Índice
Un prólogo que es importante que lea Capítulo 1.Esteban Capítulo 2.La familia Capítulo 3.La dinamita a punto de explotar Capítulo 4.Caballero don dinero Capítulo 5. Las esposas Capítulo 6. El alma gemela Capítulo 7. Se acabó la luna de miel Capítulo 8. El mayor problema Capítulo 9. El palomilla Capítulo 10. El crack Capítulo 11. El trato con Dios Capítulo 12. El desenlace Capítulo 13. La olla de presión Capítulo 14. Eclipse en la oficina Capítulo 15. La meditación Capítulo 16. Antonella en la luz
Capítulo 17. Cinco años después Capítulo 18. La experiencia Capítulo 19. De regreso en la Tierra Capítulo 20. Gabriela Capítulo 21. Del lado de la luz Capítulo 22. La meditación Capítulo 23. El Esteban de los buenos tiempos Capítulo 24. La decepción Capítulo 25. La coima Capítulo 26. Campo minado Capítulo 27. La enrevesada lógica de la mente Capítulo 28. Cinthia Capítulo 29. SOS Capítulo 30. El informe Capítulo 31. Ccorca, Cuzco Capítulo 32. Renacer Capítulo 33. Conflictos Capítulo 34. Autonomía Capítulo 35. La consciencia del ser elevado Capítulo 36. Inmersión Capítulo 37. Cusibamba
Capítulo 38. Fiorella Capítulo 39. Tres años después Capítulo 40. El misterio de la luz Capítulo 41. La carta Capítulo 42. De regreso hacia la luz Preguntas y respuestas con el autor Apéndice 1. Prueba científica de que alma existe Apéndice 2. Tres experiencias NDE reales Apéndice 3. Recursos Referencias bibliográficas Acerca del autor Créditos
Quiero dedicar este libro a la organización Brahma Kumaris Perú, a la cual estoy totalmente agradecido por ayudarme incondicionalmente en mi desarrollo espiritual.
Agradecimientos
Quisiera agradecer a las siguientes personas por ayudarme, con sus historias y experiencias, a construir a los personajes de mi libro. Sin su aporte este libro no hubiera sido posible:
Gabriel Abugatas, Fernando Alayza, Ornella Bado, José Miguel de la Flor, Miguel Ángel de la Flor, Denise Judgee, Julia Navarro, Katia Melgarejo, Nonie Reaño y Adolfo Weinstein
Un prólogo que es importante que lea
Gracias por detenerse a leer el prólogo. Personalmente, a veces me lo salto en algunos libros para irme directamente al contenido, pero en este en particular, si usted ha leído algún libro que he escrito en el pasado, es importante que lo lea para que entienda el porqué del cambio de estilo. Quiero que sepa que al escribir esta novela he salido de mi zona de confort y he escrito un libro de mejora personal narrado desde un personaje controversial; he hecho un libro diferente. Al ser más novelado, he profundizado más en la historia y en los altibajos de los distintos personajes. Estos son seres humanos que cometen errores, que aman, que viven, que insultan, que sufren, y si bien muchas de sus acciones son cuestionables, esto los hace más reales y me permite introducir enseñanzas de mejora personal. Para construir esta historia entrevisté a varios amigos y gente cercana que me narraron anécdotas divertidas, desgarradoras, y algunas parecen inverosímiles. También he incluido historias de mi vida no contadas en libros anteriores. Como escritor, me permití el recurso literario para juntar anécdotas y enseñanzas de varias personas en un solo personaje. Espero que esta novela lo haga reflexionar sobre su vida y espero que le dé algunas estrategias concretas para manejar sus emociones y conflictos; espero que lo haga pensar sobre el Perú y lo mucho que necesita de usted, y también espero que lo divierta y se entretenga con las ocurrencias de los protagonistas. Quiero confesarle que escribir este libro ha sido tremendamente gratificante para mí. Nunca me había pasado antes escribir y meterme tanto en la vida de los personajes, sentir sus alegrías, penas y frustraciones. Escribiendo el libro he llorado más de una vez, me he sentido envuelto en una rabia gigantesca, pero también me he reído muchísimo. Espero que usted lo disfrute tanto como yo.
Capítulo 1
Esteban
Una de las cafeterías más grandes de la cadena Cafelato estaba cerrada hacía tres días por huelga indefinida de sus trabajadores, la mayoría de ellos mozos y cocineros. Los huelguistas habían tomado el local, y se encontraban en el amplio primer piso, reunidos en plan de protesta. Uno de los trabajadores, aparentemente el líder, se había subido a la mesa y gritaba a todo pulmón: —¡Ya estamos cansados de los sueldos miserables! —¡Sííí! —se escuchó un coro de más de ochenta personas. —Ya estamos cansados de nuestras terribles condiciones laborales. Tenemos baños enanos, nos tenemos que cambiar en la azotea, al aire libre. Esto no puede continuar. ¡Basta de maltratos! —¡Sííí! —respondieron los demás trabajadores. —Trabajamos doce horas, pero nos pagan solo ocho, no hay extras, eso es explotación. —¡Sííí! —se elevaban cada vez más las voces. —¡Sí!, ya, cojudo, bájate de allí —se dirigió al líder con un tono enérgico Esteban Sotomayor, el dueño de la cadena de cafeterías. En sus cuarenta años, Esteban era una persona de contextura gruesa pero musculosa, de pelo negro y metro setenta y cinco de estatura, pero parecía más alto por su modo de andar, erguido y sacando pecho. Mientras el líder de la revuelta se bajaba, Esteban hacía equilibrio para subir a la misma mesa. Una vez arriba, recién la audiencia se dio cuenta de que se trataba del dueño. Al inicio se generó un silencio tenso, pero a los pocos segundos un empleado empezó a abuchearlo, y luego todos los mozos y cocineros lo siguieron: —¡Buuu!, explotador, tacaño —salían los gritos de la anónima masa.
—¡Qué valientes son cuando están en mancha! Todos me gritan e insultan, pero ¿quién tiene el coraje de salir a decir lo mismo aquí en mi cara? Primero se hizo silencio. Todos se miraban como esperando que alguno tuviera el coraje de salir. Luego de unos segundos, se paró Raúl Jiménez, el asistente del chef del restaurante, y le dijo enérgicamente: —Con respeto, señor Sotomayor, ganamos una miseria, trabajamos muy duro, y nos merecemos un aumento de sueldo. —Gracias, Jiménez, por tener la valentía para hablar, ¿pero tú qué tipo de empresa crees que somos? ¿La Coca-Cola? Somos una empresa que está saliendo adelante, ajustada de dinero, que no paga mucho, lo reconozco, pero damos un empleo digno, y siempre pagamos a tiempo. Hay empresas del tamaño de la nuestra que no solo no pagan a tiempo, sino que le deben gratificaciones y la CTS a su gente —dijo Esteban con convicción. Aunque los ánimos en la audiencia se habían calmado un poco, el ambiente seguía tenso; pero distender ambientes con chistes era la especialidad de Esteban, conocido por su gran sentido del humor. —¿Ustedes saben el chiste de la Coca-Cola? —preguntó sonriendo, pero no recibió respuesta de los trabajadores. —Bueno, les cuento que una persona que ganaba sueldo mínimo fue a probarse en un puesto de trabajo a la Coca-Cola. Cuando ingresó al edificio vio todo enorme, los mármoles en la entrada, toda la gente muy bien vestida, y pensaba que finalmente lo iban a tratar mejor que en su trabajo anterior. Siguió avanzando, entró a una planta enorme, llena de máquinas y equipos modernos, y creyó que por fin iba a tener un buen empleo —les dijo a sus trabajadores, que escuchaban atentos—. Llegó a una estación de trabajo, y alguien empezó a explicarle cómo operar una máquina: —¿Ves esta palanca? Tienes que jalarla tres veces para que las botellas se junten de seis en seis para hacer el pack. ¿Ves estos tres botones, verde, rojo y amarillo? Tienes que apretarlos en secuencia para que se pongan las tapas de la botella. —¿Pero todo a la vez? —Sí, todo a la vez, pero falta este pedal. ¿Lo ves? Tienes que moverlo a la vez
para hacer que las botellas se empaquen en un sixpack. Tienes que jalar la palanca, apretar los botones y pisar el pedal, todo a la vez. Esteban contaba el chiste actuando como si fuera el postulante, apretando el pedal con un pie, los botones con una mano y jalando las palancas con la otra. La gente se empezó reír. Siguió relatando el cuento entusiasmado al ver que los trabajadores se relajaban mientras seguía actuando como si fuera el operador de la máquina. —Dígame, ¿y cuánto me va a pagar por hacer esto todo el día? —Sueldo mínimo. —¿Qué? —dijo Esteban molesto como el operador de la máquina. —¿Y por qué no me da adicionalmente una escoba, me la meto al culo, y así mientras aprieto los botones, piso el pedal y jalo las palancas me muevo y le barro la fábrica? Esteban terminó con la frase final del chiste moviéndose como si el operador estuviera haciendo las cuatro cosas a la vez. La audiencia explotó en carcajadas, los trabajadores no paraban de reírse. Luego continuó: —Es gracioso este chiste, pero se los cuento porque nosotros no somos una empresa como Coca-Cola, enorme, con mucha riqueza. Somos un emprendimiento que recién empieza. Nos faltan procesos, sistemas, equipos, y tenemos que pagar muchas deudas. Por ahora solo podemos darles un empleo digno. Esteban hizo una pausa para observar el ambiente, al que cada vez percibía más a su favor, y prosiguió. —Quiero contarles que a los dieciocho años me fui a Alemania, sin plata, sin hablar el idioma, sin tener un empleo, y la pasé muy verde. Después de mucho esfuerzo convencí a la dueña de un café heladería para que me diera trabajo aunque sea de ilegal para limpiar, barrer el negocio y ayudar a preparar helados. Al comienzo trabajé sin sueldo con tal de aprender el idioma y el oficio. Luego me dieron una propina, y así fui creciendo, hasta que después de cinco años ya era el gerente de esa cafetería. Si yo, sin sueldo, sin saber el idioma, sin tener familia, pude lograrlo, estoy seguro de que ustedes también podrán hacerlo.
Esteban continuó más enérgico para cerrar su comentario: —Yo no quiero que trabajen para siempre conmigo, quiero que aprendan el oficio y luego persigan sus sueños. Yo no quiero empleados, sino emprendedores que aprovechen las oportunidades que les presentará la vida. Esteban terminó su motivador discurso y recibió inmediatamente un aplauso de todo el personal. Los amotinados se habían vuelto marineros del barco dispuestos a seguir remando con más fuerzas. Su líder los había relajado, les había sembrado esperanzas de una vida mejor y convencido de que el éxito estaba en sus manos. A la salida del restaurante, Esteban se encontró con Rafael, su socio de toda la vida, que había observado sorprendido todo el episodio, y le preguntó: —Oye, compadre, ¿cómo lo haces? ¿Te querían matar por los sueldos miserables y terminan aplaudiendo? —Aprende del maestro —le respondió con gesto pícaro Esteban. —Pucha, que eres bueno floreando, sobre todo cuando quieren picar tu bolsillo —le respondió astutamente Rafael. —Qué se hace. Hay que ganarse el sueldo, compadre —respondió mientras se dirigía a su auto—. No te olvides, hoy es martes. Te espero a las 8 p. m. en mi casa para ver el partido Perú-Ecuador. Para Esteban, lograr sus objetivos y metas empresariales era lo más importante, pero muchas veces sus acciones eran poco éticas. No es que fuese una persona inmoral o que se aprovechara de la moralidad de las otras personas; más bien no tenía en cuenta sus valores para tomar decisiones. Era como si el dinero y sus metas lo cegaran y no lo dejaran vivir una vida basada en principios. Un día, Esteban estaba en su oficina cuando llegó Rafael a darle una mala noticia: —Esteban, el Instituto de Defensa y Seguridad hizo una inspección del Cafelato de Miraflores, y nos ha hecho cuarenta y cinco observaciones con su nuevo reglamento.
—Ese local ya pasó inspección hace años. Seguro que quieren plata esos desgraciados. —Lo que pasa es que han cambiado su reglamento. Ahora tienen uno mucho más exigente, y nos obligan a adaptarnos a él. Lo peor de todo es que nos dan cinco días hábiles, de lo contrario nos cierran el local. Creo que hay que salir a los medios a denunciar este abuso —Nada de denuncias, yo me encargo. No te preocupes. —Esteban, nada de coimas; por favor; recuerda que hemos quedado en que en esta empresa no se coimea. —Nada de coimas, no te preocupes. Todo se arregla hablando bonito. Yo me encargo —dijo Esteban sonriendo. A Rafael le quedaron dudas acerca de lo que haría Esteban, pero salió corriendo porque tenía otra reunión, y estaba atrasado.
A los dos días, Esteban estaba tomando un café con Leopoldo, el jefe del Instituto de Defensa y Seguridad, en su local de Miraflores. —Pero mira, hermano, yo he construido este local con la aprobación del Instituto. Ahora que ustedes cambian su reglamento, tiene que regir para las construcciones nuevas, no las antiguas, como la nuestra —le dijo Esteban. —Lo siento, hermano, así es la ley, y los de arriba quieren que se cumpla. Si por mí fuera, me hago de la vista gorda —le respondió Leopoldo. —Mira, hagamos lo siguiente. ¿Qué te parece si yo te contrato a ti para que me manejes este problema con el Instituto? Redúceme las cuarenta y cinco observaciones a cinco y amplíame el plazo para ejecutarlas. Tú haz la chamba y yo te pago tus honorarios; lo que tú me digas. —No me parece bien —respondió Leopoldo dudando. —Tú sabes de estas cosas, eres arquitecto, yo no tengo a nadie que me ayude en esto. No tiene nada de malo. Estoy contratando a un profesional.
—Bueno, si lo pones así tiene sentido, pero no va a ser barato, porque tendría que contratar a varios especialistas del Instituto para me ayuden a bajar las observaciones. —Ya te dije. Tú me dices cuánto es nomás —respondió Esteban mientras le daba la mano para sellar el acuerdo. Esteban salió del local y llamó inmediatamente a Rafael para contarle su logro: —Rafa, ya está arreglado el tema de las cuarenta y cinco observaciones. Nos las van a bajar a cinco y extenderán el plazo. ¿Qué dices? —¿Cómo has hecho? No has coimeado, ¿no? —preguntó ansioso Rafael. —¿Yo coimear? Nunca. Eso va contra mis valores —respondió Esteban soltando una sonrisa sarcástica.
Capítulo 2
La familia
Esteban llegó a su casa al anochecer, saludó a Antonella, su esposa; le dio un beso a Miguel, su hijo de doce años, y a Fiorella, su hija de nueve. Luego se dirigió a la sala de estar, donde estaba la joya de la casa: un televisor nuevo de sesenta y cinco pulgadas. Se sentó en su sillón y lo prendió. Quiso poner el canal del partido, pero no había cable. —¡Gutiérrez! —gritó Esteban por la ventana que daba al tragaluz interior con toda su fuerza. El conserje del edificio apareció a poco de oír el llamado y respondió solícito: —Sí, jefecito, ¿qué pasa? —Caramba, tú dijiste que ibas a conectar el cable, y mira esta mierda. Mi socio llega ahorita, y vamos a ver el partido —alzó la voz Esteban con exasperación. Gutiérrez manipuló los cables, pero sin éxito, mientras Esteban miraba la hora cada vez más impaciente. —Deja, carajo, yo lo voy a hacer —le gritó a Gutiérrez, que ya tenía la expresión descompuesta. —¡Te ampayé! —No, has hecho trampa. —Tú has hecho trampa —gritaban a todo pulmón sus hijos jugando a las escondidas. —Miguel, Fiorella, cállense, carajo. ¿No ven que estoy ocupado? —les gritó Esteban mientras movía los cables tras el televisor. A las ocho en punto sonó el timbre. Rafael cruzó por la puerta, saludó a Antonella y se dirigió a la sala de estar.
—Sorry, compadre, llegué un poco tarde —dijo. —Carajo, no puedo conectar el cable y ya son las ocho —se lamentó Esteban decepcionado. —Tranquilo, compadre, nunca hay goles al comienzo —lo calmó Rafael. —Gutiérrez —volvió a gritar Esteban, pero ya se había marchado—. So pedazo de idiota —exclamó al verlo regresar—, ¡mira cómo me friegas! Son las ocho y cuarto, y no puedo ver mi partido. —Pero yo lo he dejado funcionando, señor Sotomayor —respondió con angustia Gutiérrez mientras movía nuevamente los cables detrás del televisor. —Aló, señorita, sí, soy Esteban Sotomayor. No funciona mi servicio de cable — dijo molesto a la empleada de la empresa de cable. —¿Qué? ¿Que no han pagado? Dios mío, señorita, son las ocho y veinte, y me estoy perdiendo el partido. ¿No entiende? —dijo Esteban con deseos de matar a alguien. —¡¡Goool!! —se escuchó por todo el edificio. Esteban sudaba y miraba a todos lados impotente. —¡Antonella! —gritó con todas sus fuerzas a su esposa, que se encargaba de pagar las cuentas de la casa, mientras tenía a la señorita de la empresa de cable en el teléfono. —¿Qué pasa, Esteban? ¿Por qué gritas? —¿Dónde tienes la cabeza, por Dios? No has pagado la cuenta del cable, y ahora no puedo ver mi partido —le reprochó Esteban desesperado y alzando la voz, mientras Rafael quería estar en cualquier otro sitio que no fuera esa sala. —¡No me hables así! Yo no tengo que pagar nada. La empresa hace el cargo en cuenta de forma automática —le dijo Antonella visiblemente molesta. —Señorita, ustedes cargan directo a la cuenta. Este es su problema, y la verdad, señorita, me está fregando la vida —dijo Esteban iracundo mientras su mano
derecha subía y bajaba con desesperación. —¡¡Goool!! —se escuchó en todo el edificio. Otro gol peruano que Esteban se perdía. —No me interesan sus disculpas, señorita, por su compañía miserable me he perdido dos goles. ¿Para qué carajo pago todos los meses? ¿Para que me jodan en el momento que más necesito su servicio? —gritó mientras la operadora le daba explicaciones. —¡No me diga que se van a tardar media hora en reconectar el cable! Son unos desgraciados. ¿Sabe qué?, váyanse a la mierda —gritó y colgó el teléfono. —Ya, no te preocupes. Mira, ya publicaron los goles en YouTube. Ven, vamos a verlos —lo apaciguó Rafael. Esteban estaba a punto de sufrir un infarto. Vieron los goles en el smartphone de Rafael, y Esteban se fue calmando. A la media hora regresó la señal del cable, justo a tiempo para ver el segundo tiempo del partido. A los pocos minutos le cometieron una infracción a un delantero peruano, pero el árbitro no cobró. —Oye, cojudo, árbitro malnacido, ¿por qué no pones a funcionar la última neurona que te queda y cobras, carajoooo? —gritó Esteban mientras se levantaba del asiento y Rafael soltaba una carcajada. Para Rafael era más entretenido ver a su socio vivir el partido apasionadamente que este en sí mismo: la barra de Esteban era más potente que la del propio estadio. Pasaron quince minutos y le metieron un gol a Perú por una falla del defensa Pacheco. —¡Carajo!, cuando yo veo el partido meten los goles contrarios. Pacheco de mierda, ¿por qué eres tan huevón y no metes la pata? ¿Eres un aborto de mono? —gritó mientras se ponía de pie y empezaba a caminar por toda la sala, angustiado. Rafael se reía en silencio disfrutando el show. Luego de diez minutos más se vio que el delantero Novoa estaba sentido de la pierna derecha. —Cambio, cambio —ordenaba Esteban al entrenador—. Cambia al inepto, pon a Gonzaga, que va a dinamizar el partido. Pasaron diez minutos más, y le metieron otro gol a Perú. El partido iba 2 a 2, y
Perú necesitaba empatar o ganar para seguir con posibilidades de ir al mundial. —¡No, mierda! Este entrenador es tan imbécil que habría que darle dos medallas: una por tonto y otra por si la pierde. No se da cuenta de que hay que meter a Gonzaga. Necesitamos atacar. No están haciendo ni mierda, y este cojudo no hace nada tampoco —dijo, y se volvió a parar de su asiento y a caminar. Tenía su camiseta totalmente sudada. Faltando cinco minutos para que terminara el partido, el entrenador hizo ingresar a Gonzaga. —Mira a la hora que reaccionas, ¡cojudo! Este es una bestia. ¡Vamos, Gonzaga, tú puedes, demuestra lo que vales! —exclamó. En los minutos de descuento, Gonzaga se llevó a un defensa, desde fuera del área hizo un potente disparo y metió el gol que le dio la victoria al Perú. —¡¡Goool!! —saltaron los socios gritando y se abrazaron. La telenovela había tenido un final feliz, y quedó atrás el escándalo armado por Esteban.
Capítulo 3
La dinamita a punto de explotar
Esteban vivía con mucha intensidad; para algunos, quizás eran demasiadas emociones que solían desbordarse. Para su socio y amigos, era una persona que contagiaba entusiasmo, energía e intensidad; era un loco simpático que no podía faltar en las reuniones. Sin embargo, los que sufrían de sus exabruptos no la pasaban tan bien. Esteban tuvo una niñez muy difícil. Cuando nació, su madre falleció. Sofía era el sustento de la familia, la que trabajaba y dirigía varios negocios. Mientras vivió la situación fue holgada y se daban sus gustos; sin embargo, su papá fue una persona irresponsable, que iba mucho al casino, muy bueno para gastar el dinero, pero no para generarlo. Raúl era una persona explosiva, maltratadora, que además le tenía mucha rabia a Esteban porque lo hacía responsable de la muerte de su esposa, mientras que Julia, la hermana mayor de Esteban, era su engreída. Al morir Sofía, Raúl descuidó los negocios, estos fueron quebrando y la familia quedó en la pobreza. Raúl no sabía ganarse la vida, y ni siquiera sabía ser padre. Un día, cuando Esteban tenía tres años y su hermana seis, estaban tranquilos viendo televisión, cuando escucharon un golpe muy fuerte en la puerta, y luego vino otro golpe que la destrozó. Unos sujetos patearon las maderas que quedaban y sacaron todos los muebles. En una hora, Esteban y Julia estaban en la calle, calados de frío, apenas cubiertos por una frazada. Su padre llegó entrada la noche. Raúl consiguió una pequeña vivienda, adonde mudaron parte de los muebles, pero las cosas estaban por empeorar más. Julia empezó a enfermar muy seguido, hasta que detectaron que tenía cáncer. A sus seis años, Julia había perdido a su madre y había pasado de una vida feliz a una de carencias y atropellos. Su cáncer fue muy agresivo, y Raúl no tenía los medios para darle los cuidados que necesitaba. La hermana mayor de Esteban murió en un año. Raúl quedó devastado, y le atribuyó a su único hijo, si bien inconscientemente, todas sus desgracias.
Esteban se quedó con su padre hasta que cumplió los diez años de edad, cuando decidió dejarlo con la madre de Sofía para que lo críe. Aunque el abandono afectó a Esteban, era peor el maltrato que recibía. Fue así un alivio ir a vivir con su abuela. Esteban nunca vio a su padre después, que falleció cuando tenía veinte años. No asistió a su funeral. Como consecuencia de su dura niñez, Esteban fue un joven hiperactivo, incapaz de quedarse tranquilo, nervioso, cargado de mucha ira y frustración, pero de las que no era consciente, pero que se manifestaban en desbordes emocionales en su vida cotidiana. Era una dinamita que ante cualquier dificultad se prendía y explotaba, arrasando con todo a su alrededor. De niño no era tan explosivo, pero a medida que fue madurando la mecha se le fue acortando. Ya adulto y entregado a sus negocios, era a veces un personaje de caricatura, cuyo carácter lo llevaba a situaciones extremas e incluso inverosímiles. Un día que tuvo que ir a hacerse un chequeo médico, cuadró su auto en un parqueo de doble profundidad en el estacionamiento, pero lo más cerca a la calle para que nadie se estacionara atrás. El vigilante se acercó y le dijo: —Señor, debe cuadrarse hasta el fondo. No se preocupe, que si viene un auto y se parquea atrás del suyo, yo le pido la llave para poder moverlo. Esteban lo miró con cara desafiante y le dijo: —Oye, compadre, no me la vas a hacer porque estoy recontra apurado. No me falles, ¿ah? —No se preocupe, señor —le dijo el vigilante. Esteban se hizo su examen de rutina del corazón, y al salir rápidamente se dio con la sorpresa de que había un auto estacionado detrás del suyo. —Ya, compadre, muéveme el auto que estoy apurado —le dijo al vigilante en tono autoritario. —Pero, señor, no tengo la llave —le respondió el vigilante temeroso de ver lo que se le venía. —¡Carajo! ¿Por qué diablos me mientes y me dices que vas a tener la llave cuando ahora no la tienes? —le gritó Esteban con el rostro descompuesto.
