actor. Me dirigí al refrigerador, para ver si en- contraba algo de comer, por desgracia ya no había nada, salí a la ciudad y compré salsa de maíz y galletas saladas, compré dos paquetes de galletas de doce unidades y uno de los paquetes lo guardaría en un caso de emergencia como ese, regresé a casa y esa noche solo comí galletas con crema de maíz. El día lunes, 27 de enero, me dirigí al negocio familiar, pero cuando iba a mitad de camino, la vía estaba cerrada por policías, no quise preguntar qué pasaba, pero pude ver que algunos estu- diantes estaban atacando una universidad que por ahí había, en señal de huelga y protesta y algunos policías los golpeaban para detenerlos. Me fui de ahí lo más rápido posible, varias personas que estaban en la ciudad que se autodenominaron “profetas” de la noche a la mañana decían cosas como “Se los dije, la muerte de Kennedy nos afectará a todos, no solo a Estados Unidos, también al resto del mundo” “Esto es obra terrorista, el mundo es de ellos,

estamos perdidos”. Sinceramente, no podía creer que siguieran con eso después de dos meses de su muerte, pensé que ya había pasado pero la gente insistía en que era el fin del mundo. Yo es- taba en mi casa, las viviendas no las atacaban, solo atacaban los establecimientos comerciales y las instituciones académicas. Es- taba mirando la televisión, viendo mi programa favorito, The Ro- cky And Bullwinkle Show y en ese entonces, de repente oí que tocaban a mi puerta desesperadamente, como si la persona que la estaba tocando estaba a punto de ser asesinada. Yo bajé deprisa y cuando abrí la puerta, enseguida esa persona entró, me abrazó muy fuerte y luego cerró la puerta con su pie, era la señorita Rita la que me abrazaba, muy asustada, mientras me abrazaba podía sentir como latía su corazón muy rápido. Fue una sorpresa para mí que ella estuviera en mi casa. Ella aún no me soltaba. La llevé conmigo, abrazándola, ya que aún no quería soltarme, la senté en el sofá junto a mí, cuando se sentó me volvió a abrazar muy fuerte.

entre la multitud porque fui a hacer mis compras y cuando empe- zaron a lanzar piedras y a derribar las puertas, yo trataba de salir de ahí pero ya habían entrado y casi me arrastran con ellos, el supermercado tenía muy pocas cosas, era verdad que no tenían nada, pero sin embargo lo que había se lo llevaron, a mí me dio mucho miedo y corrí hasta aquí. No podía creer lo que pasaba, después de que todos se habían calmado, nuevamente entraron en crisis causando destrozos, pen- saba que eso se originó de nuevo por esa gente que aún seguía inventando esos rumores, nuevos rumores que asustaban a la ciu- dad y los hacían enloquecer tomando medidas drásticas. Lo que no lograba entender era, según la señorita Rita ¿Por qué el supermercado estaba vacío? Recordé que hace unos días había en- viado un cargamento de drogas a ese supermercado, lo guardé ahí porque el dueño me debía un favor y cuando entré, vi toneladas de víveres y enlatados que tenían depositados, era algo que me parecía demasiado extraño. La dejé por un momento en el sillón para buscarle un poco de agua, pero ella no quiso quedarse ahí y me siguió hasta la cocina, le di un vaso con agua y se tranquilizó un poco, la había llevado de nuevo al sillón y cuando me senté con ella, enseguida me vol- vió a abrazar muy fuerte, yo le decía que todo estaría bien, que nada le iba a pasar. De repente, ella rompió a llorar.

dí… Howard, trabajé mucho para conseguir ese dinero – decía entre sollozos Me dio mucha lástima eso que me estaba contando, la verdad, la señorita Rita había trabajado muy duro para conseguir ese di- nero y ahora ya no lo tenía, se esfumó y no sabía qué hacer. Saqué de mi bolsillo cinco billetes que tenía de cincuenta li- bras, abrí su delicada mano, se los coloqué en su palma para lue- go cerrarla. Ella sonrió, ya no era navidad, pero quise decir aquellas mis- mas palabras que ella me dijo cuándo me regaló aquellos dos lazos para regalos y me abrazó más fuerte. Solo nos quedamos ahí, sentados en el sillón, oyendo el albo- roto que causaba todo el pueblo, vidrios rotos, explosiones, gente gritando, se podía oír toda clase de ruidos y cada vez que se oía algún ruido fuerte la señorita Rita me abrazaba aún más, como si me fuera a ir a alguna parte y dejarla sola en ese sillón. Pasaron

unas horas hasta que se calmaron un poco las cosas, la señorita Rita se había dormido sobre mí, sin dejar de abrazarme, yo solo me quedé ahí con ella, rodeándola también con mi brazo. Luego, horas después había despertado, ya se encontraba más calmada ya que no se oía ningún ruido, pero, aun así, la señorita Rita no me soltaba. La acompañé al garaje a abrir aquellas cajas, para ver que le podía servir para hacer algo de comer, ella encontró harina, jalea de uva, levadura, salsas y algunas especias, yo había encontrado algunos alimentos enlatados como tomates, melocotones, atún y champiñones, había encontrado galletas, mantequilla holandesa y barras de chocolate, también había encontrado una caja con re- frescos, la abrí y tomé una lata de Coca-Cola pero la señorita Rita dijo que la dejara ahí, ella no quería que tomara eso, decía que me hacía daño y podría morir, yo pensé que si eso fuera verdad ya estaría muerto. En cambio, ella había encontrado una caja con latas de cervezas y me dijo que trajera unas cuantas. Tomé algu- nas cervezas y lo llevamos todo a la cocina, las cervezas las tomó ella y las metió en el refrigerador para que luego estuvieran frías.

Ella empezó a cocinar y quiso que le ayudara en la cocina, no a cocinar, sino a abrir las latas y facilitarle los utensilios que ne- cesitara y también para que no la dejara ahí sola. Ella puso a so- freír los champiñones junto con el atún y le puso algunas espe- cias, mientras lo sofreía, yo abrí la lata con tomates y ella los cortó en cuatro partes, luego tomó la harina y la vertió en un bol y empezó a hacer una masa, le puso mantequilla con cuatro cucha- radas de azúcar y luego lo mezcló bien, seguidamente le había colocado a la harina una cucharadita de levadura y empezó a amasarla. Luego de amasarla un rato, hizo una especie de bola y luego la dejó a un lado. Me había pedido que abriera la lata con melocotones y después ella los cortó en trozos. Los puso en un recipiente y le añadió dos cucharadas de azúcar y una cucharadita de canela, luego lo mezcló todo. Después metió ese recipiente en el horno de microondas por unos diez minutos. Luego encendió el horno. Estiró la masa que había dejado a un lado ya preparada y la colocó en un molde, cuando estuvieron listos los melocotones, los sacó del horno y los colocó en el molde sobre la masa estira- da, después le colocó otro pedazo de masa estirado encima a los melocotones y metió el molde al horno. Luego ella quiso hacer una limonada con los limones que tenía en el refrigerador, ella cortó los limones y yo los exprimí. Ya los champiñones estaban listos, ella tomó una porción y la puso en un plato junto con unos trozos de tomates, me senté en el comedor y me dio ese plato, llenó un vaso con limonada y luego tomó un trozo de queso que tenía en el refrigerador y me dio una rebanada, algunos dirían que champiñones con atún es una mala combinación pero cuando probé esos champiñones quedé maravillado, tenían un sabor exquisito, casi sabía a pizza de anchoas,

ella se sentó a comer conmigo y comimos juntos, cuando ya esta- ba listo el pie de melocotón, ella lo fue a sacar del horno, el olor estaba por toda la cocina y yo disfrutaba aspirando ese olor, ella cortó un trozo de ese pie y me lo sirvió. Yo comí un trozo de aquel pastel y a pesar de que le faltaban algunos ingredientes, me había gustado mucho. Al decir esto, ella se ruborizo un poco. Me había comido mi trozo de pie y ella también, aún quedaba pie, así que ella lo guar- dó en el refrigerador para cuando tuviera hambre. Luego empe- zamos a comer las galletas y las untamos con jalea de uva, cuan- do terminamos, ella se levantó del comedor, abrió el refrigerador y tomó dos latas de cervezas que ya se encontraban frías. Ella me dio una lata y la levanté. Chocó su lata con la mía y bebimos la cerveza hasta donde aguantamos, ella aguantó más que yo y por lo tanto bebió un po- co más, cuando terminamos, sacó dos cervezas más, pero ella siempre se las terminaba antes que yo. Ya cuando estábamos abriendo nuestra sexta cerveza, la mía estaba un poco agitada y cuando la abrí me empapé de cerveza. Nos terminamos esas cervezas y luego le dije a la señorita Rita que iba a tomar un baño, le dije que me esperara sentada en el sillón y ella aceptó. Yo había subido a mi habitación, luego revisé mis bolsillos y encontré las barras de chocolate que tomé cuando

buscábamos comida en el garaje, luego, detrás de mí, escuché una voz. Al voltear, me di cuenta de que me había seguido. Ella se sentó y yo me senté junto a ella, luego tomé uno de los chocolates y se lo ofrecí, ella empezó a comerlo y yo también empecé a comer uno, encontré gracioso como comía chocolate, no sabía si era efecto de las cervezas o era que le gustaba comer chocolates así, ella tenía sus labios completamente cubiertos de chocolate y su boca estaba llena, luego se inclinó hacia mí y me dio un beso, con sus labios de chocolate, me gustó, ella me volvió a besar, pero esta vez me besó de lengua, ella me rodeó con sus brazo, su mano derecha acariciaba mi nuca y su otra mano acari- ciaba mi espalda, yo también comencé a abrazarla y aún seguíamos besándonos hasta que después empezó a quitarme la camise- ta que llevaba, empapada en cerveza, poco a poco nos fuimos quitando la ropa y luego estábamos haciendo el amor, ahí, senta- dos en el borde de la cama, ella, sentándose sobre mi regazo, ro- deó mi cintura con sus piernas y me abrazó, acariciando toda mi espalda, era el mejor coito que estaba teniendo, lo hacíamos cal- mado, despacio, acariciando nuestros cuerpos, se encontraba algo excitada, empezó a halarme el cabello de la nuca y me aruñaba la espalda, lo que encontré muy excitante, luego ella se levantó y se puso en posición de perrito y la seguí penetrando, ahí fue cuando se encontró más excitada aún, empezó a dar gritos muy orgásmi- cos y sus manos arrugaban las sabanas, ahí fue cuando conseguimos el orgasmo simultáneo y llegamos al clímax. Habíamos ter-

minado de hacerlo, nos acostamos en la cama y ella se acostó a mí lado abrazándome. Luego ella se durmió, yo aún seguía despierto, pensando en lo excitante que fue eso y también que, a parte de las manualidades y la gastronomía, la señorita Rita también era buena en el sexo. A la mañana siguiente había despertado, pero la señorita Rita no estaba junto a mí, me levanté y fui al baño, cuando me miré al espejo tenía en la frente un beso con labial rojo y mucho chocola- te, ese día no me había dado ningún beso en la frente, así que deduje que se había ido y antes de irse, me besó en la frente mientras yo aún dormía. Días después, el 4 de febrero, había recibido una llamada muy inesperada, tomé el teléfono y contesté. Habían gritado al teléfono, pero no era un grito de terror, sino de euforia. Esa voz era de la señorita Grace, las dos me estaban hablando a la vez por el mismo teléfono.

Podía escuchar el tema Tutti Frutti a través del teléfono y al- gunas guitarras que suponía que tocaba alguno de los invitados. Había olvidado que hoy era el cumpleaños de la señorita Gra- ce, recordé que cuando lo vi en su identificación, marcaba esa fecha, me hubiese gustado asistir a su cumpleaños, pero no podía, tenía algo de trabajo retrasado. Una semana después, el día miércoles, 12 de febrero, la ciudad seguía en crisis, la gente causaba destrozos y barricadas que colo- caban en las vías, era imposible el , algunos habitantes de la ciudad decían que ya estaba aquí la Tercera Guerra Mundial, que tendríamos que convertirnos en caníbales para sobrevivir, que era el fin de la humanidad como la conocíamos, eso me hizo recordar el viejo cuaderno que encontré en la casa abandonada camino al negocio familiar, el sujeto que se trató de quemar es- cribió algo parecido. A la gente que le importaba poco eso, seguía con su trabajo y su vida diaria normalmente, pero otras personas no lo aceptaban así. Ese día, miércoles en la mañana, había llegado una carta a mi buzón, no tenía idea de quien podría ser esa carta, fui a buscarla y la leí sentado en el sillón.

«Hola señor Howard, muy buen día, hace mucho tiempo que no sé nada de usted ¿Qué hay de nuevo en su vida? Le escribía para enviarle estas fotografías de mí, quiero que se las quede y me gustaría saber cuál es su opinión acerca de ellas y cuál es su favorita. Escríbame más seguido, por favor señor Howard. Frankie Reed P.D: también le dejo mi número de teléfono, quiero que me llame de vez en cuando 00 44 020 7917 1000. Adelante, soy su víctima». La carta venía muy ancha de todas las fotos que me había en- viado, me había enviado alrededor de ciento treinta fotografías y no solo de ella, también había enviado fotografías familiares y con amigos, tenía fotos con algunos primos, posando con algunos discos y fotos muy sexys usando un vestido blanco muy hermoso y ropa parecida a la que usaba Barbra Streisand en la portada de su primer álbum, también tenía fotos usando faldas que también la hacían ver sexy y la mayoría de esas fotos eran tomadas frente al espejo, había una que me gustaba en especial, era una foto de ella con sus piernas cruzadas y descubiertas. Las fotos se veían muy provocativas. Me había dejado su número de teléfono tam- bién, lo anoté en mi agenda y guardé esa carta. Luego tomé una hoja en blanco para responderle. «Hola señorita Grace, me gustaron mucho las fotos que me envió, me gustaron varias en las que usted lucía sus atuendos y sus bonitos maquillajes, gracias por obsequiarme sus fotos, le escribiré y la llamaré de vez en cuando. Howard Tucson». Sellé la carta y envié el mensaje, me dejó un poquito confun- dido cuando escribió en el mensaje “soy su víctima” la verdad no lo entendí muy bien. Tomé mi agenda y vi su número de teléfono y decidí llamarla, marqué el número en el teléfono y oía el tono de llamada hasta que contestó.

No dije nada, no sabía a cuál de todas esas preguntas respon- der primero. ro así que yo si lloraré este 14 de febrero, miauuu… Los dos reímos al teléfono. Hubo un silencio incomodo por algunos segundos, ninguno de los dos sabíamos que decir.

Los dos quedamos callados por unos segundos más. Otro silencio incomodo de unos segundos se hizo presente.

Ella colgó el teléfono, yo lo colgué después, jamás había teni- do una conversación así, había hablado tan fluido, sin miedo y con mucha confianza, y hablaba muchas cosas inusuales, cosas que jamás pensé que le diría a una señorita como Grace, pero ella lo tomó bien. Al día siguiente, jueves 13 de febrero, seguía en casa, no que- ría salir porque ese día estaba muy soleado y detesto salir cuando hay mucho calor, solo me quedé en casa, la mañana entera la pasé tocando un poco la guitarra y viendo la televisión, ese día estaban transmitiendo una repetición de la presentación de The Beatles en el show de Ed Sullivan del día 9 de febrero, yo no lo vi ese día, así que dejé la repetición del show y la vi el resto de la mañana. Cuando cayó la tarde, a las 3:18 había sonado mi teléfono y bajé a la sala a contestarlo. Sorpresa para mí, era la señorita Grace de nuevo

darlo, sino trato de tener sexo con alguien y si eso no funciona solo me masturbo y ya

Reí al instante al escuchar eso.

Ella rio al teléfono

Tomé eso como una indirecta, pensaba que la chica se estaba enamorando de mí. Después me había dado hambre.

Ya le había hablado de que era un gran irador de Sofía Lo- ren, siempre hablaba de ella y le decía a la Niña Gato que ella era mi novia, mi amor platónico, éramos la pareja perfecta que aún no se había encontrado y en esa ocasión estaba viendo Dos Muje- res mientras con ella hablaba, ya solo faltaban unos minutos para que terminara y, por lo tanto, no colgué el teléfono. Cuando ter- minó la película le dije que no colgara, que se mantuviera en lí- nea mientras que me daba instrucciones para preparar la pasta porque ya se me había olvidado todo lo que dijo. Buscando en las despensas, encontré el paquete de galletas que guardé en caso de emergencias como ese. Tomé una galleta y regresé al teléfono.

Colgué el teléfono, ya eran las 6:39 de la tarde, yo seguía con hambre, pero ya me había comido la última galleta que tenía guardada, después de buscar por toda la cocina algo de comer no me quedaba otro remedio que volverla a llamar para que me indi- cara como cocinar y así que lo hice. Dejé el teléfono para llenar una olla con agua y ponerla sobre el fuego para que fuera hirviendo. Esperé un poco a que esas burbujas que ella mencionaba se hi- cieran presentes y le hablé. Corrí a la cocina y vertí la pasta, luego le volví a hablar.

Fui a la cocina a revolverlos como ella me había indicado y en cuestión de minutos ya estaban “blanditos” como ella decía y ya casi no había agua en la olla, ya se había evaporado casi toda, tomé el teléfono y se lo dije. Corrí a la cocina e hice lo que me dijo, cuando ya los tenía en el plato fui a hablarle al teléfono. Le había echado un poco de mantequilla holandesa que usa- mos la señorita Rita y yo hace días para comer y finalmente ter- miné con el queso. Tomé mi cámara y le tomé una foto.

Había preguntado si ya estaba lista porque en realidad no se veía como la pasta italiana que siempre solía comer, esa se veía muy simple. Empecé a comerla y cuando la probé, era la pasta italiana más mala que había comido en toda mi corta y miserable vida. ta pero ya deja eso, empieza a comer Era la primera vez que cocinaba de verdad, lo que cociné fue un asco, pero me ayudó a no morirme de hambre, últimamente había estado muy apegado a la Niña Gato, me agradaba hablarle porque a ella si le gustaba muchísimo pasar tiempo conmigo, se notaba a muy simple vista y de paso me enseñó a cocinar algo, no estaba nada delicioso, pero pensé que si lo preparaba un par de veces más por lo menos pueda tener sabor a pasta italiana. Tomé la fotografía que había tomado de mi plato de pasta, no se veía nada suculenta y no era acta para imprimirla en un libro de coci-

na, se veía horrible. Tomé una hoja blanca para escribirle un mensaje. «Hola Niña Gato, aquí te envió la foto de la pasta que cené, se nota a leguas que no tengo talento para la cocina, pero hice mi mejor esfuerzo, no luce como uno de esos platos que salen en los libros de cocina, ya que se ve horrible pero así me lo comí. Le agradezco que me haya enseñado a hacer este plato, me salvó la vida de no morir de hambre. Mil gracias Niña Gato Howard Tucson» Ya había llegado el día viernes, 14 de febrero, había llegado el Dia del amor o el Día de San Valentín como lo llaman algunos, ese día no me sentí muy emocionado porque como ya dije antes, días como ese tienen que celebrarse todos los días. Esa mañana había recordado el día anterior, cuando la Niña Gato me enseñaba a cocinar por teléfono, cuando lo pensaba, me parecía muy chistoso como iba a hacer lo que me decía y cuando terminaba, toma- ba el teléfono otra vez para escuchar más instrucciones. Al levan- tarme, bajé a la sala y miré hacia el teléfono, cuando lo miré, quedé paralizado, tenía muchísimas ganas de llamar a la Niña Gato, lo pensé mucho y me quedé ahí paralizado por un instante, di algunos pasos para acercarme al teléfono y cuando lo iba a tomar, tocaron a mi puerta. No esperaba visitas, me dirigí hacia la puerta y la abrí. De verdad que me había llevado una gran sorpresa, mi corazón palpitaba muy rápido al ver que la que estaba en mi puerta era la señorita Rita, traía en sus manos un pie que me parecía que era de limón, ese era mi pie favorito y se veía delicioso.

Ella pasó adelante junto con el pie y se dirigió a la cocina, ella colocó el pie sobre la mesa y yo me senté en una silla, buscó un cuchillo, me dio una rebanada de ese pie y le di el primer bocado. Me acabé el trozo de pie y salí con la señorita Rita, primero visitamos las tiendas de la ciudad, entramos en todas las tiendas de ropa y la señorita Rita se probaba casi todos los atuendos que habían, todos se le veían bonitos, pero a ella no le gustaba nin- guno, en ese entonces, vi una camiseta de The Beatles, era para chicas, tomé la camiseta y se la mostré. Eso era verdad, desde que conocía a la señorita Rita siempre usaba vestidos muy bonitos y alguno que otros vestuarios más formales, visitamos otras tiendas y ella finalmente encontró un vestido muy bonito que le gustó, ese vestido era blanco y le lle- gaba hasta sus rodillas, como todos sus vestidos y también había encontrado unas medias largas para usarlas con ese vestido.

Ella llevó el vestido y el par de medias a la caja y yo pagué por todo eso, salió muy caro, pero era porque se aprovechaban de la fecha, como siempre. Luego salimos de ahí y entramos a una joyería, había anillos y collares muy bonitos y si algo le gustaba a la señorita Rita aparte de los vestidos, eso eran las joyas, ella se probaba algunos anillos y brazaletes mientras yo veía otras cosas que estaban en exhibición. Ahí vi un collar bañado en oro con una nota musical, era muy bonito y me había gustado mucho. Creo que tenía razón, no tendría sentido usar eso si no tiene ningún vínculo en común, miré los brazaletes que había elegido, también había elegido un anillo con una piedra de jade incrusta- da, cuando vi ese jade supe que iba a salir caro. Pagué por todo eso. Salimos de la joyería y ya la señorita Rita estaba luciendo esas joyas que le había comprado, me había empezado a dar hambre, pero no le dije nada a la señorita Rita, luego ella dijo que estaría bien que fuéramos a un restaurante a comer juntos, ella quiso comer en el restaurante italiano de la ciudad, si, ese restau- rante “italiano” donde los meseros son “ses” Llegamos al restaurante y nos sentamos en una mesa, ella to- mó el menú y dijo que quería comer un plato de Panzanella, se veía a simple vista que la señorita Rita le gustaba comer sano,

estar saludable y mantenerse en forma, ya que el Panzanella es un platillo italiano a base de vegetales. Yo en cambio quise comer una Lasaña de Carne y para beber ella pidió un jugo de naranja y yo pedí una Coca-Cola. Cuando terminamos de comer pagué la cuenta y ella quiso ir al malecón de la ciudad a dar un paseo, yo estaba junto a ella cami- nando, ya eran las 2:00 de la tarde, ella me decía que la estaba pasando muy bien junto a mí, el lugar estaba desierto, solo está- bamos nosotros dos, ella se sentó en un banco que había ahí cerca y yo me senté junto a ella. Ella rio cuando dije eso, se inclinó hacia mi mientras cerraba sus ojos y me besó, me besó de esa manera tan cálida y calmada como lo hizo la primera vez, ahí estuvimos un tiempo, sentados, seguíamos hablando hasta que decidimos irnos y regresar a mi casa, yo llevaba la bolsa donde iba el vestido que le compré, cuando llegamos a mi casa eran las 5:13 de la tarde, yo me senté en el sofá, me sentía algo cansado, ella tomó el vestido y se diri- gió al baño y momentos después había salido con ese vestido puesto y sus largas medias, también luciendo los brazaletes que le había comprado.

Había dejado mi cámara en el comedor, cuando tomé la foto del plato de pasta para enviársela a la Niña Gato, era una cámara Linhof Super Technika de formato dos y cuarto por tres y cuarto con quince súper lentes para escoger, me había costado mil tres- cientas ochenta libras. Ella entró a la cocina a buscar esa cámara y se dirigió a mí, caminando demasiado sensual. Ella empezaba a posar mientras yo le tomaba fotos, eran unas poses muy atrevidas de señorita, luego tomó una silla y empezó a posar con ella, cada pose que hacía era más erótica que la ante- rior. Luego volvió a caminar hacia mí, se sentó en mis piernas colocando sus manos en mi nuca y en mi espalda, se acercó, pegó su frente con la mía y luego su nariz con la mía y me habló casi susurrando. Empecé a quitarle ese bonito vestido y lo coloqué a un lado, ella me estaba quitando mi ropa también, ella misma se quitó las zapatillas, pero se dejó sus medias largas puestas y luego estába- mos teniendo sexo sobre el sofá, yo me sentía muy relajado, exci- tado, la señorita Rita le gustaba mucho aruñar mi espalda cada vez que la penetraba, cosa que me gustaba también, ya que me excitaba aún más. Cuando habíamos tenido nuestro orgasmo, ella

me besaba intensamente por un largo tiempo, un beso que duraba algunos minutos, luego tomaba unos segundos para respirar y me volvía a besar. Cuando terminamos de tener sexo ella se volvió a vestir, usando su otro vestido y el vestido blanco lo había guarda- do en la bolsa de compra, yo acababa de terminar de vestirme. Ella me dio un besito de labios antes de irse y luego me había dejado solo en mi oscura casa, cuando la señorita Rita se fue, me senté en el sillón por unos minutos. Me quedé ahí sentado, pen- sando, tenía el presentimiento de que la señorita Rita era ninfó- mana, pero no lo sabía con exactitud, que haya tenido sexo con ella dos veces, no significa que fuera ninfómana ¿O sí? Tenía ganas de llamar a la Niña Gato, pero me daba algo de pena, no sabía lo que hubiera estado haciendo ¿Y qué tal si no se encontraba en casa? Eran las 7:13 de la noche cuando empezó a sonar mi teléfono, tenía una llamada entrante y me levanté para responderla. Era la Niña Gato que se escuchaba muy molesta. Colgué el teléfono y marqué el número de la Niña Gato, oía el tono de llamada hasta que contestó. Ya se escuchaba más calmada y menos enojada.

Tomé el control remoto y encendí la televisión que tenía en la sala y enseguida vi a Bullwinkle. Hice lo que me pidió, después de unos minutos de verlo solo veía a expertos hablando sobre drogas.

Habían dejado de hablar de drogas y ahora hablaban de como las niñas menores se prostituían y usaban atuendos reveladores, como shorts muy cortos y la manera en que otros niños les decían cosas desagradables y no actas para la boca de un niño, lo peor es que estas niñas prostitutas no les gustaban que les dijeran esas cosas. Colgué el teléfono y empecé a hacer la pasta como la había hecho antes, mientras la hacía escuchaba la televisión desde la cocina, cuando terminé de cocinar la pasta me senté en el sofá, tomé el teléfono y marqué el número de la Niña Gato.

Mientras veía el programa que me obligaba a ver la Niña Gato me iba comiendo la pasta italiana, luego en la televisión habían dicho que las niñas les gustaban conocer chicos y pedirles su di- rección para enviarles fotos desnudas. Fotos muy inapropiadas para tan solo unos niños Seguimos viendo la televisión y entonces escuché un bostezo a través del teléfono. Por un momento me puse a pensar que ella hablaba de un ves- tido blanco parecido al que le había comprado a la señorita Rita

Ella rio al teléfono.

Colgué el teléfono, miré el reloj, eran las 10:17 de la noche, me debí ir a dormir hace horas, había hablado de más y había hablado cosas que jamás había hablado con una chica antes, siempre había sido muy caballeroso con las chicas, pero a la Niña Gato no le importaba que le hablara obscenidades ni vulgarida- des, ella era algo rebelde y no le importaba decir lo que sentía,

me gustaba su carácter pasivo-agresivo y me gustaba mucho su personalidad, la manera en que decía miau espontáneamente cada vez que hablaba, eso me encantaba. 15 de febrero, 5:07 de la mañana. Me levanté de la cama, so- ñoliento, quería seguir durmiendo, pero de solo pensar en el tra- bajo que tenía que hacer, no podía. Lo primero que hice fue diri- girme al teléfono, marqué el número de la Niña Gata y esperé a que contestara, no contestó, sin embargo, me respondió el contes- tador automático y le grité: “¡¡¡DESPIERTA!!!”. Había llamado varias veces, pero al parecer aún seguía durmiendo. Para desper- tarme me di un baño, me vestí formal, comí una rebanada del pie de limón que me había traído la señorita Rita el día anterior y luego me puse a trabajar. Me había puesto a pensar que no era posible que las demás naciones ya dejaran de causar alborotos y destrozos, solo porque había muerto el hombre más poderoso de todos, otro hombre lo sustituyo y ahora es el hombre más podero- so de todos, eso quiere decir que si muere el actual presidente que ocupó el puesto de Kennedy ¿Volverán a perder la cabeza? Aquí aún no se tranquilizaba la gente, aunque ya no hacían tantos des- trozos y saqueos como hacía unos meses. Llegué a concluir que somos una especie muy rara y primitiva, donde la tecnología era más avanzada que nosotros mismos y simplemente, no sabía có- mo eso podía ser posible. Seguía sacando mis cuentas en mi libreta, eran las 6:55 de la mañana cuando tenía una llamada entrante, supuse que era la Ni- ña Gato, tomé el teléfono y contesté.

Ninguno de los dos hablamos, ese silencio estuvo presente por casi medio minuto. Me había quedado sin palabras, no sabía que decir Algo me decía que ella no entendía mis indirectas.

Después de unos segundos “pensando” ella comenzó a cantar. Yo le seguí el juego.

Eran las 10:52 cuando terminé de hablar con la Niña Gato, yo seguía con la calculadora sacando mis cuentas, ya empezaba a estresarme, pensé en tomar algunas cervezas, habían quedado algunas en la nevera cuando las estaba tomando con la señorita Rita, busqué una de esas cervezas y me la tomé. Mientras traba- jaba también tomaba cerveza. Cuando ya era mediodía ya había terminado y ya me había tomado ocho cervezas. Bajé a la sala a tomar la novena, me paré junto al refrigerador, la saqué y la tomé ahí parado, aunque ya mi vista estaba algo borrosa, pude ver a un cartero dejándome una carta en mi buzón, fui a buscar la carta y la leí. «Hola señor Howard, he estado leyendo mi libro toda la ma- ñana, desde que dejé de hablar con usted por teléfono, se está volviendo muy interesante y pienso que usted también debería de leerlo, ahora estoy leyendo esta parte que tiene mucho suspenso. Aquí le dejo una fotografía, es muy bonito mi libro Frankie Reed» Revisé el sobre donde venía el mensaje, había una fotografía, era una fotografía que le había tomado a una página del libro, desconocía que libro era, pero en esa página solo podía leer una frase que se leía claramente y decía “¡Pareces una puta de la ca- lle!”. No estaba seguro si ella enfocó esa frase a propósito o simplemente tomó la foto a una página al azar. Luego, tenía una lla- mada entrante y la respondí.

Dejé el teléfono, coloqué el álbum Please Please Me y lo dejé sonar. Tomé un sorbo de cerveza y empecé a murmurar al teléfono. No me había entendido lo que le había dicho y se lo repetí, cuando lo hice escuché su risa al teléfono.

Subí las escaleras, con algo de dificultad y me lancé encima de la cama, eran las 7:53 de la noche, ahí descansé hasta las 8:49. A esa hora, me había levantado para ir al baño, ya me sentía más consiente y no veía tan borroso. Bajé a la sala y tomé el teléfono para llamar a la Niña Gato.

Con toda la cerveza que tomé ese día pude dormir sin ningún problema y debo confesar… que esa era la primera vez que me embriagaba de verdad. A la mañana siguiente, el día domingo, 16 de febrero, desperté en mi cama, no sabía con exactitud a qué hora me fui a dormir, era la primera vez que me embriagaba, por supuesto que antes había tomado bebidas alcohólicas, pero no tanto como para per- der el conocimiento, me levanté a las 7:00 de la mañana, en el refrigerador aún quedaba un trozo de pie de limón, lo tomé y lo empecé a comer, lo comía despacio, aún me sentía mareado de toda la cerveza que había ingerido. Exactamente a las 7:30 de la mañana recibí una llamada, tomé el teléfono y la persona que llamaba respondió antes de que yo dijera algo.

sería de él y solo de él y de nadie más y luego le dijo: “Ésta mis- ma noche te haré mía” y se le lanzó encima

Tomé el control remoto y encendí la televisión, luego coloqué el canal que me pidió, mostraban a unos sujetos hablando de las debilidades de los hombres en una mujer, que atrae más en una mujer a la mayoría de los hombres, en ese instante estaban ha- blando del cabello.

- ¿Y?

mado La pesadilla de Innsmouth y sugirió Howard, en honor al autor de aquel libro.

Me pareció una pregunta sin sentido, cuando me preguntó eso, no entendí exactamente qué era lo que quería decir. Ese “no te creo” lo respondió con la más cruda ironía que ja- más había oído en mi vida, tan cruda que prácticamente, con el tono de voz que lo dijo, me estaba llamando idiota y que no pensé que vendría de una niña tan incauta como ella. Escuché como reía a través del teléfono a carcajadas

Tocó otra vez el tema del cabello con una obvia indirecta que cualquiera captaría

Colgué el teléfono, me dolía mi espalda, mi oído derecho y mi brazo derecho, eran las 10:17 de la noche, pasé todo el día ha- blando con la Niña Gato, miré hacia la mesa, aún quedaba el me- dio trozo de pie de limón, mientras hablaba con la Niña Gato sen- tí hambre, pero no le di importancia, prefería seguir hablando con ella que colgarle y comer algo. Al hablar con ella ese día también descubrí por qué en sus cartas firma como Frankie Reed y no sabría explicar por qué no le gustaba que la llamaran por su pri- mer nombre, la Niña Gato era rara, muy rara y eso me gustaba. El lunes, 17 de febrero me levanté temprano, lo primero que hice esa mañana fue ir a la tienda de discos y compré el primer LP de Ritchie Valens, enseguida salí de la tienda y lo llevé para que lo envolvieran en papel de regalo, tomé un trozo de una hoja blanca y escribí “Sé que con esto no lograré romper tu himen, pero al menos un beso de lengua tiene que valer. Feliz día de San Valentín” doblé el papel y lo introduje dentro de la cubierta del álbum donde iba el vinilo, cuando estuvo listo, lo llevé a la ofici- na postal y lo envié a Rillujot. Después de haberlo hecho, estaba yo en mi cimiento actual, en la ciudad, encargándome del negocio familiar, estaba trabajando cuando el teléfono sonó.

Ella rio al escucharme decir eso.

¿Qué tal patólogo forense? ra

En ese momento toqué con mis manos un redoble de tambores en mi escritorio para que ella lo oyera a través del teléfono. En realidad, había dicho Pasta de hígado porque fue lo prime- ro que se me había venido a la mente.

Colgué el teléfono, pensaba en que me había distraído mucho hablando todas esas tonterías con la Niña Gato, lo peor era que quería seguir hablando, no tenía ni la menor idea de por qué sen- tía ese impulso, pero no le puse mucha atención, acepté el hecho de que colgó y continué haciendo el inventario. Estaba pensando que según la hora a la que envié el paquete esa mañana, ya debió haber llegado a Rillujot. Eran exactamente las 2:00 de la tarde y estuve llamando a la Niña Gato para que fuera a buscar su paque- te, pero no contestaba, la llamé un par de veces más pero no había respuesta y esperé unos minutos para después volver a intentar. Después de varios intentos me había rendido e ido a casa, eran las 5:54 de la tarde cuando sonó mi teléfono.

ir trucciones

En ese momento, ambos colgamos el teléfono, yo me estaba sintiendo cansado y ya era tarde, sin embargo, alrededor de las diez de la noche quedó un mensaje grabado en mi contestador automático que decía “Miau, te aruñare… miau…” A la mañana siguiente me levanté, eran las 7:00 de la mañana del día 18 de febrero y lo primero que escuché fue el timbre del teléfono sonar y también, tenía el presentimiento de quien podría ser.

Ella colgó, yo tomé un baño, usé un traje y me fui al negocio familiar, hoy me tocaba suministrar drogas a diversos vendedores que estaban en la ciudad, tenía una lista extensa y tomaría tiempo, quizá todo el día, cada vendedor de drogas estaba anotado en esa lista y todos debían dinero, debían pagar primero las drogas que se les suministraron anteriormente y retirar luego la nueva mercancía, que pagará la próxima vez que solicite más y se le anotará en la lista de nuevo como solicitante, aparte de ya estar anotado como deudor. Había sido una buena mañana, sin inconvenientes, ese sistema de distribución de drogas era excelente ya que, si la policía llegaba a capturar a uno de los vendedores, el negocio familiar no tendría que ver en nada con eso. Estaba suministrando todas esas drogas con ayuda de mi consejero Fred, esa mañana, dos muchachos llegaron al cimiento, ambos escuálidos y macilen- tos con el cabello muy corto y sus vestuarios no eran del todo elegantes y entraron pidiendo trabajo como vendedores de dro- gas, los muchachos me daban mala espina y ni hablar de Fred que la apariencia de su rostro decía que no los toleraba, sin embargo tomé sus datos, eran hermanos gemelos, se hacían llamar Chris y Dick Planck y eran de origen alemán, cada vendedor debía distri- buir las drogas en un lapso no mayor de treinta días, cosa que ningún vendedor hacía ya que todos vendían su mercancía en la mitad del tiempo y venían a pagar para que se les suministrara más y así prometieron hacerlo. Entonces a cada uno se les dio cien libras en drogas y revisando la mercancía uno de ellos pre- guntó por qué no había LSD en las drogas que les habíamos su- ministrado y dijo resaltando que esa era su favorita. La verdad me

impresionó esa pregunta porque no sabía de su existencia, era la primera vez que oía esas siglas. Luego había bajado un viejo cliente a nuestro cimiento que ya había venido varias veces, siempre necesita nuestra ayuda; pres- tamos, suministros, armas, matar gente y siempre pagaba sus deudas, esa vez, vino para pedir prestadas cien mil libras para rehacer su negocio que fue consumido por el fuego a causa de una falla eléctrica. Aún para rehacer un negocio era demasiado dinero y rehusé en prestarle esa cantidad, pero el sujeto jamás me había fallado, así que reconsideré hacerle ese préstamo para que pagara diez mil libras mensuales de intereses más lo que pudiera abonar, eso, sería un reto casi imposible de cumplir. Una vez que se le hizo el colosal préstamo, miré hacia donde estaba sentado Fred. Él no dijo nada, solo estaba sentado, ahí, fumando y mirando al techo Fred siguió fumando, parecía que no me escuchara, pero quizá no era culpa de él, ni entre los mismos esquizofrénicos nos en- tendemos. Mientras hacía mi trabajo, pensaba de nuevo en la Niña Gato, el paquete que le envié estaba ubicado en Rillujot en una ferrete- ría en la que tenía algunas acciones, antes de enviar el paquete, había llamado a mis socios de la ferretería y avisado que llegaría un paquete que lo iría a retirar una muchacha llamada Grace Co- llins que iría de parte mía. Frente a la ferretería estaba uno de mis cimientos y arriba de éste, un local camuflado de galería en el que estaba a cargo Rod Tweed. Rod era un hombre de treinta y cuatro años que conocía desde que puedo recordar, fue una figura muy importante durante mi niñez hasta ahora y lo consideraba como

un hermano mayor para mí, lo veía cada vez que visitaba Rillujot, hubo un tiempo en el que Rod no trabajaba ni encontraba nada que hacer, puesto que le ofrecí que trabajase conmigo y desde ese entonces lo hace. A la 1:20 de la tarde recibí una llamada. las 4:15 me volvió a llamar.

Cuando colgó, sentía algo de entusiasmo y desde ese instante dejé lo que estaba haciendo y me concentré en mi teléfono, espe- rando que cuando recibiera el paquete me devolvería la llamada, mantuve la mirada fija al teléfono por unos minutos hasta que sonó. Ella colgó el teléfono de nuevo e imaginé que le daría mi men- saje a Rod, probablemente lo haría, ya que estaba demente pero no sabría con certeza si lo hizo o no, ya que no llamaría a Rod para averiguarlo y supuse que Rod no me llamaría a mi porque ni siquiera sabía quién era la misteriosa muchacha. Un rato después, la Niña Gato me llamó, conjeturé que ya estaría en su casa.

Me había sentido confortable cuando me dijo que le gustó mu- cho su regalo, especialmente la nota que escribí para ella y me sentía cómodo teniendo esas conversaciones con ella, que cada día se iban volviendo como una rutina y ya era costumbre que la Niña Gato me hiciera una llamada o me escribiera una carta todos los días. Desde el momento que le regalé ese long play de su in- terprete favorito, lo empezó a mostrar a todos sus conocidos y les decía que un tal Howard Tucson se lo había regalado, todos se sentían felices por ella, excepto una tal Penélope que era amiga de ella y quizá se sentía celosa por no haber comprado ese LP primero y habérselo regalado. Tiempo después me contó la Niña Gato que se dirigió hacia mí llamándome “Sucio pervertido psi- cópata acosador” El día miércoles 19 de febrero, el sol no salió, era un día llu- vioso pero había sido ese día más lluvioso de lo que sería nor- malmente, empezó a llover a eso de las cuatro de la mañana y estaba acompañada aquella lluvia de una tenaz ventisca y unos viriles relámpagos, me asomaba por la ventana y no veía a nadie en mi calle, solo veía a los árboles que estaban del otro lado de la vía, moviéndose, agitándose a los lados tan bruscamente que pa- recía que el viento se los llevaría junto con el pedazo de tierra

donde estaban plantados. Había encendido la televisión, pero ningún canal se distinguía del todo y la radio tenía algunas inter- ferencias, pero ciertas emisoras se oían con claridad, encendí la radio para escuchar algo de música, me senté en el sillón que es- taba frente a la televisión y solo podía observar la televisión apa- gada y el cuadro de Dalí en la pared justo arriba de la televisión. Recordaba cuando compré ese cuadro, junto con el autorretrato de Vincent Van Gogh, ese estaba en la pared que tenía detrás y estaba justo arriba de mí. Escuchaba la radio y eran las 6:49 de la mañana, sonó el teléfono y ya sabía que, si me hacían cien llama- das al día, noventa y nueve eran de la Niña Gato. Al escuchar la seriedad y serenidad con la que hizo aquella in- verosímil pregunta, guardé silencio por unos segundos, estupefac- to. Lo que yo decía era mentira, tenía una colección de revistas Playboy, todas guardadas bajo llave, e incluso tenía la primera edición con Marilyn Monroe que había comprado cuando tenía diez años, como era muy joven no me las vendían a mí, así que el hermano mayor de Mark, mi amigo de infancia, las compraba por nosotros y cuando salí de la secundaria y no volví a ver a Mark, aún no tenía la edad suficiente pero tenía el poder para comprarla,

desde entonces tengo ciento diez revistas Playboy porque aún no había comprado la del presente mes.

Tenía que contener la exuberante risa que me provocó cuando dijo que tenía una mentalidad como la de una joven de dieciocho años, cosa que era totalmente falta, más bien, tenía la mentalidad de una niña de cinco años por su ingenua y poco perspicaz mane- ra de pensar.

do

Bien y no busqué ahí porque yo dije: nah, ya busqué en todas partes, no puede estar ahí metida

Colgué el teléfono y aún llovía a cantaros, me levanté para re- buscar en la cocina algo que comer, no tenía nada ya que hacía tiempo que no venía la señorita Rita a cocinarme algo delicioso, podría decirse, que no había venido desde el 14 de febrero, cuan- do pasé todo el día con ella, sobreviví como pude ese día y en todo el día no dejó de llover tan violentamente, pasé el tiempo leyendo Las Aventuras de Tom Sawyer de Mark Twain y cuando caía la tarde, la electricidad se había ido, tomé mi guitarra y prac- tiqué un poco hasta que cayó la noche y me fui a dormir. Hacía un buen tiempo que no salía a caminar en las mañanas, de hecho, podría decir que desde que me compré una Harley- Davidson y eso había sido hace meses, supuse que ya no me ha- cía falta, poco sentía la necesidad porque me sentía bien física y emocionalmente. La mañana del 20 de febrero estuve fuera de casa haciendo otras actividades al aire libre y regresé al mediodía para ver la televisión, mientras estuve afuera compré dos litros de jugo de manzana y vertí una cantidad en un vaso para luego se- guir viendo la televisión. A las 2:10 de la tarde recibí su llamada.

Hubo unos segundos de silencio.

pués para mayor creatividad pones que quieres conocer a alguien famoso, pon que algún día sueñas con probar platos exóticos de otros países. Ella había colgado antes de que escuchara lo último que le ha- bía dicho, supuse que hablaba en serio cuando dijo que tenía que agarrar la idea antes de que se le fuera, terminamos la conversa- ción a las 3:14 de la tarde y no había vuelto a llamar, imaginaba lo esforzada y perseverada que podría estar haciendo su plan de vida. Me relajé un poco, tomando más jugo de manzana y leyen- do la revista Playboy del mes de febrero que había comprado esa mañana y a las 7:35 de la noche, cuando ya había cerrado la re- vista y terminado de beber el jugo para luego ir a descansar, tenía una llamada entrante.

Era ya algo tarde, un poco más de las 10:00 de la noche, tenía demasiado sueño como para no poder mantenerme de pie, ense- guida me fui a dormir y al día siguiente recibí las fotografías de la Niña Gato, estaban las fotografías de su proyecto de vida, apenas podía leer lo que escribió y los recortes que pegó pero una de las cosas que podía leer eran casi similares a las que le indiqué, tam- bién incluyó que deseaba ir algún día a un concierto de Barbra Streisand y poder conocerla y también pegó un recorte de una pareja con un gatito donde decía que quería conocer a alguien con quien compartir su vida y ese tipo de cosas ridículas que las niñas piensan que les pasará como en un cuento de princesas. Junto con esas fotos también había algunas fotografías de Sofía Loren. Una semana después había comprado boletos para ir a Rio de Janeiro, siempre quise viajar a Brasil y presenciar sus carnavales y decidí que ese año era el indicado. El viaje tardaría alrededor de once horas y media y la distancia a recorrer sería más de nueve mil kilómetros, estaba preparado para salir de viaje el 27 de fe- brero y cuando el día llegó salí del aeropuerto a las 8:00 de la

mañana, el viaje fue largo y el avión constantemente tenía violen- tas turbulencias. Al llegar eran las 4:26 de la tarde en Brasil y salí casi a las 5:30 mientras pasaba por todo el proceso del aeropuerto hasta terminar recogiendo mi equipaje. Me pareció extraño al principio no ver mucha gente en el aeropuerto y tampoco en el hotel que me hospedé, de hecho, casi todas las habitaciones estaban disponibles. Me había hospedado en un hotel en Copacabana que tenía vis- ta a la costa y para ir a la playa solo había que cruzar la autopista, me gustaba porque tenía una orilla extensa, muy extensa. Des- pués de haberme hospedado, usé ropa playera y salí para conocer un poco Copacabana, cuando salí me consumía el ardiente sol, estaba seguro que había una temperatura de más de cuarenta gra- dos centígrados y me refresqué tomando agua de coco, que ven- día un joven de piel negra y servía la bebida en el mismo coco ¡Que eficiente! Seguía caminando, conociendo lugares y costumbres, una que otras veces tomaba fotos a cualquier cosa que veía, todo un turis- ta, incluso tomaba fotos de modelos brasileñas posando en la pla- ya usando monokinis y de otros turistas que iban caminando por ahí. Después de estar un rato en la playa, me adentré en los barrios de Copacabana y conocí otros lugares, también visité una tienda de discos para ver la variedad musical que tenían en Brasil, nada fuera de lo normal, la mayoría de los discos que tenían los podía ver y comprar en mi ciudad, no había gran variedad sin embargo compré un LP que llevaba por título É Proibido Fumar y solo lo compré porque el sujeto que salía en la portaba me parecía gra- cioso. Había pasado un día estupendo y regresé al hotel, a la habita- ción que me correspondía, solo me parecía extraño que no había tanta gente como la había imaginado. Había pedido servicio a la

habitación y cuando trajeron mi orden pregunté por que la ciudad estaba tan vacía si ya se acercaban los carnavales y me respondió que los carnavales ya habían pasado hace dos semanas, había sido los días 10 y 11 de febrero. Eso explicaba por qué no había turis- tas y me provoco reírme de repente, era una risa burlona, en la que me burlaba de mí mismo y diciéndome “Que idiota eres, los carnavales fueron hace dos semanas y tu aquí como un tarado que eres, ahora te tocará estar aquí hasta el 4 de marzo, imbécil”. Al día siguiente me levanté, no con aquella emoción que sentí al llegar, al saber que la causa por la que vine había pasado hace dos semanas, ya no tenía sentido estar ahí, de igual modo me le- vanté, tomé una ducha y bajé al bar del hotel, era un bar extenso, había numerosas mesas y una barra larga donde atendían cinco personas, había música con un leve volumen, era samba lo que estaba sonando en el momento que entré. Me senté en la barra y le hablé a uno de los cinco sujetos. El sujeto se dio la vuelta, abrió una cava que tenía detrás y sa- có una botella de cerveza Brahma, la destapó y dijo “A su salud”. Tomé un sorbo de aquella cerveza, era deliciosa y estaba fría, súper fría, estaba tan fría que cada vez que bebía se me congela- ban los dientes y su sabor era placentero, era una buena cerveza y después de esa había pedido otra, pasé gran parte del día en el bar, tomando cerveza tras cerveza y a la novena cerveza ya me sentía ebrio. Cuando acabé de tomar la décima octava o decima novena cerveza (en realidad ya ni sabía cuál era, ya había perdido la cuenta) pedí seis latas para llevármelas a la habitación y pagué todo lo que debía. En la habitación abrí la primera lata, tomé un banquito que es- taba cerca y lo situé en la ventana para ver hacia la costa, tomé

unos binoculares que traía en mi maleta, eran unos binoculares Bushnell, especiales para las personas que usan lentes, me habían costado 89.50 libras. Empecé a mirar a esas turistas sexy y brasi- leñas negras que estaban en la playa, disfrutaba mucho ver a las negras ya que de donde venía no había cuerpos tan sensuales co- mo esos. Luego de un tiempo me aburrí de mirar y descansé un poco con mi segunda lata de cerveza, cuando miré a mi izquierda, pude ver el teléfono y me dije “Hace días que no hablo con la Niña Gato, debería hacerle una llamada”. Tomé el auricular y marqué su número, cosa que tuve que hacer como cuatro veces ya que marcaba un número por error, consecuencia de la ebriedad, hasta que al fin lo marqué bien y ella contestó. ¡SERIA MEJOR SI ME SUICIDO! – dije a punto de sollozar Había colgado el teléfono antes de que ella dijera algo más, tomé la cerveza que tenía y la terminé para después beber la ter- cera lata, tomé un cuchillo que tenía cerca de servicio a la habita-

ción y me propuse a atravesarlo en mi cuerpo, luego empezó a sonar el teléfono pero no le puse atención, estaba tan ebrio que caí rendido a la cama horizontalmente bocabajo y dejé caer el cuchillo al suelo, había caído en un trance esquizofrénico y luego en un profundo sueño mientras el teléfono sonaba ya como la tercera o cuarta vez y permanecí así hasta la mañana siguiente. Sentía deseos de suicidio, siempre había sido así, solo en esa habitación de alguna parte del mundo, no salí de ella, me refugie ahí, aún no veía nada y estaba mareado, aún seguía algo ebrio, me lancé al suelo y me arrastré poco a poco al teléfono, donde tenía varios mensajes grabados, todos de la Niña Gato, cuando los re- produje era la voz de ella que decía: “Howard, contesta, contesta, sé que estás ahí” “Por favor, no cometas una locura” mencionó ese mensaje un tanto preocupada, “Howard, por favor, no te sui- cides, no lo hagas” ese lo decía gimoteando un poco, “Por favor, no me hagas esto… responde…” ese último ya lo decía entre so- llozos. Me sentía mal al escuchar su voz, temblorosa y llorosa, me dolía muy adentro de mí saber que la hacía sufrir de esa ma- nera, seguí arrastrándome por el suelo, con ese pesar y me arrin- coné en una de las esquinas de la habitación, solo, mirando todo desde ese ángulo, así permanecí unas horas, inmóvil, inquieto, como si estuviera muerto o disecado hasta que reaccioné, y em- pecé a destruir todo, todo lo que estaba en la habitación; la televi- sión, la radio, espejos, sillas, floreros, mesas auxiliares, incluso la cama y la porcelana del baño, sentía mi presión sanguínea y mi adrenalina aumentadas y entre más cosas rompía más aumentaba, todo estaba destruido, todo y una vez terminado mi cataclismo, me ubiqué de nuevo en el rincón donde ya estaba, contemplando todo mi desastre y a mis pies vi un calendario, ya era 29 de febre- ro, tomé el calendario con ira y lo desgarré con mis manos. Una vez más permanecí inmóvil en esa esquina. La mañana del 1 de marzo tocaron a mi puerta, yo seguía tirado en ese rincón.

Miré como todo estaba destruido a mí alrededor, no podía de- jar que esa gente pasara y viera todo ese desastre Salí de la habitación a caminar un poco, respirar el aire salado de Copacabana y olvidarme por un instante de todo, estaba en otra parte del mundo, podría ser quien quisiera por una vez y no el patético tarado que siempre soy, podría ser un surfista extranje- ro o un empresario de vacaciones en vez de un sujeto que hace la ley a su manera. Decidí ser el surfista y alquilé una tabla en la playa, era una de esas cosas en la que realmente desperdiciaba mi dinero ya que jamás en mi vida había montado una tabla de esas ni tenía idea de cómo hacerlo, pero lo quería intentar, tomé la tabla y me adentré al mar, cuando alcancé una distancia regular a la orilla traté de montarme en la tabla, pero me era imposible, siempre caía. Nadé hasta la orilla y tiré la tabla en la arena y mi cuerpo mojado junto a la tabla. No podía ver hacia el cielo porque el sol me cegaba la vista mientras estaba recostado y enseguida una sombra cubrió mi cabeza, era una persona que estaba ahí parada y estaba riendo entre dientes, me levanté y pude ver quien era, era una chica, de piel morena y cabello largo y castaño, casi de la misma altura que yo, ya que solo llegaba hasta mis hom- bros, delgada, usaba un bikini amarillo y sujetaba una tabla de surf.

do se debe hacer, estabas muy cerca de la orilla y te tratabas de le- vantar en la tabla sin esperar la ola… La muchacha hablaba demasiado y siempre lo hacía con una sonrisa, claro, seguro pensando en las repetidas veces que me caí de la tabla. mar mientras me halaba y avanzamos hasta cuando el agua nos llegó hasta el cuello. Ella hizo lo mismo que me pidió hacer y luego braceo lejos de la orilla Yo empecé a bracear y tiempo después de nadar lejos de la orilla se detuvo y se sentó encima de la tabla mirando hacia la orilla

Yo me senté en la tabla también y pude observar que estába- mos muy distanciados de la orilla y a parte de la antropofobia, ahora estaba sufriendo también de talasofóbia. Enseguida empecé a hacer lo que ella hacía, braceé junto a ella, la ola ya estaba empezando a levantarse y las tablas lograron pasar la ola antes de que se levantara Traté de levantarme y lo logré, pero enseguida caí derrumba- do, ella siguió de pie sobre la tabla hasta que llegó a la orilla y ahí dejó de pisar la tabla, la levantó de la arena, observó como yo salía del agua sujetando la tabla y ella rio. Yo me volví a tirar en la arena, como antes de que ella llegara.

Quizá tenía razón y me sentía conforme sabiendo eso. Estuve pensando un rato y no vi por qué no Caminamos por la extensa orilla de la playa mientras hablá- bamos un poco, ya no temblaba tanto como antes e íbamos con- versando mientras caminábamos, supe que ella nació en uno de los barrios de Copacabana en el año 1946 y había dedicado su vida a los deportes acuáticos como el surf y la natación, esos eran sus favoritos. Ella me preguntó qué me traía a Brasil y le contesté que venía a los carnavales, se rio mucho de mi diciéndome que los carnavales habían sido dos semanas atrás y le respondí, son- riendo irónicamente “Gracias por la información”.

Se dio la vuelta y se marchó corriendo, ya se estaba ocultando el sol y caminé hacia el hotel para darme un baño y verme con Sereia en el sitio que ella dijo. Cuando entré a la habitación en- contré todo destruido y me dije “¡Ah! Por supuesto” tomé un ba- ño y usé unos pantalones con zapatos formales y una camisa de botones blanca, en realidad no sabía que usar para ir a ese tipo de lugar, pero con la descripción de Sereia supuse que era algo así como un club nocturno. Cuando estaba listo para salir, me detuve un momento y miré hacia donde estaba el teléfono, estaba maltra- tado, pero estaba completo y aún funcionaba, tomé el auricular y llamé a la Niña Gato. Colgué el teléfono y salí de la habitación, pensando que, en realidad, la Niña Gato se preocupaba mucho por mí y realmente le importaba, lloraba por mí. Antes de salir del hotel, pregunté donde quedaba el lugar, se me dificultó porque olvidé el Bossa y

trataba de pronunciar algo parecido hasta que me entendían y me indicaban por donde era y en realidad no estaba tan lejos del ho- tel. Empecé a caminar hasta llegar, en el lugar había un sujeto en la entrada y vi que tenía un sombrero de palmas “¡MIERDA! No tengo sombrero” me dije, tomé un billete de cincuenta dólares y se lo ofrecí, él, confundido, tomó el billete y yo tomé su sombrero y me lo puse, entré al lugar, estaba muy lleno y era difícil distin- guir entre toda esa gente a Sereia, me adentré más entre la multi- tud, acercándome a la barra y luego la vi, gritando mi nombre sentada desde la barra. Tomamos algunas cervezas sentados en la barra disfrutando de un estilo musical que jamás había escuchado, como ella dijo, po- co a poco la gente fue dejando el lugar, hasta que solo quedaron unos pocos. Sereia me indicó que nos sentáramos en una mesa, ya que la mayoría quedaron desocupadas. Ella rio. Seguíamos hablando y tomando cervezas hasta que ese género musical que escuchábamos tomó un ritmo más lento. En ese instante me tomó del brazo y me levantó de la mesa. Ya estábamos en la pista de baile, tomó mi mano izquierda con su mano derecha al mismo tiempo en que colocaba su otra mano

sobre mi hombro y yo en su cadera. Empezamos a bailar, no tenía idea de lo que estaba haciendo, mis pasos no tenían ritmo ni nada por el estilo, Sereia se reía de mí y me susurraba al oído “No tie- ne ciencia, mueve tus pies al compás de la música” Era lo que trataba de hacer, pero sus pies se movían de una manera distinta, se movían hacia delante y hacia los lados, como tratando de dibu- jar un cuadrado en el suelo y luego retrocedía unos pasos para luego cruzar sus pies. Trataba de seguirla, pero me perdía en un instante y mi falta de equilibrio y habilidad para danzar hacían reír mucho a Sereia y suponía que no era la única. Cuando terminamos de bailar, tomamos más cerveza y salimos al mirador, estábamos mirando hacia el mar y oíamos las olas llegar a la orilla, afuera casi no se oía la música y se podía respi- rar el salado aire de la playa. Le dirigí la mirada al escuchar mi nombre. Sereia tomó de su cerveza, me tomó suavemente por el cuello de la camisa y se me acercó hasta que me besó, lo siguió hacien-

do y hubo un momento en el que supuse que ya el beso había sido demasiado largo así que cuando traté de separarme de ella, no lo permitió, me sujetó por detrás de mi cabeza y cuando finalmente me dejó respirar, la miré a los ojos y me lancé sobre ella derra- mando mi cerveza, la seguía besando y ella a mí hasta que en un momento abrí mis ojos y la vi a ella, en mi cara, a esa muchacha que había conocido ese mismo día y dejé de besarla, la tomé por los hombros y la separé de mí. Me apresuré hasta la barra, pagué lo que debíamos y salí del lugar, miré hacia atrás y vi que Sereia estaba aún en la terraza, mirando como yo huía de ella. Llegué al hotel y subí a la habita- ción y al entrar enseguida me tumbé sobre la cama, luego me puse a pensar en que me había pasado, así no actuaba yo, de esa manera tan drástica ¿Y por qué la detuve? Sereia era una chica que fácilmente se pudo haber acostado conmigo. Después de es- tar un tiempo analizándolo, no lograba comprenderlo ¿Por qué lo hice? ¿Por qué no dejé que pasara? Siempre dejo que pase y aho- ra no sabía por qué me detuve ¿Por qué no la seguí besando? Lo cierto es que, desde ese entonces, no volví a ver a Sereia jamás. El 2 de marzo, temprano en la mañana, tenía algo de resaca y comencé a tomar agua, todo seguía destruido en la habitación y ese día no quería salir del hotel, quise mirar a través de la ventana para ver qué pasaba, tomé mi cámara Linhof y comencé a tomar fotografías, muchas de ellas a chicas que caminaban por la playa y usaban excitantes monokinis. Para distraerme un poco quise llamar a la Niña Gato.

Quedé por unos instantes sin aliento, tuve esa misma sensa- ción que evitó que siguiera besando a Sereia la noche anterior.

Antes había hablado así con la Niña Gato, pero no sentía esa intensidad amorosa con la que hablaba, con la que respondía a todo lo que le decía, era sin duda alguna, la primera vez que sen- tía eso de las tantas veces que hablaba con ella. El resto de los días que me quedaban en Brasil los pasé en el bar del hotel solo tomando cerveza Brahma. El último día que me quedaba en el hotel, 4 de marzo, ya estaba partiendo al aeropuerto y antes de irme, me dirigí a la recepción del hotel.

