Texto: Génesis 45.1-15
Introducción Una de las características principales de la adoración cristiana es el uso de lenguaje simbólico, artístico y religioso. Todas las tradiciones cristianas usan imágenes verbales y visuales para hablar de la fe. Esta cualidad de nuestra fe es muy común, tanto que por lo regular no le prestamos atención a las dimensiones poéticas del lenguaje que usamos cuando pensamos sobre nuestra fe y cuando adoramos a Dios.
La metáfora de la familia Pensemos, a manera de ejemplo, en las muchas metáforas que usa la Iglesia cristiana para describirse a sí misma. Una de las metáforas más comunes es la imagen de la familia. De acuerdo a esta imagen poética, por medio de la fe las personas creyentes llegan a ser hermanas, unidas por el amor del Padre celestial. La Biblia usa la imagen de la familia para definir y caracterizar las relaciones entre las personas de fe. El Nuevo Testamento se refiere a la Iglesia una y otra vez como “la familia de Dios”. Esto explica por qué, hasta el día de hoy, los creyentes se llaman “hermanos y hermanas” los unos a los otros.
Una imagen peligrosa El problema es que esta imagen no es tan inocente como parece. Debo recordarles que, aunque muchas congregaciones todavía usan esta imagen para describirse a sí misma, la Iglesia primitiva rechazó la imagen de la familia y el modelo de organización social que dicha imagen sugería. La familia grecorromana era demasiado jerárquica y patriarcal para proveer un modelo adecuado para organizar la vida y el trabajo de la Iglesia. En lugar de la imagen de la familia, la Iglesia primitiva prefirió la metáfora del cuerpo de Cristo como su principio organizador. La pregunta que se impone es: ¿Por qué? ¿Por qué la Iglesia rechazó la hermosa metáfora de la familia? ¿Por qué prefirió compararse a sí misma con un cuerpo, sabiendo que la cultura y la filosofía grecorromana creía que el cuerpo humano era algo malo, que era la tumba del alma? Bueno, yo no tengo la respuesta definitiva. Quizás algún experto pueda contestar esa pregunta con certeza. Yo no tengo certeza, lo que tengo es una corazonada, una idea, una intuición. Yo creo que la Iglesia se separó de la imagen de la familia simplemente porque era muy peligrosa; porque atentaba contra la vida comunitaria.
El peligro de la metáfora El hecho es que las relaciones familiares son difíciles. Aunque la palabra “familia” para algunos evoca recuerdos
hermosos, para otros trae a la memoria recuerdos desastrosos. Sí, las familias pueden nutrir, proteger y bendecir. Pero las familias también pueden amenazar, agredir y destruir. De hecho, algunos de esos recuerdos que amamos tanto, evocan un tiempo donde las mujeres estaban condenadas a limitar su vida a servir a los demás. Evocan un tiempo donde las mujeres luchaban por determinar su propio futuro en un mundo dominado por los hombres. Un ejemplo bíblico ¿Cuán destructiva puede ser una familia? Consideremos, a manera de ejemplo, la historia de José, a la cual se refiere el texto bíblico leído anteriormente. Como sabemos, José pertenecía a una familia bastante disfuncional, aún tomando como criterio los valores del mundo antiguo. Jacob, su padre, era famoso por su capacidad para engañar a la gente (véase Gn 27.36). De acuerdo al libro de Génesis, Jacob se casó con dos hermanas, llamadas Lea y Raquel (véase Gn 29.1-30). Además, tuvo hijos con las sirvientas principales de cada una de sus esposas, llamadas Zilpa y Bilha, respectivamente. José tuvo la mala suerte de ser el hijo de Raquel, la esposa “favorita” de su padre. Esto lo convirtió en el hijo “favorito” de la familia. La Biblia dice que sus medios hermanos pronto se cansaron de su “hermanito
perfecto” e intentaron asesinarlo. Sin embargo, a la hora de la verdad no tuvieron el valor para matarlo y decidieron venderlo como esclavo a unos mercaderes extranjeros (Gn 37). José llegó a Egipto, donde sufrió la esclavitud. Hasta pasó un largo tiempo encarcelado por un crimen que no cometió (Gn 39-40). Sin embargo, Dios lo bendijo y le permitió ocupar un alto puesto de autoridad en el mundo político egipcio (Gn 41). José logró obtener la vida deseada, casándose y teniendo dos hijos con su esposa. Tal parecía que había superado su doloroso pasado. Sin embargo, su pasado lo persigue. De repente, una hambruna sacude la región y Egipto es la única nación preparada para enfrentar el desastre, gracias a la buena istración de José. De todas partes llega gente a Egipto buscando alimento. Los hermanos de José componen uno de esos grupos que llegan buscando pan (Gn 42). Es la hora de la venganza. El escenario ha cambiado. José ya no es un niño indefenso, sino uno de los hombre más poderosos de la nación. Ahora es José el que le pone una trampa a sus hermanos y los coloca bajo arresto. Como parte de su plan, desarrolla una estratagema para traer a Benjamín, su único hermano de padre y madre, a Egipto. Simeón, uno de sus medios hermanos, se queda encarcelado en Egipto mientras los demás vuelven a casa. Allí descubren que José le ha colocado el dinero que pagaron y una copa de plata en uno de los sacos de grano.