—Lo que pasa es que vino un señor que se estacionó; le pedí su llave, pero no me la quiso dejar —dijo el vigilante en tono sumiso y esperando lo peor. —¡Carajo!, ¡no eres más tonto porque no entrenas! ¡Estoy apurado! Claro, yo soy el único pelutodo que te cree y te hago caso. Anda, pide la llave que tengo otra cita. —Señor, ya la pedí, pero dicen que tiene que esperar hasta que salga el paciente. —¿Por qué mierda me haces esto? —preguntó Esteban mientras cerraba su auto y caminaba apurado hacia la puerta del centro médico. Irrumpió en la sala de espera, donde había varias personas haciendo cola, se abrió paso a la fuerza y le dijo a la recepcionista: —Disculpe, señorita, un auto se ha estacionado atrás del mío, y no puedo salir. El vigilante me dijo que eso no pasaría, que pediría la llave, pero el señor no dejó nada. Necesito que usted lo busque y le diga que saque su auto inmediatamente —dijo Esteban tan alto que todas las personas en la sala de espera se callaron y se hizo un tenso silencio. —Señor, usted no puede venir acá y hablar como si estuviera en el mercado. Va a tener que esperar —respondió la recepcionista ante el asombro de todo el público. —Señorita —dijo Esteban alzando la voz aún más y mostrando los dientes—, su centro va a quedar como un mercado si usted no hace que muevan el auto. —Espere su turno —dijo la recepcionista con firmeza. —Ya va a ver —gritó Esteban mientras subía al segundo piso, donde estaban los consultorios—. ¿Quién es el idiota que se ha aparcado detrás de mi auto? ¿Quién es el idiota que se ha…? —vociferó. —Señor, baje la voz. Este es un centro médico. Por favor, más respeto —le dijo un médico que salió de uno de los consultorios. —¿Quién es usted? —preguntó Esteban de forma agresiva. —Soy el dueño de este centro.
—Entonces usted es el responsable de que esté gritando. Usted ha dejado que bloqueen mi auto. —Señor, estoy atendiendo a un paciente. Le ruego que tome asiento en recepción y pronto vamos a resolver su problema. —Le doy dos minutos —dijo Esteban desafiante y bajó las escaleras. Cuando descendió, todas las personas de la planta baja estaban a la expectativa de lo que haría. Pasaron dos minutos, y Esteban hizo una breve llamada que le cambió en un instante la expresión de ira a una de desprecio. A los quince minutos, una grúa retiró el auto que bloqueaba el suyo y lo llevó camino al depósito. Detrás de la grúa corrió un doctor con su bata ondeando al viento y gritando para que no se lo llevaran. Esteban asistió a la escena con una sonrisa torcida y vengativa.
Esteban empezó su negocio en un local en Miraflores. Un día que estaba concentrado haciendo el flujo de caja de su oficina, lo interrumpieron: —Disculpa, don Esteban, hay un cliente gritando —dijo el único mozo del restaurante. Esteban se acercó hasta el cliente, que era observado por el resto de comensales; gritaba como si fuera la figura principal de un show. —¿Dónde está el ladrón del dueño de esta basura de restaurante que cobra seis soles por un jugo de naranja? —vociferaba un italiano de unos setenta años, cliente habitual del local. —Aquí está el ladrón —gritó más fuerte Esteban; el anciano, que no esperaba verlo aparecer tan pronto, calló. —Lo que pasa es que es un robo que cobres seis soles por un jugo de naranja — respondió el cliente bajando su tono de voz. —Ese no es un jugo de naranja; es un zumo de naranja, por eso cuesta más — dijo Esteban tratando de conservar la calma.
—Zumo, jugo, la misma cosa; excusas para asaltarte con los precios. El comentario venció todas las resistencias de Esteban, y perdió el control. —Mira, lo que vas a hacer es lo siguiente: te vas a largar de acá y vas a ir a Plaza Vea a comprarte tus pelotudas naranjas, luego vas a exprimirlas y te vas a hacer tu miserable jugo de naranja. —No me puedes botar, yo soy un cliente antiguo —dijo el anciano desafiante. —¿Cliente tú? No te quiero ver más en mi café. Tú, que te gastas dos soles miserables en un expreso para calentar la silla todo el día —terminó Esteban enérgicamente, mientras todos los comensales observan anonadados. El viejo se levantó, se fue y nunca más volvió.
Su segundo local, una heladería y cafetería, quedaba en San Borja, frente a un supermercado cuyo estacionamiento estaba tomado por una mafia de cuidadores de autos. Si algún cliente cometía el error de decirle a uno de los cuidadores que no necesitaba su servicio, era muy probable que su auto fuera vandalizado. Un día, a un cliente le bajaron las llantas, a otro le robaron el parabrisas y a una camioneta 4x4 las llantas, y la dejaron sobre ladrillos. El capo de esta mafia era el Loco Juan, un moreno fornido de metro ochenta y cinco con el cuerpo cruzado de cortes. Para complicar las cosas, el moreno y dos jóvenes dormían en un auto abandonado al frente del local de Esteban, apenas atravesando la pista. Todos los días, a las nueve de la mañana, cuando ya había clientes tomando un café, el moreno salía del auto y ejecutaba su rutina matutina: se desvestía frente a todos por completo y se bañaba con un balde de agua fría. Esteban lo había interrumpido en varias ocasiones para pedirle que tenga un poco de decencia y no se desvista en la calle, pero el Loco Juan le decía que él estaba en un lugar público y que podía hacer lo que le daba la gana. Esteban hizo tres denuncias a la policía, pero no tuvieron ningún efecto. Un día de tantos, cuando una señora y su hija tomaban desayuno, el Loco Juan repitió su higiénico ritual. —¿Cómo permite que esto ocurra en frente de su local? —le increpó la señora a
Esteban. Esteban fue corriendo a donde el Loco Juan y le espetó: —Negro de mierda, ya me cansé de tus cojudeces, te me largas de acá en este momento. —Sácame, pues, a ver si eres tan machito. —Te voy a matar, negro de mierda, te jodiste —lo amenazó Esteban mientras regresaba a su local. —Yo te voy a matar a ti, mercachifle de mierda —fue la respuesta. Esteban volvió a hacer la denuncia a la policía, pero nada pasó. Un 24 de diciembre, a Esteban se le ocurrió sacar una mesa fuera de su local con sándwiches y chocolate caliente para los jóvenes cuidadores de autos. No lo hacía por generoso, sino para que no robaran a sus clientes. Los jóvenes empezaron a hacer una cola, y cuando Esteban se disponía a entregar los alimentos, llegó el Loco Juan, empujó a todos, se puso primero en la fila y le dijo con firmeza y expresión de autoridad: —¡A mí me tienes que dar primero que a todos! —De ninguna manera. Te largas porque a ti no te doy nada. Y si no quieres te saco la mierda. —¿Otra vez? Solo bla, bla, bla.. Hablas nomás, amenazas, pero te mueres de miedo de hacer nada. Eres pura boca. —¡Sal de acá de una vez, carajo! —gritó a todo pulmón Esteban. —Sácame, pues, blanquito. A ver si te atreves. Para entonces la rabia y frustración habían tomado por completo a Esteban, que corrió a la cocina y volvió con el cuchillo más grande que encontró. Se aproximó veloz donde el Loco Juan, le agarró con su mano izquierda el mentón y con la mano derecha le puso el enorme cuchillo en el cuello. Todo esto lo hizo con tal impulso y determinación, que el Loco Juan fue retrocediendo hasta dar contra la
reja del supermercado que quedaba al frente, mientras Esteban le decía a gritos, con los ojos desorbitados: —A ver, negro, ¿quién es el maricón ahora?, dime, so pedazo de cojudo. Te haces el machito, pero yo no te tengo miedo, ¿entiendes? —Cálmate, compadre, no es para tanto, cálmate, que me puedes matar — respondió el Loco Juan empalidecido. Un mozo llegó corriendo a calmar a Esteban: —Ya, señor, déjelo nomás, ya aprendió su lección, cálmese. Esteban se repuso, pero seguía con el cuchillo en el cuello del indigente. Tomó su teléfono y llamó al capitán de la policía de San Borja, a quien conocía, y le dijo ya más calmado: —Manda un patrullero en este momento porque va a haber un asesinato: o yo mato al Loco Juan o él me mata a mí. A los pocos minutos llegó la policía, se llevó al cuidador y Esteban contrató una grúa que remolcó el auto donde dormía al depósito municipal. Nunca más regresó el Loco Juan. Esteban volvió al local ya más calmado, y se encontró con Marco, un joven que quería ser contratado como mozo en el café. —Señor Sotomayor, quiero trabajar con usted como mozo. ¿Me podría contratar? —dijo el joven con algo de timidez. —¿Cuál es tu experiencia como mozo? —Le soy sincero, ninguna, señor Sotomayor. —¿Has servido comida en algún lado por lo menos? —A mi mamá, en la casa. ¿Eso cuenta? —preguntó Marco ingenuamente, y Esteban sonrió. —A ver, dime cuáles son tus fortalezas.
—Soy leal, si usted me contrata nunca le voy a fallar —dijo Marco con emoción. —¿Y tus debilidades? —A veces soy un poco perfeccionista. —No vengas con esas huevadas. Eso es lo que responden los que no quieren decir sus debilidades. Mira, Marco, no tienes experiencia; necesito gente que esté orientada al servicio, y la verdad es que no te veo. Lo siento. —Señor Sotomayor, le voy a ser sincero, le voy a decir mi debilidad. He estado metido en drogas, pero ya logré salir, y necesito un empleo para mantenerme en el buen camino. Ayúdeme a recuperar mi vida, se lo suplico. A Esteban le impresionó la sinceridad de Marco, una cualidad difícil de encontrar en un empleado. —Trato hecho. Empiezas mañana. Marco lo abrazó con fuerza por varios segundos y le dijo: —No lo voy a defraudar.
Capítulo 4
Caballero don dinero
Despúes de la muerte de su madre, Esteban padeció muchas carencias. Por eso desde niño soñó con tener mucho dinero, y ya de adulto, lo cuidaba excesivamente. Sus amigos y su familia le decían que era un tacaño, pero él respondía que más bien era austero. Quizá por eso le había ido bien económicamente. Tenía treinta restaurantes en su cadena y el dinero le sobraba; sin embargo, vivía con el miedo de perderlo todo de la noche de la mañana. Por eso ahorraba y ahorraba. Cuando Esteban iba a un restaurante a comer con su familia, solo ordenaba dos gaseosas para los cuatro, y el postre estaba totalmente prohibido. Además, seleccionaba cuidadosamente los restaurantes donde tenía descuentos especiales para ahorrar en la cuenta. En los viajes familiares, pedía un solo cuarto para no gastar, y muchas veces dormía en el suelo porque no entraban todos en la cama. A la hora de comer, buscaba sitios que ofrecían bufet y mandaba a sus dos hijos a comer. Luego llegaban él y su esposa, diciendo que solo iban a entrar para pagar la cuenta de sus hijos, pero después Esteban sacaba disimuladamente comida del plato de los chicos para él y Antonella. Cuando los desayunos bufet estaban incluidos, tomaba desayuno lo más tarde posible y comía como si fuera la única comida del día. Adicionalmente, se preparaba panes con jamón y queso, además de robar todas las frutas que encontraba en el camino. Un día, cuando estaban en un hotel que no tenía desayuno bufet, Esteban les dijo a todos que pidieran el desayuno continental, el más barato, pero a Antonella se le había antojado un panqueque, incluido en un desayuno más caro que el continental. Le rogó a Esteban que hiciera una excepción por ella, que tenía antojo. Esteban le sugirió que comiera el menú de niños, que tenía además de fruta un panqueque, y costaba menos que el desayuno continental. Al poco tiempo el mozo trajo un plato con un panqueque muy pequeño, con dos piñas encima que dibujaban unos ojos y una cereza que representaba la nariz. Al verlo, Antonella se sintió tan humillada que se puso a llorar, pero como no generaba recursos, se sentía impotente. Es verdad que ella acompañaba a Esteban en sus acciones de tacañería, pero la hacían sufrir.
—¿Pero por qué tenemos que ahorrar todo el tiempo? Tú trabajas, ganas bien. ¿Por qué no te das un gusto de vez en cuando? —le preguntaba a su esposo. —Ahora me va bien, pero ¿si viene una crisis o si sale un político que quiere expropiar mi negocio? Uno tiene que vivir austeramente y guardar pan para mayo —respondía Esteban justificándose. —Pero si tus negocios de comida valen millones; ganas un montón de dinero al mes. ¿Quién va a expropiar restaurantes? No seas paranoico. —Pero dime, ¿qué te falta? Te doy todo lo que quieres. ¿Acaso no viajas? ¿Acaso no te compras ropa? ¿No salimos a comer? —Mi hermano, que no gana ni la décima parte de lo que tú, se da sus gustos, se queda en hoteles finos, va a restaurantes gourmets y pide lo que quiere sin mirar los precios. Mi hermano es libre, no un esclavo del dinero, como tú. —Cuando a tu hermano le vaya mal no va a tener dónde caerse muerto, y en ese momento ¿a quién crees que va a pedirle ayuda? A este «tacaño» que tuvo la disciplina de ahorrar mientras él se daba la gran vida —dijo Esteban golpeándose el pecho y frunciendo el ceño. —Eres un caso perdido, nunca vas a cambiar. —Eso espero; nunca quiero cambiar —finalizó Esteban. La empresa de Esteban hacía donaciones anuales hasta el límite legal solo con el fin de bajar el pago de impuestos; pero, a diferencia de otras empresas, Esteban negociaba con los beneficiarios de las donaciones para que le devolvieran el cincuenta por ciento en efectivo. En otras palabras, el que más ganaba con las donaciones era él mismo. Además, le pagaba a los mozos solo el sueldo mínimo, hasta que en una reunión con su amigo y socio, Rafael, este le dijo: —Esteban, debemos pagar un poco más que el sueldo mínimo. La gente no está contenta. —¿Qué quieres? ¿Que se rían todo el día? —le respondió Esteban con una sonrisa. —No te pases. Hay mucha rotación de personal. La gente no se pone la
camiseta, y en cualquier oportunidad que tienen se van. Luego hay que entrenar a los nuevos, y el que sufre es el cliente con el mal servicio. —Si lo que tú dices fuera cierto ya estaríamos quebrados, y la verdad es que el negocio crece día a día. La rotación de personal es parte del negocio. —¿No te sientes mal de ganar tanto y pagar tan poco? ¿No te provoca ayudar a la gente que se mata por ti? —¡Yo pago todos mis impuestos! Bueno, casi todos, y el Estado es el que se encarga de ayudar a la gente. Yo empecé de abajo, ni siquiera ganando sueldo mínimo, y mira dónde estoy. Cada mozo puede tener su restaurante si se lo propone, pero que lo haga con su plata, no con la mía —finalizó malhumorado.
Capítulo 5
Las esposas
A los dieciocho años, Esteban cayó totalmente enamorado por primera vez. Ella era una rubia alemana de metro ochenta y treinta y un años que estaba de visita en el Perú. Después de un corto noviazgo, la alemana le propuso que se fuera a vivir con ella a su país. Esteban no dejaba nada en Perú. No tenía familia, y si bien contaba con algunos amigos, toda su vida en Lima había estado llena de penurias y dolor. Esa era su oportunidad, y se embarcó para Europa. Al comienzo fue como estar de permanente luna de miel con una mujer hermosa y experimentada que le enseñaba los secretos del amor; sin embargo, todas las lunas de miel se acaban, y después de un par de meses ella le empezó a exigir que trabaje; pero Esteban no hablaba alemán ni tampoco tenía la residencia para poder hacerlo legalmente. La alemana le pidió entonces que trabaje ordenando la casa, limpiando y cocinando. Al poco tiempo, Esteban empezó a volverse loco de estar todo el día en la casa. Llegó a tal punto su desesperación, que se ofreció a trabajar gratuitamente en una heladería café que quedaba al frente de su casa. Como no tenía visa para trabajar, lo pusieron de asistente en la fabricación de helados en la trastienda. Al poco tiempo, convenció a su alemana de casarse para así obtener su visa de trabajo. Ya con la visa, lo ascendieron a mozo, y se matriculó en un instituto para aprender alemán. Al año ya lo habían ascendido nuevamente, a supervisor de mozos, y empezó estudios para ser técnico en elaboración de helados. Al cabo de cinco años, se convirtió en el gerente del café. A sus veintitrés años, a Esteban le iba bien y ganaba lo suficiente para ahorrar. Sin embargo, al vivir con una esposa de treinta y seis años, las diferencias se hicieron notar. Esteban quería salir, divertirse, ir a bailar y hacer actividades de un joven de su edad, pero su esposa llegaba cansada del trabajo y quería quedarse en casa. A él le encantaba la salsa, la bailaba muy bien, y tenía muchas ganas de ir a un salsódromo que había en la ciudad. Finalmente se cansó de quedarse en casa, y empezó a salir y llegar tarde en la madrugada. A ese ritmo, rara vez veía a su esposa, y la relación se fue enfriando, hasta que un día llegó borracho al amanecer y oliendo a otra mujer. Su mujer lo botó de la casa y al
poco tiempo se divorciaron. Esteban se quedó cinco años más en Alemania, ahorrando con la esperanza de regresar a Perú y poner un negocio similar al que manejaba. En sus esporádicos viajes a Perú conoció al que sería su socio, Rafael, un joven de treinta años que trabajaba en un banco local, pero quería salirse y poner un negocio. Rafael era lo opuesto a Esteban, venía de una familia totalmente funcional, era paciente y muy estable emocionalmente. Había hecho sus estudios en ingeniería industrial y estudiado un MBA en Costa Rica; sabía de negocios, pero nada de cafés ni heladerías; tampoco tenía la energía, simpatía ni la chispa de Esteban, tan necesarias para ese tipo de negocios. Eran la sociedad perfecta. Con el dinero ahorrado, Esteban compró en Alemania las máquinas de helados y las embarcó para Perú. Esteban contribuyó a la sociedad con sesenta por ciento y Rafael con el cuarenta restante. Su primer local en Miraflores se llamó Cafelato. Al comienzo no fue fácil, perdieron dinero por meses, pero como Esteban estaba todo el tiempo, la clientela volvía y le tomó cariño al carismático y extravagante dueño. Además, cobraba barato, y la comida y los helados eran de calidad. A sus veintinueve años, Esteban abrió su segundo local, en San Borja. Por entonces conoció a Inés en un salsódromo de Miraflores. Ella era una mujer de dieciocho años, alegre, sensual, alta, esbelta, de pelo negro y almendrados ojos verdes que además bailaba maravilloso. Inés estaba impresionada con Esteban. Lo veía como a un joven maduro, independiente —nada parecido a los chicos con los que había salido anteriormente—, cuyas bromas la hacían reír a carcajadas. Con el tiempo, se enamoraron perdidamente; sin embargo, ella se negaba a estar íntimamente con él porque quería llegar virgen al matrimonio. Esteban la amaba tanto que respetó su decisión. Al año se casaron, y llegó la tan esperada noche de bodas, pero estaban tan cansados que no se concretó nada. Al día siguiente viajaron al Caribe, y después del día de playa Esteban tomó la iniciativa. Besó a su esposa con pasión, se acariciaron y cuando Esteban quiso pasar a más Inés empalideció y empezó a temblar. —¿Qué te pasa, amor? —preguntó Esteban con preocupación. —No puedo, no puedo —repetía Inés angustiada. —Pero si ya estamos casados. Esto es lo normal. He estado esperando un año
para este momento. Estoy desesperado —se quejó Esteban mientras se sentaba en la cama. —Me tienes que tener paciencia. No sé qué me pasa. Siento mucho miedo — respondió Inés tocándose el pecho e intentando calmarse. —Tendrás que ir a un psicólogo porque esto no puede continuar —le dijo Esteban decepcionado. Esteban hizo otros intentos en su luna de miel, pero sin resultados. Ya en Lima, Inés fue al psicólogo por varios meses, pero cada vez que Esteban quería tener relaciones ella salía con una excusa. O era el dolor de cabeza, el periodo, el estrés, el sueño, el resfrío, el cansancio o simplemente una pelea estratégica antes de dormir. Después de un año de casado, sin poder consumar su matrimonio, Esteban se divorció. Después de dos fracasos, Esteban decidió que lo suyo no era casarse, y se abocó con todas sus energías a hacer crecer su negocio.
Capítulo 6
El alma gemela
Pasaron diez años, y Esteban seguía solo ya en sus cuarenta. Había llevado su negocio de tener dos locales a poseer treinta. Su principal marca era Cafelato, una cadena de cafeterías y heladerías, pero además tenía pollerías y pizzerías. Sus oficinas istrativas habían pasado del garaje de una pequeña casa en Miraflores a ocupar un piso de seiscientos metros cuadrados en un lujoso edificio de Surco. Antonella Fiori trabajaba diseñando todas las piezas publicitarias de las cadenas, desde los menús hasta las fotografías y cuadros que colgaban en las paredes. Era una artista bohemia y creativa de treinta y cinco años que había estudiado y vivido en Madrid, que además de su trabajo tenía un taller donde se dedicaba a su principal afición: la fotografía. Llamaba la atención por sus grandes ojos negros, sus facciones finas y su cuerpo atlético; parecía inalcanzable para los hombres, muy independiente y segura de sí misma. Cuando caminaba por la oficina, la mayoría de hombres volteaba a mirarla. Ella lo sabía, pero no se molestaba, e incluso le parecía gracioso. Hacía un par años había estado a punto de casarse con un español que la dejó en el altar. Pasado un año de esa gran decepción, decidió regresar. Su primera entrevista de trabajo en Perú fue con Esteban, quien quedó maravillado tanto de su experiencia en diseño publicitario como de su personalidad y belleza. —¿Ya viste a nuestra nueva diseñadora? —le dijo pícaramente Esteban a Rafael. —Sí, tiene mucha experiencia diseñando justamente en restaurantes en España —respondió Rafael, feliz de la contratación. —Sí, pero también es preciosa. ¿No me digas que no te has dado cuenta? Será porque eres casado o porque te has quedado ciego. —Ni se te vaya a ocurrir cortejarla. No solo no es correcto porque tú eres su jefe, sino que no quiero que se vaya —le advirtió Rafael. —¡Ahora es un delito apreciar la belleza! —dijo Esteban contrariado.
Después de tres meses de la llegada de Antonella, Esteban estaba muy entusiasmado con la idea de salir con ella. Por un lado sabía que no era correcto, pero por el otro lo prohibido la hacía más apetecible. Antonella no le daba ninguna señal de interés, y él no sabía cómo invitarla a salir, pero un día encontró su oportunidad. Ella tenía que visitar varios locales en la noche para ver cómo había quedado la nueva decoración, cuando Esteban le dijo calculadamente: —¿Vas a visitar locales en la noche? —Sí, quiero ver cómo se ven los ambientes con las nuevas luminarias. —Mira, a mí también me gustaría verlas. ¿Por qué no te recojo de tu casa y vamos juntos? Pero sería bueno ir a comer antes a un restaurante que ha hecho un excelente trabajo con unas fotografías. Me encantaría que las veas —propuso Esteban. —Perfecto —dijo Antonella, pero le quedó la duda acerca de si eran negocios o la estaban invitando a salir. Cuando Esteban la recogió encontró que se había arreglado con mucho esmero. Lo tomó como una señal positiva. —Tenías razón, las fotografías están muy buenas —le dijo Antonella cuando llegaron al restaurante. —La verdad es que las fotografías eran una excusa para salir a cenar. En realidad quería conocerte mejor —se atrevió Esteban. —¡Qué directo que eres! —le respondió Antonella sonrojada. —A mi edad ya no tengo tiempo de ser indirecto —respondió Esteban con una media sonrisa. Durante la cena Esteban le contó de sus dos matrimonios fracasados y de que ya quería sentar cabeza y tener una familia. Antonella le habló de su vida en Madrid y la tremenda desilusión amorosa que vivió allí. Cada uno escuchaba la historia del otro con mucha atención y curiosidad. Habían establecido una corriente que fluía entre ambos.
—¿Te puedo hacer una pregunta muy directa? —se lanzó Esteban mirándola fijamente a los ojos. —¡Qué miedo! ¿Qué me vas a preguntar? —respondió Antonella sonriendo. —¿Te das cuenta de que cada vez que caminas en la oficina todos los hombres te miran? —A mí solo me interesa que me mires tú. Esteban sintió cómo el calor encendía su rostro. No esperó la respuesta, acostumbrado como estaba a mujeres más pasivas. Se rehízo en unos segundos y le dijo: —Tú ya sabes que me muero por ti; no puedo dejar de mirarte en la oficina. Es más, aprovecho cualquier excusa para visitarte. ¿No te has dado cuenta de que yo voy a tu oficina y te pregunto cualquier cosa intrascendente? —confesó Esteban. Antonella acercó su rostro y dijo como en un susurro: —Tenía mis dudas. Pensé que te preocupaba mucho el área de diseño. Esteban le tomó la mano y supo que había encontrado a la mujer de su vida. En menos de un año se casaron. Esteban tenía cuarenta y un años y deseaba tener hijos cuanto antes. Antonella tampoco era tan joven, así que primero nació Miguel y tres años después, Fiorella. El primer año fue idílico, sin peleas. Si bien explotaba en la oficina, Esteban se comportaba en la casa como un angelito. Tampoco era tacaño, y le daba el gusto a Antonella en todo lo que quería. Acordaron que ella dejaría el trabajo y se dedicaría totalmente a la crianza de los hijos, pero las diferencias empezaron a notarse a partir del segundo año.
Capítulo 7
Se acabó la luna de miel
Esteban llegó cansado a la casa después de trabajar todo el día. Solo quería una ducha. Cuando terminó se dio cuenta de que no había toallas, y gritó esperando que su esposa o la empleada lo escucharan: —No hay toallas. Antonella, Rosita. Parecía que nadie escuchaba los gritos. Tomó la pijama de su esposa, la usó como toalla y se cubrió con ella como pudo antes de salir del baño. —Antonella, Antonella —iba gritando mientras buscaba a su mujer por el departamento, hasta que la encontró al lado de un gran clóset en el pasadizo—. Te he estado llamando para que me alcances una toalla. ¿Acaso no escuchas? ¿Eres sorda? —preguntó a gritos. —Ya te he dicho que no me gusta que me hables de esa manera —respondió Antonella con autoridad—. ¿Te acuerdas de que te pedí que hagamos un clóset con llave? —Antonella, ¿qué tiene que ver lo que dices? Dame una toalla ya que me muero de frío —dijo Esteban tiritando. —Lo que pasa es que este es el clóset con llave, y aquí guardé todas las toallas. El problema es que no encuentro la llave. —Carajo, ¿por qué siempre me haces lo mismo? Todo el día pierdes las cosas. No puedes ser tan desordenada, tan volada. —No me critiques. A cualquiera le puede pasar. Y no me hables así. —Ahora resulta que yo soy el que está mal. No tengo toalla, me cago de frío, y yo soy el culpable —dijo Esteban camino del baño de visitas para secar todo su cuerpo con la pequeña toalla de manos.