Después de registrar mi maleta, pagué una noche más y salí del hotel directo al aeropuerto, donde ya aguardaba mi vuelo para luego llegar a mi destino, llegar a mi hogar y volver a mi rutina. Al dejarme el taxi en el aeropuerto, noté que cerca de las puertas, había un pequeño gatito atigrado de color naranja y blanco. Lo tomé en mis manos, apenas cubría mi palma y tenía frío, hambre y no podía ver, tenía la impresión de que el gatito era ciego. En el aeropuerto compré una botella de leche y un sándwich de jamón, saqué el jamón del sándwich, pero no lo quiso comer y le vertí leche en un envase y tampoco quiso beber, así que tuve que darle la leche con ayuda de un sorbete en la boca. Luego entré en una pequeña relojería y compré un reloj Hamilton de 69.50 dólares, me lo puse en la muñeca y en la caja metí al indefenso gatito que, por suerte, encajaba perfectamente. Llevé la caja del Hamilton en mi mano, cuando pasé por el detector de metales, cuando abordé el avión, durante el vuelo y cuando llegué a Mecebo. Salí del aeropuerto y abrí la caja del reloj, pude ver al gatito, pero esta vez con los ojos abiertos, me sentí bien al saber que no era ceguera y luego me puse a pensar en la tan corta edad que tenía ese gatito, tan solo de unos cuantos días. Tomé un taxi a casa y al llegar, noté que extrañamente, todo estaba limpio y en orden, a pesar de los días que pasé afuera, nada estaba cubierto de polvo y todo estaba en su lugar, incluso había cosas que estaban en otros sitios. Dejé el gatito en el suelo y le escribí una carta a la Niña Gato. «Hola Niña Gato, ya regresé, esta mañana salí al aeropuerto y en la entrada encontré a un gatito, apenas de unos diez días de edad. Cuando lo encontré pensé que era ciego ya que tenía sus ojos cerrados, pero en el viaje de regreso, lo volví a mirar cuando el avión aterrizo y ya tenía los ojos abiertos, así que supuse que el

gatito aún era muy pequeño, lo acabo de dejar en el suelo y ya está merodeando toda la casa, también ha rasguñado un poco mi sofá a pesar de ser recién llegado. Los últimos días de mi estadía en el exterior estuvieron bien, supongo. Espero saber pronto de ti» Le anexé a la carta algunas fotos del gatito, unas tomando le- che y otras cuando lo acababa de encontrar. Al día siguiente reci- bí una carta de ella. «Ahora que me he dado cuenta de eso, tendrás que hacerte cargo de ese indefenso gatito, quiero verlo crecer sano y fuerte a tu lado y quiero que me lo prometas» Creo que no es necesario mencionar que estuve a la obligación de prometérselo. Era la mañana del 6 de marzo y el gatito, a pesar de ser tan corto de edad, empezó a trepar por mi cama para despertarme, arañándome cuidadosamente el área de los ojos. Cuando me le- vanté, lo miré y no me podía creer que fuera tan malo y audaz a la vez, ya había derribado varios objetos que tenía en casa y algu- nos muebles estaban aruñados, pero, sin embargo, era decente con sus necesidades. Ese pequeño gato me recordaba a mí, cuan- do era más joven, no me importaba nada, ni siquiera como se podría sentir la gente al hacerlo, quizá eso originó mi antropofo- bia. Había decidido llamar al gatito Howard, porque en su alma de felino estaba el mismo entusiasmo por destruir cosas, por alte- rar el sistema y por el desinterés de todo. Incluso, cuando Pince- lada vio por primera vez a Howard, huyó de la casa y no la volví a ver más, pero Howard supo tapar ese espacio solitario que había dejado Pincelada. Esa mañana, temprano, abrí la nevera y tomé una botella de leche que había ahí, luego tomé una taza y me senté en el come- dor, Howard aún no podía alcanzar la mesa de un salto, así que yo mismo lo tomé y vertí un poco de leche en la taza para él y yo

tomaba directamente de la botella, momentos después, sentí un ruido en la puerta principal, como si alguien la estuviera abrien- do. Al abrirse, vi que era la señorita Rita. Ella calló por unos instantes. Ella llevaba algunas cosas en una cesta, muchos de ellos eran detergentes, desodorantes y jabones para la limpieza, también traía una esponja, un plumero y un trapito y a parte también traía comida para preparar. Ella enseguida sacó de la cesta unos huevos y los empezó a freír, también traía pan de sándwich y rebanadas de jamón, les colocó algunas rebanadas y cuando el huevo estuvo listo, lo colo- có dentro del sándwich y me lo sirvió en la mesa. Era un sánd- wich sencillo, pero ya sabía que si lo hacía la señorita Rita tendría un sabor extravagante y exquisito. Luego se sentó en la mesa para comer su sándwich.

Me levanté de la mesa y me senté en el sofá, no quise ni si- quiera encender la televisión, desde que había llegado me sentía muy pensativo, no era la misma persona que se fue al exterior y regresó. Permanecí ahí inmóvil, sentado en el sofá, la señorita Rita limpiaba un poco la casa y no se tomó mucho tiempo ya que la casa prácticamente estaba impecable, al terminar, ella se sentó junto a mí y empezó a besarme. nidamente Ella se volvió a levantar para reproducirlo en el tocadiscos y luego se sentó junto a mí, esta vez, más de cerca y trayendo en su mano la portada del LP, trató de pronunciar el título del álbum pero no lo lograba pronunciar bien, el disco sonaba y yo seguía distraído, ella dejó de mirar la portada del álbum y se enfocó en

mí, me acariciaba al mismo tiempo que me besaba hasta que des- pués de un tiempo reaccioné y mi ritmo cardiaco aumentó, fue cuando la detuve, la tomé de sus manos y la miré a los ojos pi- diéndole que me besara apasionadamente. Ella, sin mucha resis- tencia me dio el beso que le pedí y continuamos besándonos, cuando ella se dejó llevar, comencé a acariciarla, desde sus deli- cadas piernas hasta su rostro y se dejó recostar sobre el sofá y la notaba excitada, tanto que esos besos que después me dio, me los daba con tal pasión y luego me susurraba “Muérdeme, muérde- me” y empecé a morder sus labios hasta que bajé a su cuello y lo mordía, ella gemía de placer con cada mordisco en su cuello. Ella clavaba sus unas en mi espalda y las clavaba más fuerte cada vez que la mordía. Ella se encontraba tan excitada que llegó el mo- mento en el que dijo: “Penétrame Howard, penétrame fuerte y no te detengas”. Comenzó a desvestirse, no de una manera sensual, sino de una manera apresurada, ya que se encontraba demasiado excitada y sentado en el sofá empecé a penetrarla y tiempo des- pués, ella misma, sobre mí, ejecutaba el acto sexual, ella ya no podía resistir todo ese placer sexual que tenía dentro y práctica- mente, ella me estaba violando a mí. Yo había llegado al clímax, pero ella aún seguía violándome hasta que finalmente tuvo su orgasmo y ella se desmayó sobre mí. Jamás me había pasado eso, una chica tan excitada que luego de desmayara de tal excitación. Estaba profundamente dormida y después de pronunciar su nombre para tratarla de despertar la separé de mí y la recosté sobre el sofá, subí a mi habitación para traer una sábana con que cubrirla, me senté de nuevo en el sofá, aún estaba pensativo, era el mejor sexo que había tenido en mu- cho tiempo pero no lo sentí tan intensamente como la señorita Rita, no lo disfruté tan intensamente como lo hizo ella, algo me pasaba, algo se me olvidaba, nada tenía sentido y siempre estaba

pensativo, la verdad, yo no era así, no, había algo, que me impe- día ser como era antes. Poco después había llamado la Niña Gato, muy nervioso, más de lo normal, contesté el teléfono y sentía mucha adrenalina al hablar con ella, ella saludó y preguntó cómo estaba, también hizo muchas preguntas acerca del gatito. Ella se sentía feliz de ha- blarme y yo feliz de hablarle a ella, era una de esas personas que cuando le hablaba, deseara que se detuviera el tiempo, que ese momento durara para la eternidad ya que daba satisfacción ha- blarle a esa persona, pero nunca es así. Pasamos más de una hora hablando y ella colgó. Todo lo que le había hablado, todo lo que le había escrito, la única vez que la había visto y jamás lo vi ve- nir. Me había enamorado de la Niña Gato. El resto de la semana fue normal, iba al negocio familiar, leía, caminaba y el resto del tiempo se lo dedicaba a Howard. Era un gatito rebelde, al juzgar por su tamaño, era un gatito inteligente, el que se subía a la cama para despertarme con sus garritas, el que al llegar a casa y me quitaba los zapatos, se metía en uno de los dos a dormir, que cuando iba al negocio familiar, él se metía en mi bolso a dormir para que no me fuera a olvidar de él, el que se subía al sofá únicamente para lamer mis orejas. Era un gatito que me amaba, suponía que, porque sabía que lo rescaté, él sabía có- mo hacerme sentir bien. Un día, lunes, 9 de marzo, iba en mi Harley-Davidson a casa, regresaba del negocio familiar, iba a ochenta kilómetros por hora, llevaba una mochila en la espalda donde iba Howard durmiendo. A mitad de camino noté que venía otra moto con un acompañan- te, el cual me sujetó fuerte de la mochila que cargaba para dismi- nuir mi velocidad, llegaron tres motos más, cada una con un acompañante y me derribaron de la mía, me golpearon en la ca-

beza, pero el casco me protegía. Ya cuando habían terminado conmigo, uno de ellos encendió mi moto para llevársela. Traté de sostenerla, para que no me la arrebataran, mis esfuer- zos habían sido en vano. VEZ? – grité arrodillado sobre el pavimento – ¡MALDICION! ¡DISPARENME O HAGAN ALGO! ¡MALDITOS CABRONES! – clamaba ahora, mientras que se alejaban con mi moto. Quedé ahí solo y agredido, no estaba asustado, sentía ira, tan solo me quedó caminar a casa y apenas iba llegando empezó a llover, me había mojado un poco antes de entrar y cuando cerré la puerta, caí bruscamente de rodillas y luego completamente al suelo, no quería moverme de ahí y un rato después empecé a arrastrarme por toda la sala. Dejé que pasara, esperé a sentir me- nos ira y más melancolía, me levanté y tomé el teléfono, luego me arrinconé en una esquina, abrazando mis piernas y apoyando la barbilla sobre las rodillas y marqué el número de la Niña Gato.

Guardé silencio por unos instantes mientras lloraba desconso- ladamente y derramaba sobre mí mis propias lágrimas.

Al oír eso me sentí mejor y retuve un poco mis lágrimas.

Sentía miedo de prometer eso, mucho miedo porque estaba se- guro que podría romper esa promesa también y detestaba no cumplir mis promesas.

Aún era temprano, muy temprano para irse a dormir, eran la 1:49 de la tarde cuando miré mi reloj al colgar la llamada. Me sentía solo en mi lúgubre casa, sin compañía y extrañaba mucho a la mascota que encontré desamparada un día y le di refugio. Lue- go había llamado a Fred Moore para notificarle que me habían robado, necesitaba a todos los hombres en el caso, pero jamás la encontré. Al día siguiente, 5:23 de la tarde, la Niña Gato volvió a llamarme. No contesté, guardé silencio por unos segundos.

Días después, ella me había enviado una carta bastante abulta- da, con un mensaje y muchas fotos, la gran mayoría eran de ella y algunas de su gata. Las que eran de ella, varias fueron tomadas con filtros fotográficos para lograr un determinado efecto de con- traste, luz neutra, blanco y negro, escala a grises, entre otras. El mensaje que me había enviado demostraba la clara desesperación de estar a mi lado, diciendo que no tenía amigos, que cuando iba a la secundaria se sentaba sola en el recreo y no hablaba con na- die, diciendo que desearía que yo estuviese allá, que estuviese junto a ella aquellas noches en las que sale al pasillo de su apar- tamento, en aquel solitario pasillo que por las noches se pone frío y quisiera opacar con un cálido abrazo. La siguiente llamada se la hice el 16 de marzo, a las 8:12 de la noche.

El día 18 de marzo, temprano en la mañana estuve en el nego- cio familiar, revisaba mi agenda para ver todas las personas que

estaban pendientes para ese día. Tiempo después habían llegado los hermanos Chris y Dick, los nuevos vendedores de drogas, habían regresado a pagar lo que debían y a llevarse más drogas para vender. En esa ocasión recordé que uno de ellos me pregun- tó por qué no había LSD entre las drogas que les había suminis- trado, la verdad desconocía esa nueva droga pero días antes la había logrado traficar y se las mostré, quedaron sorprendidos, tanto que pidieron solo llevar LSD, les sugerí que llevaran distin- tos tipos de drogas pero no aceptaron, me dijeron que esa nueva droga se vendía mejor y mucho más rápido que las demás y en cuestión de días, ellos regresarían por más para vender y así se hizo, ellos se fueron con sus suministros y en mi agenda iba ta- chando a uno por uno, solo faltaba el señor Arthur Rilke, el caba- llero que nunca había faltado a sus deudas, a excepción de ese día. Tomé de uno de los cajones de mi escritorio mi revólver, un Webley Mk IV.38/200 y le dije a Fred que me acompañara, el siempre llevaba su pistola encima, una Tokarev TT-33 de 1950. Salimos del cimiento y nos dirigimos a su casa, con las armas en las manos tratamos de abrir la puerta principal pero estaba cerra- da, tocamos varias veces identificándonos pero nadie abría la puerta, Fred disparó un par de veces a la cerradura y luego yo pateé la puerta, apuntando en todas direcciones, la casa estaba oscura y encendimos la luz, parecía no haber nadie en la casa, registramos toda la casa hasta llegar hasta el dormitorio principal, el cual, a diferencia de la casa estaba muy desordenado, con bote- llas de cerveza en el suelo, algunos residuos de drogas y ropa por todos lados. Solo habíamos llegado a una conclusión. Se había marchado. Salimos de la casa y regresamos al cimiento, empecé a mover mis os para localizarlo y puse en el caso a varios de mis hombres para que rastrearan a Arthur Rilke. El maldito se había hecho con mis cien mil libras.

Pasé el resto del día un poco alterado, buscando a Arthur Rilke por todas partes y al siguiente día, además de tachar mi agenda también trataba de resolver el mismo problema, el teléfono de la oficina había sonado.

No estaba de humor para cantar con ella, pero tenía el presen- timiento de que, si no lo hacía, no me iba a dejar de molestar. Miré el reloj, solo eran las 2:00 de la tarde. Al fin había colgado, me daría un poco de tiempo para dejar de pensar en ella y hacer mi trabajo, pero a pesar de los esfuerzos, fue inútil pues mis hombres habían revisado toda la ciudad y no había rastros de Arthur Rilke. Normalmente, ninguno de mis clientes dejaba la ciudad, siem- pre terminaba aplicando un castigo o en los más duros casos, ma- tarlos. Pero era la primera vez que me sucedía eso, estaba seguro que nunca le pasó a mi padre, o al menos eso creía. Al final del día recibí una llamada, no quería contestarla, sabía ya que era la Niña Gato. El contestador automático tomó la lla- mada y lo que ella dijo fue “Estoy de regreso, quiero darte amor” Era 24 de marzo, 1:45 de la tarde, yo estaba en mi oficina che- queando mi libro de cuentas y deudas y luego recibí una llamada.

No sabía a qué se refería, supuse que pensaba que aún había disturbios sobre el asesinato de Kennedy en la ciudad. Decidí aprovechar esa oportunidad

Repentinamente sucedió algo que no me esperaba nunca que pasara, ella colgó, la verdad, pensé en lo que le dije y quizá me pasé un poco de la raya, pero no la volví a llamar hasta después de dos días, 26 de marzo. En realidad, no sabía de qué hablaba ¿Una canción? Jamás la había oído, pero le seguí la corriente haciéndole creer que sí. -Y Donna de Ritchie Valens Me quedé estupefacto por unos segundos, la verdad, cualquier cosa con la Niña Gato era una sorpresa que jamás vería venir de cualquier otra chica.

No entendía qué clase de pregunta era esa. Sus extrañas preguntas empezaban a incomodarme.

Cuando colgué el teléfono aún pensaba en la canción que nombró la Niña Gato, hacía un tiempo que no escuchaba la radio ni iba a comprar discos así que al día siguiente, 27 de marzo, fui a la tienda de discos y compré varios, entre ellos, un sencillo con la canción que me había mencionado la Niña Gato el día anterior, un EP con el título All My Loving y dos sencillos de la banda The Rolling Stones, nunca los había escuchado pero los sencillos te- nían canciones que ya conocía, Come On de Chuck Berry y I Wanna Be Your Man de The Beatles, cuando llegué a casa los coloqué en el tocadiscos. Eran buenas versiones pero no tan bue- nas como las originales, escuché la tan ansiada canción, Can’t Buy Me Love se titulaba, era una canción rápida, casi no podía seguir al vocalista, también fue corta, muy buena, pero la que me gustó de verdad fue la que estaba del lado B de ese sencillo, cuando comienza el solo y los coristas gritan el título de la can- ción y ese sonido característico de un cencerro que se hace pre- sente durante toda la canción, tenía un estilo más rocanrolero que la del lado A del sencillo, era más de mi estilo y era por eso que me gustaba más. En cuanto al EP, tenía dos canciones del primer álbum y dos del segundo, lo coloqué en el tocadiscos. En ese momento mi teléfono sonó y dejando reproducir el disco contesté la llamada.

Ya sabía que Rod había estado de cumpleaños el día anterior, lo había olvidado, siempre lo olvido, nunca fui bueno para recor- dar cumpleaños. Al día siguiente tenía que partir a Rillujot, era una celebración que no tenía que perderme y antes de llegar a la fiesta, pensé que podría pasar el tiempo haciendo otras cosas. Tomé el teléfono de nuevo y marqué su número. Ella había colgado el teléfono, no sabía que pasaba con ella, recordé el día anterior cuando me dijo que le dolía el útero, pensé

que eso ocasionaba su mal humor y cambio de temperamento. Armé una pequeña maleta con un atuendo formal para el festejo y otro atuendo más casual, al día siguiente llegué al terminal, tem- prano en la mañana y tomé el primer autobús a Rillujot y cuando llegué, pagué un taxi directamente hasta el cimiento y ahí me encontré con Rod, le abracé, le felicité por su cumpleaños y estu- vimos un tiempo en el cimiento, estuvimos atendiendo a algunos clientes y hablábamos de cómo nos había ido durante mi ausencia y la de él. Luego de estar un tiempo con Rod, fui a mi sombría y abandonada casa, que estaba en la misma calle, entré y me vestí elegante, usé mi traje formal y esperé a que Rod se alistara. Luego estacionó frente a la casa, tenía un Toyota AB convertible de cuatro puertas de 1936 de tres velocidades manuales. Subí al auto y nos fuimos a buscar a su novia, Carol, la conocía desde hace tiempo, me la llevaba bien con ella. Después de pasar por ella, llegamos al club en Conoob. Había algunas personas, pero supo- nía que esa no era toda la gente que había invitado Rod, cuando entramos lo recibieron con felicitaciones y luego subieron el vo- lumen de la música, lo primero que hice yo fue sentarme en la barra y pedí una cerveza. Rod se sentó junto a mí y de vez en cuando salía a bailar con Carol. Ya cuando había tomado tres cervezas, me preguntaba dónde estaba la mesa de billar, me le- vanté para buscarla y la había encontrado en otra habitación, sor- presa para mí, estaban jugando nuestros hombres del negocio, Carl, Joseph, Martin y los demás. Enseguida los saludé y acor- damos jugar por turnos, diciéndoles al mismo tiempo que no po- drían contra mí.

Habíamos empezado a jugar, mi primer oponente fue Joseph al cual derrote sin problemas, a pesar de que yo era diestro, jugaba al billar con ambas manos, pero se me hacía más fácil jugar con la zurda y si había algo en lo que era realmente bueno era jugan- do al billar. El próximo oponente fue Martin al cual también ven- cí sin problemas, al final de la noche ya estaba ebrio y había ga- nado quinientas libras jugando al billar. En ese momento entró alguien más a la habitación, un hombre, suponía que era invitado de Rod y se presentó como Thomas Sánchez. Si había algo que detestaba (a parte de los españoles) era a los jetones, esas personas que afirman que son lo mejor del mundo en algo y nadie les puede superar. Comenzamos a jugar, mi oponente estaba algo ebrio también y no fue difícil de vencer. Volvimos a jugar otra partida, pero esa vez él me derrotó a mí.

Jugamos dos partidas y en las dos pude ganarle sin problemas. Jugamos una vez más y resulté ganador. Acepté el desafío, volvimos a jugar y le volví a ganar, sin pro- blemas. Notaba como ya quería terminar el juego, el tarado ya no resis- tía más. Jugamos de nuevo otra partida y fui merecedor de esas seiscientas libras. Volvimos a jugar una vez más y una vez más gané el juego.

Había salido por las cervezas y en ese momento Joseph sacó su arma y la cargó. Joseph encendió un cigarro. El resto de la noche la pasé jugando con los empleados y to- mando cerveza con ellos, la música no se paraba y hubo un mo- mento en el que ya no podía más, cedí mi turno a otro jugador y salí a tomar un poco de aire en la parte de atrás del club, donde estaba el jacuzzi, había bebido demasiado y no podía mantenerme de pie, tan solo quería dormir un poco. Abrí el Toyota de Rod y descansé ahí por unas dos horas hasta que me sentí mejor, luego volví a entrar, pero no tomé licor, ya no me apetecía, solo me quedé en la barra hasta que amaneció, más la fiesta no se acabó porque Rod había alquilado el club durante el fin de semana hasta las 6:00 de la tarde del domingo. El club abrió su buffet que fue donde pude desayunar algo, reposé un largo rato después de ha- ber comido hasta el mediodía que volví a comer del buffet, des- cansé otro poco y me tomé la primera cerveza del día, a las 4:00 de la tarde algunas personas empezaban a dejar el club, entre ellos, Rod. Después de dejar a Carol en su casa, Rod me llevó a la mía, tomé un baño y usé el atuendo casual que empaqué y me dejó en

el terminal, me despedí de él y le dije que volvería en abril, le felicité de nuevo y le dije que la había pasado muy bien. De re- greso en Mecebo, llegué a mi casa y enseguida me eché a dormir (aparte de la siesta que había echado en el autobús de regreso) y no me levanté hasta el otro día. Al día siguiente, 30 de marzo, me levanté tarde, alrededor de las 9:00 de la mañana, me levanté porque escuchaba ruidos en la cocina, bajé con aspecto de zombie y encontré a la señorita Rita que estaba limpiando mi hogar. Mientras estaba preparando algo para comer yo me alisté para ir al negocio, desayuné lo que me cocinó, me dio un beso y se quedó limpiando un poco la casa, cuando llegué, me senté en mi escritorio y me puse a pensar un poco en mi fin de semana, la mayoría de las cosas que sucedieron no las recordaba, solo recor- daba parte de la fiesta y cuando llegué a Rillujot. También pensé en la Niña Gato, en la que no visité en el poco tiempo que estuve allá y también pensé en la Niña Pícara. De hecho, hacía un largo tiempo que no hablaba con ella y decidí llamarla.

Aunque me daba la razón, sabía que no lo decía en serio. cía en serio.

Había notado que su manera de hablar era diferente, exclama- ba todo lo que decía y muchas veces alzaba la voz repentinamen- te.

A-som-bro-so… en casa de la Niña Pícara eran vendedores de licor, vendían licor sin licencia y sin negocio estable, lo cual era ilegal. No sabía que responder a eso por lo que después de unos se- gundos de silencio respondí.

Al escuchar eso empecé a susurrar “Niña Pícara” repetidas ve- ces.

Una vez más había quedado anonadado por el lenguaje de la vulgar niña mientras ella simplemente se reía al teléfono.

ras

ti

No lo estaba, pero quise continuar con el juego.

chas cosas Era todo, había terminado de hablar con ella, si algo había no- tado con detalle de la Niña Pícara es que era demasiado ingenua e inocente para captar un chiste, algún juego de palabras o los to- nos irónicos de la gente al hablar, todo lo que escuchaba lo creía y todo lo que le decían lo tomaba muy en serio. El día se hizo

corto en el negocio familiar, cuando llegué a casa, vi que tenía correspondencia, era una carta, en su interior había una fotografía que mostraba dos manos con las uñas de distintos colores y no tenía ningún mensaje anexado, pero en el sobre pude ver que el emisor era la Niña Gato. Al día siguiente, el 31 de marzo al mediodía, estaba en la ofi- cina del cimiento del negocio, estaba sacando algunas cuentas y mirando mí libro de deudas cuando recibí una llamada. Ella colgó, la conversación, aunque fue corta me llenó de mu- cha euforia, me hizo sentir amado y sentía que de hablar todos los días con la Niña Gato ya la conocía lo suficiente para entablar una relación con ella, aunque estuviese muy lejos, me arriesgaría a tenerla, pasé todo el día pensando en ella y cuanto llegué a casa estaba esperando por su llamada, viendo ese teléfono desde lo lejos, sin que sonara, ni siquiera una vibración, nada. Ya eran las 8:10 de la noche, ya me aburría y no podía esperar más, no pude

contenerme porque realmente quería hablar con ella, quería ha- cerlo toda la noche para satisfacerme a mí mismo, tomé el telé- fono y marqué su número. Volvió a colgar y ahí estaba yo, con el auricular en el oído, sentía un repentino cambio en la Niña Gato, la sentía más lacóni- ca y sentía que ya no le apetecía tener esas largas conversaciones que teníamos todas las noches. Las llamadas de los últimos días habían sido muy cortas y ahora se había vuelto difícil sacarle una conversación a la Niña Gato, estaba cegado y de un día para otro ignoraba eso completamente. Habían pasado algunos días, había enviado algunas cartas a la Niña Gato, pero no recibía respuesta alguna, a veces daba por hecho que se perdían en el correo, pero a veces me preguntaba, si eso no pasaba ¿Entonces por qué no contestaba a mis cartas? Y

aquel trágico 4 de abril llegó, ese 4 de abril que maldigo todos los días. Ese 4 de abril que hubiese deseado que me cayera un rayo o haberme quemado con mi casa esa mañana. Eran las 10:10 de la mañana y en ese momento había sonado el teléfono, cuando tomé el auricular pude oír un llanto, sollozos melancólicos que salían del teléfono, ella estaba llorando. En ese momento, ella colgó el teléfono. No sabía lo que había pasado, no sabía por qué razón estaba llorando, si quería saberlo, pero no le llamé de vuelta para preguntarle, se oía muy dolida y supuse que necesitaba tiempo para recuperarse, sea lo que sea que le había pasado. Más tarde, ese mismo día a las 2:20 de la tarde exactamente, había sonado de nuevo mi teléfono, pensaba y me latía mucho que era la Niña Gato para explicar su repentina melancolía y solo escuché: “Semana y media, amigo”

En ese instante miré mi reloj, supuse que había matado un po- co de tiempo hablando todas esas tonterías con la Niña Pícara, pero en realidad aún marcaba la 1:30 - Las 2:42

Después de colgar el teléfono tenía que visitar algunos clientes en sus casas para saldar deudas antes de que se acabara el día, por suerte, buenos clientes. Todos los días hablaba con esas dos niñas que habían llegado a mi vida, muchas veces las conversaciones eran cortas entre las dos. A la Niña Pícara, cada vez que la llama- ba era difícil hablar con ella, ya que era arduo que dijera algo y muchas veces pensaba que la llamada se había cortado y estaba hablando solo como un idiota. Cuando llamaba a la Niña Gato también era difícil ahora sacarle unas palabras y bueno, muchas veces decía que estaba ocupada, que me regresaría la llamada más tarde y no lo hacía, ahora tenía más deseos de colgar que de hablar, era un comportamiento repentino muy extraño, pero no le ponía mucha atención a eso, ya que dentro de unos días ahora estaría en aquel pueblo y solo contaba los días hasta mi partida. El 8 de abril se me ocurrió que podría avisarle a Marcie June que estaría una semana en Rillujot y quizá podría pasar un rato

con ella también, la extrañaba mucho y hacía mucho tiempo que no la veía. Al colgar el teléfono empecé a pensar en esa palabra, no era la primera vez que la oía, pero era la primera vez que me la dirigían y decidí buscarla en un diccionario, cuando leí su definición, no entendía exactamente lo que quiso decir Marcie June: “Prenda de vestir, generalmente de cuero o de paño, que cubre la pierna des- de el tobillo o el empeine del pie hasta la rodilla” también decía que era la punta larga de un calzado que estuvo de moda entre el siglo XII y el siglo XV. Al decir “mueve las polainas” ¿Se refería

a que literalmente moviera mis zapatos o la parte de mis pantalo- nes que cubre de la rodilla hacia abajo? Entiendo que lo dijo ex- presando que llegara rápido a Rillujot, pero en realidad, si lo dice expresándose de esa manera, para mí no tenía sentido “mover las polainas”, cosa que me causó mucha risa. Para el viernes, 10 de abril, ya estaba alistando todo para partir a Rillujot, estaba en casa leyendo un libro cuando mi teléfono sonó y contesté. Aprovechando de que estaba cerca del teléfono, quise llamar a la Niña Gato para asegurarme de salir también con ella. Se hicieron presentes unos segundos de silencio.

Se hicieron presentes otros segundos más de silencio. Ella había colgado la llamada y en realidad me parecía muy extraño que ahora no quisiera hablar conmigo tan sucia y perver- tidamente como lo hacía antes, en ese momento también se me ocurrió llamar a la Niña Pícara.

Colgué el teléfono y me senté de nuevo en el sillón a leer mi libro, en ese instante, volvió a sonar mi teléfono al que contesté de mala gana. Colgué el teléfono rápidamente y salí al cimiento, al llegar, Fred ya tenía trazado en un mapa todo el recorrido que se imagi- naba que había tomado Arthur Rilke según algunas fuentes hasta llegar a la península. Fred me señaló en un punto del mapa donde probablemente podría estar, revisando el árbol genealógico del maldito gusano rastrero y que podría estar en casa de sus parien- tes, en este caso, una hermana que tenía una residencia ahí. Al

tener esa información, había decidido viajar a la península acom- pañado de dos de mis hombres y el delator, tenía información que probablemente nos pudiera servir en el viaje. Al día siguiente salimos Rudolf, Carl y el soplón, se hacía llamar Morris, salimos en uno de los carros del negocio, un Ford Galaxie Sedan de 1963 y partimos a la península, un viaje largo de aproximadamente cinco a seis horas, ya teníamos marcada la ubicación de la casa e incluso ya la habíamos localizado, sin em- bargo, no irrumpimos en el domicilio hasta el día siguiente. Tem- prano en la mañana, permanecimos ocultos desde el otro lado de la calle, todos estábamos armados, a excepción de Morris que solo nos acompañaba, esperamos unos instantes y alguien había salido de la morada, un hombre trajeado que se subió a un Kar- mann Ghia de 1962 y se marchó, en ese momento supimos que era la oportunidad para entrar, salimos corriendo, cruzando la calle hasta llegar a la puerta, intenté abrirla pero estaba cerrada y traté de derribarla con algunas patadas pero no logré abrirla, lue- go disparé a la cerradura para dañarla y abrió de una patada. In- gresamos a la vivienda, parecía no haber nadie, sin embargo, re- gistramos cada rincón del hogar hasta que subimos a las habita- ciones y no encontramos nada hasta que oí un grito de pavor, venía de la habitación principal, cuando fui a ver, Carl tenía a una mujer, que supuse era la hermana de Rilke, se encontraba oculta debajo de la cama, lugar que no se me ocurrió registrar. Mientras teníamos cautiva a la mujer, seguimos revisando la casa en busca de más personas, pero solo hayamos a una pequeña niña de seis años aproximadamente, oculta dentro de una lavadora. Atamos a la mujer en una silla en el comedor y empecé a inte- rrogarla sobre el paradero de Arthur Rilke, pero no hubo respues- ta, no respondía a ninguna pregunta que le hacíamos, se encon- traba asustada y la pequeña niña, observándonos también cautiva, al parecer no sabía nada de lo que pasaba. Tomé mi revólver y le

apunté en la frente a la aterrorizada mujer y enseguida había em- pezado a llorar. Ella asintió mirando al suelo y sin decir nada. Ella, aún aterrada y sollozando asintió con la cabeza muy des- pacio y tan levemente, tanto que casi no notamos que asintió, en ese momento oímos a alguien que entraba y en el momento en que él nos vio, rápidamente Rudolf le disparó al hombre, desplo- mándolo en el suelo de un tiro, la mujer gritó muy fuerte y brus- camente, derramó aún más lágrimas, la niña corrió desde donde la teníamos hacia su difunto padre y lloró sobre él, ese lloriqueo tan irritante que odio de los niños pero sin embargo la dejamos. Dirigí mi atención de nuevo a la mujer y le formulé otra pregunta. Ella me miró directamente a los ojos, con una mirada tan som- bría que se podía ver el infierno ardiendo dentro de ella, fúrica y con esos ojos llorosos me dio una fuerte patada en la rodilla. Con esa seguridad con la que me miraba estaba dispuesta a que terminara con su vida y en ese momento bajé el arma.

Apartaron a la niña del cadáver de su padre y me la trajeron, la tomé por su cabello, lo que hizo que llorara y gritara aún más con ese irritante aullido que caracteriza a los niños y le apunté en la cabeza con el revólver. Solo se oía en la casa los gritos de la niña y a pesar de la reac- ción que tuvo al apuntar a su hija, no soltó ni una palabra, des- pués de unos minutos, me había hartado de oír ese llanto tan in- fernal que provenía de la niña y la empuje derribándola de nuevo hacia el cadáver. Después de hacer todo eso en vano, yo salí de la casa, vigilan- do la entrada mientras que mis hombres se encargaban de violar a la desquiciada mujer, la habían amarrado de brazos y piernas y la habían amordazado, ataron a su hija en una silla del comedor amordazada también, para que disfrutara del espectáculo y empe- zaron a violarla, tan fuertemente que ahora la mujer no lloraba por miedo sino por dolor y tratando de hablar a través de la mor- daza le suplicaba a su hija que no viera el garrafal acto sexual y tanto fue su daño que cayó desmayada en el suelo y el trabajo quedó hecho. La mujer en el suelo, desnuda completamente y la pequeña niña, atada y traumatizada de por vida, Carl fue a buscar el Ford Galaxie y nos llevamos a la pequeña, pensé que podría recuperar algo de dinero si vendía sus órganos en el mercado ne- gro o la vendía como esclava, lo que pasara primero. También nos llevamos el Karmann Ghia. Estuvimos unos días más en la península, tratando de encon- trar el rastro de Arthur Rilke, Morris nos indicó que lo había visto

en el casino jugando algunos juegos de azar mientras él también jugaba y visitamos el lugar, en el casino, hablé con el propietario, un conocido lejano gracias al negocio, pregunté si guardaban un registro de todo el que entraba y salía del casino, me dijo que si, hojeé el registro pero no había nada más que su nombre e identi- ficación, no mostraba algún paradero o dinero disponible pero si mostraba lo que ganó y perdió durante los juegos. Después de tener esa información, mis hombres estaban entretenidos jugando algunos juegos mientras yo hacía el trabajo. Lo pensé por unos instantes y decidí que era bueno descansar un poco de la búsqueda, me senté en la barra del bar y tomé algu- nas cervezas mientras Rudolf, Carl y Morris jugaban al póker, a la ruleta y esos complicados juegos que yo no entendía, ya des- pués de cinco cervezas me había olvidado de todo y al tomarme ya treinta cervezas, ya no podía más y ellos tampoco y salimos de ahí, ebrios y sin dinero (a excepción de mí que no jugué ningún juego) y nos fuimos al hotel donde estábamos quedándonos. La mañana del 15 de abril, fui el primero en levantarme, todos estaba aún volcados y yo tenía mucha resaca del día anterior, no veía mi semana de vacaciones así, tras un sujeto que me robó, yo debía estar en Rillujot quitándole la virginidad a la Niña Gato. También había prometido salir con la Niña Pícara y prometí a Marcie June que la llamaría y aún no lo había hecho. Lo mínimo que podía hacer era escribirle una carta. «Por favor, perdóname, se me complicó el viaje, no pude ir a Rillujot, disculpa, la verdad se me dificultó mucho ir, quería ir,

pero no se pudo. Ahora, de ir a Rillujot tendré que esperar para finales de junio y espero que ese viaje si se dé. Howard Tucson» Enseguida salí a enviar la carta y después de haberlo hecho re- gresé al hotel, ya los muchachos se habían levantado y estaban tomando café. Cuando regresamos al auto y abrí la maletera para meter el equipaje encontré a la sobrina de Rilke. “¡Oh! Claro” dije en mi cabeza. La respuesta de ambos fue negativa como la esperaba, la niña no había comido ni bebido nada por al menos veinte horas, ade- más se había defecado encima, no estaba seguro si lo hizo del miedo o si ya no aguantaba más. Le quité la mordaza y empezó a llorar, traté de tranquilizarla, le dije que no éramos hombres ma- los, solo que buscábamos a su tío, le prometí que si me daba in- formación la dejaría de regreso en su casa con sus padres, le men- tí diciéndole que ellos estaban bien, que solo los habíamos dor- mido. Dijo llorando que no sabía a donde iban los adultos todo el día o donde estaban cuando desaparecían durante un tiempo, no sabía nada. La llevamos a comer algo y le compramos algo de ropa. Le pregunté si quería saber a dónde iban los adultos cuando

desaparecían todo el día, volverla a engañar para que viniera con nosotros y ella dijo que sí. Nos fuimos a Mecebo. Al llegar, mandé a invadir las propiedades de Arthur Rilke en Mecebo, su casa y su establecimiento quemado, ahora me perte- necían, mandé a hacer documentos falsos con mis abogados y respecto a la chiquilla, la dejé en el cimiento mientras decidía que hacer con ella. Al llegar a casa por la tarde, había recibido una carta. «Con razón que no supe más de ti, buenito, tranquilo, después vienes y ojalá para finales de junio te pueda ver Marcie June» Como ya Marcie no estaría esperándome, pensé que podría es- tar al menos un solo día en Rillujot y así lo hice, empaqué ligero y el jueves 16 de abril, salí al terminal de pasajeros y tomé el primer autobús a Rillujot, había llegado al mediodía e intenté llamar a la Niña Gato desde un teléfono público pero nadie con- testaba, llegué a mi casa en el pueblo y salí camino a la suya, antes de ir pasé por una tienda de discos y compré el segundo álbum de Ritchie Valens, Ritchie; y uno de Barbra Streisand, The Second Barbra Streisand Album; luego pasé por una farmacia y compré una caja con tres preservativos, para estar seguros, ya que me dijo que lo haríamos en su solitaria casa mientras su madre no estaba y luego, camino a su domicilio estaba nervioso y temblan- do, con los dos long plays y los preservativos, cuando llegué, empecé a gritar su nombre “¡Grace! ¡Grace! ¡Vamos Niña Gato! Sal, sé que estás ahí sola”. Pasé un rato gritando, pero nadie salía y ya anochecía, no me quedo más remedio que regresar a casa y no fue hasta que anocheció que ella respondió mis llamadas.

Esas palabras me estremecieron un poco, hacía resaltar que era ella la que no me quería ver más.

jot

Quedé pensativo, como decidiendo si aceptaba o no, no enten-

día por qué, pero tenía la sensación que trataba de evitarme, así que acepté. Al pronunciar esas palabras colgó tan bruscamente que quedé atónito, sinceramente, no entendía que pasaba con ella, pero igno-

raba la situación, yo solo la quería ver, así fuera por tan solo unos segundos. Al día siguiente, me preparé para mi segundo encuentro con la Niña Gato, tomé los dos discos que había comprado y salí de casa a la plaza del pueblo, había llegado media hora antes y me quedé esperándola sentado en una de las bancas, esperé hasta que fuera la hora que ella indicó pero no había llegado sino diez minutos tarde, la vi a lo lejos y era más bonita y bajita de lo que recorda- ba, la veía mientras miraba a su alrededor buscándome a mí, me levanté y le llegué por detrás, cosa que le atemorizó pero se relajó al ver que era yo. Ya estaba perdiendo la paciencia, sentía que estaba hablando con otra persona y no con la Niña Gato. Empezamos a caminar por el mercado, entrando a cada tienda y establecimiento, a cada supermercado preguntando si había yogurt, desgraciadamente no había yogurt por ningún lado.

Afortunadamente, en el próximo local que visitamos tenían yogurt y lo compré para volver a la plaza, nos sentamos en una banca y empezó a comer su yogurt, ella me ofreció un poco y acepté con gusto, ella comía una cucharada y luego me daba a mí hasta que se acabó el yogurt. Estuvimos sentados en la plaza, hablando, era muy extraño, sentía que estaba hablando con una Grace diferente, con alguien que apenas iba conociendo y no con esa morbosa chica que cono- cí hace meses, ahora, era difícil sacarle una palabra de la boca. Le pregunté por todo lo que ya habíamos hablado por teléfono y a través del correo, pregunté por las galletas hechas por ella con las que me iba a recibir, su elegante vestido azul con el que me iba a esperar y también que si recordaba que le haría el “favor”, inclu- so le mostré los preservativos y le dije “te va a doler” a lo que ella rio y no dijo nada al respecto, me dijo que no usaría su vesti- do azul porque al usarlo se le verían dos cicatrices verticales que le quedaron cuando le hicieron una operación en la espalda, me contó que cuando era pequeña preguntó a sus padres por qué te- nía esas cicatrices y le respondieron que era porque ella en reali- dad era un ángel y para tenerla en la tierra hubo que quitarle sus dos alitas para que las demás niñas no se sintieran celosas y es por eso que le quedaron dos cicatrices feas y me contó también

que le hizo la misma pregunta a uno de sus tíos y le dijo que era porque ella era una alienígena que tenía dos grandísimos y esca- mosos tentáculos y se los quitaron por medio de una operación, “creí más la historia de mi tío” dijo. Estuvimos ahí sentados hasta que la catedral sonó sus campanas informando que ya eran las 12:00 del mediodía. La Niña Gato miró hacia la catedral y luego me miró a mí, me miró con una cara de “Te tengo que dejar, ya es hora de irme” pero lo ignoré. Ella miró hacia donde le señalé y supuse que no le quedaba más remedio, inclinó la cabeza hacia abajo, se encontraba dema- siado incomoda conmigo y no sabía en lo absoluto por qué razón, en ese instante miró las prendas que tenía en su muñeca y se alarmó. Se había tirado en el suelo hasta que encontró lo que estaba buscando, recogió una pequeña pulserita de nylon que sostenía un pedazo de madera y se la volvió a amarrar en la muñeca. Ella no dijo nada, me miró y volvió a inclinar su cabeza hacia abajo.

Después de la palabra “regaló” pronunciaba otras palabras, pe- ro las pronunciaba con una voz tan baja y decaída que era difícil de escuchar. Sentía que ella quería desaparecer de ahí y yo no sabía qué ha- cer, al oír eso se me quebrantaron todas mis ilusiones y sentí en lo más profundo como si me clavaran una estaca en el pecho, los dos quedamos sin palabras por unos instantes hasta que yo reac- cioné. Nos levantamos y fuimos al teléfono público donde ella llamó a su casa y habló con su mamá, le dijo que iba a almorzar en el centro del pueblo y que estaba sola, se quedó un rato muda, escu- chando lo que le decía la madre y al final dijo en tono sardónico “Gracias mamá, gracias por confiar en mí y estimarme mucho” y colgó. les Caminamos a un restaurante cercano donde vendían comida italiana y nos sentamos en una mesa.

Me levanté de la mesa para pedir la pizza y luego pagarla, pa- gué también por un jugo de fresa y una Coca-Cola, mientras pa- gaba, miré hacia nuestra mesa y estaba ella, con sus brazos sobre la mesa y ocultando su rostro con sus brazos, como si estuviese llorando. Regresé de nuevo a la mesa y aún permanecía en esa posición. Estuvimos callados por unos instantes, no sabía que decir y quise tocar otra vez el tema de su novio. “No como yo” decía en mi mente. Un tiempo después había llegado la pizza, pedí una mediana normal porque no vi que la

Niña Gato tuviera mucho apetito que digamos, la notaba más bien disgustada de estar conmigo, después de que ella estaba esperan- do ese día desde la última vez que nos vimos en diciembre. Em- pezamos a comer y ella solo comió una rebanada de pizza y se tomó su jugo, el resto me lo tuve que comer yo. Cuando termi- namos de comer nos fuimos de nuevo a la plaza y nos sentamos en una banca. Estuvimos un tiempo sin hablar de nada.

Fuimos de nuevo al teléfono público y ella llamó a la casa de la Niña Pícara y después de un rato al parecer contestó, la Niña Gato era la que hablaba, le dije que le dijera que era una mala gente, que ya no me quería y cuando supo que yo había llegado al pueblo se había ido para no verme (claro, lo dije solo para moles- tarla) después de decirle eso, le pidió que viniera al pueblo y ella aceptó, ya que tenía que ensayar en el conservatorio. Luego la Niña Gato colgó y me miró. Caminamos hasta la parada y nos quedamos esperando el bus. lo del libro. Abrí el libro por la mitad y leí el primer párrafo que vi

dentro de mí lo quería hacer, me senté junto a ella y la empecé a acariciar a pesar de que ella no lo deseaba hasta que finalmente llegué a tocarle sus senos y ella se dejó, mi pene se puso eréctil y ahí fue cuando sentí la necesidad de tener sexo con ella y ella, sin hacer ahora mucha fuerza, cedió y terminamos teniendo sexo, durante toda la noche y escuchaba todos esos gemidos orgásmi- cos que ella emitía cada vez que la penetraba y llegamos a des- cansar apenas salió el sol, se recostó sobre mí y dormimos hasta que llegó la tarde” Cerré el libro y la miré a ella, se había tapado los oídos para no escuchar y repetía la frase Alerta una y otra vez. La verdad no pensé que, leyendo un fragmento al azar del libro, encontraría algo como eso. La miré con indiferencia por unos instantes y luego le quité la vista y volví a mirar hacia dónde venían los autobuses. Desde que llegué al pueblo estaba dispuesto a robarle un beso a la Niña Gato y supuse que esa era la oportunidad, bajé de la acera a la carretera para que ella quedara a mi altura.

En ese momento cerré mis ojos y preparé mis labios para be- sarla pero en lugar de eso sentí su cuerpo, sentía su cabello en mi rostro y sus brazos en mi espalda, al sentirla abrí los ojos y miré que me estaba abrazando, poco a poco subí yo mis brazos para abrazarla a ella también y la abracé fuerte, cuando terminó, se dio la vuelta y se subió a su autobús y vi mientras buscaba un asiento, cuando se sentó, se volvió a despedir, sacudiendo su mano y yo no sabía qué hacer, que decir y simplemente miré mis manos y noté que aún tenía la bolsa con los LP, saqué el de Ritchie Valens y se lo entregué por la ventanilla. Ella simplemente sonrió y el autobús empezó a moverse hasta que se marchó. Busqué en el fondo de la bolsa y encontré una pequeña tarjeta que ya había escrito, que esperaba que leyera cuando yo le entregase la bolsa con los dos LP, la tarjetita decía “Me gustó que me besaras tan placenteramente”. Doblé la tarjeta y la empecé a romper en pequeños trozos y me marché de ahí. Quise caminar algunos minutos por el centro del pueblo, dándole la vuelta a la manzana varias veces, cuando lo hice por tercera vez pude observar a una chica, muy parecida a la Niña Gato ha- blando con otras dos muchachas, no quería creer que era ella, ya que me dijo que no podía estar más de una hora conmigo porque tenía cosas que hacer pero su LP en la mano la delató, no llamé su atención y no dejé que me viera, simplemente regresé a la pla- za del pueblo y me senté en una banca, miré el reloj de la catedral y solo eran las 2:00 en punto, me senté en una banca a esperar por la Niña Pícara hasta que llegó media hora después. La saludé a lo lejos, venía vestida un poco formal con el estuche de un instru- mento en su espalda y se sentó junto a mí.

Abrió el estuche y pude ver el hermoso instrumento, tan frágil y delicado. Ella negó con la cabeza bajando un poco la mirada.

Mientras hablábamos un muchacho se acercó para saludar a la Niña Pícara, le abrazó y le dio un beso en la mejilla, estuvieron hablando por unos minutos sin yo intervenir, solo viéndolos co- mo si yo fuera invisible, al final se despidió y se marchó, me fijé cuando la abrazó muy fuerte y noté que tenía cierta dolencia por dentro. Ella no respondió en lo absoluto. ¿Para qué tienen novios? No sirve de nada… para lo único que una chica necesita un novio es para que la estimule y complazca sexualmente, pero eso se puede resolver teniendo un amigo con derecho, no es necesario tener un novio

Guardé silencio por unos instantes, por un segundo mi cerebro se desconectó y no sabía que decir. En ese momento el reloj de la catedral marcó las 3:00 en pun-

to.

Ella se marchó, su ensayo duraría dos horas y yo me levanté

para darle algunas vueltas a la plaza para después sentarme en un banquito vacío, después de unos minutos, un viejo con sombrero y bastón se sentó junto a mí, solo mirando a los lados, mirando a la gente pasar y no pasaba mucha. Yo no respondí, en realidad no quería entablar conversación con ese viejo.

tipo de queso es el que está buscando? Hay tantas variedades de queso que cuando escoge el queso que estaba buscando y lo ves, tal vez digas “Agh, a mí no me gusta ese queso, prefiero el queso amarillo o el queso semiduro” claro, es el ideal para preparar un sándwich de queso fundido y comerlo acompañado de jugo de naranja pero últimamente no hay muchas naranjas en el pueblo, creo que no estamos en época de cosechas pero siempre es bueno el jugo de naranja y si es frío mucho más, hace tiempo que no tomo un jugo de naranja bien frío porque se me estropeó el refri- gerador, otra opción es tomarlo con hielo pero tendría que com- prar una cubeta y una cubeta contiene demasiado hielo para un vaso de jugo de naranja, he llamado varias veces al técnico para que repare el refrigerador y siempre me dice las mismas palabras cada vez que lo llamo, siempre dice que a la mañana siguiente a las 8:00 de la mañana estará en mi casa pero nunca llega, es una casa que está bajando por la avenida antes de llegar a la clínica, en frente de la casa hay un pequeño parquecito, ahí solían jugar mis hijos mientras yo los vigilaba desde casa escuchando la radio y leyendo el periódico o alguno que otro libro, de tan solo pensar en eso me causa nostalgia y recuerdo a los amiguitos de mis hi- jos, los que solían jugar con ellos en el parquecito y ellos pregun- taban donde vivían y mis hijos les respondían “Muy cerca, en esa casita de color verde manzana con vallas de color blanco” claro, eso fue hace años y las vallas ya no son blancas ni la casa es ver- de manzana, ha perdido su color un poco y necesito a alguien que pinte mi casa para que vuelva a tener vida, la pintaría yo mismo pero ya estoy demasiado viejo, no podría, y si pudiera me tardaría mucho en hacerlo… por cierto joven ¿Cuál es su nombre? Daba gracias a Dios porque el viejito se había callado unos instantes, no había escuchado mucho las tonterías que estaba di- ciendo y en realidad no quería entablar ninguna conversación con

él, volteé la mirada hacia él y le dije el primer nombre que se me vino a la mente.

El viejo finalmente se había ido, sentía que había desperdicia- do mi tiempo y gastado mi saliva en vano pero aún faltaba mucho para que saliera la Niña Pícara de su ensayo y no me quedó nada más que esperar hasta que fueran las 5:00 de la tarde, cuando finalmente llegó la hora, me levanté del banco de la plaza y la esperé recostado en las puertas del conservatorio y cuando salió, giró inmediatamente a la derecha, yo estaba del lado izquierdo, empecé a caminar detrás de ella y con mis dos dedos índices la puyé debajo de sus costillas por ambos lados, lo que hizo que diera un brinco de nervios y mirara hacia atrás inmediatamente. Hablar con la Niña Pícara era casi imposible porque había que esforzarse para sacarle unas palabras y por teléfono era peor. Cuando llegamos a la parada, el autobús también estaba llegando, tuve que despedirme de ella y quedarme a ver como se iba el bus, de ahí fui a mi casa, algo cansado, me senté en el sillón, a pensar en las cosas que había hecho en ese día, se me había ocurrido llamar a la Niña Gato para saludarla.

Colgué el teléfono y me fui directamente a mi cama, sentía aún más que la había perdido, pero sabía que no era para siempre,

si, en toda relación siempre hay algo que sale mal, no le puse atención a su ingenuo y fantasioso amor y decidí pelear por ella. Al día siguiente, era sábado, 18 de abril, me fui temprano de re- greso a Mecebo a establecerme de nuevo en el negocio familiar y estaba seguro que ni siquiera Rod se había dado cuenta de que estuve allá un día y no le había dicho nada. Cuando llegué le lla- mé por teléfono, es típico que siempre pregunte cuando iré a Rillujot, la razón por la que lo llamaba era porque necesitaba nuestros servicios de espionaje y vigilancia y ordené a espiar a la persona portadora del nombre Grace Frankie Collins Reed y le di su dirección, su número de teléfono, todo, toda la información que podría ser útil para localizarla, pedí que la vigilaran día y noche y me hicieran saber de cada mínimo movimiento que hicie- ra, un informe bien detallado. Rod aceptó el trabajo de vigilancia y envió a uno de nuestros hombres a hacer el trabajo. Después de haber colgado el teléfono, tomé el libro de las deudas para empezar a eliminar gente, la gente de ese día había pagado cuando les correspondía, solo faltaban los hermanos Chris y Dick y al llegar el lunes todavía no habían aparecido, ordené buscarlos por toda la ciudad, pero no habían dejado rastro y algu- nas personas afirmaron verlos por última vez hacía una semana, estaría de más decir que me robaron otra vez, todo mi LSD se lo llevaron ellos. Puse a mis hombres a rastrear a los hermanos y si no los encontraba perdía todo ya que la mayoría de mis vendedo- res de drogas eran indigentes sin hogar. Días después, el jueves 23 de abril pasó lo que menos me es- peraba que pasaría, al recibí el primer informe de espionaje de la Niña Gato por correo, lo empecé a leer, todo normal, decía que en los últimos días, había hecho quehaceres en el hogar, había hecho su tarea y hablado con amigos, todo normal hasta que vi que el día jueves 22 de abril estaba hablando por teléfono con un tal John Lewis, hablando esas tonterías que hablan los novios y esos

apodos tontos que ellos mismos se ponen, decían que se sentían felices de que el día 23 cumplían un mes más de estar juntos y estuvieron cantando al teléfono, ella cantaba: cierra tus ojos y te besaré, mañana te extrañaré, recuerda que siempre seré sincera y mientras esté lejos, te escribiré todos los días y te enviaré todo mi amor a ti. Ese día empecé a sentir tanto rencor que por poco destruía los documentos que tenía en las manos y luego empezó a sonar el teléfono.

Colgué el teléfono y miré a través de la ventana, no era tan tarde y ahí estaba otra vez, después de que pasábamos horas ha- blando por teléfono y se enojaba cuando no la llamaba todos los días, ahora no durábamos más de cinco minutos hablando y col- gaba porque siempre estaba ocupada. Ya tenía pensado seriamen- te mudarme a Rillujot y es por eso que le pregunté si estaría conforme si me mudara. Esperé que fuera un poco más tarde para volverla a llamar y cuando lo intenté no respondió mis llamadas, sin embargo, le dejé un mensaje en el contestador automático, mensaje que nunca res- pondió. Al día siguiente, 11:21 de la mañana, aún me sentía triste, tris- te por mi relación con la Niña Gato, me daba miedo distanciarme de ella y melancólico por abandonar aquel maravilloso y tranqui- lo pueblo de donde volvía, se me ocurrió que quizá podía llamar a la Niña Pícara.

Luego ella colgó la llamada, el resto del día lo pasé como to- dos los días, al llegar del negocio familiar encontré a la señorita Rita limpiando mi hogar, me preparó algo para cenar, se sentó junto a mí en el sillón, vimos la televisión juntos, me besó y se fue a su casa. La noche del 25 de abril, a las 10:15 de la noche, cuando ya me encontraba durmiendo, sonó el teléfono, soñoliento y con aspecto de muerto me levanté para atender y cuando me acomodé el auricular en el oído empecé a escuchar una canción.

la razón por la que me llamó tan tarde no tenía sentido, pero me gustó hablar con ella, a pesar de que me despertó de mi sueño tan ligero. Días después había comprado algunas revistas y comics para leer, dedico al menos un día del mes para ir a comprar revistas y el día entero me la pasaba leyéndolas, compraba la elemental edición Playboy de aquel mes, la revista femenina Vogue, la compraba porque publicaban artículos muy interesantes sobres las mujeres y su comportamiento para luego estudiarlo, cosas como que les gusta, como se visten y cómo se comportan según

su ciclo menstrual, entre otros datos útiles y compraba comics de superhéroes de DC Comics, que eran mis héroes favoritos, tam- bién compraba comics de Peanuts, Flash Gordon, Daniel El Tra- vieso, Astérix y Obélix, entre otros personajes. Al igual que las revistas Playboy, coleccionaba todas las revistas y comics que compraba, algunos dirían que era un acaparador. Ya había leído varias revistas ese día y luego tomé la revista Vogue, después de un tiempo leyéndola vi en una de sus páginas la foto de una chica, una chica muy bonita que usaba unos lentes para leer y su peinado era una cola del lado izquierdo y una del lado derecho de su cabeza, en realidad era muy bonita y siempre me han atraído mucho las chicas que usaban lentes para leer, en- tonces pensé en la Niña Gato, pensé que si ella usara esos lentes y ese peinado no me dejaría de gustar nunca y sería más perfecta para mí de lo que ya era, tomé una tijera y recorté la foto de la chica, algo que me dolió mucho porque no solía recortar las re- vistas ni los libros, me gustaba más bien mantenerlos intactos, como si no los hubiese leído. Tomé la foto y la metí en un sobre y escribí un mensaje en un trozo de papel «A ti solo te hacen falta unos lentes así y me caso ya, con esos lentes y unas colitas que te hagas serás perfecta, más perfecta de lo que ya eres Howard Tucson» Envié la carta el 26 de abril y al día siguiente ya tenía respues- ta de ella. «¡Que linda! Mira ésta» Era todo lo que decía y dentro del sobre venía una foto de ella, como es su típica costumbre, sin sonreír, pero igual se veía her- mosa y no me la quería imaginar sonriendo, aunque muchas ve- ces le había sugerido que lo hiciera. Luego le respondí la carta. «Te ves tan adorable, me gustaría que sonrieras un poco más»

Era para que me enviara cualquier cosa, cualquier cosa en un maldito pedazo de papel, como un “gracias” o un “no, me veo horrible” pero ya no se tomaba la molestia de hacer eso, no, ya nunca más. También había algo sospechoso, no esperaba que me enviara una foto, desde que estaba con ese maldito mocoso no me enviaba más fotos para satisfacer sus necesidades de alago y aho- ra lo hizo, supuse que fue por pura piedad hacia mí, guardé la fotografía y me olvidé de eso. La tarde del 28 de abril llamé a la Niña Pícara primero, hablé un largo rato con ella pero era como si estuviera hablando solo, tenía que sacarle las palabras a la fuerza y otras veces no me contestaba, era como si se hubiera cortado la llamada o ella hubiera colgado el teléfono, luego le pregunté qué por qué se comportaba así, por qué ya casi no hablaba y cuando la conocí estaba deseosa de verme y no paraba de hablar y ella respondió que era porque no le gustaba hablar por teléfono, pero no era solo por teléfono, la última vez que la había visto también se comportó así. Le dije que la dejaría de molestar y ella colgó. Luego llamé a la Niña Gato.

Ella no respondió, guardó silencio y ninguno de los dos habló por unos segundos. Luego empecé a cantarle al teléfono, no tenía una buena voz, de hecho, sonaba horrible cuando cantaba, pero estaba dispuesto a cantarle a la Niña Gato. Canté solo un trozo y otro silencio se había hecho presente.

Ella repentinamente colgó el teléfono, como si se hubiera mo- lestado y ahí pensé que jugué mucho con ella y había ido dema- siado lejos, me sentía algo mal por eso y había notado que cuando hablaba lo hacía algo forzado y ronco, como si estuviera enferma, efectivamente, al día siguiente me llamó y me lo dijo, que se ha- bía enfermado sin razón, cosa también que me parecía muy ex- traña, nadie se enferma sin ninguna razón, le había preguntado sus síntomas y me dijo que estaba caliente y le dolía todo el cuer- po pero que no sabía cómo contrajo esos dolores y ese insipiente ardor. Luego, el día 30 de abril, ella me llamó de nuevo.

Ella había vuelto a colgar, quizá si era verdad que en ese mo- mento se estaba sintiendo peor, aunque podría estar casi seguro de que también lo hizo para evitarme, luego me retracté pensando que no porque ella me había llamado a mí. Después de pensar todo eso me decía “solo olvídalo y sigue amando a la Niña Gato”. Ese mismo día por la tarde también tuve una conversación telefó- nica con la Niña Pícara que ella me había hecho a mí.