Correctamente, deducen que esto ha sido una trampa para acusarlos de robo (Gn 42-44). ¿Acaso soy yo guarda de mi hermano? La historia de José demuestra los niveles de crueldad a los que podemos llegar los seres humanos, hasta cuando tratamos a las personas más cercanas. Esta historia puede interpretarse de diversas maneras y el tiempo no nos permite explorar todas las ideas que sugiere. Permítanme, pues, concentrarme en sólo una de ellas. Sin embargo, también me permitió ver cómo personas que dicen ser hermanas en la fe de Jesucristo pueden tratarse con crueldad, actuar con violencia y sentir odio. Aun cuando compartían la misma herencia étnica, las mismas tradiciones y el mismo lenguaje, la animosidad que sentían les llevaba a tratar de destruirse mutuamente. Una de las dimensiones más difíciles del trabajo pastoral es el manejo de conflicto entre creyentes. Hay personas que se odian en el nombre de Cristo y que creen que al eliminar al otro están haciendo la voluntad de Dios. Quizás estas actitudes negativas entre hermanos no deben sorprendernos. Recordemos que el primer crimen que recuerda la historia bíblica es el asesinato de Abel a manos de Caín, su hermano (Gn 4.1-16). Uno de los episodios más dolorosos de esa narrativa es cuando Dios confronta a Caín y éste le miente diciendo que no sabe lo que le ha pasado a Abel (v. 9). Caín demuestra su poco
respeto hacia Dios y hacia los demás cuando responde diciendo: “¿Soy yo acaso soy guarda de mi hermano?” Ese es el problema que enfrenta la Iglesia: la naturaleza pecaminosa del ser humano. En lugar de amar y respetar a nuestros hermanos y a nuestras hermanas, actuamos como si no tuviéramos responsabilidad alguna por el bienestar de los demás. Conclusión Volvamos a la historia de José. Les advierto que voy a contarles el final de la misma. Si usted no ha leído la historia completa, le pido mil perdones por contarle el final. El problema es no puedo terminar el sermón sin contarles cómo termina la historia. José no toma venganza contra sus hermanos. No les esclaviza, no los mata y no los destruye. ¡Todo lo contrario! Los recibe, los perdona y hasta los salva de la hambruna que castigaba la comarca. El punto más importante es que José no actúa de esta manera por ser un hombre bueno y generoso. No. José se reconcilia con sus hermanos y los salva porque su concepto de Dios le conduce a la reconciliación y le impide hacerles daño. Escuchen lo que José les dice cuando les revela su verdadera identidad: Yo soy su hermano José, el que ustedes vendieron a Egipto; pero, por favor, no se aflijan ni se enojen con ustedes mismos por haberme vendido, pues Dios me mandó antes que a ustedes para salvar vidas. Y van
dos años de hambre en el país, y todavía durante cinco años más no se cosechará nada, aunque se siembre. Pero Dios me envió antes que a ustedes para hacer que les queden descendientes sobre la tierra, y para salvarles la vida de una manera extraordinaria. Así que fue Dios quien me mandó a este lugar, y no ustedes; el me ha puesto como consejero del faraón y amo de toda su casa, y como gobernador de todo Egipto. Génesis 45.4b-8 José actuó con bondad porque creía en el Dios de la vida. Su fe en el Dios de la vida le permitió perdonar y bendecir a sus hermanos. Y esa fe en el Dios de la vida puede capacitarnos para perdonar y para bendecir a los demás.