Un día que Esteban se iba de viaje de vacaciones con la familia a Miami y el taxi estaba esperando en la calle para llevarlos al aeropuerto, le preguntó a su esposa: —¿Tienes los pasajes y pasaportes? —Sí, ya los puse en mi cartera —respondió Antonella con seguridad. —¿Estás llevando las barras de proteína, la almohada para el avión y tu brevete para alquilar un auto? —preguntó Esteban, que había asumido la responsabilidad de hacer el check list en tales situaciones, pues no se fiaba de Antonella. —Ya para, tengo todo, relájate —le respondió. Una vez que llegaron al aeropuerto, se dirigieron a la interminable cola de turistas. Aunque Esteban tenía el dinero para pagar asientos en clase business, no lo hacía por principio. —Mira la colaza —dijo fastidiada Antonella. —No te preocupes, lo tengo todo arreglado —respondió Esteban mientras buscaba a alguna persona ubicada adelante en la cola—. ¡Felipe! —gritó de pronto a un señor que estaba adelante —Esteban, vengan, los he estado esperando —respondió Felipe con entusiasmo. Antonella no conocía a ese tal Felipe ni sabía lo que pasaba. Llegaron adelante empujando a otras personas para alcanzar el lugar de Felipe, como si fuera un miembro de la familia que había llegado más temprano. —Gracias, compadre —le dijo Esteban al oído a Felipe mientras le ponía un billete en su bolsillo antes de que se retirara disimuladamente. —¿Quién era ese tipo? —preguntó Antonella intrigada. —Mira, yo no pago business, pero por veinte soles Felipe me hace la cola hasta que yo llegue, y me chequeo como en primera clase. A los pocos minutos llegaron al counter. La señorita les pidió los pasajes, y Antonella se los entregó.
—Me da sus pasaportes, por favor —volvió a pedir. —Claro que sí —respondió con tranquilidad Antonella mientras buscaba. Después de un minuto de hurgar en su cartera, no los hallaba. —¡Los pasaportes! —gritó desesperada Antonella. —Busca bien —dijo Esteban intentando calmarla—. En casa te pregunté, y me dijiste que ya estaban en tu cartera. —No entiendes —masculló exasperada Antonella como si le faltara la respiración—. Yo pensé que estaban en el estuche de los pasajes, y ¡no están! —¿Qué? No puede ser, carajo. ¿Cómo puedes ser tan volada? —gritó Esteban y todos callaron a su alrededor—. Carajo, toma un taxi y ve a casa a recogerlos — ordenó malamente Esteban. —Ya te he dicho que no soporto que me grites. ¿No puedes hablar con respeto? —Señor, cálmese, ya es muy tarde. Vamos a ver si los podemos poner en el vuelo de mañana en la mañana —ofreció la representante. —Esteban, yo sé que la fregué, sé que me quieres matar, pero todos nos equivocamos a veces —suplicó Antonella. —Todos se equivocan a veces, pero tú, Antonella, te equivocas todo el tiempo; es como si tu cabeza andase en las nubes. —¡Carajo! —gritó Antonella—, no voy a permitir que me maltrates de esa forma. —Listo, señor, mañana están chequeados para las nueve de la mañana —dijo la representante tratando de calmar la situación—. Eso sí, habrá un cargo de cuatrocientos dólares. —¡Nooo!, señorita, por favor. La señora se olvidó los pasaportes, no hubo mala intención. Le ruego haga una excepción —suplicó Esteban mientras Antonella disfrutaba y sentía que la multa era su venganza. —Lo siento, señor, son las reglas de la compañía, y le pido que siga adelante,
que tengo que atender a los siguientes pasajeros. Lo que ocurría era que Esteban tenía un temperamento opuesto al de Antonella. Era ordenado, planificado, detallista y puntual, en tanto ella era más bien casual, menos programada y ordenada, impuntual pero más flexible e imaginativa. Esteban vivía en el presente, era práctico y realista; Antonella vivía en el futuro, proyectado desde sus ideas y creatividad para los próximos diez años. Esteban pensaba que su esposa vivía en las nubes y que era extremadamente desorganizada. Antonella sentía que Esteban era demasiado cuadriculado y controlador. Sin embargo, quizás el mayor problema que tenía la pareja eran los exabruptos de Esteban. Ella era una persona apacible y emocionalmente muy estable; en cambio, Esteban era una bomba siempre a punto de explotar. Antonella le había rogado a Esteban que fuera a un psiquiatra o un psicólogo, pero él respondía que no creía en esos ladrones. Y así el tiempo pasó.
Capítulo 8
El mayor problema
—Ya, Miguel, termina tu cena, por favor —le pidió Esteban a su hijo, que ya estaba en los seis años. —Papá, ya no tengo hambre —respondió Miguel engriéndose. —Ya acaba la cena —replicó Esteban subiendo la voz. Miguel se quedó observando la comida sin mover el tenedor, esperando que su padre se olvidara y lo dejara estar. —¿Me estás cojudeando? ¡Carajo!, come tu comida! —gritó Esteban. —Ha comido bastante —dijo Antonella tratando de salvar a su hijo. —¡No me contradigas en frente de mis hijos! Miguel está muy flaco. Necesita comer, y además está haciendo deporte. —¡No voy a comer! —lo desafió Miguel. —¿Ves lo que consigues? Quitarme autoridad con mis hijos. ¡Maldita sea! —¿Por qué tienes que decir todo gritando y con lisuras? Todos tenemos oídos, pero a veces preferiría que todos fuéramos sordos para no escuchar tus groserías. —Yo soy como soy. Así te casaste conmigo. Yo no he cambiado. No puedes quejarte ahora. —Ahora resulta que el problema lo tengo yo por decidir casarme contigo. Yo soy la culpable de que mis hijos sean maltratados. ¡Qué tal raza! —Miguel, come tu comida ahora o no sales un mes de la casa —dijo Esteban iracundo y apretando los dientes. —Miguel y Fiorella, váyanse por favor, que tengo que hablar con su papá —y
Miguel salió corriendo antes de que Antonella hubiera terminado de hablar. —¿Cómo te atreves a contradecirme de esa forma delante de mis hijos? ¿Quién te crees que eres? —gritó Esteban. —No me hables así. No voy a permitir que mis hijos me recuerden como la madre sonsa que no hizo nada por ellos cuando su padre los maltrataba. Si eso te molesta, lo siento, la salud de mis hijos es más importante. —Yo soy el que trae el dinero a esta casa; por tanto, ¡soy el que manda acá! ¿Te queda claro o no? —Te recuerdo que yo ganaba mi dinero, y fuiste tú quien me pidió que deje de trabajar; fue un acuerdo de pareja. Así que es irrelevante que tú traigas el dinero. Eso no te hace a ti el que manda. —Maldita la hora en que me casé contigo. Eres una respondona, agresiva, mierdosa. Así, este matrimonio de mierda no va a durar mucho —dijo Esteban levantándose de la mesa y tirando la servilleta con fuerza. El matrimonio de Esteban y Antonella era como una montaña rusa. Los momentos felices eran los viajes, el buen humor de Esteban cuando todo marchaba bien en la oficina o los paseos familiares improvisados; pero subyacían problemas estructurales: ambos eran de temperamentos muy distintos. Lo peor es que Esteban no era consciente de su nivel de agresividad. Él sentía que a veces levantaba la voz un poco y decía groserías, pero no era para tanto, Antonella exageraba; sin embargo, ella sabía del daño que Esteban le podía hacer a sus hijos, e intentaba frenarlo cuando estaba presente. Había pensado en separarse, pero no quería dejar a sus hijos sin padre.
Capítulo 9
El palomilla
A los doce años, Miguel era un chico muy inquieto, hiperactivo y diagnosticado con déficit de atención. Si bien era brillante, no le iba bien en el colegio. Constantemente le mandaban observaciones a la casa por su conducta. Sus calificaciones eran malas y pasaba los cursos con mucha dificultad; era creativo, ingenioso, con mucha chispa y extremadamente extrovertido, aunque a veces demasiado, y eso lo metía en problemas. Por si fuera poco, no le gustaba que lo estuvieran controlando, y desafiaba a la autoridad. —Ya, Miguel, te he dicho que dejes de jugar así con el lapicero, me distraes —le dijo exasperado el profesor. —Pero, profesor, ¿por qué le molesta? Ni siquiera hago bulla, simplemente muevo el lapicero —respondió Miguel, que nunca se quedaba callado. —Me distrae, Miguel, ¿no puedes entender eso? —respondió el profesor mientras se escuchaban las risas de los estudiantes, acostumbrados a las locuras de Miguel. —Profesor, yo quiero hacerle caso, pero no puedo, mi mano se mueve sola —le respondió Miguel con una sonrisa y haciendo un movimiento más pronunciado con el lapicero. La clase explotó en carcajadas. —Ah, te haces el graciosito. Pues te largas a la dirección en este momento — ordenó el profesor. —¡Pero, profesor, no es mi culpa, es mi mano! —insistió Miguel. —¡Te largas ahora! —gritó el profesor señalando con energía la puerta. El silencio se instaló de inmediato en la clase. Miguel salió del salón y se dirigió a la dirección. Para él era un lugar muy conocido. Ya sabía toda la rutina. Llamaban a sus padres o lo mandaban a su casa, y luego venía el escándalo. Esta vez solo fue una detención en la dirección por dos horas.
Sin embargo, además de hiperactivo, Miguel era un niño agresivo y de actitudes matonescas, muy bien aprendidas en casa. En una ocasión, no tuvo mejor idea que encerrar en una cabina del baño a tres chicos menores que él. Los niños perdieron una clase. Cuando les preguntaron quién lo había hecho, no dijeron nada; tenían miedo de lo que podría hacer Miguel. Un día, les entregaron en el colegio una separata para el curso de Historia. Un amigo de Miguel tomó la separata, arrancó un pedacito de hoja, dibujó un pene pequeño y se lo mostró. Miguel, viendo la oportunidad de mostrarse competitivo y volver a ser el más palomilla de la clase, dibujó un pene mucho más grande en la hoja, lo recortó con la tijera, le dibujó pelos y se lo mostró a su amigo. En ese momento, la profesora, al verlos celebrar, le gritó a Miguel: —¿Qué tienes allí? En un segundo, Miguel le puso goma al dibujo y lo pegó debajo de su carpeta. La profesora se acercó y ordenó: —Dame ese papel. —¿Qué papel? La profesora buscó dentro de la carpeta y no encontró nada. —No sé de qué habla, profesora. No tengo nada —dijo Miguel. Ella se acercó, sacó el papel recién pegado debajo de la carpeta y le mostró su dibujo del pene a toda la clase, que explotó en carcajadas. —Te largas al psicólogo en este momento.
—A ver, muchacho, cuéntame qué pasó —le pidió el psicólogo después de dejar el dibujo en el escritorio. —Nada, la profesora me pilló con el dibujo, eso es todo. —Mira, yo he tenido tu edad y también he hecho travesuras, pero dime, ¿por qué lo hiciste?
—Lo que pasa es que me encanta el pene, soy un cabro —le dijo Miguel impostando una voz afeminada, pero tratando de dar la impresión de que estaba hablando en serio. En el colegio corrían los rumores de que el psicólogo era homosexual. —¿Acaso te sientes atraído por los hombres? —Sí, soy una loca —le dijo Miguel adelgazando todavía más la voz. —No seas irrespetuoso, muchacho. Yo estaba tratando de ayudarte, pero ahora te largas a la dirección. Esto es como para expulsión. Vamos a citar a tus padres. Miguel estuvo detenido en la dirección hasta las tres de la tarde. Esteban estaba acostumbrado a ir al colegio. Sabía que su hijo era el palomilla de su clase, y eso le gustaba. Lo enorgullecía tener un hijo con viveza criolla en lugar de uno obediente y aplicado. Para él, el colegio y la universidad eran irrelevantes. La verdadera formación, pensaba, era el trabajo en la calle, como bien lo sabía por experiencia. Esteban llegó puntualmente y entró a la oficina del director. —Gracias por venir, Esteban. Estamos esperando a Edwin, nuestro nuevo psicólogo —le dijo Hans, el director del colegio; ya para esa época amigo de Esteban a causa de sus constantes visitas. —¿Qué ha hecho mi joyita esta vez? —preguntó mirando a Miguel. —Esta vez se pasó tu hijo. Mira lo que dibujó y mostró a la profesora. —No se lo mostré a la profesora, sino a mi amigo —se defendió Miguel. —Miguel, cállate por favor, solo vas a hablar cuando te digamos —lo cortó el director. —Pero Hans, eso es una palomillada simple, un juego de chiquillos. ¿Por qué hacemos tanto problema? —Pero eso no es todo. Luego lo mandaron al psicólogo, y empezó a molestarlo haciéndose el homosexual.
Esteban soltó una carcajada. En el fondo estaba orgulloso. —No me digas que no es gracioso —dijo Esteban. —La verdad que no. Ya son demasiadas veces que vienes y salvas a tu hijo de sus travesuras, pero esta vez va a haber consecuencias graves. Vamos a evaluar su expulsión. Esteban se tomó mucho más en serio la situación ante esa posibilidad. —Mira, tú sabes que Miguel es súper inquieto. Él sufre en las clases porque le cuesta concentrarse, y se aburre mucho. Hace estas cosas tratando de encontrar alguna motivación para venir al colegio. —Entiendo, pero ya llegó al límite de faltas. No es la primera vez. A veces una expulsión es lo mejor que le puede pasar a un joven para que vea que su conducta tiene consecuencias. Esteban siguió abogando por su hijo, intentando que no lo suspendieran, hasta que entró Edwin a las tres y media. —Disculpen, yo estoy muy preocupado por Miguel. Quisiera darles mi punto de vista como psicólogo —propuso. —Si estarías realmente preocupado y te interesara, hubieras llegado a las tres, que fue a la hora a la que me citaste —dijo Esteban desdeñoso. —De tal palo tal astilla —dijo Edwin en tono sarcástico. —Disculpe, yo no voy a permitir que un mediocre como usted me falte el respeto, primero llegando tarde y después haciendo estos comentarios hirientes hacia mi persona. —Tranquilos —dijo el director tratando de calmar los ánimos. —¿Para eso me llaman al colegio?, ¿para maltratarme?, ¿para faltarme el respeto? —escuchaba decir Miguel a su padre, observando cómo volteaba la tortilla. —Edwin, anda nomás, yo voy a seguir conversando con el señor Sotomayor —
dijo el director al psicólogo, que se retiró rápidamente. —Por favor, cuando contrates gente, a los que más tienes que filtrar es a los psicólogos. Esos cojudos son los que tienen la mente más torcida. —Disculpa, Esteban. Edwin se excedió, y sin quererlo le ha salvado el pellejo a tu hijo. Esta vez lo vamos a suspender una semana, pero si este año ocurre otro incidente, lo expulsamos inmediatamente. Ni siquiera te vamos a llamar.
—Te salvé, cojudo —le dijo Esteban a su hijo apenas salidos de la dirección. —Sí, papá, gracias. —Ya sabes que la próxima tienes que solucionarlo solo; ya no te podré ayudar. —Sí, lo sé.
Meses después, durante los exámenes finales, Miguel estaba rindiendo la prueba de matemáticas, cuando un amigo le preguntó: —¿Sabes? —Papaya —respondió, pero la profesora lo vio, y asumió que estaba copiando. —¡Miguel! —le gritó acercándose a su carpeta. Miguel supo de inmediato que si le anulaban el examen por copiar esta vez sí podría ser expulsado. —Te has estado copiando —le dijo la profesora levantando la voz. —Le juro que no, profesora. La profesora tomó el examen y lo rompió en pedacitos, que depositó sobre su carpeta. —Ahora sí te fregaste, Miguel; todo el año has sido un inútil en la clase. Lo
único que has hecho es molestar a todos. Eres una carga. No te queremos en este colegio. Ahora lárgate a la dirección —dijo la profesora fuera de sí. Miguel sabía que si iba a la dirección lo sacaban del colegio, y su padre no podría salvarlo. Esperó que terminara el examen, y, cuando todos los alumnos se habían ido, entró al salón. —¿Qué haces acá? —dijo la profesora. —Miss, yo no me estaba copiando. Mi amigo me preguntó si sabía, y yo le dije que sí. —Ya te dije lo que pienso de ti, Miguel. Quiero que te expulsen del colegio. —Sí, lo sé, miss, precisamente aquí lo tengo grabado —le dijo Miguel poniendo play a la grabación de las palabras de la profesora en clase. La profesora entró en shock. —La cosa es muy simple, profesora: o me deja dar el examen nuevamente o mando esta grabación a la dirección —dijo Miguel totalmente en control de la situación. —No, no hagas eso —le pidió la profesora angustiada—. Yo... yo te doy el examen para lo que hagas nuevamente. Es probable que me haya equivocado. Miguel dio el examen y pasó el curso. La profesora nunca más se volvió a meter con él.
Capítulo 10
El crack
Si bien Miguel era el peor alumno del salón, era también el mejor deportista del colegio y capitán de la selección de fútbol, en la que jugaba de delantero. Algunos profesores le soportaban sus palomilladas solo porque siempre hacía campeonar a la selección de menores, e incluso a los doce años lo pusieron en la de mayores. Esteban conectaba profundamente con Miguel a través del fútbol, y lo acompañaba todos los sábados a sus entrenamientos y partidos con el club Cantolao. Miguel pateaba fuertísimo al arco para su edad, era muy veloz y podía cabrearse a dos defensas al mismo tiempo. Cada vez que metía gol, algo muy frecuente, corría por toda la cancha para abrazar a su papá. Esteban veía ya a su hijo como un líder nato, un futuro empresario mucho mejor que él. En una ocasión jugaba el Cantolao en el Rímac contra un equipo local, y la cosa estaba difícil. La defensa era muy buena. Miguel estaba desesperado por anotar. Esteban miraba con otros padres el partido mordiéndose las uñas de los nervios. Cualquiera podía ganar. Miguel intentó llevarse a un defensa por la derecha, pero este pudo sacar el balón del campo. Sin embargo, inmediatamente se acercó donde Miguel y le asestó un puñete en la cara que lo derribó. —¡Hey, árbitro, expúlselo, carajo! —gritó Esteban saltando del asiento junto con el resto de padres del equipo. El árbitro sacó tarjeta roja y expulsó al defensa mientras ayudaba a Miguel a levantarse. —Este maricón me ha metido el dedo en el culo —dijo el defensa al árbitro. —Hablas huevadas, cojudo, te voy a sacar la mierda —amenazó Miguel. El arbitro dio un pitazo señalando los camarines al defensa mientras aguantaba a Miguel, pero en la zona de padres había una batalla campal. Al final llegó la policía y los separó.
Ya el otro equipo con un jugador menos, Miguel se lució y anotó tres goles. De regreso en el auto, Esteban le preguntó a Miguel: —Oye, huevón, ¿qué pasó en la cancha?, ¿por qué te pegó el defensa? —Mira, la verdad es que el partido estaba imposible, y yo quería ganar, así que hice que lo expulsen. —¿Pero cómo? —Le metí el dedo. Yo sabía que se iba a molestar. Cuando me pegó, me tiré al piso e hice escándalo. ¿Qué árbitro iba a creerle que le había metido el dedo? A veces para ganar tienes que hacer pendejadas. —Eres un genio —le respondió Esteban abrazándolo—. Algún día vas a ser un súper empresario. Lo mismo pasa en los negocios. Luego de un rato de ir en silencio, Miguel preguntó: —Papá, ¿te puedo hacer una pregunta? —Sí, por supuesto. —¿Te vas a divorciar de mamá? —No, ¿de qué hablas? ¿Te ha dicho algo ella? —No, pero veo cómo se pelean todo el tiempo. —Es normal que las parejas se peleen, pero también tenemos momentos felices. Así es la vida. No te preocupes. No me voy a separar. —Yo la quiero a mi mamá, pero si algún día te separas yo me quiero ir contigo. —No te preocupes, hijo, nunca nos vamos a separar.
Capítulo 11
El trato con Dios
—Mamá, me duele el cuello —dijo Miguel a su mamá. —Sí, hijo, lo tienes hinchado. A ver, acércate —dijo Antonella preocupada. Miguel tenía el cuello muy inflamado; le dolía y sentía un decaimiento total. Inmediatamente lo llevaron a emergencia. El médico lo examinó, y no encontró ningún síntoma conocido. Se limitó a darle un antiinflamatorio que a las pocas horas había eliminado la hinchazón. —Debe haber sido una picadura de araña —dijo el médico tranquilizador. Pasaron dos semanas, y se le volvió a hinchar el cuello. Fueron a emergencia nuevamente, pero los antiinflamatorios no funcionaron. El médico recomendó llevarlo al día siguiente a un infectólogo. Le hicieron análisis de sangre, pero no apareció nada. Como no bajaba la hinchazón, el infectólogo remitió el caso a un especialista de cuello y garganta. Este lo examinó y mandó a hacer una biopsia. A los dos días, Esteban recibió la llamada del patólogo. —Aló, señor Sotomayor, le habla el patólogo, ya tengo los resultados de su hijo. —Dígame. —Prefiero entregárselos personalmente.
—Tiene linfoma —le dijo el especialista en su consultorio a Esteban. —¿Qué mierda es eso? —preguntó angustiado. —Lamentablemente, es cáncer. Esteban sintió un agudo dolor en el pecho. Salió del laboratorio y se dirigió al
consultorio del doctor de cuello y garganta. En el camino llamó a Antonella para que lo encuentre allí. Esteban sentía que el mundo se le venía encima. —Doctor, he recibido los resultados; es cáncer —dijo Esteban con el aliento entrecortado mientras Antonella le tomaba la mano. —Tranquilo, señor Esteban, que esta es mi especialidad. He visto decenas de resultados que arrojan un diagnóstico de cáncer cuando en realidad el niño tiene mononucleosis —lo tranquilizó el doctor—. Yo lo he palpado, y no me parece cáncer; es más, el cáncer nunca se deshincha, y ustedes me han confirmado que la primera vez que se le hinchó luego se le pasó con antiinflamatorios. No hay tratamiento para la mononucleosis. Es un virus que pasa solo. Le voy a dar unos medicamentos para aliviar los síntomas. Eso sí, que no vaya al colegio hasta que se le pase la hinchazón. A Antonella y Esteban les regresó el alma al cuerpo. Pensar en la sola posibilidad de perder a su hijo los llevaba a un abismo de pánico que no podían en ese momento siquiera imaginar. Al día siguiente, Esteban le contó lo de la mononucleosis a algunos de sus empleados, y una chica que asistía en la cocina, proveniente de Iquitos, le sugirió un remedio ancestral que aseguró era muy efectivo: le mandó a traer de la selva un panal de abejas chancado para que se lo pusiera en el cuello. Miguel lo tuvo por dos semanas, pero la inflamación, en lugar de bajar, aumentó, y se hizo tan grande que daba la apariencia de no tener cuello. Le volvieron a hacer otra biopsia en dos semanas en un laboratorio distinto, y el resultado no fue concluyente. Esteban estaba desesperado, y de la sola angustia le dio una gastritis severa. Lo peor de todo es que nadie podía identificar la enfermedad. Les recomendaron a un oncólogo, el doctor Carrillo, que mandó a hacer una tercera biopsia a un laboratorio especializado en cáncer. A los dos días, el doctor Carrillo llamó a Esteban. —Señor Sotomayor, tengo los resultados de su hijo. Lo espero en mi consultorio. —Voy para allá, doctor. Una vez sentado junto con Antonella frente al doctor, este le dijo con seguridad:
—Es cáncer, lo siento. —¡No puede ser, no puede ser!, debe haber un error —gritó Esteban descontrolado. —Desgraciadamente, está totalmente confirmado. Tenemos que internar a Miguel cuanto antes. Esteban se puso de pie y rompió a llorar y a golpearse la cabeza contra una pared del consultorio. —Para, Esteban, te vas a hacer daño, para, por favor —le gritó Antonella desesperada mientras lo sujetaba. —Tiene cáncer, mi hijo tiene cáncer; me quiero morir, me quiero morir —dijo Esteban sumergiendo el rostro en el hombro de su esposa. Antonella lo abrazó y ambos lloraron. Miguel tenía tan inflamado el cuello que con las justas podía respirar. Rápidamente lo sometieron a una breve intervención para facilitarle la respiración y le hicieron decenas de análisis adicionales para confirmar el tipo de linfoma. En la tarde se reunieron nuevamente con el doctor Carrillo. —Es linfoma sin lugar a dudas —les aseguró—, pero es de un tipo muy raro; el linfoma de Burkitt. En todo Estados Unidos solo hay seis casos de niños al año. Dentro de lo malo que es tener este linfoma, la buena noticia es que la gran parte de los casos se curan con el tratamiento. —Qué tranquilidad, doctor —dijo Esteban—, le juro que me quería morir. —Tranquilos, nunca se canta victoria en un cáncer, pero hay esperanzas. Miguel empezó un intenso tratamiento de quimioterapia. El pelo se le cayó rápidamente y tuvo que padecer las náuseas, pero lo afrontó con mucha dignidad. No se quejaba, ni lloraba con los dolorosos pinchazos de las muchas inyecciones; soportaba con mucho coraje su enfermedad. —¿No crees que lo de Miguel es un castigo que me ha mandado Dios porque no he sido un buen hombre? —le preguntó Esteban atormentado a Antonella antes de dormir.