Digo, solo un idiota le creería a una niña pícara

A veces no sabía si era yo el que se pasaba de irónico o ella que se pasaba de incauta, era increíble que aquella niña se creyera y tomara en serio todo lo que le decían, absolutamente todo, era como hablarle a una persona con autismo. Ahora eran más comunes y más seguidas mis llamadas a aque- llas dos niñas que tanto significaban para mí, antes llamaba todos los días, ahora llamaba al menos dos veces al día, una en la ma- ñana y una en la tarde. Había hecho lo posible por no colgar, hasta que ella misma lo hizo, noté por su voz y su estado de ánimo que se estaba empeo- rando y no estaba deseosa de hablar para nada, había llamado

después a la Niña Pícara, pero ella no contestó. Era viernes, 1 de mayo, no quería volver a molestar a la Niña Gato de nuevo así que me fui al negocio familiar, aún estaban en mi cabeza Arthur Rilke y Chris y Dick Planck, pero aun así seguía en el negocio como si nada hubiera pasado, al terminar el trabajo, mis amigos (también empleados) Rudolf y Carl me invitaron a salir con ellos a un billar, invitación que acepté enseguida, me encantaba el bi- llar, me entretendría un poco para olvidarme un instante del ne- gocio familiar. Alrededor de las 3:00 de la tarde habíamos llega- do y Rudolf había comprado ron y lo había puesto en nuestra mesa, yo no era muy amante del ron, Carl tampoco, así que decidí tomar cerveza, en cambio Carl quiso acompañar a Rudolf con el ron, pasamos un tiempo en la mesa hablando entre nosotros, cuando el ron empezó a hacer su magia, Rudolf y Carl empezaron a buscar parejas para bailar y bailaron un rato, yo no sabía bailar así que me levanté para buscar una mesa de billar y empecé a jugar, después de tres mesas y algunas canciones nos volvimos a sentar, la botella iba por la mitad y Carl ya estaba ebrio, mucho más que Rudolf y yo, Carl no acostumbraba a beber ron pero cuando lo hacía, se embriagaba demasiado rápido. Carl cayó ren- dido en la mesa y nosotros nos burlábamos de él, estuvimos un poco más sentados en la mesa hasta que Rudolf se acabó lo que restaba del ron y decidimos que era hora de irnos. Montamos como pudimos a Carl en el Ford Galaxie y lo dejamos en su casa, luego Rudolf me dejó en la mía. Entré a mi casa y había un men- saje en el contestador automático que decía “Genial, ahora tengo tos”, luego de escucharlo me fui a descansar un poco. Al día si- guiente me había quedado dormido y alrededor de la 1:00 de la tarde tenía una llamada entrante.

así

como estés

Ese “te quiero” aunque no fue un “te amo” me llenó de tanta satisfacción y seguridad que había recobrado mi fe en poder re- cuperarla.

Luego empezó a toser fuerte y bruscamente al teléfono. Colgué la llamada y me parecía muy extraño que cambiara sus sentimientos tan repentinamente que ahora quisiera estar conmi- go, que ahora no quería que la abandonara (que nunca lo había hecho), que ahora no quería que me cansara de ella, demasiado extraño. Revisé los documentos de espionaje de la Niña Gato de nuevo para averiguar el nombre de su mocoso y luego llamé a Rod Tweed, le pedí que me enviaran un informe bien detallado,

como el de Grace Collins, pero ahora de alguien llamado John Lewis, le dije que no tenía más información sobre él pero que lo podían localizar a través de Grace Collins y así lo hizo. No tenía nada más que hacer y me quedó el gusto de la cerve- za del día anterior, así que salí a comprar una docena de latas y las metí en el refrigerador de casa, destapé la primera y la empecé a beber, era ya muy de tarde y ya casi estaba oscureciendo, apro- veché la poca luz que quedaba para marcar el número de la Niña Gato, cuando contestó estaba algo deprimida y casi llorando, du- daba que era por su enfermedad.

Me quedé estupefacto, después pensé que no podía ser posible que alguien que no conoció nunca y solo hablaba por correo tu- viera más oportunidades que yo de entablar una relación con la Niña Gato.

Pensé que haciéndole ese pequeño test podría investigar un poco más acerca de su relación y por qué lo prefería a él antes que a mí. Se me había helado la sangre con esa respuesta. Sentí un golpe al pecho cuando respondió y consideré no se- guir haciendo preguntas, pero me incitaba saber, a pesar de que sabía que me iba a poner mal por eso. Esa respuesta afirmativa me provocó un pequeño infarto por el que estuve mudo unos segundos. tando.

A veces no podía creer lo ingenua y fácil que era engañar a la Niña Gato.

sería el respeto, con ello se evita decir palabras de las que se arrepentirán, se permite mayor flexibilidad a la relación y se llega a entender mejor a la otra persona. También la dependencia, ha- cer de tu vida una desgracia sin esa persona, tratar de dominarlo y poseerlo son hábitos erróneos en una relación, la total dependen- cia se convierte en un verdadero desastre pues el amor no es posesión y finalmente la creatividad que puede refrescar a la pareja, combinar los círculos sociales, tener una lista de aficiones a reali- zar juntos y ser creativos al momento de tener relaciones sexua- les. Mucho antes de la Niña Gato me habían gustado otras chicas, creo que se tanto de amor por las cosas que había experimentado y sufrido con otras mujeres y al final nunca lograr nada con ellas. Después de que colgué me levanté para buscar otra lata de cerveza, empecé a beber más y más, por alguna razón me sentía bien, aunque no supiera con seguridad lo que pasaba, pero era buena señal, seguí tomando hasta que empecé a sentirme ebrio, ya era de noche, había visto en el reloj de pared que eran las

11:00 en punto, ya no tenía cervezas y volví a llamar a la Niña Gato. Ella repentinamente colgó la llamada y quedé solo escuchando el tono del teléfono, aún no quería dormir, necesitaba saciar mis ganas de hablar con alguien, en ese instante mi teléfono empezó a sonar.

Luego pasé unos días sin llamar a nadie, solo salía al negocio familiar y de ahí, de regreso a casa, no sabía nada de nadie a ex- cepción de los que se encontraban conmigo, empecé a sentirme incómodo y a pensar que llamar a una persona todos los días era algo molesto y fastidioso. El día 4 de mayo fue un día algo diferente para mí, la mañana de ese día era calurosa, muy calurosa, me quedé en casa tratando de no morir rostizado y ese día alguien llamó a mi puerta, cuando la abrí encontré a la sensual señorita Rita, vestida con un atuendo casi playero y usando unas gafas y sombrero, la verdad no la es- peraba, tampoco sabía lo que quería así que la dejé pasar a casa, tiró su bolso al sillón y luego se tiró ella.

Sin nada más que decir eso hice, llamamos un taxi y nos fui- mos al Hotel Internacional, al llegar accedimos enseguida al área de la piscina y nos sentamos en unas sillas reclinables, la señorita Rita se fue a cambiar y yo me quedé esperando a que volviera y la vi, tan sensual como siempre ahora en su traje de baño y venía con dos cervezas en la mano, la hacían ver más sensual, estuvimos un rato hablando en las sillas reclinables hasta que se termi- nó su cerveza y entró a la piscina, yo tenía ganas de entrar tam- bién pero simplemente no me quería levantar del lugar, pues es- taba donde quería, acostado cubierto por la sombra de una gran sombrilla, una constante brisa que pasaba y una cerveza fría, no podía pedir nada más. Momentos después llegó la señorita Rita y se sentó junto a mí, venía con dos cervezas más y preguntó si entraría al agua, le respondí que sí, un poco más tarde cuando el sol cambiara de dirección, seguimos tomando cervezas ahí acos- tados en las sillas y después de un par más me metí a la piscina, Rita se metió conmigo. Después de un tiempo adentro ella habló conmigo. Ella cerró los ojos y se fue acercando poco a poco, no podía no besarla, al ver lo hermosa y sensual que era yo también cerré mis ojos y la besé, ella no me quería soltar, por lo tanto, seguía be- sándome. Ya era de tarde, casi oscureciendo y aún estábamos en la piscina, de vez en cuando salíamos para tomar algo pero luego me empezó a dar hambre, le dije a Rita que fuéramos a vestirnos para luego ir al buffet del hotel y comer algo, había quedado sa-

tisfecho con ese día y principalmente con la compañía de Rita, después de haber comido, reservé una habitación y estuvimos el resto de la tarde en el último piso del hotel, que era una terraza con vista a la ciudad, ahí, ella me tomó de la mano algo nerviosa y empezó a acariciar mi espalda. Eso me había excitado mucho de repente. Ella me tomó de la mano muy fuertemente y luego empeza- mos a bajar para buscar nuestra habitación. Al encontrarla, tomó la llave para abrir la puerta y no pudo abrirla porque estaba tem- blando mucho, temblaba de la excitación, de la falta de placer sexual que tenía acumulado. Tomé yo las llaves y abrí la habitación, ella entró primero, me haló hacia adentro y cerró la puerta muy salvaje y bruscamente, me empujó a la cama y ella misma empezó a arrancarme la ropa, empezó a besarme tan desenfrena- damente y empezaba a sentir su necesidad, lo hice, la empecé a penetrar y ella gemía de excitación, de placer, tan placentero era para ella que sus gemidos casi se oían en todo el hotel. Ella a ca- da rato preguntaba “¿Ya acabaste?” y siempre mi respuesta era negativa hasta que al fin lo hice y una vez más preguntó y le dije que ya lo había hecho. Me quedé sorprendido de la necesidad sexual que tenía la se- ñorita Rita, era tanto así que cuando terminamos ella dijo “Siga- mos, quiero seguir acabando hasta que sienta que casi muero”, pensé que lo correcto era satisfacer su deseo y así lo hicimos, tuvimos sexo otra vez de la misma manera hasta que ella se sintió satisfecha, miré el reloj que marcaban las 2:10 de la mañana. Le

dije que ya era tarde, que debíamos dormir y ella accedió. A la mañana siguiente despertamos y ella aparentemente no había saciado su apetito sexual, por lo que me pidió que antes de que nos fuéramos, tuviéramos sexo otra vez y así lo hicimos. Solo una vez me habían dado sexo oral y fue una puta, no me había gustado para nada, pero como era la señorita Rita, accedí. Cuando empezó a hacerlo, me estaba empezando a gustar, lo ha- cía demasiado bien y me estaba relajando, podría sonar como una mentira, pero hay mujeres que no saben dar sexo como otras, me sentía menos tenso y Rita empezaba a darle velocidad al acto hasta que acabé en su boca, fue relajante y muy excitante. Después de eso salimos del hotel y llegamos a casa, ya un po- co más relajados, pero aún acalorados, pues ya era otro día y era igual de caliente que el anterior, Rita se quedó a cocinar algo para desayunar, yo me quedé sentado en el sofá revisando las facturas de todo lo que había gastado el día anterior, me salió súper caro y Rita solo iba a buscar lo que consumimos sin decir nada. Tiempo después hubo una llamada entrante.

diendo hacer nada más por él. El sexto día de ser rescatado, él tomó una de sus piezas dentales y en la habitación donde estaba alojado escribió en la pared de madera unos desconocidos y ex- traños jeroglíficos que nadie conocía, al terminar, salió corriendo desde donde él estaba hacia el mar, sin que nadie lo pudiera dete- ner y desapareció hasta perderse de vista. Todo eso lo anotó el reverendo en un diario con cubierta de cuero y quedó archivado como Relación del extraño monstruo capturado costa afuera frente a Brighthelmstone, condado de Sussex el 6 de agosto del año de Nuestro Señor, 1745. Doscientos años después, Gerald Kersh, un escritor que tenía por hobbie comprar cosas inservibles, compró ese diario y leyó su contenido. A un año de terminar la Segunda Guerra Mundial, una tarde salió a comer con un coronel el cual le habló de uno de los mejores peleadores de Jiu-jitsu, cuya habilidad en ese estilo de pelea no se le podía comparar con otro pues no tenía rival digno, le contó que desapareció misterio- samente cuando estalló la bomba atómica en Hiroshima, debió morir ahí pues era su ciudad natal, su residencia se encontraba muy cerca del punto de impacto y nunca encontraron su cadáver, el coronel también describió a ese peleador que llevaba el nombre de Ikio Sato, le contó que su cuerpo estaba cubierto de tatuajes fantásticos que mostraban serpientes, dragones y monstruos ala- dos cabalgados por sensuales figuras femeninas. Kersh se alarmó pues era la misma descripción del monstruo que encontraron dos- cientos años atrás en Brighton. Él tomó el diario y fue con un profesor de lenguas orientales de la universidad de Oxford y le pidió traducir los extraños jeroglíficos que la bestia había escrito en la pared de madera con uno de sus dientes y el mensaje era el siguiente: “Yo dormía con mi esposa en nuestra casa de Hiroshi- ma cuando un relámpago infernal inició la pesadilla. Solo que no era un sueño, sino horrible realidad que me trajo a éste lugar des- conocido. Firma: Sato, Hiroshima, 1945”. Todo parecía apuntar a

que el monstruo oriental hallado en Brighton el 6 de agosto de 1745 era Sato quien había desaparecido el 6 de agosto de 1945 y la causa por la que aquel monstruo perdía su cabello y sus dientes era por estar expuesto a intensa radioactividad. Se piensa que Sato pudo viajar doscientos años al pasado con ayuda de la bom- ba atómica que explotó en Hiroshima en 1945, abriendo una ren- dija cronodimensional en el flujo temporal del espacio y sería por aquel portal del tiempo en el que caería en el mar de Brighton, doscientos años atrás en un lugar que no conocía, con gente que no había visto antes, al otro lado del mundo y en una época muy distinta a la que vivía.

da llame todos los días?

Ella colgó sin que me pudiera despedir pero aun así no me im- portaban sus repentinos cortes en la llamada, sabía que cuando yo la llamara de nuevo, ella iba a contestar, si, alrededor de las 10:00 de la noche le volví a llamar, y estuvimos hablando por un par de horas más y a la mañana siguiente, le llamé a las 7:00 de la ma- ñana, esa si no la respondió, no me preocupé del todo, temprano en la mañana me había llegado correo, eran los documentos de

espionaje de la Niña Gato y su novio de mierda, me senté en el sofá, leyéndolo detenidamente, todos los movimientos de la Niña Gato estaban ahí descritos, cada uno de sus movimientos, cada una de sus actividades, todo estaba ahí y todo era normal, pasaba su tiempo viendo televisión, haciendo alguno que otros deberes escolares y del hogar y ahora hablaba con alguien por teléfono en los horarios de 7:00 a 10:00 de la mañana y de 8:00 a casi 11:00 de la noche, si, estaba 100% seguro de que con quien hablaba en ese horario aproximado era conmigo, también el informe decía que hubo unos días en los que se sentía mal, deprimida y algunas veces hasta lloraba, del resto, todo normal. Ahora el segundo in- forme, era el de su novio John Lewis, lo empecé a leer y todo normal, era como la rutina de cualquier mocoso púbero, iba a la escuela tomado de la mano por su mami, hacía sus deberes, se masturbaba con fotos de chicas en traje de baño, miraba la televi- sión, entre otras normales actividades. Uno de nuestros hombres tuvo que viajar a Laar pues después descubrieron que vivía allá y suponía que aún seguía allá, ya que no se les permite regresar hasta que el cliente no necesite más información de esa persona, por lo tanto, el negocio familiar les pagaba hospedaje y comidas para que siguiera haciendo su trabajo. Ya casi al final del docu- mento decía que el niño estaba saliendo con una chica casi de su edad, con la que hablaba por teléfono, se enviaban cartas y tam- bién se daban besos. Por una parte, no sabía si eran buenas o malas noticias, el mo- coso había dejado en paz a la Niña Gato porque tenía otra chica a la que veía todos los días, pero ¿Quién se lo iba a decir a la Niña Gato? Si yo se lo decía no me creería y si me creyera, preguntaría como lo sé. Sin embargo, ahora me preocupé menos ya que sabía que ese mocoso tarado no la iba a llamar más nunca y ahora la Niña Gato solo hablaría conmigo. Ese mismo día en la tarde volví a llamarla.

Ella colgó de nuevo, sin decir nada más y a mí me tocó irme a dormir y hablé con ella de nuevo la mañana del 7 de mayo. Tenía pensado en ingresar a una universidad, una universidad cerca de Rillujot, ya que en Rillujot no había ninguna, estaría dispuesto a estudiar cualquier carrera y renunciar al negocio familiar solo para estar cerca de la Niña Gato.

tiende, es otra universidad quien la dicta y no es aquí La había oído maullar otra vez, tan espontáneamente como ella lo solía hacer y me dio tristeza, había recordado lo que su novio hacía y ella sin darse cuenta lo toleraba, tan cándida como siempre y ella no lo podía saber, no, no se lo podía decir.

Colgué el teléfono y me empecé a retorcer en el suelo, de tan solo tener aquella idea en la cabeza, estaba agonizando, no tenía fuerzas para levantarme y estaba sonando el teléfono, no quería tomarlo, me sentía muy mal respecto a la Niña Gato y sufría mu- cho, mucho porque no estaba conmigo y estaba con alguien más que estaba con otra persona, no podía tolerarlo, esos besos que debían ser míos se los estaba dando a alguien más y al mismo tiempo esa persona se los daba a alguien más, enseguida vomité, yo seguía tirado en el suelo y el teléfono seguía sonando y al final dejó de sonar, había un mensaje en el contestador automático que decía con voz muy seria “Llámame Howard, por favor” y después de tranquilizarme un poco dije: “Yo… creo que lo haré… espera un segundo…” como pude, me levanté del suelo y la volví a lla- mar.

Yo no respondí, después de unos segundos ella dijo “adiós” y colgó, yo también colgué he hice lo que ella me dijo. Por poco consideré matarme, haciéndome una ilusión de que si lo hacía tendría a la Niña Gato al menos en mi funeral y lo consideré por un instante. Traté de obedecer a lo que me dijo la Niña Gato, pero no podía, sentía la necesidad de hablar con alguien para olvidar todo, luego tenía una llamada entrante y la respondí.

Esa noche del 7 de mayo no pude dormir, empecé a soñar con la Niña Gato, soñaba que me hablaba y me decía que no quería volver a verme, decía que no tenía tiempo de nada y que solo quería tener tiempo para su novio, el cual no le daba importancia a ella pues tenía otra chica y quizá cuantas otras más. En la ma-

drugada desperté y empecé a caminar por toda la casa, sin rumbo, sin saber qué hacer, esperé a que saliera el sol y salí a comprar doce latas de Coca-Cola y doce de Dr. Pepper y las empecé a tomar, todas las latas, después de eso salí a comprar más, regresé a casa para beberlas hasta acabármelas todas y ya casi estaba per- diendo el conocimiento. A la 1:17 de la tarde salí a comprar más latas y antes de salir de casa había sonado mi teléfono, dejé que terminara de sonar a ver si dejaba un mensaje en el contestador automático y si, era una delicada voz que decía: “Hola Míster Pepper”, no le puse atención y salí de nuevo a comprar más latas y pasé el resto de la tarde bebiendo Coca-Cola y Dr. Pepper. A las 6:36 volvió a sonar el teléfono pero tampoco lo contesté y dejó un mensaje en el con- testador automático de nuevo que decía: “¡Hey!”, una hora des- pués, de nuevo y el mensaje que dejó fue: “Responde”, una hora después volvió a llamar y dejó el mismo mensaje, hasta que des- pués volvió a llamar enseguida y en vista de que no respondía dejó otro mensaje que decía: “Okay, gracias por desaparecer y dejarme preocupada, te quedo genial” ahí supe que era suficiente, tomé la última lata de Dr. Pepper y luego, caí desmayado al sue- lo. A la mañana siguiente, 9 de mayo, desperté de ese trance, me levanté del suelo y me sentía algo mejor después de lo que me había pasado, el suelo estaba cubierto por latas, jamás había be- bido tantos refrescos en mi vida, tantos que me desmayaron, a pesar de eso, tomé otro de los que me habían quedado, cada vez que los probaba sabían mejor. Recordé las llamadas que me había hecho la Niña Gato el día anterior y sentí que debía llamarla. Hubo un silencio de unos segundos.

pareciera. Por eso ayer no te llamé, no contesté tus mensajes ni los de nadie y si no quieres perdonarme yo entiendo y si quieres estar enojada conmigo, pues, también lo entiendo.

Había colgado y aún me sentía triste por ella, aún quería salir eso dentro de mí, pero luego en un momento traté de tranquili- zarme y me fui a dormir. A la mañana siguiente, 10 de mayo, Rita me había invitado a pasar el día con ella de nuevo en la pis- cina, invitación que rechacé, ya que no quería que la señorita Rita me viera en aquel estado, esa mañana llamé de nuevo a la Niña Gato.

Ella colgó el teléfono y otra vez se me hacía algo extraño, pues nuestras conversaciones volvían a ser cortas, sin embargo, no me rendí y al otro día volví a llamar. Ella volvió a colgar el teléfono, no me gustaba para nada que nuestras conversaciones duraran menos de dos minutos, pero fue el 12 de mayo que expresé toda mi melancolía cuando ese día por la mañana la volví a llamar. Ella había colgado nuevamente, aún pensaba en la relación de la Niña Gato con su mocoso y eso me ponía mal, pensaba que no

se merecía a un maldito que jugara con ella, pero se lo dije desde el principio, a su edad, todo el mundo jugará con ella. Salí a comprar algunas cosas para comer y beber y luego regresé a casa, eran las 2:12 de la tarde cuando el teléfono sonó y al levantar el auricular ahí estaba la voz que quería oír. Colgué el teléfono para descansar un poco, encendí la televi- sión y empecé a comer galletas con Dr. Pepper, descansé media hora y luego le volví a llamarla.

Ella colgó, ni siquiera se despidió, ni un “buenas noches” ni nada, me había decaído, no tenía ánimos de nada sino de morir, ya no sabía que otra cosa hacer para decirle que su maldito novio no la amaba, en ese instante me llegó otra llamada. Colgué el teléfono y me dirigí a mi escritorio para escribir al- go de poesía, empecé a buscar un trozo de papel y un lápiz en los cajones de mi escritorio y en uno de ellos encontré el viejo cua-

derno maltrecho con cubierta de cuero, pensé que era perfecto para escribir algo de poesía y así empecé: «Recuerdo aquella pequeña, aquella pequeña inocente y sin conocimientos, la pequeña que me pedía muchos consejos, aque- lla pequeña que es distinta a las demás y tiene una personalidad subnormal, ahí está, no necesita ayuda, he aquí, yo, solo, en un rincón de mi hogar, en el rincón más oscuro de esta morada, ya me harté, me gustan los rincones, pero no esta vez. Siento como un espeluznante escalofrío recorre mi cuerpo, mi corazón se ace- lera, a veces quisiera ponerle fin a este sufrimiento y quizá ahora puedo. Esos recuerdos, esos felices recuerdos invaden mi mente ahora y me hacen sufrir ¿Qué has hecho? O mejor dicho ¿Qué he hecho? ¿Dialogar? No, no está dentro de esos deseos, así que esta noche derramaré dolor sobre mi almohada y desde ahí un instru- mento me dice: “Aún estoy aquí”. No, no tengo ánimos para ti, mejor déjame morir aquí, solo pienso que, si finalmente muero, no te volveré a ver ¿Y quién cuidará de ti? Aún abunda mucha candidez en ti ¿Quién te amonestará cuando te agravien? Pero si me has abandonado es porque ya no necesitas de mí, ya no te soy útil, pero no es así, cuando tu vida está vacía, ahí estoy yo, siem- pre estaré, pero te entiendo, sé lo que pasa por tu mente, por eso, esta lágrima la derramo sobre esta lírica, porque yo no he olvida- do esas letras que tu delicada mano escribía para mí y aquel con- tacto que una vez aspiré robarte, lo intenté pero fallé, aquellos buenos deseos que de mi venían, espero que se cumplan y que cuando emprenda mi viaje, nuestros caminos se vuelvan a cruzar, para cumplir ese objetivo, aquel objetivo en el que fallé y quizá aclaremos aquellas cuentas que alienada, orática, vesánica, barre- nada, guillada, neurasténica, enajenada, venática y trastornadamente me hiciste creer en aquellos rayitos de esperanza. Y aque- lla palabra, tanto que te decía eso, no quiere salir, está dentro de mi ¿Qué esperas que haga? ¿Tomar una navaja, abrir mi tórax y

liberarlo? Liberar eso que tanto rebota dentro de mí y quedar ahí, ensangrentado, al borde de la muerte, pero moriré feliz, moriré y espero que sea pronto, donde yo acabe con mi sufrimiento y tú continúes con el tuyo, pero no te preocupes, aunque yo ya no esté físicamente, siempre seguiré estando a tu lado, porque siempre te amé y siempre lo haré.» Había terminado y al final lo feché, enseguida lo pasé a una hoja de papel en blanco, lo metí en un sobre y a la mañana si- guiente se lo envié a la Niña Pícara y por ese poema no recibí respuesta alguna. Ese mismo día, 13 de mayo al mediodía, recibí varias llamadas entrantes, la cual ninguna respondí y dejaron un mensaje que de- cía “Hola” que era de la Niña Gato, más tarde, a las 4:36 entraron más llamadas y tampoco las respondí, me sentía demasiado triste para interactuar con otras personas, era otra vez la Niña Gato y había dejado otro mensaje que decía “Responde” pero sin embar- go no contesté sus mensajes. Esa noche escribí otro poema en aquel cuaderno maltrecho. «Sin palabras, pequeños golpes, pequeños golpes pero que se sienten tan grandes, tan dolorosos, que están a punto de mutilar- me, tomando materia, me dan nauseas, cuando tomo un pedazo y pienso en aquello, un impulso que no puedo controlar y no puedo, no puedo tomarlo, dejo la materia a un lado y me quedo solo, rodeado de cuatro compañeros que me aíslan de todo lo demás. Ellos evitan que cometa alguna locura que quizá pueda lamentar, aunque no lo creo porque desde hace mucho tiempo quiero aca- bar con esto ¿Y por qué no lo he hecho? La verdad que no lo sé, me retractaban, pero ya no, no más, he aquí, nadie recordará, por eso dejo éste escrito y otros más y para cuando los encuentren, sabrán por qué los dejé, sabrán lo que aquellas letras dicen y di- rán que no tiene importancia, dirán que fui un sandio, pero si sin- tieran esto, me entenderían, esto que intento sacar, pero no lo

consigo, me gustaría desgarrar esto de aquí pero ya lo hicieron, solo que se les olvidó llevárselo. Sé que no durará para siempre, pero yo no puedo esperar, mientras lo hago, los fríos os los da ahora mismo y a consecuencia de eso, te lastimarán, te dañarán y al final de todo, te matarán, vendrás a mí; sorpresa, sorpresa, ya yo estaré tieso, frío y sin vida porque ya tú te encar- gaste de mí, me eliminaste, me mataste. Lo lamento, de verdad, lo lamento mucho.» También lo feché, pero ese no lo envié a nadie, solo lo escribí para que se quedara ahí. Dos días después, recibí una llamada de la Niña Pícara, estuve un buen tiempo hablando con ella hasta que ella afirmó que a mí me gustaba la Niña Gato, lo cual automáticamente negué ense- guida, ella replicó y me dijo que no era cierto, ella seguía afir- mando que a mí me gustaba Grace porque ¿Por qué otra razón escribiría esa lírica tan llena de dolor y sufrimiento? Ella dijo que le había mostrado mi poema a la Niña Gato y se sintió muy mal por mí, pero aun así yo negué todo. Días después me llegaron por correo más documentos acerca de los movimientos de la Niña Gato y su novio, observé el de ella primero, decía que se sentía en algunas ocasiones sola, triste e incluso enferma pero que todo eso cambió cuando recibió una llamada telefónica y levantó su estado de ánimo y en el documen- to del otro mocoso decía que seguía haciendo llamadas telefóni- cas todos los días, al menos cinco veces al día y todas eran para diferentes chicas, eso me llenó de ira y más melancolía que seguí encerrado y optar por no hablar con nadie. El 15 de mayo fue otro día que el teléfono no paraba de sonar y había dejado un mensaje que decía: “Hey” pero en verdad, no me apetecía hablar con ella, realmente la deseaba, pero ya quería olvidarla. Antes de caer la noche tomé el cuaderno de cuero y

escribí en una de sus páginas: “15 de mayo de 1964: ¿Por qué la Niña Gato no me ama?” y me fui a dormir. Los siguientes tres días hasta el 18 de mayo fue lo mismo, ca- da vez que quería hablar con la Niña Gato, la llamaba y alguna excusa me sacaba. Ella había colgado y yo aún estaba con el teléfono en la mano. Antes de acostarme tomé el cuaderno de cuero de nuevo y es- cribí: “18 de mayo de 1964: Lucharé por ti mi dulce Niña Gato, lucharé por tu amor, ese maldito púbero no me puede ganar.” El 19 de mayo a las 7:41 de la mañana la llamé y la conversa- ción se extendió un poco más. Ella siempre colgaba primero ahora y yo esa mañana había de- cidido salir a caminar un poco, caminé por la ciudad hasta que pasé por una librería y entré, compré varios libros, entre ellos, Rayuela, Don Quijote de la Mancha, Oliver Twist, La Hojarasca, Hamlet y también había comprado la edición de la revista Play- boy de ese mes. Seguí caminando un rato más y al final, faltando cinco minutos para las once de la mañana, llegué a casa, tiré los libros en el sofá y entré a la cocina a tomar un vaso con agua para luego sentarme junto al teléfono, solo lo miraba con la esperanza

de que sonara, en ese momento tocaron a mi puerta, cuando la abrí, vi que era la señorita Rita, traía un pie en las manos y la invité a que pasara, ella enseguida entró a la cocina y con un cu- chillo cortó una rebanada de ese delicioso pastel y me lo sirvió, me senté a comerlo y ella me dijo que el día estaba perfecto para salir al centro comercial a comprar cosas o al cine a ver una pelí- cula, en ese instante volví a mirar al teléfono por unos segundos, luego volteé a ver a Rita, miré la rebanada de pie que me estaba comiendo y después de pensarlo un poco, acepté. Me alisté para salir con Rita y cuando estábamos saliendo de casa, en ese preci- so instante, empezó a sonar el teléfono, antes de irme, fui a con- testarlo. Me detuve de hablar ahí porque en ese instante miré hacia la puerta y estaba la señorita Rita parada esperándome. Ella quedó en silencio pensando y después de unos segundos habló.

Colgué el teléfono y salimos de casa a un centro comercial de la cuidad, donde le compré a la señorita Rita prendas y algo de ropa, después de una hora de estar ahí entramos a un restaurante y almorzamos. Ella comió vegetales como siempre y yo comí un bistec a la plancha y después de comer salimos de ahí para comer unos helados. Pedimos los helados junto con un caramelo de menta que era el que compraría para la Niña Pícara, tomamos asiento y Rita notó que estaba algo distraído, trató de ignorarlo sacándome alguna conversación, pero yo solo respondía sí o no. Tiempo después no quiso evadir lo que era evidente. Miré a la señorita Rita y vi como su penetrante mirada perfo- raba mis ojos, di un suspiro y se lo dije. Ella no dijo nada, primero tomó una cucharada de helado. No vi decepción en la cara de la señorita Rita, más bien la vi relajada y despreocupada como siempre se porta, ella tomó otra cucharada de helado antes de hablar.

Me quedé callado, terminé con mi copa de helado y ella con la suya y luego regresamos a casa, dejó lo que compramos en uno de los sillones y se sentó junto al teléfono a la espera de que yo me sentara también. Una vez los dos en el teléfono ella lo descol- gó y me dijo que marcara su número, mientras la Niña Gato con- testaba ella me daba instrucciones. Ahí me había quedado sin palabras, en ese momento miré a Rita y me hizo señas de que prosiguiera, con lo que sea, incluso si era mentira.

Volví a mirar a Rita y ella acarició su estómago, señaló su ro- pa y su anillo La señorita Rita levantó su pulgar señalándome que lo había hecho bien. Miré a Rita de nuevo y me tiró un beso en el aire. Aparentemente se oía feliz, no se sentía celosa en lo absoluto y le agradaba que estuviera en una relación con una chica. En vez de sentir celos, ella de verdad se sentía feliz por mí y quería saber más acerca de la señorita Rita y yo Me incomodó responderle esa pregunta y miré a la señorita Ri- ta de nuevo que me indicaba positivamente con la cabeza, yo, susurrando le dije que no le respondería a eso si ni siquiera lo hicimos y ella se acercó bruscamente y me besó, luego me dijo susurrando que afirmara la pregunta.

Me quedé sin palabras, no sabía que decir ahora, mi pulso au- mentaba y entré en pánico, le dije que estaba muy cansado, tenía sueño y tenía que colgar, después de haber colgado me quedé solo con la señorita Rita. Ella se levantó, me besó, tomó sus cosas y se dirigió a la sali- da. Ella abrió la puerta y se fue, yo me quedé ahí junto al teléfono y pensé en lo que me dijo la señorita Rita sobre cómo ganarme a la Niña Gato, tomé algunas cervezas que tenía en la nevera y me armé de valor para volverla a llamar.

yo No me precipité, esperé un tiempo para volverla a llamar y no molestarla para que ella culminara sus tareas, luego, a las 7:21 de esa noche la volví a llamar. Al colgar el teléfono noté que estaba algo solitario abrazado por la penumbra, no tenía compañía ni luz que me alumbrara, me levanté y metí mis manos en los bolsillos y de uno de ellos saqué el caramelo de menta que compré para la Niña Pícara, luego me volví a sentar y levanté el teléfono para llamarla.

¡Ah! Y te compré tu caramelo Me había quedado sin palabras y luego recordé a la señorita Rita, miéntele

¡CLARO QUE NO, IDIOTA! ¡PORQUE EL NO LA AMA! ¿Por qué mierda las chicas tienen que estar tan ciegas? ¿Por qué la Niña Gato no puede darse cuenta? Dejé de lamentarme y quise aprovechar que ella tocó ese tema. ¡Maldita sea! Como me provocaba colgar de repente el telé- fono y destruirlo, no podía soportarlo, era como si la verdad les estuviera golpeando en la cara y ellas no percibieran ningún do- lor.

¡Maldición! Ya me tenía harto con sus respuestas ingenuas, ya solo quería colgar. Cuando colgué el teléfono había saciado mis ganas de hablar, no sentía tristeza o felicidad, me sentía neutro, pero al mismo tiempo me sentía fabuloso ¿Sería por el arte del engaño? No lo sabía, me sentía satisfecho y eso era lo que me importaba y no tuve inconvenientes para dormir. Muchas otras veces había mentido, pero lo hacía por necesidad, porque tendría algún beneficio, pero nunca lo había hecho por gusto o placer. Por otra parte, sen- tía ira, ira de saber algo que los demás no sabían y querer dárse- los a conocer, pero no escucharían, mientras tanto, yo esperaba en las penumbras, en la oscuridad, aquel día en el que mis adverten- cias se hicieran de rogar y ellas puedan ver la realidad y decir que Howie tenía razón. Una semana después, la Niña Gato me llamó, solo para saber cómo iba mi relación con mi “novia” y le dije que la había deja- do, ella llena de ira y decepción preguntó entre dientes por qué lo hice y yo le respondí que lo hice porque en realidad ella y yo no teníamos nada en común, por lo tanto, no se podía mantener nuestra relación ¿En base a qué? Si nada en común lo hacía. Ella luego empezó a decirme que eso no tenía nada que ver y como ejemplo se puso a ella y a su mocoso, pasó gran parte de aquella llamada solo hablándome de él y yo no ponía atención absoluta- mente en nada, así estuve hasta que colgamos para irnos a dormir. Al día siguiente, 20 de mayo, me fui al negocio familiar, estu- ve todo el día allá y a las 2:08 la Niña Gato me había llamado por teléfono, estaba ocupado así que le dije que llamara más tarde porque estaba estudiando química, al llegar a casa, a las 4:12 de la tarde fui yo quien la llamó.

Ella colgó y yo solo esperé junto al teléfono, cada minuto, ca- da mísero segundo me atormentaba, hasta que a las 9:26 de la noche sonó el teléfono, yo había contestado y quien llamaba era ella, feliz de hablarle me sentí y estuve exactamente media hora hablando con ella hasta que colgó, yo también había colgado mu- cho después y recordé la foto que le había pedido, antes de dormir, la volví a llamar y le dije: “Se me había olvidado decirte que me debes una foto” la respuesta que después recibí fue: “Maldi- ción, deja dormir que me pondré fea” El 21 de mayo tenía todo el día ocupado y me resistí a llamar a la Niña Gato en la mañana, enseguida salí de mi casa a ocuparme de mis negocios, había sido un día pesado y estresante, sobre todo porque pude obtener los movimientos de cuentas y tarjetas de crédito de Arthur Rilke y vi cada uno de los gastos que estaba

haciendo, mandé a mis hombres a cada uno de esos lugares para saber más sobre su paradero. Estando en el negocio me había llegado visita, era la señorita Rita que quería verme, a pesar del ocupado día que tenía, algunas veces me distraía y no ponía atención en las cosas que hacía por unos segundos. ¡Oh! Era tan feliz en aquellos condensados días. Quedamos en silencio por unos segundos, la señorita Rita se levantó.

Luego dio media vuelta y dejó la oficina. Llegué a las 6:08 de la tarde y vi que tenía correspondencia, solo una carta, la tomé y entré a casa, me la enviaba la Niña Gato. «Ya, lo que te prometí» Dentro del sobre había una fotografía de ella… sonriendo, me quedé sin aire al ver que, por primera vez, desde que la conocía, mostraba sus dientes en una foto, aquellos metálicos dientes que hacían la diferencia en la fotografía, enseguida quise responderle al mensaje y la llamé. Me quedé perplejo, después de que me hizo jurar y prometer que la única foto en la que salía sonriendo no se la mostraría a nadie, apenas se la tomó, ya se la había mostrado a todo el mundo y yo fui el último idiota en verla.

Hablamos por unos minutos más hasta que ella se despidió y colgó, no fue mucho lo que hablamos, pero me sentí satisfecho con esos pocos minutos. Al día siguiente traté también de hablar con ella, pero me dijo que estaba haciendo tareas, que habláramos después e inmedia- tamente ella colgó y el 23 de mayo, a las 2:40 de la tarde ella me llamó. ¿Si?

Colgó el teléfono y una vez mas no pude hablar nada con ella y como era mi costumbre, al otro día ya le estaba haciendo la primera llamada. Había llamado a las 8:00 de la mañana, pero nadie contestó, mientras, salí a la calle a caminar y regresé a las 10:00, a las 10:25 empezó a sonar mi teléfono. Planteamiento de problema para una tesis

Ella colgó, no se despidió y ni siquiera agradeció, pero no le ponía atención a eso, solo me preguntaba cuando la volvería a llamar y poder hablar, hablar como antes, conversaciones de dos horas en adelante. Al llegar el mediodía, en vez de salir a comer afuera, decidí hacer mi propia comida y como no sabía hacer nada más que her- vir pasta, eso hice, tomé el empaque de la pasta y noté que decía como prepararla, hervir agua, echar la pasta y esperar cinco mi- nutos para que se pusiera al dente, así de sencillo, y así lo hice, siempre he sido un muchacho de instrucciones, mientras me den las instrucciones correctas y al pie de la letra, lo lograré hacer, bien sea una receta de cocina o que me estén indicando una di- rección, llegaría sin problemas. Al terminar de cocinar, como no sabía hacer salsa de tomate, tomé la otra alternativa que sabía para agregarle sabor, mantequilla y queso rallado como me había enseñado la Niña Gato, ya en el plato le tomé una fotografía, la metí en un sobre y la envié a la Niña Gato con un mensaje que decía: “Soy un maestro de la pasta”. Luego de comer, la llamé.

por chicas jóvenes y bonitas, a la mayoría de los púberos preco- ces les gustaba éste género incluyendo a su púbero noviecito.

tos

correo? Ella colgó y se fue a su fiesta, con su maldito novio, mientras yo me quedaba la noche de ese domingo, solo en mi cama, sin poder dormir, sufriendo, de tan solo pensar que un púbero estaba bailando con mi chica, o peor aún, besándose con ella pública- mente, un maldito púbero de tan solo doce años que ni siquiera sabe qué hacer cuando tiene una erección, si es que la tiene pero más estúpida aún era la Niña Gato, tan inocente e ingenua, el

blanco favorito de esos malditos alborotados y precoces púberos. Como pude, traté de olvidarme de eso y traté de dormir, a la ma- ñana siguiente muy temprano llamé a la Niña Gato, respondió un poco soñolienta y me dijo que me llamaría más tarde y efectiva- mente, en la tarde, cuando ya estaba oscureciendo, ella llamó. da viarse del tema

Ella volvió a leer un trozo de su tesis, no tan largo la verdad, pero me interesaba mucho ayudarle y como un tonto me dejaba manipular sin nada a cambio. Cuando terminó de leer corregí algunos errores que había cometido. Al decir eso había confirmado que había ido sin su púbero.

porque si estás sola y molesta aquí es porque viniste con tu novio y él te dejó aquí, porque dudo que una muchacha tan bonita, con ese vestido negro tan atractivo, no tenga un novio” entonces yo le contesté que si tenía novio pero que no había ido con él y él res- pondió “Por eso estás molesta, olvídalo, a ti te hace falta un novio como yo” en ese momento lo dejé hablando solo y volví a entrar al City Club, mis amigos me habían dejado sola, estaban bailando con otra gente, luego busqué a Odisea y la encontré llorando, dijo que había discutido con su novio y que él se iba y estaba afuera del club esperando un taxi, traté de consolarla pero también me abandonó y dijo que se iba con su novio y los dos se fueron en el taxi y yo quedé sola ahí, a las 2:00 de la mañana, luego salió una de mis amigas que ya se iba y le pedí el aventón hasta mi casa, ella me dejó ahí, entré a mi casa y me tiré en la cama Ella colgó, me sorprendió la actitud de sus “amigos” con ella y no podía creer que ella los considerara como amigos, con más razón me interesaba más por tener algo con la Niña Gato porque sabía que si estaba junto a mí, no le faltaría nada y me lo había afirmado a través de aquella llamada telefónica. También me

llenaba de ira cuando ella nombraba a su “perfecto” novio, esa noche escribí en el cuaderno de cuero: “25 de mayo de 1964: No sé por qué me preocupo si sé que no va a durar para siempre” A la mañana siguiente, 26 de mayo, me levanté colocando en el tocadiscos el segundo álbum de Barbra Streisand que había comprado para la Niña Gato, no lo había escuchado desde ese entonces, era la primera vez que lo hacía. Luego desayuné y lla- mé.

Ya estaba acostumbrado a que colgara repentinamente sin despedirse, pero en ningún momento perdía las esperanzas de lograr algo con la Niña Gato, sin embargo, a pesar de tener espe- ranzas, no era suficiente por lo tanto a partir de ese día empecé a sentir tristeza, una tristeza más fuerte que la que ya tenía hacía algunos meses atrás hasta ese entonces. Al día siguiente, me le- vanté deshecho y acabado, de tan solo pensar en ella. A las 4:46 de la tarde, ella me llamó. Al colgar ella, dejé caer mi teléfono y me desplomé sobre el suelo, me di la vuelta para quedar boca arriba y quedé tan solo ahí, mirando el techo y a medida de que oscurecía se acortaba mi vista hasta el punto en el que ya no veía nada y tan solo los ima- ginaba y me sentía miserable, me sentía como un insecto y al mismo tiempo lo maldecía, lo maldecía a él, que jugaba con ella, que no le daba importancia, que se babeaba todo de tan solo in- tentar besarla y se eyaculaba automáticamente solo con tocarla y si eyaculaba solo con eso no me imaginaba como sería si la viera sin ropa. Ya muy de noche (no sabía qué hora, no podía ver nada) terminé de lamentarme tirado en el suelo y luego subí a mi habi- tación, tomé una vela y la encendí con uno de mis encendedores Zippo, a pesar de que no fumaba tenía una colección de esos en- cendedores ¿Por qué? Porque me gustaban sus diseños, su estilo y su mecanismo tan avanzado que evitaba que la llama se apagara, eso era posible solo si se cerraba su tapita. Al encender la vela

tomé el cuaderno de cuero y escribí en él: “27 de mayo de 1964: Me siento triste, maldito su novio. ¿Por qué lo odio? Porque en realidad no es su novio”. Cerré el cuaderno, apagué la vela y me fui a dormir. Por la mañana del 28 de mayo traté de levantar mi ánimo por- que le vi el lado bueno a la situación, no durará para siempre, tarde o temprano ella se daría cuenta, mientras tanto me quedaba esperar, la quise llamar, pero como siempre, la llamada fue corta. Ella colgó, ya no me importaba nada, solo ella, no me impor- taban los negocios, no me importaba el dinero, no me importaban mis discos, solo me importaba ella. A las 3:50 de la tarde la volví a llamar, pero esta vez me contestó alguien diferente, la voz de una chica. ¿Verdad? ño ra a pasar a esa adorable niña… Yo la amo

La otra persona había colgado, no sabía si era verdad o era una mentira de su “mejor amiga” lo cierto es que no podía retener todos esos malos pensamientos y lo que había oído por teléfono, traté de hacerlo pasar por una broma pero todo eso pasó de ser una broma a una realidad cuando a la mañana del 29 de mayo recibí una carta por correo, la carta traía una foto y un mensaje que decía “La mataré” y la foto mostraba a la Niña Gato, cu- briéndose la cara con sus brazos, con su uniforme de colegiada y tirada en una cama, también salía la mano del asesino con un cu- chillo en su mano. Me paralicé y la sangre se me heló, enseguida entré a la casa y traté de comunicarme con la Niña Pícara. Había entrado en pánico. La Niña Pícara había colgado, no hizo caso a nada de lo que le dije, la otra llamada que hice fue a Rod Tweed y le dije que iría a Rillujot y necesitaba que me esperara en el terminal, le dije que fuera armado y se fuera con Joseph, también armado. En tres ho- ras y media había llegado a Rillujot, subí al Toyota AB y le indi- qué que fuéramos a Saint Hyacinth, cuando llegamos subimos a la segunda planta y tratamos de derribar la puerta, era una puerta

de madera con una reja de seguridad, no podíamos derribarla, sin embargo, mirando a través de las ventanas pudimos determinar que no había nadie, salimos de ahí y ordené a algunos hombres a que trataran de localizarla en los posibles lugares donde podría estar de rehén. Había caído la noche y me sentía más deprimido pues no había pista alguna de su paradero aún, Rod Tweed me consoló y me invitó a tomar algunas cervezas, acepté y pasamos toda la noche bebiendo. Me embriagué y me dirigí a mi domicilio en Rillujot después de haberme despedido de Rod y de haber llevado algunas cerve- zas para el resto de la noche, no me acosté, en vez de eso tomé mi guitarra, un trozo de papel y empecé a escribir, a escribir una canción, empecé a componer la letra mientras tomaba cerveza, cuando ya había terminado, también me había tomado la última cerveza y luego caí desmayado de la embriaguez sobre el escrito- rio hasta el otro día. En la mañana, aún ebrio, recurrí a lo último que quería y que sabía que no sería efectivo: la policía. Tuve que ir y denunciar su crimen pues no me quedaba otra opción y así lo hice, al llegar al departamento me atendieron.

¿Lo es? Me levanté y salí de ahí, me dirigí a mi domicilio para orde- narlo y luego salir de regreso a Mecebo, cuando limpiaba encon- tré el trozo de papel donde escribí la canción antes de caer des- mayado y me la metí al bolsillo, al llegar a Mecebo, mi ánimo decayó, no quería saber nada de nadie, solo de la Niña Gato, em-

pecé a beber en mi casa y busqué mi guitarra, ya tenía la canción escrita, tan solo necesitaba encontrar los acordes, pasé horas para encontrarlos pero al final lo había logrado, luego pasé la canción al cuaderno de cuero. «Ese es el pueblo donde yo nací donde a dos bonitas chicas conocí en sus encantadores rostros mis ojos perdí y de ellas me enamoré sin saber nada de ti. Mmm… mi dulce gatita Mmm… mi adorable gatita Mmm… mi afable gatita Mmm… mi bonita gatita Con la primera chica bien me la llevaba compartía sus sonrisas mientras yo le hablaba poemas y libros le escribía y dedicaba y le ofrecí mi amor y ella jamás volvió. A la otra chica mucho la buscaba le compraba joyas y demás prendas caras me compró una galleta y yo le di mi amor pero no reaccionó y mi amor ella rechazó. Mmm… mi dulce gatita Mmm… mi adorable gatita Mmm… mi afable gatita Mmm… mi bonita gatita Ahí estaba solo y totalmente perdido me hicieron pensar que mi vida no tenía sentido olvidado por ellas que solo bonitas eran cuando otra adorable niña permitió que te conociera. Compartimos un helado una tarde agradable disfrutamos un yogurt en esos confortables lugares nuestras conversaciones eran algo subnormales y jamás pensé que podrías llegar a gustarme.

Con un poco de tiempo, mejor te fui conociendo tu rutina, tus gustos y hasta tus pasatiempos y no solo tu belleza me empezó a gustar también me enamoré de tu abstracta personalidad. Mmm… mi dulce gatita Mmm… mi adorable gatita Mmm… mi afable gatita Mmm… mi bonita gatita Esta es la historia sobre una niña rarita que ahora deseo que hubiese sido mía pero no conté con el ingrato día que yo de ella me enamoraría.» La titulé Bonita Gatita. Después, por la tarde me fui a una disquera, una disquera en particular que yo había ayudado a levantar en la ciudad y el pro- pietario era mi amigo, se llamaba Vito Fontana, era italiano, se asoció con mi padre hace años para levantar una pequeña disque- ra pero tuve que encargarme yo de terminar el trabajo, al llegar hablé con Vito, le dije que quería grabar una canción que había escrito y compuesto, Vito, en ese momento, se empezó a reír, no creía que había compuesto algo y dijo que mi voz era muy horri- ble para grabarla, le pedí a mi amigo que por favor me permitiera grabar mi canción.

Entré a la cabina de grabación y tomé una guitarra, coloqué la hoja donde estaba la canción en un atril y empecé a grabar, me tomaron cuatro tomas y la cuarta salió sin errores, cuando oí el resultado supe que Vito estaba en lo cierto, mi voz sonaba horri- ble, pero el resto de la canción estaba bien. Vito, aun riéndose, preguntó si quería que esa fuera la canción que grabaría y sí, me quedé con esa. Entré al estudio y me detuve por un momento a pensar que podría hacer, no podía improvisar, aún no dominaba eso, pensé en recitar un poema, pero no me venía ninguno a la cabeza, luego de un tiempo Vito me llamó por el micrófono, diciéndome en tono burlón que lo hiciera cuando estuviera listo. En ese momento se me ocurrió que podía tocar I Want To Hold Your Hand para el lado B y así lo hice, esa canción también me tomó cuatro to- mas y después las grabaron en un acetato de cuarenta y cinco revoluciones por minuto de siete pulgadas, luego teníamos que colocarle una portada y opté por colocar una foto de la Niña Gato que llevaba, la foto era la que ella me dio mostrando su sonrisa por primera vez y en la contraportada se imprimieron los nom- bres de las canciones y mi nombre. El sencillo ya estaba listo y se crearon solo dos copias, la que escucharía una y otra vez y la otra que guardaría de reliquia. Después de agradecer a Vito por permi- tirme grabar, había dejado el estudio y regresado a casa, tenía varios mensajes grabados en el contestador automático que de- cían: “Deja lo exagerado, era broma”, “¡Hey! Estoy viva” y el

último decía: “Hola Howard, soy yo”. Me sentí aliviado y en ese momento rompí a llorar, me arrodillé en el suelo y lloré, no sabía si lloraba de felicidad, de ira o de alivio, solo lloraba y me lamen- taba en el suelo, ya sabía que estaba bien, ya sabía que solo era una perversa broma, un acto que no debería llamarse broma, lue- go entró otra llamada al teléfono, pero no la contesté y cayó al contestador automático, primero se oyó una desagradable, irritan- te y desgarradora carcajada que luego decía “¡Eres un tonto! ¡Que ingenuo eres! ¡POR DIOS!” y bastaría decir que ese mensaje era de la Niña Pícara. Salí de mi hogar destrozado con uno de los sencillos que acababa de grabar y lo envié por correo a la Niña Gato para después encerrarme en mi casa, no salí de ahí y esa noche no comí nada, la desolación me había arrebatado el apetito y me quedé solo y contristado en mi habitación hasta el otro día y casi no pude dormir esa noche. El día 31 de mayo no salí de mi casa, preferí quedarme ence- rrado y no desayuné ni almorcé, no tenía ningún antojo de comer, a las 2:12 de la tarde de ese día recibí una llamada, la cual si con- testé.

Acababa de componerle una canción, cosa que ninguno había hecho por ella y no solo componerla, sino que la había grabado también, pero nada, a ella le daba igual, dijo que era bonita a pe- sar de que no sabía cantar, pero sin embargo no creo que le haya gustado, me deprimí aún más y esa noche tampoco cené. Antes de ir a la cama ella me volvió a llamar, diciéndome que necesita- ba ayuda con una tarea, era sobre Don Quijote de la Mancha, tenía que leer el libro y hacer un resumen de toda la historia del legendario héroe, le dije que yo la podía ayudar y después de afirmarlo ella colgó y luego me fui a dormir. Ya llevaba más de veinticuatro horas sin comer absolutamente nada y esa mañana solo me levanté para llamarla de nuevo.

Cuando colgué, la verdad que no sentía nada, era como si es- tuviera muerto, no sentía hambre, no tenía calor o frío, ni siquiera sentía dolor, solo adrenalina, miedo, de tan solo ver todas aque- llas fotos que me enviaban mis hombres al espiar a la Niña Gato, todas esas fotos que la mostraban a ella besándose con ese moco- so púbero y me daban nauseas ver como ese niñito se robaba los besos que eran para mí y ni siquiera se los robaba bien porque se babeaban al besarse, esos placenteros besos que eran MIOS, solo me quedaba destruir esas fotos tan solo para desahogarme, pero no funcionaba. También enviaban fotos de ella tomándose fotos con él… sonriendo, pero solo lo hacía con él, con nadie más, ni

siquiera conmigo, la persona que la enseñó a sonreír para las fo- tos. La idiota solo sonreía porque él se lo exigía y ella de lerda obedecía. No salí más de casa y ahí me quedé, sin comer ni beber absolutamente nada y solo leyendo los documentos que me en- viaban por correo, a medida que iba leyendo, me expresaban más a fondo lo feliz que ella era junto a él y cuando leía el de él, expresaban más a fondo el provecho y las erecciones precoces que ella le ocasionaba. El 2 de junio estuve aún encerrado en mi casa, sin salir ni ha- blar con nadie, aún no comía nada e iba perdiendo la fuerza, ya casi no podía caminar y me arrastraba por el suelo hasta donde podía, en cuestión de esos días ya se me estaban notando las cos- tillas, pero eso no me interesaba a mí, lo que me interesaba era que pasaran el resto de los días que me quedaban para morir como pudo haber muerto Gandhi varias veces. Pasé el día tirado en el suelo y cuando ya faltaban diez minutos para las ocho de la noche, me arrastré hasta el sillón, me senté ahí y tomé el teléfono para llamar a la Niña Gato, pero no contestó, la llamé varias ve- ces y no pasó nada, lo único que podía hacer era dejarle un men- saje en su contestador automático diciéndole: “Hola adorable Niña Gata, disculpa por olvidarte todo el día de hoy”. Al no con- testar me entristecí aún más, pasaron más días en los que la lla- maba y no me contestaba hasta que llegó el 6 de junio, esa maña- na estaba aún en el sillón, sentado junto al teléfono y con un solo libro que había leído los últimos días una y otra vez, era Un artis- ta del Hambre. Una vez más llamé a la Niña Gato y una vez más nadie respondió. “Bueno, creo que ya valió” me dije a mi mismo mientras colgaba y tomé el libro para empezarlo a leer nueva- mente, en ese momento llamaron a mi puerta y como estaba muy débil para levantarme, grité que pasaran adelante, gran error el que cometí porque si no hubiese dicho nada probablemente hubiese muerto de una vez por todas. La persona que entró fue la

señorita Rita y entró con un pie es sus manos, al verme en esas condiciones que estaba, tan endeble y decaído, se alarmó. En ese momento ella me dio una fuerte bofetada. Me dio otra bofetada antes de que yo pudiera hablar. Ella me ayudó a sentarme en el comedor y me dio primero un vaso con agua, cuando me lo terminé, me dio un trozo del pie que trajo, de ese exquisito y delicioso pie que tanto añoraba, lleno del inconfundible y ácido sabor a limón de textura tan suavecita al paladar que una vez deglutida era tan suave, tan blanda. Al prin- cipio aún no quería comer ni beber nada pero ella me obligó a hacerlo, empezó a cocinar pasta, que era lo único que tenía en la despensa, cocinó una rápida salsa de tomate y me lo sirvió bien caliente, también tomó una lata de cerveza que nunca faltaba en el refrigerador y me la dio con la pasta, yo solo miraba la comida y luego la miraba a ella, sabía que no tenía más opción que comerla y así lo hice, volví a probar la inconfundible y deliciosa comida que preparaba la señorita Rita y después de haber comido ya me sentía lleno y satisfecho. Ella me sirvió otra cerveza.

Los dos guardamos silencio, seguía bebiendo de la cerveza hasta que me la acabé, ella se acercó y me besó, me pidió que no la volviera a asustar así, yo no respondí, tan solo eché un vistazo al libro y rápidamente la miré a ella de nuevo, luego se levantó y me ordenó ir al baño. Tardé unos segundos en reaccionar porque no había entendido la orden que me dio. Enseguida me levanté y caminé hacia el baño, ella abrió la lla- ve del agua y empezó a llenar la bañera, agregó algo de jabón y me ordenó también que me quitara la ropa y así lo hice, me ayudó a meterme en la bañera y ella me empezó a enjabonar, había em- pezado por la espalda, luego el cabello y así con todo el cuerpo, me había dado un baño de esponja, me sacó de la bañera y ella misma me secó con una toalla limpia y me vistió, ahora yo estaba limpio, porque desde que inicié mi huelga de hambre no había tomado un baño más tampoco, ella me llevó hasta el sofá y trajo dos cervezas más, ella abrió las dos y dijo que por favor, nunca le volviera a dar ese susto, ella brindó conmigo y tomamos cerveza hasta donde pudimos. El día siguiente, 7 de junio, ya me sentía con más energía, pe- ro igual de adolorido, me levanté en la mañana para caminar por la ciudad. Después de una hora de haber caminado pasé por el lugar donde me despojaron de mi HarleyDavidson, en esa esqui- na reviví el inenarrable momento, traté de no recordarlo en abso- luto, me empezó a doler la cabeza y con mis manos en ella me

dejé caer sobre el pavimento, sufría un ataque de ansiedad, des- pués de un rato oí unos maullidos, maullidos que venían de la crecida hierba que estaba junto a la acera y aparté todo ese pasto para descubrir a un pequeño gato perdido, muerto de hambre y mojado, parecía ser aquel gato que encontré en las mismas condi- ciones hacía meses atrás, el mismo gatito atigrado de color naran- ja y blanco y me llené de euforia al pensar que ese podría ser Howard, el rebelde gatito que nombré como yo. Lo tomé y lo abrigué hasta que llegué a casa para después darle de comer, sen- tía que era feliz de nuevo y sentía tanta placidez que enseguida tomé una foto de él y en una hoja escribí: “Mira, es Howard, el gatito que perdí cuando me robaron, ya está más grande y lo en- contré desamparado, en el mismo lugar donde pasó el desagrada- ble suceso”. Metí la fotografía y el mensaje en un sobre para en- viárselo a la Niña Gato y el mensaje que recibí en respuesta fue: “Te dije que lo encontrarías”. En los últimos días había recibido mis documentos de espiona- je de parte de los hombres a los que ordené hacer ese trabajo, en los documentos decía que drásticamente, la muchacha había pa- sado de ser una loca excéntrica que se creía gato a una muchacha como las demás, que hacía sus tareas, se maquillaba en exceso, hablaba con su pareja y lo peor de todo, ya no escuchaba sus dis- cos favoritos, los discos que escuchaba todos los días sin falta y ya no emitía tan frecuentemente esos maullidos espontáneos que eran característicos de ella, los discos los apartó a un lado para hacer espacio a unos libros, a libros de romance y pasaba el día leyendo esos libros que en ocasiones los compraba ella o se los regalaba su pareja y se volvía loca cuando recibía ese tipo de ob- sequio, era como si nunca lo hubiera visto antes o como si le re- galaran un camión lleno de joyas. También había recibido una flor, a ella personalmente nunca le gustó ese tipo de detalle, pero cuando recibió la flor y supo que era de parte de su novio, ella

perdió la cabeza, también los últimos días había deseado tener un perrito solo porque ese maldito púbero tenía uno y él le enviaba fotos de su mascota. Había pasado lo que más temía, a la Niña Gato la habían convertido en una “Niña Normal” y sentía que tenía que ser yo el que le devolviera su extraña personalidad y sus gustos por el rock and roll. Otra noticia que recibí hacía días fue que la Niña Pícara ya te- nía pareja, eso me sorprendió mucho ya que días atrás estábamos hablando y la engañé diciendo que tenía una relación seria con la señorita Rita a lo que ella respondió (al no verme comprometido con la Niña Gato, que ella sabía que me gustaba pero que al pare- cer me había rendido porque ya ella tenía un novio) “Que lindo, ahora todos tienen pareja menos yo”, “Descuida Niña Pícara, a pesar de la pinta de pícara que tienes, algún día encontrarás a alguien con quien compartir tu vida” y esa predicción ocurrió días después y ella me llamó para que lo supiera, lo extraño es, que la Niña Gato, siendo una de sus mejores amigas fuera la úl- tima en enterarse, ella la vio en la calle junto con su novio toma- dos de las manos y la duda se apoderó de la Niña Gato, por lo tanto me llamó a mí para confirmarlo: “Oye ¿Qué sabes de Veró- nica? ¿Es verdad que tiene un novio?”, “Claro, se lo consiguió hace una semana”, “Que mierda ¡Yo me voy dando cuenta!” Se dio cuenta solo por el hecho de haberla visto, ella preguntaba por qué no se lo había dicho ¿Por qué si ellas dos compartían todo, no le había dicho acerca de su relación que comenzó hace un mes atrás? Sentía que algo estaba pasando, sentía que se acercaba una ruptura, no entre sus parejas sino entre nosotros, una ruptura que separaría nuestras amistades y alimentaria sus egos uniéndose y apoyando a sus parejas, aun así, si ellos no tuvieran la razón y estuvieran totalmente errados. Días después se me ocurrió que podría enviar mensajes anó- nimamente a la Niña Gato haciéndome pasar por una chica que

exigiera el derecho de su novio, pensé que si lo hacía, ella podría darse cuenta y desistiría, tomé una hoja de papel y escribí con letra distorsionada: “Eres una perra, ya deja a mi John Lewis en paz, no ves que él no te ama, solo juega contigo, es solo mío y tú estás estorbando así que desaparece puta, porque él es todo mío, renuncia porque John está conmigo pero no puedo besarlo sa- biendo que tú también lo haces y que asco así que déjalo ya. Él es mío ¡Mío!”. Al terminar, anexé la dirección de mis espías en Laar, los que me estaban enviando los informes para que luego ellos me enviaran la respuesta a mí, si es que había alguna, está de más decir que la Niña Gato tenía los ojos bien cerrados y engrapados, ya que no quería aceptar lo evidente pues la respuesta que me envió fue “En tu sueños perra, él es mío” y luego en otro papel había otro mensaje que decía “Soy solo para ti y de nadie más” que estaba escrito por su mocoso púbero ¡La verdad que era muy idiota! A pesar de que me preocupaba por la Niña Gato, no la volví a llamar por un tiempo y empecé a ocuparme de mis asuntos, pero el dolor estaba presente, no se desvanecía en lo absoluto. El día 16 de junio sentí la tentación de llamarla, pero en lugar de eso, yo había recibido una llamada faltando un minuto para las 8:00 de la noche.