—No lo sé, no sé nada, Esteban. No sé si es un castigo de Dios o simplemente mala suerte. —La verdad es que no he sido un buen creyente. No voy a la iglesia, he sido muy tacaño con el dinero y no he sido muy amable con algunas personas. —Bueno, nunca es tarde, puedes cambiar y enmendar el daño que sientes haber hecho. No sé si eso va a traer la misericordia de Dios, pero por lo menos vas a hacer el bien a otras personas. —Mañana empiezo —respondió Esteban con esperanza. Al día siguiente, hizo un aumento general de sueldos a todos sus trabajadores del quince por ciento. Rafael lo apoyó porque hacía años que su gente lo necesitaba. Luego fue a buscar al doctor del centro médico donde había mandado retirar un auto con una grúa. Sacó una cita y le dijo: —Doctor, ¿se acuerda que hace algunos años hice un escándalo en su consultorio porque se habían estacionado detrás de mi auto? —Claro que lo recuerdo. Fue terrible. Se llevaron el auto de un paciente al depósito, y cuando lo pudo sacar le habían robado los faros —dijo el médico con tranquilidad. —Doctor, quiero pedirle disculpas. He hecho muchas maldades en mi vida, y la verdad es que Dios me ha castigado. Le ha dado cáncer a mi hijo. —Lo lamento mucho. Debe ser terrible, y por supuesto que acepto y agradezco sus disculpas. Mire, yo confío más en la ciencia que en la religión. Asegúrese de que su hijo tenga el mejor tratamiento. ¿Quién lo ve? —El doctor Carrillo. —Muy buen médico. Su hijo está en buenas manos. —Mire, doctor, yo he leído que existe el karma, que uno cosecha lo que siembra. Me siento culpable de muchas cosas, y no quiero que me hijo pague por ellas. Por eso me estoy disculpando. Quiero servir a los demás, y necesito estar cerca de la Iglesia —le dijo Esteban al doctor, y le dejó quinientos dólares para que ubicara al paciente que perdió los faros y se los entregara.
Esteban y Antonella fueron a visitar a Joaquín, el sacerdote de una iglesia cercana a su casa, y le contaron todo el problema de Miguel. —La verdad, padre, es que fui bautizado; de niño mis padres me obligaban a ir a la iglesia, y tuve una boda religiosa porque mi esposa me lo pidió, pero en realidad nunca tengo a Dios presente en mi vida. Digo que creo en Dios porque me da miedo decir que no creo, pero ahora, con lo de mi hijo, siento que debo acercarme a él —reconoció Esteban. —Nunca es tarde, hijo mío. Quizás tú no has estado cerca a Dios, pero él siempre ha estado contigo —respondió Joaquín amorosamente. —Usted no entiende, padre. No solo he estado lejos; además me he burlado de los creyentes. Recuerdo haberles hecho un comentario duro y grosero a unos amigos muy católicos en una reunión cuando contaban que seguían el consejo de un cura cercano. Les dije que cómo podían seguir las enseñanzas de un hombre con falda, que no sabía nada de la vida y que lo más probable era que fuera un pedófilo, como todos los curas. El padre Joaquín abrió los ojos sorprendido, pero le replicó: —Esteban, no es necesario que me cuentes más. Lo importante es que quieres acercarte a Dios. Les recomiendo que vengan a misa a rezar todos los días. Sería bueno además hacer una misa de salud y también pedirle al sacerdote Jacinto, que tiene habilidades curativas, que lo visite y le rece en el hospital. —Gracias, padre —respondió Antonella—. Vamos a hacer todo para ayudar a nuestro hijo.
Esteban se volvió así generoso para tener más posibilidades de ganarse el favor de Dios. Donó entonces, en un rapto de desprendimiento, veinte mil dólares a una casa donde se hospedaban los niños de provincia que llegaban a tratarse de cáncer, pero con la condición de permanecer en el anonimato. Solo le interesaba que Dios lo notara. Luego de tres meses de quimioterapia Miguel había respondido bien al tratamiento, ayudado también por los rezos del padre Jacinto, que lo visitaba pasando un día. Lo que seguía era someterlo a una prueba final para ver si tenía
todavía células cancerígenas en el cuerpo. Luego de hacerle las pruebas, citaron a Esteban y Antonella en el hospital. —Doctor, dígame que salió bien —suplicó Esteban desesperado. —Las pruebas salieron bien. Su hijo ya no tiene cáncer —anunció el doctor Carrillo. —¡Sííí! —gritó Esteban mientras se paraba y saltaba de felicidad. Abrazó fuertísimo a Antonella y dijo—: yo sabía que lo iban a curar. Mi hijo tiene mucho que dar a esta vida para irse tan rápido. Esto es obra de Dios, Dios nos ha ayudado.
Capítulo 12
El desenlace
La familia recuperó así su vida normal: Miguel volvió al colegio, Esteban regresó al trabajo y Antonella se aproximó más a su hija Fiorella, a la que la había tenido un poco descuidada por la enfermedad. No dejaron de ir a misa; ya se les había hecho costumbre. Esteban se sentía muy agradecido con Dios, y quería llevar una vida de católico practicante. Un mes después, Esteban recibió una llamada del colegio: —Señor Sotomayor, hemos llamado a su esposa y no podemos localizarla. Por favor, ¿podría recoger a su hijo del colegio? Se siente mal. —¿Qué tiene? —gritó Esteban tomado por la angustia y al borde del pánico. —Tiene el cuello muy hinchado —respondió la enfermera del colegio. Esteban cortó la llamada y rompió a llorar desconsolado. Tenía que ser el cáncer que había vuelto. ¿Por qué Dios lo castigaba de esa forma?, se preguntó, y empezó a golpear la pared con desesperación. Rafael entró rápidamente a su oficina y le dijo: —Para, Esteban, que te vas a hacer daño. —A mi hijo le regresó el cáncer —exclamó mientras caía de rodillas. Rafael lo abrazó y dejó que llorara un buen rato. —Esteban, amigo, ahora no puedes quebrarte. Tu hijo te tiene que ver bien. Necesita tu esperanza, no tu dolor; necesita tu optimismo, no tu abandono. —Tienes razón —dijo Esteban rehaciéndose. Esteban logró ubicar a Antonella, fueron a recoger a Esteban al colegio y lo llevaron directamente al hospital. El doctor Carrillo le hizo los exámenes y confirmó que el cáncer había regresado.
—Hijo, te ha regresado el cáncer —le dijo Esteban con mucho dolor a Miguel. —Desde el momento en que se me hinchó el cuello ya lo sabía —le dijo Miguel con tristeza—; pero ¿sabes qué, papá? Yo sé que voy a salir de esta. No me importa que me pongan inyecciones, que me inyecten ese líquido que me hace vomitar, que se me caiga el pelo nuevamente. Yo voy a salir de esta. Esteban escuchaba conteniendo el llanto, pasando saliva y respirando profundamente. Su hijo le parecía tan valiente. Tomó fuerzas y le dijo: —Vamos a luchar juntos, hijo —y con ese ánimo fueron juntos a la peluquería y pidieron que les raparan el cabello. Miguel empezó así su segundo tratamiento de quimioterapia y de acompañamiento espiritual: el padre Jacinto volvió a visitarlo para rezar, y Esteban y Antonella continuaron yendo a misa. Adicionalmente, encontraron otro padre en San Miguel que también hacía curaciones, y empezó a visitar a Miguel. Al comenzar la quimioterapia, disminuyeron los síntomas del cáncer, pero luego de un tiempo regresaron, y se confirmó que el tratamiento no estaba haciendo efecto. El doctor Carrillo los citó a su consultorio. —Señor Sotomayor, su hijo ya no está respondiendo al tratamiento, lo siento — dijo gravemente. —No me puede decir eso, doctor. Debe haber algo más que se pueda hacer — dijo Esteban llorando. —Hemos hecho una resonancia. Desgraciadamente, el cáncer ha hecho metástasis. Está en el pulmón, en el hígado y en los huesos. Lo lamento —le informó el doctor con pesar—.Tiene solo algunas semanas de vida. Esteban se dirigió al cuarto de Miguel, que ya respiraba con dificultad, y lo abrazó. —Papá, no llores, yo voy a estar bien —le dijo con dificultad—. Te quiero pedir dos cosas: que duermas todas las noches conmigo y me lleves a una tienda Apple.
Al día siguiente, Esteban logró sacarlo de la clínica, a pesar de la oposición de los doctores, para cumplir su segundo deseo. —Señorita, deme el último iPhone, por favor —pidió Miguel a la joven que atendía. —Aquí tiene. —¿Cuánto cuesta? —Dos mil cien soles. Miguel sacó un fajo de billetes, la señorita contó el dinero y le dijo: —Aquí solo hay mil doscientos. —Aquí tiene la diferencia, señorita —intervino Esteban—. Qué bueno que te hayas dado este gusto. Apple es lo mejor —le dijo a Miguel. —No es para mí, papá. Te lo he comprado para ti. Es tu regalo. Esteban empezó a llorar y lo abrazó con todas su fuerzas. —Quiero que tengas un buen celular y que cada vez que lo uses me recuerdes — le dijo Miguel. —Tú has sido el regalo más maravilloso que he recibido en la vida. ¿Cómo crees que no te voy a recordar? —Ya dejemos de llorar para tomarnos una foto felices—le dijo Miguel reprimiendo un suspiro y respirando hondo.
Dos semanas después, Miguel empeoró. Esteban estaba con él cuando empezó a convulsionar; se contraía y temblaba violentamente. Parecía que su hijo se moría. —¡Doctor!, ¡doctor!, ¡que venga alguien! —llamó con impotencia y desesperación.
Llegó rápidamente el doctor de turno y preparó una inyección anticonvulsionante. —Mi hijo se muere; haga algo, doctor, ¡haga algo! —gimió Esteban temiendo lo peor. Al poco tiempo cesó la convulsión. Esteban sabía que su hijo se iba a morir, pero era la primera vez que enfrentaba la cruda realidad de su muerte. Llamó a Antonella y le contó el incidente. Ambos lloraron desconsolados. Al día siguiente llegó el padre Joaquín con Antonella para darle la extremaunción a Miguel, pero Esteban lo interrumpió con hostilidad. —¿Qué mierda hace acá? —Antonella me contó lo de la convulsión. Ya le queda poco tiempo a tu hijo. Es importante que le demos la extremaunción para que su alma sea recibida por Dios. —Ya estoy harto de tus rezos, de tus falsas esperanzas, de tus rituales que no sirven para nada. ¡Mira cómo está mi hijo de tanto rezarle tu porquería! Para lo único que son buenos ustedes es para sacarle dinero a la gente desesperada — gritó Esteban desencajado. —Esteban, sé que estás frustrado, pero no te voy a permitir que le faltes el respeto a mi religión —dijo el padre Joaquín firmemente. —Me zurro en tu religión y en tu Dios. Hay dos posibilidades: o no existe y todo lo que has hecho es una pérdida de tiempo, o peor aún, si existe es un malparido por haberle hecho esto a mi hijo y destruir a mi familia. —No le puedes faltar el respeto de esa forma al padre Joaquín, a nuestra religión —le gritó Antonella con lágrimas en los ojos—. ¿Tú qué crees, que eres el único que sufre acá? Yo también me estoy muriendo por dentro, pero no descargo mi dolor en buenas personas que solo nos quieren ayudar. Esteban mordió sus labios. Se limitó a mirarla con rabia y no dijo una palabra más. —Lo siento, Antonella. Mi compasión no es tan grande como para soportar la
maldad y el odio de tu marido. Necesito irme a rezar —anunció el padre Joaquín mientras se alistaba para retirarse. Antonella trató de convencer a Esteban para que se disculpara, pero no lo logró. Esteban había desplazado su dolor a la religión. Dios era culpable de quitarle a su hijo. Tres semanas después Miguel murió.
Capítulo 13
La olla de presión
Seis meses después, la muerte de Miguel había impactado a Esteban y Antonella de forma radicalmente opuesta. Ella se escudó en la religión y se convirtió en una disciplinada devota. Iba a misa todos los días, se confesaba, tomaba la hostia, rezaba en cada momento que podía y estaba involucrada en todas las actividades de la iglesia del padre Joaquín. Además, se había unido a las voluntarias del hospital donde trataron a Miguel, y durante dos horas al día se dedicaba a hacer servicio con los padres de los niños con cáncer. Pensaba que la muerte era una prueba que le ponía Dios para que se acercara más a su religión y se dedicara a ayudar al prójimo. Antonella había encontrado su propósito en la vida. Sufría por la pérdida de su hijo, pero había canalizado su dolor hacia un sentido de trascendencia que le permitía vivir. Esteban, por el contrario, vivía entre la depresión y una abierta agresividad hacia todo el mundo. —Papá, ¿por qué lloras? —le dijo su hija Fiorella, que ya tenía casi diez años, cuando lo encontró derramando lágrimas frente al televisor. —Extraño a Miguel. Bob Esponja era su programa favorito —respondió. —Yo también lo extraño, pero sé que está en el cielo, con los ángeles. No te preocupes, yo te voy a cuidar ahora que ya no está Miguel, y también me voy a cuidar yo para que no me pase nada y nunca te quedes solo. Esteban no pudo contener las lágrimas. Lloró por un largo rato abrazado a su hija, pero cuando se calmó la apartó y dijo mirándola a los ojos: —Nada podrá llenar el vacío que dejó Miguel, nada. —Pero yo te quiero mucho, papá —dijo Fiorella atravesada por el dolor. —Nada ni nadie será suficiente —dijo Esteban secándose las lágrimas—. Ahora anda a dormir, por favor —ordenó con frialdad. La depresión de Esteban era tan profunda que fantaseaba con el suicidio. Un día llegó a sacar su pistola de la caja fuerte donde la guardaba, se encerró en su
cuarto y pegó el cañón a su sien. —Acaba con el sufrimiento. ¡Dispara, dispara ya! ¡No seas maricón, no seas cobarde! —se daba ánimos desesperado, pero luego dejó la pistola y se entregó al llanto porque no tenía el coraje de acabar con su vida para estar con su hijo. Inesperadamente, un día Antonella le encontró a Esteban un lunar muy raro en la pierna. —No me gusta nada. Ese lunar parece un melanoma —dijo el dermatólogo preocupado. —¿Qué es un melanoma? —preguntó Antonella. —Es un cáncer de piel muy agresivo. —Doctor, dígame, si es melanoma y usted no lo extrae, ¿cuánto tiempo me quedaría de vida? —preguntó Esteban —Entre seis meses y un año de vida —dijo el doctor extrañado. —Entonces no me lo saque doctor, que la enfermedad siga su curso. Así me puedo morir de causas naturales y encontrarme con mi hijo. —Qué dices, Esteban, ¿estás loco? ¿Cómo puedes siquiera contemplar esa posibilidad? Y Fiorella y yo, ¿qué haríamos, ah? ¿Cómo puedes ser tan egoísta? ¿No te das cuentas de que todavía tienes una familia? ¿No te das cuenta de que tu hija te adora y solo tiene diez años? —exclamó Antonella entre lágrimas. —Está bien, doctor, sáqueme el lunar —le pidió Esteban resignado. El lunar terminó siendo benigno; una tranquilidad para Antonella y una decepción para Esteban.
Si no había conflictos, Esteban se encargaba de provocarlos. Para cualquier persona, manejar en Lima involucra un gran estrés, oscilando entre el tráfico y la forma agresiva de conducir de los limeños. Sin embargo, para Esteban era su terapia. Se subía a su camioneta 4x4, a propósito cerraba a las personas, jamás
cedía el paso y a veces se metía contra el tránsito, obligando a los autos a esquivarlo. Cuando alguien lo cerraba, primero le mentaba la madre y luego lo perseguía y lo cerraba por lo menos dos veces más. Esteban era como una olla de presión cargada de toda la ira contra el mundo, al acecho de cualquier oportunidad que la hiciera fluir. Un día que manejaba por la avenida Javier Prado llegó a la intersección con la avenida Camino Real, donde había un taxi parado tratando de captar un pasajero. Esteban le tocó el claxon, pero el taxista le hacía signos con la mano de que esperara un momento. El semáforo estaba en verde, y Esteban no podía avanzar ni adelantarlo por la izquierda porque había muchos autos. —Muévete, huevón —le gritó Esteban. —Espera un poco —le gritó el taxista haciendo un gesto con la mano. Quedaban diez segundos de luz verde, y Esteban seguía parado sin poder avanzar. —Muévete, idiota, o te muevo yo —gritó enfurecido. —No me friegues. ¿No puedes esperar, carajo? —respondió el taxista molesto. El semáforo cambió a rojo para la avenida Javier Prado. —Carajo, ya te fregaste, pelotudo —gritó enérgicamente Esteban, que miró que no hubiera ningún policía y empujó al taxi con su parachoque. El taxista puso retroceso y pisó el acelerador, pero su pequeño Kia no podía contra la enorme 4x4. En pocos segundos, el taxista quedó en medio de la intersección del cruce, y todos los autos se le venían encima. No podía avanzar ni retroceder, hasta que un auto que venía a toda velocidad tuvo que frenar en seco para evitar un accidente fatal. Esteban disfrutó el episodio hasta que el semáforo cambió. Otro día que manejaba por la avenida Primavera, no se dio cuenta de que el semáforo de Velasco Astete se había puesto en rojo y frenó en seco, pero quedó en medio de la fila de peatones. A los pocos segundos sintió dos golpes muy fuertes en su maletera. Volteó inmediatamente y vio a dos jóvenes atléticos de unos veinte años que le mostraron el dedo medio. Esteban bajó su vidrio y les gritó:
—¿Qué les pasa, huevones? Se creen muy machitos, ¿no? Vengan acá que les saco la mierda. —Tranquilo, abuelo, no queremos abusar de la tercera edad. A tus años ya no deberías manejar —le respondió uno de los jóvenes. —Abuelo es como te vas a sentir una vez que te saque la mugre —dijo Esteban mientras salía de su auto dejándolo prendido en medio de la pista. Los jóvenes ya estaban a alguna distancia, pero Esteban los persiguió corriendo. —A ver, maricones, aquí está el abuelo, he venido a que me peguen. A ver si se atreven. —Viejo, no te queremos hacer daño, regresa a tu auto mejor —le respondió el más fornido de los jóvenes. —Ya me lo imaginaba. Son un par de maricas. ¿Por qué no se agarran la manito y se dan un besito? —Cállate, viejo de mierda —le dijo uno, y se abalanzaron contra él. Esteban no tenía los músculos de los jóvenes, pero la ira lo consumía lentamente por dentro. De un puñete en la cara derribó al primero y luego encajó una patada en la entrepierna del otro. Quisieron reponerse, pero Esteban les propinó un par de golpes más y les lanzó: —Mira lo insignificantes que son. Viejo como estoy les saco su mierda —y seguía golpeándolos alternativamente. Al que llevó la peor parte le sangraba la nariz, la boca y la ceja, pero Esteban seguía descargando su odio contra la vida en el otro. Llegó Serenazgo y pidieron una ambulancia para llevarse a los jóvenes a la clínica. Esteban regresó a su auto, que seguía prendido en medio de la avenida. Le habían robado su tablet, pero no se inmutó. En ese momento se sentía liberado.
Capítulo 14
Eclipse en la oficina
La empresa tenía la política de pagar a los proveedores puntualmente a los quince días. Como Esteban se encargaba, entre otras cosas, de las finanzas, determinó unilateralmente y sin siquiera consultar a Rafael que a los proveedores se les pagaría sus facturas a los sesenta días. El argumento de Esteban era que la empresa necesitaba ganar capital de trabajo, además de que era un procedimiento estándar en el mercado. Sin embargo, en realidad lo que buscaba era agredir y buscar pelea gratuitamente. Todos los proveedores llamaron para quejarse, querían hablar con Esteban, pero él no atendía a nadie, y dejaba que Silvia, su asistente, respondiera. —Señor Sotomayor, tengo como veinte llamadas de proveedores quejándose de que ha debido avisarles con más anticipación, que necesitan que se les pague ya —le informó preocupada. —Que se frieguen —se limitó a decir Esteban con desprecio. —Disculpe que insista, señor Sotomayor, pero hay proveedores pequeños que de verdad necesitan su dinero para poder pagar a su personal —se atrevió su asistente. —Silvia, cuando necesite tu opinión te la voy a pedir; mientras tanto, esa es la política para todos. Silvia regresó frustrada a su escritorio a seguir dando malas noticias, pero sin tener una buena explicación que las justifique. Por lo demás, ella sabía que la empresa estaba muy bien económicamente. Todos los proveedores al final se alinearon con la nueva política, excepto Ernesto León, quien tenía una pequeña fábrica para tostar café, y trabajaba exclusivamente para las cadenas de Esteban. Muy amigo de Esteban y de Rafael, estaba con ellos desde los inicios del negocio. —Disculpe, señor Sotomayor, lo llama el señor Ernesto León —anunció Silvia.
—¿Qué quiere? —preguntó violentamente Esteban. —No le he preguntado, pero sé que es su amigo. ¿Desea que le pregunte? —Silvia, ya te he dicho que no quiero recibir llamadas de proveedores. A la hora del almuerzo, cuando no estaba la recepcionista, Ernesto llegó y aprovechó para subir sin anunciarse a la oficina de Esteban, pues sabía que nunca salía a almorzar. —¿Ya tampoco quieres hablar conmigo? Te has peleado con todos, pero yo no me pienso pelear contigo —dijo Ernesto cariñosamente. —¿Qué quieres? —fue la respuesta. —Esteban, tú sabes que nuestro café es una de tus ventajas diferenciales. Realmente necesito que me pagues para poder seguir dándote el producto. —Se te va a pagar a los sesenta días, como a todos, y, por favor, la próxima vez te anuncias en la recepción… como todos —terminó después de una calculada pausa. —Esteban, compadre, yo no soy cualquier proveedor, por favor, necesito que me pagues —dijo Ernesto mientras se acercaba a Esteban y le ponía la mano en el hombro. —Saca tu mano, mierda. Acaso eres sordo. No te voy a pagar, y si no nos quieres vender más café, no me interesa. Ahora lárgate, ¡carajo! —exclamó y le dio un empujón en dirección a la puerta. —¿Qué te pasa, cojudo? —respondió Ernesto—. El Esteban que conocía murió cuando su hijo lamentablemente se fue. El Esteban de ahora es un pedazo de mierda al que no le interesa nada. —Es lo único sensato que has dicho. Yo sé que soy un pedazo de mierda, y no me interesa nada. Ahora lárgate —gritó Esteban, mientras toda la oficina escuchaba la pelea con una morbosa curiosidad. Cuando llegó Rafael, se enteró de todo. Llamó a Ernesto a pedirle disculpas y que por favor entendiera a Esteban, que estaba pasando un momento muy difícil
por la pérdida de su hijo, y le prometió que se le haría su pago pronto. —Esteban, tenemos que hablar —le dijo Rafael entrando a su oficina. —¿Ahora qué quieres, Rafael? —Primero quiero saber por qué has cambiado la política de pagos a los proveedores sin consultarme. —No sabía que tenía que consultarte. Yo soy el responsable de finanzas. Tengo la mayoría de acciones, estoy en mi derecho —dijo fríamente Esteban. —Esteban, tenemos más de diez años trabajando, y estas decisiones siempre las hemos tomado juntos. Mira, yo entiendo que estás pasando un momento difícil por tu pérdida, pero los proveedores no tienen la culpa de la muerte de tu hijo. —Tú no sabes lo que yo estoy pasando porque tus hijos están vivos, porque no has vivido lo que significa perder a un hijo. ¡Tú no sabes el dolor que siento, así que nunca más me digas que sabes lo que siento! —Está bien, tienes razón, no sé lo que sientes porque no lo he vivido, pero lo que sí sé es que les estamos haciendo daño a personas buenas, que nos han ayudado en todos estos años, como Ernesto León, por ejemplo. —Ese huevón es un comechado, vive de nuestro negocio, es un parásito, que se joda y que aprenda de una vez por todas a hacer negocios, que su papito Esteban no lo va a salvar esta vez. —¿Te refieres al papito Esteban que no pudo salvar a su hijo y ahora quiere abandonar y joder al resto del mundo? —dijo Rafael con ruda ironía. —Cómo te atreves, so pedazo de basura, a recordarme que no pude salvar a mi hijo —gritó Esteban mientras se paraba de la silla. Rafael se puso de pie también —. No solo eres un desgraciado. Además eres sádico, disfrutas del dolor ajeno, eres una mierda —y lo empujó tan fuerte que lo estrelló contra la puerta de la oficina. Rafael se levantó adolorido y le dijo resignado: —Ya no puedo trabajar contigo. No voy a ser cómplice de tus maltratos a los
proveedores y a la gente. Te quedas solo. Lo único que me da pena es que se va a ir a la mierda esta compañía, a la que he dado todo de mí. —El único que se va a ir a la mierda eres tú, porque también eres un parásito. Si no fuera por mí esta empresa no existiría. Yo soy el motor, yo soy el que trajo la experiencia, el que hace que las cosas funcionen. No te necesito para nada. —Siento pena por ti, Esteban. Va a llegar un momento en el que ya no tengas a nadie más a quién culpar y enfrentes tus propios demonios. Solo te deseo suerte —le dijo Rafael mientras salía. Luego empacó sus pertenencias y se fue de la empresa.
Capítulo 15
La meditación
Un día en la iglesia, antes de misa, Antonella vio que una amiga suya leía un libro. Trató de ver el título, pero solo alcanzó a leer «siete semillas». Le llamó la atención, se acercó y le preguntó: —¿Qué lees? —Un libro de mi marido, El secreto de las siete semillas. Es sobre una persona de negocios que se transforma a través de la meditación y otras enseñanzas. —Eso necesita mi marido a gritos —exclamó Antonella. —En realidad, yo pensaba que solo era un libro de negocios, pero nada que ver. Más bien te muestra la importancia y los beneficios de la meditación. —¿Meditación? —Sí. Parece que cuando das dirección a tus pensamientos y los manejas de manera consciente algo pasa en tu mente que te da mucha paz y felicidad. —Suena interesante —respondió Antonella, que ya había tomado la decisión de comprar el libro. Antonella lo leyó esa misma noche, y al día siguiente estaba convencida de que quería aprender a meditar. El autor sugería aprender a hacerlo en un sitio llamado Brahma Kumaris. Antonella buscó en Internet y se animó a llamar. —¿Ustedes enseñan a meditar? —preguntó. —Así es. Tenemos un taller de ocho sesiones de hora y media cada una. Justo empezamos esta tarde a las seis —le respondió la recepcionista. —¿Cuánto cuesta? —Lo hacemos gratuitamente, pero si usted quiere hacer una contribución
voluntaria, puede dejarla en un ánfora. Antonella llegó temprano. Tocó el timbre, pasó y se dio con una escalera. Subió temerosa y entró a una gran sala decorada con enormes jarrones de flores y un gran cuadro rojo que tenía al centro algo así como un punto de luz. A los costados del cuadro había dos fotos: una de un anciano con bigote y túnica blanca y la otra de una señora un poco más joven, ambos de apariencia y vestimenta hindú. Antonella se puso a la defensiva; efectivamente podía tratarse de una secta, como lo sospechó al principio. Al medio de la sala había siete sillas, cuatro de las cuales estaban ocupadas. En las primeras dos estaban sentados dos hombres vestidos totalmente de negro y con los pelos pintados de fucsia. Tenían apariencia de roqueros. En la otra silla vio a un hombre con el pelo tan largo que lo tenía amarrado en una cola. Parecía un hippy completo. En la última silla ocupada había una señora de al parecer sesenta años que no paraba de hablarles a los otros tres. —Disculpen, ¿esta es la clase de meditación? —preguntó Antonella dubitativa. —Así es, toma asiento —la invitó la señora, que no perdía oportunidad para hablar—. Me llamo Margarita. En ese momento entró una mujer de cerca de treinta años, muy atractiva y vestida con unos shorts muy pequeños. Pasó delante de los roqueros, que no pudieron despegar la mirada de sus piernas. Antonella se sentía muy incómoda. La gente le parecía muy rara, y encima estaba la figura de un maestro de la India. Se paró como para irse del local, pero en ese momento salió de una de las habitaciones una mujer de unos cuarenta años vestida con un sari totalmente blanco. La mujer, de baja estatura, era delgada y de hermoso rostro; sin embargo, lo que más destacaba en ella era la energía que emanaba. Antonella, cautivada, volvió a su asiento. —Hola a todos. Me llamo Nina, y voy a ser su profesora del curso de meditación —dijo con dulce tono de voz y esbozando una serena sonrisa. —Hola, Nina —dijo Margarita incontenible—. Yo pensaba que el curso nos lo iba a dar ese maestro en la pared, el maestro de las siete semillas. Nina le sonrió con cariño y dijo: —Él fue el fundador de Brahma Kumaris, pero falleció hace años. Él no es el
maestro de las siete semillas. Que yo sepa, ese maestro no existe —dijo para decepción de Margarita—. Les cuento que Brahma Kumaris es una universidad espiritual con presencia en ciento veinte países del mundo, donde enseñamos a meditar y a encontrarnos con nuestra maravillosa esencia, nuestra energía interior —dijo Nina con entusiasmo. —Hola, me llamo Nancy. Soy una católica creyente, y no quiero que nadie me cambie mi religión. —Si vas vestida así a misa debes tener bizcos hasta a los curas —dijo Margarita divertida y fijándose en sus shorts. Nancy la miró sorprendida, abrió la boca, levantó las cejas, hizo una inspiración profunda y decidió no responder a la agresión. Sin embargo, Antonella se sintió identificada con el comentario de Nancy sobre la religión, porque ella tenía los mismos temores. —No se preocupen, Brahma Kumaris no es una religión, tampoco una secta. Solo somos personas que queremos ayudar a otras personas a encontrarse consigo mismas, a hallar su esencia divina a través de la meditación —respondió Nina. Antonella se tranquilizó. Nina parecía una persona extremadamente bondadosa y bien intencionada. —Bueno, cuéntenme ahora por qué han venido. —Bueno, yo he venido… —empezó Margarita. —Perdón —le dijo Nina con firme amabilidad—, pero vamos a empezar con Nancy, y luego vamos a ir tomando turnos. —Como les dije, soy muy católica, y en la misa el padre siempre dice que meditemos sobre la humildad y el amor de Cristo, y que meditemos y meditemos. Y bueno, yo he venido a aprender a meditar —dijo Nancy con candor. Nina la miró con una tierna sonrisa y dijo: —Meditar en ese contexto es reflexionar sobre algo, pero aquí la meditación que
enseñamos es a ir un poco más profundo; es conectar con nuestra esencia desde los pensamientos puros. Al enfocar nuestros pensamientos y sentimientos en el ser, el ego queda de lado. Otras formas de meditar intentan dejar de pensar por completo; sin embargo, el Raja Yoga busca ayudarnos a dejar de generar pensamientos inútiles y negativos, y en su lugar dar espacio para la creación de pensamientos puros y elevados. Nancy hizo un gesto de desconcierto. Dudó un momento si se iba o no, pero decidió quedarse. Nina miró a Antonella, como dándole la palabra. —Hola, soy Antonella. Yo leí el libro El secreto de las siete semillas, y me llamó la atención la técnica de meditación y sus beneficios. La verdad es que acabo de vivir el momento más difícil de mi vida, y si algo me puede dar paz estoy dispuesta a probarlo. Nina la observó con una mirada colmada de amor y le dijo: —La meditación es como un paraguas. Cuando cae la lluvia de dificultades, dolores y problemas, nos permite quedarnos secos de emociones desagradables y mantener nuestro espacio de paz interior. Estoy segura de que vas a reencontrar la paz que llevas dentro de ti.
Capítulo 16
Antonella en la luz
El resto de personas compartió sus motivos para estar allí, y luego Nina continuó. —Como seres humanos, podemos pensarnos desde dos dimensiones: «ser» y «humano». La parte humana es nuestro cuerpo, sentidos, instintos; pero también está el ser, desde donde surgen nuestros pensamientos e incluso sentimientos más puros, de donde brota nuestra esencia espiritual. Es precisamente la parte espiritual la que los ha traído acá. Es la energía que está dentro de sus cuerpos. Somos alma y tenemos un cuerpo, pero al alma usualmente la tenemos abandonada. —Ay, no hay que hablar tanto de almas que me dan miedo los fantasmas —dijo Margarita un poco angustiada. —En Brahma Kumaris solo ayudamos a que las personas se conecten consigo mismas, desde el alma; pero, si te incomoda la palabra, voy a tratar de usar «nuestra energía interior» en lo posible —dijo Nina con cariño. —¿Han visto el comercial de ese muñeco con la pila Duracell? —preguntó Nina a la clase—. Nuestro cuerpo es como ese muñeco, que necesita la pila que es nuestra energía interior para andar; pero esa pila se gasta, y debemos recargarla. La meditación justamente nos pone en o con una fuente inagotable de energía divina que nos recarga y, sobre todo, nos hace recordar que somos esa pila. A nivel del muñeco, es decir, del cuerpo, tenemos todos los recursos para poder mantenerlo. Podemos comer bien, hacer deporte, respirar y dormir; pero a nivel de alma usualmente no tenemos una forma de cuidarla y alimentarla. Justamente para esto sirve la meditación. —Disculpa —dijo Nancy enérgicamente—, yo sí me siento alimentada, como alma, a través de mi religión católica. —Me parece maravilloso. Entonces, la meditación va a ser otro canal para ti. Si quieres recargar tu combustible espiritual, es bueno que haya más de un grifo,
¿no? La ventaja es que la meditación la puedes hacer en cualquier lado. El templo es tu cuerpo, donde puedes conectar con tu alma cuando quieras — afirmó Nina—. Ahora hay personas que son muy religiosas, pero no conectan con su ser elevado, su energía interior; personas que siguen todos los mandamientos de la Iglesia, pero no sienten esa esencia divina que nos rebalsa de amor y de paz. También hay personas religiosas muy espirituales. No se cuál eres tú, Nancy, pero no interesa, lo que importa es que conozcas un camino más —y Nancy quedó tranquila con la explicación. —Bueno, ahora mantengan los ojos abiertos o los cierran si desean. Quiero que se concentren en su respiración, en cómo el aire entra y sale por su nariz. Luego nos concentramos en la cima de la cabeza, ahora en la cara. Relajamos nuestra cara... —y Nina siguió bajando por las diferentes partes del cuerpo, pidiéndoles a los participantes que las relajaran con una voz delicada e hipnótica—. Estoy en un agradable estado de bienestar. Soy un ser de paz. Voy más profundo, soy un ser de luz, soy un ser de calma y de este, mi lugar. Es fácil percibir mi poder y belleza, mi naturaleza espiritual. Viajo hacia lo alto, hacia la dimensión de la luz, y suelto cualquier pensamiento que me pueda anclar a una consciencia más limitada. Suelto, suelto con libertad. Me visualizo, yo, el alma, en un hermoso cielo de color rojo dorado, y me siento sostenido, yo, el ser, por una hermosa presencia brillante, divina, profundamente amorosa. Me siento acogido, abrazado por rayos de amor de luz….. Mientras Nina hablaba con suavidad y ternura, Antonella se iba dejando llevar como un velero que es impulsado lentamente por una leve brisa marina. La invadió de pronto una sensación de tranquilidad, paz y bienestar, que poco a poco se transformó en un sentimiento de amor elevado y felicidad. Pero no era el amor que podría experimentar por un familiar o ser querido; era una sensación divina de amor trascendente. Se percibía unida al todo, amada incondicionalmente, acogida, segura. No recordaba haberse sentido así antes. Antonella advirtió que había descubierto una veta de oro dentro de sí, que siempre estuvo allí, pero nunca supo cómo encontrar. —Ahora vamos regresando, moviendo los dedos de las manos; vamos regresando a nuestro cuerpo, a nuestros sentidos y abrimos los ojos —dijo Nina terminando la meditación—. ¿Cómo les fue? —Está todo muy lindo, pero ¿cuándo empezamos la meditación? —preguntó Margarita.
Nina soltó una mirada pacífica y compasiva, y le dijo: —Esto es meditar. El tipo de meditación se llama Raja Yoga. Es lo que se llama el yoga de la mente. —Entonces no medité nada. La verdad es que por cada oración que decías me venían decenas de pensamientos. No podía calmar mi mente. —Paciencia, es la primera clase. No es fácil calmar la mente. Tenemos cincuenta mil pensamientos diarios. Requiere de mucha práctica. Se escuchaba un ronquido. El hippy de pelo largo se había quedado totalmente dormido. Todo el grupo estalló en carcajadas que lo despertaron. —Perdone, estaba cansado —se disculpó. —Es totalmente normal —explicó Nina—. Cuando meditamos, las ondas cerebrales reducen su velocidad, y se asemejan a las ondas del sueño. Es muy fácil entonces quedarse dormido. ¿Alguien experimentó una sensación de plenitud, amor o conexión con lo divino? Todos se miraban, pero nadie se animaba a responder. Después de unos instantes, Antonella levantó la mano y dijo: —La verdad es que nunca me había sentido así en mi vida. Me llené de amor y de paz, y ahora estoy totalmente tranquila, amada, y como que veo la vida de una forma distinta. No sé cómo explicarlo, tampoco sé cuánto me va a durar. —Debes ser un alma vieja, porque son muy pocos los que conectan como tú a la primera. Lo que has sentido ha sido la conexión con tu alma y el vínculo con lo divino. Efectivamente, te da otra perspectiva de la vida. Es como una persona que tiene glaucoma, hasta que un día la operan de los ojos y empieza a ver el mundo con otra perspectiva. Antes su mundo tenía manchas, no veía con claridad. Similarmente, cuando somos «haceres humanos» y nos sumergimos en la cotidiano de esta vida, no vemos con claridad la belleza del mundo, y nos llenamos de pensamientos desagradables o inútiles que nos hacen olvidarnos de quiénes somos realmente. Cuando uno medita y se conecta con su esencia divina, recuerda que es un ser de luz, un ser de amor, y te hace ver la vida de forma totalmente distinta. Cuando meditas te das un espacio para «ser» humano.
—Pero ¿cuánto dura esta sensación? —Al inicio tal vez poco, pero la buena noticia es que si practicas la meditación diariamente la sensación regresa, y poco a poco se va prolongando. A medida que sigues meditando te vas transformando en una persona que vive en su vida real y participa de las cualidades maravillosas del alma. Si tú agarras un recipiente y le pones tierra, agua y lo mueves, lo que verás es un líquido marrón; pero cuando dejas el recipiente quieto un minuto, la tierra se va al fondo y el agua se aclara y se torna limpia. Cuando meditamos, permitimos que nuestros pensamientos de tierra se asienten, y lo que aflora es nuestra alma pura, nuestra esencia, que es lo que Antonella ha sentido en la sesión de hoy. La clase terminó, y todos se despidieron.Ya en su casa, Antonella bajó de Internet a su celular una meditación guiada de Raja Yoga y meditó antes de dormir. Sintió mucha paz y amor, pero no fue tan intenso como en el centro. Poco después terminó su curso y siguió el avanzado, y luego empezó a ir dos veces diarias al centro de Brahma Kumaris a meditar, a las seis de la mañana y a las siete de la noche. Antonella tomó entonces consciencia de que había sido una persona religiosa, pero no espiritual, y que más bien los rituales y creencias de su Iglesia le habían dado la estructura que necesitaba su vida en el momento de la enfermedad y muerte de su hijo. Siguió visitando la iglesia y rezando, pero su conexión con lo divino había cambiado. Cuando iba a misa, realmente se conectaba a la divinidad, y no se limitaba a seguir operativamente las instrucciones del padre. Había pasado un año desde la muerte de su hijo, y se había transformado en un ser totalmente bondadoso, comprensivo y lleno de luz.
Capítulo 17
Cinco años después
Luego de cinco años, Esteban y Antonella habían tomado caminos opuestos. Ella meditaba dos veces al día en Brahma Kumaris, se había convertido en vegana, hacía ejercicios, dedicaba tiempo a ayudar a los padres de los niños con cáncer y era voluntaria en el centro de Brahma Kumaris. Él en cambio se había entregado totalmente a su negocio. Ya tenía sesenta restaurantes en Perú, Chile, México y Colombia, pero seguía peleado con el mundo. No se vivía un buen clima laboral en su empresa, no había cariño, todo se compraba con dinero. Pagaba buenos sueldos a sus ejecutivos, pero los hacía trabajar con frecuencia sábados y domingos. Fiorella ya tenía quince años y la apariencia de una mujer. De contextura delgada, como Antonella, aunque más alta, tenía el cabello negro y los ojos verdes. Su adolescencia la pasó con estrépito. Era muy rebelde, floja en el colegio y lo único que le interesaba era salir a reuniones y fiestas. Incluso, a los trece años la recogieron de una fiesta en coma etílico. Esteban le prohibió salir los fines de semana durante tres meses y luego le prohibió por completo el alcohol. Fiorella no le hizo caso. Siguió tomando mucho, pero lo hacía al comienzo de las reuniones. Se emborrachaba pronto, pero poco a poco se le iba pasando, comía una enorme cantidad de chicles y cuando la recogían ya estaba perfecta. Guardaba mucho rencor contra Esteban porque siempre Miguel fue su hijo preferido. Sin embargo, cuando murió, no solo perdió a un hermano, sino también a su padre, que se distanció totalmente. Ese rencor era un combustible muy poderoso, que la hacía más rebelde aún. Esteban se había dedicado a comer y a tomar sin límite, y engordó más allá de lo saludable. Todas las noches llegaba a su casa, comía y se iba a beber en soledad a la sala. Muchas veces tomaba tanto que se quedaba dormido sobre el sofá hasta el día siguiente con la ropa puesta. No tenía ningún amigo, y la relación con Antonella solo seguía viva porque ella era, gracias a su desarrollo espiritual, sumamente compasiva. Cualquier otra mujer lo hubiera dejado. Era exitoso en los negocios, pero totalmente infeliz como ser humano. Una noche Rafael llamó a casa de Esteban. Antonella contestó:
—Hola, Rafael, ¿cómo has estado? —Bien, ¿y tú? —Ya no puedo más, Esteban se está autodestruyendo. —Creo que ya es tiempo de hacer algo, ¿no crees? En ese momento, Antonella escuchó desde su habitación que Esteban llegaba, y le dijo a Rafael: —Te llamo más tarde. Esteban llegó cansado y hambriento, y se sentó a comer casi sin decir palabra. —Rosita, tráeme mi comida y luego le avisas a la señora que ya llegué —ordenó escuetamente. Rosita le sirvió su comida y empezó a caminar hacia la habitación para avisarle a Antonella. —Carajo, ¿qué mierda es esto? Sabe a borrador, carajo. ¡Antonella! —¿Qué pasa? —le preguntó Antonella al llegar. —Ya te he dicho que si quieres comer tus lechugas y huevadas raras, está bien, haz lo que te dé la gana, pero a mí me das mis carnes. Yo trabajo todo el día y me mato, no como tú, que te vas a meditar y estás ommm todo el día. —Esteban, te he dado un trozo de tofu en lugar de carne. Estoy muy preocupada por tu salud. Lo que pasa es que cuando consumes carne también comes sus hormonas, y te dan mucha agresividad. No necesitas más agresividad de la que ya tienes. Como te he dicho tantas veces, necesitas ponerte en o con tu alma, tu espiritualidad, con lo divino. —De nuevo con la misma sonsera. Ya me tienes cansado con la cantaleta del espíritu. Yo no creo en esas huevadas. ¿Sabes qué creo? Que esta secta de Brahma Kumaris te ha lavado el cerebro, que te crees todas las estupideces que te dicen. Solo estoy esperando el momento en que me pidan plata. Esos estafadores no hacen nada gratis. Solo están cuidando su gallina de los huevos de
oro, pero esta gallina no suelta huevo. —Nadie te va a pedir tu huevo, no te preocupes, los conozco bien. Lo que realmente mueve a estas personas es ayudar a otras personas a encontrar a Dios dentro de sí. Entiendo lo difícil que es para ti hallar tu propia divinidad cuando tu corazón está tan lleno de dolor y rabia por la muerte de Miguel. —¿Otra vez nombras a Dios? Ya te dije que no quiero escuchar el nombre de ese desgraciado que me quitó a mi hijo. Antonella había hablado cientos de veces con Esteban para convencerlo de que se pusiera en paz con la muerte de su hijo, pero él quería seguir secuestrado por el dolor y el odio. Para ella era difícil vivir una vida positiva y de desapego al lado de una persona tan llena de rencor, pero lo tomaba como un reto que le había puesto Dios. Su único temor era la salud de Esteban, pero logró por fin convencerlo de hacerse un chequeo médico. —Tiene veinte kilos de sobrepeso, sus triglicéridos están en seiscientos cuando deberían estar en ciento cincuenta como máximo, su colesterol está en trescientos veinte cuando debería estar por debajo de doscientos, su glucosa está en ciento veinte cuando debería estar por debajo de cien y su presión está en diecinueve cuando no debería pasar de quince. La verdad es que no sé cómo está vivo —sentenció el médico. —Doctor, desde que mi hijo murió me quiero morir. La verdad es que no me está dando tan malas noticias —respondió tranquilamente Esteban. —Esteban, ¡no hables así! —le increpó angustiada Antonella—. No te puedes ir todavía, tienes una hija de quince años que necesita un papá. —Ya, está bien, dígame qué hacer, doctor —dijo Esteban totalmente desinteresado. —Quiero ponerle una inyección para bajarle la presión inmediatamente, porque a su edad corre el riesgo de un derrame. Además, le voy a recetar unos medicamentos que tiene que tomar diariamente para controlar la presión y bajar el colesterol. Sin embargo, lo más importante es que tiene que cambiar de vida. —Lo que usted diga, doctor.
El doctor le puso la inyección y Antonella compró los medicamentos recetados. El miércoles, Esteban llegó a casa, le dio un beso a Antonella y se fue a la sala a beber. Ella le recordó las palabras del médico, pero hizo un gesto con la mano y empezó su botella de Johnnie Walker. A las cuatro de la mañana, Esteban abrió los ojos. Trató de moverse, pero le dio un agudo dolor en el cuello. No gritó para no despertar a Antonella. Fue al baño a orinar tomándose el cuello. Le vinieron unas súbitas náuseas, pero alcanzó a llegar al inodoro. Después de vomitar empezó a sudar y a tiritar, como si tuviera fiebre. Fue caminando con dificultad a la cama y se tendió. Sentía que no podía moverse y un dolor que le partía la cabeza en dos. Algo estaba terriblemente mal. —Antonella, Antonella —alcanzó a decir. —Sí, ¿qué pasa? —No sé qué me pasa. He vomitado, tengo fiebre y un dolor que nunca he sentido antes en mi cabeza y cuello. Antonella se levantó rápidamente y le tocó la frente. Quemaba. Fue corriendo al botiquín del baño y regresó con pastillas para bajar la fiebre y un vaso de agua. Luego le aplicó paños húmedos fríos para refrescarlo, pero después de media hora Esteban se revolcaba de dolor. Decidió llevarlo a la clínica. La ambulancia llegó a los quince minutos, le pusieron una inyección para bajar la fiebre y lo llevaron en una camilla a la clínica.
Capítulo 18
La experiencia
Esteban llegó a la clínica en coma, y lo condujeron a una habitación de cuidados intensivos. De pronto, sintió que se elevaba hasta el techo. Flotaba en el aire hasta que se dio cuenta de que abajo estaba su cuerpo físico, inconsciente. Al lado estaba Antonella, el doctor y dos enfermeras, una con un mandil amarillo y la otra con uno blanco. Esteban no entendía lo que estaba pasando, pero no sentía miedo. Primero, al salir de su cuerpo, escuchó un zumbido muy fuerte, como una vibración aguda, pero luego pudo escuchar la conversación que ocurría debajo de él. —¿Sabe qué estuvo haciendo antes de su crisis? —preguntó el doctor a Antonella. —Él toma todas las noches hasta antes de dormir. —Sáquele una muestra sangre y llévela al laboratorio urgente —ordenó el doctor a una enfermera—. El pulso está muy débil. Aplíquele una inyección de epinefrina inmediatamente —indicó a la otra enfermera. Luego el doctor sacó un lapicero apuradamente de su bolsillo, y la tapa cayó al piso debajo de la cama. —Voltéalo —ordenó el doctor—. Quiero sacarle una muestra de su líquido cerebroespinal. Esteban traspasó el techo como si fuera un espectro. ¿Significaba eso que estaba muerto?, se preguntó. Luego se sintió en un vacío totalmente oscuro, pero no tuvo miedo, sino más bien lo tomó una sensación de mucha paz y tranquilidad. Después apareció una luz muy brillante a lo lejos. Esteban supo que tenía que acercarse a esa luz, y se dirigió flotando en esa dirección. En el camino vio a un ser brillante que se le acercó. —Hola, papá —dijo Miguel a Esteban, pero sin mover los labios. —Hijo, eres tú. No sabes cuánto te he extrañado. —Lo sé, papá. Quiero que sepas que estoy bien, que cuando uno muere la vida
continúa. Es como pasar de primaria a secundaria, pero aquí todo es maravilloso. Solo puedes sentir amor —dijo telepáticamente Miguel. Esteban estaba inundado de amor, se sentía seguro y tranquilo. Cuando llegaron al final del túnel arribaron a un sitio colmado de una luz muy brillante difícil de describir, porque no hería los ojos. Era una luz que emanaba de una entidad que se acercó y le preguntó telepáticamente: —¿Estás listo para morir? —Desde que se fue Miguel siempre he querido morir. No soporto estar separado de mi hijo. —¿Qué has hecho con tu vida? La pregunta tomó por sorpresa a Esteban, pues entendió que en realidad lo que la entidad quería saber era qué tanto bien había hecho en su vida a los demás. Hizo un repaso rápido de sus días. Pensó en Rafael, su socio de toda la vida, al que prácticamente había expulsado de la empresa. Pensó en todas las personas que habían soportado sus exabruptos. Pensó en los maltratos a Antonella, en el abandono de Fiorella y en lo poco generoso que había sido con los empleados en su oficina. Lo único realmente positivo que le venía a la cabeza era cómo había ayudado a su hijo en su enfermedad. —La verdad es que no mucho. Salvo ayudar a mi hijo en su enfermedad y cuidarlo, he vivido dando muy poco amor a los demás, muy centrado en hacer crecer mi negocio —respondió Esteban, pero sin experimentar ninguna culpa. No podía entender cómo podía sentir solo amor a pesar de saber que se había equivocado en todo. —Este no es tu momento de morir. Todavía tienes tiempo de hacer más con tu vida —dijo la entidad. Después Esteban vio todo oscuro y sintió que regresaba por el vacío a toda velocidad. Abrió los ojos y se encontró en una cama, ya en su cuerpo. No estaba seguro de si lo que había vivido era un sueño o efectivamente había muerto y luego revivido. Recordaba el dolor que lo atacó en la madrugada, tenía la imagen de sí vomitando y que llegaron paramédicos y le inyectaron algo. Recordaba también toda su experiencia en el cuarto en la clínica mientras estaba flotando en el aire, así como la conversación de Antonella con el médico, y que se le había
caído la tapa del lapicero al doctor. —La tapa, eso es. Si hay una tapa, lo que he visto y vivido es real —se dijo a sí mismo. Esteban quiso levantarse para buscar la tapa debajo de la cama, pero sonaron todas las alarmas de los equipos a los que estaba conectado. Llegó corriendo una enfermera. —¿Ya se despertó? ¡Qué bueno! Espere, espere, tómelo con calma, no puede pararse ahorita —le dijo agitada la enfermera. Esteban la reconoció. Era una de las que asistió al doctor. —Solo quiero pararme para ir al baño —le dijo Esteban mintiendo. —Usted ha estado dos días en coma. No puede pararse abruptamente. Déjeme ayudarlo —dijo la enfermera mientras lo desconectaba de las máquinas—. A ver, agárrese de mi hombro. Apenas dejó la cama, Esteban se dejó caer al suelo y miró debajo de la cama. Al comienzo estaba totalmente mareado, y no podía ver bien, pero una vez que se recuperó vio que justo debajo de la cama, al medio, estaba la pequeña tapita del lapicero. Estiró la mano y la tomó.