Ella colgó sin despedirse, al parecer tenía algo de prisa, luego colgué yo y miré mi reloj, vi que eran las 8:40 de la noche y me fui a dormir. El 25 de junio la señorita Rita vino a visitarme, se

quedó en casa aseando un poco y luego preguntó si podríamos salir a cenar, lo cual contesté que sí, ella y yo, esa noche nos fui- mos a El Sco, tuvimos una conversación donde ella me pre- guntó cómo me sentía y cómo seguía desde que ella me ayudó con mi problema, le respondí que todo estaba bien y ya no tenía ese tipo de deseo, ella se alivió y en ese momento sirvieron nues- tra cena, habíamos pedido una pizza. Después de la comida noté que en un rincón del restaurante habían construido una pequeña boutique que se llamaba Tienda Today y me dio curiosidad por entrar. Cuando entré, vi toda clase de ropa que estaba a la moda hasta entonces, ropa de estilo clásico de hace cincuenta años atrás y ropa beatnik, entre toda la ropa vi un bolso ni muy grande ni muy pequeño, que era totalmente negro y tenía por un lado las caras que aparecen en el álbum With The Beatles, automática- mente pensé en la Niña Gato y sin pensarlo dos veces compré el bolso. Nos habíamos ido del restaurante y acompañé a Rita a su casa, me abrazó despidiéndose de mí y luego llegué a la mía, ese día en la noche no pude resistir más, sentía la necesidad de hablar con la Niña Gato y a las 8:44 de la noche la llamé.

Una vez más sentía que la recuperaba, a pesar de que la con- versación fue muy corta sentía como expresaba ese tono amoroso a través del teléfono y al día siguiente la volví a llamar. Ella repentinamente colgó el teléfono dejándome de nuevo con las palabras en la boca, eran las 8:51 y lo único que me quedó fue irme a dormir, pero a las 11:00 de la noche empezó a sonar el teléfono, me había despertado y tuve que ir a contestar algo soño- liento.

Al colgar el teléfono me fui directo a la cama, ya no podía mantenerme despierto por más tiempo y al día siguiente decidí llamarla para hablar otra vez, pero ella no contestó ese día. Se me ocurrió que ya que a ellas dos (especialmente a la Niña Gato) no les gustaba verme decaído y tan deprimido, con deseos suicidas y despreciando mi miserable vida, decidí sumar puntos diciéndoles que era feliz, diciéndoles que la vida era bonita, pero en realidad no lo veía desde aquella perspectiva. Por otro lado, gozaba de tener a Howard de regreso, era el pe- queño gato que se metía en uno de mis zapatos a dormir y el que lamia mis orejas por la mañana pero al crecer un poco, algo drás- tico en él cambió, ahora era más agresivo, mordía y aruñaba, pero cuando estaba solo era pasivo y tranquilo, antes de perderlo se encontraba muy encariñado conmigo pero ahora me odiaba, no sabía acerca de ese extraño comportamiento, me preguntaba a mí mismo si era porque dejé que se lo llevaran o porque cuando cre- cen ya no recuerdan a su amo, lo dudo mucho pero más tarde me di cuenta de que ese comportamiento ocurrió también drástica- mente en la Niña Gato ¿Será que de tanto convivir con gatos e imitarlos hasta el punto de creerse uno de ellos también se pueda contagiar ese tipo de comportamiento? No lo sabía, pero moría de ganas por saberlo. Cuando ya me iba a ir a dormir, el teléfono sonó, era la Niña Gato que decía que “me había ganado un ticket para acosarla toda la noche” con ese tono tan sensual y erótico que a veces pronun- ciaba. Estuvimos hablando por un tiempo y antes de colgar, le recordé que tenía que recibirme con su vestido azul y sus galletas caseras, ella decía que no podía hacer las galletas porque no tenía

la harina y no la conseguía en ninguna parte, le dije que yo la podía conseguir de donde sea y como sea pues le confesé que tenía un oscuro secreto que ella no sabía de mí. Preguntó en tono burlón si era necesario irse a otro país después de saber mi oscuro secreto, pero no, le respondí que no, yo le conseguiría esa harina muy fácilmente porque yo era don, ella rio a carcajadas y luego colgó. Solo me quedó irme a dormir, no esperaba que me creyera, pero vi correcto en decirle la verdad. La tarde del 28 de junio a las 5:22, había regresado del nego- cio familiar y sorpresa para mi encontré en el buzón una carta que provenía de la Niña Gato, al abrirla encontré una hoja donde es- taba la palabra “puto” que la ocupaba toda, por delante y por de- trás. Un poco confundido la llamé para averiguar el porqué del mensaje. En ese instante hubo un apagón.

En realidad, no sabía cómo tan rápido inventé todas esas ridí- culas tonterías que en realidad no tenían ningún sentido para mí, siempre fui bueno improvisando que decir. Si, en realidad no me sentía así, solo lo inventé para demostrarle a ella que valía la pena estar conmigo. Después de decir eso pasó algo en la llamada, no sabía si se había caído o si ella colgó repentinamente, no quería saberlo, me hubiese deprimido más con saberlo, en ese entonces preferí mejor hablar con la Niña Pícara.

Si decía que su hermano era un idiota y un pendejo, ella lo era el doble. La verdad que era idiota para entender las cosas. Franchute era un restaurante de comida chatarra con mesas y menús ambientados para la época, con música de rock and roll de la época y donde vendían hamburguesas, ensaladas, pastas, pizza y lujosos platillos ses, la línea del restaurante solo estaba disponible en Mecebo y solo había dos para entonces, pregunté si no había un restaurante de esos en Rillujot para ver si la Niña Pícara me contestaba tonta e ingenuamente otra vez y bastaría afirmar que lo hizo.

Enseguida me vino a la mente Marcie June, pero quise hacer- me el idiota.

Había sido una conversación larga, miré el reloj y eran las 11:30 de la noche, realmente era tarde pero no tenía sueño, aún quería respuestas, ya sabía por qué me decía que estaba ocupada todo el tiempo, pero ¿Por qué lo hacía cada vez que la llamaba? Aún quería saciar mis dudas y en la noche del día siguiente llamé a la Niña Gato, como era de costumbre ahora, la conversación había sido muy corta. Eso fue todo, ahora cuando la llamaba no le preguntaba cómo estaba o que se encontraba haciendo o como estuvo su día o si está soleado o nublado, sino que ahora le preguntaba: “¿Estás ocupada?” a lo que ella respondía afirmativamente y yo colgaba, y colgaba a la espera de que ella se “desocupara” para que me devolviera la llamada. Al día siguiente, 1 de julio a las 12:17 del mediodía, ella lla- mó.

Ella se despidió y yo a la espera de que me avisara cuando llamar, cosa que jamás ocurrió, seguramente porque ella seguía muy “ocupada”. La mañana del 2 de julio amanecí sentado en el sillón, junto al teléfono, me levanté y me alisté para atender el negocio familiar, estuve todo el día ocupado pero pendiente de si sonaba el teléfono o pensando de que estaba sonando en casa, había vuelto a las 6:00 de la tarde y enseguida me senté en el si- llón, esperando a que llamara, media hora después se me ocurrió que podía llamarla con cualquier excusa que yo necesitara de ella y pensé que podría llamarla para pedirle el nombre de la película que hace días me había recomendado ver.

Después de haber colgado no me moví de ahí, no tenía antojos ni ningún deseo de ver esa película, solo lo dije como excusa para hablar con ella y había funcionado, a pesar que al final sentí que estaba molesta porque yo le estaba hablando, pero mi testaruda mente no pensaba en eso sino en volverla a llamar y lo hice una hora después. Ella colgó la llamada, como era de su costumbre ahora, sin embargo, eso no me importó porque la noche del día siguiente fue ella quien me llamó a mí y hablamos por casi tres horas, po- dría decir que fueron las horas más agradables que había pasado desde hace tiempo, hablamos como antes, hablamos sobre libros, sobre futbol, sobre películas y todo lo que pudimos hablar hasta que a ella le dio sueño y colgó para irse a dormir. Llamadas como

esa no las hacía tan a menudo, primero nuestras conversaciones no duraban más de dos minutos y luego duraban tres horas y lue- go volvían a ser llamadas cortas, no sabía si hacía eso porque ella disfrutaba hacerlo o para darme ánimos, para decirme que no me rindiera y era exactamente lo que yo pensaba, seguirla llamando hasta que ella descubriera quien era en realidad su mocoso púbe- ro. La mañana del 4 de julio ella me volvió a llamar, gritando al teléfono.

Ella colgó, no tenía idea de que partido estaba viendo, solo sa- bía que el árbitro era una de esas alimañas españolas y desde ese día no había querido llamar más a la Niña Gato para probar si ella me llamaba por tercera vez. El 7 de julio, por la mañana, me visi- tó la señorita Rita, me decía que estaba aburrida y quería hacer algo junto conmigo, se acercó a mi sensualmente y empezó a acariciarme, obviamente quería pasar el tiempo teniendo sexo y yo muy estúpidamente le dije: “¿Qué tal si vamos al cine?” Exac- tamente no sé qué me incitó a decir eso en vez de tener sexo con ella y ya. La señorita Rita se apartó de mí y me dijo: “De acuer- do, vamos al cine” ella tomó su bolso y me esperó en la entrada y yo, como un idiota, tuve que seguirla, al llegar al cine habían cin- co películas en la cartelera y había un gran disturbio para comprar tickets para una de las películas, nos acercamos hacia el disturbio y vimos que a la película que quería entrar toda esa gente era una llamada A Hard’s Day’s Night, se había estrenado el día anterior y en la cartelera decía: “Protagonizando su primer largometraje, hilarante y lleno de acción”. De repente me emocioné de haber estado ahí y le pedí a Rita que por favor viéramos esa película y ella respondió que no, ella no la vería porque seguramente antes de que llegáramos a la taquilla se agotarían las entradas, en reali- dad había demasiada gente pero yo quería ver la película, a la final, la señorita Rita no me lo permitió, ella prefería ver otra película, sin tanta gente y así podríamos estar en la sala solos y si éramos los únicos mucho mejor, por lo tanto vimos The Carpet- baggers y fue la peor película que jamás había visto, no me gustó

para nada, para mí no tenía sentido y no la había entendido, pensé que ese tipo de película era hecho con el objetivo de que las chi- cas estuvieran besando a sus novios durante la película, cosa que la señorita Rita hizo exactamente. Nos fuimos del cine y yo con las ganas de ver la película que quería, comimos algo y luego terminamos en la cama, a la señorita Rita la había excitado esa película más de lo que ya estaba. Se había quedado dormida y la dejé descansar, me levanté y me senté en el sillón, tenía tres días sin llamarla, pero ya no resistía más y lo hice, la llamé, hablé con ella un tiempo, me preguntó cómo estaba y le dije que venía lle- gando del cine de ver The Carpetbaggers, ella se contentó por haberla visto y me preguntó qué tal me pareció, fue una total mierda, pero yo le dije que estuvo bien, que me había gustado mucho y le agradecí por recomendármela. Ella habló un rato más conmigo hasta que me colgó. Me sentía bien de volver a hablar con ella, pero aún quería saciarme de su dulce voz a lo que si me tuve que aguantar y regresé a la cama con la señorita Rita. Al día siguiente desperté, aún con la señorita Rita junto a mí, me quedé despierto un rato mirando el techo, recordando todo el día anterior y recordé que ese día fue el cumpleaños de la Niña Pícara, me levanté de la cama enseguida para llamarla.

En realidad no sabía cuándo iría a aquel mi acogedor pueblo y dije que iría en una semana pero dudaba mucho que fuera, cuan- do pasaron siete días desde aquella vez que hablé con la Niña Pícara, recibí una llamada desde Rillujot, era Rod Tweed y me tenía noticias, decía que en el pueblo estaban levantando muy rápido una construcción a pesar de que era un pueblo un poco pobre y pequeño para estar construyendo nuevos negocios, sin embargo no le vi el problema, pensé que era que se le tenía que cobrar protección pero lo que me dijo después me dejó atónito, estuvieron investigando acerca de eso y descubrieron que el pro- pietario de esa construcción y quien también la financiaba era un nuevo millonario que llevaba el nombre de Arthur Rilke, segura- mente levantaría su edificio ahí porque pensó que no lo encontra- ría en ese mísero pueblo. La tarde del 15 de julio empecé a empa- car y me despedí de todos mis gatos, después de que recuperé a Howard muchos gatos habían ido llegando a mi casa, a uno lo

llamaba Rabo Negro, porque era completamente blanco excepto su cola que era negra desde el maslo hasta la punta, a otro lo lla- maba Fantasma porque era totalmente blanco, de ojos azules y aparecía y desaparecía repentinamente, otro se llamaba Pantera, era un gato totalmente negro, parecía una pantera en miniatura y así, ya tenía varios gatos más al agresivo de Howard pero ese día sería el último que los vería a todos y no lo sabía. La mañana del día 16 de julio tomé mi equipaje para irme a Rillujot y tomé el regalo que compré para la Niña Gato y me fui, al mediodía había llegado al pueblo, salí del terminal y miré hacia donde se me per- día la vista, respiré hondo el puro y frío aire de aquel pueblito lleno de fauna y vegetación, el puro aroma de las montañas y sus árboles, realmente lo añoraba. Enseguida llegué a un teléfono público y metí unas monedas para llamar a la Niña Gato, le pre- gunté si estaba en casa porque quería visitarla y ella respondió que sí, tomé enseguida un bus y en diez minutos me había dejado frente a su casa, subí junto con la maleta y cuando caminé por el pasillo para tocar a su puerta ella salió y la vi, aún tenía puesta su pijama y yo solté mi maleta para darle un abrazo, quise pasar a su casa pero ella no me lo permitió, me dijo que no podía pasar por- que estaba sola y que sus charlatanas vecinas luego crearían ca- lumnias sobre ella, así que nos quedamos sentados en el pasillo mientras hablaba con ella, al fin la veía y de ella me enamoraba más, hacía tanto tiempo que no veía su encantador rostro y su sonrisa metalizada, era tan bonita y adorable como la recordaba, estuvimos hablando un largo tiempo y enseguida le di mi regalo, el bolso de The Beatles que había comprado para ella en la Tien- da Today, al verlo ella me dijo que tenía una camiseta de The Beatles completamente negra y que tenía esos mismos rostros y el nombre de la banda, también me contó que ella tenía un cuadro que le regaló su tío hace un tiempo, el cuadro mostraba una foto de The Beatles y estaba autografiado por los cuatro ,

ella me contó que su tío no tenía idea de lo que era y se lo regaló a ella y luego se dio cuenta de lo que había hecho y de cuanto podía valer esa fotografía que estuvo pidiéndosela a su sobrina y ella se negaba a entregársela, también me comentó que todo el que veía el cuadro se tomaba una fotografía sosteniéndolo. No tenía pensado tomarme ninguna foto, pero lo hice por ella, saqué mi cámara de mi maleta y me tomé una foto rápida soste- niendo el cuadro autografiado y luego se lo devolví. Luego, de su casa había salido una pequeña niña, como de unos seis años de edad. Su hermanita, la pequeña Vanessa era casi idéntica a la Niña Gato en sus rasgos faciales, le saludé y hablé un corto rato con ella, luego volvió a entrar en su casa. Nunca me gustaron los niños, siempre los odié y los sigo odiando, tan llorones y desesperantes y no sé por qué mierda a todos les caigo bien, me quieren, están conmigo, me abrazan y no me dejan en paz, los golpeo y se ríen, los estrello uno contra otro

y me exclaman eufóricos: “¡Otra vez!” y yo no los soporto, no los tolero, pero al menos su hermanita fue pasiva. Seguíamos afuera en el pasillo, veíamos el paisaje y el perfecto clima que no hacía en mi ciudad, ese día estaba nublado y había una brisa de aire frío que obligaba a la gente a abrigarse, como esas brisas de invierno congelantes, tiempo después apareció su gorda gata Zafiro y me la mostró a lo lejos. Ella se levantó para buscar a su gato y luego me la dio a mí, estuve acariciándola por un tiempo, era una gata de pelaje pardo, entre marrón y gris, cada pelo tenía tres capas de colores, si se rasuraba la primera capa, que era negra, quedaría parda y si se cortaba la capa parda quedaría blanca. Desde el espacio que divi- de sus ojos hasta abajo, pasando por el pecho hasta el maslo era totalmente blanco con motas negras, sus patas solo estaban ati- gradas en tonalidades de gris y negro hasta la mitad y el resto de la pata era totalmente blanca, era como si usara unas pequeñas mediecitas blancas y su cola era gris y estaba anillada con rayas negras, también tenía un característico movimiento brusco en la cola y hacía ver que la movía involuntariamente.

Empecé a acariciar su panza, donde se encontraban los gatitos y los fui detectando uno por uno. Al escuchar eso no pude evitar reírme de ella.

En ese momento llegó su mamá y la Niña Gato me presentó ante ella, después de haberla saludado entró a su casa y gritó a la Niña Gato que era lo que haría para el almuerzo a lo cual ella respondió que haría pasta, intenté despedirme antes de que entra- ra a su casa a preparar la comida, pero ella me invitó a pasar y accedí, era la primera vez que entraba a su casa y tomé asiento en un sillón que estaba en su sala y debo decir que era el sillón más cómodo en el que me había sentado. Esperé como unos diez mi- nutos y luego salió ella, colocando un plato de espaguetis con salsa de tomate y carne sobre el comedor, acompañado de lo que parecía ser un vaso con jugo de naranja, luego me dirigió la mira- da. Me incomodaba comer ahí, pero al mismo tiempo me sentía agradecido de que me trataran tan bien y luego se sintió acogedor aquel lugar, pero aún me incomodaba aceptar la comida, luego su mamá entró a su habitación a comer y la Niña Gato se sentó junto a mí con el mismo platillo que el mío.

Al decir eso, ella supo que le iba a tomar una foto y se cubrió el rostro con sus manos. Sabía que no dejaría de cubrir su rostro así que le tomé una fo- to a ella así mismo, cubriendo su rostro, con su comida, su jugo de naranja y usando su pijama, le tomé una fotografía a mi plato y guardé la cámara. Yo comía más despacio que ella, me sentía incómodo reci- biendo su comida y cuando ella terminó, yo aún tenía la mitad de la comida y bromeaba diciendo que no me la comería o que cuando se levantara a llevar su plato a la cocina, me levantaría yo y botaría mi comida por la ventana, cuando ella se fue a lavar su plato, moví la silla que tenía al lado hacia atrás para que la Niña Gato sintiera el ruido y pensara que era yo levantándome de la silla para deshacerme de la comida, rápidamente salía de la coci- na para verme y me encontraba sentado en el comedor comiendo mis espaguetis, se puso a lavar los platos y varias veces salió de la cocina para vigilarme, cuando ella terminó de lavar, yo había terminado de comer y le alegró mucho que me lo había terminado todo, sin dejar nada, siempre fue una costumbre mía para indicar que la comida estuvo muy sabrosa, no me importaba si me gusta- ba o no, nunca dejaba nada. Después de comer, se sentó conmigo en aquel cómodo sillón y le pregunté si quería salir conmigo, ella, sin pensarlo dos veces aceptó y se fue a cambiar de ropa mientras yo la esperaba ahí sentado, cuando estuvo lista, antes de salir le entregué un kilo de harina para que hiciera mis galletas, ella algo absorta lo recibió, ya no tendría excusas de no hacerlas y ella sabía que si me decía

que le faltaba algún otro ingrediente también se lo compraría. Le pregunté si la Niña Pícara podía venir con nosotros, ella la llamó por teléfono varias veces, pero nunca contestó, entonces salimos caminando desde su casa a la plaza del pueblo, al mismo tiempo íbamos hablando, le hacía preguntas ya un poco más personales. Nos sentamos en una banca al llegar a la plaza, me quité mi Hamilton y se lo entregué a la Niña Gato para que lo guardara en su bolso, el sitio nunca fue peligroso, pero me lo quité para no exhi- birlo. Estuvimos sentados ahí un buen rato cuando ella me pre- guntó acerca de mi cámara, al parecer nunca antes la había visto y mucho menos el modelo que yo tenía que era una Linhof Super Technika, la apreció por fuera y me pidió permiso para tomarse algunas fotos con ella, lo cual se lo permití sin pensarlo, tomó quince fotos de las cuales nueve se las tomó ella sola, con los diferentes lentes que traía la cámara para darle un efecto distinto a cada fotografía y las otras seis se las tomó conmigo. Eran las primeras fotos que me tomaba con ella. Era alrededor de las 4:30 de la tarde cuando se me ocurrió que era hora de un bocadillo, la tomé de la mano, cosa que trataba ella de evitar y la arrastré hasta el supermercado y ahí empecé a buscar galletas, cuando las en- contré, ella estaba detrás de mí, solo observándome cual iba yo a escoger. A veces no podía soportar sus tontas y obvias preguntas, pero después recordaba que ella tenía algo de tonta. Tomé las galletas y al salir sugerí que sería buena idea acom- pañarlas con helado así que caminamos hasta The Beagles, ahí tomamos asiento en una de las mesas, el lugar estaba vacío, solo para nosotros, toda aquella música y decoración que tanto nos gustaba. Después de pedir dos copas de helado, ella quiso tomar- se fotos por todo el lugar, la foto que más me gustó era una que

se tomó vestida con su camiseta blanca, zapatos blancos y sus pantalones negros, sentada en un pequeño sillón rojo con líneas negras horizontales y verticales, era más pequeño de lo normal pero para el tamaño de la Niña Gato era perfecto, estaba en un rincón y en la pared derecha había un cuadro de Charlie Chaplin colgado, encarnando a Charlot en la película El Chico de 1921 y en la otra pared, varios cuadros de Marilyn Monroe y de Elvis Presley, junto al sillón, una mesita, con una pequeña guitarra amarilla decorativa hecha con cartón y en la parte de abajo varios long plays mal organizados, era la foto perfecta, era la que más me gustaba de ese día. Salimos a la heladería para volver a la plaza y al sentarnos, una abeja se puso sobre la cabeza de la Niña Gato. Alarmada se levantó y empezó a sacudir su cabeza, la abeja voló, pero no se había ido pues aún volaba encima de ella, des- pués de un rato de corretear en círculos, la abeja se fue y ella se sentó un poco cansada y muy asustada. Ya sabía algo nuevo de ella, cualquier insecto que viera se iba a aterrar del miedo, cualquiera, fuera inofensivo o letal. Alrede- dor de las 5:30 de la tarde ella me pidió que la acompañara hasta la parada del bus para irse a su casa, le recordé acerca de mis ga- lletas y dijo que las haría esa misma noche. Yo me fui caminando a mi domicilio en Rillujot pero una cua- dra antes, donde estaba otra parada de autobús e iba pasando muy tranquilamente, de repente, oí que gritaron mi nombre del otro lado de la calle, cuando miré, era la Niña Pícara quien me llama- ba, al verla crucé la carretera sin mirar a los lados y la abracé fuertemente susurrando en su oído “Te adoro, te adoro, te adoro” varias veces y ella me susurraba “Yo también” hasta que dejamos

de abrazarnos, noté que traía su instrumento musical en la espal- da. Estaba junto a ella, un tarado un poco más alto que la Niña Pí- cara, pálido y con los dientes torcidos, con un corte de cabello al ras de su cabeza, con lentes y un poco encorvado, ese era su no- vio, el fantástico hombre por el que ella perdía la cabeza, con el ceño fruncido extendió su mano para un apretón, no dijo palabra alguna y después de darle la mano me dirigí de nuevo a la Niña Pícara.

Me despedí de la Niña Pícara con un abrazo y de su inútil no- vio con otro apretón de manos y al llegar a mi casa noté que no tenía mi reloj, ya sabía que me olvidaría de pedírselo y enseguida la llamé. Después de decir eso ella colgó el teléfono, ese día la había pasado excelente y sentí como que la conocía de nuevo, volvía a alegrarme de existir, me sentía feliz de pisar mi pueblo, pero al llamarla por teléfono me hizo recordar todas esas breves llamadas que le hacía, haciéndome pensar que ya no le importaba, como la que acababa de hacer, solo esperaba que al día siguiente fuera la misma Niña Gato que fue ese día. A las 10:00 de la mañana del otro día, terminaba de desayunar cuando ella me llamó.

Pensé que sería excelente si ella y yo usábamos nuestras cami- setas de The Beatles, la de ella era una negra con los cuatro ros- tros que aparecen como portada en el álbum With The Beatles y la mía era blanca y tenía una fotografía de la banda posando con una bandera estadounidense que estaba detrás de ellos y decía Beatles: American Tour 1964 aludiendo al tour que estarían ha- ciendo para el mes de agosto de ese año, es decir, el próximo mes. Al llegar la tarde ya estaba preparado pero antes de salir de ca- sa recibí una llamada, era de Marcie June que quería que la acompañara esa tarde, le dije que podía pero solo hasta las 2:00 de la tarde pues ya tenía planes y ella aceptó, salí enseguida y me pidió que la esperara en la parada para luego dirigirnos al estudio fotográfico que estaba en el centro del pueblo, ella estaba acom- pañada de un pequeño niño que era su primito y lo llevaría a to- marse algunas fotografías pero el lugar no abriría sino hasta las 2:00 de la tarde, o sea que al momento en el que abrieran tenía que dejar a Marcie y no habría tiempo para hacer algo junto a ella. Estuvimos esperando frente al lugar, pasé un buen rato con ella hablando sobre música y sobre nosotros mismos, de vez en cuando miraba el reloj de la catedral y al momento de dejarla se lo dije.

Al llegar la hora me despedí de ella, como lo exigía y yo me fui a mi encuentro principal, cumplí con Marcie y ahora cumpli- ría con mi Niña Gato. Media hora después había llegado ella, como le dije que viniera y venía de lo más calmada. Estuvimos esperando hasta que llegaran y la Niña Gato me en- tregó una taza con mis galletas, en la taza solo había como unas ocho galletas, en realidad no lo esperaba así porque le di un kilo de harina, yo pensé que me iba a hacer al menos cincuenta galle- tas, pero solo me hizo ocho y algunas estaban quemadas, probé una y tenían buen sabor, eran buenas, pero no se comparaban nunca con las que hacía la señorita Rita, sin embargo, le dije que estaban bien. Media hora después llegaron su amiga y el amigo de su amiga y la Niña Gato me los presentó a ambos, su amiga, Odisea, era muy bonita, tenía unos lindos ojos color café claros, casi grises y era una muchacha alta, casi de mi estatura e iba muy bien vestida, al igual que su amigo. Al decir mi nombre, Odisea dijo impulsivamente: “¡Oh! ¿Éste es el tarado que engañamos con

tu supuesto secuestro?” la Niña Gato asintió con una maliciosa sonrisa y a mí solo me quedó decir “No fue nada divertido, no lo vuelvan a hacer”. Entonces, en ese momento Odisea me dijo que no me sintiera mal, pues la Niña Gato solo era un error de la vida. La Niña Gato, ruborizada, no pudo hacer nada para callar a su amiga y ella continuó: “Si, Grace tan solo es un error de un acto de locura y borrachera que experimentaron sus padres hace dieci- séis años, crearon a Grace sin darse cuenta y nueve meses des- pués ya se había creado el virus”. La Niña Gato, aún apenada dijo: “Ya te puedes reír” insinuando que fue una broma de parte de su amiga, pero no era así. Estuvimos un rato sentados ahí en la plaza, Odisea era la mejor amiga de la Niña Gato y al estar juntas parecía que fueran lesbianas. Estaban hablando ellos aparte, de todo un poco, excluyéndome de las conversaciones porque no tenía idea de que o de quien estaban hablando. Después de un tiempo Odisea dijo que tenía sed y le dijo a la Niña Gato que la acompañara a comprar agua. con su amigo y tenía la sensación de que él era algo extraño, no como yo, sino desde otro punto de vista. Extendió su mano para mostrarme un TAG Heuer Autavia, lo tomé y lo examiné, pero me di cuenta de que era una copia, mala suerte porque si fuera original el reloj que estaba sosteniendo podía valer hasta más de mil libras, al verle la cara noté su espe- ranza en el reloj y decidí burlarme de él.

¿De dónde lo sacaste? El hombre no era tan tarado, él tenía razón, muy poca gente tomaba Dr. Pepper, no porque era mala o no la hubiera, todo lo contrario, sino que era uno de los refrescos más caros, la gente prefería tomar Coca-Cola u otro refresco y muy poco se daban el lujo de tomar Dr. Pepper, muchos pensaban que era una estupidez, que era lo mismo o simplemente no les satisfacía darse el gusto de bebérsela como a mí. Luego regresaron las chicas, la Niña Gato con mi lata y su bo- tella de agua ya por la mitad, seguíamos ahí sentados, ellos ha- blando las tonterías que estaban hablando antes y yo tomando mi refresco cuando Odisea se dirigió a mí y dijo que ella nunca había probado ese refresco y que le gustaría probarlo y como era impo- sible para mi decirle que no a alguien dejé que probara de mi lata y ella la compartió con su amigo y la Niña Gato diciéndoles que la probaran porque era muy buena y tenía un sabor distinto a cualquier refresco que había probado antes, después de eso me dejaron a mí sin mi Dr. Pepper. Luego Odisea se levantó y empe- zó a perseguir a todas las palomas que estaban en la plaza, no

sabía que decir, la muchacha estaba demente y no sabía si eso le pasó por probar por primera vez el Dr. Pepper. Me alivié y me empezó a caer bien porque ya sabía que su lo- cura no provenía del azúcar, ella siempre hacía cosas como esa. A las 4:00 de la tarde Odisea dijo que se tenía que ir pues tenía que audicionar para un baile junto con su compañero, cuando al fin miré al cielo y me alivié de que ya se iban a ir, la Niña Gato preguntó si ella podía ir a verla audicionar a lo que respondió que sí y me preguntó si quería ir y para no dejar a la Niña Gato dije que si iría. La audición era a una cuadra de la casa de la Niña Gato y cuando llegamos solo tomamos asiento para luego verla ensayar, aún no le tocaba y se sentó con nosotros. Le empezó a contar a la Niña Gato sobre un chico que también estaba audicio- nando, musculoso, alto y atlético que estaba ejercitándose detrás del telón y que estaba “súper bueno” que era alto y sabía caminar con sus manos y hacer otras acrobacias, se desmayaba por él. ¡MALDICION! ¡SIMPLEMENTE NO PODIA CREERLO! ¡¡¡SU MALDITO NOVIO PUBERO ESTABA TENIENDO ERECCIONES PRECOSES CON AL MENOS CUATRO NIÑI- TAS PRECOSES TAMBIEN Y ELLA PIENSA SOLO EN ESE MALDITO MOCOSO!!! Era una mierda no podérselo decir, era una mierda no poder demostrárselo, era una mierda que ella fuera

tan ingenua, tonta e inocente, cuidando a su novio hijo de puta y mientras ella estaba conmigo no sabía lo que ese endemoniado niñito hacía, pero yo sí y lo que tenía que hacer ella era besarme en ese instante, pero no, estaba cegada por el amor de un infante precoz. Y si, era en serio, aparte de mocoso púbero precoz, era una ni- ña mariquita que le pintaba las uñitas a su “novia” Luego empezaron las audiciones de baile y el primero fue el atlético hombre musculoso, haciendo maniobras y piruetas sobre el escenario cuando colocaron la música de fondo. hasta que yo me harté.

que otra llegue ¿Y qué tal si ningún muchacho te llega a hablar? ¿Entonces pasas el resto de tu vida sola? Odisea se levantó y fue al escenario, le dije todo eso porque sabía que lo haría, eso es lo bueno de tratar con gente loca y de- mente, no se sabe lo que harán, pero si se les dice que hagan algo, lo harán. Después de haber terminado toda la audición, la Niña Gato me dijo que se quería ir. Ella dio media vuelta y se fue caminando hasta su casa, me quedé ahí parado hasta que ella giró a su residencia y la perdí de

vista, luego yo tomé un autobús y me dirigí a mi casa. Había lle- gado a las 6:00 de la tarde y al llegar tomé una ducha y luego me di cuenta de que la Niña Gato otra vez se había ido sin darme mi reloj y enseguida la llamé. Se me heló la sangre y se me paralizó el corazón al oír eso.

Al colgar la llamada me fui directamente a la habitación, me entristecía que le dieran a escoger entre ese mocoso y a mí y to- davía así elija al niño precoz ¿Y que podía hacer yo después? Me hubiese gustado hacer como mi amigo Werther, pero si no le pido las pistolas a la Niña Gato no tendría sentido hacerlo y no valdría la pena ejecutar el acto por ese miserable y maldito mocoso pre- coz, no, no valía la pena. Temprano en la mañana del 18 de julio, salí a buscar mi reloj a la casa de la Niña Gato, ella aún en pijama me lo entregó y me cerró la puerta así que tuve que irme del lugar, de camino a casa pasé por una librería y por curiosidad entré, revisé varios libros y encontré el que la Niña Gato me había estado recomendando tan- to, Un hombre soltero y lo compré. Al llegar a casa enseguida lo empecé a hojear y me entretuve con ese libro toda la mañana, a las 9:47 me llamó la Niña Gato.

Colgué el teléfono y seguí leyendo el libro, realmente empezó muy interesante pero luego empezó a ponerse aburrido y no lo leía tanto porque me interesaba, sino por la Niña Gato, solo me importaba terminarlo, ya en la tarde, a las 5:38, seguía leyendo el libro, no había comido nada en todo el día y a esa hora me volvió a llamar la Niña Gato para preguntarme si ya había terminado de leerlo y le dije que ya casi lo terminaba y a consecuencia de leer- lo todo el día sin parar, se me habían puesto los ojos rojos y luego volvió a colgar. Para cuando terminé, la llamé. Fue una total mierda, quizá el peor libro que había leído, pero solo para llevar los mismos gustos de la Niña Gato, dije que era un libro excelente.

Colgué el teléfono y no me moví de ahí, pensando en todas las cosas que me han sucedido, en todo lo que he sufrido y en com- paración con ese profesor inglés, su vida había sido una maravilla ¿Cómo haría para deshacerme de eso? Ese dolor que me había atormentado toda la vida, empecé a llorar, a sentir miedo y al mismo tiempo rencor, no entendía por qué mi vida no se acababa, la vida de George fue mejorando con el tiempo, pero la mía iba peor con cada día que pasaba. Decidí que era buena idea hablar con la Niña Pícara para desahogarme un poco, ella me oía llorar, preguntaba que me pasaba, y le expliqué, le dije que tenía razón todo este tiempo, que me gustaba la Niña Gato y me dolía que ella viera mi amor y no hiciera nada. Ella me respondió que tenía razón, no podía hacer nada porque ella tenía una relación, no po- día dejarla para estar conmigo.

Ella al oír detenidamente todo lo que dije, advirtió que me controlara, que no tenía por qué sentirme así y me dijo que ella al día siguiente iría al cine con sus amigos y su novio a ver la pelí- cula A Hard Day’s Night y que Grace iría con ellos, me invitó a ir y yo le respondí que sería mejor si no viera a la Niña Gato más nunca y luego colgué. Me senté en el comedor y escribí una carta de despedida para la Niña Gato. «Créeme que lo intento pero no puedo, no puedo seguir vién- dote sufrir de esa manera y yo no puedo seguir aguantando ese sufrimiento de esta manera, quiero decirte que fue un placer co- nocerte y que eres la mejor persona que he conocido, a ti Grace Collins, a quien bauticé mi Niña Gato, sería mejor si no nos vié- ramos nunca porque desde que llegaste a mi vida solo he sufrido más y cuando yo llegué a la tuya, te la he complicado más, quiero que sepas que es mejor si nos distanciamos, que aunque tengamos promesas pendientes quiero dejar en cuenta que yo las cumplí todas y tu quedaste debiendo algunas, me gustan tus galletas y lástima que jamás las volveré a probar, quiero que sepas que aprecio mucho a tu mamá, es una muy buena mujer y que me hubiese gustado conocer a tu padre que por como lo describías, también era chévere, también quiero despedirme de tu adorable hermanita, a la que solo vi una vez y también despedirme de la loca Odisea, estaré dispuesto a no pisar más el pueblo que tanto amo con tal de cumplir el pacto que ahora te propongo, no sé qué me pasó pero aún sigo enamorado de ti y no quiero que vuelvas, no quiero que me llames y no quiero que me escribas, quiero ol- vidarme de ti, quiero pensar que no existes y nunca exististe a ver si sano éste dolor que dejaste dentro de mí, me iré lejos y nunca más regresaré. Adiós para siempre, nunca te quiero volver a ver y para expresar mejor mi despedida, te dejo con la última lirica que te escribí.

Felicidad, una palabra llena de sencillez, para muchos tendrá varios significados, para otros significará solo sonreír, pero para mí, felicidad es cuando estoy con esa persona, esa persona que la pasa bien conmigo y me llena de recuerdos gratos, esa persona con la que sueñas cada día y no quisieras despertarte nunca, esa persona que disfruta estar conmigo y aparta algo de su tiempo para eso, aquella persona que me quiere mucho y se preocupa por mí, que se nota feliz ante mi llegada y se sienta junto a mí. Sin palabras, supongo que no sabe que decir ante mi presencia, pero no importa, porque soy feliz, soy feliz así y solo miro su hermoso rostro, aquel rostro que tiene la sonrisa más bonita pero que ella teme mostrar y mirando y detallando sus encantadores ojos, aque- llos ojitos color café, un color café como el color de la miel pura y por más que quiera evitarlo no puedo dejar de mirarlos. A veces me recuesto y empiezo a pensar en ella y me pregunto si ella también piensa en mí y miro por la ventana y veo el oscuro cielo y me pregunto si ella también lo está observando, me quedo dormido y ella no sale de mi mente, ya sea bailando o comiendo jun- tos, desearía que algún día esos sueños se cumplan y duren para siempre. Un día de lectura, un día de televisión, un día de aventu- ras, sería muy emocionante, sería muy entretenido, sería muy agradable y me gustaría hacerlo contigo. Jamás la he visto triste y jamás la veré, de eso estoy seguro, ojalá, yo tuviera la fe que ella tiene y poder creer en todo y quizá ese sea el motivo de su felici- dad, que ella solo cree lo que quiere creer y eso me gusta. Algún día estaré a su lado, acariciando su rostro y su bello y perfecto cuerpo de porcelana, suave y delicado, aislados del mundo en un rincón donde no entre la luz, pero donde se pueda ver y escuchando las dulces y melifluas notas de un instrumento y una po- derosa voz cantándonos y disfrutaremos de esos momentos. Re- cordaremos y eso te hará feliz, y sonreirás y cuando sonrías, ahí estaré yo captando y detallando tu hermosa y perfecta sonrisa, y

cuando muera, moriré feliz porque pude hacer todo lo que quería y con la persona que quería. Gracias.» Terminé de escribir a las 9:44 de la noche, con los ojos lloro- sos de la melancolía me fui a dormir y en la madrugada del día siguiente, a las 4:00 me levanté para llevarla hasta su puerta, me vestí completamente de negro con un ancho sombrero que cubrie- ra mi rostro y al llegar a su puerta, doblé la hoja a la mitad y la pegué en la puerta con un trozo de cinta, tan solo veía la hoja y no podía creer que en verdad lo estaba haciendo, estaba renun- ciando de una vez por todas a la Niña Gato, estuve un rato parado frente a su puerta cuando noté que encendieron una luz adentro de la casa y me fui corriendo de ahí devuelta a mi domicilio, no lo soportaba, me quedé encerrado ahí y a las 7:38 de la mañana sonó mi teléfono, no quería responder pues ya tenía sospechas de quien podría ser y grabó un mensaje en el contestador automático que decía “Acompáñame al centro del pueblo” cosa que no hice, en verdad estaba dispuesto a olvidarla y a ella le gustaba hacerme sufrir, le gustaba que mi alma no descansara en paz, por lo visto, le gustaba mucho, tanto que a las 11:43 volvió a llamar, todavía insistiendo en que contestara sus llamadas y dejando mensajes en el contestador automático, cuando dejó de llamar salí a la plaza del pueblo y ahí me senté por un rato, viendo a todos pasar y des- pués de una hora vi pasar a quien realmente supuse que pasaría, pasó la Niña Pícara con su grupo de amigos en la parte de atrás de una camioneta Ford F-100 de 1961 todos gritando y gozando del viaje que seguramente, como me dijo la Niña Pícara, iban al cine a ver A Hard’s Day’s Night. Me quedé sentado ahí como por una hora más para que luego lloviera, me levanté y me fui a mi casa de nuevo. Al llegar a casa encontré más mensajes grabados de la Niña Gato, suplicándome que por favor le respondiera y atormentado en aquella dicha en la que no sabía porque me tenía

que sumergir en el dolor, tomé el cuaderno de cuero y escribí: “19 de julio de 1964: Ya no sé qué hacer” El 20 de julio, temprano en la mañana recordé el propósito por el que estaba actualmente en Rillujot así que salí del domicilio para ir al cimiento a reunirme con Rod Tweed para planear la captura de Arthur Rilke, al salir de casa noté que había una carta en el buzón y la leí. «Howard, leí tu mensaje y no me parece que esto tenga que terminar así, por favor, te pido que nos encontremos para hablar al respecto. Con amor: Grace» No me parecía, me llenaba de ira que aún no se diera cuenta, sentía rencor al pensar que sabía que ella era la que me hacía da- ño, me llevaba al infinito sufrimiento, al inevitable desconsuelo y tuve que responderle el mensaje. «¡Maldición! ¿Qué es lo que quieres hablar al respecto? ¿Qué no lo ves? ¡ERES TÚ! Tú eres la persona por la que sufro, la que me hace llorar cada noche, la persona que me ha llevado al borde del suicidio varias veces. ¡Te amo! No creo que haya algo más claro que eso y de verdad no se todavía acerca de que quieres hablar, solo déjame en paz, quiero olvidarme de ti y dejar de lado que algún día te vi, que algún día te conocí, que algún día me enamoré de ti.» Coloqué el mensaje dentro de un sobre y se lo envié, luego me fui al cimiento para encontrarme con Rod, le había mentido sobre mi llegada diciéndole que había llegado el día anterior a ese y salimos junto con otros de nuestros hombres armados a la cons- trucción que supuestamente estaba financiando Arthur Rilke. Ese día había unos pocos constructores que tomamos de prisioneros dentro de la estructura, yo personalmente empecé a interrogar a cada uno: ¿Quién financiaba la construcción? ¿Quién era el pro- pietario? ¿Quién les pagaba? ¿Por qué lo hacían? ¿El propietario

había estado supervisando la construcción? ¿Cuánto les pagaban? ¿Qué sería lo que estaban construyendo cuando lo finalizaran? ¿Dónde estaba Arthur Rilke? Varios no supieron responder a mis preguntas y otros tartamudeaban del miedo, lo cierto es que los maté de un tiro, a uno por uno y ordené arrojar los cadáveres al fondo de la construcción. Nos fuimos del lugar y los hombres me notaban algo iracundo, irascible y violento, sentían que si no con- fiaba en ellos también los hubiese matado en el lugar. Uno de los trabajadores dijo que constantemente Arthur Rilke venía a ver el progreso de la obra, pero no sabían si estaba hospedado en el pueblo o venía desde otra parte. Ordené que revisaran en cada hotel, en cada posada, en cada habitación alquilada del pueblo ya que Arthur Rilke no tenía indicios familiares ahí. Al mismo tiempo quise tender una trampa en la construcción, esperar al estafa- dor con algunos hombres dentro y acorralarlo en el lugar, pero sin matarlo. Lo quería vivo. Después de todo el día buscando y aun no habiendo revisado el pueblo por completo, ya era tarde y decidimos parar la búsque- la para que, al otro día, martes, siguiéramos. Agradecí a mis hombres y a Rod por ayudarme, les informé antes de irme a mi casa que seguiríamos la búsqueda al día siguiente. Al llegar a mi hogar, tenía un mensaje en el buzón que al en- trar leí. «Todo lo que quería hacer era ayudarte, evitar que esto pase, que siguiéramos siendo como éramos antes, como éramos cuando nos conocimos, pero si es tu decisión, yo la entiendo. Haz lo que creas correcto» La carta la guardé y esa noche, con el dolor más insondable y tenaz me fui a la cama porque en realidad, no sabía qué carajo hacer con ella. Desde ese entonces, del 21 al 24 de julio estuve buscando a Arthur Rilke por todo el pueblo, pero no obtuve rastros de él. En

la noche del 24 de julio pensé en empezar a buscar en las afueras del pueblo, en las ciudades cercanas a ver si encontraba al des- preciable individuo. Al mismo tiempo tenía encima ese tormento que no había sufrido por ninguna otra y solo el cuaderno con cu- bierta de cuero era mi único compañero, escribí en él: “24 de ju- lio de 1964: Ya no las quiero volver a ver más” La mañana del sábado, 25 de julio, reuní a mi equipo para em- pezar a buscar más allá de las fronteras del pueblo, nos dividimos en dos grupos, el grupo B empezaría a buscar al sur del pueblo, en Meriva y el grupo A, o sea, el mío, buscaría al norte, en Laar. Esa búsqueda la empezaríamos el 2 de agosto, pero antes, el 1 de agosto revisaríamos las zonas campesinas en las montañas para así dar por completa la búsqueda en Rillujot. Ese día desde el mediodía en adelante, estuve en el cimiento con Rod, de pronto dijo que ya se sentía estresado con respecto a la búsqueda, que teníamos que darnos un tiempo libre, entonces me había invitado a la fiesta de cumpleaños de una de sus ahijadas, una muchacha que cumplía quince años el día siguiente: “Deberías venir ¿Quién sabe? De repente te guste y se casen” dijo el muy descarado, pero sin embargo acepté la invitación. Al día siguiente, en la noche, me vestí elegante y él pasó por mí en su Toyota y luego pasamos por su novia, Carol y nos fui- mos a la fiesta, una fiesta muy elegante y había solo whisky para beber, fue excelente, el lugar estaba lleno de invitados y yo em- pecé a beber al llegar. Ya iban siendo casi las 9:00 de la noche, la fiesta apenas empezaba, Rod bailaba con Carol y yo estaba solo sentado en la mesa, al estar solo sentía melancolía, pensé una vez más lo que la Niña Gato escribió para mí en aquel mensaje, no pude contenerme, no pude resistirme, salí de la fiesta para buscar un teléfono público en la calle y al encontrarlo llamé a la Niña Gato un poco tembloroso.

Colgué el teléfono y regresé a la fiesta, seguía bebiendo whisky y acompañando a Rod, la quinceañera estaba muy bonita y podría decir que deslumbraba el salón con su belleza, alta y de ojos claros, sabía muy bien como bailar la música instrumental y todos disfrutaban de su noche, solo un día, el más importante de su vida y era solo para ella, nunca me levanté a hablarle, nunca la invité a bailar, ella se veía muy gentil y a todos decía que sí, solo que yo no me atrevía pero sin embargo le tomé una fotografía haciéndome pasar por uno de sus fotógrafos con mi cámara Ze- nith. A las 3:00 de la madrugada terminó la fiesta y regresé con Rod y Carol, estuvo bien, mejor de lo que esperaba y regresé ebrio de whisky hasta mas no poder. Al llegar la mañana del martes, 28 de julio, me levanté con una dificultad para respirar, por lo que respiraba en algunas oca-

siones con la boca abierta. Al alistarme, fui al supermercado que quedaba de camino a comprar una caja de galletas, compré las más caras que habían, bañadas en chocolate y luego me fui al parque a esperarla, el parque quedaba en una calle empinada, a trescientos cincuenta metros de mí domicilio, me empezaba a sentir cansado y mi dificultad para respirar aumentó, por lo que, al llegar arriba, ya respiraba con mucha más dificultad que antes, respiraba fuerte y hondo y casi que inhalaba y exhalaba al mismo tiempo. Esperé a que la Niña Gato llegara y ahí estaba ella, lle- gando tarde como siempre y se sentó junto a mí, muy apartada de mí.

que hay alguna esperanza, alguna esperanza de recuperarte, solo mírate, eres una persona normal, recuerdo cuando tú, igual que yo, aborrecías a la gente normal y nos burlábamos de ellos, cuan- do decías que con una loca como tú nunca me aburriría a diferen- cia de una chica normal… RACION! ¡Solo escúchame! Yo te amo, te amo Niña Gato, tú me gustas En ese instante no me pude contener más y se me salió una lá- grima, comencé a llorar, me arrimé un poco a su lado y ella al mismo tiempo retrocedió.

Ella se quedó callada, supuse que no sabía que decir y le preo- cupaba aún más mi dificultad para respirar. Ella no sabía que decir, yo me arrimaba aún más para estar junto a ella y se apartaba de mí enseguida, como si me tuviera miedo o tuviera una enfermedad contagiosa. Ella se levantó y no se despidió, solo se dio la vuelta y se fue, yo quedé solo, sentado en esa banca en el parque que, mi dificul- tad para respirar me impedía levantarme y cuando lo logré, no sentía mis piernas, enseguida caí en el suelo y sentía que me esta- ba ahogando, traté de pedir ayuda, pero no podía emitir ningún ruido y el parque estaba desolado hasta que finalmente, me des- mayé… Desperté en la tarde, solo veía una radiante luz y sentía frío, sentía que estaba acostado en una rígida mesa, una mesa tiesa y congelada, trataba de moverme pero solo sentía las frías tuberías de aluminio en la que estaba hasta que desperté completamente y me di cuenta de que estaba en un hospital del pueblo, no sabía que hacía ahí ni quien me llevó, pregunté a los médicos y dijeron que no dejaron identificación alguna, la razón por la que tenía esa dificultad para respirar era Disnea y el médico me dijo que se

pudo originar por interacciones sociales, fisiológicas, psicológi- cas o ambientales. Me colocó una máscara de oxígeno y me rece- tó algunos medicamentos. Alrededor de las 4:00 de la tarde pude salir del hospital y regresar a casa, quise relajarme con una bebi- da achocolatada caliente y unas tiras cómicas para leer, ya cuando cayó la noche quise llamar a la Niña Gato. No podía creer que lo había hecho, seguía diciendo que estaba ocupada para evitarme, a pesar de que le dije que casi me muero, que estuve en el hospital, al parecer a ella no le importaba, a pe- sar de que dijera lo contrario. Más tarde en mi cuaderno de cuero

escribí: “28 de julio de 1964: En el día pienso en ellas y en la noche sueño con ellas, salgan de mi cabeza” Aún sin rastros de Rilke en el pueblo solo faltaba un día para empezarlo a buscar en el campo y al día siguiente empezar a bus- carlo en Laar y Meriva. Yo aún me sentía acabado y agónico, tanto que entonces le quise hacer una llamada a la Niña Gato para volverla a ver, para ver si de alguna u otra forma, con verla sanaba mi dolor, ella nunca contestó por lo que me vi obligado a escribirle una carta. «Hola, buenas noches ¿Sabes? Muy pronto me iré de Rillujot y quería saber qué posibilidad hay de que me pueda despedir de ti el día de mañana, estaba intentando llamarte, pero no contestas. Espero tu pronta respuesta. Con amor, Howard» Envié esa carta la tarde del 30 de julio y al día siguiente en la mañana ella llamó. ¿Si?

Me alisté para salir con ella y como era mi costumbre, salí a esperarla una hora antes, también tenía que buscar que le iba a regalar, caminé cuesta abajo hacia la plaza y pasé por una floris- tería, pensé que ahora como a ella le gustaba que le dieran flores gracias a su “excéntrico enamorado” supuse que era buena idea, entré y pedí sus flores favoritas, rosas rojas, y me decoraron un ramo gigantesco que apenas podía sostener con una mano y dije que eso le tenía que ganar a esa flor marchita que le dio su novio un día, me senté en la plaza a esperarla y en cuestión de dos horas ella apareció, tarde como siempre, la abracé y le entregué las flo- res que al parecer no le habían gustado mucho que digamos y no comprendía por qué. Cuando salíamos, yo era técnicamente más su “guardaespal- das” que un sujeto que estaba saliendo con ella, siempre me decía que la acompañara al centro comercial, o a la tienda de ropa o a la tienda de libros o a cualquier otro lugar que se le antojara y yo iba detrás de ella, esa vez me pidió que la acompañara al negocio de su padrastro, un pequeño local en el centro del pueblo donde vendía desayunos y almuerzos, mientras nos dirigíamos al lugar yo quería abrir una conversación.

Eso me hirió demasiado, en vez de sanar mi dolor solo lo mul- tiplicaba. Ella no era así ¿A dónde se fue la pequeña Niña Gato a la que no le importaba lo que dijeran de ella? A la que no le im- portaba nada si hablaban de ella o no. La quería de regreso. Cuando llegamos al establecimiento, ella saludó a su padrastro con un abrazo y luego ella me presentó ante él. No tenía idea de por qué hablaba así, ni siquiera lo conocía, pero asumí que él sí sabía quién era yo, solo las personas mayores que conocían la historia del apellido Tucson sabían de mí, la ge- neración joven no tenía idea y eso me había ayudado mucho a estar encubierto. El sujeto me estaba empezando a caer bien.

Miré en ese instante a la Niña Gato con una sonrisa y levan- tando una ceja. Enseguida él soltó una carcajada, yo también me reí, no pude evitarlo, ella me tomó de la mano y me arrastró fuera del local. Al salir le pregunté donde quería comer y ella me dijo que donde yo quisiera, le nombré varios restaurantes y ninguno le pareció y le volví a formular la pregunta, a lo que ella respondió con la misma respuesta. Decidí comer en un restaurante al alzar, un restaurante de comida china, yo pedí chop-suey con Coca-Cola y ella no qui- so pedir nada, decía que no quería comer, le pedí que esperara ahí y salí al pueblo a comprar yogurt, al regresar, ya tenía la comida servida y a ella le había traído un yogurt el cual se lo comió todo. Volvimos a la plaza y nos sentamos en una de las bancas, ella me hablaba de un nuevo libro que estaba leyendo, si, uno de esos libros malos y tan gays que ella lee, se llamaba I Am David. No me interesaba en lo absoluto, pero ella insistió en recomendárme- lo y leérmelo. Ella comenzó a leer pero no la escuchaba, tan solo veía sus sensuales labios moverse, los labios que quería besar en el instante, noté luego como la empezaron a rodear algunos insec- tos, entre ellos, una abeja, una oruga que se arrastraba por la ban- ca, varias mariposas encima de ella, una mariquita y un saltamon- tes verde también en la banca, se veía tan natural, tan rodeada de vida que parecía la mismísima madre naturaleza en persona, pensaba que si algún legendario artista como Salvador Dalí, Leonar- do Da Vinci o Diego Velázquez la hubiese visto, habrían creado una maravillosa pintura. Por supuesto no le dije nada ya que, si le decía que estaba rodeada de insectos, se alarmaría. Terminó de leerme y empezó a interrogarme sobre mi expectativa acerca del

libro a lo que respondí, por puro interés que era un libro intere- sante. Tiempo después me comentó que se sentía opacada por sus amigas ¿De qué manera? Decía que su busto era muy pequeño, ella sostuvo sus senos por debajo y los empezó a levantar y pre- guntó “¿No crees que son muy pequeñas?” a lo cual no supe res- ponder, me excitaba tan solo la manera en la que las sostenía y le dije que eran magníficas, que tenían el tamaño adecuado porque simplemente ella era completamente perfecta, al decírselo, miró al suelo y en tono de lamento dijo “Me gustaría que fueran un poco más grandes, así me sentiría completamente perfecta” Más tarde me arrastró hacia todas las tiendas de ropa que ha- bía en el pueblo de las cuales salía chistando de cada una. Quería comprar una camiseta blanca para ir al colegio, pero en cada lu- gar que entrabamos era más cara que el anterior, yo no la veía tan cara pero después recordé lo que dijo su padrastro: “Todas las cosas bonitas que tienes apuesto a que también te las dio él por- que tú eres muy tacaña para comprarlas” y a la final regresamos, ella no compró en ninguna parte y me dijo que le diría a su papá que la comprara. Luego pregunté por su papá y ella, a medida que me hablaba de él me daba cuenta de que era un buen hombre, con una muy fuerte inclinación hacia la música clásica de Mozart, Vivaldi, Beethoven, Bach, entre otros. Me interesaba mucho su padre y no entendía como su mamá se pudo divorciar de él siendo tan feno- menal, después recordé que sus padres nunca decidieron casarse por el hecho de que la Niña Gato era un error. La tarde había caído y la noche se apoderaba de ella, yo me aseguraba de que la Niña Gato llegara a la parada de autobús, incluso me ofrecía a acompañarla a su casa, pero no, ella no me lo permitía, ella no quería que yo apareciera por allá a causa de sus calumniadoras y viejas vecinas así que solo podía despedirme

de ella en la parada de autobús y solo veía como ella se alejaba de mí. A las 5:00 de la tarde, Rod ya me estaba esperando para em- pezar a subir a las montañas, subiríamos a la de él, donde tenía su finca y nos quedaríamos a dormir ahí hasta la mañana siguiente para empezar la búsqueda. Obligatoriamente teníamos que pasar frente a la casa de la Niña Gato para irnos y al pasar a las 5:49 de la tarde, la vi en la puerta principal de su casa con tres idiotas y ella utilizando una camiseta con un número dieciséis en su espal- da. Vi la oportunidad de bajarme ahí mientras estaba distraída y escabullirme por detrás para instalar un radio transmisor en la ventana de su habitación para oír todo lo que ella hablara. Desde la montaña se veía todo el pueblo, miles de luces que estaban encendidas a lo lejos y tan solo trataba de hallar la única luz que me importaba, al llegar a la finca empecé a oír por el ra- dio, al principio no había nada pero después empecé a escucharla a ella que al parecer discutía con su mamá sobre los tres idiotas con los que ella estaba hablando en la puerta de su casa y ella respondió que “estaba con sus amiguitos”, luego la escuché como si estuviera hablando por teléfono, escuché la felicitación para una amiga que estaba de cumpleaños, también escuchaba música de Ritchie Valens y luego escuché lo que más me interesó: “Por lo menos Howard piensa que soy perfecta” Por la madrugada, Rod atendió sus cosechas y a sus animales para después continuar con la búsqueda ahí, pero sin rastros de nada, al bajar de la montaña nos encontramos con los otros hom- bres que buscaban en otras montañas, pero sin rastros de él. No nos quedó más remedio que buscar fuera del pueblo. La noche de ese día empecé a delirar y solo escribía en el cua- derno de cuero cosas sin sentido: “1 de agosto de 1964: Aún te amo, algún día me casaré con mi Sofía Loren, no necesito a la Niña Gato, puedo casarme con la chica de mis sueños y suspirar

tonta y amorosamente. Algún día nos casaremos y de luna de miel nos vamos a un concierto de The Beatles y tendremos una pequeña niña llamada Linda Lucía y seremos felices en Liverpool mientras la Niña Gato me ignora porque solo piensa en su “prín- cipe”. De verdad, que estúpido, que ridículo llamarlo así. Yo le he escrito canciones, poemas, le he comprado discos y otros obje- tos costosos y ese mocoso llega con una pulserita barata y una flor marchita y ella se vuelve loca por ese miserable… pero bueno ¿Ya qué? Cuando ese mocoso la deje, va a venir a mí llo- rando otra vez y aquí la esperaré y la perdonaré y bueno… mientras, voy a seguir acosando a mi querida Sofía Loren. Algún día le daré unos tremendos besotes de lengua a la Niña Gato, algún día. Y a Sofía Loren también la voy a besuquear de lengua. Amo- res míos tengo hambre, Nina Gato; hazme unas galletas, Sofía; hazme un sándwich, Barbra; acompañarme a El Sco. Ya está bueno, de verdad si tengo hambre y mis tres amores no me van a alimentar, una prefiere estar con un mocoso y las otras dos no sé dónde están” El 2 de agosto tomé mi maleta y me fui a Laar con mi grupo mientras el otro equipo buscaba en Meriva, habíamos salido en los carros del negocio y Rod se había quedado en Rillujot. La búsqueda la había organizado por sector y en un día completo revisábamos un sector hasta que el 4 de agosto me informaron que encontraron una factura con el nombre de Arthur Rilke en una estación de servicio en Meriva, le habían facturado una noche en un hotel cercano. Sin pensarlo tomamos rumbo de regreso a Meriva el 5 de agosto para cubrirla mucho más rápido con todo el equipo trabajando ahí y cuando llegamos teníamos que cruzar un río cuyo puente estaba derrumbado, eran las 5:00 de la tarde y nos hospedamos en el hotel más cercano para luego en la mañana desviarnos hasta el otro puente.