Capítulo 19
De regreso en la Tierra
Pasaron a Esteban de cuidados intensivos a una habitación. Estaba convencido de que había salido de su cuerpo, se había comunicado con su hijo, había cruzado un túnel, se había encontrado con la entidad y luego había regresado a su cuerpo; pero toda la experiencia lo tenía bastante confundido. Desde la muerte de Miguel vivió negando la existencia de Dios, y se había burlado incluso de la espiritualidad. Continuamente había dicho que quería morir para encontrarse con su hijo, pero realmente no creía en la vida después de la muerte. Solo lo decía porque no soportaba vivir sin Miguel. Siempre creyó que el objetivo de la vida era tener más y hacer más para uno mismo, pero la experiencia que había vivido le hacía cuestionar sus valores y creencias más fundamentales. Entró un médico a su habitación. Esteban lo reconoció. Tenía su lapicero en el bolsillo de su bata, pero sin tapa. La enfermera que lo ayudó a pararse en la sala de cuidados intensivos entró con él. —Caramba, qué bueno que se despertó. Soy su médico neurólogo. —Hola, doctor. Dígame, ¿qué me pasó? —Le dio meningitis, una enfermedad muy grave. —¿Qué es eso? —Es una infección que se caracteriza por inflamar las meninges. —Castellano, doctor, por favor —le dijo Esteban con un tono de frustración. —Mire, las meninges son membranas de tejido conectivo que cubren todo su sistema nervioso central. Eso incluye al cerebro, y puede ser muy grave. En su caso, lo llevó a un coma que le ha durado dos días. Le hemos puesto muchísimos antibióticos. Estábamos realmente preocupados. —Doctor, ¿qué pasó con la tapita de su lapicero?
—No lo sé. Se me perdió hace dos días, y no la encuentro. —Aquí tiene, doctor, yo la encontré. ¿Quiere saber cómo lo hice? —¿No acaba de salir del coma? —Doctor, la verdad es que quiero contarle la experiencia que tuve. No me lo va a creer —dijo Esteban entusiasmado. —¿Qué experiencia? —preguntó el doctor intrigado. —Doctor, cuando me trajeron a cuidados intensivos hace dos días, salí de mi cuerpo. Luego vi y escuché todo lo que pasaba en la habitación. Por ejemplo, usted pidió que me hagan un análisis de sangre. Luego le dio una orden a la señorita enfermera que está con usted, pero lo hizo tan rápido que la tapa de su lapicero cayó al suelo. Yo la vi caer debajo de la cama. Después vi cómo me volteaban para extraerme el líquido cerebroespinal —dijo Esteban muy rápido y emocionado por su experiencia. —Esteban, lamento decepcionarlo, pero es totalmente normal tener alucinaciones, sobre todo a causa de las dosis de fármacos que le aplicamos. —No, doctor, usted no entiende. Yo he visto todo lo que pasó. Después vi un túnel y una luz brillante; inclusive vi a mi hijo, mi hijo fallecido hace seis años. No puedo haberme imaginado todo eso. —Mire, la verdad es que esto le pasa a algunos pacientes que están en condición crítica, pero la ciencia ha demostrado que son alucinaciones. También ha podido ser un sueño muy vívido. Esas cosas no existen —sentenció el doctor incrédulo. Esteban estaba enojado y frustrado por las explicaciones del doctor, pero la enfermera lo miró fijamente y le hizo una seña con las manos para que callara. Esteban se calmó y le dijo al doctor: —Esta bien, doctor, pero ¿está seguro de que no me dieron ayahuasca?, porque me he mandado un viaje de los buenos. Todos en la habitación rieron. El doctor lo terminó de examinar y lo encontró bastante bien, pero le explicó que tenía que quedarse un par de semanas más en la clínica para curarlo por completo de la meningitis. Una vez que se fue el
médico, la enfermera le dijo a Esteban: —Disculpe que me meta, pero lo que usted vivió sí fue real. Se le llama experiencia cercana a la muerte. Yo he tenido varios pacientes a los que les ha ocurrido algo similar a lo que usted le contaba al doctor. Lo que pasa es que estos médicos solo creen en lo que les dice su ciencia. Mi consejo es que no lo comente con nadie por ahora. Le recomiendo que busque a otras personas que hayan vivido una experiencia similar. Si no me equivoco, existe una asociación, NDE. Reúnase con ellos para que lo ayuden a entender un poco más de ese plano. Esteban le agradeció a la enfermera y se sintió mucho más aliviado. El hecho de pensar que era solo su imaginación la que le había permitido ver a su hijo lo aterraba. Él sabía que había visto a su hijo y que estaba bien. Al poco tiempo, llegaron Antonella y Fiorella, felices por su recuperación. Esteban estaba desesperado por contarles a ambas su experiencia, pero no iba a cometer el mismo error dos veces. Siguió el consejo de la enfermera, y no dijo nada.
Capítulo 20
Gabriela
Esteban llegó antes de las cuatro al café donde había quedado encontrarse con Gabriela Sarmiento, la fundadora de la filial de NDE (Near Death Experience) en Perú. Tomó asiento y pidió un cortado sin azúcar mientras miraba a las personas a su alrededor. Esteban llamó a Gabriela y le contó que había vivido una experiencia cercana a la muerte y necesitaba hablar con ella. Estuvo esperando unos minutos, y luego la reconoció cuando la vio entrar. —Gracias por aceptar reunirte conmigo tan pronto —le dijo Esteban visiblemente agradecido. —No te preocupes. Siempre ocurre lo mismo. Las personas que tienen una NDE necesitan hablar con otros que los entiendan. Uno puede llegar a sentirse muy solo y hasta un poco loco —le respondió Gabriela cariñosamente. Esteban le contó toda su experiencia mientras Gabriela tomaba notas en un cuaderno. Ella iba haciendo unos círculos sobre los puntos claves de la historia. —Bastante completa tu experiencia —le dijo—. Algunas personas solo viven la consciencia fuera de su cuerpo y se ven de arriba hacia abajo, en hospitales, accidentes o infartos. En tu caso viste mucho más. —¿Y eso es bueno o malo? —Una de las cosas que aprendes con estas experiencias cercanas a la muerte es que no hay bueno ni malo. Antes de mi experiencia NDE, pensaba que lo peor que te podía pasar era la muerte; pero ahora tú y yo sabemos que la muerte no existe, sino que uno continúa viviendo, pero en otro plano. —Tú también has tenido una experiencia. ¿Me la puedes contar? —Por supuesto. Fue cuando estaba dando a luz. Tenía treinta y un años. Ahora tengo cincuenta y uno. Era mi segundo hijo, también con cesárea. Parecía que todo estaba perfecto, pero pasaron algunas horas y me atacaron unos dolores abdominales terribles. Me dio una fiebre altísima y entré en shock. Fallaron mis
riñones y me empezó una arritmia cardiaca. Lo que había pasado era que en la cesárea me habían perforado los intestinos, y su contenido había drenado a mi cavidad intestinal. A los pocos días me dio un paro cardiaco que provocó mi experiencia cercana a la muerte. Lo último que escuché estando en mi cuerpo fue el sonido del monitor que indicaba que ya no tenía pulso. Luego estuve fuera de mi cuerpo, pero en el cuarto del costado. Vi cómo las enfermeras corrían hacia mi habitación desesperadas. Luego me paseé por los otros cuartos del hospital. A continuación se puso todo negro, pero no sentía miedo, ni dolor, era una absoluta sensación de seguridad. Luego percibí que una presencia me acompañaba y me daba mucha paz. Seguidamente vi recuerdos de mi vida. Era algo muy extraño, porque no solo veía la situación como en un holograma de tres dimensiones, sino que además sentía como ellos sentían. Al comienzo pasaron todas las veces que traté mal a distintas personas en mi vida. No me sentía juzgada por la entidad de luz, pero me daba pena lo que había hecho; una parte de mí quería regresar a tratar de pedirles disculpas, a enmendar mis errores. Pero no solo estaban mis acciones, sino también mis pensamientos negativos hacia otras personas. Los volvía a experimentar, y me arrepentía. Luego vinieron las imágenes del pasado de las oportunidades en que había hecho el bien, y me llené de alegría y satisfacción. —Yo no tuve esa experiencia. Si me hubieran pasado mis acciones y pensamientos negativos, lo más probable es que no hubiera alcanzado el tiempo. Pero quizá en ese plano no exista el tiempo. —Es importante que sepas que no todos tienen los mismos elementos en su experiencia cercana a la muerte, aunque hay algunos que sí se repiten siempre. Pero tienes razón en relación con la experiencia del tiempo. Pude ver toda mi vida en lo que sería quizás un segundo en la tierra. En el plano de las almas, es como si todo ocurriera de forma simultánea, como si no existieran los conceptos de pasado, presente y futuro. Me quedó claro que todos somos responsables de nuestras acciones y pensamientos, y que desde ese momento jamás haría daño a ninguna persona. Seguí ascendiendo, y llegué a un sitio donde los colores eran tan vívidos y brillantes que es imposible describirlos en palabras. Luego me vi rodeada de muchas almas, todas brillantes. Reconocí a algunas, como mi hermano, que murió antes de que yo naciera, al que solo conocía por foto. Me sentía completa, amada y unida a todos, pero en mi mente tenía claro que debía decidir si me iba o me quedaba. Me provocaba quedarme. La sensación de amor era algo indescriptible, pero tenía que cuidar a mis hijos. Luego todo se desvaneció, estuve de regreso en mi cuerpo y volví también al dolor. Es entonces
cuando cometo un error. Había sentido tanta paz, amor y bienestar, que ya no quería estar en mi cuerpo enfermo. Tenía un tubo que pasaba por mi boca, mediante el cual respiraba, y pensé que si lo mordía y volvía a morir regresaría al plano donde había estado. Eso hice, sin pensar en mis hijos. Fui muy egoísta. Pero en lugar de regresar al mismo sitio lleno de luz y colores, volví a un plano más oscuro. Ya no sentía amor incondicional, sino miedo. Estaba totalmente sola. Entendí que una cosa es morir y otra suicidarse, pero ya era muy tarde. Quise regresar, pero no podía. Empecé a angustiarme; sin embargo, aparecí en mi cuerpo de regreso. Las enfermeras habían reparado el tubo, y nuevamente volví a la vida. —En otras palabras, ¿lo que me estás diciendo es que el suicidio está descartado? —preguntó inquieto Esteban. —Posteriormente averigüé que aquellas personas que se suicidan van a un plano de poca luz, un lugar intermedio. Quitarse la vida es lo peor que uno puede hacer. Aunque estés sufriendo en la Tierra y tu vida te sea insoportable, siempre son experiencias valiosas que hacen crecer a tu alma. Me tomó como tres meses recuperarme por completo de mi operación. Han pasado veinte años desde que tuve la experiencia. —Tengo tantas preguntas que no sé por dónde empezar. Toda mi vida la he vivido pensando que uno muere y todo se acaba, y que uno debe vivir esta vida lo más plenamente posible, porque es la única que tienes. Soy empresario; me he dedicado a hacer crecer mi empresa, a tener más dinero, incluso he sido muy austero para acumular más, pero ahora me doy cuenta de que todo lo que he hecho no tiene mucho sentido. Tener más y más, ¿para qué?, si no te llevas nada a la otra vida. Si lo único que te llevas es tu alma, tiene lógica que nuestro esfuerzo se centre en desarrollar el alma, pero no sé cómo. —En primer lugar, no seas tan duro contigo mismo. El hecho de crear una empresa y dar trabajo ya es una contribución. Estás dando sustento a muchas familias. —No creo que mis empleados estén muy de acuerdo contigo; me odian porque no pago buenos sueldos, y a los que sí les pago bien realmente los exploto haciéndolos trabajar sábados y domingos —dijo apesadumbrado Esteban. —Todavía puedes arreglarlo. Recuerda mi experiencia. Al final de tu vida vas a
ver todas tus acciones, y si no tratas bien a tu gente, tú solo te vas a arrepentir. El dinero arriba, metafóricamente hablando, son tus buenas acciones y pensamientos. —¿Cuál es el sentido de vivir entonces? ¿Por qué venimos a este plano a sufrir si podemos quedarnos arriba viviendo una sensación de amor y bienestar increíble? —Es una buena pregunta. Mira, Esteban, nosotros somos almas que tienen dentro la chispa divina del espíritu. El espíritu es perfecto, es una parte de Dios, pero nuestras almas evolucionan. Cada vez que vienen a este plano, van creciendo y elevándose en base a las experiencias que les tocó vivir. Hay personas que han tenido experiencias NDE, y dicen que se les ha revelado que inclusive somos nosotros quienes seleccionamos las experiencias de nuestra futura vida para ayudarnos a crecer en lo que más necesitamos. —No me vas a decir a mí que yo escogí vivir la muerte de mi hijo —respondió Esteban molesto. —Comprendo que esa experiencia fue lo más doloroso que te pudo pasar, pero son este tipo de experiencias las que a veces nos hacen reexaminar nuestra vida y nos enseñan a perdonarnos, a sobrellevar un intenso dolor, y, por qué no, nos enseñan también a encontrarle algún significado a lo ocurrido. Sé de una amiga cuyo marido falleció atropellado por un conductor ebrio que después de procesar su dolor dedicó su vida a una fundación que lucha contra el alcoholismo. Esta persona encontró una forma de ayudar a la sociedad para que otros no pasen por lo mismo que ella. —Mi mujer se dedica a ayudar a los padres de hijos que tienen cáncer, pero yo me he entregado a odiar al mundo y a pelearme con todos. Ahora me queda claro que estaba equivocado, pero no sé si pueda cambiar —dijo Esteban dubitativo. —Cuando uno vive una experiencia NDE sus valores cambian. Pasas de valorar lo material a preferir lo espiritual. Pasas de valorar el egoísmo a dedicarte al servicio y la ayuda a los demás; de valorar la actividad y la acción a apreciar más la reflexión, la tranquilidad, la paz y, sobre todo, el amor. No tengo duda de que tus valores y creencias han cambiado, pero eso no significa que tus conductas lo harán automáticamente. Eso toma tiempo y esfuerzo, y a veces necesitas gente que te ayude. —¿Cómo cambió tu vida?
—Yo estudié medicina, y siempre fui una persona de ciencias y evidencias. La verdad es que no creía en Dios, y menos en estas experiencias cercanas a la muerte, que como doctora escuchaba frecuentemente. Me casé con un empresario parecido a ti, que trabajaba dieciocho horas diarias, totalmente dedicado a hacer crecer su negocio. Tuvimos un hijo, pero ninguno de los dos cambió su estilo de vida. Yo también trabajaba casi dieciocho horas diarias porque quería ser el médico más reputado de mi hospital. Durante los primeros tres años de vida de mi hijo fue la nana la que se dedicaba por completo a él, como si fuese su madre. Yo era exigente con los demás y muy directa para decir lo que pensaba, sin que me importara que mis palabras hicieran daño a los demás. Pero luego tuve mi experiencia NDE, y mis valores cambiaron de la noche a la mañana. Decidí trabajar solo mis ocho horas, aunque perdiera por ello un ascenso importante en mi carrera. Tomé consciencia de que mi trabajo era ayudar a las personas a sanarse, y no inflar mi ego, ufanarme de mis logros y tener más poder. Me dediqué así a sanar también a personas que no podían pagar. Me quedó claro que mi alma evolucionaba cada vez que ayudaba y daba amor a otros. —¿Qué pasó con tu esposo? ¿Le contaste tu experiencia? Me imagino que mejoró tu relación porque eras una mejor persona. —Todo lo contrario. Ahora estamos separados. Él nunca creyó mi historia, me dijo que había tenido un sueño raro. Poco a poco nos fuimos distanciando. Él siguió trabajando como siempre y yo me dediqué al servicio a los demás. Nuestra mayor diferencia fue el dinero. Yo quería ayudar más económicamente a otros con nuestros recursos, pero él quería usarlos de una manera diferente. —Bueno, así somos los empresarios, sobre todo aquellos que hemos empezado sin nada —le dijo Esteban, en parte identificado con su esposo. —Nunca lo juzgué, más bien lo comprendía, pero cuando ya teníamos ahorrado mucho dinero, él empezó a comprar juguetes caros, como un arenero, un velero, una casa en Máncora, y eso me partía el corazón. Sabía que no podía ser cómplice de ese derroche, y que al morir en esta vida me iba a arrepentir de no haber podido ayudar más. Después de mi separación seguí trabajando, cuidando mucho a mis hijos y, sobre todo, sirviendo en organizaciones de ayuda médica para los más necesitados. Hace algunos años creé la asociación de NDE para las personas que como tú han pasado por esto, y necesitan información y apoyo para procesar lo que han experimentado.
—Me dijiste que eras muy exigente y directa con las personas, y que a veces hacías daño. ¿Eso también cambió después de la experiencia? —preguntó Esteban con interés. —Como te dije, uno cambia sus valores, pero no sus conductas de la noche a la mañana. Por eso intenté ser más comprensiva, pensar antes hablar, pero no me fue fácil. Lo que me ayudó mucho fue la meditación y la terapia psicológica. —Mi esposa medita. Podría pedirle que me enseñe. En cuanto al psicólogo, la verdad es que no creo en ninguno de ellos. Me parecen unos farsantes y aprovechadores que te cobran por conversar —dijo fastidiado Esteban. —Recuerda, Esteban, es importante tener pensamientos positivos que construyan, no que destruyan. Con los pensamientos positivos te acercas a lo divino —le dijo Gabriela con afecto. —Carajo, ahora resulta que ya no puedo dar mi opinión de nada porque me alejo de lo espiritual. Estoy fregado —se desalentó Esteban. Gabriela sonrió y le dijo: —Puedes decir que prefieres no ir al psicólogo, y con eso basta, pero si le agregas “farsantes” y “aprovechadores” estás cargando el pensamiento de negatividad y alejándote del amor. Recuerda que esa es nuestra verdadera esencia. —Entiendo, pero me va a ser tan difícil. —Ten paciencia. Los cambios de conducta toman su tiempo. —En cuanto al servicio, no sé qué hacer. Para ti estaba muy claro, eres doctora; en mi caso nunca he hecho ningún servicio en mi vida, excepto donar dinero por interés al hospital donde trataron el cáncer de mi hijo. —¿Qué empresa tienes? —Tengo varias cadenas de restaurantes. —Bueno, tú vendes comida; puedes hacer algo que tenga que ver con alimentar a personas en extrema pobreza, por ejemplo. Mira, yo conozco a una socióloga
que es un ángel. Ella tiene un proyecto para ayudar a comunidades muy pobres del Cuzco. Si quieres te paso el o. —Bueno, gracias, pero una última pregunta: ¿por qué si esto le ha pasado a tanta gente el mundo no lo toma en serio y cambia? ¿Existen estudios serios, de universidades prestigiosas, sobre el tema? —Sí existen. Tu pregunta es válida. La verdad es que los estudios son concluyentes, pero pareciera que este mundo quisiera seguir viviendo ignorando que existe otra realidad. No tienes que pasar por una NDE para cambiar; solo se necesita darse cuenta de que somos seres espirituales viviendo una experiencia humana. Esto lo consigues meditando, orando con devoción y haciendo servicio. Bueno, ¿qué te parece si nos vemos en una semana a la misma hora aquí en este café? —le dijo Gabriela mientras se ponía de pie. Intercambiaron correos y teléfonos, y luego Gabriela partió. Esteban se quedó sentado observando cómo Gabriela salía por la puerta. Si bien tenía más respuestas que antes, no sabía por dónde empezar. Lo único que lo ayudaba era cerrar los ojos y recordar esa sensación de amor que lo invadió mientras se separó de su cuerpo. Quizás lo primero que debía hacer era disculparse con las personas a las que había dañado.
Capítulo 21
Del lado de la luz
Esteban llegó a su casa después de su reunión con Gabriela y se sentó a cenar con Antonella y Fiorella. —¿Vienes del trabajo? —le preguntó Antonella. El primer impulso de Esteban fue decir que sí. No quería comentar nada de su experiencia cercana a la muerte todavía, pero no quiso empezar su nueva vida mintiendo. —No, me reuní con una doctora. —¿De la clínica? —No. Es una doctora que ha visto muchos casos similares a los míos — respondió Esteban tratando de no mentir, pero sin querer decir la verdad. —¿Y qué te dijo? —Me dijo que las personas que pasan una experiencia como la mía, cercana a la muerte, pueden cambiar sus valores y reevaluar sus vidas —le dijo Esteban tratando de ser sincero, pero a la vez intentando que Antonella no se diera cuenta de la verdadera intención de la reunión. La expresión «experiencia cercana a la muerte» no significaba nada para ella. —¿Y te pasó a ti? —preguntó Antonella con curiosidad. —Quiero pedirte disculpas —dijo Esteban seriamente. —Esteban, algo te ha pasado, porque esa palabra no está en tu diccionario —le dijo Antonella en tono ligero y un poco burlón. —Carajo, es el colmo que te burles cuando intento por primera vez hacer algo bueno —exclamó, pero se dio cuenta de que estaba poniéndose negativo nuevamente—. Disculpa, no quise decir eso. Te pido disculpas de mis disculpas
—dijo escogiendo cuidadosamente sus palabras. —Papá, ¿eres tú? ¿Qué te pasa? —le dijo Fiorella sorprendida. —Déjenme empezar nuevamente. Estar a punto de morir me ha hecho reflexionar. No siento que he sido un buen esposo, ni un buen padre para ti, Fiorella. Quiero ser una mejor persona y estar más cerca de mi familia; quiero tratar a las personas con respeto —quiso decir «amor», pero no le salió la palabra—; quiero ser más positivo. Sé que no me va a ser fácil, pero si ustedes me ayudan quizás lo pueda lograr. Una de las primeras cosas que quiero hacer es aprender a meditar. Antonella y Fiorella estaban pasmadas. Como a Esteban le gustaba bromear, no estaban totalmente seguras de su intención. —Bueno, no se queden mirándome. ¿Me van a ayudar o no? —dijo un poco molesto. —No puedo creer lo que escuchan mis oídos. No sabes cuánto he orado para que llegue un momento como este; un momento en el que tú mismo decidas ser una mejor persona, alguien más positivo. Yo sabía que no podía hacerte cambiar, aunque estaba preocupadísima por ti. Tú mismo tenías que tomar la decisión. Que me pidas que te enseñe a meditar es el mejor regalo que he recibido en toda mi vida. La meditación te va a llenar de amor y te permitirá encontrarte con tu espíritu. Vas a sentir lo divino en tu interior —le dijo Antonella con lágrimas en los ojos. Esteban tenía ganas de decirle que ya lo había sentido, que ya se había encontrado con su espíritu y el de su hijo, pero se contuvo. —Papa, ¿eso significa que ya no vas a maldecir, ni a buscar pelea con todos, que me vas a dar más permisos? —preguntó Fiorella. —No. Significa que voy a tratar de ser mejor; no me va a ser fácil. En cuanto a tus permisos, al contrario, voy a querer tenerte más cerca de mí —respondió Esteban sonriendo mientras la abrazaba. —Ay, ¡papá!, no soy una chiquita de ocho años; ya perdiste tu oportunidad. —¿Cuándo empezamos a meditar? —le preguntó a Antonella.
—Mañana mismo, pero quiero que vayas al centro de Brahma Kumaris y tomes el curso regular a las siete de la noche con Nina, la que fue mi profesora cuando yo empecé. Eso sí, vas a dejar una buena contribución en el ánfora de donaciones. Esteban estuvo de acuerdo. Se paró, le dio un beso a su esposa y le dijo: —Gracias por aguantarme todo este tiempo. Antonella se limitó a mirarlo con ternura y una gran sonrisa dibujada en su cara. Esteban fue a la sala y llamó por teléfono a Rafael, con quien no hablaba hacía años. Solo se había comunicado a través de sus abogados. —Aló, ¿Rafael? —Ah, eres tú —respondió su exsocio secamente. —¿Esa es forma de responder a tu socio que casi se muere? Ni siquiera me fuiste a ver —dijo Esteban con buena intención. —¿Qué quieres, que te vaya a buscar con flores después de que me botaras de mi propia compañía? Antonella me tuvo siempre al tanto de tu estado. Además imaginé que no querías que te vea moribundo. A ti siempre te ha gustado ser el poderoso macho Esteban, el que lo puede todo solo —le dijo con sarcasmo. —Rafael, no estoy llamando para pelearme contigo. Estar al borde de la muerte me ha hecho reflexionar, y me gustaría verte mañana por la tarde. ¿Te parece a las cinco de la tarde en el Cafelato de San Borja? —Está bien. Esteban colgó y se observó a sí mismo. No se reconocía. Se sentía raro. Antes de su experiencia con la muerte vivía inmerso en la rabia, lo cual tenía sus beneficios. La rabia lo hacía sentirse poderoso, superior, lo impulsaba a actuar con energía. Sin embargo, ahora estaba más ligero y mejor consigo mismo, más positivo, pero sobre todo tenía más amor dentro de sí, algo muy cercano a lo que vivió cuando abandonó su cuerpo.