El 6 de agosto pudimos cruzar el río y nos encontramos con los demás hombres para iniciar la búsqueda, sentía que ya casi le pisaba los talones, habíamos llegado a un pueblo cercano a donde se encontró la factura y almorzamos lasaña en un restaurante de ahí, propiedad de un viejo italiano, luego seguimos buscando pero nos tocó hospedarnos en una posada de ese pueblito, era un pueblo pequeño y agradable, rustico y hogareño, podría decir que mucho más acogedor que mi amado pueblo Rillujot, era tranquilo y de pequeña población donde sus habitantes eran agradables y respetuosos, su clima era frío y fresco, Era un buen pueblo para vivir, me encantaba y era la primera vez que lo visitaba. Al caer la noche del 7 de agosto pensaba en la Niña Gato, la extrañaba y la llamé desde el teléfono de la posada

Meriva se caracterizaba por tener muchos ríos y un clima frío y lluvioso. Seguíamos buscando por los distintos pueblos de Me- riva, pero aún sin rastros ni pistas de él. Ese gusano de tierra ras- trero sabía que lo seguía. La noche del 8 de agosto, al terminar de buscarlo en otro pue- blo, pagamos una noche en otro hotel, yo me acosté y encendí la radio y estaba escuchando Stay Awhile la cual me hizo recordar a la Niña Gato y me levanté para llamarla de nuevo.

Ella solo colgó y cada vez que colgaba así, me hería más y más, no lo podía soportar. El 12 de agosto terminamos de buscar en Meriva y ya me había dado por vencido, no estaba, se me ha- bía escapado, regresé con mi equipo a Rillujot al día siguiente y al llegar a casa revisé mi buzón y estaba la carta que me había enviado la Niña Gato hace días atrás, con el collage de Bullwin- kle y las fotografías que se tomó con Odisea, al entrar a casa la llamé por teléfono.

Ya era de noche, no sabía qué hora era, me acosté para levan- tarme temprano al otro día y salí a comprar el libro que me reco- mendó y música de Raphael. Primero entré a la librería y compré el libro, que por cierto, estaba por todas partes, al parecer un libro muy popular y luego entré a la tienda de discos, ahí compré el EP Tu Conciencia de Raphael, era lo único que había de él y otros discos que compré para mí de mi preferencia que fueron el álbum y el sencillo A Hard Day’s Night y un EP titulado Long Tall Sally que eran de The Beatles, también compré otros discos de otros artistas que fueron el álbum debut de The Rolling Stones y The Third Album de Barbra Streisand y regresé a casa. Al llegar, antes que todo quise escuchar los discos y empecé por el A Hard Day’s Night, al empezar primero se oyó un acorde prolongado y luego comenzaron los demás instrumentos lidera- dos por la voz de Lennon, lo que más me gustó de esa canción fue el solo de guitarra. Lo dejé reproducir hasta que lo cambié a la cara B. Quizá era el mejor álbum que había escuchado para ese entonces, me gustaron canciones como I Should Have Known Better, haciéndose presente la característica armónica en toda la canción; And I Love Her, esa balada de inconfundibles guitarras clásicas y bongos y If I Fell, que al escucharla enseguida me re- cordó a la Niña Gato pero la canción que más me gustó fue Things We Said Today y todas las canciones del álbum fueron compuestas por Lennon y McCartney únicamente, incluso la úni-

ca canción que había en la voz de George Harrison. Ese álbum también contenía los dos temas que tenía los sencillos A Hard Day’s Night y Can’t Buy Me Love. Luego coloqué el Long Tall Sally, contenía cuatro canciones, dos de cada lado y la única can- ción escrita por Lennon y McCartney era I Call Your Name que fue la que más me gustó y las otras tres eran canciones de otros músicos, que eran muy buenas versiones. Del álbum de The Ro- lling Stones me gustó más que todas Route 66 y del de Barbra, As Time Goes By. Luego empecé a leer el libro hasta que se hizo de noche y no pude ver más y en ese instante me llamó la Niña Gato. Ella colgó inmediatamente y yo subí con mi alma atormentada a mi habitación, me senté en mi escritorio, encendí una vela y escribí en el cuaderno de cuero: “13 de agosto de 1964: Aún te amo, aún te amo mi dulce y pequeña chica gato” También escribí un poema que pensaba dárselo con su regalo de navidad.

«¿Sabes tú? Si, tú… tú que estás leyendo esto, te amo mu- cho… cuando antes sentías emoción cuando escuchabas mi voz, ya no más, esos días se acabaron, cuando tenías cosas que hacer, las dejabas y te satisfacía dialogar conmigo, cuando esos peque- ños conflictos te consumían, ahí estaba yo, pero te llenarás de

dudas con aquella sorpresa que llegará a tu puerta y con ella, una carta que conservarás, lo sé, y no te cansarás de leerla porque lo que dirá aquella carta te llenará de sentimientos y no sabrás que hacer, te sentirás confundida y conmigo querrás hablar y yo no entenderé sobre que querrás dialogar. Estarás en la soledad otra vez y yo te ofreceré mi compañía, y la aceptarás, desempolvaremos un viejo vinilo que nos hará feliz, y seré feliz, porque estaré en mi Rincón, y murmuraré viejas frases, frases que tienen más de cincuenta años, en tus oídos, y aquel Rincón, ese Rincón ja- más lo olvidaré, jamás lo abandonaré y finalmente, quizá, al fin, haya encontrado la felicidad.» Antes de acostarme, me había llamado un amigo, Ronald Boy- le, un viejo amigo que también estaba metido en el negocio fami- liar en Estados Unidos, me dijo que tenía mucho tiempo sin ver- me y quería pasar un tiempo conmigo, como la pasábamos antes, pero esta vez, con tragos y putas pero que con la mala suerte de que consiguió mi número un poco tarde porque al día siguiente regresaría a América, hablé con él y le dije que si no se podía quedar más tiempo me iría con él, la verdad me alegré de que llamara y no quería dejar pasar la oportunidad de verlo. Su vuelo salía el 15 de agosto a las 9:00 de la mañana y le dije que com- praría un boleto para irme con él. El 14 de agosto a las 9:09 de la mañana, la Niña Gato llamó. ¿Okay? Ella colgó y cuando el reloj marcó las 9:30 yo ya estaba senta- do en la plaza esperándola, tenía que verme con ella rápidamente

para luego salir a Mecebo y comprar mi boleto de avión, ella ha- bía llegado media hora después, como siempre, tan bonita y sen- sual, con una camiseta negra, una falda y sus muñecas llenas de pulseras, al verla le pregunté lo que quería hacer, si quería comer algo a lo que ella respondió que no pero el testarudo, imbécil y adulador Howard no aceptaba esas respuestas y entró a la panade- ría para comprar croissants de chocolate y Coca-Cola, para la Niña Gato compré leche y nos sentamos de nuevo en la plaza para comer. Siempre la miraba a ella cuando comía, me gustaba verla comer y aquella vez, verla comerse un croissant de chocola- te era más divertido porque trataba de no abrir mucho la boca para no parecer hambrienta y tragona pero tenía toda la cara manchada de chocolate y ella no lo notaba, yo tan solo me sonreía y ella preguntaba por qué y le respondía que no era nada, ella to- maba su leche despacio y cuando terminamos de comer, ella aún tenía chocolate en la cara, lo cual no se lo dije porque me parecía que aquella niña se veía adorable con su carita manchada y con aroma a chocolate. Seguíamos sentados y ella me hablaba de su vida, más que to- do de su familia, me contó que se había peleado con su amiga Penélope y estuvo esa mañana en su casa devolviéndole sus co- sas, le preocupaba su relación con ella, después de tanto tiempo siendo amigas ahora no lo eran más y ella no sabía si darle otra oportunidad o enterrar esa vieja amistad, le aconsejé que si la persona no quería colaborar era mejor acabar con esa amistad. Me contó que días atrás aprendió un nuevo juego que sus primos le habían enseñado, solo necesitaban cinta de enmascarar y un marcador, el juego consistía en escribir sobre un trozo de cinta el nombre de un personaje famoso, ya sean líderes, gobernantes, escritores, artistas, científicos, pensadores, músicos, actores… cualquier personaje, luego pegar el trozo de cinta en la frente de alguien y el que tiene el trozo de cinta tiene que adivinar, pregun-

tando a los demás, características de ese personaje hasta adivinar quién es y debe hacerlo en menos de un minuto. Ella quería que jugáramos el juego, pero no teníamos la cinta ni el marcador así que tuve que comprarlo en una papelería para poder jugar. Luego el cajero tomó una servilleta y dijo: “Toma, dásela a ella para que limpie el chocolate de su cara”, al decir eso, la Niña Gato me miró y blanqueó los ojos, no sabía si era de furia o de vergüenza. co Tomé la servilleta y ella la arrebató de mi mano y empezó a limpiar su cara, le dije que era mejor si se la limpiaba yo, ya que yo si podía ver su rostro y ver si le quedaban rastros de chocolate más ella no aceptó, trató de evitarlo, pero a la final la convencí. No quería que se la limpiara por temor a que yo le dejara rastros de chocolate. Luego regresamos a la plaza con los materiales. Ella me miró fijo y se acercó a mí como si me fuera a besar. Después de esa respuesta me sentí cómodo y feliz, pensé que la estaba recuperando y empezamos a jugar, empezamos con ce- lebres personajes como Jesucristo, Abraham Lincoln, Mussolini, Hitler, el “Che” Guevara, Gandhi, John Kennedy, Albert Eins- tein, Elvis Presley, Gabriel García Márquez, Homero, Julio Ver- ne, Marilyn Monroe, Salvador Dalí, Sofía Loren y personajes ficticios como Sherlock Holmes, Oliver Twist, Don Quijote y Sancho Panza, Hamlet, Fausto, Bugs Bunny, Mickey Mouse, Rocky y Bullwinkle, Holden Caulfield, Cthulhu, Pinocho, Su- perman, Snoopy, Astérix, Félix el gato, etc. Con cada personaje que me tocaba adivinar decía primero The Hollies y fueron con

todos hasta que ella lo decidió colocar en mi cabeza para que adivinara y no lo dijera más. Pasamos toda la mañana jugando y me sentía feliz, me sentía como nunca, hasta las 12:00 del mediodía cuando el último per- sonaje me tocó a mi adivinarlo y ella pegó la cinta en mi cabeza, se me venció el tiempo y no pensé que podría ser el nombre del inmortal Charlie Chaplin el que anotó en el trozo de cinta. Me gustó tanto el detalle que no tiré la cinta donde estaba su nombre, sino que ella misma lo pegó en mi camiseta. Sentía como si una vez más, la llama que había entre nosotros se volvía a encender, ella sonreía y no hallaba palabras para expresar lo feliz que era en ese instante. Cuando terminamos de jugar me levanté para hablar en un te- léfono público y llamar a mi amigo Ronald Boyle y avisarle que saldría de Rillujot esa tarde para irme con el mañana a Washing- ton, pero me dijo que se había cancelado el vuelo y compró bole- tos para el 25 de agosto para así pasar unos días conmigo, me parecía excelente porque podría estar todo ese día con la Niña Gato y luego irme con él el 25 de agosto, sin embargo, le dije que lo esperaría el 16 de agosto en Noflac. Me centré de nuevo en la Niña Gato, ya era de mediodía y yo tenía hambre así que le propuse que comiéramos algo, pero ella una vez más decía que no quería nada. Recordé que en Rillujot había un restaurante de postres y le tomé de la mano, cosa que no quería, por lo tanto, trataba de soltarse, pero pude arrastrarla hasta el lugar. Ella quería venir solo que le incomodaba que la tomara de la mano. Al entrar, vimos el menú, habían tazas de doce onzas, de trein- ta y dos onzas y de cuarenta y cuatro onzas donde servían yogurt con frutas

Ella no dijo nada, se quedó callada solo mirándome. Era una muchacha la que preparaba el yogurt con frutas y pedí dos tazas de cuarenta y cuatro onzas, la mía con trozos de piña, manzana y melón con yogurt por encima y chocolate con galletas, el de ella lo pedí con fresas, banano y pera, con yogurt encima, uvas y crema de leche y lo llevé hasta nuestra mesa, ella no chis- tó, enseguida empezó a comer. Los yogurts de frutas que prepa- raban en ese lugar eran deliciosos y más para ella que le gustaba comer esas cosas. Apenas vi que ya estaba terminando pregunté si quería más a lo que respondió que no, pero pedí otra taza de cuarenta y cuatro onzas para que ella comiera más hasta que ahí si objetó, diciendo que no iba a comerse eso porque ella no podía comer tanto, no sabía si era verdad y me lo tuve que acabar yo. Ya había terminado, pero ella seguía comiendo y aproveché para tomarle una fotografía, lo cual no le gustó que hiciera, pero sin embargo pude tomarle varias. En la tarde me despedí de ella, había sido un día perfecto que no me molestaría que se repitiese, la abracé fuertemente hasta donde me lo permitió y camino a la parada de autobús pasamos frente a la catedral, luego ella rio levemente a lo que yo pregunté de que reía y contestó: “Me acordé de la vez que me dijiste que nos casáramos en la catedral de Rillujot” yo no respondí y ella rio un poco más, no sabía si reía porque le daba nostalgia o por el simple hecho de que se burlaba de mí. Llegamos a la parada, ella tomó el autobús hacia su casa y le pedí que me dejara acompañar- la esa vez, pero ella se negó. Al llegar a casa, despegué la cinta que me había pegado en la camiseta y la pegué encima de la cu- bierta del cuaderno de cuero para recordar aquel agradable día.

El 16 de agosto partí de Rillujot hacia Noflac, era una penínsu- la ubicada al norte donde su mayor atracción turística era el mar. Tenía una casa en el lugar y ahí esperaría a mi amigo Ronald. Cuando llegó, ese mismo día estuvimos en una de las playas to- mando cerveza a orillas del mar y al día siguiente fue lo mismo, solo viendo pasar a las sensuales chicas en traje de baño y algu- nas en monokinis que estaba muy de moda y debo decir que era posiblemente la mejor moda que habían podido crear. El 18 de agosto nos fuimos a un prostíbulo con barra libre donde nos emborrachamos hasta la madrugada, a la mañana del día siguiente estuvimos de nuevo en la playa y cuando cayó la noche nos fuimos a ver una película en un cine cercano, como no dejaban pasar alcohol tuvimos que ingeniárnosla para tomar whisky en la sala de cine. El 20 de agosto ya estábamos aburridos de pisar la playa y de- cidimos ahora bañarnos con agua dulce, nos metimos en la pisci- na de un hotel y compramos whisky de doce años para beberlo en la piscina, fue más fácil conseguir chicas en la piscina que en la playa por lo que estuvimos ahí todo el día. Ya el 23 de agosto regresamos a Mecebo para alistar nuestro viaje a Washington y permití que Ronald se quedara en mi casa. El 24 de agosto apareció de visita la señorita Rita, la cual se ente- ró de nuestro viaje y estuvo deseosa de ir así que tuve que com- prar un boleto extra para que ella nos acompañara. El 25 de agosto llegamos al aeropuerto a esperar el avión que nos llevaría, pero como siempre estaba retrasado, en el aeropuerto compramos una botella de whisky de veinticinco años de añeja- miento y luego entramos a la sala VIP del aeropuerto mostrando nuestra tarjeta de Pase Prioritario y ahí estuvimos esperando el avión, pensaba que esa sala le hubiese gustado mucho a la Niña Gato porque todo lo que uno consumía era gratis tan solo por pagar las tarjetas de crédito al día. Yo comí galletas con Coca-

Cola, toda la Coca-Cola que quisiera beber. Estaba en el cielo. Rita solo comió galletitas integrales y Ronald bebía ron de doce años hasta que el avión estuviera listo para abordar. Cuando abordamos el avión, durante el viaje estuve charlando con Ronald y pregunté qué era lo que hacía en Washington que no podía hacer en ningún otro lado. Solo me imaginaba todos esos dólares que ganaba Ronald, la verdad era mucho dinero. que no tenía sentido pisar suelo cubano solo para eso. Él rio de nuevo con esa risa burlona que lo caracterizaba.

Al llegar a Washington, Ronald nos llevó hasta su domicilio, propiedad del negocio familiar estadounidense, dejamos el equi- paje ahí y luego salimos a conocer a algunos del nego- cio. Cayó la noche y Ronald nos llevó a un bar, donde estuvimos bebiendo hasta tarde, la señorita Rita lo estaba disfrutando mucho y yo también, era una cerveza tras otra y todas las pagaba Ronald pues era su turno. Regresamos tarde al domicilio y muy temprano en la madru- gada nos levantó diciendo: “Levántense, alguien tiene que traer habanos a éstas tierras”. Tomamos las maletas de regreso al aero- puerto para tomar un avión hacia Miami, al cual llegamos en dos horas, al llegar tomamos un taxi a la zona sur, cerca de donde estaban los muelles turísticos, eran las 9:00 de la mañana cuando habíamos llegado y nos embarcamos en el bote rumbo a Matan- zas donde empezaron a cargarlo con habanos. Así lo hizo, luego la señorita Rita y yo tomamos un taxi para llegar a la Habana y ahí nos estaba esperando el cubano, nos re- comendó un hotel para hospedarnos y nos dio su número para cualquier duda acerca de Cuba y sus lugares turísticos, enseguida pregunté si podía conocer a los líderes de la revolución, pero me dijo que no sería posible, era algo muy delicado, sin embargo, conocía a un fotógrafo que estaba muy apegado con la revolución cubana, era la persona más icónica que él conocía. Acepté cono- cer al fotógrafo y me lo permitió, decía que me llamaría al día

siguiente para poder hablar ese día con él. Entramos al hotel a desempacar y notaba a Rita algo disgustada. La besé mientras se sonreía y estuve abrazándola por un tiem- po hasta que sugerí que saliéramos a caminar por las calles de La Habana, entramos a diferentes tiendas turísticas y varios estable- cimientos artesanales que los cubanos tenían armados, yo había comprado un sombrero cubano y Rita bisutería artesanal cubana, luego entramos a almorzar en un restaurante local donde habían músicos con saxofón, guitarra y maracas tocando música cubana, lo primero que pedí fue cerveza, quería probar la cerveza cubana y me dieron Cristal, una cerveza que no me gustó mucho, era demasiado ligera, sin embargo la seguí tomando.

Después de almorzar, seguimos caminando las calles de La Habana hasta llegar al malecón, entramos a muchas tiendas a comprar recuerdos, yo compré una caja de habanos Montecristo y un nuevo Zippo para mi colección. Luego de pasear un poco y ya atardeciendo, iramos el hermoso sol ocultándose detrás del océano atlántico para después regresar al hotel. Me impacientaba mucho la respuesta de Guillermo Roca así que al llegar al hotel hablé con él por teléfono para saber cuál había sido la respuesta del fotógrafo y él dijo que estaba honrado de atenderme, me dijo que lo encontrara al día siguiente en el Capitolio en La Habana, su nombre era Alberto Díaz Gutiérrez. Al día siguiente salí con Rita a encontrarme con Alberto, al verlo me presenté y agradecí que me pudiera atender, le dio la mano a la señorita Rita y a mí y enseguida empecé a hacer pre- guntas acerca de la revolución cubana ¿Cómo había sido? ¿Qué tan difícil fue? ¿Dónde quedó Batista? ¿Podía conocer a los líde- res revolucionarios? El amigable fotógrafo no dijo una palabra, se mantuvo callado y luego me dijo que no tenía respuestas para ninguna de esas preguntas, el simplemente era solo un fotógrafo y no conocía a ningún general, militar o comandante que tuviera que ver en la revolución, el solo fotografiaba lo que pasaba aun- que itió que varias veces había fotografiado a los líderes revolucionarios pero de lejos, él no conocía a nadie pero sin em- bargo dijo que me pondría en o con un abogado que estaba mucho más metido en ese asunto que él, se llamaba Ricardo Ro- jo. Desde un teléfono público se ó con el abogado que se encontraba en Cuba y dijo que tenía suerte porque no solía estar en la isla ya que era argentino. Ricardo aceptó verme al día si- guiente, 28 de agosto en el mismo lugar, por la tarde. Luego de nuestro encuentro con el fotógrafo, la señorita Rita decía que se sentía cansada, que quería regresar al hotel a descan-

sar un poco. Le sugerí que podíamos pasear de nuevo por la ciu- dad como lo hicimos el día anterior y luego visitar algún balnea- rio, pero ella se negó. La acompañé al hotel y enseguida se tiró en la cama y empezó a dormir, yo no quería quedarme en el hotel así que salí a caminar un poco y llegué a una plaza que estaba cerca del capitolio, una plaza con esculturas de líderes patriotas latinoamericanos como Bolívar y Sucre, estuve un rato sentado ahí tomando un raspado de hielo con sabor a limón que vendían al- gunos cubanos en puestos móviles. Tiempo después pasaron dos muchachas, una muy delgada, de piel negra, cabello negro y alta y otra de con una contextura más rellena, de piel muy blanca y un poco más bajita que la otra de ojos claros y cabello rubio, caminaban con unas bolsas y decían que iban a tomarse algunas cer- vezas para refrescarse en un lugar llamado La Bodeguita del Me- dio. La verdad que hacía algo de calor y la cerveza caería bien, me levanté y traté de no temblar, me dirigí a ellas y pregunté donde quedaba esa bodeguita del medio, ellas me dijeron que iban para allá y yo podía seguirles y lo hice, ellas iban hablando, casi no se les entendía nada por lo rápido que hablaban y su acento cubano, la rubia empezó a romper el hielo. Ella rio un poco y luego hablaba con su amiga en español, lo que ella quizá no sabía es que también dominaba esa lengua. Ha- bíamos llegado al lugar, se veía que era un lugar viejo, pero no, solo lo hacían lucir así. Tomé asiento y ellas se sentaron también,

una a mi izquierda y la otra a la derecha. El barman se dirigió a mí. Enseguida él empezó a preparar un trago con agua gasificada, hierba buena, la cual machucó con un mortero dentro del vaso, agregó azúcar, medio limón, hielo y le agregó ron, me sirvió el vaso y pude ver la botella de ron, decía Havana Club, 3 años. Tomé del vaso, pero para ser sincero el trago no me gustó, me lo terminé y las dos chicas pidieron cerveza. Yo también pedí cerveza y el sujeto preguntó: “¿Cristal o Bucanero?” como la Cristal ya la había probado pedí la otra y al probarla, la sentí mu- cho mejor y más sabrosa que la Cristal, esa sí era una cerveza, las chicas habían pedido Cristal, me habían dicho que era porque esa Bucanero era muy fuerte para ellas. También me dijeron que eran cubanas de nacimiento, Débora tenía veinte años y estudiaba ad- ministración y Cecilia dieciocho y estudiaba ingeniería. Tiempo después de haber tomado algunas cervezas, Débora empezaba a actuar extraño, como si intentara seducirme, la otra le preguntó qué estaba haciendo y ella contestó:

posible, ahora mismo” y mi pulso aumentó severamente al escu- char eso. Cuando Cecilia volvió del baño, Débora dijo que se sentía un poco cansada de cargar las bolsas que llevaban a todos lados y que quería dejarlas en casa, fue excusa suficiente para irnos y ayudarles a cargar las bolsas hasta su hogar, Débora enseguida mandó a Cecilia a preparar algo de comer mientras “estaría con- migo” en su habitación. Al entrar a la habitación me empujó para que cayera sobre la cama y luego ella se avecinó sobre mí, empezó a besarme tan excitada y apasionadamente. Ella me notó un poco incómodo y preguntó qué era lo que me pasaba ¿Por qué no la besaba con la misma pasión? Al final preguntó si tenía una novia, le respondí que no y volvió a preguntar entonces cual era la razón de por qué me sentía así. Me sentía así porque cuando besaba a Débora, pen- saba en la Niña Gato y se lo dije, le conté toda la historia acerca de la Niña Gato, le conté todo, pero sin detalles y ella me dijo que no debía sufrir por ella ni mucho menos si nunca tuve una rela- ción con la Niña Gato y que entendía si quería o no hacerlo con ella. Lo pensé por unos minutos y luego automáticamente dije “acción” y empezamos a besarnos tan apasionadamente como ella lo hacía y después vino la penetración y aquella ola de exci- tación que le provoqué que al mismo tiempo decía ella: “Más fuerte, más rápido, destrózame, ¡Destrózame!” Su mano derecha me jalaba del cabello y la izquierda me agarraba del brazo y cambiamos de posición, me quiso dominar al estilo de cowgirl y luego al estilo de perrito. Durante esa posición ella se dio la vuel- ta.

Por un momento dudó, pero después lo hizo, creo que lo hizo porque quería asegurarse de que en verdad lo estaba disfrutando y no pensando en alguien más. Al momento del clímax, ella empe- zó a vestirse y yo también. Ella se acercó a mí y me dio otro beso, un beso de lengua y más baboso que los anteriores y terminó de vestirse, tomé diez dólares y se los di, no quería que después saliera por ahí y me denunciara por acoso sexual o algo así, me despedí de ellas y ya oscurecía en La Habana, eran alrededor de las 6:00 de la tarde cuando regresé al hotel, al entrar a la habitación, medio desperté a la señorita Rita. Ella siguió durmiendo y yo la besé.

A la mañana siguiente me levanté temprano en la mañana para encontrarme con el señor Ricardo Rojo en el capitolio, desperté a Rita para que me acompañara. Desayunamos algo y luego se- guíamos paseando por las calles de La Habana hasta que cayera la tarde. Luego, alrededor de las 4:00 de la tarde nos dirigimos al capitolio y nos encontramos con él, nos presentamos y él se pre- sentó ante nosotros, diciendo que su amigo Alberto lo ó y estaba a gusto de atender a sus amigos. En realidad, no éramos amigos de Alberto, pero eso ayudó mucho a que tuviéramos su confianza. Le hice algunas preguntas y él se sentía cómodo rela- tándome como se deshicieron del régimen de Batista hasta que yo le pregunté por los líderes de la revolución. Tomamos un taxi para ir a ver al gran Ernesto Guevara, el taxi nos llevó al reparto Miramar, a cien metros de la avenida 7 con calle 18, ahí una casa de buena fachada, ahí vivía el Che, tocamos la puerta, pero nadie salía, en ese entonces oímos detrás de noso- tros una voz. Ellos se abrazaron y pude ver al desaliñado hombre, con una boina, fumando un habano, estaba todo sucio y usaba ropa rasga- da y agujereada con unas botas de hule y barbudo. Ese era el Che. Llevaba también en la espalda un saco con palos de bambú. El Che nos invitó a pasar, la casa por dentro estaba organiza- da, pero con un aspecto pétreo, fue a la cocina y se lavó las ma- nos con un balde con agua que tenía ahí, tomó una olla pequeña donde puso agua e inmediatamente agregó algunas hiervas que traía en el saco para luego cocinarlas, luego tomó asiento y en- cendió un habano. Eché un vistazo alrededor y no entendía por

qué ¿Cómo un ministro de industrias podía vivir en condiciones tan humildes estando en una zona de clase alta? Se veía a simple vista que no había nada lujoso y lo que más me llamó la atención fue una extensa y organizada biblioteca, tenía muy pocos electro- domésticos, pero tenía unos bonitos sofás, una mesita de café y tenía algunas sillas artesanales que parecían que fueron construi- das por él mismo. El Che nos dio la mano a ambos y saludó con respeto a la se- ñorita Rita a lo que Rita no contestó nada, solo dio su mano. Él se levantó para chequear las hiervas que puso a “cocinar”, las coló, tomó unas tazas, sirvió ese líquido y nos las ofreció a cada uno, observé el contenido y me di cuenta de que era como una especie de té, lo probé, pero tenía un sabor extraño, no era ni dulce, ni amargo, ni salado, ni acido, yo no le percibía ningún sabor. En cambio, miré a Ricardo el cual tomaba su té sin pro- blemas. Él tomó un palo del saco que traía a las espaldas y me di cuen- ta de que no era bambú, era caña de azúcar, con una navaja peló la caña por un extremo y luego la dividió en cuatro con dos cortes verticales cruzados, sacando cuatro palitos como de quince cen- tímetros y nos puso uno en el té. Extrañado por esa rara modali- dad de emplear azúcar, tomé el palito de caña y revolví poco a

poco el té con él, luego de un tiempo sabía igual pero no dije na- da y lo tomé como lo tomó Ricardo. Rita hizo exactamente lo mismo. El Che nos miraba y se sonreía, después de tomar el té, dejé a un lado la taza y se lo agradecí. Probé hacerlo y debo decir que jamás había sentido ese sabor, era como estar comiendo azúcar, pero líquida, casi como un jugo de azúcar. Era increíble, jamás pensé ver a un ministro de industrias fuera de una oficina, en harapos y haciendo trabajo voluntario, era una de las cosas que quizá jamás nunca volvería a ver. Era una lógica muy razonable. Una lógica que se debería apli- car al resto del mundo tan cerdo y pudiente que solo cree en la explotadora pirámide del sistema capitalista y se ubica en la cima mientras que se aprovechan del obrero, del pobre y del necesitado que se encuentra en la parte más baja de la pirámide trabajando y alimentándolos a todos ellos.

Él se levantó y se dirigió a la biblioteca, yo le acompañé, no- taba al Che que era un lector empedernido que le gustaba la bue- na literatura. El Che abrió el libro y dentro estaba la fotografía que parecía haberla recortado de un diario o una revista, mostraba al Che sen- tado hablando con Sartre y en la fotografía también aparecía Si- mone de Beauvoir. Era increíble la generosidad que derramaba aquel guerrillero indomable e indestructible, con un corazón noble y humilde que estaba dispuesto a ayudar al más necesitado. rio El Che empezó a buscar en su biblioteca personal y me dio varios libros, entre ellos, Reloj de Piedra, de Andrés Eloy Blanco; Amistad Funesta, de José Martí; Fausto, de Goethe y El Ciervo,

de León Felipe. Me sentí alagado de que el Che me concediera el honor de leer todos aquellos libros ya sabiendo que los que esta- ban en su biblioteca los había leído todos, de verdad era un lector apasionado. Él le sirvió más de ese té extraño a Ricardo Rojo y yo seguía mirando alrededor a ver qué otra cosa interesante veía. él Al oír eso pensé que, si todos los políticos fueran como el Che, que no piensa en él sino en el pueblo, creo que el mundo conoce- ría finalmente la paz, el trabajo y los beneficios del ser comunis- ta, alguien que no roba y trabaja para su gente y que tiene todo a disposición del gobierno y aun así no dispone de ello, eso es ser un verdadero político. Mientras conversábamos el Che volvió a sacar otro habano, pero me daba cuenta de que era diferente a los demás, sus haba- nos eran casi tres veces más largos, a lo que enseguida pregunté por qué. Él respondió que era porque únicamente a él se los ha- cían de ese tamaño, me ofreció fumar uno, pero le dije que no fumaba, sin embargo, compré una caja de habanos para regalarlos a mis amigos del negocio, él me regaló una caja de los suyos, tres veces más largo y me dijo “Por si te quedas sin habanos para re- galar”. Luego pregunté al Che por los demás revolucionarios que lo ayudaron a abolir a dictadura de Batista a favor de los Estados Unidos. Me habló de Camilo Cienfuegos, Fidel Castro, Calixto

García, Ramiro Valdez, Juan Almeida, entre otros guerrilleros. Me contó con detalles algunas de sus guerras, sus viajes, su vuel- ta por Latinoamérica en su motocicleta y me habló mucho de Fidel Castro. Notaba con definida atención que todo lo que decía Guevara tenía que ver con algo comunista, y si no tenía que ver, lo asociaba a lo que decía y muchas veces lo resaltaba, todo tenía que ver con revolución y comunismo. Yo lo describía como un fanático marxista. Después de terminar sus relatos pedí ver al mismísimo Fidel Castro, pero el Che me dijo que eso sí sería im- posible, la razón que me dio era porque estaba muy ocupado siendo primer ministro para estar atendiendo visitas. Pedí también tomarme una foto con él, pero se negó, en cam- bio me ofreció una que tenía donde salía él de frente caminando junto a Fidel Castro, era una fotografía muy bien conservada y me la autografió por detrás escribiendo “Para mi amigo socialista, recuerda que el verdadero revolucionario está guiado por los más altos sentimientos de amor” y luego la firmo como “Che”. Tam- bién me dio una pequeña foto tipo carnet donde salía con el cabe- llo largo, sin su boina, fumando un habano y estaba dentro de un dije de hierro, el cual usé como llavero. Luego el Che, después de fumarse otro habano, nos preguntó dónde estábamos hospedados, quería hacer la caridad de enviar- nos a un viejo amigo suyo para que nos sirviera de guía por Cuba y yo lo acepté muy agradecido, me dio su número y su nombre, el hombre se hacía llamar Felipe Cata. Después de mi largo encuentro con él, me despedí, ya era de noche y nos teníamos que ir.

ten a entonar los cantos luctuosos con tableteo de ametralladoras y nuevos gritos de guerra y victoria. Estreché su mano y me despedí también de Ricardo Rojo y agradecí por traerme ante el Che y luego subimos al taxi que nos llevó de regreso al hotel. En el camino noté un poco molesta a Rita y pregunté qué pasaba. Ella, después de decir eso se quedó callada y yo estuve pen- sando que aún no tenemos nuestro mundo socialista por gente como Rita. El resto de nuestras vacaciones en Cuba quise dedicárselo a la señorita Rita, muy temprano en la mañana estaba esperando a Felipe, me presenté y me dijo que no me podría guiar porque te- nía que visitar a su familiar en Pinar del Río. Él, honrado de aceptar viajar a su lado, cosa que ningún hués- ped había hecho, nos llevó y tardamos alrededor de tres horas en llegar, ya estábamos en Pinar del Río y comimos algo en un res- taurante.

No estaba seguro del concepto y no quería imaginármelo, pero cuando lo vi, quedé tan impresionado que me reí un poco, era una cabina con dos puestos que era halada por una bicicleta y llevaba por nombre Bicitaxi. En unos diez minutos más o menos habíamos llegado a la casa en Guane, fue un paseo muy bonito y la casa no era más que una especie de granja, tenían varios animales y Felipe nos presentó a su familia. Su familia quedó encantada con nosotros y nos aparta- ron una habitación enseguida, Felipe nos mostró a los animales de la granja, entre ellos dos caimanes que eran sus mascotas y me ofreció comernos uno.

Dicho eso optamos por el marrano, lo mataron para luego pre- pararlo y meterlo al horno, el padre de Felipe, Miguel, is- traba una panadería para el gobierno y hornearon el cerdo al día siguiente durante todo el día en uno de los hornos de la panadería, luego, a las 6:00 de la tarde lo fueron a buscar, conducían un Pon- tiac Bonneville sedán de cuatro puertas y al llegar lo vi, tan cru- jiente y delicioso se veía, era el cerdo más delicioso que había probado, con ese cerdo cenamos nosotros dos y la familia de Fe- lipe y había quedado más de la mitad. Al día siguiente, 31 de agosto, nos llevaron a una playa en la Bahía de Cortés en el Pon- tiac que coloquialmente llamaban El Almendrón y nos fuimos con el resto del cerdo para comerlo allá y mucho pan de la panadería que istraba Miguel. Era una playa solitaria, justo como me gustaba a mí, sin el ajetreo de otras personas, en esa playa nadé un rato con Rita, que lo estaba disfrutando. Después de haber pasado tres días conviviendo con la familia de Felipe nos tuvimos que despedir y prometieron que la próxima vez que regresáramos nos iban a servir el caimán. Les gustó te- nernos como visita y la casa quedaba siempre a la orden cada vez que quisiéramos regresar. El 1 de septiembre, por recomendación de Felipe visitamos al- gunos museos, la plaza de la revolución y conocimos El Vedado, donde pasamos un momento romántico en una plaza de por ahí.

El 2 de septiembre nos fuimos, también por recomendación de Felipe, a visitar Varadero, conocida por tener la mejor playa de Cuba y probablemente también la mejor del mundo, al llegar, entramos a una choza tropical hecha con palmas donde servían bebidas, yo tomé varias cervezas Bucanero y Rita tomaba piñas coladas, que extrañamente, en lugar de un vaso la vertían en una piña hueca. El ambiente playero, rodeado de músicos con bongos, tambores, maracas y guitarras tocaban canciones al ritmo caribe- ño he incluso tocaron una versión caribeña de Can’t Buy Me Lo- ve. Luego caminamos por las orillas de Playa Coral y momentos después me empezó a chapotear para molestarme, así que caí sobre ella, atrapándola en mis brazos para luego aventarla hacia la playa y mojarme junto con ella completamente. Había sido para ambos divertido y luego ella me mostro su radiante sonrisa, parecía la sonrisa que vi por primera vez aquel día de diciembre cuando le pedí que envolviera mis regalos, el momento era per- fecto, cerré los ojos y me acerqué para darle un beso y ella me lo dio también, al terminar de besarla tan solo se me ocurrió pedirle que fuera mi novia. Y esa era la respuesta que me dio, esa que jamás esperaba.

Ella me dio la espalda y se salió de la playa para tomar otra piña colada, me sentí como un idiota después de eso, estuve un rato más en el mar y luego me salí para hablarle, cuando ya me había sentado con ella, se levantó y me arrojó la toalla en la cara. No sabía el porqué de su actitud, solo hice lo que me ordenó y dejamos el lugar para luego regresar al hotel. El 3 de septiembre empacamos todo y regresamos a Matanzas para que Ronald nos llevara de regreso a Miami. Antes de irnos nos despedimos de nuestro gran amigo y guía Felipe Cata y en- viamos saludos a su familia. Al llegar estuvimos ese día en la ciudad de Miami y quisimos conocerla, caminando encontré una tienda de discos en la cual entré y revisando a ver qué cosas in- teresantes encontraba, me topé con la versión estadounidense de A Hard Day’s, Night, a diferencia de la versión original, contenía únicamente la banda sonora de la película y la portada era roja, solo con cuatro fotos de cada uno de los integrantes donde solo mostraban media cabeza, de la parte de los ojos hacia arriba,

también encontré el álbum debut de Dusty Springfield lanzado en Estados Unidos que llevaba por título Stay Awhile/I Only Want To Be With You y automáticamente pensé en cómpralo para la Niña Gato. El 4 de septiembre regresamos a Washington y de Washington de vuelta a nuestra ciudad. Al llegar notaba a la señorita Rita aún molesta, pero no tanto como antes, ella se despidió de mí y se fue a su casa. Sentía mi casa muy sola cuando Rita me dejó y nin- guno de mis gatos se encontraba, todos me habían abandonado cuando me fui, todos se fueron y me dejaron solo, hasta el pequeño y rebelde Howard, ninguno dejó rastro. Esa noche tomé el cuaderno de cuero de nuevo para escribir las primeras tonterías que me vinieran a la mente y todas eran acerca de la Niña Gato: “4 de septiembre de 1964: Había una vez, un joven que amaba a una Niña Gato y la amaba mucho. Hola Niña Gato, vine para decirte que te amo, ojalá me amaras a mí también, te compré un vinilo e igual te lo voy a regalar ¡BESOS PARA LA NIÑA GA- TO! Yo la amo y ojalá la tuviera junto a mí, la amo tanto, algún día la Niña Gato será mía, no puedo pensar en otra cosa y cuando me case con ella, tendremos muchos gatitos, si se entiende a lo que me refiero. Viendo el Show de Rocky y Bullwinkle a su lado y seríamos muy felices escuchando a The Beatles. Aún espero el día en el que pueda besarte, no tendrías idea de lo feliz que te podría hacer y yo sería feliz junto a ti. Te quiero dar mi cariñito, quédate cerca de mí, yo te cuido de todo peligro que te aseche. Yo amo a la Niña Gato… ¿Que tengo que hacer yo para que ella me ame? ¡Oh! Niña Gato se la primera cosa en mi vida, mi dulce, amada, bonita y querida Niña Gato, te llenaré de muchos regalos, besarte bajo la lluvia fría y el cielo oscuro es uno de mis deseos. Para que te deje de amar, tendrías que dejar de ser como ya eres. Te amo mucho y debo decirte que anoche soñé que me besabas… y me gustó mucho, y he tenido otros sueños contigo, pero ese tipo

de sueños no los puedo escribir aquí. Pensar en la Niña Gato es mi pasatiempo. Me encanta su cabellera, algún día podre oler su hermosa cabellera. No puedo dejar de pensar en ella… y espero que ella tampoco, pero eso no es verdad. La Niña Gato es mi me- dicina. Acércate a mí Niña Gato que, a diferencia de ti, no muer- do ni rasguño, pero algún día morderé tu sensual cuello y escu- charé tu voz tan dulce y meliflua.” Terminé de escribir y luego fui a ver si no tenía mensajes gra- bados en el contestador automático durante mi ausencia, no tenía ninguno, revisé la nevera para ver que comía y todo lo que encon- tré fue un pan duro y mohoso, me lo comí y me fui a dormir. La mañana del 5 de septiembre, día sábado, me quedé en casa todo el día, me controlé y me abstuve de no llamar a la Niña Ga- to, quería que ella me llamara primero, que se preocupara por mi ausencia como siempre lo hacía, pero pasó el día sin que llamara nadie, esa noche abrí el cuaderno de cuero para escribir: “5 de septiembre de 1964: Tú serás mía, algún día.” El día domingo, también me quedé en casa, sentía un presen- timiento optimista de que la Niña Gato llamaría y expresaría todo su amor y yo expresaría el mío, recordaba con agrado la última vez que pasé el día con ella, fue un día excelente, a larga distan- cia me parecía sentir su amor brotando, me sentía feliz por eso. Sin embargo, ese día tampoco llamó y escribí en el cuaderno de cuero: “6 de septiembre de 1964: Estoy feliz, te amo.” El lunes y martes si salí de casa al negocio familiar pero ya es- taba empezando a perder aquel agradable optimismo y estaba recobrando mi típico pesimismo, ella no llamó, sin embargo, cuando llegué a casa volví a escribir en el cuaderno de cuero: “8 de septiembre de 1964: Me siento triste pero aún te amo.” Seguí mi vida con normalidad, no tuve más o con ella, seguía ocupándome de mis asuntos y de vez en cuando haciendo

algunos hobbies como tocar la guitarra, leer libros, escuchar la radio, ver televisión, ir a comprar revistas o ir a comprar discos. El 17 de septiembre fue uno de esos días, quise salir a la tienda de discos para ver que discos encontraba, pero antes de salir sonó mi teléfono, era la señorita Rita quien llamaba, peguntando si quería salir con ella y acepté. Media hora después llegó a mi casa, llegó rápido y supuse que fue porque ya se había arreglado antes de llamarme. Ella quería salir a cenar, aunque todavía faltaban unas horas para que oscureciera le sugerí que primero fuéramos a la tienda de discos y ella aceptó. Al entrar a la tienda empecé a buscar entre los discos y encontré People no podía creer que lo tenía, era el disco que con ansias me decía la Niña Gato que espe- raba y enseguida se lo compré. Después de salir de la tienda, estábamos decidiendo donde comer y Rita eligió un restaurante elegante, ella se veía tan her- mosa, usaba un vestido azul con lunares blancos, usaba labial rojo y una flor en su cabello. Al llegar al restaurante, tomamos asiento y cenamos, la estaba pasando bien con Rita y creo que ella también conmigo, el restaurante tenía vista al mar y estaba cerca de un muelle y a la señorita Rita le gustó la idea de hacer un paseo nocturno. Ella tomó mi mano y caminó conmigo, contem- plaba el mar y todo a su alrededor.

Yo dejé de caminar, me detuve por un instante y ella siguió caminando adelante, al dar dos pasos más, una de las tablas del muelle se quebró y el pie de la señorita Rita se quedó atascado entre las tablas. Alarmado, me apresuré para ayudarla, ella me ordenó que me detuviera por temor a que otras tablas estuvieran en mal estado, me acerqué hacia ella para ayudarla, pero no pude sacar su pie y cuando lo intentaba ella clamaba dolor. Prometí dejarla por unos minutos ahí para buscar rápidamente ayuda, cuando llegué a la carretera las calles estaban desiertas, no veía a nadie que pudiera ayudarme, pero luego vi que un auto se apro- ximaba, me atravesé en la carretera para que se detuviera, el suje- to, algo molesto, exigió que me quitara del camino, le pedí que me ayudara con Rita, pero solo decía que me quitara del camino, entonces saqué mi revólver Webley y le disparé a un lado en el vidrio parabrisas. Al hacer eso, el conductor bajó del vehículo temblando y se tiró al suelo. Le pedí una vez más que me ayudara y el accedió. Conduje al hombre a donde estaba Rita, el vio el problema y se fijó que Rita no podía sacar el pie porque tenía una estaca cla- vada que se lo impedía a la altura del tarso, el hombre rompió algunas tablas alrededor con un martillo que sacó de su vehículo para hacer el agujero más grande. Al sacar a Rita de ahí nos dirigimos al hospital en el auto del hombre y al llegar le di dinero para reparar el vidrio que había roto de un tiro. Atendieron a Rita de urgencia y no me separé de ella en ningún momento. Efecti- vamente, la estaca estaba clavada en el tarso y le aplicaron morfi- na para sacársela, cuando lo hicieron, ella aún no despertaba, me dijeron que tendría que usar muletas por un tiempo pero que no era nada grave. Me quedé junto a ella, en su camilla, esperando a que despertara, pero nunca lo hizo y me quedé dormido sobre ella.

A la mañana siguiente, despertó y me vio rendido sobre ella, acarició mi cabello y yo desperté, noté que se sentía excelente- mente y yo le sonreí. Y al fin lo había logrado, Rita Bardot era mi novia y yo su primer novio, pero era una ironía que no durara más de una se- mana ¿Por qué? Porque cada vez que la quería ver, cada vez que la invitaba a salir, ella no podía porque estaba ocupada, estaba trabajando, estaba cocinando, no estaba. La cosa no funcionó y solo duramos siete días, ella se disculpó conmigo y dijo que me lo advirtió varias veces, no me sentí triste en absoluto solo me gustó intentarlo con ella ¿Y quién sabe? Pensé que quizá cuando fuéramos mayores si tengamos tiempo para amarnos, por lo tanto, solo me quedaba esperar. Por otra parte, mi depresión aumentaba por la Niña Gato con- forme pasaban los días, me sentía miserable de no tenerla y no sabía que me sentiría aún más miserable en los siguientes días por eso. Esa noche escribí en el cuaderno de cuero: “26 de septiembre de 1964: Ámame otra vez.” Luego de escribir eso me fui de la casa al bar más cercano y estaba dispuesto a embriagarme esa noche para domar mi depre- sión, bebí tanto que perdí el conocimiento, al regresar a casa me caí varias veces y cuando pude entrar subí directamente a mi ha- bitación y me aventé en la cama. A la mañana siguiente amanecí con dolor de cabeza, varios dolores en mi cuerpo y también con un charco de vomito junto a mi cama. Ya no podía contenerme, ya no podía resistir ese tormento que llevaba por dentro de no tener comunicación con la Niña Gato y el 30 de septiembre no pude resistirlo más, tuve que llamarla.

cual sabía exactamente lo que me diría y tenía pánico de escu- charlo.

Lo sabía, estudiaría esa carrera y se mudaría a Laar para estar más cerca de su maldito mocoso púbero Pero como siempre ella negará todo e inventará una excusa como esa para no decir que es por su púbero marica

Al momento de colgar había saciado todas mis ansias de ha- blar con ella, fue tan amable y amorosa como la primera vez que hablamos por teléfono, sentía que la recuperaba. Esa noche antes de acostarme, escribí en el cuaderno de cuero: “30 de septiembre de 1964: Me habló como antes, parecía que estaba logrando algo con ella finalmente. Ojalá algún día me des mi oportunidad de

amarte. Ese día llegará pronto mi querida y amada Niña Gato. Sé que sería un buen novio para ella, le compré regalos y sé que le gustarán muchísimo. El 28 de diciembre cumplo un año de haber conocido al amor de mi vida, sé que ella sería feliz conmigo al estar en medio de la oscuridad contemplando el oscuro cielo, es- cuchar el People mientras estemos besándonos bajo la fría lluvia, eso es lo que quiero hacer con ella, mi dulce Niña Gato, sé… que en algún momento desde que nos conocimos, sentiste amor por mí. Aún te amo Niña Gato, aún te amo Grace Collins”. Al cerrar el cuaderno y hacerlo a un lado, vi el último libro que me había recomendado leer ella, era I Am David, si, otro de los libros tan gays y malos que ella leía, no me gustaba para nada, sentía que era la misma propaganda judía de mierda que El diario de Ana Frank, un total desperdicio de hojas, pero como siempre, le decía que era un buen libro, solo para tener su aprobación. El día jueves, 1 de octubre estuve todo el día en el negocio familiar, haciendo lo que comúnmente hago, cobrando y prestan- do, matando y vendiendo. Ese día salí tarde, pues me ocupaba de financiar algunas construcciones de empresarios que necesitaban mis servicios. Al llegar de trabajar tomé el teléfono y llamé a la Niña Gato.

Me sentía extraño contestando todo lo que ella decía, parecía que solo decía cosas al azar, la primera cosa que se le viniera a la cabeza y yo solo contestaba.

Escuché luego como ella emitió levemente una pequeña y re- cortada risa, como si estuviera apenada de escuchar lo último que le dije y se sonrojaba. Esa vez quien se despidió primero fui yo, la verdad estaba algo cansado ese día y quise dormir temprano. El 2 de octubre pasé el día en el negocio familiar como el día anterior, al llegar a casa, no llamé a la Niña Gato sino a la Niña Pícara, tenía muchísimo tiempo sin hablar con ella, le había dicho que mi relación con la Niña Gato había mejorado mucho y que me enamoraba cada día más de ella, la amaba y ella al parecer sentía algo por mí también a lo que ella contestó: “Lamento des- truir tu fantasía, pero ella a ti no te ama, supérala” ¿Destruir mi fantasía? De verdad lo hizo, impura, ingenua y sin saber que es la piedad, realmente lo hizo, aunque yo no pensara que era una “fantasía”. La Niña Pícara me empezaba a caer mal y yo le dije que por ella no me rendiría, que algún día tendría que darse cuen- ta, “¿De qué?” preguntó ella a lo que no hallé que más decirle y en ese momento colgué. Dos días después de eso no había hablado con ninguna de las dos, pero ese día la Niña Gato me envió por correo una fotografía de ella, muy maquillada usando una chaqueta de cuero negra y una camiseta con líneas blancas y negras horizontales, me hizo recordar a Elvis en Jailhouse Rock y escribió: “¿Me veo bonita en esta foto?” a lo que yo le envié un mensaje en respuesta escribiéndole: “Si, estás muy bonita, sales muy adorable”. La mañana de ese día me levanté con un extraño virus, enfermo, no dejaba de toser, traté de llamar a la Niña Gato, pero cuando respondió, no le pude hablar porque yo no paraba de toser, colgué el teléfono y me senté, esperé que el virus desapareciera, pero no lo hizo. Ya al mediodía me dolía el pecho de tanto toser y me había quedado sin voz, sentía que iba a morir. Un poco más tarde mi tos se tranqui- lizó, pero aún no tenía voz, traté de llamar a la Niña Gato y for- zando un poco mi voz le dije que estaba enfermo, tenía un virus

que me estaba matando e iba a morir, aproveché mis últimas pa- labras para despedirme de ella y decirle que la amaba “¡ESA MIERDA ES LO QUE ME MOLESTA DE TI! Solo me llamas para decirme que te vas a morir y siempre haces parecer que es mi culpa, ¡NO TE VAS A MORIR! Ya deja ese drama solo es una tos ordinaria” luego colgó el teléfono y aparte de enfermo, me decaí, sentí en carne propia el rechazo de la Niña Gato, em- peoré gravemente, mi tos volvió a recobrarse y perdí la voz por completo. Melancólico, esa noche escribí en mi cuaderno de cue- ro delirando de amor lo que recreaba en mi mente: “4 de octubre de 1964: La Niña Gato y yo juntos escuchando el People bajo la fría y romántica lluvia, besándola a ella, mientras frías gotas de lluvia corren por nuestros labios, eso es lo que quiero con ella, eso sería perfecto. La Niña Gato me envió una foto y me pregun- tó si salía bonita, obviamente, si sale bonita, en esa y todas las fotos que se tome, te amo mi amada Niña Gato. Me siento mal, siento que muero, pero moriré amándote, voy a morir. Por un instante, aunque sea, me hubiera gustado sentir como es ser tu novio, tener un compromiso contigo. No creo que exista una persona que te amé a ti más que yo y te daré tu regalo junto con un poema que te escribí. Espero ansioso la navidad, pero no importa, valdrá la pena esperar porque veré su hermosa sonrisa, esa hermosa y brillante sonrisa que me entorpece cuando la contemplo, de esos frágiles y delicados labios, esos labios que desearía besar con muchas ganas y no dejarla tomar aire. Siempre pienso en ella y cuando llega la hora de dormir, aún me pregunto “¿Ya estará durmiendo?” o “¿Qué estará haciendo ahora?” y bueno, ella está consiente de que la amo.” Después de haber escrito eso traté de dormir, pero no podía, no dejaba de toser y no dormí en toda la noche. El 5 de octubre me dirigí a una clínica donde los médicos me atendieron rápidamente y me curaron de ese endemoniado virus,

en cuestión de algunas horas y dejaba de toser y recobré un poco mi voz gracias a una inyección que me aplicaron. Los médicos luego me recetaron algunos medicamentos para desaparecer la tos por completo y el dolor de pecho. Al regresar a casa tomé la pri- mera dosis y me senté para escribir poesía para la Niña Gato, también le escribí la letra de If I Fell y se la envié por correo, pero de eso nunca recibí respuesta. Al día siguiente, 6 de octubre, quizá el día más arrogante y maldito de todos, ese día que lo odié con todas mis fuerzas, ese día cometí el gravísimo error de llamar a la Niña Gato. Fue la cosa más grave que hice y aún, hasta el sol de hoy en día, estoy arrepentido de eso.

era I Wanna Be Your Man, pero la versión de The Rolling Stones y terminó justamente cuando me bajé del bus - ¿Y? ¿Cómo te manipularía?

Me enamore de ti porque me tratabas diferente, porque me trata- bas como me merecía, por cómo me gustaría que me hubiesen tratado, tú fuiste la primera en hacerlo.

Ella colgó y yo me hundí en el desprecio, en la melancolía y rompí a llorar, lloraba por lo miserable que era, lloraba porque la Niña Gato no me amaba, solo me aguantaba y ya no pudo más. No podía resistirlo y empecé a golpearme en la cara hasta que pude desmayarme de un golpe y caí rendido sobre el congelado suelo. A la mañana siguiente, miércoles, 7 de octubre, me levanté del suelo, con el rostro ensangrentado, aún estaba destrozado, no lo quería creer, antes de ir al psicólogo para cambiar por la Niña Gato subí enseguida a mi habitación y abrí el cuaderno de cuero para escribir en él: “7 de octubre de 1964: Me ignora, la Niña Gato no me ama ¡Oh! Por favor Niña Gato, no me hagas esto, quiero que seas la primera y la única en mi vida ¿Qué tengo yo de malo? Sé que antes yo te gustaba ¡Oh! Niña Gato, te amo ¡TE

AMO MUCHO! Antes te gustaba que fuera loco ¿Ahora por qué te gusta lo normal? Sé que te mueres por mi Niña Gato, ya deja tu orgullo, no puedes negar que me amas, no me ignores, ya, deja tu orgullo, sabes que te amo y no sé por qué no me quieres aceptar. Ayer, la Niña Gato me hirió ¡ME HIRIÓ MUCHO! Me dijo que la dejará de molestar porque ella jamás será mía, me lastimó mucho ¿Qué tiene de malo amar a alguien? Dijo que ya la tenía can- sada ¿Es un pecado amar a alguien con todas las fuerzas del mundo? ¿Por qué Niña Gato? ¿Qué tiene de malo? ¿Qué haré ahora con los regalos que a ella le compré? Eran para ella, pensé que podíamos escucharlo juntos, aún la amo, pero… ella no me ama a mí. Estoy destrozado, es la primera chica a la que de ver- dad he amado y la tercera que me ha rechazado ¿Qué haré con todos los poemas que le escribí? ¿Qué haré con las canciones que le compuse? Eran para ella, ella, la Niña Gato me inspiró a escri- birlo ¿Ahora qué haré? Solo me queda llorar, en el rincón más oscuro de mi hogar, sufrir, porque la única niña que amé, me de- testa. Me hirió mucho lo que me dijo ¿Por qué no me das una oportunidad para amarte? Sé que lo haré bien mi dulce y pequeña chica gato, jamás dejaré de amarte, no puedes obligarme a no amarte, te amaré, aunque prefieras a otro hombre o te cases con él o tengas sexo con él, aun así, te seguiré amando, no me sacarás de tu vida tan fácilmente, no señor, no me rendiré hasta conseguir que me des todo tu amor, lamentarás lo que dijiste y yo, de sin- vergüenza, te perdonaré. Estoy seguro de que ella me amaba, pero ahora… me ha dicho que no, pero… a pesar de todo aún la amo, ahora que sé que no me ama, mi vida vuelve a no tener sen- tido. Estoy triste, estoy solo, ya… no sé qué hacer, ya no tiene sentido que acose a la Niña Gato sabiendo que ella no me ama. Siempre te diré que te amo Niña Gato, sé que no quieres un no- vio, pero serás mía, algún día, sé que no te gusta que te regalé nada, pero vas a tener que aceptar mis regalos Niña Gato, ya

quiero visitarte, tú serás mía, no importa la distancia Niña Gato, lo podemos intentar.” Aunque la Niña Gato me había rechazado directamente aún no me daba por vencido, aún la amaba y quería algo con ella. Salí de casa para ir a tomar una cita con algún psicólogo, me parecía algo inútil, pero sentía la necesidad de hacerlo, solo por la Niña Gato. Me habían dado cita para el día siguiente, jueves 8 de octubre a las 8:00 de la mañana con el doctor Leopold Sender. Al llegar a la hora exacta, enseguida me llamaron a pasar, el doctor, alto, usaba lentes y de piel blanca, me invitó a sentarme. Hubo un tiempo de silencio, observaba con detalle como él tomaba notas en su libreta. Sí, mucho, los perdí en 1958, teníamos planeado un viaje fa- miliar, pero yo me quedé en la ciudad, ese mismo día pararon en un restaurante para comer algo, la policía informó que no había más de diez personas en el restaurante, luego llegaron unos ban- didos y los asesinaron a todos para despojarlos de sus pertenen- cias, ni siquiera usaron uno de los vehículos para escapar, yo no formaría parte de ese viaje, prometí que los alcanzaría días des-

pués, pero las balas los alcanzaron antes. Los amaba mucho, de hecho, eran las únicas personas con quienes socializaba, no tenía amigos, ni novias, ni colegas ni ninguna otra persona, solo a ellos, ahí comienza mi desgracia, tuve que abrirme a nuevos círculos, nuevas amistades, pero no las entiendo y me dan miedo Después de otras fastidiosas preguntas y sin alguna colabora- ción de hablar de mi verdadero problema, la sesión había termi- nado y regresé a casa, la otra sesión sería el lunes 12, seguida del miércoles 14 y la última el viernes 16. No había hablado con la Niña Gato desde el fatídico 6 de oc- tubre y no quería hacerlo hasta terminar mis sesiones. El lunes 12 de octubre me presenté de nuevo ante el doctor Leopold Sender, como la vez pasada, me invitó a tomar asiento, esa vez ofreciéndome café y galletas y comenzó con sus pregun- tas.