Capítulo 22
La meditación
—Qué nombre tan raro que tienen. Lo primero que voy a hacer es pedirme una chelita Brahma —le dijo Esteban con una sonrisa pícara a Antonella cuando llegaron al centro Brahma Kumaris. —No faltes el respeto. La labor de Brahma Kumaris es maravillosa. Nina, la profesora, por ejemplo, trabaja como consultora en temas de recursos humanos para poder sostener el centro y hacer servicio enseñando meditación. Así como ella, hay varios hermanos y hermanas BK haciendo lo mismo. Es verdaderamente loable. —Ya, pero no me voy a vestir de blanco como tú para venir acá. Tampoco me voy a rapar el cabello a coco, ni voy a estar cantando en la calle «Hare, Hare, Hare, Krishna Hare, Hare Krishna». —Esteban, no le faltes el respeto a los grupos espirituales. Si no tomas esto en serio, mejor no vengas. —Qué falta de correa, Antonella, solo eran unas bromitas. Una vez adentro, Nina los recibió con su sari blanco. Antonella le presentó a Esteban, y luego los invitó a pasar a la sala de meditación, donde había ya cinco personas. Saludaron al resto y se sentaron. —Ya habíamos empezado con la introducción del taller. Todos han dicho por qué han venido. Esteban, ¿por qué estás acá? —Hace poco tuve meningitis, y casi me muero. Eso me hizo pensar sobre la forma en que vivía la vida. Sé que todos tenemos un alma adentro nuestro, y me gustaría tomar o con ella. —Gracias, Esteban. Ahora vamos a hacer una breve meditación. Pónganse cómodos. Pueden dejar sus ojos abiertos si quieren y mirar a ese punto de luz o cerrarlos, como ustedes prefieran —les dijo Nina señalando el lienzo colgado en la pared.
—Nos concentramos en cómo el aire entra y sale por la nariz. Visualizamos el aire entrando y saliendo. Si nos viene un pensamiento, lo dejamos pasar como una ola en el mar. Esteban decidió dejar sus ojos abiertos. Miró fijamente el cuadro e intentó concentrarse en las palabras de Nina. —El aire que entra y que sale —se decía Esteban en silencio—. El aire entra y sale. Tengo que comprar una manguera de aire comprimido para el local de Surco. Espera, espera, es un pensamiento. Imagina una ola en el mar y déjala pasar. —Vamos calmando nuestros pensamientos poco a poco. Vamos entrando a un estado de calma —dijo Nina con una voz muy dulce y serena. —El contador me dijo que podíamos tener un problema con la Sunat por lo de la compra del local de San Isidro. Espera, espera, concéntrate, Esteban —se dijo Esteban haciendo un esfuerzo. Decidió cerrar sus ojos para ver si tenía más suerte. —Ahora nos concentramos en nuestro rostro. Lo relajamos, y también nuestro cuello. Lentamente vamos entrando en un estado de paz y de armonía de relajación —dijo Nina. Esteban visualizó su cara y luego su cuello. —Sería una buena idea poner valet parking para el local de San Borja… De nuevo, huevón. Carajo, concéntrate. Pucha que estoy más tenso —se dijo Esteban. —Estoy en un agradable estado de bienestar. Soy un ser de paz, soy un ser de luz —continuó Nina. —Bienestar las huevas. Lo único que siento es estrés. Esta mierda no es para mí —se impacientó Esteban, al punto que se puso de pie y abandonó la habitación. Antonella lo sintió, paró su meditación y lo siguió. Ya en el auto, Esteban le dijo: —Esta cosa no es para mí. No puedo concentrarme. En lugar de darme paz me estresa, y me siento frustrado.
—Es importante tener paciencia. A todos nos pasa al comienzo. Concentrarse no es fácil. —Tú me conoces. Yo necesito moverme, hacer cosas. No puedo estar sentado. Tengo hormigas en el culo. Yo no estoy para imaginarme las olas en el mar, soy para correrlas. —De repente la meditación no es el único camino para ponerte en o con tu espíritu. Ya encontrarás la manera que más se acomode a tu carácter. —Gracias por tu comprensión. Tengo una duda. Dime una cosa. Esa chica Nina es bonita y joven. Me dices que dedica su vida a… ¿Brahma Kumaris? ¿Y qué pasará cuando se case y tenga familia? —Nina y unas cuatro personas más son hermanos y hermanas BK. Ellos dedican su vida a la obra. No se casan, son célibes. —¿Son como las monjas católicas? —Es algo parecido, pero más son las diferencias. Lo suyo es algo más que celibato. Ellos tratan de mantener una pureza en sus pensamientos, acciones y palabras que los ayuden a elevar su nivel de consciencia. Su objetivo es servir como instrumento para que otros lo eleven también. Ellos no pretenden convertir a nadie al celibato. —Oye, a ti ni se te ocurra, Antonella. Brahma Kumaris está muy lindo, pero que no se metan con lo que a mí me corresponde por ley. —No sé de qué te quejas. Hace tiempo que no pasa nada. Antes parecía que estabas casado con el alcohol. —Eso era antes, pero ahora soy el nuevo Esteban. Tú misma me has dicho que tengo que llenarme de amor. ¿Por qué no empezamos ahorita? —dijo Esteban mientras la abrazaba. —Esteban, basta, no seas irrespetuoso —dijo Antonella quitándole las manos de encima.
Capítulo 23
El Esteban de los buenos tiempos
Esteban dejó a Antonella en casa y luego se fue a la oficina. Al final de la tarde tenía reunión con Rafael, pero decidió ir antes al local de San Borja para conversar con el gerente. La cafetería tenía una puerta de fierro de ingreso para proveedores al costado de la cocina. La oficina del gerente quedaba al lado. Esteban estaba conversando con él cuando alguien tocó la puerta muy fuerte y sin parar. —¿Quién es ese animal que toca así la puerta? —preguntó molesto Esteban. —Tranquilo, jefe, seguro es una persona que cree que no hay nadie. No se incomode —le respondió el gerente. —A mí me molesta —dijo Esteban con rabia, y volvieron a tocar—. Carajo, ¿quién es el cojudo que toca la puerta así? —gritó dirigiéndose a la puerta. Esteban la abrió y estuvo al frente de un proveedor, un fornido hombre de cerca de cuarenta años de edad que cargaba una bolsa llena de conos de helados. —Oye, ¿no te han enseñado modales? ¿Acaso así tocas la puerta de tu casa? —le increpó Esteban. El hombre no le respondió. Se limitó a pasar con su bolsa, avanzó unos cuantos metros y la tiró con descuido en el piso. —Lárgate ya, idiota —lo echó Esteban. —Yo me voy cuando quiero. —Te he dicho que te largues —repitió Esteban subiendo aún más el tono de voz. —Sácame, pues —dijo el proveedor inflando el pecho. Esteban, desbordado de rabia, le asestó un puñete en la cara que lo derribó.
Luego lo cogió del cuello, lo arrastró hasta la calle, le dio un puntapié en el vientre y le cerró la puerta. Pero luego se empezó a escuchar bulla en la calle, la gente gritaba «¡no lo hagas!, ¡no lo hagas!». El proveedor había sacado un fierro de su carro y se dirigía hacia el local. Esteban, por instinto, tomó la pistola del vigilante, que estaba en el escritorio del gerente, y se encaminó a la puerta. —Calma, jefe, por favor, esa pistola es peligrosa —le decía el gerente. Esteban abrió la puerta de fierro y encañonó en la sien al proveedor. —A ver, maricón, ¿quién es el machito ahora? —dijo Esteban fuera de sí. —Viejo, tómatelo con calma, voy a poner el fierro en el piso —dijo el proveedor aterrorizado. Luego fue a su auto y le gritó: —Viejo de mierda, por mi madre que te voy a matar. —Aquí voy a estar esperándote. Ven cuando quieras —dijo Esteban desafiante. En la calle se habían aglomerado los peatones. Esteban cerró la puerta, y solo entonces se dio cuenta de lo que había hecho. ¿Dónde estaba el nuevo Esteban, el positivo, el que no se pelea, el que ayuda y da amor a las personas?, se preguntó. Se sentía terrible. Solo había bastado la actitud agresiva de un proveedor para despertar al ogro que llevaba adentro. Él valoraba ahora la paz, el amor al otro. Lo había sentido en su experiencia cercana a la muerte, pero no conseguía controlar todavía al monstruo iracundo que llevaba adentro. A la media hora, llegó la policía y se lo llevó a la comisaría. El proveedor había hecho una denuncia. Esteban, totalmente arrepentido, no opuso ninguna resistencia, pues sentía que se lo merecía. Estuvo una hora en la comisaría, hasta que llegó Rafael. —Me dejaste sembrado. Habíamos quedado a las cinco en Cafelato —le dijo Rafael. —Tuve un problema, soy un huevón —dijo cabizbajo Esteban. —Eso no te lo voy a discutir —respondió Rafael soltando una sonrisa. —He encañonado a un proveedor, no me puedo controlar, es terrible.
—Sí, ya me contaron todos en el local. Me dijeron que fuiste el Esteban de los buenos tiempos. Pero no te preocupes, ya hablé con el proveedor, y está retirando la denuncia. Vamos a tomarnos nuestro café.
—Bueno, me decías que habías reflexionado sobre la vida —le dijo Rafael apenas se sentaron. —Sí. Te iba a decir que me había reevaluado, pero la verdad es que no sé si eso sirva de algo si sigo actuando como un animal. —Bueno, algo ha cambiado en ti, porque por lo menos ahora te das cuenta de que eres un ser humano que actúa como un animal. Antes eras un animal que no se daba cuenta de que era un ser humano. —¿Pero de qué sirve darse cuenta? Te sientes terrible. —Ese el primer paso para cambiar, darse cuenta. —Yo quería decirte que estoy arrepentido de haberte tratado mal todo este tiempo, de haber roto la sociedad que teníamos. Quiero pedirte disculpas. —La verdad es que verte con la intención de cambiar, de ser una mejor persona, son las mejores disculpas que me puedes dar. Ya había perdido toda fe en que pudieras hacerlo. —Quiero que regreses a la empresa, que sigamos juntos. Pero eso sí, quiero trabajar menos. Si algo me ha enseñado mi enfermedad es que no todo es trabajo. Esteban se quedó conversando con Rafael por horas, poniéndose al día de todo lo ocurrido en los últimos años que no se habían visto. A medida que conversaba con su socio y fiel amigo, Esteban se dio cuenta de cuánto lo había extrañado. Decidieron entonces que sería mejor que Rafael tomara el puesto de gerente general para dejarle a Esteban más tiempo libre.
Capítulo 24
La decepción
Esteban regresó a casa, y después de comer con Antonella se dedicó a investigar acerca de las experiencias cercanas a la muerte. Quería estar más preparado para su próxima reunión con Gabriela. Buscó en Google, y lo primero que vio fue un documental sobre NDE; pero, si bien recogía el testimonio de personas que decían que habían tenido una experiencia de este tipo, estaba más centrado en dar una explicación científica a tales experiencias. Un especialista en eventos paranormales mencionaba que el ser humano le tenía tanto miedo a la muerte que el hecho de creer que la vida sigue después era una forma de hacer más tolerable el trance final. A Esteban le parecieron sensatas sus palabras, pero él había visto a su hijo y experimentado la sensación de paz y amor, había visto un túnel. Él nunca creyó que hubiera vida después de la muerte; sin embargo, creía en la veracidad de su experiencia paranormal. Esteban siguió explorando el tema hasta avanzadas horas de la madrugada. Lo inundaba un enorme sentimiento de decepción, pues su mente racional y escéptica era más poderosa que su intuición. Faltaban algunos días para su reunión con Gabriela, pero no podía esperar más. Le envió un mensaje para proponerle reunirse al día siguiente en la mañana. Esteban estaba confundido, pues prefería creer que el objetivo de la vida era hacer el bien, amar, ser mejor persona y que Dios exista. Gabriela le respondió el mensaje a los pocos minutos, y aceptó reunirse.
Cuando Esteban llegó ya estaba Gabriela tomando un café. La saludó y se sentó rápidamente. —Gabriela, no he podido dormir. La verdad es que hasta ayer estaba encaminando mi vida: le había pedido perdón a mi esposa y a mi socio, y estaba más preocupado de las personas en general, pero hoy siento una profunda decepción. —¿Qué ha pasado?
—Ayer me puse a investigar sobre las NDE, y hay una serie de investigaciones científicas que demuestran que esa experiencia es producto de nuestro propio cerebro, que no hay vida después de la muerte, que todo esto que creemos es inventado por nuestros temores —le dijo Esteban decepcionado. Gabriela soltó una sonrisa cariñosa y suspiró en señal de alivio. —Ay, Esteban, pensé que era algo más grave. —¿Qué más grave puede haber? Mi cabeza me zumba, ya no sé qué creer. —Lo que pasa es que yo también he leído e investigado mucho sobre la experiencia NDE, y si bien es cierto que la ciencia intenta explicar el fenómeno, no lo puede hacer por completo. Esteban, tengo veinte años en esto. No sabes la cantidad de escépticos que hay; me han bombardeado de preguntas. He tenido que investigar todo lo que sale. Pero así como tú has encontrado científicos que cuestionan la NDE, también hay estudiosos que prueban que realmente nuestra consciencia es distinta a nuestro cerebro, y que vive después de la muerte. Por ejemplo, el doctor Pim van Lommel, un cardiólogo holandés, hizo un estudio con 344 pacientes que sufrieron un infarto, dejaron de respirar y fueron luego revividos. Él encontró que solo el 18% de estos pacientes tuvieron una experiencia cercana a la muerte. Por ejemplo, si los científicos que investigaste tuvieran la razón, todos deberían recordar lo mismo. El doctor Lommel encontró que las experiencias tenían los siguientes elementos: ser consciente de estar muerto, emociones positivas, sensación de estar fuera del cuerpo, moverse en un túnel, comunicarse telepáticamente con seres de luz, percepción de colores y de un paisaje celestial, encontrarse con familiares fallecidos, la revisión de tu vida en imágenes, la presencia de un borde, cruzado el cual ya no puedes regresar. Eso sí, no todos experimentan lo mismo —enfatizó Gabriela—. Además, el doctor Lommel luego siguió en el tiempo a los pacientes que tuvieron infarto y una NDE versus los que tuvieron el infarto pero no experimentaron una NDE. A los dos años, aquellos que tuvieron una NDE reportaron que aumentaron su capacidad de mostrar sus emociones en casi cien por ciento comparados con el seis por ciento que solo tuvieron el infarto. Y de modo semejante ocurrió con sus niveles de empatía y la capacidad de asumir un propósito en su vida. El doctor Lommel cree que cuando morimos sí existe una respuesta química en el cerebro, y que esta puede ser replicada con diferentes sustancias, como la ketamina o la ayahuasca; pero esta respuesta del cerebro es solo el inicio de la experiencia NDE.
—No sabía que existían ese tipo de investigaciones —dijo Esteban asombrado. —Sí, y en todos los estudios que he leído salen los mismos elementos. Eso no puede ser coincidencia. —¿Y cómo hacemos para que todos tengan una NDE y el mundo cambie? ¿No sería maravilloso? —No sé por qué algunos tienen la experiencia y otros no, pero una cosa me queda clara: los que pasamos por ella debemos ser un ejemplo para ayudar a cambiar el mundo. —Por mi parte, yo estoy haciendo un esfuerzo por cambiar, pero no puedo. —¿Has intentado la meditación? —El ommm no es para mí. No podía calmar mi mente. Soy hiperactivo, necesito moverme —dijo Esteban haciendo un movimiento en su silla. —Yo creo que tú no te escapas del psicólogo. De pronto esa rabia que guardas viene de cuando eras muy niño, es inconsciente. Tienes que conocerte más. Hay un psicoterapeuta muy bueno. He visto grandes cambios en las personas a las que lo he recomendado. —Bueno… —Abre tu mente. No te cierres a lo que pensaba Esteban antes de la meningitis. Ahora eres otra persona. Además, no dejes de hacer servicio. Ya te pasé el dato de Cinthia, la socióloga que tiene un proyecto lindo de alimentación para el Cuzco —le dijo Gabriela levantándose de la silla. —Está bien —dijo Esteban aceptando que no le quedaba otra opción.
Capítulo 25
La coima
En la tarde, Rafael fue a la oficina de San Borja y se encontró con Esteban. —Qué gusto verte acá, Rafael —le dijo Esteban cariñosamente. —La verdad es que estoy contento. Me estoy poniendo al día; la empresa ha crecido mucho, es un mérito tuyo —lo elogió Rafael. —Pero a qué costo. Muchos logros y mucho crecimiento, pero eso es lo último en que voy a pensar cuando esté agonizando y me toque partir de esta vida —le respondió Esteban reflexivamente. —No te reconozco, amigo. —La verdad es que yo tampoco. Todavía digo palabras que no sé de dónde salieron. Lo que pasa, hermano, es que estuve al borde de la muerte, y eso te hace cambiar —le dijo Esteban sin querer contarle su experiencia NDE. —Bueno, ¿qué quieres cambiar en la empresa ahora que piensas diferente? —He estado pensando en que lo primero que me gustaría hacer es aumentar el reparto de utilidades que damos a fin de año, del 5%, que es el régimen legal, a 15%, es decir, triplicar las utilidades. Quiero que la gente gane más, que se sienta socia de la empresa —dijo Esteban entusiasmado. —Guau, ahora te fuiste al otro lado. Suave, compadre, tampoco vamos a regalar el dinero. ¿Qué te parece si aumentamos solo a 10%? —No te preocupes, el 5% adicional lo sacas de mi parte de las utilidades. Esto es algo que yo quiero hacer, y no tengo por qué perjudicarte. Mira, Rafael, si algo he aprendido de mi experiencia es que en la vida es importante ser más generoso. Yo ya tengo un montón de dinero; ahora quiero ayudar a los que no lo tienen. —Esteban, tú eras un tacaño de mierda. Tu enfermedad no te puede haber
convertido en generoso de la noche a la mañana —dudó Rafael. —Claro que sí, me enseñó que cuando te mueres no te llevas nada; no te llevas tu plata, tus logros, ni tu estatus. Lo único a lo que puedes aspirar es tener en el momento de irte un poco de paz y la tranquilidad de que fuiste una buena persona. —Ok, está bien, hagámoslo como tú dices. —De acuerdo, pero adicionalmente quiero crear un área de clima y cultura empresarial aquí. La verdad es que siento que estos últimos cinco años he maltratado y abusado de los empleados, y eso tiene que cambiar. Quiero contratar a un especialista. —Totalmente de acuerdo, pero ahora déjame cambiarte el tema. Tenemos un problema. ¿Te acuerdas del Cafelato que estabas abriendo en Lima Norte? —Sí, recuerdo que antes de lo de la clínica solo le faltaba la licencia de funcionamiento, y que estaba a punto de salir —respondió un poco preocupado Esteban. —Bueno, resulta que el alcalde está pidiendo coima. Esteban golpeó el escritorio con sus puños y se paró inmediatamente: —Carajo, este país de mierda. No se puede hacer negocios honestamente — gritó. —Tranquilo, hermano, el país no es una mierda, son solo algunos corruptos que andan por allí. —¿Cuánto quiere? —Mandó decir que necesita diez mil dólares. —¡Miserable, comechado, mediocre de mierda! Ahora que tiene poder quiere hacerse rico. Déjamelo a mí, yo me encargo de ese malnacido. Esteban le dijo a su secretaria que pidiera una cita con el alcalde, sacó luego su lapicero grabadora del cajón, subió a su auto y partió. Cuando llegó al municipio
subió directamente a la oficina del alcalde. —Señorita, tengo cita con el alcalde —le dijo enérgicamente a la secretaria. —Sí, llamó su secretaria, señor Esteban, pero el alcalde no lo puede atender. —Dígale al alcalde que quiero hacer una donación para su campaña de reelección. —A ver, un momento —dijo la secretaria mientras levantaba el auricular del teléfono. —Bien, puede pasar —dijo. Esteban se dio media vuelta, prendió su grabadora y pasó a una gran oficina, decorada con fino mobiliario de estilo colonial. Había una gran mesa de reuniones y un enorme escritorio. —Bienvenido, señor Sotomayor —dijo el alcalde mientras se acercaba a darle un apretón de manos—. ¿Me dice mi secretaria que está interesado en ayudarnos en nuestra campaña? —La verdad que no; solo quería entrar a hablar con usted cara a cara —le dijo Esteban seriamente sin darle la mano. —¿En qué lo puedo ayudar? —preguntó el alcalde inquieto. —Como sabe, yo soy el dueño de Cafelato, y una persona allegada a usted nos ha pedido diez mil dólares para otorgarnos la licencia. —Mire, me va a disculpar, pero esas cosas no las veo yo. Usted tiene que hablar con esa persona que dice —dijo el alcalde volviendo a su asiento. —Disculpe, señor alcalde, si quiere que pague una coima, se la voy a dar a usted —le dijo Esteban mirándolo a los ojos mientras se ponía de pie. —Oiga usted, no le han pedido una coima, le han solicitado una contribución de diez mil dólares. Este es un distrito muy pobre, y requiere tanta ayuda. Usted no se imagina las necesidades que tenemos.
—Muy bien, encantado de ayudar. Le hago un cheque a nombre del municipio por diez mil dólares ahora mismo para que incremente la cobertura de los comedores populares —dijo Esteban sacando su chequera. —Así no funciona, amigo. El dinero nos lo tiene que dar a nosotros, porque si entra al municipio es una burocracia tremenda. —Eso se llama coima, señor alcalde —respondió Esteban acercándose a su rostro. —Mire, llámelo como quiera, pero si usted quiere su licencia debe hacer la contribución, y ahora permítame, que tengo otros asuntos que ver. Esteban salió y en su auto revisó la grabación. La última parte era perfecta para sacarla en los medios y destruir al alcalde. Estaba indignado, quería verlo sufrir, pero se fue calmando en el camino a su oficina. Cuando entró lo primero que vio fue la foto de su hijo y recordó su experiencia NDE. Evocó el sentimiento de amor que experimentó, la paz y la conversación con la entidad de luz, y sobre todo recordó la pregunta que la entidad le hizo al final: ¿qué tanto bien has hecho en tu vida para los demás? Esteban miró el lapicero y se imaginó saliendo en todos los medios. Por un lado, le daba satisfacción imaginar a un miserable pagar las consecuencias de sus actos; pero, por el otro, sabía que el día que le tocara reevaluar su vida a la luz del amor, la ayuda y el bien brindados a los demás que hubiera hecho ese episodio sería uno de sus momentos oscuros. Le había quedado claro que en el plano espiritual no habían buenos o malos, solo amor y compasión. Había aprendido que en ese plano espiritual aun a las personas que te hacen daño es importante verlas como aliados en el desarrollo y crecimiento personal, y mostrar compasión por ellas. Después de reflexionar mucho llamó a Rafael para conversar. —¿Cómo te fue? —le preguntó Rafael interesado. —Bien y mal. Bien porque tengo grabado al alcalde pidiéndonos la coima. —Eres tremendo. Ya me había olvidado de tu talento, Esteban. ¿Pero entonces por qué te fue mal? —Porque no pienso usarlo; no me parece correcto utilizar la grabación.
—¿Por qué? Ese miserable está abusando de su poder y robándole al pueblo —le dijo Rafael subiendo el tono de voz. —Eso es verdad, pero si grabo sus conversaciones privadas y luego las difundo, ¿acaso estoy siendo mejor que él? Si lo hago seguiría siendo una basura, y quiero tratar de ser mejor persona —aseguró Esteban apesadumbrado. —Pero una basura más limpia. —Lo siento, hermano, tendremos que esperar a que nos den la licencia. Habrá que luchar por todos los medios legales. Cuando te estás muriendo, el fin no justifica los medios. Tus metas y logros no son tan relevantes, pero el cómo es lo que te importa, el cómo afectamos la vida de otras personas. —Te voy a ser sincero. La verdad es que yo antes te decía no a las coimas y a los arreglos turbios, pero siempre sabía que ignorabas mis palabras y que resolvías el problema como sea. Confieso que era muy cómodo para mí. Mi consciencia estaba tranquila y hacía la vista gorda de lo que hacías para sacar las cosas adelante. —Se acabaron esos «buenos» tiempos. Ahora hacemos las cosas bien.
Capítulo 26
Campo minado
Cafelato participó en la licitación para ser la cafetería de la feria de automóviles, y ganó. Era un gran evento, en el que había que atender a miles de comensales. Esteban le pidió a Antonella que supervisara la zona del comedor por si ocurría algún problema. A mediodía, cuando Esteban estaba reunido con el gerente, llegó un mozo corriendo y dijo jadeando: —Disculpe, señor Sotomayor, un señor se está quejando bien feo en la zona de comedor. —¿De qué se queja? —preguntó Esteban tranquilo. —¿Se acuerda de nuestra oferta de cinco soles por una hamburguesa más gaseosa? Bueno, el cliente se queja porque no le dan Coca-Cola en lugar de la Big Cola que incluye la oferta. —Bueno, díganle al cliente que esa es la oferta, y que en ningún lado dice que estamos dando Coca-Cola —respondió Esteban un poco molesto pero calmado. —Disculpe, señor Sotomayor, ya le hemos dicho, pero vine a avisarle porque el cliente se ha puesto faltoso con su esposa. —Oye, cojudo, ¿por qué no fue lo primero que me dijiste? —dijo Esteban iracundo mientras golpeaba la mesa fuertemente con las palmas de sus manos. Corrió al comedor y pudo oír al cliente hablándole a gritos a Antonella. —Son unos estafadores, ¿por qué no ponen Big Cola en el anuncio de oferta? ¿Para enyucar a los clientes? Quiero que me devuelvan mi dinero. —Disculpe, señor, usted ya le ha dado un bocado a su hamburguesa. Ya no le podemos devolver el dinero —le decía Antonella tratando de ser amable.