Hubo silencio en la habitación, él anotaba desmesuradamente en su libreta lo que iba captando de mi comportamiento.

Había terminado la segunda sesión con el psicólogo, al dejar el lugar me dirigí a casa a descansar un poco, en el camino encontré en una caja, una gata madre parecida a Pincelada, con manchones rústicos blancos, negros y naranjas con tres gatitos blancos y na- ranja a los cuales estaba amamantando, tomé la caja y la llevé a casa, les puse agua y comida, pero aún no salían de la caja, luego de un rato recibí una llamada.

¡Que ignorante eres! Claro que sufren solos por ahí pues hay gen- te que los maltrata Obviamente no haría nada, yo tenía razón, esterilizar animales conlleva a la extinción de los mismos, los veterinarios siempre han tenido esa publicidad porque es la vía más factible para ellos de ganar dinero y les quitan la oportunidad a otros seres de tener sus crías y a esas crías, la oportunidad de vivir. Estaba totalmente en desacuerdo.

¿O tú qué opinas?

No sabía porque la Niña Gato decía todas esas locuras pues yo solo le seguía el juego hasta que cambió de tema y colgó. Luego me ocupé de nuevo de mis nuevos gatos, que a pesar de que era la primera vez que me veían, ellos se dejaban agarrar y acariciar, con un poco de tiempo se fueron acostumbrando a la casa y ya al anochecer, despertaron, comieron de los platos que les puse y se quedaron despiertos durante toda la noche. El día 13 de octubre no tenía terapia así que pasé el día en el negocio familiar, en el transcurso del día llegaron algunos de mis hombres que me pedían algunos días libres para vacacionar y se

los concedí, habían planeado partir el 22 de octubre. Al llegar a casa, exactamente a las 6:00 de la tarde, noté que tenía corres- pondencia, si, eran los documentos de espionaje de la Niña Gato y su novio, pero esa vez, venía una sola carpeta y la razón era porque sus actividades se cruzaron ¿De qué manera? Ella final- mente se dio cuenta, finalmente abrió los ojos, descubrió que su noviecito precoz jugaba con ella y con otras más por lo que se molestó y terminó con él. Ahora con ese mariquita precoz fuera de mi camino, era mi oportunidad de tener algo con ella y ense- guida le llamé, ella contestó diciendo que estaba muy ocupada haciendo sus deberes del colegio y colgó, no me precipité, quizá tenía que ver con dejar al púbero. Luego seguí leyendo el docu- mento donde decía que ella se sentía muy triste y lloraba, lloraba por las noches, decaída, no encontraba que hacer, cómo levantar su ánimo, casi como yo me sentía de vez en cuando, cuando ella me lo hacía a mí, me dio lástima y tristeza por ella, era quizá la primera vez que lo experimentaba, en cambio yo ya era un exper- to sufriendo. Después de leer el documento, quise leer uno de los libros que me regaló el Che y decidí empezar con Critica de la Razón Dialéctica hasta que llegó la hora de dormir. Al día siguiente fui a la tercera sesión, donde el doctor esa vez quiso empezar con algo nuevo, saber mis gustos y pasatiempos.

El doctor quedó algo perplejo al escuchar los libros que le nombré, no tenía idea de por qué seguía haciendo preguntas de lo que me interesaba y me gustaba hacer hasta el final de la sesión y ya solo quedaría esperar la última que sería el viernes. Al llegar a casa pensé por un tiempo en una excusa para llamar a la Niña Gato con respecto a su situación amorosa, quería caer

enseguida en el tema de que ya estaba soltera oficialmente y se me ocurrió mentirle diciendo que había tenido un sueño la noche anterior que a ella la involucraba y los juntaría con otros sueños que de verdad si tuve anoche para despistar.

tuve otro sueño, pero no lo recuerdo. ¿Estaré viendo el futuro? Creo que esas terapias están haciendo efecto Ella empezó a reír, no con una risa burlona sino una de gusto y placer.

Todo, todo lo que acababa de decir, eso que tanto quería ha- cerle entender y nunca lo entendía, no porque no podía sino por- que simplemente ella no quería, al fin lo había comprendido, fi- nalmente había abierto sus ojos al mundo exterior y se dio cuenta de que hay más que estar idiotizada atrás de un niñito púbero, pero ahora la muy idiota había decidido no tener ninguna otra pareja, mala suerte para mí, pero yo estaba decidido a que ella fuese mía. Ahora lo sabía, muy tarde se dio cuenta. Eso último lo pronunció como una indirecta bien directa, di- ciéndome a mí, uno de los pocos hombres que podrían tener una buena relación con ella, que nunca tendría una relación conmigo.

Ahora sí, cosa que tenía que hacer desde hace tiempo atrás pe- ro claramente me estaba diciendo que yo no tenía oportunidad. Me sumergí en la depresión, ya nada me interesaba, pero, sin embargo, una fuerza dentro de mí no permitía que me rindiera, había deseado que se cayera la casa y me matara de una vez por todas, pero otra parte de mi quería seguir viviendo para verme junto a ella, sentía que ya no tenía ningún truco bajo la manga para atraerla, solo esperaba a terminar mi terapia para después ver qué pasaba.

La noche del 15 de octubre recibí una llamada.

Ella colgó, pensé que era demasiado tarde para estudiar, tan solo estaba en la solitaria oscuridad acompañado de mis cuatro gatos, pasaban por entre mis piernas, supongo que, tratando de consolar aquel dolor, pero no me sentí del todo acabado, me acos- té temprano para mañana saber los resultados de mi terapia. El último día, 16 de octubre, estuve a las 8:00 de la mañana en el lugar y el doctor me atendió enseguida, primero empezó a orga- nizar sus notas y leía unos documentos que traía, la sala estuvo en silencio como durante diez minutos hasta que él habló.

Guardé silencio por un instante, bajé la cabeza y luego miré mi reflejo en un espejo que había en la sala, me miré, ahí estaba yo, acabado y destruido, miserable y corrompido, veía en mis ojos el ardor de los mil infiernos y el corazón impío y desgarrado del joven nocivo que estaba sentado en ese momento. Mi cerebro se desconectó por un minuto ¿Qué hago aquí? ¿Por qué estoy aquí? En aquel momento no sentía nada a mi alrededor, solo la nada, el vacío incesante que me atormentaba, me destruía, me arruinaba y devastaba, veía como las mil balas atravesaban mi cuerpo, pero no me herían, no me mataban y colisioné contra el fondo del abismo, me levanté sin daño alguno, todo estaba oscuro y no veía nada y al final de todo atravesé mi pecho con mi puño, tomé mi corazón, corroído y palpitante y sin embargo así, no moría. Esta- ba encerrado en aquel maravilloso pero trastornado trance hasta que el doctor me despertó.

- ¡¿QUE?! Saqué de mi bolsillo un fardo de billetes y se lo estrellé contra su pecho y salí de ahí diciendo: “Gracias por sus servicios, no me sirvieron de nada”.

Luego llegué al negocio familiar y envié a uno de los hombres a asesinar a ese desquiciado doctor, recuperé mi fardo y algo más y me deshice del cadáver arrojándolo a un muelle pesquero. Luego, tomé una bolsa de drogas que traficábamos para co- mercializar y la llevé a casa, en la bolsa había distintas drogas; marihuana, heroína, LSD y hojas de coca para masticar. Empecé a masticar las hojas de coca y a fumar la marihuana, después de un tiempo me sentía más relajado, sin estrés y había olvidado todo lo que conocía por un instante. Ya después de casi una semana de estarme drogando solo con marihuana y hojas de coca, el 22 de octubre en la mañana recibí una llamada, era de parte de mis hombres, habían atrapado a Art- hur Rilke, casi me desmayaba con la noticia y enseguida salí di- rectamente al negocio familiar. Lo habían atrapado en el aeropuerto cuando mis hombres ya estaban listos para partir cuando les concedí todos esos días libres, pero encontraron al infeliz hombre esperando un vuelo, lograron atraparlo vivo y me lo ha- bían traído hasta mis manos, yo mismo me encargaría de darle muerte a ese maldito. Cuando llegué a la habitación de la ejecu- ción, lo vi, ahí estaba, herido, golpeado y apaleado, atado a una silla esperando por mí. El silencio inundo el aposento por unos segundos.

Me entregó un trozo cuadrado de cartulina, al momento de echarle un vistazo me di cuenta de que era un boleto de avión, con destino a Venezuela. ¿A Wahlheim? ¿A Ruletenburgo? Rilke se quedó callado, inclinó la cabeza hacia abajo, al pare- cer por la fuerte presión que ejercían las cuerdas con las que esta- ba atado a la silla. Yo no dije nada, empecé a caminar con pasos muy lentos a su alrededor mientras rompía su boleto de avión hasta que me detu- ve frente a él y lo pateé en la cara rompiéndole la nariz y empezó a sangrar.

precio accesible, si no lo consiguen lo vendo en el mercado negro y la gente lo compra, lo consigue, si la gente necesita dinero, se lo presto, no le hago daño a nadie excepto a los que no me pagan, personas como tú, mira donde terminaste, eras un buen cliente y me apuñalaste por la espalda. No hice mi fortuna robando y lo que tu hiciste es muy diferente a lo que yo hago. Yo no robo, hago la ley a mi manera y a todos les gusta así, parte de esa for- tuna la hice por deshacerme de los ladrones, los estafadores, los que maltratan a otros y a los que se salen con la suya, mantener la ciudad segura y a salvo, eliminar las plagas como tú. No, no soy un policía ni un héroe justiciero, simplemente soy alguien que hace la ley a su modo y de manera efectiva, tal y como les gusta a todos. Jamás volverás a llamarme ladrón y me aseguraré de que jamás lo vuelvas a hacer. Desenfundé mi revólver y apunté a la cabeza de Arthur, des- pués de unos segundos, disparé. Estaba muerto. Luego, antes de ordenar que se deshicieran de la plaga, vacié el revólver en él, la furia me consumía y ya, cuando lo vi todo agujereado y ensan- grentado ordené que lo desecharan. Después de haber dicho eso, dejé la habitación para regresar a casa, tomé un baño para quitarme los rastros de sangre y luego de eso fui a la nevera para tomar un poco de Coca-Cola, pero al abrirla, no había ninguna: “¡Ah! Cierto, lo había olvidado” la última vez que había tomado una Coca-Cola había sido diez días y me dirigí al teléfono para llamar a la Niña Gato.

Ella colgó, eran las 9:20 de la noche, aún no tenía sueño, estu- ve pensado cuando me dijo que era atea, no podía creerlo, pero creo que eso explicaba algunas cosas, yo no celebraba Halloween pues mis padres me criaron como un devoto católico. Esa noche decidí que era hora de probar el LSD, ingerí el ácido y en menos de media hora ya estaba alucinando, súper drogado empecé a fumar más marihuana, pasé algunas horas alucinando hasta que las drogas perdieron un poco el efecto en mi organismo, antes de irme a acostar, escribí en el cuaderno de cuero: “22 de octubre de 1964: Mi amor por la Niña Gato no es de esos amores que desa- parece a los dos meses, no, antes de que termine éste año, seré novio de la Niña Gato” El 23 de octubre por la mañana me había llegado una carta por correo de la Niña Gato, en su interior traía una fotografía de ella tomada distraída con una nariz y bigotes de gato que le pintaron con un marcador a la foto, también traía un mensaje que decía: “Odi sacándome fotos, salgo horrible”, le envíe un mensaje de regreso diciéndole: “No digas eso, sales bonita y con ese marca- dor resaltándote, sales irresistible” pero no recibí respuesta. Después de enviar la carta, seguía drogándome, tomaba altas dosis de LSD y estuve fumando marihuana todo el día. “Maldito psicólogo, esto era lo que realmente necesitaba” me decía a mí mismo, cuando cayó la tarde intenté con inyectarme heroína y perdí el conocimiento hasta el otro día. El 24 de octubre, día de mi cumpleaños, desperté, pero en lu- gar de ir a la cocina a comer algo me dirigí a la bolsa que conte- nía las drogas y seguí drogándome. En todo el día no había reci- bido mensajes ni llamadas de nadie, absolutamente nadie recor- daba que era mi cumpleaños por lo que contraje de nuevo depre- sión. Después del mediodía empecé a aplicar más seguido las

dosis de LSD y estaba preparado para aplicarme otra dosis de heroína, ya tenía el brazo marcado con varias pinchadas y me preparaba para la otra, me introduje la aguja y antes de aplicar la dosis, llamaron a mi puerta, dejé la ampolla clavada en mi brazo y me levanté para abrir, casi no veía nada y veía otras cosas que en realidad no estaban, no sentía mis piernas y perdí el equilibrio, caí contra la pared, lo que ocasionó que se cayera al suelo el auto- rretrato de Van Gogh que tenía colgado y también derribé una mesita de estar que tenía un florero y una lámpara de vidrio que se quebró y yo caí bocabajo encima del vidrio, miré a mi izquier- da y vi el cuadro de Van Gogh que había caído perfectamente parado y apoyado contra la pared, podía ver la mirada hipnotizan- te de Van Gogh y lo oía delirar a él y empecé a hablarle: “Decían que estábamos locos… nos rechazaban, nos humillaban pero simplemente era porque no podían comprendernos ¿Por qué no hicieron un esfuerzo? Las mentes maestras del mundo siempre hemos sido nosotros. Quizá yo también debería suicidarme”. Seguían llamando a la puerta a lo que yo contestaba “Ya voy, ya le abro” pero no podía levantarme y quien llamaba enseguida entró. Era Rita Bardot, al entrar y verme en el suelo drogado, ensan- grentado y con una inyección de heroína clavada en mi brazo, soltó un pie que traía en las manos dejándolo caer al suelo y que- dó petrificada, se alarmó, ella rápidamente trató de levantarme y logró sentarme contra la pared, me quitó la heroína del brazo y la destruyó pisándola.

¡Una desgraciada! ¡No la necesitas! En ese momento, no pude contenerme más y vomité encima de mí. Ella me levantó, puso mi brazo alrededor de su cuello y trató de llevarme al piso de arriba. Yo no aplicaba ninguna fuerza para ayudar a la señorita Rita a cargarme, ella simplemente me llevó arriba y me recostó en mi cama para luego prepararme un baño en la bañera, ella misma me desvistió y me metió, empezó a lavarme y yo aún estaba incons- ciente, solo recitando trozos de libros: “… y entonces sigo deva- nándome los sesos, hasta que esto me lleva al abismo ante el cual retrocedo tembloroso… Algunas veces no comprendo como ella puede amar a otro, como le es posible, cuando solamente yo la quiero a ella de manera tan íntima, tan entera, y no conozco otra cosa, no sé nada, no tengo más que a ella”. Me mantuvo en la bañera alrededor de una hora y luego me sacó, me vistió con ropa limpia y me dejó en mi cama, ella bajó para cocinar y me dio de comer en la cama. Luego me dejó en la habitación para descansar un poco y mientras yo dormía, ella limpiaba mi desastre. Cuando terminó, entró a mi habitación y se sentó en el borde de la cama, a observarme y luego desperté.

Ella algo excitada empezó a besarme y esa noche terminamos acostándonos, tuvimos sexo y cuando terminamos ella se sintió triste, comenzó a llorar y me abrazó fuerte diciéndome: “Feliz cumpleaños Howard” Al día siguiente, 25 de octubre, me levanté temprano para salir a caminar, la señorita Rita quiso acompañarme, lo hizo por temor a que yo trataría de conseguir más drogas. Después de caminar un tiempo vimos un grupo de gente reunida al aire libre, nos acer- camos para averiguar y nos dimos cuenta de que era una subasta, nos quedamos ahí un tiempo por interés mío y después de tres subastas, sacaron un Chrysler Airflow de 1937 a la venta, se veía algo descuidado, pero lo quería para mí, después me encargaría de repararlo. A Rita no le gustó para nada e incluso me dijo que no valía la pena pujar por eso, pero lo hice, gané la subasta y ter- miné pagando setecientas cincuenta libras. Nos subimos en el auto y llegamos a casa en él, estaba feliz por mi nuevo vehículo, me gustaba mucho y no podía esperar a pasear la próxima vez con él. El 26 de octubre en la mañana estaba pensando acerca de mi cumpleaños, nadie me recordó, nadie me llamó, ni siquiera la Niña Gato, esa mañana le escribí un mensaje y se lo envié por correo: “Gracias por preguntar, este cumpleaños no fue tan malo que digamos”. A las 6:53 de la tarde recibí su llamada.

Ella colgó el teléfono, aún seguía ignorándome y me sentía so- lo, deseaba que Rita me estuviera acompañando y en ese momen- to recordé a Callejera y sus bebés, la casa estaba muy tranquila, como si ellos no estuvieran, efectivamente, me habían abandona- do de nuevo. Seguí con mi vida común, caminaba por las mañanas he iba al negocio familiar. Los últimos días salía vestido con chaleco y calzones amarillos y un frac azul. El 6 de noviembre, camino de regreso a casa me seguía un pequeño gatito, un gatito que jugaba con mis pasos, el curioso gatito jugaba también con los cordones de mis zapatos cuando me paraba en un semáforo y al seguir ade- lante el gatito seguía detrás de mí, se comportó así hasta que lle- gamos a casa, abrí la puerta y el gato entró primero que yo, miró a su alrededor y miraba debajo de los muebles, escalaba hasta la superficie de las mesas, se subía en las ventanas y se metía en espacios pequeños, como tratando de averiguar o descubrir cada cosa que estaba dentro de mi casa. Era una gata con dos tonalida- des de naranja, el más claro que la pintaba completamente y el más oscuro que la marcaban con rayas por todo su cuerpo hasta anillarle la cola, decidí llamarla Curiosa y fue mi nueva compa-

ñera. Durante algunos días se había encariñado conmigo, comía conmigo y dormía conmigo, era la gata que realmente me amaba. El 9 de noviembre por la noche, estuve examinando los rega- los que había comprado para la Niña Gato y recordé que aún no había escrito el poema para entregárselo junto con el regalo así que enseguida me puse a escribir. «Cada año tiene días especiales fechas importantes que tienen algún significado muchas personas los ignoran pero para otras son días sagrados. En estas festividades quiero obsequiarte éste objeto que espero te guste algo que aprecies mucho y que espero que lo conserves por siempre. Que cada vez que lo oigas pienses por un instante en mí que cada vez que lo veas pienses por un instante en mí. Con mucho amor y cariño te lo entrego y que cada vez que lo toques, sonrías yo mientras tanto, sueño con el día en el que esté viéndolo junto a ti y que durante una fría lluvia de invierno podamos escucharlo y al mismo tiempo, robarte un beso mientras las frías gotas de lluvia corran por nuestros labios eso es lo que quiero y espero con ansias ese día el día en el que pueda hacerlo el día en el que se cumpla ese deseo.

Mientras tanto esperaré aquí

esperando hasta que me quieras amar y seré paciente hasta que llegue el día en el que todo tu amor me quieras dar.» Sentía que aún podía recuperarla, que aún podía tener algo con ella y aún no quería matar esa ilusión, era mi necesidad. El 12 de noviembre por la noche estuve hablando solo con Cu- riosa, era la mascota que no me desamparaba ahora, me sentía feliz y pasivo, me sentía a gusto hablando con mi gatita, esa gati- ta que medía menos de veinte centímetros y ese día me despedí de ella pues al día siguiente viajaría a Noflac para ver a unos in- versionistas, estuve tres días allá y el 16 de noviembre regresé, sorpresa para mí, trágica sorpresa fue que ya Curiosa no estaba, me dolió y no lo entendía ¿Cómo una criatura después de adap- tarse a una persona por un tiempo pueda olvidarla y abandonar su hogar? Me sentía triste y quise salir a tomar un poco de aire, noté que tenía correo, eran los documentos de espionaje de la Niña Gato, aún me los enviaban, lo que más me interesó de todo lo que ahí decía fue que su mocoso trataba de reconquistarla con rega- los, que le escribía y la llamaba a diario. Enseguida preparé mi lápiz para escribirle un mensaje. «Que mierda es cuando estás en una relación y tu pareja no te regala ni siquiera un vaso con agua, pero cuando terminan, te llama y te escribe todos los días y te obsequia el mundo solo por- que te deshiciste de él» Al enviarle el mensaje efectivamente recibí una llamada, a las 8:21 de la noche, mientras yo lloraba por Curiosa.

El 17 de noviembre por la mañana recibí una carta, era de la Niña Gato, el sobre contenía solo una fotografía de su gata Zafi- ro, me parecía tan adorable que enseguida me entristecí por per- der a Curiosa ¿Por qué lo gatos hacían eso? ¿Por qué Zafiro no lo hacía? No sabía que ocasionaba ese comportamiento. Luego de ver la foto por un distanciado tiempo, llamé a la Niña Gato.

Luego automáticamente ella colgó antes de que yo pudiera de- cir cualquier cosa, no sabía si se sentía molesta o si lo hizo por- que “estaba ocupada”, lo cierto es que volvía a mi tétrica cueva a sentirme solo de nuevo. El 20 de noviembre, aproveché el día libre y de paso, nublado, para ir a envolver el People y caminar un poco, tenía más de una semana sin hablar con la Niña Gato ni con nadie. El 27 de no- viembre recibí una carta de ella, la carta contenía una fotografía de ella luciendo un hermoso vestido gris, conservé la foto y la llamé por teléfono para agradecérselo.

Incorrecto, más estuve llamando al día siguiente y nunca me contestó, pasé los siguientes tres días solo y encerrado escribien- do canciones de amor junto con mi guitarra, canciones alegres, algunas tristes, algunas románticas y otras decepcionantes. No había hablado más con la Niña Gato, estuve un tiempo abs- teniéndome de eso. Había llegado diciembre y había escrito en mi cuaderno de cuero: “5 de diciembre de 1964: Éste amor que sien- to por la Niña Gato se está instalando, éste amor para siempre por la Niña Gato ha sido instalado y no puede ser desinstalado nunca más.” Al día siguiente por la mañana ella llamó por teléfono.

De ninguna manera quería aceptar traer a ese gato a tan dis- tanciada ciudad, no podría hacerle eso, está mal trasladar gatos así y más si son caseros porque la mayoría de los gatos pierden la cabeza cuando no saben dónde están. También pensé que era in- creíble que me la haya ofrecido pues en realidad no se la pedí de verdad, nunca me imaginé tenerla en casa, rasgando mis muebles y rompiendo mis cosas, pero pensé que, si me la llevaba, ella es- taría en constante o conmigo, tendría una nueva razón para hablar con ella a diario, tal y como lo hacíamos antes. Ahora estaba mucho más ansioso de llegar a Rillujot, no había hablado con la Niña Gato desde ese día hasta el 11 de diciembre que ella volvió a llamar.

Ella inmediatamente colgó el teléfono, quizá pensó que me burlaba de ella (lo cual era exactamente lo que hacía) pero ya no hablaría más con ella hasta el día en el que la volví a ver en per- sona. El día que llegué a Rillujot fue el día 17 de diciembre y me fui en mi Chrysler Airflow, llegué exactamente a la 1:24 de la tarde y llegué enseguida al cimiento donde estaba Rod y pasé el día con él en el cimiento. Al día siguiente salí con él a comer po- llo a la broaster con papas fritas, ensalada de aguacate y Coca- Cola, la cual yo no acepté tomar, le parecía extraño a Rod pues sabía que yo amaba la Coca-Cola. El 19 de diciembre, Rod me invitó al City Club donde celebra- rían una cena navideña formal, en la celebración había buena música y mucho whisky bueno, el cual tampoco tomé, a Rod le empezó a parecer mucho más extraño. Mientras todos disfrutaban de la fiesta, yo mantenía mis promesas como un idiota, en medio de la fiesta, salí del club, miré mi reloj, eran las 11:00 de la no- che, estuve afuera un tiempo cuando un gato empezó a acariciarse con mis pantalones, era un gato muy peludo, en su mayoría negro grisáceo con mínimas manchas naranjas y sus patas y torso eran de color blanco, era un gato muy cariñoso y le tomé algunas fotos antes de volver a la fiesta. Rod Tweed en cambio, algo preocupado se preguntaba ¿Por qué ya no tomaba más Coca-Cola? ¿Por qué ya no ingería bebi- das alcohólicas? y ¿Por qué ahora me la pasaba fotografiando gatos? Sería una de esas cuestiones que, si se dan a conocer, los demás no entenderían.

El día que más me interesó fue la noche del 21 de diciembre cuando la Niña Gato me llamó para saber si ya estaba en Rillujot, ella enseguida exigió nuestro encuentro el día siguiente y yo se lo concedí. Ella fijó el encuentro en la plaza del pueblo a las 9:30 como horario, pero ya sabía que llegaría tarde. Al día siguiente, me preparé para salir, tomé el LP americano de Dusty Springfield y había llegado a la plaza del pueblo a las 8:45, todavía faltaba mucho para que llegara y aun así sabía que no llegaría a la hora, el LP lo había escondido debajo de la banca en la que me senté y ya solo me quedaba esperar. Después de que pasaron las 9:30 me puse a contar los minutos hasta que finalmente llegó a las 10:13, la contemplé de pies a cabeza y cada vez que la veía, la notaba más perfecta, vestía una chaqueta azul con unos pantalones del mismo color. También usaba unos lentes de sol. Me levanté y la abracé. La invité a que se sentara junto a mí, el clima era perfecto y el viento de invierno soplaba en dirección oeste. Estupefacto al oír esa pregunta, me quedé en silencio durante unos segundos y luego reaccioné.

para las personas, aunque se han visto casos, sino para otros ani- males más pequeños e incluso, otros de su misma clase y especie, pero no es por eso que no la puedo llevar, es porque son tan terri- toriales que trasladarlos a otro lugar los volvería locos, no sabrán donde están, siempre tienden a escaparse del lugar nuevo donde están para encontrar su antiguo territorio y muchas veces les afecta tanto que pueden morir. No puedo llevármela a un lugar tan distanciado, si se me llegara a perder, no encontraría su antiguo territorio, Zafiro es feliz aquí, no siempre está encerrada en tu casa, ella sale y se mete a la casa de sus vecinos, baja del tercer piso para hacer sus necesidades en el jardín y puedo apostar a que también caza en el arroyo que pasa por detrás de tu casa. En una ciudad no será lo mismo, allá no hay arroyos ni espacios grandes a donde pueda ir y jugar, además, por un lado, está el ajetreo de la ciudad, aquí estamos en un pueblo, es más tranquilo y no hay muchos automóviles. Eso, por una parte, la otra parte es que a nadie en mi casa le gustan los gatos y si va a estar destruyendo los muebles y rompiendo floreros entonces menos puedo llevarla Discutí mucho para no llevármela, traté de convencerla y aun así no me quiso escuchar, pero yo tampoco accedí a llevármela.

Ella se levantó para irse y yo la halé por el brazo y la volví a sentar. Ella al instante los cerró, pero luego los abrió rápidamente muy nerviosa. Ella suspiró y cerró los ojos de nuevo, pensé que no los quería cerrar por temor a que en realidad trataría de besarla, pero al indi- carle que abriera los ojos, vio aquel LP que estaba utilizando para taparme el rostro, luego lo aparté para verla a ella y quedó impre- sionada, con la boca abierta y sin palabras, simplemente no sabía que decir, se lo entregué y ella lo sostuvo, lo tocó. Ella no podía creer que en realidad lo estuviese sosteniendo. Pasó aproximada- mente un minuto congelada, sin decir nada, solo mirando la por- tada del long play americano.

Luego ella le pasó un lengüetazo a la portada del LP, tan exci- tante fue que no tuve oportunidad de captarla. Ella volvió a pasarle un lengüetazo a la portada mientras yo le tomaba una foto con mi cámara Zenith y ahí había quedado, lue- go ella me pidió que nos tomáramos más fotos con el LP ameri- cano y así lo hicimos. Ella me dijo que tenía que comprar pestañas postizas y me pi- dió que la acompañara, estuvimos en cada tienda de rios y maquillaje, pero ella nunca compraba nada pues le parecía muy costoso, insistí en pagarlas yo para no seguir caminando por todo el pueblo, pero ella quería las más baratas así las pagara yo, ha- bíamos llegado como a siete tiendas y tuvimos que devolvernos a la tercera donde era que estaban más baratas solo por un chelín. Primero examinó el producto y luego se las empezó a probar. En verdad le quedaban horribles, a veces no podía creer que hay gente que gasta su dinero en cosas para verse mejor, pero en realidad se ven más feos, tal es el caso de la Niña Gato, ella era perfecta y no necesitaba esas pestañas falsas, pero ella insistía en ponérselas. Luego de comprar esas endemoniadas pestañas nos fuimos a comer los famosos “cholaos” aunque ella me explicó que eran, simplemente no podía imaginármelo. El puesto de cholaos que- daba a una cuadra de su casa, por lo tanto, había que tomar el autobús para llegar. Entramos al establecimiento y pedimos dos

cholaos y nos sentamos en una de las mesas, ya después nos las traerían. Notaba con detalle como la Niña Gato peinaba su cabe- llo utilizando la manga de su chaqueta, justo como lo hacían los gatos. Cuando trajeron los cholaos a la mesa los pude ver, venían en vasos como de quince onzas, tal como ella los describió, franjas de varios colores, con leche condensada, frutas y un toque de canela en el tope. Yo tomé la cuchara y empecé a comer desde arriba, en cambio ella tomó la cuchara y empezó a revolver el suyo hasta que hizo con él un licuado de todo lo que contenía el vaso y luego empezó a comer, yo seguía comiéndolo con norma- lidad hasta que se dio cuenta de que yo no hice lo mismo que ella, enseguida ella sugirió que hiciera lo mismo, pero yo me negué: “Vamos, es más rico” me decía, pero yo no quería. Ella insistió, tomó mi vaso y lo hizo por mí, al momento de regresármelo, lo probé y era la cosa más desagradable que había probado, nada estaba en su lugar y no percibía el sabor de cada cosa, todo estaba revuelto y no es que no me gustó porque era malo sino porque simplemente no sabía a ninguna cosa. Sin embargo, pude ver su adorable sonrisa y ahí supe que todo lo que saliera mal, en reali- dad valía la pena. Nos quedamos por un tiempo a hablar en el establecimiento y ella me habló de un sencillo que no había podi- do conseguir porque estaba agotado, el sencillo se titulaba I Feel Fine y era de The Beatles, no había escuchado esa canción, pero ella me aseguraba que era “la mejor canción que había escuchado”. Frente al establecimiento había un teléfono público, pedí permiso a la Niña Gato para hacer una llamada, luego llamé a Mecebo y pedí en el negocio familiar que buscaran ese sencillo y me enviaran dos cuanto antes. Me senté con ella de nuevo y se- guimos con nuestra conversación. Al llegar el mediodía ella se despidió de mí, ya no podía se- guir conmigo, le supliqué un rato más, pero ella se rehusó, luego

le dije que la acompañaría a casa, pero también se negó, no en- tendía por qué, si el problema era porque la veían con otra perso- na mientras tenía pareja ¿Cuál sería ahora el problema si ya esta- ba soltera? La respuesta fue: “No quiero que mis vecinas me vean contigo”. La dejé ir y llegué a casa a las 12:27, tenía un mensaje grabado en mi contestador automático de las 10:04 de la mañana que de- cía: “Saliendo de casa”. Comí algo y descansé un rato, luego, revisando en mi equipaje encontré el otro regalo de la Niña Gato, el que le daría especialmente el día de navidad. Quería llamarla para decirle que quería verla en nochebuena. Ella colgó, me sentía mal porque aún me trataba así cuando la llamaba, ya definitivamente había muerto la vieja Niña Gato, la que una vez conocí por primera vez. Estaba seguro de que, si la hubiese conocido ese día, no me hubiese enamorado de ella, pero llegué muy temprano y estuve en el sitio equivocado. Los senci- llos que ordené los había recibido el día 23 de diciembre, uno se lo regalaría a la Niña Gato y, por lo tanto, la llamé para decírselo.

Ella colgó otra vez de aquella manera tan sublime y soberbia, pero eso no me importó, solo estaba concentrado en enviarle el sencillo y lo hice, le escribí una nota que decía: “Disfruta” Luego de enviárselo, tomé el otro sencillo y lo coloqué en el tocadiscos para escucharlo, la canción comenzó con un acorde prolongado con el bajo y luego un riff con la guitarra, seguida de la percusión y luego de la poderosa voz de Lennon, era la primera vez que la escuchaba y la definí como un poema de amor en el que afirmaba que no importaba que decía o sentía ella porque “Yo estoy enamorado de ella y me siento bien”. Luego le di la vuelta al sencillo y lo reproduje por la cara B, la canción se titu- laba She’s A Woman y me había gustado mucho más que la ante- rior, en la voz de Paul McCartney, con un sonajero presente y un sonido repetitivo de piano formaron al que yo llame otro “poema de amor” y su solo de guitarra me había gustado mucho más que el de I Feel Fine. El 24 de diciembre, en vista de que nunca me aviso si estaría ocupada o no, volví a hablar con la Niña Gato para pedirle que nos volviéramos a ver.

Yo estaba entusiasmado por darle su obsequio, el que estaba envuelto en papel de corazones rojos con un lazo para regalos. Ya tenía dos poemas con el que le daría el presente, dos poemas que le demostraban y plasmaban todo mi amor en dos simples peda- zos de papel y los anexé al regalo. Había llegado el mediodía y ella aún no me avisaba cuando nos encontraríamos, esperé gran parte de la tarde hasta que casi estaba anocheciendo y a las 6:00 de la tarde tuve que llamarla. Colgué rápido el teléfono y encendí mi Chrysler para llegar hasta allá, ya tenía preparado el regalo para entregárselo, pero luego, en el camino fui pensando: “Y qué tal si no le gustan mis poemas, que tal si se molesta conmigo por lo que escribí. Ella me dijo que no insistiera más…” No quise escuchar a esas voces pesimistas en mi cabeza y me concentré en llegar. Estacioné mi carro y subí a su piso para entrar a su casa, pero luego, volví a pensar en mis poemas y antes de tocar la puerta me arrepentí, retrocedí y quité los poemas del regalo para destruirlos en troci- tos, saqué otra hoja de papel que llevaba para escribir otra cosa menos sentimental. «Niña Gato, te quiero dar gracias por tu amistad, gracias por todas esas veces que me sentía triste y tú me animabas, que me sentía mal y tú me sanabas, quiero desearte una feliz navidad junto a tus amigos y parientes, te deseo lo mejor en éste próximo año. Feliz Navidad. Howard» Una felicitación sencilla, la anexé al regalo y luego toqué la puerta, me abrió su mamá, contenta de verme, me invitó a pasar.

Me senté en el sillón que me gustaba, el más cómodo en el que me había sentado y luego de un rato su mamá salió y me ofreció un postre navideño, no tan seguro de lo que era, lo acepté y lo empecé a comer, era la cosa más dulce que había probado, me encantaba. No sé por qué, pero tenía la sensación de que exactamente es- taba hablando sobre mí, después, vi que salió ella, la Niña Gato, salió vestida con una camisa de botones, una falda corta y tacones negros altos, se veía tan sensual como siempre, a excepción de esas horribles pestañas exageradamente largas, ella se sentó junto a mí y su madre intervino. Su madre nos dejó solos, pero luego llegó su hermanita Va- nessa, notó que tenía un regalo en las manos y estaba curiosa por descubrir que era e incluso, llegó a robar la nota que escribí para su hermana, la Niña Gato se la quitó y me la regresó, al fin, cuan- do pudimos hablar a solas, ella vio mi cámara.

Ella se tomó varias fotos, once para ser especifico y luego dijo que quería tomarse unas conmigo, no creo que fuera porque qui- siera sino porque la cámara era mía, usó varios lentes para tomar- se fotos y conmigo solo se tomó cinco. Cuando terminó, se sentó en el sillón y pude aprovechar para tomarle una foto sin que se diera cuenta. La miré fijo por unos instantes y pude notar en su fuerte y per- sistente mirada que decía la verdad, no pensaba quitárselas, aun- que se le vieran feas, pero creo que no lo hizo simplemente para no perder el dinero. Ella rápidamente levantó su mano para ponerla sobre el regalo, pero yo lo moví del lugar, evitando que lo tomara. Veía también en ella que tenía muchas ansias de abrir el regalo, a pesar de que me dijo que no le gustaba recibir regalos de nadie y mucho me- nos si eran costosos. Dejé el regalo sobre la mesita de té para que lo tomara, pero ella se quedó inmóvil, mirándome, sin decir nada y sin tomar el regalo cuando ya podía hacerlo. Me empezaba a sentir incómodo y quise abrir conversación.

Ella miró a su alrededor en busca de algo que darme y en ese instante entró Zafiro por la puerta principal de la casa. Ella se levantó para agarrar a la gata y como tenía una falda muy corta, se agachó flexionando las rodillas de una manera tan sensual que casi me provocó una erección. Tomó a la gata y me la dio en mis brazos, primero la acaricié y luego la abracé, pero me mordió y me aruño en la cara, se asustó aún más cuando em- pezó a sonar la pirotecnia, escapó de mis brazos y se refugió rápidamente en la despensa de la cocina. Hice lo que me ordenó, la bajé de ahí y luego la encerramos. Ella me tomó del brazo y me condujo a la salida, caminamos por el pasillo hasta que llegamos a la escalera, pensé que final- mente vendría mi tan merecido y esperado beso, pero luego ella me soltó, me dio la espalda y empezó a caminar en dirección con- traria. Me quedé sin palabras, ella volvió a darse la vuelta y siguió caminando, luego, de la escalera, bajaba del piso de arriba un muchacho y pasó junto a mí, en ese momento ella se dio la vuelta y al ver al muchacho, se paralizó hasta que él la saludo y fue donde reaccionó. Yo bajé por las escaleras y me dirigí a mi vehículo, cuando abrí la puerta miré hacia su casa y la vi, ella

también me observaba, me subí al carro y luego entró a su casa, pude observar por su ventana cuando ella tomó el teléfono y em- pezó a hablar con alguien, tan solo la veía y me lamentaba enci- ma del volante, no podía soportarlo, encendí el auto y me largué de ahí. Llegué a casa y pasé la nochebuena solo, con todo el ruido que había logré dormirme a las 11:00 de la noche. El 25 de diciembre, a las 7:40 de la mañana me despertó el te- léfono y me levanté para atenderlo. Ella colgó, la razón de mis “Y…” eran indirectas acerca de mi regalo, quería saber si ya lo había abierto o si le había gustado, pero ella nunca me lo dijo, ni siquiera sé si aún lo conserva, lo cierto es que al igual que ella, yo también necesitaba adulación, aunque sea falsa. El día de fin de año lo pasé solo, siempre lo paso encerrado en casa porque nunca me gustó esperar el año, todos esos gritos y esa pirotecnia siempre me molestó y luego estar parados como unos idiotas contando en reversa como si el mundo fuera a explo- tar, es igual que esperar que se termine cualquier día, solo que no sé por qué tiene que ser el último día del año. La mañana del 4 de enero, ahora de 1965, temprano en la ma- ñana me levanté con la angustia, con la idea de que había perdido para siempre a mi amada Niña Gato y finalmente decidí de una vez por todas renunciar a ella. Para tenerlo grabado, lo escribí en mi cuaderno de cuero: “4 de enero de 1965: ¡Ya! Me rindo, no es que ya no sienta nada por mi Niña Gato, aún la amo, pero no

puedo obligarla a amarme, yo siempre la amaré a ella y quizá yo muera solo, quizá esté toda mi vida solo por pensar siempre que ella es mi Niña Gato, quizá algún día ella, después de tanto bus- car el amor, se dé cuenta que siempre lo tuvo aquí. Y siempre lo tendrá, porque ella jamás me dejará de gustar. Te amo mucho Niña Gato, pero cada vez que te veo me hago daño a mí mismo, me duele al saber que no eres mía, por eso he decidido una vez más no saber nada de ti y que la próxima vez que sepa de ti es porque estás buscando mi amor, el amor que aún permanece aquí y jamás se desvanecerá ¡TE AMO MUCHO MI QUERIDA NI- ÑA GATO! ¡TE AMO!” Después de escribir eso salí enseguida a la calle para caminar un poco y respirar el dulce y fresco aire de mi pueblo, a unas cuadras encontré una juguetería a la cual entré, pensé que podría gastar algo de mi dinero en algo inservible que me divirtiera y compré un yoyo, ese magnífico juguete de origen desconocido que era uno de los pasatiempos más usado para ese entonces. Cuando niño tenía uno y me gustaba jugar con él, no había visto otro igual en años pues era uno hecho de madera. Salí de la juguetería feliz, jugando con mi nuevo yoyo, era fantástico y hasta pensaba que había hecho la mejor inversión de mi vida, jugaba con él mientras caminaba de regreso a casa. Ya en casa quise dedicar un tiempo a leer algunos libros, fui a sacar uno de mi biblioteca y al sacarlo cayó al suelo otro libro mucho más pequeño que estaba al lado, lo recogí, pero no era un libro, era mi libreta de notas. Tenía un tiempo que no la usaba pues había comprado otra libreta, me dediqué a hojearla un poco y en su interior descubrí que estaba anotado el número de Marcie June de la vez en que la conocí. Estaba tan cegado por el amor de la Niña Gato que había olvidado por completo a Marcie June, probablemente la mejor, la verdadera y la única amiga que tenía. Subrayé su número para llamarla enseguida.

Al día siguiente salí de casa jugando con mi yoyo en el camino para esperarla en la parada de autobús, había parado en un abasto para comprar caramelos de menta y como de costumbre había llegado media hora antes de la fijada, no me importaba esperar pues me entretenía con mi nuevo juguete hasta que ella llegara, ya tenía planeado el día, primero iríamos a almorzar y luego la invitaría a The Beagles para comer algún postre, pasaríamos el tiempo en algún lugar público o de su preferencia y luego iríamos a comer un helado en Cuarenta y nueve sabores para después despedirme de ella, solo ella y yo, solos y todo el día para noso- tros, no me sentía adolorido en absoluto por haber renunciado a la Niña Gato pues juré que jamás la volvería a llamar. Jugaba con mi yoyo cuando de repente ese dolor punzante volvió a atrave- sarme y ¡Maldición! ¡La vi! Era ella, la sensual Niña Gato que no quería que apareciera más nunca en mi vida se acercaba a mí, junto con los que supuse que eran unos amigos suyos. Traté de bajar la cabeza, de evadirla, seguir jugando con mi yoyo para ignorarla, para ver si ella continuaba caminando hacia adelante, pero fue inútil porque a pesar de la distanciada vista pudo distin-

guirme, seguía jugando con mi yoyo cuando ella se paró junto a mí y no pude evitar verla, con aquella sonrisa ingrata y sus excén- tricos atuendos, con una pañoleta que cubría su cabello atado debajo de la barbilla y usando lentes de sol, unos shorts y una camiseta roja. Suspiré hondo y la vi a los ojos. ¿Qué hacen por aquí? Seguía yo jugando con mi yoyo, tratando de no sacar más conversación para que se fueran y me dejaran solo para esperar a Marcie, enseguida ella empezó a jugar también con mi yoyo, tra- tándolo de atrapar cada vez que lo tiraba hacia abajo y sin yo po- nerle mucha atención seguía lanzándolo como si ella no estuviese

ahí. Al rato se cansó y me dijo que seguirían caminando por el pueblo y al fin me habían dejado solo. En el momento que al fin decidí definitivamente olvidarme de la Niña Gato, al día siguiente ella aparece justamente frente a mí sin siquiera avisarle ni nada. Luego de unos diez minutos de concentración en mi yoyo y saboreando un caramelo de menta, ella había llegado, yo no la había visto pero hizo sentir su presencia con un hola, inmediata- mente miré y la vi, tan radiante y hermosa como la vez que la conocí, con su cabello largo y rizado, sus particulares lentes de cristal y su vestimenta, una camisa celeste, zapatos negros, panta- lones azules y sin correa, que era característico de ella ya que nunca le gustó usarla, al verla automáticamente la atrapé en mis brazos susurrando “si viniste” y sentía regocijo y agrado al cubrir mi cara con su aromatizado y rizado cabello.

Caminamos cuesta abajo en dirección al centro de la ciudad y mientras caminábamos me dio curiosidad por preguntarle acerca de ese libro. Guardamos silencio por unos cuantos metros hasta que vi en dirección contraria a la Niña Gato y sus retrasados amigos, temía chocar con ellos y mierda, esas cosas no me pasaban cuando te- nían que pasarme hace seis meses atrás. Pero ya era demasiado tarde pues ella había llegado con sus ineptos amigos. La Niña Gato me saludó y yo tratando de evadir- los tomé a Marcie por la mano para seguir caminando hasta que saludaron a Marcie y ella por respeto se detuvo a saludar. Ellos conocieron a Marcie y luego la Niña Gato preguntó a donde iríamos, Marcie dijo que íbamos a la librería a comprar un libro, luego la otra chica preguntó cuál, a lo que Marcie respondió “El americano impasible”, entonces ellas dos se quedaron ha- blando del libro y la Niña Gato se me quedó viendo, yo tan incó-

modamente desvié mi mirada, pero al regresarla ella seguía mi- rándome. Después de un tiempo tuve que interrumpir. ¡NO! ¡Maldita sea! ¡No! Esa maldita perra arruinaría mi día con Marcie y tan solo miraba a Marcie con la esperanza de que se negara a ir, pero ella asintió y no me quedó otro remedio que ir con ellos, ya no éramos nosotros dos sino cinco personas, ellos tres caminaron adelante y nosotros íbamos detrás de ellos, después de un tiempo caminando, Marcie llamó mi atención. Con una cara de mala gana tomé por el hombro a la Niña Gato muy bruscamente y los demás se detuvieron para darse la vuelta. Después de haberlos presentado, seguimos nuestro camino ha- cia el establecimiento donde vendían los cholaos, llegamos a la parada y nos subimos en un autobús, ellos tres compartieron un asiento y nosotros dos, otro. No me sentía emocionado, tampoco tranquilo, el día que tenía planeado con Marcie se echó a perder

por culpa de la Niña Gato que aun queriéndome olvidar de ella, no salía de mi vida. Al llegar, tomamos una mesa, ellos se sentaron de un lado y nosotros del otro, cada uno pidió su cholao, a excepción de mí, yo pedí dos porque pagaría el de Marcie y al momento de pagar, tan solo veía a la Niña Gato con aquella dificultad que tenía de sacar las monedas y contarlas para pagar un mísero cholao, jamás la había visto así pues era yo quien siempre pagaba. Cuando nos trajeron los cholaos a la mesa, Marcie y yo los es- tábamos comiendo normalmente desde el tope, en cambio ellos revolvieron todo el contenido con la cuchara, Marcie y yo (yo por segunda vez) habíamos quedado estupefactos y seguíamos co- miendo lo nuestro con normalidad. Ella hizo lo mismo, tomó el vaso de Marcie muy descortés- mente y empezó a revolverlo, para cuando terminó, lo devolvió y le dijo a Marcie que lo probara ahora, al momento de probarlo ella no expresó nada, pero sentía como Marcie, aunque no lo ex- presaba, quería retirar eso de su boca ya que no tenía sabor alguno, todos los sabores estaban perdidos en aquel vaso. Ella qui- so hacer lo mismo con el mío, pero no se lo permití, a la final logró arrebatarme el vaso y revolver todo el contenido, tuve que comérmelo a pesar de que eran tantos sabores juntos que a la fi- nal no sabía a nada. Marcie solo logró comerse la mitad y la otra mitad la dejó sobre la mesa.

Ella enseguida empezó a maullar como la típica gata lo hace y se limpiaba su carita con su manga como hacen los gatos, acari- ciaba su cabello, ronroneaba como un auténtico gato y se acari- ciaba con la mesa y en el brazo de Matthew. Marcie quedó sin palabras pues creo que jamás había visto algo como eso y es por eso que la bauticé “Niña Gato” Al comernos los cholaos, dejamos el lugar y quería llevarme a Marcie conmigo para recuperar algo de tiempo, pero la Niña Gato sugirió que pasáramos la tarde en su casa. Miré a Marcie y ella me miró a mí, no sabíamos que decir, pe- ro para no ser groseros, aceptamos ir. Al llegar, entramos a su domicilio y yo tomé asiento en el cómodo sillón que me gustaba e invité a Marcie que se sentara a mi lado y tomé su mano, ella también tomo la mía. En la casa ya estaba su hermanita y su mamá, la cual nunca salió, pero su hermanita sí, junto con otras ni- ñas. Luego había llegado la Niña Gato con Zafiro en los brazos y me la aventó en las piernas, Marcie se apartó de mí, traté de abra- zarla, pero me lo impedía, al final me mordió en la mejilla de nuevo y me aruño los brazos para escapar.

Un tiempo después, mientras los tres tarados estaban reunidos hablando sus tonterías, Marcie me susurró al oído que quería irse y no solo ella, también yo quería hacerlo, me levanté tomando su mano y nos despedimos de ellos, dijimos que ya teníamos que irnos. En ese instante miré mi mano que inconscientemente tenía tomada la mano de Marcie, no sabía que decir, miraba a Marcie y también había quedado sin palabras luego solté su mano y la abracé. Gran error el que cometí porque sin duda tenía que haber di- cho que sí. Salimos en ese momento de la casa y empezamos a caminar en dirección al centro del pueblo, ella quería tomar el autobús pues se sentía cansada, yo evité que parara alguno ya que en todo el día no pude estar con ella y quería extender el tiempo, en un momento me llegó a decir que le dolían las piernas y le sugerí cargarla, ella se echó a reír, pero no aceptó, pensó que era un chiste, al llegar, ella tomó el autobús hasta su casa y luego me dejó. Yo caminé hasta casa, decepcionado, sin poder hacer nada de lo que quería con Marcie June, quería desaparecer de mi vida a la Niña Gato, pero ella regresaba para molestarme, para dejarme sin vida, a mi parecer no quería estar conmigo, pero tampoco quería que yo estuviera con alguien más. Al llegar a casa llamé a Marcie y lo primero que hizo fue quejarse porque Carmen y Lorena esta- ban adoloridas, mi reacción no fue normal, enseguida pregunté

quienes eran esas dos y sorpresa para mi fue darme cuenta des- pués de que estaba hablando de sus piernas. El 8 de enero, tranquilo en mi casa, leyendo algunos libros y tomando algo de vino, recibí la no grata sorpresa de que estaban tocando a la puerta de mi casa, eran las 12:30 de la tarde y no sabía quién podría ser pues no esperaba visitas en ningún mo- mento: era La Niña Gato y su amigo Matthew. Detrás de la puer- ta, la Niña Gato me miraba con una cara se psicópata, con una sonrisa y unos ojos brillante como con deseos de matarme. Abrí la puerta y los invité a pasar. Estuvimos hablando por un tiempo y luego la Niña Gato me pidió prestado mi teléfono para hacer una llamada. Mientras ella hablaba por teléfono, yo conversaba con Matthew, ellos venían del colegio, lo pude ver por sus uniformes escolares y pude notar que el de la Niña Gato estaba todo rasgado y roto, su camiseta tenía varios agujeros y sus pantalones estaban rasgados al final del talón. Matthew, a pesar de que no lo conocía tanto, después me fue cayendo bien y me decía (mientras la Niña Gato hablaba por teléfono) que ella tenía un novio tonto y estúpido de doce años que el odiaba y que le alegraba mucho que había terminado con él pues Matthew era uno de los que le decía a la Niña Gato que “tenía más cuernos que un venado”. Cuando la Niña Gato terminó de hablar por teléfono, regresó y se sumó al grupo mas no a la conversación, mientras Matthew y yo hablábamos, ella estaba distraída y a menudo miraba hacia el teléfono. Tiempo después el teléfono sonó, yo me levanté para atenderlo, pero la Niña Gato dijo enseguida: “Yo lo atiendo” y corrió a responder, me volví a sentar y a hablar con Matthew, me decía que estaría bien chévere si salíamos al pueblo a comprar algunas cosas para compartirlas en mi casa y yo acepté, ambos miramos a la Niña Gato hablando por teléfono y Matthew se le- vantó y dijo: “Ya vuelvo” caminó en dirección a la Niña Gato y le arrebató el teléfono sin que se diera cuenta y luego habló.

Matthew colgó el teléfono, a pesar de que no tenía ningún in- terés en la Niña Gato, lo hizo, hizo lo que yo, desde hace un año atrás quise hacer y nunca me atreví. Salimos a un supermercado en busca de algunos bocadillos, al primero que llegamos pregunté qué era lo que querían comer y Matthew me dijo que él estaría bien con cualquier cosa, entonces tomé una caja de galletas y se las mostré a la Niña Gato, le vi cara de inseguridad, pero sin embargo dijo que estaba bien, dejé la caja que tenía y tomé otra de otro tipo, se la mostré e hizo lo mismo. La sostuve por los hombros y la miré fijamente a los ojos. Revisé en el estante buscando galletas navideñas, pero no ha- bía ninguna y salimos de ahí a buscar otro supermercado, al visi- tar el sexto, la Niña Gato dijo que estaba bien cualquier galleta, pero no, no quise rendirme hasta no revisar en todo el pueblo. Al final buscamos en un pequeño kiosco donde vendían periódicos y algunas chucherías, entre ellas, galletas, pero tampoco tenía navideñas, lo único que tenía con ese tópico era una caja de cereal, que eran como pequeñas galletitas cuadradas con relleno de cho- colate, era algo costosa.

El hombre del kiosco me dio la caja de cereal y se la pagué, la Niña Gato ya quería ponerle las garras encima, pero se la arrebaté del camino a tiempo y ella solo rozó el aire. nos rodearon, era como en una película cuando el hombre se le declaraba a la mujer, ella apenada, se negó a hacerlo. Al momento de que el sujeto del kiosco exclamara eso, la gen- te alrededor también lo exigía Ella se detuvo a pensarlo por un instante y dedujo que en la mejilla estaba bien, ella se preparó y yo me incliné un poco hacia abajo para que me besara. Ese beso no era exactamente lo que quería a cambio, pero supongo que podía conformarme con eso. A medio camino de casa, un poco cansado y exhausto entré a un abasto y pedí una bebida para refrescarme, suerte para mi ha- bía solo Coca-Cola, volteé para mirar a la Niña Gato. Ella volteó los ojos a un lado y luego asintió con la cabeza. Compré la CocaCola más grande que había y en el instante la abrí y empecé a beber, era un néctar glorioso, un sabor iniguala- ble, lo que estaba tomando en ese momento era el vino de los

dioses que brotaba en las fuentes del Olimpo, era simplemente perfecta y recordé su sublime sabor, después de tener casi tres meses sin probarla. Cuando llegamos a mi casa, nos sentamos a seguir conversan- do, yo compartía mi Coca-Cola con ellos y la Niña Gato nos daba cereal, cuando se lo acabó, ella pidió lavarse las manos, la condu- je al baño y al salir pidió nuevamente el teléfono, luego me dirigí a Matthew. Sospechaba lo inevitable, recordé cuando me dijo hacía más de un mes atrás que todos los hombres iban a ser sus amigos so- lamente y además de eso dijo que no tendría más relaciones a distancia porque no funcionaban, pero ahí estaba, hablando con otro hombre que se encontraba a más de doscientos kilómetros. Matthew dijo que podríamos vernos el día siguiente todo el día, se le ocurrió que tal vez se podría comprar más bocadillos y pasar el tiempo. Me pareció una buena idea y enseguida sugerí la casa de la Niña Gato. Él se levantó para colgarle el teléfono de nuevo y traerla hasta donde estábamos sentados, le planteamos la situa- ción y dijimos que sería en su casa a lo cual se negó rotundamen- te. Quedé atónito, pero gozaba en mi interior porque finalmente alguien le decía lo que yo siempre tuve miedo de decirle. Ella se quedó callada y Matthew prosiguió.

Salimos para entrar a otro supermercado donde compré una caja de galletas y la Niña Gato pidió que le comprara gelatina, para hacerla esa noche y que al otro día estuviera lista y se la compré, también compré Coca-Cola y todo se lo di a la Niña Ga- to. Ella no objetó, tomó las cosas y se las llevó, me despedí de la Niña Gato y Matthew se quedó conmigo, el sugirió que podíamos quedarnos un rato en la plaza y conocernos mejor, lo cual acepté, encontré una banca vacía pero él no quería sentarse, no le gustaba estar sentado y dijo que podíamos hablar mientras caminábamos alrededor de la plaza, así lo hicimos, cuando empezamos a hablar fue sobre la Niña Gato, él quería saber de dónde la conocía así que le conté la historia y le dije que fue gracias a la Niña Pícara que la conocí, también le conté mi relación con la Niña Gato a lo cual surgió una pregunta. No sabía que responder, me quedé congelado por unos segun- do hasta que dije que sí, siempre me había gustado, luego él me contó su relación con ella, me dijo que era dulce y amigable pero me contó que un tiempo no fue así, ya que ellos estudiaban en el mismo salón y una vez quería hacer grupo con ella y Odisea, le preguntó a Odisea si podía formar parte del grupo para el trabajo

escolar, Odisea miró a la Niña Gato y esta negó suavemente con la cabeza, él no sabía que decir porque habían sido amigos desde muy pequeños pero hubo un tiempo en el que la Niña Gato cam- bió, ya no era la misma con él, era mala y siempre lo evitaba pero todo volvió a la normalidad de un tiempo para acá. No lo quería creer y si la Niña Gato se estuviese comportando conmigo de esa manera, no lo hubiese hecho. Estuvimos un tiempo más hablando de la Niña Gato hasta que estaba a punto de oscurecer y nos des- pedimos. A la mañana siguiente, me levanté y había recibido una llama- da de Matthew que me decía que nos veríamos a las 2:00 de la tarde, no había problema por mí, pero a la 1:16 me volvieron a llamar.

Colgué el teléfono y me dirigí a la estación de buses, pregunté por la posibilidad de haber una oficina de objetos perdidos, pero no, no existía, intenté también hablar con los conductores, pero tampoco la habían visto. En la estación, tomé un bus hacia Saint Hyacinth para llegar a la casa de la Niña Gato y la había visto a ella sentada en la pequeña placita que estaba frente a su casa, mirando hacia donde se le perdía la vista, esperando el autobús donde se subió y poder preguntar, con la esperanza de que le de- volvieran su cartera, llegué al lugar y antes de saludarla, ella paró uno de los buses y preguntó, pero el conductor no sabía de lo que ella hablaba y se marchó. En ese momento, pasó otro bus, pero ella no lo detuvo.

Yo solo la acompañé ahí sentado y empecé a hablar con ella, hablaba sobre cosas que teníamos en común, sobre cosas que me habían pasado y sobre cosas que quisiera que me pasaran, ella no respondía, solo escuchaba, cualquiera diría que estaba pendiente de cada bus azul que pasaba, pero no, porque ya habían pasado varios y no se paró a detenerlos. Me sentí vanidoso de escuchar eso, rato después ella miró ha- cia su edificio, recordó algo y me lo comentó, la noche de navi- dad, cuando ella me echó, sintió la pena más grande de su vida ya que el muchacho que bajaba las escaleras hasta su piso y la salu- dó mientras yo bajaba a mi vehículo era nada más ni nada menos que su púbero ex noviecito y la pena era porque nos tenía presen- te a los dos en el mismo lugar, ella lo saludó como amigos y yo no lo había distinguido bien, si lo hubiera reconocido seguramen- te lo hubiese golpeado. Ella se levantó y me invitó a su casa y al entrar, vimos a su mamá que hablaba por teléfono y colgó, le dijo a la Niña Gato que habían encontrado su cartera y había sido un ex de su tía, ahí fue cuando pensé “Éste pueblo es realmente pe- queño”, se sintió más aliviada y me tomó de la mano para volver a salir de la casa. No le creía absolutamente nada, pero en cuestión de minutos, su madre dejaría el domicilio, tan solo nos quedó esperar a Matthew que llegó en cuestión de una hora, pero llegó con tres personas más.

A lo que Matthew llegó con la gente al piso, los extraños fue- ron los primeros en pasar, luego iba a pasar Matthew, pero la Niña Gato lo detuvo en la puerta. Habiendo dicho eso, pasó adelante y ya todos habían tomado asiento, cuando iba yo a pasar, la Niña Gato me detuvo en la puerta igual que como hizo con Matthew. “Si, dirían que eres una grandísima puta y a lo mejor no son chismes y están en lo cierto”. Todos estaban adentro, disfrutando de MI gelatina, MI Coca-Cola y MIS galletas. Después de repar- tir su porción a cada uno, ella los echó. Todos bajamos y la Niña Gato nos condujo hasta un pequeño parque infantil que estaba detrás del condominio, ahí nos senta- mos en unas pequeñas bancas de concreto y los invitados de Matthew dijeron que caminarían un rato en el parque.

Y efectivamente, ella guardó silencio, después de estar un tiempo ahí una de las chicas que Matthew trajo quería ir al baño y su amiga la acompañaría, así que subieron las dos chicas y la Ni- ña Gato, yo me quedé con Matthew y su otro amigo y Matthew sugirió subir también. Las chicas estaban adentro y nosotros también entramos, nos quedamos en la sala, pero cuando la Niña Gato nos vio ahí, se molestó. Ella exigió que saliéramos más yo no quería ¿Por qué? Si cada vez que había entrado su madre me atendía excelente y era bien recibido. Ella volvió a sacar a todos de la casa, las chicas decían que se tenían que ir y se fueron los que estaban de más, dejándonos so- los a Matthew, la Niña Gato y a mí, nos sentamos en las bancas “de amor” de la Niña Gato y Matthew siempre tenía una pequeña característica que afectaba a la Niña Gato: que la molestaba y no tenía límite. Él la molestaba ya fuera con palabras o físicamente, ya sea babeándola, jalándole el cabello, pellizcos, etc.

cayó al suelo, luego cayó la basura encima de ella y todos los estudiantes que estaban por ahí la rodearon y se rieron de ella Esa era una respuesta que jamás vi venir, a cualquier niño o adolescente le hubiese traumado esa escena en su vida, pero a la ingenua, cándida e inocente Niña Gato ni siquiera le importó o, mejor dicho, “no sabía que se reían de ella”. Esa era la Niña Gato que yo quería de vuelta. Matthew siguió molestándola y no lo veía tan grave pues de esa manera se molestan muchas personas, sobre todo los herma- nos y Matthew y la Niña Gato eran como eso, hermanos, pero entre tanto molestarla la Niña Gato dijo algo revelador. El corazón me dio un brinco al escuchar que la Niña Gato re- velaba mi secreto y me levanté. Matthew se levantó, sin preocupación alguna. Cuando había terminado la frase él había llegado hasta una pa- red y yo le había sujetado el cuello con mi mano. Él dijo sonrien- do que no se lo diría a nadie y yo me tranquilicé.

Nos sentamos junto a la Niña Gato de nuevo y hablando de to- do un poco, ella reveló otro secreto: me habían robado una Har- ley-Davidson. Tanto insistía Matthew que le contara que lo pensé por un momento y me di cuenta de que esa historia podía beneficiarme de alguna manera. ¿Has pensado en cómo me dejarías a mí? Yo te necesito, si te hubieran matado no sabría que hubiese hecho con mi vida, hubie- se llorado todas las noches, tú tienes una gatita por quien vivir” “¡Oh Niña Gato! Me odio, hubiese estado mejor si me hubiesen matado” y ella decía “¡No! Por favor, yo te quiero mucho, no hagas nada estúpido que atente contra tu vida, yo te necesito, me dejarías sola y me matarías a mí en vida…

Después de que dejamos de hablar de eso, pedí a la Niña Gato traer su guitarra, quería practicar un poco y tocar algunas cancio- nes para ella, pero se negó a hacerlo, por el simple hecho de que “estaba muy lejos”. Matthew se sentó junto a ella y la empezó a molestar, la tomó por los hombros y la empujó hacia atrás soste- niéndola para que no se fuera a caer completamente. tenía idea de por qué la Niña Gato estaba asustada por esa tonte- ría, luego Matthew amenazaba con babearla en esa misma posi- ción, cosa que a la Niña Gato le daba asco, tomé algunas fotogra- fías de eso también hasta que sonó el teléfono de la Niña Gato y Matthew la dejó para que contestara, subió a su piso y contestó, me sorprendió diciéndome que la llamada era para mí y no para ella, extrañado, tomé el teléfono y hablé, era la mamá de la Niña Gato, preguntaba cuando me llevaría a Zafiro pero no acepté, le dije que era imposible llevármela pero me convenció diciendo que me conseguiría una oportunidad con la Niña Gato, me dijo que le darían un sedante para que durmiera en todo el viaje y la transportaría en una caja. Colgué el teléfono y al voltear, miré a los ojos de la Niña Gato y le dije: “Mañana vendré por Zafiro” ella algo emocionada y no teniendo idea de lo que su madre habló conmigo, me abrazó en señal de agradecimiento. Luego nos fui- mos del lugar, Matthew y yo y al llegar a casa empecé a empacar para irme a Mecebo. A las 8:00 de la noche recibí una llamada.

Al colgar, llamé a Matthew y hablé con él, le exigí que no tra- tara más a la Niña Gato como lo había hecho, se acabaron esos juegos, simplemente porque no me agradaba lo que hacía y que estaba seguro que quizá a la Niña Gato tampoco le agradaba. El entendió y prometió que no lo haría más y si me enteraba que lo hacía, iría por él. A la mañana siguiente, 10 de enero, me levanté para ir ense- guida a la casa de la Niña Gato a buscar a su gata, llegué tem- prano, fui recibido por su madre y me invitó a pasar para aplicar el procedimiento a la criatura, luego salió la Niña Gato de su ha- bitación en pijama pero no quería observar el procedimiento y se sentó en uno de los sillones con los ojos cerrados, la gata se dejó aplicar el somnífero pero al momento de meterla en un saco no se dejó, corrió por toda la casa para luego terminar en los brazos de la Niña Gato, la cual no aceptó que la metieran en un saco, inclu- so, ya había renunciado en entregármela. Una de sus vecinas en- tró a la casa y vio lo que estábamos haciendo, brincó de alegría

cuando supo que se llevarían lejos a Zafiro y eso molestó a la Niña Gato. Zafiro ya se estaba durmiendo en sus brazos y su ma- dre exigió meterla en el saco y ella obedeció, luego metieron el saco en una caja y yo le puse cinta, estaba lista para partir y la Niña Gato me acompañó a bajar las escaleras. Mierda. Sonreí, abracé a la Niña Gato y me despedí de ella para partir al terminal, una vez allá me preguntaron que transportaba en la caja y yo respondí que era “ropa interior sucia” y por lo tanto pasé sin problemas. El autobús estaba vacío solo tenía una sola persona, un hom- bre que estaba sentado en la última línea de asientos, pensé que sería buena idea sentarme ahí también, así tendría menos proble- mas si Zafiro llegaba a despertar y así lo hice. Al sentarme, colo- qué la caja bajo el asiento, pero al colocarla en el suelo, la gata tuvo un movimiento involuntario lo que hizo que emitiera un sonido que el hombre junto a mí oyó. No respondí a la pregunta solo me quedé sentado mirando al frente. Traté de ignorarlo, pero el hombre insistía.

Seguía callado, dándole otra oportunidad de que cerrara la bo- ca de una vez por todas. En ese momento, después de que el hombre se levantara, sa- qué de mi chaqueta mi revólver Webley y sin dejar de mirar al frente le apunté y halé el martillo hacia atrás, él se volvió a sen- tar, ahora con la boca cerrada, volví a guardar el revólver en mi chaqueta y a las 8:00 en punto, cuando ya se había llenado un poco más el bus, salió directo a Mecebo. En mitad del camino, la gata empezó a moverse, trataba de salir, pero el saco le dificulta- ba el escape, no tuve problemas porque se escapara, pero si por- que se movía mucho pues el efecto del somnífero no fue tan du- radero como me habían dicho. Al llegar al terminal de Mecebo, sentía que la gata no se había movido más por un tiempo, abrí la caja para verla, pero solo esta- ba inmovilizada, sin energías para moverse y se le veía cansada y sedienta, compré una botella de agua y se la vacié encima, pero de cierta forma eso lo empeoró todo. Tenía mis dudas ¿Realmen- te a un animal como el gato puede afectarle las condiciones climáticas de una región a otra? La respuesta es: si, si lo hace. Enseguida tomé un taxi y me dirigí a la clínica veterinaria más cercana, rápidamente, el veterinario me atendió, sacamos a la gata de la caja y estaba inmóvil y tiesa, pero aún respiraba, el veterinario me decía que se encontraba así por aplicar mucha fuerza, además del calor y la falta de aire cuando se encontraba dentro de la caja, decidí esperar afuera donde había un teléfono público, creí que tenía que notificarle a la Niña Gato sobre la si- tuación, fue una mala idea pues al decirle lo que padecía su mas- cota y que probablemente no se salvaría, inmediatamente colgó.

Yo volví a entrar para esperar en la sala hasta que el veterinario me llamó para pasar al consultorio. Veía la gata tiesa en la misma posición, aun respirando, pero el veterinario me dijo que estaría bien, después de un tiempo empezó voluntariamente a mover una de sus patas traseras, luego la otra, luego la cola hasta que pudo moverse completamente. El veterinario le puso un relajante muscular y una taza con agua donde Zafiro tomó hasta terminársela toda, me recomendó que como la gata venía de un sitio de clima frío, darle abundarte agua, pagué cuatro libras por la consulta y luego tomé un taxi hasta casa. En casa, subí a mi habitación y la liberé, luego empezó a sonar mi teléfono, cerré la puerta para que no saliera y fui a contestar, era la madre de la Niña Gato, me preguntó cómo estaba su gata y le informé que se encontraba bien, había sufrido algunos incon- venientes en el viaje pero estaba perfectamente, ella me informó que la Niña Gato estaba encerrada en su habitación llorando y que le había gritado que era una detestable madre y que todo era su culpa, que ella tenía la culpa de que Zafiro muriera, le dije que no había problema, todo estaba bien y que la gata solo estaba un poco deshidratada. Me pidió que si otra cosa le llegaba a pasar a Zafiro no se lo dijera a la Niña Gato pues se pondría triste nuevamente, le di mi palabra y ella preguntó que si alguna vez po- dían visitar a Zafiro a lo cual yo accedí, pero esa gata nunca reci- bió esa visita. Subí de nuevo a la habitación y Zafiro estaba debajo de mi cama, no quería salir de ahí y si intentaba sacarla se ponía salvaje y agresiva al punto de que trataría de morderme y arañarme, que ya lo había hecho, era la 1:30 de la tarde, salí a comprar una pe- chera para Zafiro y le compré una rosada con su correíta, era para pasear perros, pero yo la usaría para Zafiro, para que no se esca- para. Quería que primero se tranquilizara y conociera mi cuarto

para que no se volviera loca en el instante y saliera de la casa a perderse en la calle. Tomé dos tazas, una con comida para gatos y otra con agua y las coloqué junto a la cama, tomé la cámara para fotografiarla, pero solo pude tomarle fotos debajo de la cama, pues aún no se había movido de ahí. Las fotografías las envié a la Niña Gato para que ella viera que su mascota estaba bien y luego la llamé, ella contestó un poco llorosa aún.

Yo colgué rápidamente sin despedirme, tal y como ella lo ha- cía y luego pensé en lo que hice ¡Qué bien se había sentido! Con razón ella lo hacía cada vez que la llamaba. Saqué la gata debajo de la cama y le probé la pechera, le que- daba perfecta pero después de un rato de tenerla puesta le moles- taba, y ella misma se la quitaba, achicando su cuerpo y luego pasando entre dos objetos que estaban muy juntos, como si fuera una serpiente cambiando de piel. A la mañana siguiente desperté, con olor a orina de gato, mientras dormía, Zafiro se subió a la cama y me orinó encima, miré debajo de la cama y no estaba, eché un ojo por toda la habi- tación y la encontré en mi closet, durmiendo sobre unas frazadas. Quité las sabanas para ponerlas a lavar, cuando las puse en la lavadora, recibí una llamada.

con la misma moneda, revisé mis sabanas y las puse a secar y mientras, fui a colocar sabanas nuevas, ahí vi a Zafiro comiendo, se había quitado de nuevo la pechera, le coloqué sabanas limpias a la cama y luego me acosté un rato a ver televisión, Zafiro se subió también y se recostó sobre mi pecho mientras veía televi- sión, luego se mudaba a una de las esquinas inferiores de la cama y después se metía debajo, ese proceso lo hacía de vez en cuando.

El 12 de enero no amanecí con olor a orina de gato pero en cambio mis zapatos si y uno de ellos tenía excremento de gato, esa mañana saqué todos mis zapatos al patio trasero y los lavé uno por uno con un balde lleno de jabón y la manguera de jardín, al terminar tomé el cesto de la ropa sucia que también tenía orina de gato, por lo tanto tuve que preparar de nuevo la lavadora, lim- pié mi cuarto y luego lo aromaticé para evitar olores fuertes, tomé la pechera y se la coloqué a Zafiro para luego sacarla al patio, tuve que halarla por la correa porque no quería salir de la habita- ción. Después de tenerla afuera solo estuvo junto a mis pies y de ahí no se movió, por lo tanto, la volví a llevar al cuarto. A las 6:34 recibí una nueva llamada. Me preguntaba si ahora la Niña Gato sentía lo mismo que yo hace meses cuando me colgaba la llamada de esa manera. Había veces que Zafiro era pasiva pero otras veces donde era agresiva, podía estarla acariciando, pero luego se comportaba tan agresivamente que yo tenía que sujetarla por el cuello, como si la estuviera ahorcando, pero no era para eso, era para evitar que me rasguñara la cara y me hacía daño en mis manos. Quise infor- marme más sobre el comportamiento gatuno y fui a la biblioteca para buscar un libro que me hablara sobre los gatos para poder estudiar más afondo su comportamiento. Tiempo después de revi- sar, encontré una enciclopedia gigantesca, un libro que me habla- ba solo de los gatos, desde sus orígenes en la creación, pasando

por sus grandes esfinges en Egipto y después como formaron parte también de importantes dinastías chinas, gatos de dueños y líderes famosos hasta nuestra actualidad, incluso gatos en la cul- tura popular, esa enciclopedia lo tenía todo y me la llevé a casa. Estudié sus orígenes, su anatomía, su fisiología, sus numerosas razas, para luego caer en los comportamientos gatunos. Decía que los gatos eran felinos dóciles, fáciles de domesticar pero que no siempre es así, no se explica el comportamiento de los gatos de amar a sus amos, un día están con ellos y al otro día los abando- nan, así son ellos, no se explica por qué. Un gato puede sentirse triste cuando no ve por un tiempo a su humano y suele escaparse de su casa en busca de él. Cuando un gato es agresivo con una persona es porque no le agrada, incluso si esa persona es su amo, la persona que lo vio nacer y ha cuidado de él. Hay gatos, que suelen ser la mayoría que son totalmente haraganes, no se mue- ven para nada y solo les gusta que sus amos les acaricien pues es el mayor placer que puede existir en ese tipo de gatos. Ahí descubrí en realidad que los gatos no aman, solo lo hacen a su conveniencia, después de unos días el comportamiento de Zafiro mejoró, ya no me aruñaba ni me mordía y la entrené para que obedeciera cuando la llamaba. Cuando se siente sola, se sube a mis piernas y ella misma me abraza, coloca sus patitas alrede- dor de mi cuello y acaricia su cabeza contra la mía, era una ver- sión más amorosa que tenía oculta esa gata. Me preguntaba si ese mismo comportamiento le afectaba a la Niña Gato por tanto tiempo que tenía de creerse una gata y no lo sabía, ahora que descubrí que los gatos no aman suponía que no me amaba por eso, insistía en darle comida, que era el yogurt y la leche; insistía en satisfacer sus placeres que era cuando quería acariciar su cabeza y su rostro y hasta todo su cuerpo pero no me lo permitía e insistía en cuidarla, ser su amo; que era cuando pedí tener una relación con ella pero me arañó, me mordió y me aban-

donó. Era exactamente el comportamiento irascible y agresivo que describía el libro acerca de los gatos. En ese momento, cuando supe que los gatos en realidad no aman, renuncié a la Niña Gato una vez más, la Niña Gato para mí ya no existía, había muerto, ahora solo quedaba Grace, pero yo nunca me enamoré de ella. El 16 de enero recibí una llamada que no contesté pues ya sa- bía quién podría ser, luego, dos días después, a las 3:42 recibí otra llamada, que no tuve otra opción más que responderla. Zafiro se había perdido de verdad, ofrecí recompensa porque no era como cualquier otro gato que haya tenido, ese me lo ha- bían regalado y no podía perderlo, aunque hoy en día odiara a su antigua dueña.

Luego había recibido varias llamadas, pero simplemente no quería hablar con ella, en cambio llamé a la Niña Pícara, que te- nía muchísimo tiempo sin hablarle pero de algo que no me había dado cuenta hasta ese instante era que estaba llena de hipocresía, le conté que tenía a Zafiro y dijo que ella la extrañaba mucho, que la quería y no tuvo la oportunidad de despedirse de ella, una total mentira porque me confesó en ese mismo momento que te- nía casi dos años que no la veía e incluso la llamé varias veces en diciembre para que saliera conmigo y Grace pero ella solo decía: “estoy ocupada”. Traducción a nuestro idioma: “Estoy cogiendo con mi novio”. Es increíble como gente como ella y Grace les dan la espalda a sus familias, a sus amigos, personas que toda la vida los han apo- yado, sacrifican todo eso para estar con un muchacho que apenas conocieron y que creen que es con el que se casarán, con el que compartirán su vida y en caso de ser así, ¡Por favor! Tienen toda la vida para eso. El día 23 de enero quise probar a Grace para ver si sentía inte- rés en mi o me llamaba solo porque tenía a su mascota, pero ahí supe que su mamá me engañó para que me la llevara, lo que sea por no tener a Zafiro en casa, así eso signifique aprovecharse del corazón noble de un joven acongojado. Era increíble, estaba en lo cierto, yo no le interesaba y ni si- quiera notó que la llamé por su nombre

Hubo unos segundos de silencio, como si ella no estuviera ahí y en ese momento colgué el teléfono, ya me cansé, no tenía por qué estar ahí como un tarado solo porque a esa puta le daba la gana, me harté de ella, ya no más. En ese instante decidí que le contestaría lo más lacónicamente posible y finalmente dejar de sufrir por ella. Ella volvió a llamar el 1 de febrero. Esa conversación la tuve a las 8:00 de la mañana, supuse que pensó que como ya venía su cumpleaños yo la llamaría y le en- viaría un regalo costoso como siempre hacía, pero se equivocaba, ella decía que no le gustaba ese gesto de mi parte, pero igual lo aceptaba. Se acabó el Howard tonto que se rendía a tus pies y tú solo te aprovechabas de él. Ese día iba preparado para ir al negocio familiar pues prepara- ba una noticia para mis hombres a los cuales los reuní a todos en un solo salón, al entrar me paré frente a todos para dar la noticia.

puedo hacer más, lo disfruté mucho, me gustaba, pero ahora no, no puedo vivir con la culpa de asesinar a quien no paga, he asesi- nado a pocos, pero sus espíritus a veces me persiguen. Muchos de ustedes se preguntarán de que viviré, he comprado algunas pro- piedades, otros se preguntarán quien los liderará y para eso pensé en Fred Moore, le cederé mi puesto, en cambio yo he decidido buscar la paz y empezar a estudiar en la universidad la carrera de medicina, quizá así, salvando algunas vidas pueda tachar la culpa de haber acabado con otras, quiero ser un hombre que pueda ayu- dar al necesitado, que pueda salvar a otros, compartir todo lo que tengo con quien pueda y encaminar a los demás a hacer lo mis- mo, muchos aquí dirán que lo que quiero en realidad es ser comunista y bueno… quizá eso es lo que quiera ser. Metí mi mano en mi bolsillo y saqué mis llaves, miré el dije que me regaló el Che, miré al frente y luego salí del lugar, a lo lejos, Fred me detuvo, decía que estaba loco, que qué rayos me pasaba, que por qué lo hacía. la otra un bar con expendio de licores. Al llegar a la universidad vi gente nueva, gente de mi edad en los que tenía ciertas cosas en común, los profesores eran una

mierda pues en la primera clase me mandaron a cortar el cabello y no era extraño que el que me lo mandó a cortar era unos de esos pelones profesores envidiosos de mi melena pero iba muy bien, de hecho, mejor que en la secundaria, esos idiotas que estudiaban conmigo vivían con el miedo de llegar a la universidad, decían que no querían dejar la secundaria, que querían estar en la secun- daria por siempre, solo y únicamente porque le tenían miedo a la universidad, pero no entendía a qué le temían, solo es otra aca- demia, nada más y es excelente, tengo total libertad de hacer e ir a donde quiera, si quería estudiar en un salón podía buscar uno que estuviera vacío y entrar, nadie me decía nada y tenía todo el salón para mí solo y si mi profesor no se presentaba en la clase pasados diez minutos podía irme a mi casa, no como en la secun- daria que si no iba mi profesor igual me tenían encarcelado hasta la hora de la salida, eso no es justo, los odiaba, los odiaba a todos. Caminando por los pasillos ese día, tropecé con una chica, ca- sualmente era de Rillujot, lo noté por el acento y luego porque me lo dijo, tenía una voz muy fina y delicada, era de baja estatura, blanca como la leche, de cabello castaño y usaba lentes redondos para leer. En absoluto tuve problemas con mi antropofobia pues ya sentía que estaba familiarizado con esa chica, ella preguntó dónde estaba la dirección para poder inscribirse y yo la conduje hasta allá, ella me lo agradeció y me dio su nombre. Silvana se llamaba y era de origen italiano nacida en Rillujot, ella pidió mi número por si necesitaba alguna otra información y se lo di. Des- de ese día no la volví a ver más, pero conocí muchas otras perso- nas, entre ellas a una muchacha llamada Lara. Lara era de piel morena, de estatura baja, de cabello largo y liso de color negro, siempre usaba lentes y un bolso de mano, se vestía con camisetas y a veces usaba faldas, otras veces pantalones. Me había llamado la atención en la clase, pero nunca me acerqué a hablarle.

El día 7 de febrero recibí una llamada, estaba solo en casa le- yendo un libro, cuando contesté, sorpresa para mí que era Silva- na, mi nueva amiga, me llamaba porque decía que necesitaba transporte para ir a la universidad y quería saber si conocía de alguien, le sugerí que yo podría pasar por ella, me dijo donde vivía y era a tres kilómetros y medio de mi casa, luego ella me preguntó sobre cuánto le iba a cobrar pero no quise hacerlo, ella no se explicaba pero no lo hacía porque entendía la dura vida de un universitario, estar pagando por todo cuando no tiene nada. No debería ser así. Al día siguiente pasé por ella para ir a la universidad, en el camino estuvimos hablando y tuve la oportunidad de conocerla mejor, supe que era scout y tenía varias insignias, que tenía un hermano llamado Giovanni y que le gustaba el canto y la actua- ción (tenía una voz muy bonita cuando cantaba), era muy sociable, muy amigable, pues me contó que tenía muchísimos amigos y ella me había sumado a la lista. Ella se sentaba junto a mí en la clase y comíamos juntos, incluso hacíamos algunas tareas en pa- reja y estudiábamos juntos, la llamaba de vez en cuando y vice- versa, era una gran amiga. El día 10 de febrero estábamos saliendo de la universidad en mi Chrysler y la chica que me atraía, Lara, estaba esperando por el autobús, yo la saludé como si fuera un extraño, pero me reco- noció por ser su compañero de clases, aunque nunca nos había- mos dirigido la palabra. Yo iba con Silvana y preguntó si le podíamos dar el aventón, yo miré a Silvana y con la mirada me dijo que no, luego miré a Lara y pregunté donde vivía y me respondió que, en la provincia de Fez, era una provincia ubicada al sur de Mecebo aproximadamente a veinte kilómetros, era un poco lejos. la solo estaba bromeando con ella. Al día siguiente Silvana me

llamó para informarme que no pasara por ella pues no podría asistir a la clase, me fui solo y había llegado más temprano, en- contré a uno de mis compañeros en el pasillo y le saludé. Mi pulso se aceleró, tenía miedo de ver a Lara, me sentiría muy apenado por dejarla esperando ahí. Cuando entramos a la clase ella no estaba en su acostumbrado lugar, pero minutos des- pués llegó, se había retrasado y se sentó en su lugar, trataba de no mirarla, pero no podía evitarlo y ahí estaba ella, con la mirada fija en mí. Al salir de la clase fui hasta su lugar y le hablé.

Ella guardó todos sus libros y luego salimos, la conduje hasta mi vehículo y tuve la oportunidad de hablar con ella, lo primero que hizo fue agradecerme que la llevara, le dije que yo iba a Fez de vez en cuando. Ella empezó a hablarme de sus gustos, le gus- taba la música de The Kinks y la fui conociendo mejor, me dijo que se adaptaba muy bien a la clase, a excepción de un muchacho que estaba atraído por ella que la esperaba en la parada de auto- bús y conversaba con ella y hasta algunas veces la había invitado a salir, invitación que ella rehusaba. Ella me contó que le ha ex- plicado varias veces a ese muchacho que ya estaba en una rela- ción y que no tiene interés alguno en salir con él, el muchacho estuvo insistiendo un tiempo, pero luego desistió. Ella me contó que, teniendo a su pareja, no era del todo feliz ya que sus padres no le permitían tener una relación abierta y había tenido que ha- cerlo a escondidas, era difícil ya que su novio le exigía salir a caminar o a cenar algo, pero ella no aceptaba porque sus padres tampoco la dejaban salir. Ella me pidió consejos acerca de lo que podría hacer en esa situación y yo le aconsejé que escuchara a sus padres porque no había seres más sabios que ellos y nadie que la quisieran tanto como ellos. Mientras íbamos en camino noté que era una chica excéntrica, diferente, fácil de sorprender ya que en el camino exclamaba co- sas que eran normales, pero como si ella nunca las hubiera visto: “¡Ay! ¡Qué lindo! Mira ese barco como se ve a lo lejos” “Mira a esos pájaros volar, están volando tan bajo que los podría atrapar” “¡Mira esa casa! Es tan pequeña que ahí podrían vivir elfos” Se sorprendía absolutamente con cualquier cosa y ese optimismo me agradaba de ella. Al bajarse del vehículo extendí mi mano abierta

para despedirme y ella, al ver eso, empezó a revisar el contenido de su bolso. Ella comenzó a reír y me dio su mano diciéndome: “Te veo mañana” El 12 de febrero me avisó Silvana que tampoco podría asistir ese día y fui yo solo de nuevo, al llegar me senté en mi lugar ha- bitual, Lara que llegó después me vio sentado y se sentó junto a mí, sacó sus libros y mientras lo hacía me dijo “estoy soltera”, analizando lo que dijo, yo lo tomé como una indirecta y al terminar la clase hablé con ella nuevamente. Entramos a la cafetería y se me antojaba un batido, habían ba- tidos de chocolate, de leche, de mantecado, de fresa, de mango, de piña, de melón, de melocotón, de papaya, de guayaba, de du- razno, también había limonadas y merengadas pero la mayoría eran batidos de frutas tropicales.

Nos sentamos en una mesa a hablar, me contó acerca de su acabada relación, siguió mi consejo, si sus padres no querían que tuviese un novio aún, ella lo descartaría. Pregunté por qué no querían eso y me comentó que era porque ella tenía una hermana mayor que tenía un novio y luego su hermana, tiempo después, había quedado embarazada, a sus padres les alertó que esto tam- bién pudiera pasarle a su pequeña hija por lo que decidieron prohibírselo. ba de Grace, le conté que era una chica algo parecida a ella pues me la recordaba mucho, tan optimista y algo tímida, gentil y ex- céntrica, algo de rara también y amante de los gatos. Cada vez que hablaba con ella más me gustaba y me empeza- ba a enamorar más de ella, continuamos la conversación camino a su casa y no quería creerlo, pero sentía que mi historia volvía a comenzar desde el principio. El sábado 13 y el domingo 14 me dediqué a mis propiedades, suministrando cada negocio y haciendo inventario de lo que me hacía falta. El 14 de febrero al mediodía sentí que era apropiado para ol- vidarme de Grace para siempre y eliminarla de mi vida, en el patio trasero cavé un agujero de muy poca profundidad, solo lo hice cóncavo para hacer una pequeña hoguera, la encendí con un encendedor Zippo que llevaba y la alimenté con ramas secas. Subí a mi habitación y busqué todo lo relacionado con Grace que

tenía guardado, fotografías, cartas, recuerdos, y lo coloqué todo junto a la hoguera, me senté y empecé a quemar las cartas una por una y luego comencé con las fotos, me sentía bien de hacerlo. Mientras iba pasando la tarde, recibí una carta por correo, cuando fui a tomarla miré el remitente. Era de Grace: “Excelente, justo lo que necesitaba… más combustible para mi hoguera” regresé a donde estaba quemando las cartas y quemé esa también. Luego encontré ese cuaderno con cubierta empastada de cuero, lo hojeé un poco y en vista de que no tenía nada que me importara miré su cubierta por última vez, tenía pegado aún el trozo de cinta con de nombre de Charlie Chaplin, tiré el cuaderno a la hoguera y veía como el fuego lo consumía, como tenía que haber pasado desde el principio pues ese siempre fue su destino. No me arrepentía de haber quemado todo, incluso, hasta me dio placer y me sentía mucho mejor de haberlo hecho y no estar sufriendo por alguien a quien ni siquiera le importaba. Ya casi cuando estaba oscurecien- do había llegado la señorita Rita, ella me encontró en el patio trasero, me vio sentado frente a la hoguera y se acercó, se sentó junto a mí y se recostó en mi brazo.

Me sentí un poco triste pero no le di mucha importancia, no quería ser el mismo enclenque de siempre, quería ser alguien nuevo pues ahora tenía una nueva vida y hasta ahora iba perfec- tamente, pasé la noche sentado con Rita hasta que se apagó la hoguera y luego fuimos a dormir. El 15 de febrero salí a la tienda de discos y compré un EP que llevaba como título The Zombies, luego lo mandé a envolver para regalárselo a Lara, me fui a la universidad y pasé antes por Silva- na la cual quise abrirle conversación en el camino.

Eso en realidad me puso a reflexionar ¿Quiere decir que todas las mujeres son sumisas? Quizá esa sea una razón más por la que no tuve nada con Grace, yo la trataba como una reina, ella solo tenía que abrir la boca para que yo lo pusiera a su disposición, en cambio sus noviecitos no le daban nada y a lo mejor la trataban mal también. Al llegar a la clase, ella y yo tomamos nuestros respectivos lu- gares y luego llegó Lara que también se sentó junto a mí, durante la clase hablaba más con Silvana que con Lara, pero simplemente no era mi intención, ella la mayor parte de la clase la pasaba ca- llada y de vez en cuando dibujaba corazones en mi cuaderno y escribía su nombre. Al terminar las clases, Silvana me dijo que se

iría con su amiguita pues necesitaba hablar cosas de chicas. Me levanté y miré hacia atrás, Lara aún estaba recogiendo sus cosas y yo le ayudé, ella me preguntó si iba a Fez y le respondí que sí, la verdad no iba, solo quería llevarla. Al subirnos al auto ella empezó a mostrarme unas fotografías de animalitos, eran algo adorable y al mismo tiempo comentaba que algunos de esos animales eran los favoritos de su exnovio. También me contó que su ex habló con ella, que estaba mal en presionarla por tener una relación a escondidas y que quería volver a intentarlo, ella respondió que no, pero me confesó que en el fondo quería decir “¡Sí!”. Al verla en ese estado de desesperación supe que era buen momento para obsequiarle el disco que compré para ella. Ella buscó debajo del asiento y lo tomó, me miró de reojo y luego puso la mirada en el regalo de nuevo, le quitó la envoltura y contempló el disco, se sentía muy emocionada y mucho más de lo normal porque se sorprendía muy fácil de cualquier cosa. La dejé en su casa, se sentía eufórica por mi regalo y me lo agradeció nuevamente antes de bajarse del carro. El 19 de febrero, a las 4:25 de la tarde quise esperar en la bi- blioteca la siguiente clase, tomé La Metamorfosis, me senté en

una de las mesas para empezar a leer y unos minutos después escuché que me hablaban. Era Lara, que estaba a punto de sentarse en mi mesa, ese día iba vestida con un bonito suéter rosado, conversé un rato con ella y hasta nos tomamos fotos en la biblioteca, cosa que estaba prohibida pero cuando se es estudiante universitario se tiene que romper todas las reglas, solo nuestra voz es la que manda y tienen que darnos lo que queramos. Ese mismo día, cuando regresé a casa después de dejar a Sil- vana, tenía varias cartas en el buzón, todas de Grace y también tenía algunas llamadas perdidas y un mensaje grabado. En el co- rreo también venían algunos documentos de espionaje que aún me enviaban, lo más resaltante que había era que Grace estaba en una nueva relación, con un muchacho que se hacía llamar Wilbur y vivía en Laar. Otra relación a distancia que mantenía Grace con quien hablaba a diario. Ella lo llamaba Hansel y él la llamaba Gretel. Ninguna de las dos mierdas que me dijo tres meses atrás; no tener un amor a distancia y no tener ningún novio al menos hasta pisar la universidad, no las cumplió y con eso comprobé que ella estaba dispuesta a no tener ninguna relación conmigo, que no tenía ninguna oportunidad posible, incluso si fuéramos los únicos dos habitantes de toda la Tierra y fuera nuestro deber re- poblar el mundo, incluso así, la raza humana se extinguiría y me daba a entender que no tenía oportunidad alguna. Antes de irme a dormir, llamé a Rillujot y avisé que ya no necesitaba más el ser- vicio. Cuando volví a ver a Lara el 22 de febrero, estuve sentado jun- to a ella y Silvana a mi otro lado, al terminar la clase, Silvana hablaba con otros amigos suyos y yo estuve hablando con Lara un rato antes de irme, notaba que se sentía algo mal, como si es- tuviera mareada.

Ella me dio un abrazo y se despidió, yo me fui con Silvana, la dejé en su casa y yo me fui a la mía, al llegar me preocupé por ella y la llamé a su casa. Crocanticas

Lara había aceptado salir conmigo, me sentí eufórico de poder compartir un rato más con ella, nos dirigimos al café después de que llevé a Silvana al terminar las clases y luego pasé por ella. A ella le impresionó mucho el lugar y estaba feliz de estar ahí, le gustó mucho, se veía a simple vista que el café antes era una vieja casa abandonada, pero la remodelaron para construir el lugar que era ahora, yo compré quinientos gramos de galletas surtidas y Coca-Cola, para ella pedí una botella con agua, pasé un buen tiempo con ella y tenía preparada otra salida para nosotros el día viernes, 26 de febrero. Cuando ese día llegó, ella preguntó si podía darle el aventón y le respondí que si pero que primero quería comer algo, ella acep- tó y yo la llevé a El Sco, ella se sorprendió al conocer el lu- gar, tomamos asiento y miré el menú. Comí una pizza pequeña y la acompañé con un jugo, luego llevé a Lara a su casa y me disculpé por lo que pasó en el restau-

rante, en realidad no tenía por qué, pero igual lo hice, ella se dis- culpó también y fuimos de nuevo como éramos antes. El día 2 de marzo recibí cartas de Grace donde todas decían: “¿Cómo está mi Zaff? Envíame fotos de ella” las cuales ignoré todas. Con respecto a mi relación entre Lara y Silvana todo iba bien pero ese 2 de marzo, esas relaciones se cruzaron, la tarde de ese día, Silvana me informó que no se iría conmigo pues se iría con otra amiguita a una pijamada, en cambio, Lara si quería que la llevara y lo hice. Al día siguiente recibí una llamada, era de Silvana, me dijo: “Tenemos que hablar” y luego colgó. Quizá nunca pueda entender a las chicas, pero estoy seguro de que cuando una chica dice: tenemos que hablar, definitivamente es porque algo pasa y nunca es bueno. Ese día, 3 de marzo fui a buscar a Silvana a su casa, ella se subió y yo arranqué directo a la universidad, nadie dijo nada en el camino pues quise que ella hablara primero sobre lo que quería hablar, hasta que al fin lo dijo. Sentí miedo por unos instantes porque aún no sabía por qué me decía eso, nunca le había dicho que Lara me gustaba a lo que surgió la pregunta ¿Cómo lo sabía?

Claro, Lara no sabía que regalaba discos a las chicas que me gustaban, quizá si lo hubiese sabido no lo hubiese aceptado. Des- de ese entonces no vi más a Lara como antes la veía, la chica que compartía merengadas y helados conmigo, la que se sorprendía de todo con solo decírselo, la pequeña chica que se sentaba junto a mi porque le caía bien. El 4 de marzo, un poco adolorido, aunque con ganas de ver a Lara empecé a delirar y recité un párrafo del libro que estaba le- yendo para ese entonces: “Pero no. Ahora se presentaba decidido y rígido, con un austero uniforme azul con botones dorados, co- mo el que acostumbran a utilizar los ordenanzas de los bancos. Por encima del rígido cuello alto, se derramaba la papada; bajo las cejas pobladas, los ojos negros irradiaban una mirada fija y clara, y el cabello blanco lucía brillante y partido por una raya trazada con pulcritud” Ahora iba a la universidad y ella aún se sentaba junto a mí, aún me apreciaba como a un amigo, pero ahora me acobardaba en itirle que me gustaba, no podía hacerlo, preferí esperar un tiempo, pero ella se había ido, no la volví a ver nunca más. En- tonces desde ese momento sentía que mi historia volvía a empezar desde el principio, volvía al inicio y había llegado al final, yo había quedado solo de nuevo. Ese día por la tarde regresé a casa y encontré unos mensajes grabados en la contestadora los cuales borré pues eran todos de Grace

Aún estaba en la universidad y Silvana no me había abando- nado, no, aún no. Fui conociendo más gente y un día me tropecé con una de mis compañeras de la secundaria, su nombre era An- dria Lucía, era la chica de la que me enamoré en la secundaria, por ser tan bonita y sensual yo la llamaba Afrodita y ella me llamaba Zeus, le escribía poemas y le regalaba chocolates, pensé que ella sentía lo mismo por mí pero cometí el error de expresarle mis sentimientos, lo cual la asustó y desde entonces ella no fue la misma conmigo, incluso hasta el día de la graduación. Ahora la tenía frente a mí y la saludé con un abrazo, después de tanto tiempo hablé con ella, me dijo que estaba cursando el primer se- mestre, pero iba retrasada, yo la ayudé con algunas cosas ya que yo si las había visto anteriormente y eran una ventaja para ella. La última vez que la volví a ver fue cuando acabó el semestre, ella me dijo: “Te veré el semestre que viene” pero ella no volve- ría a inscribirse y hasta el sol de hoy en día no sé dónde se en- cuentra ni que estará haciendo. Ese mes de marzo le enviaba de vez en cuando cartas a la Niña Pícara, pero sucedió lo que me faltaba, de tanto enviarle cartas recibí varias en respuesta y todas decían básicamente lo mismo. «Ya déjame en paz idiota, deja de escribirme y de llamarme ¿Es que aún no te has dado cuenta de que yo tengo novio? Es el mejor que he tenido y jamás lo voy a dejar por ti si eso esperas que haga, así que déjame en paz, no te necesito, deja de llamarme niña pícara y no quiero volver a verte nunca.» Muchos dicen que soy un idiota, pero se pasan ¿Qué tan idiota piensan que soy? ¿En verdad se me notará tanto? A leguas se veía que esa no era la letra de la Niña Pícara, aunque estaba firmada con su nombre y su dirección, solo había una explicación, ese mensaje, de letra tan horrible, torcida y con algunos errores era enviado por su noviecito, que estaba cuidando de que no le quita- ran a su novia, en realidad tenía cierta razón en hacerlo porque

dudaba mucho que un tarado como ese se conseguiría otra novia. Simplemente fingí que esa carta me la había enviado ella y le envié respuesta. «No permitas que solo una flor marchite a las demás que has cuidado y regado, es todo lo que tengo que decir» Días después, ella me llamó, se dio cuenta de que su novio me enviaba cartas de odio y amenazó con dejarlo si seguía con eso, no le di importancia, le dije que tuviera cuidado con las personas que invadían la privacidad y querían a ciertas personas solo para ellos, pero como escribí en la carta, no hay que dejar que las otras flores de un jardín se marchiten solo porque se plantó una nueva, y que darle atención también a las demás y no solo a esa. Meses después ella volvió a llamar y me informó que había terminado con su novio, no se lo quería decir durante la relación porque quizá se hubiese aferrado más, pero ahora se lo dije: “Qué bueno que acabaste esa relación, desde que empezó tuve muy mala espina acerca de esa dependencia”. También me contó que por él estuvo un tiempo castigada ya que se escapó de su casa para irse con su novio, lo cual, cuando la castigaron no se arre- pintió. Le dije que estuvo bien acabar la relación y que podría encontrar algo mucho mejor en el futuro. El 11 de abril, faltando un cuarto de hora para la 1:00 de la tarde y estando yo en casa, recibí una llamada, la cual contesté.

En ese momento colgué el teléfono pues ya no quería seguir hablando tonterías con ella. Un mes después me había aislado de nuevo, perdí el o con Lara y Silvana, también con todas las personas que había conocido ahí. Decidí no conocer a nadie más porque hay un momento en la relación de amistad que me encariño con la persona y se me hace difícil dejarla ir, pero ellos cruelmente me abandonan de igual manera. Meses después, solitario y únicamente con la compañía de Za- firo, estaba viendo la televisión, pasaba los canales pero no había nada interesante hasta que caí en un canal donde faltaban unos minutos para que empezara una película, el canal se llamaba Ra- reTV y la película que presentaron fue una titulada Kiss y me detuve a verla, la sinopsis de la película era sobre hombres y mu- jeres o personas del mismo sexo besándose apasionadamente por aproximadamente tres minutos, después de unos quince minutos de estar viéndola me recosté de lado en el sillón y muy pocas veces parpadeaba porque estaba perplejo viendo la película y durante toda la película no pasó nada más. Si, eran cincuenta minutos de gente solo besándose. Me sentía igual de solitario y miserable como antes me sentía y me puse a pensar en las personas que me habían abandonado durante mi vida, en ese instante pensé, que Marcie June era la única persona que no me había hecho eso y estaba seguro que si la llamaba ella me respondería con aquel buen trato que a ella le caracterizaba. Fue el día 6 de julio por la mañana cuando la lla- mé, quise distorsionar mi voz con un tubo de cartón, pero no res- pondió, le dejé un mensaje en el contestador automático que de- cía: “Hola. Te amo” y cuando cayó la tarde, casi oscureciendo

ella regresó la llamada, al sonar el teléfono hablé a través del tubo para que no me reconociera.

Ella no sonaba tan molesta, al contrario, percibí que le gustó el juego y no podía esperar a mañana para volverle a hablar. Al día siguiente, 7 de julio, recordé que era el cumpleaños de la Niña Pícara y como no quería mucho roce con esa relación solo le es- cribí un mensaje que simplemente decía “Feliz Cumpleaños” nada más, se la envié por correo y nunca recibiría respuesta a esa carta sin siquiera saber si llegó a su destino. Esperé a que cayera la noche para asegurarme de que fuera Marcie la que me contes- tara.

¿Y eres de Mercey o qué?

Ella colgó, un pequeño descanso para luego descubrir quién era, imaginaba como se encontraba, pensativa y tratando de des- cubrirme, a esa persona que sabe ciertas cosas de ella, después de unos diez minutos ella volvió a llamar. Era difícil porque eso violaría la promesa que hice de no pisar Rillujot nunca más, pero si quería ver a Marcie tenía que romper- la.

Ella no volvió a llamar esa noche, ya era un poco más de las 10:00 y yo me fui a dormir. A la mañana siguiente la llamé. Colgué de repente, pero ella ya conocía mi forma de ser, sabía que era broma, lo hice porque pensé que me llamaría enseguida pero nunca llamó. Ese día era jueves, transcurrí mi día con nor- malidad, me fui a la universidad y regresé a terminar algunos deberes que me asignaron, luego revisé el teléfono, pero no tenía ningún mensaje grabado, lo dejé así y le llamé al día siguiente. ¿Quién te dio permiso de meterte en mi cabeza?

¡Carajo!

Colgué el teléfono y me fui a dormir, lo que había soñado con ella era real pues ahora no podía sacarme de la cabeza a Marcie y cada día me apetecía más hablar con ella, lo hice al día siguiente pero no me contestó y el día 11 de julio fue cuando me volvió a hablar.

tampoco y otras más así que cállese papito

Repentinamente ella colgó después de haberle dicho eso últi- mo, supongo que, porque sospechó que le mentía, pero eran men- tiras obvias, en realidad no se lo decía en verdad, pero ella quizá lo tomó muy en serio. Lo único que si era una verdadera mentira fue decirle que estaba en Rillujot, pero esa misma semana quise partir para allá pues ya había terminado mi semestre en la univer- sidad y quería encontrarme con ella. También quería reencon- trarme con la Niña Pícara sin ver ni mencionar a Grace, así que le envié una carta diciéndole que estaría por allá el 14 de julio y el 15 quería verla a ella, días después recibí respuesta afirmativa la cual decía que le encantaría verme de nuevo. Cuando llegó el 14 de julio, tomé rumbo al pueblo, pero mi Chrysler se accidentó a mitad de camino. Una hora después de estar ahí, sentado en el parachoques delantero y consumiéndome por el ardiente sol, pasó una camioneta cargada de chicas, la ma- yoría de ellas, borrachas y se detuvieron junto a mí Chrysler. Saqué la soga que tenía dentro del vehículo y se la amarré al chasis, el otro extremo lo ataron al parachoques de la camioneta que iba conduciendo la muchacha, una de las chicas se ofreció a controlar mi vehículo, quería hacerlo porque ya tenía experiencia

conduciendo carros halados por otros y yo no lo había hecho nunca así que se lo permití y varias se pasaron a mi auto porque en la camioneta iban algo incomodas y me quedé yo sin espacio. No tuve objeción alguna pues tenía razón, cabría adelante si me sentaba en sus piernas, por suerte, las dos chicas que contro- laban los autos no estaban ebrias como las demás y eran muy buenas conductoras (algo raro en una mujer hoy en día)

Yo no me movía, a pesar de lo sonrojado que estaba, podría decirse que tuve un golpe de suerte. Cuando llegamos al siguiente pueblo, Cristina se detuvo en un taller cercano, yo desaté mi auto y agradecí una vez más el favor. Caroline me sugirió que las acompañara, pero no acepté ya que tenía que reparar mi vehículo. Lo pensé por un instante, era un muy buen punto así que dejé el vehículo ahí y me fui con ellas, la fiesta no era muy lejos del taller, cuando entré al lugar no creía lo que veía, era una verdade- ra fiesta, con música a alto volumen y todo el licor que uno pu- diera consumir ¿Quién demonios financiaba la fiesta y por qué motivo estaban celebrando? No tenía la más mínima idea y ense- guida pedí el primer trago, había distintos tipos de licor, me di cuenta de que daban cerveza porque Caroline pidió, las demás chicas también bebían cerveza y unas cuatro no bebían, sino que se la pasaban bailando toda la noche, ese era su vicio.

Después de pensarlo un poco acepté y seguí bebiendo con ella en compañía de las demás chicas, habíamos pasado de la media- noche hasta las 3:00 de la mañana cuando dejamos el lugar a pe- sar de que mucha gente se quedó aún en la fiesta, la fiesta era hasta el domingo, pero las chicas decían que “había que recargar energías para mañana” cada chica se fue quedando en su casa, excepto Vicky y Caroline que eran vecinas. Nos bajamos los tres de la camioneta, miré a mi alrededor, no- té que era una especie de conjunto residencial, Vicky entró a su casa y yo entré con Caroline en la de ella, la casa era algo peque- ña, era como cualquier otra casa, en la sala había varios sofás y me senté en uno, estiré los brazos y me recosté.

Lo vi mucho mejor, ella me condujo a una habitación, encen- dió la luz y vi la cama, muy ordenada, por cierto, me senté sobre la cama y estiré los brazos de nuevo y me recosté. Luego Caroline empezó a quitarse la ropa hasta quedar en ropa interior, apagó la luz y se acostó junto a mí en la cama y creo que está de más decir lo que pasó esa noche. Temprano en la mañana, mientras ella aún dormía, me levanté y tomé un trozo de papel para escribirle un mensaje a la Niña Pícara: “No podré verte hoy, lo siento” y salí del domicilio para poder enviarla, al regresar y pasar frente a la casa de Vicky, noté que ya se había levantado y me ofreció una cerveza, me sorprendió, una chica con cerveza en su casa. Ahí fue cuando supe que esas chicas eran unas alcohólicas, vi- vían de las fiestas y estaban solteras, sin compromiso, podían hacer lo que ellas quisieran sin estar siendo manipuladas por un hombre y sin estar atadas a ninguna responsabilidad ni compro- miso y si querían placer sexual lo conseguían y ya ¡Que inteligen- tes eran! Regresé con Caroline la cual ya se había levantado y estaba vistiéndose, preguntó a donde me había ido y le respondí que salí a tomar aire, ya ella se estaba alistando para la próxima fiesta y yo quise ir a ver como seguía mi auto. Me fui caminando pues no quedaba tan lejos el taller, la verdad era un pueblo demasiado pequeño y dudaba que la población pasara de seiscientos habitan- tes. Cuando llegué al taller, el mecánico me informó que mi auto tenía una avería en la transmisión y necesitaban desmontarla, lo que llevaría a unos días de retraso. Sin ninguna otra alternativa

dejé que desarmaran la transmisión mientras yo me quedaba va- rado en el pueblo de las fiestas, regresé a la casa de Caroline y de alguna manera le gustó la noticia. Esperamos de nuevo la camio- neta que vino una vez más cargada de chicas y nos subimos tam- bién directo a otra fiesta. En esa fiesta comencé a beber al llegar y cuando estaba cayendo la tarde ya estaba ebrio, al regresar, me quedé de nuevo en casa de Caroline, pero solo hasta que ella re- cibió una llamada. Luego me dijo alarmada que me tenía que ir y yo sin saber nada pregunté por qué, la razón era porque llegaría su exmarido a dejar a su hija. Quedé aturdido al saber que tenía una hija y ella me echó de su casa, pedí el favor a Vicky de alo- jarme por esa noche y ella aceptó. A Vicky no le importó del todo porque le haría compañía y ya no tendría que beber todas aquellas cervezas ella sola y terminé súper ebrio, casi al punto de no re- cordar lo que hacía, pero una cosa si recordaba, al terminar de beber y luego irnos a dormir, le pedí a la sensual Vicky un beso y ella rio y me lo negó más yo insistía, incluso en acostarme con ella, pero no accedió, sin embargo, dormí en la misma cama que ella, pero no pasó absolutamente nada. Al día siguiente, 16 de julio recibí respuesta de la Niña Pícara que decía: “No te preocupes, te veré otro día” luego quise llamar a Marcie a ver qué tal estaba.

Luego de colgar el teléfono, Vicky salió de la habitación, yo estaba sentado en la sala junto al teléfono, ella salió en ropa inte- rior muy sexy y atrevida, se dirigió a la cocina y se sirvió un vaso con leche Dicho eso me duché y me vestí, luego esperamos por las de- más chicas para empezar a hablar “cosas de chicas”. Caroline se había unido, le pregunté qué había pasado la noche anterior, me dijo que su exmarido vino a traer a su hija, se fue y ella en la ma- ñana llevo a su hija con su abuela. Poco a poco fueron llegando las demás chicas, pero yo no intervenía en ninguna conversación pues eran cosas de chicas. Hubo un momento en el que empeza- ron a hablar de sexo.

La conversación entre todas se extendió por un largo rato, al parecer era normal entre ellas y no les importaba que las escucha- ran, ellas decían todo eso frente a mi sin sentir vergüenza alguna y pude notar, además de que todas estaban buenísimas, que todas eran ninfómanas, pero Caroline era un caso especial, ella lo haría con cualquier cosa que se moviera, literalmente con cualquier cosa. Esa noche dormí con Vicky de nuevo y a la mañana siguiente, 17 de julio, me levanté temprano para llamar de nuevo a Marcie.

Al colgar regresé a la cama con Vicky la cual se despertó uno minutos después, Vicky acostumbraba a dormir en ropa interior, la más reveladora y menos estorbosa posible, se levantó y se puso una bata de baño. Ella me aventó una toalla para que tomara un baño, lo hice y me vestí elegante como ella me lo indicó, luego salí al taller a ver como seguía mi carro, iba en buen progreso, el mecánico ya esta- ba terminando de armar la transmisión y me dijo que estaría listo para esa tarde, también me cobró diez libras por el servicio. Luego regresé a casa de Vicky y cuando la vi, estaba más sen- sual de lo normal, con un bello vestido hasta las rodillas y un peinado y maquillaje como si viniera de un salón de belleza carí- simo, se veía hermosísima, luego llegó un auto, era un amigo suyo que nos llevaría a la siguiente fiesta, nunca imaginé que fuera una fiesta de etiqueta y al preguntarle a Vicky, me dijo que era una fiesta privada de una amiga que se casaba, la pasé muy bien en esa fiesta, era mucho más tranquila a diferencia de las que ya había asistido que eran muy bulliciosas. Vicky me presentó como si fuera su pareja, tomamos unos tragos y ella me invitó a bailar, acepté, aunque no sabía cómo bailar, ella se reía de mí, pero igual seguía bailando. La fiesta duró hasta la medianoche, pero ella no se sentía satisfecha, aún quería seguir bebiendo y bailando, entonces nos fuimos a un billar que estaba cerca de ahí, tomamos unas cervezas y bailamos un poco hasta que dejamos el lugar. La mañana del 18 de julio, cuando Vicky aun dormía, le dejé una nota en su mesita de noche.

« Querida Vicky, la pase muy bien esta noche y todas las no- ches que pasé junto a ti y tus locas amigas pero ha llegado mi hora de partir, tenía que llegar a un lugar en el que me han estado esperando por tres días, no me gusta esta manera de despedirme pero preferí hacer esto que despertarte mientras dormías dulcemente, gracias por todo, la comida, el hospedaje, la diversión, todo y no te pongas triste, las demás tampoco porque en cualquier momento volveré, me encantó el pueblo y sus fiesteros habitantes y cuando menos te lo esperes regresaré. Despídeme de las otras muchachas. Adiós Howard Tucson» Salí de su domicilio y caminé hasta el taller donde el auto ya estaba terminado desde el día anterior, lo encendí y me dirigí a Mecebo. El 21 de julio por la tarde, ya casi oscureciendo, estaba tranquilo leyendo un libro cuando tuve una llamada a mi teléfono.

sé vimetría

Ella colgó el teléfono repentinamente, quizá si me pasé un po- co, pero nadie entiende mi sentido del humor. Supuse que debía dejarla tranquila unas horas, al día siguiente la volvería a llamar para molestarla de nuevo. dime

Me sorprendía que no supiera por qué le decía a cada rato Mr. Tambourine Man pues era una canción de Bob Dylan, uno de los músicos que más le encantaban a ella. Los últimos días al hablar con Marcie la notaba estresada y se molestaba con facilidad así que dejé de molestarla por un par de días. El 24 de julio, día sábado, quería salir de la casa a hacer cual- quier cosa, era uno de esos días en los que no toleraba estar en mi propia casa, sentía la necesidad de salir a cualquier parte para saciar mis ganas, ese día salí a la plaza, caminé un poco, comí afuera, estuve un rato en la biblioteca y al salir pensé que podría llamar a la Niña Pícara para hablar con ella pero quise jugar el mismo juego que le apliqué a Marcie, distorsionar mi voz, para

eso me compré una Coca-Cola en una botella de plástico y corté con una navaja (que siempre llevaba) la punta de la botella, al terminarlo tenía forma como de un pequeño megáfono que sería útil para lo que quería. Metí unas monedas en el teléfono para llamar y ella contestó.

Ella muy molesta colgó el teléfono, ya no quería saber nada más de su anónimo y jamás supo quién fue ese idiota que la llamó con una voz extraña y distorsionada. Al caer la tarde, decidí irme a un billar para no llegar aún a mi casa donde tomé algunas cer- vezas. Más tarde, alrededor de las 10:00 de la noche ya estaba ebrio y me encaminé a casa, pero no me fui a dormir, tomé el teléfono para llamar a Marcie.

dad querida, ya que en estos tiempos actuales es muy difícil en- contrar un caballero como lo es mi persona, un caballero que res- pete a las damas y las entienda perfectamente ¿Qué te pasa? Me sentí ultrajada

Yo tampoco podía mantenerme despierto por más tiempo y al colgar me quedé dormido en el mismo sillón en el que estaba hablando por teléfono, cuando amaneció, Marcie June me regresó la llamada.

En realidad, a lo que me refería era cuando decía “Pues si”, me gustaba, lo decía de una manera tan encantadora luego de que no tenía más nada que decir. Dejé de molestarla a ella por un tiempo y me dediqué a molestar a la Niña Pícara, esa semana estuve en- viándole varias cartas hasta que le escribí mi última carta como incógnito. «¿Sabes? No me importa que ignores mis mensajes, pero sé que algún día te arrepentirás de no haberle respondido a este anó- nimo» El jueves 29 de julio, temprano en la mañana me despertó la señorita Rita, esa mañana me levanté de buen humor, ella empezó a preparar el desayuno y luego de vestirme, bajé para comer. Ella me dijo esa mañana que tenía dos amigas que en ese momento estaban en el cine y tenían una entrada extra para un concierto de The Beatles y se la estaban dando a ella, ella la rehusó porque no le interesaba, pero les habló a sus amigas de mí, que era tan fan como ellas y que yo si estaría a gusto de ir y ellas aceptaron asis- tir conmigo. Quedé atónito de que se me presentara esa oportuni- dad, las chicas saldrían al concierto el 30 de julio y yo las acom- pañaría, las encontré en el aeropuerto acompañado de Rita y ella me presentó, eran muchachas muy bonitas, una se hacía llamar Helen, era pelirroja, alta y de piel blanca que llevaba una camise- ta de la banda y la otra Madeline, ella era negra de cabello negro

y rizado, e iba vestida con un atuendo groupie. Después de com- prar un boleto a Londres para mí, solo nos quedó esperar por el avión. Ellas me habían dado ya mi entrada, leí en el ticket que el concierto sería en el ABC Theatre de Blackpool el 1 de agosto. Al llegar buscamos hospedaje, ellas ya habían alquilado una habita- ción cerca del lugar para los tres pues ya estaba reservada supo- niendo que la señorita Rita iría. El 31 de julio lo dediqué a cono- cer Londres junto con las dos chicas que eran tan unidas que pa- recían ser lesbianas. Conocimos la ciudad paseando en sus auto- buses rojos, conocimos parques, cafés, la abadía de Westminster, la Banqueting House, la catedral de San Pablo, el Big Ben, el Museo Británico y el famoso Royal Albert Hall. Disfruté mucho ese día, pero no tanto como el siguiente. 1 de agosto, el concierto ya había empezado, los tres llegamos a tiempo y el lugar estaba lleno, se atestó de gritos cuando los presentaron y se abrió el telón, eran ellos, los estaba viendo por segunda vez. Abrieron el concierto con I Feel Fine, las dos chicas que me acompañaban gritaba de excitación al oír a la banda y algunas llegaron a llorar, incluso a desmayarse. Luego Paul se introdujo con una canción titulada I’m Down, la cual jamás había escuchado, luego; Ringo, presentándose también así mismo cantó Act Naturally, canción que tampoco había escuchado antes de parte de la banda. John Lennon cantó después Ticket To Ride y al terminar esa canción (que también desconocía) George Harrison introdujo a Paul McCartney para cantar Yesterday, John y George salieron del escenario y quedó McCartney con una guitarra clási- ca y Ringo Starr en la batería, el cual no se veía porque bajaron las luces para solo enfocar a Paul interpretando la canción. A pesar de nunca haberla escuchado tampoco, fue una canción que me conmovió, me gustó mucho la letra y únicamente con la colaboración de Paul McCartney. Al terminar la canción, entraron George y John de regreso al escenario y Lennon, con su carismá-

tica jocosidad se acercó al micrófono y dijo: “Gracias Ringo, eso fue estupendo”. Luego la banda interpretó la canción Help! que tampoco había oído antes y al final cerraron el telón inesperada- mente y entraron algunos bailarines a bailar con ellos una parte instrumental de Can’t Buy Me Love. Fue un concierto maravilloso y mis dos nuevas amigas salie- ron casi desmayadas y sin aliento, supuse que era la primera vez que los veían en vivo, de camino al hotel desde el ABC Theatre, estuvieron hablando del concierto y cuando les pregunté acerca de las canciones, se las sabían perfectamente pues me dijeron que la algunas eran sencillos y las otras aparecían en la película Help! a excepción de Act Naturally y Yesterday que también era la pri- mera vez que las escuchaban. Ellas se sorprendieron cuando les dije que aún no había visto la película y no creían posible eso de un fanático, así que ellas me llevaron a verla al día siguiente y se ofrecieron a pagar mi entrada. La película narraba la historia de Ringo y su obsesión por los anillos que recibe uno que es parte de rituales para sacrificios e intentan sacrificar a Ringo cubriéndolo antes de pintura roja, como lo exige el ritual. A lo largo de la pe- lícula se van reproduciendo varias canciones que no había escu- chado y otras que habían cantado en vivo como la escena donde esquían y cantan Ticket To Ride. El 3 de agosto las chicas y yo volvimos a la ciudad, mientras estaba en Londres había comprado los sencillos Ticket To Ride y Help!, al llegar al aeropuerto, me despedí de ellas y tomamos taxis separados y al llegar a casa aventé mi maleta a un lado y corrí a reproducir los sencillos. Ti- cket To Ride, Help! y I’m Down sonaban casi como las tocaron en vivo, pero el lado B de Ticket To Ride; Yes It Is, no la había escu- chado nunca, tenía un estilo de blues que me hacía recordar a This Boy El 16 de Agosto, día lunes por la mañana, me preparé para istrar mis cuatro negocios pero una llamada de detuvo de

hacerlo, me llamaba Fred Moore y me informó que habían encon- trado un rastro de Dick y Chris Planck en la zona oeste de Cracas, me informó que los habían visto trabajando en un restaurante cercano a las afueras de la ciudad, dejé todo lo que iba a hacer y partí hacia allá, el viaje a Cracas era muy largo, a mas de setecientos kilómetros de distancia, por lo tanto, ocuparía aproxima- damente nueve horas en llegar hasta allá sin parar, tomé mi re- vólver Webley y un rifle a distancia desarmable que tenía en una maleta, me fui en mi Chrysler Airflow y al otro día, 17 de agosto ya estaba en el centro de la ciudad, luego me dirigí al oeste, a medida de que me iba adentrando veía las casas y los edificios más en ruinas, el restaurante se encontraba en el centro de un barrio pobre, entré al restaurante identificándome como policía con una placa falsa y pregunté por dos gemelos que trabajaban ahí de nombre Chris y Dick, me habían informado que ellos te- nían pensado irse más al oeste, a la ciudad de Mercey pero cuan- do lo hicieron también se llevaron algo de efectivo de la caja re- gistradora y una ración de comida, no sabían más de ellos, estuve buscando por el barrio e informándome, Chris y Dick eran muy conocidos ahí a pesar del poco tiempo que tenían, por su buen trato y agradable personalidad, fue como me engañaron a mí y seguían haciéndolo con todos, algunas personas del sector no sabían nada de ellos pero otras pocas me dieron la misma infor- mación que me facilitaron en el restaurante, sin más remedio tuve que buscar más al oeste, la tarde de ese día me dirigí a Mercey, tardé una hora y media en llegar y me hospedé en un hotel depri- mente casi en el centro de la ciudad, frente al hotel había un hos- pital público, el hotel tenía varios pisos, mi habitación quedaba en el séptimo y me daba vista a todas las ventanas del hospital, todas las camillas estaban junto a la ventana, ahí descubrí el quizá de por qué no se hospedaba tanta gente en ese hotel. Eran casi las

8:00 de la noche y tenía al teléfono y se me ocurrió llamar a Marcie. ¿Viste que si eres mala gente y egoísta?

te Era raro encontrar un ajedrez en un hotel y más en uno tan decaído y deprimente, ese lo tenía, tan solo jugué dos partidas rápi- das y luego me acosté, la cama me incomodaba un poco porque tenía varios resortes afuera, pero tenía que permanecer en la zona pobre si quería encontrar a Chris y Dick. La mañana del 18 de agosto me levanté más temprano de lo normal pues la cama me obligó, empecé a buscar ofertas de em- pleo en la zona, llegué a una tienda de calzados donde ofrecían un puesto pero ellos aún no habían llegado, también pregunté en dos restaurantes donde también tenían unas vacantes, en un cine, un supermercado y una peluquería, a la final encontré a varios ven- dedores ambulantes a quienes también pregunté por ellos, me dijeron que los nombres se les hacían conocidos y que podría preguntar a la gente de un barrio cercano ahí. Cuando llegué, el barrio era lo más miserable que había visto, las casas estaban a punto de caerse y la carretera ni siquiera tenía asfalto, la gente estaba en harapos, la verdad era deprimente. Pregunté a unos sujetos que vagueaban en una esquina y les mostré una foto, los sujetos estaban llenos de drogas. si

A lo lejos podía ver dos sujetos hablando con un hombre que vendía desayunos, eran ellos, eran Chris y Dick Planck. Me acerqué a los fugitivos lo suficiente para dispararles y abrí fuego contra ellos, cuando oyeron el primer disparo empezaron a huir, yo los seguí y me paré junto al puesto de desayunos para dispararles. Corrí hacia ellos mientras sacaba balas de mi saco para cargar el revólver, a medida de que se iban alejando, derribaban objetos para ponérmelos de obstáculos, los malditos eran rápidos, lástima que eran unos traicioneros, les disparé unas cuantas veces más pero fallaba, no tenía tanta experiencia disparando mientras co- rría, trataron de perderme cruzando en callejones y escalando paredes pero no los perdía de vista, quería asesinarlos, se lo merecían, cuando cargué de nuevo el revólver, al primer tiro que hice, herí a uno por la espalda y cayó al suelo, pensé que el otro se detendría a ayudar a su hermano pero no se detuvo, siguió co- rriendo. Cuando iba llegando a donde estaba tirado me di cuenta de que le di a Chris, pero luego escuché sirenas y no pude acer- carme lo suficiente, la policía estaba llegando, retrocedí y me oculté en un callejón sin salida que había dejado quince metros

atrás y ahí me oculté entre las sombras, era bueno para eso, los policías marcaron la escena del crimen y una ambulancia se llevó a Chris herido, el otro había escapado. Cuando la policía dejó el lugar yo me dirigí de nuevo al hotel, entré a mi habitación, me quité el saco y me senté en el borde de la cama, me sentía humillado de no poder haber asesinado a nin- guno de los dos, curarían a Chris, dirán que un demente les dispa- raba, se librarán de todo y seguirán estafando a la gente. Mientras me lamentaba, el teléfono sonó y yo respondí.

Eran las dos de la tarde, aún me sentía como un idiota al no haberle disparado a Chris cuando pude, al menos pude haberme deshecho de uno. Pasé las horas jugando con mi yoyo hasta que Marcie llamó de nuevo casi a las 4:00 de la tarde.

agonizando, no podía irme, tenía que quedarme viéndolo.

Ella colgó y yo me quedé mirando a través de la ventana, solo vigilando a Chris Planck, disfrutaba cada segundo en el que esta- ba tirado en esa fría camilla de aluminio, a las 5:14 Marcie volvió a llamar

Después de decir eso, vi en la ventana donde estaba Chris que un sujeto se acercó a la camilla, estaba de espaldas a la ventana, pero estaba seguro de que era a quien yo esperaba. Luego apunté a Chris en la cabeza también para que terminara de morir y le di, ya los dos estaban muertos. Retiré el arma de la ventana y volví a mirar, había policías en la habitación del hospital

Colgué rápidamente y tomé mi revólver, le quité mis huellas dactilares al rifle con las sabanas y lo arrojé a través de la ventana apuntando hacia la habitación del hospital donde tenían a los hermanos que acababa de matar, fue un lanzamiento perfecto. Salí de la habitación y la cerré, los policías iban subiendo y yo salí corriendo en dirección a ellos. Ellos corrieron a derrumbar puerta por puerta mientras yo me escapaba, llegué a recepción y pagué los días que estuve hospe- dado con toda calma y luego dejé el lugar, me subí a mi carro y me largué de ese barrio tan decaído. Me hospedé en otro hotel más al este, un hotel más decente y luego partí al día siguiente. Regresé a Mecebo el 19 de agosto y no tuve más o con nadie, ni siquiera con Marcie June, estuve ocupado en mis nego- cios, le dedicaba un día a cada uno, un día entero en la panadería, un día entero en el mini mercado, un día entero en la ferretería y un día entero en el bar, eso lo solía hacer cada semana y me que- daban tres días libres. Me concentré en eso por tres semanas y de vez en cuando salía con la señorita Rita. También en esas tres semanas estuve pensando que no recibí más insistencias de Gra- ce, luego quise probarla, quería estar seguro de que me había ol- vidado por completo. El 4 de septiembre salí a la ciudad para comprar discos, al llegar a la tienda, revisé a ver que me interesa- ba y compré varios álbumes, entre ellos The Rolling Stones No. 2, el segundo álbum de la banda; My Name Is Barbra, For Your Love de The Yardbirds, Mr. Tambourine Man de The Byrds, Beatles For Sale; cuatro EPs que se titulaban Beatles For Sale, Beatles For Sale No. 2, Extracts From The Film A Hard Day’s Night y Extracts From The Album A Hard Day’s Night, y por último un long play que se titulaba Help!, ese álbum estaba dis-

ponible porque ya había salido meses atrás que para entonces estaba agotado, era un álbum de estudio de The Beatles con el cual hicieron la película del mismo nombre, la cinta de la película estaba disponible en la tienda y también la compré. Al llegar a casa tomé fotografías de My Name Is Barbra, Help! y de la pelí- cula, le tomé varias fotografías retratando la portada y contrapor- tada y luego tomé una hoja de papel para escribir el mensaje. «Quiero verte en la plaza, frente a la panadería, el 15 de sep- tiembre a las 10:00 en punto de la mañana, sé que eres algo im- puntual así que te esperaré un poco más, espero que vayas…» Coloqué en mensaje y las fotografías en un sobre y lo envié anónimamente a Grace, ya solo me quedaba esperar el día indica- do para probar lo que quería aclarar. Ese mismo día empaqué una maleta, me llevé los álbumes y la cinta y al día siguiente llegué a Rillujot. El 11 de septiembre, aun estando en Rillujot varios días solo, tenía un único número en mi agenda que sabía que me iba a con- testar.

Después de hablar con ella, salí a caminar al pueblo, respirar su fresco y frío aire puro, me encontré con varios conocidos en el pueblo, gracias a Dios, con nadie indeseado, me di cuenta de que habían construido un centro comercial en el pueblo que inaugura- rían en algunos días y también un café que ya se había inaugura- do una semana atrás, entré en el café, llevaba por nombre Calien- te y pensé: “Buen juego de palabras” y esa tarde tomé ahí café con galletas. Al día siguiente también salí al pueblo porque quería comprar- le un regalo de navidad a Marcie, pero no sabía que regalarle,

pensé que ya vendría en camino y no contestaría el teléfono, pero quise asegurarme y la llamé desde un teléfono público a su domi- cilio en Rillujot. Decidido, fui a la tienda de discos a ver que encontraba, se me dificultó un poco encontrar cual de tantos long plays regalarle, pero había hallado uno, no encontré de The Animals ni de The Byrds, pero había encontrado el nuevo álbum de Bob Dylan, Highway 61 Revisited y lo compré para ella, también me interesó comprar algunos sencillos, entre ellos, I Can’t Explain y Anyway, Anyhow, Anywhere de una banda llamada The Who, la cual la había oído mucho por la radio, también compré Not Fade Away, It’s All Over Now, Little Red Rooster, The Last Time y (I Can’t Get No) Satisfaction, todos estos de The Rolling Stones. Regresé a casa y guardé todos los sencillos y el LP que compré para Mar-

cie lo puse a la vista para recordar envolverlo. Luego tomé el teléfono y la llamé.

Luego llegó el día miércoles, el día que estaba esperando des- de hace dos semanas, el día que sabría si la muy perra ya se había olvidado de mi o vendría por interés a recibir mis obsequios. No me llevé los regalos porque nunca pensé en obsequiarle nada, solo la dejaría esperando hasta que se marchara y ya, yo nunca me aparecería. Me levanté en la mañana y me fui a la plaza del pueblo, me metí a la panadería y compré pan dulce para comer mientras esperaba, como la panadería estaba llena, pasaría desa- percibido, llegué media hora antes pero ella no se encontraba en el lugar que le indiqué, seguí esperando hasta que el reloj de la catedral marcó las 10:00 en punto pero aún no llegaba, no era de extrañarse pues ella siempre llegaba tarde a cualquier cosa, decidí esperar hasta el mediodía pero ella nunca llegó, me sentí excelen- te pues ya sabía que me había olvidado y no me molestaría más, finalmente podría vivir tranquilo sin estar pensando en ella, esta- ba dolido al hacerme la idea de que no le iría bien en la vida pero

me sentí perfectamente al saber qué no me haría daño cada vez que la viera. Esa tarde, al regresar a casa dediqué tiempo a escuchar todos aquellos discos que había comprado, empecé por el segundo ál- bum de The Rolling Stones y fue Time Is On My Side la canción que más me gustó. Del álbum de The Yardbirds me gustó For Your Love, luego coloqué el de The Byrds para escuchar aquella versión de Mr. Tambourine Man y otras versiones de canciones de Bob Dylan que se encontraban en el álbum. Reproduje tam- bién todos los sencillos de The Rolling Stones y me gustaron mu- cho pero solo el lado A de cada sencillo, en especial (I Can’t Get No) Satisfaction, era una canción sin sentido y con muy buen ritmo, para ese entonces era la canción que más estaba sonando, era muy buena. Reproduje también los dos de The Who y la can- ción que más me gustó fue I Can’t Explain, la letra y la percusión eran muy buenas, tanto que la califiqué como una de mis cancio- nes favoritas. Después reproduje los de The Beatles. Los EPs Extracts From The Film y Extracs From The Album, como su nombre lo indicaba, solo eran canciones extraídas de la película y el álbum A Hard Day’s Night. El primer álbum que tomé fue Beatles For Sale, a pesar de que la mitad del álbum no fue com- puesto por ellos, eran muy buenas versiones, pero no tanto como las originales, la versión que más me gustó fue la de Words Of Love. Era un gran álbum, I’m A Loser con su elemental armónica, la voz de Ringo en Honey Don’t y la composición de Every Little Thing fue lo que más me había gustado de ese álbum. También Baby’s In Black, la cual me hacía recordar muchísimo a Grace. Luego coloqué el otro álbum, a medida que lo iba escuchando, más me iba gustando, ese, se había convertido en mi álbum favorito, lo idolatraría como su obra cumbre hasta los momentos, si tuviera que mencionar canciones creo que las mencionaría todas, resaltando Tell Me What You See, You Like Me Too Much, You

Going To Lose That Girl, Help! y The Night Before, pero la que más me gustó de todas, la que más me fascinó y se convirtió en mi nueva canción favorita fue I’ve Just Seen A Face. El álbum me recordó cuando los vi por segunda vez, cuando Ringo inter- pretó Act Naturally y Paul tocó Yesterday por primera vez en vivo. Sin duda alguna, el mejor álbum hasta el momento. Los EPs que me quedaban sin reproducir eran Beatles For Sale y Beatles For Sale No. 2 que cada uno contenía cuatro canciones del álbum de mismo nombre. El jueves 16 de septiembre, aunque sabía que Marcie tendría ocupada toda esa semana, quise llamarla para saber que día había escogido para vernos. Ella colgó, sin aún tener un día especifico, según lo que recor- daba cuando me dijo lo que haría en la semana, estaba visitándola una amiga suya, yo solo decidí esperar pero al menos quería con- formarme con algo ¡NI MUERTO! llamaría a Grace pero luego pensé en la Niña Pícara, pensé que podría llamarla y pasar un tiempo con ella hasta que Marcie se decidiera, así lo hice, al día siguiente, 17 de septiembre, le llamé pero ella no contestó, le llamé varias veces pero solo pude dejarle mensajes grabados has- ta que ella me devolvió la llamada.

Ella colgó enseguida pero no me importó, al menos me dio un “si”, lo que se me hizo extraño fue ¿Por qué lo pensó tanto? Al día siguiente estaba preparado para salir con ella, ya casi era la 1:00 de la tarde y antes de salir la llamé. pueblo, saliendo de las montañas y rodeándola por treinta y cinco kilómetros, era más pequeña que Rillujot, pero tenía el doble de habitantes y era una ciudad comercial e industrial.

¿Hasta cuándo vas a estar aquí? Como siempre lo había tomado en serio, sin detectar mi iróni- ca jocosidad, cuando se lo hacía a Marcie no se molestaba en lo absoluto. Colgué enseguida y supe que era una perra, lo acababa de comprobar y a simple vista se veía que a toda costa me quería evitar, no le creí nada y lo dejé así, simplemente es imposible que una persona no tenga tiempo para nada y mucho menos para sus amigos, es imposible, cuando una persona dice eso es porque está tratando de evitar a alguien o algo y ya yo lo había captado, pero no lo quería creer. Odio que la gente dice “no tengo tiempo” to- dos tienen todo el tiempo del mundo, eso solo es una excusa para no hacer nada porque simplemente es imposible no tener tiempo. Me gustaría más y tendría más sentido que la gente dijera “no tengo tiempo… para ti” El día domingo, 19 de septiembre, supuse que ya Marcie había vuelto de Conoob y ese día la llamé.

No podía expresar con palabras la emoción que sentía de ver a Marcie, ya que hacía tanto tiempo que no la veía, tan solo perdí la cabeza. Esa noche tomé un baño, noté que mi cabello estaba algo descuidado y un poco largo y decidí que al día siguiente me lo cortaría. El 20 de septiembre me levanté a las 7:00 de la mañana, desa- yuné afuera y me fui a cortar el cabello, le tengo mucho miedo a los peluqueros, pero me atreví a suprimir mi miedo. No importa cuántas veces le explique a un peluquero como quisiera quedar, como quisiera que me cortara, pareciera que no escucharan, siempre me cortan el cabello de la misma manera y lo odio. Cuando comenzó a cortar, cortó mal, como siempre y me enfure- cí. El peluquero obedeció y sobre mi cabeza no había ningún pe- lo, era mi peor pesadilla, era pelón, me dirigí al colegio para es- perar a Marcie, había llegado media hora antes de la fijada, ahí mismo había un teléfono público y la llamé.

Ella colgó enseguida para apresurarse, aunque le dije que hi- ciera todo con calma, a la final estuve esperando veinte minutos de retraso hasta que al fin había llegado, usaba una camisa negra y pantalones azules sin correa con zapatos deportivos, sus carac- terísticos lentes y su frondosa y rizada cabellera, yo no la había visto pues estaba distraído jugando con mi yoyo hasta que escu- ché su voz. Al momento de mirarla, la atrapé en mis brazos, no quería de- jarla ir y aproveché para oler su cabellera, que tanto ansiaba ha- cerlo. Era un hecho, mi nariz podía reconocer casi cualquier aroma que aspiraba, incluso si estaban dos enlazados, los podía diferen- ciar, también lo sabía porque yo usaba el mismo champú. Ella se sorprendió al ver mi nuevo look y lo primero que preguntó fue eso.

Era verdad, el registro solo quedaba al cruzar la calle, estaba justo al frente de nosotros pero a ella le daba miedo cruzar la ca- rretera, me contó que fue por un incidente que le sucedió hace meses, estaba trabajando en la tienda de ropa de unos chinos, cuando iba en camino se dio cuenta de que era tarde, empezó a correr y se tropezó de la manera más tonta al cruzar la calle, pisó mal la acera, con el pie de lado, lo que al aplicarle peso ocasiona- ría una fractura leve y cayera desplomada al suelo, llegó cojeando como pudo al negocio y cuando la vieron los chinos, se preocupa- ron por ella y empezaron hablar entre ellos en mandarín y todo lo que ella entendía era “Malcie June”, luego los chinos la enviaron de nuevo a casa para que descansara y desde ese entonces teme a cruzar la calle, no estaba seguro si había una fobia específica para referirse a ese miedo porque si no, la hubiese usado en el momen- to. Había demasiada gente amontonada en las puertas del registro, con suerte logramos abrirnos paso y llegar hasta la puerta, Marcie dijo que quería tener información acerca de cómo arreglar su hue- lla dactilar y la dejaron pasar, cuando iba a pasar con ella no me lo permitieron, expliqué que venía con ella, pero aun así no me dejaron entrar, Marcie no tardó dentro del registro más de cinco minutos. Al salir nos alejamos de la gente y salimos de nuevo a la calle.

Por un instante percibí la preocupación, sentía miedo de que la dejasen sola, al subirnos al autobús, los únicos asientos vacíos eran los últimos y ella se abría paso tratando de no tocar a nadie, también percibía algo de antropofobia, pero no como la mía sino más extrema, al llegar, me senté junto a ella.

Cuando llegamos a la parada teníamos que caminar aproxima- damente como ochocientos metros, pero no me molestó caminar- los junto a ella, lo disfrutaba y me divertía ya que ahora cada cosa que decía lo decía con diminutivos, era una costumbre suya, en esa ocasión dijo: “Aquí nos tenemos que ir a piecito”. Al llegar al lugar, ella preguntó por sus fotografías, pero aún no estaban lis- tas, dijeron que estarían listas para el viernes, dejamos el lugar y caminamos de nuevo al centro del pueblo, ella dijo que necesita- ba comprar plátanos y la acompañé al mercado, nos detuvimos en el primer puesto de vegetales y empezó a mirar algunos bananos, los acariciaba y los observaba.

La conduje hacia donde estaban los plátanos y le ayudé a es- cogerlos, ella compró cuatro, me ofrecí a pagarlos, pero ella se negó, luego subimos en dirección al cimiento, la invité a pasar, se la presenté a Rod y él dijo que “al fin” estaba con una muchacha bonita pero no había porque sentirse especial, con cada muchacha que me veía decía lo mismo, luego la invité a mi casa. La hice pasar y luego abrí mi refrigerador, había un espacio exclusivo solo para Dr. Pepper y tenía alrededor de treinta y seis botellas, ella las contempló, pensé que jamás las había visto, yo tomé dos, las destapé y le di una a Marcie. Ella al tomarla, sintió buen sabor, trataba de asemejarlo con otro sabor similar pero simplemente no podía, era un sabor único y le gustó, luego ella me pidió que la acompañara a tomar el au- tobús de regreso a su casa y lo hice, bajamos al centro del pueblo, en la parada de autobús que tenía vista a las montañas, ahí estu- vimos esperando, mientras disfrutábamos de la vista.

Yo también la abracé a ella y aproveché para oler su cabello una vez más. Después de un tiempo de estar abrazándonos recordé el sueño que no quería confesarle por teléfono. Al escuchar eso, ella no se sintió enojada pero tampoco alaga- da, ella abrió sus brazos de nuevo y me abrazó más fuerte. Minu- tos después, distraídos mirando hacia las montañas había llegado el autobús.

Nos dimos un abrazo antes de irse, luego ella me miró y se dio la vuelta para irse, pero yo la detuve. Ella volteó hacia mí y vio como revisaba mis bolsillos. zar, se subió al autobús y se marchó. Luego subí a pie para encontrarme con Rod quien estaba sa- liendo del cimiento para ir a comer algo, yo lo acompañé y los dos comimos carne de res con una porción de arroz y un trozo de pan de maíz, luego él regresó al cimiento, pero yo quería tomar un café, me fui a Caliente, cosa que nunca debí haber hecho, cuando entré me llevé la desagradable sorpresa de que vi a Veró- nica sentada en una de las mesas con sus mediocres amigos, cla- ro, para ellos si tenía tiempo la muy perra. Ella me vio y yo volví a salir del lugar. Después de maldecirla un tiempo en la salida, decidí entrar y abrazarla para demostrar que no era miserable como ella, me acerqué y lo hice, la abracé por un tiempo y le susurré al oído que la quería (aunque no era cierto) y ella respondió “yo también” (aunque tampoco era cierto), lo cierto fue que dejé de abrazarla, ella siguió con sus patéticos amigos con los cuales si tenía tiempo de estar y yo me senté solo para pedir un café. Yo solo los miraba y tiempo después ellos dejaron el lugar, había tomado una deci- sión, tacharía a esa perra de mi vida para siempre como lo hice con Grace, ahora se convirtió en la puta Verónica, la muchacha

que no conozco ni nunca conocí, yo solo conocía a la Niña Pícara y también, al igual que la Niña Gato, había muerto. Regresé a casa para relajarme, tomé un libro de Dostoievski para leer, pero antes destapé una botella de Dr. Pepper y me senté a tomarla, mientras la tomaba y antes de empezar a leer, llamé a Marcie June. Yo solo quería seguir hablando con ella, nada más, supuesta- mente podríamos volver a salir cuando las fotos estuvieses listas y eso era el día viernes 24 de septiembre, por lo tanto, ese día la llamé.

Colgué la llamada en espera de ese día, pero ella nunca me in- formó. Por la tarde decidí darme un paseo por el pueblo y mala suerte la mía, después de un tiempo de estar caminando, me en- contré con quien menos quería, saliendo del conservatorio en dirección a la parada, venía de frente Verónica y me vio, seguimos caminando hasta que estuvimos uno frente al otro. Después de haberle dicho eso, la rodeé como si no la conocie- ra y regresé a mi casa. Al día siguiente también estuve esperando la llamada de Mar- cie, pero nunca llegó. Afuera de mi casa, Rod tocaba la bocina, salí para ver qué pasaba y me invitó a bajar, me subí en su carro y me llevó a un prostíbulo, no me quejé pues era sábado, manoseé algunas mujeres mientras tomaba cerveza, estaba junto a Rod en todo momento viendo esos bailes sensuales, aunque debo itir que me habían hecho bailes más eróticos y sin pagar nada, claro, para ellas es una obligación, para una cita es placer y diversión. Al salir de ahí, nos fuimos a comer hamburguesas con Coca-Cola y luego él me dejó en casa, la había pasado bien, pero me sentía deprimido al no recibir nunca la llamada de Marcie para volver a salir. Ya pensando que Marcie se había ido a Mercey, yo decidí ir- me a Mecebo el 29 de septiembre. El 28, salí al pueblo, me dirigí

al banco para sacar dinero en efectivo, al momento de entrar es- taba repleto de gente pero pude notar a alguien con un frondoso y rizado cabello, no quise pensar que era ella porque ya se había ido, quise pensar que nunca me llamó por eso, salí del banco y lo primero que vi fue un teléfono público, pensé que si llamaba a su casa y no contestaba nadie, esa sería ella y lo hice pero al llamar, contestaron, no era ella pero me informó que Marcie había salido con su primito, regresé al banco para ver si alguien la acompaña- ba y si, había un niño uniformado con ella. Entré al banco y de- trás de ella susurré. No pude evitar reírme, le di la vuelta yo mismo y la tomé por los hombros.

Me fui a los cajeros automáticos, donde había una larga fila, pero en unos diez minutos saqué el dinero que necesitaba mien- tras Marcie seguía parada donde la dejé, ella miraba la pantalla del número que seguía y cada vez que cambiaba el número en la pantalla, ella miraba el suyo. Regresé con ella. Miré mi reloj y noté que eran casi las 12:00 del mediodía El muchacho se fue y solo quedamos Marcie y yo, mientras esperábamos el turno estuve hablando con ella, pregunté si era el mismo niño que llevó a tomarse una foto hace un año atrás, ella respondió que sí. Ella me miró de pies a cabeza y observó con

detenimiento el llavero que cargaba, era el dije que me había re- galado el Che con su foto. El llavero ya estaba un poco oxidado, pero igual lo seguía usando. Quise levantar su ánimo, pregunté por los libros que es- taba leyendo (sabía que solo leía libros gay igual que Grace, pero lo pregunté para abrir conversación) Ella decía eso porque cada libro que ella mencionaba yo le de- cía que era malo y era verdad, eran malísimos y tenía que decírse- lo

Sabía que cuando pronunciaba mi nombre era porque estaba molesta. lo Tiempo después ella se cansó de esperar y exclamó “¡Odio esa máquina!”. Ella vio que se desocupó un asiento y se sentó, por lo visto tenía las piernas cansadas de tanto estar parada, yo me que- dé en el mismo lugar, solo veía a Marcie y yo me sonreía, tiempo después, vi un sujeto raro detrás de ella, el sujeto la miraba de pies a cabeza, la examinaba, la estudiaba, y me pareció extraño, estuve vigilándolo por un tiempo y vi que con otras personas en el banco hacía lo mismo, percibí también a otro sujeto del lado opuesto del banco, hacía lo mismo que el primer hombre que luego volvió a donde estaba Marcie. Al mirarme le hice señas para que se levantara de ahí, pero ella no quiso, decía que le dolían las piernas. Ella no quería escucharme y sobre el ticket que me dio el caje- ro cuando hice mi retiro escribí: “Hay un sujeto que está detrás de ti, es ladrón de bancos y hay otros con él”, luego arrugué el papel

hasta hacer una bolita y se lo arrojé, ella leyó el mensaje y ense- guida se levantó y se paró junto a mí. Ella se congeló del miedo y yo la abracé. En ese momento, la pantalla llamó al número de Marcie. Marcie me arrastró hasta la taquilla para hacer su depósito, en cuestión de minutos lo hizo y luego salimos normalmente del banco. Ella me tomó fuerte de la mano, habíamos salido a la 1:00 de la tarde, nos dirigimos hasta la escuela de su primo y entrega- mos el comprobante de pago, al salir de ahí, yo pregunté si quería comer algo, ella aceptó y la llevé a Caliente. Noté como ella caminaba con dificultad, como si tuviera una piedra metida en el zapato.

Definitivamente también sufría de latrofobia. Al llegar a Caliente entramos y nos acercamos a la caja, ella me miró, como si estuviera apenada de preguntar que podía pedir. Ella miró de nuevo las opciones y al final pidió una rebanada de pie de limón con un té de limón frío, yo también pedí el pie de limón, pero para beber pedí Coca-Cola y nos sentamos en una de las mesas, el lugar estaba solo esa vez y la mujer que nos atendía nos ofreció colocar cualquier canal en la televisión del café. No sabía por qué, no tenía idea en absoluto, todas las chicas con las que salía decían que la Coca-Cola era un veneno, una basura, que me iba a matar y eso incluía a Marcie June. Lo hice, lo probé, pero no porque ella me lo pidiera, no porque ella me lo ofrecía, era porque el sorbete del que ella estaba to- mando estaba marcado con su rojo y sexy labial y quería probar- lo, solo por eso lo hice.

Ella se negó a probarla y siguió comiendo su pie de limón, el pie estaba exquisito, era muy bueno, pero se le iba un poco el sabor a limón por exceso de azúcar. - En 1947

jo!

estrellará en tu sensual rostro y… Dicho eso, ambos sacamos nuestra identificación y la inter- cambiamos, ella nació el 28 de febrero de 1947 y vio que yo no nací ese mismo año. Yo lo anoté en mi libreta de bolsillo y ella en una agenda que sacó de su bolso. Estuvimos un rato más en el café después de haber terminado de comer, me dijo que había encontrado un em- pleo de medio tiempo, uno con unos chinos que ya había mencio- nado antes.

rando la llamada, un día salí de la casa a caminar y pasé por el frente como si de casualidad estuviese pasando por ahí y luego el chino me vio y me llamó, cuando fui y me paré frente a él, me dijo: “tu mamá dal númelo mal, faltal un númelo” ahí fue cuando lo di bien pero ellos ya me habían dicho para trabajar enseguida Al oír eso no pude evitar reírme a carcajadas. Al terminar la conversación de los chinos, salimos de ahí des- pués de pagar por lo que consumimos. Caminamos hasta la panadería que estaba frente a la plaza, esa que solía estar llena de gente, tuvimos que esperar por un tiempo y yo me distraje viendo otros productos, dejé a Marcie por un instante y cuando volví, noté que estaba hablando sola, cuando miró a su lado derecho, notó que yo no estaba con ella, luego

miró a los lados un tanto desesperada hasta que me vio llegar a ella. La abracé y ella me abrazó a mí, era imposible no oler su aro- matizada cabellera, pero sin embargo pregunté si podía hacerlo, ella dijo que no pero después de un rato se retractó y dijo: “Bien, puedes olerla” y lo hice hasta que ella pagó por su compra. No dirigimos después al supermercado a seguir comprando cosas, ella tomó un sobre de té de limón en polvo y estaba dudosa sobre que salsa escoger. Algo que sabía muy bien de Marcie June es que adoraba el maíz, perdía la cabeza por el maíz, incluso compraba maíz enla- tado y lo comía como si estuviera comiendo de un envase de he- lado o una lata de atún, ella afirmaba que era el manjar de los dioses. Ella tomó sus productos y la acompañé a la caja, pero antes de eso, pasé por el pasillo de galletas y compré una bolsa de medio kilo de mini galletas de chocolate, al llegar a la caja me ofrecí a pagar yo, pero Marcie no quería permitirlo, la convencí de que pasar mi tarjeta sería más rápido y ella aceptó, terminé pagando

1.65 libras por todo, le entregué a Marcie sus productos y yo to- mé mis galletas, recibí mi recibo de compra y abrí la bolsa de galletas para empezar a comer. Ella tomó una galleta y luego volvió a formular la pregunta. En ese instante me detuve, le di la bolsa con mis galletas y sa- qué el recibo de compra de mi bolsillo, se lo mostré sin que al- canzara a leer y luego lo rompí en trocitos y los tiré al aire como si fuera confeti. Tomé de regreso mis galletas y seguimos caminando. la Luego llegamos a la parada y estuvimos esperando su autobús mientras comíamos galletas, ella no comía si yo no le ofrecía y cuando lo hacía, solo tomaba una sola, hasta que llegó su auto- bús, yo la abracé despidiéndome de ella, al tomar asiento en el

bus le dije que tomara más galletas, le pasé la bolsa por la venta- nilla y solo tomó una, yo le exigí que tomara más, que tomara un puñado, pero solo tomó unas pocas más, alrededor de cuatro, me agradeció por todo y el bus se puso en marcha. Luego yo regresé a otro banco cercano para sacar efectivo de nuevo y poder irme del pueblo, luego me dirigí a casa. Después de una media hora ella llamó a mi teléfono. cil bas Ella colgó el teléfono, al día siguiente, me tenía que ir a Me- cebo y estando en el terminal, antes de irme, compré el periódico y sorpresa para mí, en primera plana salía el encabezado Terror en banco del pueblo. Era un hecho, sabía que pasaría. En los siguientes días no podía sacarme a Marcie June de la cabeza, no, había caído en lo que sentía hace mucho por ella y no quería demostrarlo, me había enamorado de ella.

Solo faltaban algunas semanas para mi cumpleaños y lo espe- raba con muchas ansias, jamás me había gustado que llegara mi cumpleaños, pero ese era diferente porque estaba seguro que Marcie se acordaría de mí.

Llegó la fecha, el día en el que cumplía años, me levanté y en- seguida revisé mi buzón, no tenía nada, luego me senté junto al teléfono y estuve toda la mañana junto a él, pero en ningún mo- mento sonó. Al mediodía me había llegado una carta por correo, entusiasmado, fui a recogerla, la abrí sin cuidado alguno y la leí. «Felicidades Howard Grace» Esa mierda la arrugué y la tiré a la basura y seguí esperando por el mensaje de Marcie, pasó el día, pero ese mensaje nunca llegó, no había comido nada en todo el día esperando mi mensaje de cumpleaños, pero terminó siendo igual que cualquier otro cumpleaños, el mismo miserable y deprimente cumpleaños. Me levanté del sillón, un poco lloroso y revisé la despensa, tomé una lata de sopa Campbell y la calenté en la cocina, luego subí a mi habitación para comerla, me moría del sentimiento y aquellas lágrimas de dolor y corazón quebrantado caían dentro de esa ca- liente lata de sopa, al terminar la sopa, miré la lata por fuera, lue- go la deseché, me eché sobre la cama y suspiré y sollocé hasta quedarme dormido, por aquel otro amor que olvidó mi cumplea- ños y lo anotó para evitar eso. El 25 de octubre, yo aún rendido sobre la cama y durmiendo, había llegado la señorita Rita a mi domicilio, al no encontrarme en la parte de abajo, buscó en mi habitación donde me encontró rendido sobre la cama. Ella dejó de hablar, veía que ni siquiera me movía, solo con la impresión de que lamentaba ser yo mismo.

Yo suspiré, presentí que si no lo hacía, ella lloraría y acepté comerlos pero sin levantarme de la cama y así lo aceptó, bajó y buscó la bandeja con muffins, estaban muy bien decorados, te- nían diversos colores y estaban decorados con dulces y chocola- tes, algunos tenían frutas, como fresas y melocotones y cada uno tenía clavado un palillo que sostenía una letra que al formarlas todas decían: “F-E-L-I-Z-C-U-M-P-L-E-A-Ñ-O-S-H-O-W-A-RD” veintiún letras para los veintiún muffins, jamás había visto ese tipo de genialidad para desearle un feliz cumpleaños a alguien, de alguna manera empecé a sentirme mejor, al saber que Rita no se había olvidado de mí. Comí con ella los muffins que preparó para mí, también me había comprado una CocaCola para acompañar- los y disfruté de los ricos muffins junto a ella, ya cuando queda- ban solo algunos, ella me manchó la nariz con el glaseado de uno

de los muffins y yo jugué su mismo juego, no llenamos la cara de glaseado y para nosotros era divertido y gracioso. Ella se acercó a mí y comenzó a quitarme el glaseado con la lengua, después de tres lengüetazos ella pidió que le quitara el glaseado de su rostro y lo hice: “¡Oh! Si Howard ¡Quítame todo ese glaseado!” exclamaba ella mientras lo hacía, ella tomó uno de los muffins y se pasó el glaseado por su cuello. A medida que yo se lo quitaba ahora del cuello se excitaba más hasta que ella se quitó el vestido que cargaba y quedó en ropa interior Yo la nalgueé y ella gemía de placer, de excitación, cada vez que le daba una nalgada y se mojaba. Si, en ese momento la detecté algo sumisa y masoquista, solo quería que la golpeara antes de entrar al acto sexual y mientras yo la golpeaba, ella me besaba hasta que ella cedió hacerlo, incluso, hasta después del sexo ella se acostó sobre mí y me susurró: “Si- gue golpeándome, me he portado mal” y cuando lo hacía ella se movía de placer sobre mí y lo disfrutaba. Ella preparó algo de comer mientras yo permanecía aún en mi habitación, subió mi comida, pero no la comí pues no sentía de- seos de comer, ella la dejó sobre la mesita de noche, comió su comida, se despidió y se marchó. Esa noche aún no tenía ganas de saciar mi hambre y luego me quedé dormido, solo en la oscuridad.

Al día siguiente, 26 de octubre, me levanté de la cama, había amanecido mejor que el día anterior, tomé un baño, luego tomé la comida que me hizo Rita y la bajé a la cocina, pero al pasar junto al teléfono vi que tenía un mensaje grabado y lo escuché, era el mensaje que tanto esperaba de Marcie y decía: “Hola tú, feliz cumpleaños, wow… estaba pensando en felicitarte desde ésta mañana, pero me entretenía en otras cosas, ja, pásala sensual. Con todo el amor. Marcie” luego se emitió una breve risa y el mensaje había llegado a su fin, el mensaje llegó cuando me había quedado dormido la noche del 24 de octubre, me sentía como un idiota y esa mañana la llamé enseguida.

Ese día regresé a la vida, Marcie June seguía siendo tan dulce y amable conmigo como siempre lo había sido y solo esperaba

con ansias diciembre para volver a verla y darle su regalo de na- vidad. El sábado 6 de noviembre, no estuve en casa, todo el día estu- ve en la calle, primero en la biblioteca leyendo libros, luego salí a comer, salí a ver una película y cuando ya casi estaba oscurecien- do me fui a un bar, todas esas actividades las hice yo solo y no me disgustó pues necesitaba pasar un tiempo conmigo, bebiendo en el bar me di cuenta de que había una chica con el cabello largo y rizado y estaba reunida con un grupo de muchachos. Tuve la impresión de que podía ser Marcie, pero… ¿Marcie? ¿En Mece- bo? ¿En un bar? ¿Tomando licor? Eso era algo que tenía que vi- vir para contarlo. Salí del bar y busqué un teléfono público para llamarla y ella contestó.

Al colgar regresé al bar y me puse a detallar lo idéntica que era esa chica con Marcie, hasta llegué a pensar que podría ser su doppelganger, no estaba seguro, pues no sabía si Marcie tenía hermanas gemelas o algo así. El 27 de noviembre fue el día que volví a hablar con ella, era el cumpleaños de Rudolf, el viejo colega del negocio y me invitó a la celebración, fue una buena fiesta, tenía comida, whisky y cerveza, ya cuando estuve ebrio no pude evitar llamarla.

Aún no estaba en Rillujot, pero al día siguiente empaqué y el 30 de noviembre partí. Ya para el 1 de diciembre estaba en el pueblo y tan solo esperaba que pasaran los días para verme con Marcie, ese día salí a caminar por el pueblo y me pasé por Ca- liente para tomar una taza de café, me senté y me relajé un poco, luego pedí unas galletas para acompañar con el café. Mientras que disfrutaba del momento, de buena música puesta en la radio,

un locutor empezó a hablar, hablaba sobre las canciones que ha- bía puesto anteriormente y luego informó a la comunidad beatle- maniaca que solo faltaban dos días para que saliera a la venta el sexto álbum de estudio de The Beatles y que estuvieran atentos pues podría estar varios meses agotados como ocurrió con Help! Al salir del café, me dirigí a la tienda de discos y le sugerí al ven- dedor que le pagaría el triple cuando llegara el nuevo álbum de The Beatles si se ofrecía a apartarme un disco, él aceptó. El domingo me levanté temprano y salí al pueblo a retirar mi nuevo álbum pero al llegar, el lugar estaba colapsado, no se veía la entrada y ni siquiera tenía oportunidad de entrar pues seguida de la gente amontonada en la puerta había una fila así que me fui de ahí para regresar más tarde, esa era la única tienda de discos en el pueblo, entendía porque estaba de esa manera, pasé el día en el pueblo, caminando y entrando a los establecimientos que me llamaban la atención y muchas veces compraba alguna que otra cosa, después comí en el centro comercial nuevo que se había inaugurado. Volví a pasar por la tienda de discos, la cual seguía saturada. Al caer la tarde ya había menos gente y entré, le recordé al hombre nuestro trato y él me dio el álbum por el que pagaría tres veces el precio. Contemplé la portada, parecía un álbum ordinario, nada del otro mundo, llevaba por título Rubber Soul en letras naranjas y una fotografía de la banda, todos con sus cabelleras largas y mi- rando a la misma dirección, le di la vuelta y miré los títulos de las canciones. Estuve un rato más paseándome por la tienda y com- pré otros discos más: Turn! Turn! Turn!, Hollies, Out of Our Heads, My Name Is Barbra, Two…, Having A Rave Up With The Yardbirds y por último vi un álbum que llevaba el título de My Generation y un sencillo del mismo título de los mismos intérpre- tes que cantaban I Can’t Explain, esa nueva canción que había escuchado mucho por la radio y era una de mis favoritas. Al lle-

gar a casa los escuché todos, los únicos que no escuché fueron Rubber Soul y el álbum My Generation porque ya era algo tarde. Saqué el de The Beatles de su cubierta solo para verlo y cuando lo hice cayó al suelo lo que parecía ser un disco sencillo, decía We Can Work It Out – Day Tripper. Al principio pensé que venía anexado al álbum, pero luego me di cuenta de que fue un golpe de suerte. Dejé los álbumes y el sencillo sobre el tocadiscos para escucharlos otro día, sin embargo, luego encendí la radio y dieron una canción que contenía el Rubber Soul, se titulaba Nowhere Man y era en verdad muy buena, si esa me había gustado tanto ¿Cómo sería el resto del álbum? Pero aun así me resistí a escu- charlo. Dos semanas después, el 16 de diciembre, me preguntaba si Marcie había llegado ya a Rillujot y esa mañana la llamé.

El 17 de diciembre estaba pensando cómo sería mi encuentro con Marcie June, pero después me imaginé como todo se echaría a perder como la última vez así que le escribí una carta. «Hola, disculpe por interrumpir sus importantes asuntos, solo quería decirle que como yo la conozco muy bien debería de esco- ger un día antes del 24 de diciembre para que nos veamos por un ratito y poder darle un obsequio de navidad, quería entregárselo el día 24 como está establecido y es tradicional desde hace más de mil años, pero repito, como yo ya la conozco a usted, seguro ese día va a salir con que ya tiene planes con familia, amigos, etc., etc., etc. Y después del 24 me va a salir con que se tiene que ir, que no la dejan salir, que ya tiene planes, etc., etc., etc. Así que se lo aviso desde ya y antes de que llegue a Rillujot, escoja un día antes del 24 para que no pase todo esto. Atentamente y con mu- cho amor, el yo. Ya puede seguir con su vida» Al día siguiente recibí respuesta por teléfono. jo tienes más corto

Ella colgó y nunca me regresó la llamada, se había olvidado de mi o ya estaba muerta, no lo sabía, pero me preocupé, al día si- guiente la volví a llamar.

Por unos segundos me congelé, no sé por qué me puse tan nervioso al oír esas palabras y luego reaccioné. Ella colgó enseguida, percibí que la pregunta a cuál álbum me gustaba más era para comprarme uno para navidad, le dije el Help! porque era el que se conseguía más en las tiendas, pero si me regalaba ese álbum, ahora tendría dos, sin embargo, creo que se lo facilité un poco. Pasó el día miércoles y Marcie aún no daba señales de que es- taba en el pueblo, no la llamé, decidí esperar unos días más y no parecer insistente hasta el día sábado, ese sábado no salí y recibí una llamada.

Al día siguiente, 24 de diciembre, alrededor de las 3:00 de la tarde, empecé a beber en un bar y regresé temprano a casa, al llegar recibí una llamada.

Colgué la llamada y enseguida me fui a dormir, como cada año, la pirotecnia me lo dificultaba, ya era 25 de diciembre y le escribí ese día una carta a Marcie. «Feliz Navidad dulzura, eres lo mejor que me ha pasado en la vida, gracias por tu compañía y tu amistad. Te amo mucho bebé, te dedico For Your Love y trataré de no llorar Howard» Al día siguiente, 26 de diciembre tenía una carta en el buzón, era de Marcie en respuesta a mi carta del día anterior. «Modo drama: activado. Feliz navidad cariño, gracias por an- dar existiendo por ahí, nos vemos el 26, jojo

Marcie» Ya estaba preparado para verla, pero tan solo me quedaba es- perar su llamada para confirmar, estuve esperando todo el día hasta que el teléfono sonó aproximadamente a las 4:00 de la tarde y enseguida lo respondí.

Ella colgó al escuchar esas palabras, una vez más lo estaba ha- ciendo, me quería dejar plantado, busqué el regalo que le iba a dar a Marcie, el Highway 61 Revisited, pero estaba sin envolver. Quise salir para envolverlo pero luego miré el My Generation, los últimos días había escuchado solo el sencillo, era muy bueno y supuse que a Marcie le gustaría más si le regalaba ese disco, así que dejé el de Bob Dylan y salí al pueblo para comprar una bolsa de regalo donde entrara el long play, también compré una peque- ña bolsita de regalo de unos siete centímetros de largo, apenas cabían dos caramelos y también compré una tarjeta de navidad que medía 7.45 x 9 centímetros, pasé por la dulcería para comprar dos caramelos de menta y los metí en la pequeña bolsita, metí el disco en la grande y en la tarjetita le escribí un mensaje navideño. «Cuando piso este pueblo, recuerdo el día que te vi por prime- ra vez, tocando tu sensual guitarra y le hablé a la talentosa chica que no pensé que le diera tanto significado a mi vida. A través de esta tarjetita quiero agradecerte esos gratos momentos que has compartido conmigo, que, aunque fueron pocos, fueron perfectos y duraderos y espero seguir estando a tu lado teniendo más mo- mentos así. Espero que te guste mi obsequio y que cada vez que te subas a la mesa a cantar con The Who, te acuerdes de mí. Quiero que sepas que cada vez que te digo que te detesto, no es verdad, porque te amo más de lo que te odio y no dejaría jamás que te maltraten, te lastimen o te hagan daño. Quiero desearte una feliz navidad y que el próximo año esté lleno de buenos deseos y oportunidades que puedas aprovechar. Eres lo mejor que me ha pasado en la vida. Por siempre tuyo y a tu lado: tu bebé

El caballero de la triste figura. (12/65)» Al terminar de escribir mi tarjeta, la anexé a mi regalo y lo preparé para el día siguiente en el que pensé que me vería con ella. Temprano en la mañana del día 27 de diciembre, a las 6:16, me levanté enseguida para llamarla, ella no contestó, pero le dejé un mensaje grabado diciéndole: “¿Ya estás lista?”. Luego me vestí y desayuné, miré el reloj, eran las 9:20 e intenté llamarla de nuevo, no contestó, pero le dejé otro mensaje: “Hey ¿Ya estás lista? ¿A qué hora nos vemos?” dejé de llamarla y ella me devol- vió la llamada a las 11:34. Esperé alrededor de un minuto y luego ella volvió a hablar.

Ahora me tocaba decidir a mí, ya tenía planeado regresar a Mecebo el 28 de diciembre, si quería ver a Marcie tenía que pos- poner mi viaje, pero no resistiría otra plantada más. Pasaba la tarde y al final, decidí que podría irme el 29 y le avisé.

¿Te vienes más temprano? ¿O dónde? ¿O prefiere la plaza?

A la mañana siguiente salí a comprar ropa nueva, zapatos, pantalones, calcetas, camiseta e incluso ropa interior, también compré dos litros de Coca-Cola por una libra, doscientos gramos de galletas danesas, setecientos mililitros de helado y un empaque de cereal con relleno de chocolate de doscientos veinte gramos, todo eso, incluyendo la Coca-Cola me costó cuatro libras con veinticuatro peniques, todo eso para pasar un buen día con Mar- cie. Al regresar a casa me vestí con la ropa nueva que acababa de comprar, guardé los aperitivos en la repisa y el refresco en la ne- vera, llegué media hora antes a la parada de autobús para esperar- la y ella llegó treinta y cuatro minutos tarde, en realidad no vi cuando bajó del autobús, solo sentí que llegó cuando ella me abrazó por detrás sin que me diera cuenta, me di la vuelta y ahí estaba, también le di un abrazo y luego caminé con ella cuesta arriba.

Ella me siguió hasta el nuevo centro comercial que habían inaugurado en el pueblo, tenía varias tiendas y tres pisos llenos de ellas, incluso hasta un café, pero nosotros nos quedamos en el primer piso donde había un puesto de cholaos. Ella pidió al vendedor las bebidas y empezó a sacar dinero de su bolsillo Pude empujarla un poco para apartarla del vendedor y al final tomó mi dinero.

La verdad no sentía miedo, pero decidí no hacerlo, más ade- lante la engañaría de cualquier manera para regresárselo. Empe- zamos a tomar lo que pedimos y con eso surgió conversación. Probé su malteada, era buena, pero la verdad lo hice por el la- bial en el sorbete, después de probarla no hablamos más, yo solo me entretenía viéndola degustar su malteada, tan sensual con ese rojo labial. Terminamos de tomar lo que pedimos y nos fuimos a mi casa, la abrí y pasé, ella se quedó en la puerta.

Ella se sentó conmigo en un sofá, le ofrecí algo para comer, pero dijo que no quería nada por ahora, le propuse también colo- car algo de música y ella dijo que estaría bien, sobre el tocadiscos estaba aún el Rubber Soul y decidí colocar ese mientras ella con- templaba el interior de mi casa. La dejé sola en la sala mientras buscaba su regalo, tomé las dos bolsas de regalo, la pequeña que contenía solo los dos cara- melos y la grande que tenía el verdadero regalo, saqué de mi bol- sillo el dinero que echó Marcie y se lo metí en la bolsa donde iba el LP. Luego salí solo con la bolsa pequeña y me volví a sentar junto a ella. Ella metió la mano en lo profundo de su bolso y sacó la mano empuñada, al abrirla, observé que lo que tenía en la palma eran las dos tapas de Dr. Pepper que una vez le di para que las conser- vara. vio el tamaño del regalo, ella se decepcionó un poco, tomó el regalo y lo abrió, vio que en el interior había dos caramelos de menta. Pronunció eso en un tomo muy desanimado y desilusionado, ella abrió uno de los caramelos y lo comió.

lo.

Ella no dijo nada, se quedó callada solo saboreando el carame-

nes que te daré: uno; te gustó muchísimo, dos; te gustó, pero no era lo que esperabas, tres; te gustó, pero no es nada del otro mun- do, cuatro; no te gustó para nada, cinco; es el regalo más decep- cionante que has recibido Me levanté para buscar el regalo real y regresé para entregár- selo. Ella revisó en la bolsa y se encontró con el disco, lo contempló y quedó congelada, éste, a diferencia del falso, la sorprendió mu- cho y no podía creer que lo tenía en sus manos. Ella me abrazó fuertemente y me agradeció el regalo, era el nuevo disco de The Who que ya estaba agotado en todas partes y según ella, era carí- simo, era el mejor regalo que le habían hecho. Después de dejar de abrazarme, ella accedió a darme su regalo. Al dármelo, sentí casi la misma emoción de ella, no por lo que me daba sino por quien me lo daba, era una especie de plástico cuadrado, medía aproximadamente diez por seis centímetros, de un lado tenía la portada del álbum Help! pero no estaban vestidos de azul sino de verde, se veía que era un error de impresión y del otro lado una fotografía de la banda en escala a grises, mirando al

frente y caminando por la calle, el plástico tenía en una de las esquinas una especie de cadena y estaba empacado en una bolsita de plástico sellada transparente pero aún no sabía lo que en reali- dad era. Ella por alguna razón, al escuchar eso intentó arrebatármelo de la mano, pero yo lo impedí y la abracé, me lo quería quitar quizá porque había criticado su regalo y había percibido que no me gustaba, pero en realidad si me gustó, aunque no sabía aun lo que era. Esta vez ella me lo arrebató, lo sacó del empaque y me quitó mis llaves, quitó el dije que me regaló el Che y lo arrojó para luego poner el que ella me dio, era un llavero.

Al terminar de leerla se conmovió mucho. La tomé de la mano, ella se levantó y me acompañó hasta mi biblioteca. Luego antes de sentarnos de nuevo, le di la vuelta al LP que escuchábamos ya que en ese momento terminó de reproducir la cara A y me senté con ella de regreso. La empecé a abrazar, tan solo oliendo su cabellera, disfrutaba cada segundo que la tenía en mis brazos.

Me levanté para buscar el cereal que compré y le ofrecí, ella lo probó y solo tomó dos veces, a mí me gustaba, pero a ella no, decía que sabía horrible, que sabía como si fueran drogas. Me levanté para buscar las galletas y le ofrecí algunas, esas les gustaron más, ella miró el reloj y dijo que le faltaba poco para irse, yo no quería dejarla ir, por lo tanto, la abracé como si se me fuera a escapar, no quería que se fuera. Seguíamos comiendo galletas y ella me besó espontáneamente en la mejilla, me gustó y le devolví el beso, pero por culpa de mi estatura la besé accidentalmente en el ojo, al parecer no lo vio mal pero yo sí, ella volvió a besarme y tomó otra galleta, a cada rato ella miraba su reloj, no quería llegar tarde a su casa, me explicó que si llegaba tarde quizá no la dejarían salir conmigo de nuevo, así que no quería arries- garse, yo simplemente seguí abrazándola para que no me dejara, ella seguía besándome, pedía a gritos dentro de ella que yo le robara un beso pero no me atrevía, había algo que me lo impedía. Seguíamos disfrutando de la música, del momento y de los besos en la mejilla hasta que ella habló. Ella me abrazó también y mientras sonaba la canción In My Life me llené de sentimiento y lo hice, no sé lo que me incitó, quizá fue la música o el momento, pero lo estaba haciendo, lo

hice inconscientemente y sin querer y cuando me di cuenta ya lo estaba haciendo, la estaba besando, ella no se opuso pues ella me besaba también y sentí que era el beso más excitante que me ha- bían dado, no solo de labios sino también de lengua, cuando dejó de besarme, ella volvió a decir que se tenía que ir. Ella no se resistió y me volvió a besar, una vez más sentí sus deleznables labios rojos en los míos, era uno de los besos que jamás olvidaría. Ella tomó sus cosas y pidió que la acompañara hasta la parada, yo le sugerí que si se quedaba un rato más conmigo, le pagaría un taxi para que llegara más rápido, además de eso, tenía aún el he- lado en la nevera que no habíamos comido, ella no aceptó, prefi- rió irse en autobús, me quedé con ella hasta que llegó, ella me abrazó y se despidió, al subirse al bus, volvió a despedirse agitando la mano y yo hice lo mismo, estaba algo triste porque me dejaba pero pasé un gran rato con ella, regresé a casa y terminé de comerme las drogas que ella no quiso con un vaso de Coca- Cola. Pensé que nunca pasaría eso, a la chica que nunca le dije lo que sentía por ella, solo porque me daba miedo de que fuera la primera que dijera que no, quizá tuve al amor de mi vida de fren- te todo el tiempo, nunca la evité, pero prefería verme con Grace antes que con ella y me arrepiento de haberlo hecho así.

Más tarde pensé en llamarla para saber si había llegado a tiempo a su casa. Mi corazón de paralizo, era tentador pues después de años co- nociéndonos ella me estaba invitando a salir y estaba seguro de que era por nuestro beso, quería verme de nuevo y mi sucia men- te pensaba lo más fornicador, era muy tentador, pero sin embargo me negué, gran error que lamentaría después pero igual no tenía ninguna otra opción. También pensé que podría posponer mi viaje una vez más, pe- ro me fue imposible.

mí antes no

Sencillamente no quería decirle que me iría a Mecebo por miedo de que pensara que la estaba evitando, aunque me iría, estaba dispuesto a regresar por ella. Colgué solo ilusionándome con la esperanza de que regresaría a Rillujot lo antes posible para volver a verla, la mañana siguiente partí a mi ciudad, me encargué de llenar todo el inventario de mis cuatro negocios antes de año nuevo, comencé primero con la pa- nadería y el bar que eran los más sencillos y de menos productos fuera de existencia y al otro día comencé con el mini mercado y la ferretería. El 30 de diciembre recibí una llamada de Marcie, llamada que nunca me esperaba.

Esa fue la última conversación del año, al día siguiente, 31 de diciembre, cuando mis trabajadores estaban libres, yo aún estaba en los negocios haciendo inventario, salí tarde de ahí para luego irme a casa, trataría de dormir con toda esa pirotecnia sonando y explotando, Zafiro se acurrucó conmigo, por miedo a las explo- siones. No pude dormir para nada, a las 12:57 de la madrugada, mientras seguía la pirotecnia recibí una llamada y bajé para con- testarla.

Escuché una apenada risa al teléfono que luego colgó, fue un mensaje muy breve, pero sin embargo me gusto oír eso, me llenó de amor finalmente. Ya era 1 de enero de 1966, aun fingiendo que estaba en Rillu- jot, la noche de ese día llamé a Marcie para saber si la podría vol- ver a ver para poder regresar o si no sería necesario moverme de Mecebo.

rá pero no es seguro Ella colgó después de que yo me despedí, literalmente era la primera chica que besaba, la primera y única chica que he besado que me gustaba y que ella también gustaba de mí, sentí que se asustó un poco cuando le hice esa confesión, pero pensé que era

correcto habérselo dicho. Decidí tomar el riesgo de viajar a Rillu- jot antes del 6 de enero para verla y lo hice, el 4 de enero, des- pués de asegurarme de abrir mis negocios con normalidad y con- tar la asistencia de los empleados, ya estaba en camino y había llegado al mediodía al pueblo, al entrar a casa, enseguida la llamé. Ella colgó el teléfono enseguida, yo estaba ansioso por saber su respuesta, así que la tarde de ese día paseé por el pueblo hasta que anocheció y regresé a casa, no quise ponerme a leer u hacer otra actividad, solo quería dormirme enseguida porque esperaba con ansias el día siguiente. 5 de enero, esa fue la fecha, me levanté de madrugada y solo me vestí para sentarme frente a la casa, estaría esperando por alguna carta que me confirmara salir con Marcie, de vez en cuan- do me sentaba adentro junto al teléfono por si se le ocurría tam- bién llamar, pasé horas esperando, pero no recibí llamadas, llegué

a esperar hasta el mediodía, sin comer nada, pero aún ella no lla- maba. Luego me quedé afuera a esperar por si llegaba una carta un poco tarde o si a la oficina postal se le olvidó enviarla, estaba pensando en todas las posibilidades, menos en que Marcie June lo olvidó. Ya eran las 4:00 de la tarde y yo aún tenía la esperanza de que llegaría una carta o ella llamaría y a las 6:00 de la tarde, ya casi oscureciendo, miré hacia el pavimento, luego miré hacia el cielo y de nuevo al pavimento, me levanté de la acera y caminé lenta y melancólicamente hacia la puerta de mi casa, abrí la puer- ta y le di la espalda para cerrarla lentamente, al cerrarla, me miré las manos, revisé mis bolsillos y saqué mis llaves, en ellas, el llavero que me había obsequiado, lo sostuve frente a mí y me detuve a mirarlo por un tiempo, luego poco a poco, de espaldas a la puerta me empecé a deslizar hacia el suelo hasta que quedé sentado con mis rodillas levantadas, me abracé las piernas y puse mi frente sobre mis rodillas, me puse a pensar y no lo entendía ¿Por qué tenía que pasarme a mí? ¿Por qué tenía que ser yo el odiado por todos? El que no tiene derecho a nada, ni al amor ni al cariño ¿Por qué? Enseguida rompí a llorar y terminé muriéndome en aquel desolado lugar, en el cual tan solo me acariciaba esa vieja puerta de madera.

Esta obra está basada en una historia real. To- dos los hechos que se narran, horarios, lugares y la mayoría de los personajes son reales. Se cam- biaron los nombres de los personajes principales y las ciudades por antojo del autor. Algunos ob- jetos, lugares y conversaciones fueron alterados para que se adaptaran a la época ambientada.

Cualquier parecido con la realidad, no es coin- cidencia, en realidad pasó.