—Ladrones —le gritó el cliente mientras se sentaba a comer con su pareja en la mesa. Esteban vio la escena y fue tomado por la cólera. —¿Disculpe, señor? —gritó muy fuerte al cliente, y de inmediato se hizo el silencio alrededor—. ¿Cuál es su problema? —vociferó nuevamente . —Lo que pasa es que deberían ser más claros y decir que la oferta es con Big Cola, eso es todo —dijo el cliente tratando de apaciguar las aguas. —¡Mire el cartel! —volvió a gritar Esteban, pero el cliente no se movió—. ¡Le he dicho que mire el cartel! —gritó más fuerte todavía. El cliente, que ya estaba muy asustado, miró rápidamente el cartel. —Dime, ¿en el cartel dice Coca-Cola? —gritó Esteban, pero el cliente no respondió—. Dime, carajo, ¿dice Coca-Cola? —repitió. —No dice, pero yo solo les daba una sugerencia para que no haya confusiones. —No, señor, usted no estaba dando una sugerencia, usted estaba faltando el respeto a mi esposa; nos ha dicho ladrones. A ver, dime ladrón a mí. El cliente se quedó callado, y empezó a comer tratando de ignorar a Esteban. —Ya, amor, tranquilo, déjalo allí nomás, todo fue un malentendido —le dijo Antonella. —¡Te largas! —dijo Esteban en un aullido al cliente. El cliente siguió comiendo . —¡Te he dicho que te largues! —repitió Esteban. Al no recibir respuesta, Esteban tomó el plato del cliente, lo puso en el suelo y le dijo: —Ahora come del piso, como perro, mierda. —Voy a esperar a que mi esposa termine de comer para luego irme —respondió
el cliente sin mirar a Esteban. —Esteban, ya basta. ¿No decías que ibas a cambiar? —le preguntó Antonella levantando la voz. El comentario de Antonella le dio tanta rabia que no pudo controlarse. Llamó a tres mozos para que lo ayudaran, y entre los cuatro tomaron la silla del cliente y lo cargaron hasta ponerlo fuera de la cafetería. En todo el trayecto el cliente no habló una palabra, y se quedó en su silla levitando. La esposa del cliente se paró y se fue. Esteban se acercó a Antonella y le dijo molesto: —No voy a permitir que le falten el respeto a mi familia. —Bueno, tú me acabas de faltar el respeto por la forma en que has tratado a un ser humano. Dices que tu enfermedad te cambió, pero yo lo que veo es al mismo amargado infeliz de siempre. Antonella se quitó el mandil que tenía puesto y se marchó. Esteban se quedó parado largo rato sin saber qué hacer. Luego se subió a su auto y se dirigió a su oficina en San Borja. Ya en el camino se fue calmando, y reflexionó sobre lo ocurrido. A medida que la cólera disminuía empezó a sentirse culpable. Se daba cuenta de que en las situaciones en las que podía tener tiempo para reflexionar tomaba decisiones acertadas. Sentía que vivía en un campo minado, pero que las minas estaban en su propia mente, y en cualquier momento y sin aviso explotaban. Tomó su teléfono y llamó al psicoterapeuta que le recomendó Gabriela, el doctor Hernando Aldana, y sacó una cita para el día siguiente. A Esteban le quedaba claro que solo no iba a poder mejorar, que necesitaba ayuda. Luego llamó a Antonella, le pidió disculpas y le contó que iba a empezar una terapia.
Capítulo 27
La enrevesada lógica de la mente
Al día siguiente, Esteban llegó al consultorio del psicólogo, estacionó su auto y tocó el timbre. A los pocos segundos se escuchó una voz fuerte y grave por el intercomunicador: —¿Quién es? —Soy Esteban Sotomayor. —Pase y tome asiento un momento en la sala de espera —escuchó decir antes de que se abriera la puerta. Esteban caminó por un pasadizo estrecho que en el pasado debió haber sido el camino a la puerta falsa de la casa. Ahora era una galería de impresionantes esculturas. Esteban la atravesó y tomó asiento en una salita. A los pocos minutos, el psicólogo abrió la puerta de su consultorio y lo hizo pasar. Hernando era una persona que aparentaba tener sesenta años, de contextura atlética, calvicie incipiente y barba blanca. —Dígame —le dijo Hernando. —Doctor, no se ofenda, pero primero quiero decirle que yo no creo en los psicólogos. Toda mi vida los he criticado. —Qué bueno, porque yo tampoco creo en ellos. Esteban empezó a reír a carcajadas. No esperaba esa respuesta tan directa. —Oiga, si usted no cree en los psicólogos, ¿qué hace acá entonces? —le preguntó Hernando. —Tengo un problema, y no se cómo arreglarlo. Necesito ayuda, y una amiga me recomendó que viniera.
—Cuénteme su problema. Esteban le dijo que lo que más le preocupaba eran las innumerables veces que había explotado en su vida. —Reláteme con detalle cómo fue su niñez. —Doctor, he venido para arreglar los problemas que tengo hoy. No me haga perder tiempo hablando de mi niñez. —Le doy un consejo: por ahora haga lo que yo le diga. Mire, le voy a explicar cómo funciona su mente. Cuando usted nace, la parte emocional de su cerebro está prácticamente madura; es decir, usted puede sentir todo lo que pasa a su alrededor como un adulto, pero la parte de la corteza cerebral que le permite entender lo que ocurre no está desarrollada. Como consecuencia, por ejemplo, si su mamá se va por un día de su casa, como niño usted sentiría miedo, dolor, pena, pero su cerebro no puede entender el contexto, no comprende que se ha ido por un día. Usted siente el dolor como si la hubiera perdido para siempre. Ese dolor se almacena en una memoria emocional de la cual usted no es consciente. Es como grabar en un disco duro memorias, pero sin que estén registradas por el sistema operativo del computador. Usted no puede acceder a estas memorias, es decir, recordarlas, pero créame, están allí, y estas memorias regulan su vida sin que usted se dé cuenta. Yo tengo la intuición de que usted está totalmente inundado de memorias inconscientes, de mucha rabia, por eso quiero que me cuente de su niñez. Esteban no entendía del todo los conceptos que el doctor le explicaba, pero igual decidió hacerle caso. Le relató que cuando él nació su mamá murió, que luego se quedaron sin sustento económico y vivieron muchas carencias. Le habló de la muerte de su hermana a causa del cáncer y de que en términos generales su padre fue muy duro con él, hasta que finalmente lo abandonó cuando tenía diez años. Le contó que su padre siempre le echó la culpa de la muerte de su madre y lo maltrataba. Finalmente le contó que su abuela lo había criado, pero nunca fue muy cariñosa. —Le ha tocado una niñez muy difícil. —Doctor, mi niñez no es mi problema. Yo ya la superé. Lo que quiero es aprender a reaccionar más calmadamente.
—Me ha dicho que su padre lo maltrataba. ¿Me puede dar un ejemplo? — preguntó Hernando. —Tengo muchos, doctor. Por ejemplo, recuerdo que un día, a los ocho años, le pedí a mi papá que me compré un polo nuevo, como el de mis amigos, esos que estaban de moda. Recuerdo que me pegó, me llevó a mi cuarto jalándome de la oreja, abrió mi clóset y me gritó: «¡Acaso no tienes ropa, miserable! ¿Qué es esto si no es ropa?». Luego cerró mi clóset con llave, me desnudó y se llevó la colcha de mi cama. Me dejó encerrado en mi cuarto calato sin comer un día entero. Recuerdo que tiritaba de frío. —Una pregunta, Esteban, ¿qué siente cuando me cuenta esto? —Rabia. Mi viejo, quiero decir mi progenitor, era un maldito malparido. Por eso cuando tuve hijos decidí tratarlos diferente, estar siempre con ellos, darles amor, pero no pude hacerlo con mi hijo mayor. Él murió de cáncer a los doce años — dijo Esteban soltando una lágrima. —Lo siento mucho, Esteban. —No se preocupe, doctor, yo sé que mi hijo, donde está, está bien. —Esteban, su papá era tremendamente explosivo. ¿No se da cuenta de que cuando usted explota está haciendo lo mismo que él? Esteban se quedó reflexionando. Pensándolo bien, él también explotaba como su padre, pero nunca había pensado que lo estaba imitando. —Es más, de las veces que me ha contado que ha reaccionado mal, la mayoría son injusticias que alguien cometió contra usted o contra alguna persona que quiere. ¿No se da cuenta de que inconscientemente está reaccionando a los abusos de tu padre? Peor aún, ya cuando reacciona se convierte en su propio padre, que luego abusa de otra persona descargando la inmensa rabia que le tiene a él. —Doctor, pero ¿qué hago? No puedo borrar mis memorias, y menos si no soy consciente de ellas. —Tranquilo, vamos paso a paso. Esto es un proceso que toma tiempo. No se desespere. Cuénteme alguna otra experiencia con su padre.
—La peor que recuerdo es un día que estábamos comiendo juntos en la mesa. Nos habían servido coliflor. Yo la detestaba. Él me insistió para que la coma. Yo le dije que tenía náuseas, pero él me amenazó con sacarme la mierda, así que me metí la coliflor a la boca. Luego me vinieron arcadas, fui al baño y vomité. No había acabado de vomitar, de rodillas frente al wáter, entonces vino el malparido y me pateó en el piso. Eso fue a los ocho años. —¿Qué sintió? Esteban apretó los dientes, se quedó mudo por unos segundos y soltó un grito largo y contenido. Lo hizo varias veces, y luego estalló en lágrimas. Era un llanto desconsolado. Volvió a ser un niño abandonado. Cuando paró, Hernando le preguntó: —¿Qué le da pena? —Que mi padre nunca me quiso. —Tras su ira hay un niño huérfano que tiene mucha pena por el abandono de su padre. Es más fácil sentir rabia que pena. La rabia nos da poder, nos hace sentir superiores, fuertes. En cambio la pena nos destroza, nos baja. Usted ha vivido con esa furia toda su vida. Tenemos que ponernos en o con el dolor que guarda. —¿Cómo hacemos eso? —le preguntó Esteban tomándose el pecho. —Conversando sobre eso en cada sesión. Por ahora quiero que se haga evaluar por una psicóloga. Aquí tiene el o. Venga nuevamente cuando ella le envíe su evaluación. Mientras tanto quiero que se observe a sí mismo todo el tiempo, sobre todo cuando sienta rabia y también cuando sienta dolor. Tenemos que empezar a explorar dentro de usted. Para Esteban fue una sesión muy valiosa. Había descargado su ira y descubierto el gran dolor que llevaba dentro. Por primera vez tuvo la esperanza de que podría controlar sus explosiones.
Capítulo 28
Cinthia
Luego de unos días, Gabriela ó a Cinthia con Esteban. Él fue al grano, y le contó que toda su vida se había dedicado a hacer crecer sus empresas, pero quería empezar a ayudar, aunque no tenía idea de cómo hacerlo. —Mira, estoy en Heifer, una ONG que trabaja con comunidades campesinas en extrema situación de pobreza. En el Perú, la pobreza extrema está concentrada principalmente en los Andes. Son más de un millón de personas. El Estado tiene programas de subvención, pero no arreglan el problema a mediano plazo. Nosotros nos proponemos atacar la desnutrición y hacer que las familias rurales salgan de la pobreza extrema y puedan enviar a sus hijos a un colegio y luego a la universidad. —¿Cómo hacen eso? —En Heifer, tomamos una zona en extrema pobreza y estudiamos qué actividad productiva podemos impulsar para que la población genere más ingresos. Por ejemplo, en Cuzco les damos cuyes para que tengan criaderos y puedan comercializarlos. También los ayudamos a construir toldos para que hagan sus biohuertos y puedan comer hortalizas y mejorar su nutrición. También les entregamos semillas para que diversifiquen sus cultivos y puedan sembrar quinua y otras menestras que les den proteínas. La ayuda la reciben siempre y cuando se comprometan a pesar y medir a sus hijos para evitar caer en la desnutrición. Finalmente, los ayudamos a construir viviendas más higiénicas. —Suena espectacular. Pero si está Heifer, ¿para qué necesitan a gente como yo? —Ese es el problema. Heifer ya se fue de Perú porque, desgraciadamente, en las estadísticas agregadas somos un país de ingresos medios. Ahora se van a concentrar en África. —Cinthia, todo lo que me dices me parece conmovedor, pero no sé si sea lo mío. Yo soy un empresario. No creo que me sienta cómodo en esa labor.
—Justamente lo que necesitamos es un empresario, alguien que haga que las cosas pasen; alguien práctico y aterrizado. Te propongo lo siguiente: vámonos a Cuzco para mostrarle cómo vive la gente en extrema pobreza. Si después de ver su situación no se siente motivado, lo dejamos allí nomás. Esteban se sentía incómodo. Quería decirle que no, pero por otro lado se había comprometido con Gabriela a hacer servicio. —Está bien. Nos vamos la próxima semana. Mi secretaria coordinará contigo los detalles.
Capítulo 29
SOS
Desde su experiencia NDE, Esteban había cambiado radicalmente su forma de manejar. Ahora conducía más despacio y siempre tratando de encontrar oportunidades para permitir pasar a otros autos. Había dejado también de tocar el claxon. Por eso trataba siempre de salir con tiempo, porque sabía que si estaba apurado la tensión le iba a jugar en contra. Al llegar al Cafelato de Surco se encontró a un cliente en una mesa haciendo gestos de impaciencia. —Disculpe, ¿lo están atendiendo? —preguntó. —No, señor, una desgracia el servicio en este local. Llevo largo rato esperando, y nadie se ha acercado. —Mil disculpas, voy a ver qué pasa —dijo Esteban y se dirigió muy molesto a la cocina. Atravesó la puerta y explotó: —¿Dónde mierda está la gente? Carajo. Afuera hay clientes quejándose. ¿Dónde está su compromiso con el servicio? ¿Dónde está el maldito gerente? ¿Y la asistente de servicio? Los cocineros se quedaron paralizados y mudos del miedo. Luego vino corriendo un mozo y le dijo: —Señor Sotomayor, lo que pasa... —Estoy harto de las excusas. Salgan de acá, mierdas, y vayan a servir —gritó. —Señor Sotomayor, el gerente se ha desmayado. Estamos tratando de ayudarlo, pero aún no reacciona. Ya hemos llamado a la ambulancia. Esteban corrió a la oficina del gerente y lo vio tendido en el piso. La asistente de servicio y un mozo estaban tratando de reanimarlo. Esteban les dijo que lo cargaran para ponerlo en su auto; pero mientras lo transportaban llegó la ambulancia. Esteban se subió junto con él. Camino a la clínica lo revivieron. Aparentemente había tenido un paro cardiaco. Esteban llamó a su familia, los
recibió poco después y se despidió. Una vez subido en su auto, rompió a llorar. Pasado el estrés se sintió impotente. Nuevamente se había convertido en un animal, había maltratado a las personas con sus gritos y lisuras, y, lo peor de todo, había perdido el tiempo en lugar de ir directamente a tratar de salvar a su empleado. Necesitaba hablar con alguien. Revisó sus correos, y vio que ya le había llegado el correo con el informe de la psicóloga que lo evaluó. Decidió llamar a Hernando y pedirle una cita lo más pronto posible. Hernando le dijo que lo podía recibir en un par de horas. Ya en el consultorio, Esteban le contó lo ocurrido en el local de Surco con lujo de detalles. —Qué difícil, ¿pero ya está estable? —preguntó Hernando. —Sí, gracias a Dios, pero el que no está estable soy yo. ¡Estoy cansado de cagarla! Y sí que la cagué bien esta vez. Lo que no entiendo es por qué, por ejemplo, puedo subirme al auto y decidir ser una buena persona, darle el pase a los otros cuando manejo y tener paciencia, pero, cuando menos me lo espero, en la oficina termino convirtiéndome en una bestia. —Bueno, dígame usted, ¿por qué cree que pasa eso? —Porque tengo un balde de rabia acumulada en mi mente, me imagino. —No solo es que tenga mucha rabia; además ha aprendido de niño que las cosas que están mal se arreglan a gritos y agresiones. Cada vez que encuentra algo mal le viene el recuerdo inconsciente de su niñez; entonces, se convierte en el ogro de su viejo, y las otras personas, en Esteban de niño, a quien hay que pegarle. Esteban miró a Hernando, y nuevamente sintió que solo entendía parcialmente lo que le decía. Nunca lograba comprenderlo a cabalidad. —Espere, ¿me está diciendo que yo me convierto en mi viejo y que las otras personas se convierten en Esteban de niño? ¿Cómo es posible que eso ocurra? —La mente tiene una lógica muy especial. Es como si su mente se pasara permanentemente una película de su niñez en un espacio de memoria inconsciente. Luego, cuando vive el presente, solo corta las cabezas de los protagonistas y las inserta en la película.
En la siguiente cita con Hernando, Esteban le relató apesadumbrado su más reciente explosión. Hernando le pidió que recordara algún otro episodio con su padre que lo hubiera marcado de niño. Esteban reflexionó unos instantes y empezó a contar: —Recuerdo un día, tenía seis años y estaba en la sala de mi casa viendo televisión. Mi padre me mandó a lavarme los dientes al baño. Fui corriendo porque no quería perderme la película. Cuando regresé, me gritó: «Te he dicho, mierda, que te laves los dientes». Yo le respondí que lo había hecho. Mi padre subió aún más el tono de voz y me ordenó: «Ándate a lavar los dientes o te saco la mierda». Le volví a decir que ya me los había lavado, pero ni siquiera pude terminar de responder porque me agarró del pelo y me arrastró al baño. Ya allí, me metió un golpe y me dijo: «Mentiroso de mierda, no te has lavado los dientes». Quise responder, pero me dio una cachetada que me hizo sangrar la nariz y me gritó: «Dime la verdad, no te has lavado los dientes». En ese momento tomé la decisión de mentir y decirle: «Disculpa, papá, no me he lavado los dientes». Lo dije solo para que no me siguiera golpeando más. —¿Cómo definiría la relación que tuvo su padre con usted? —Fue una relación de abuso. —Y cuando se torna agresivo en la oficina, ¿cómo definiría su relación con el personal? —También es una relación de abuso —reconoció Esteban acongojado. —Lo primero que debe saber es que cada vez que sienta ira desmedida es la rabia hacia su padre la que está emergiendo. Necesito que se observe más a sí mismo. Quiero que observe sus emociones constantemente. Ya sabemos que pueden hacer mucho daño, y son peligrosas. Imagine que le enseña a manejar a su hija. ¿La dejaría salir con el auto sola cuando recién ha tenido su primera clase de manejo? —De ninguna manera. —De la misma forma, usted recién está aprendiendo a manejar sus emociones; por eso no puede dejarlas libres. Tiene que observarlas para que no ocurran accidentes. Cuando experimente esas emociones violentas, haga una pausa en su mente y etiquételas; es decir, póngales nombre. Una vez que lo haga, su
intensidad bajará, y podrá evitar una tragedia como la que casi ocurre. No es un remedio a largo plazo. La ira va a volver, pero ya por lo menos manejó el momento crítico. —Ok, trato hecho, lo voy a intentar. —Al respecto, una pregunta más. ¿Qué historia se contó en su mente cuando vio que no había buen servicio en el restaurante? —Que los mozos estaban hueveando, que el gerente de la tienda era un irresponsable, que seguro estaba chupeteándose con la asistenta de servicio en su oficina. Como no los vi a los dos, eso fue lo primero que se me vino a la mente. —Pero había otra historia, ¿no? —Por supuesto. No pude estar más equivocado —dijo apesadumbrado Esteban. —Eso es lo que quiero que le quede claro, Esteban. Siempre hay dos historias: la que se forma en base a su percepción y la que ocurre o se forma en base a la percepción de los otros. Por ejemplo, imagine que en su oficina en San Borja ha creado una política muy importante para usted. ¿Cuál podría ser? —Que se le pague quince por ciento de utilidades al trabajador, por ejemplo. —Imagine que llega a su oficina y le dice su secretaria que su socio ha dicho que no se pague. ¿Qué siente? —Rabia, ganas de ir a gritarle a Rafael. Eso siento. —Bien, ahora quiero que cada vez que sienta rabia piense que está escuchando su historia, pero le falta escuchar la otra historia, es decir, la de Rafael. Entonces, antes de explotar de la ira, tiene que ir a recabar información. Imagine que va donde Rafael. ¿Qué le dice? —Le pregunto tranquilo qué pasó, por qué no se van a pagar las utilidades. Trato de entender su historia. —Esa es la idea. —Mire, a mí me pasó algo parecido cuando jugaba tenis. Recuerdo que saqué
cinco soles para pagarle al recogebolas y los puse en mi bolsillo. Luego de jugar, cuando quiero pagar al recogebolas, ya no tenía la moneda en el bolsillo. La busqué por toda la cancha, pero la moneda no estaba. Recuerdo que inmediatamente pensé que algún recogebolas se la había agarrado. Al final los terminé mandando a la mierda a todos, inclusive les dije ladrones. Cuando llego a mi auto para irme a casa, veo en el asiento la moneda. Me sentí hecho un huevón. Como usted dice, había actuado en base a la historia que me había creado en mi mente, pero no busqué toda la información, y una pieza importante de información es que había venido en el auto. Me queda claro el concepto.
Capítulo 30
El informe
Hernando abrió el correo del informe psicológico y le dijo: —¿Está listo? —Totalmente —afirmó Esteban, seguro de que el informe sería positivo. Sentía que había impresionado a la psicóloga. —Cuando Esteban enfrenta desafíos nuevos o entornos cambiantes, poco estructurados, lo hace con un bagaje de recursos intelectuales y afectivos que le permiten generar respuestas integradoras —leyó e hizo una pausa Hernando. —O sea, soy un genio, doctor. —Sigamos leyendo. La capacidad de Esteban para mapear la complejidad se nutre de diferentes fuentes de información; así busca descomponer el todo en partes y dirigir su atención a unidades más pequeñas y relevantes de la situación —e hizo otra pausa. —Doctor, no perdamos más tiempo leyendo el informe. Ya sé que soy capaz, inteligente, blablabá… —Déjeme seguir leyendo, por favor. Esteban, pese a tener recursos, como vive situaciones estresantes en su trabajo, tiende a disminuir la intensidad de sus propias emociones sobrecargándose afectivamente en su día a día. Esta sobrecarga puede interferir con su tolerancia a la frustración y llevarlo a tener comportamientos explosivos. Su conducta explosiva se complica aún más por las frustraciones inconscientes que carga de su etapa infantil —e hizo Hernando otra pausa. —¿Y cómo se dio cuenta la psicóloga? ¿Solo de ver manchas y responder preguntas pudo deducir todo eso? No, seguro que usted le pasó el dato, doctor — dijo Esteban sorprendido. —Son pruebas proyectivas que descubren cómo es sin que se dé cuenta. Pero
déjeme seguir. En cuanto a su autoestima o sensación de valía personal, es evidente que Esteban no es muy consciente de sí mismo, de sus fortalezas y debilidades. Su autoestima es muy baja... —No, eso no se lo permito, doctor. Yo no tengo autoestima baja. Jamás hubiera logrado todo lo que tengo si no tuviera autoestima. Soy dueño de una cadena de sesenta restaurantes, soy un empresario respetado, mi nombre pesa, doctor. —Disculpe, sin afán de ofenderlo, Esteban, una persona con una elevada autoestima no reacciona de la forma que acaba de hacerlo. Me parece que se siente amenazado. Una persona con alta autoestima no degrada ni agrede a los demás. Entiendo que tiene un problema de rabia inconsciente que lo hace reaccionar; pero yo creo que además hay una parte suya a la que le da placer gritar y agredir. Cuando grita y agrede se siente superior, poderoso, en control. Es una forma de compensar sus profundas inseguridades. Esteban sentía que nuevamente Hernando le había dicho cosas que él no lograba entender del todo. Lo tomó una sensación de angustia y dijo: —Parece que estoy más cagado de lo que pensé; pero ¿por qué tengo baja autoestima entonces? —Mire, Esteban, los niños obtienen su autoestima de los comentarios, actitudes y afectos de los padres. El niño ve en los padres un espejo para entender quién es él, cuánto vale y qué tan competente es. Cuando los padres les dan cariño a los niños les hacen sentir que hacen las cosas bien, los refuerzan tanto en palabras como en sentimientos, los hacen sentir seguros; entonces el niño va formando una sólida autoestima. —Entonces mi autoestima es negativa. Me tocó un padre de mierda, abusador, y además no tuve madre porque murió cuando nací. Estoy recagado, doctor. ¿Cómo me curo? —Cuando pueda decirme lo que acaba de decir con un verdadero sentimiento de dolor en lugar de un tono de broma habremos avanzado bastante. Usted ha sufrido demasiado, y para sobrevivir a ese sufrimiento y poder hacer una vida se ha endurecido. Usted está desconectado de sus emociones, como dice el informe. Necesitamos conversar sobre su pasado, sacar su rabia, sacar su dolor, su miedo; es importante que se permita ser vulnerable, llorar y mostrar su lado más oscuro e inseguridades. Eso se hace con paciencia, y puede tomar dos años mínimo
reuniéndonos dos veces por semana. —Doctor, no puedo esperar dos años, tengo que dejar de agredir y maltratar — dijo Esteban desesperado. —Vamos a trabajar en varios frentes a la vez para que los cambios se vean más rápido. Por un lado, va a venir a sus sesiones conmigo; por otro lado, vamos a trabajar con medicamentos psiquiátricos. —¡Ah, no, doctor! Yo no tomo medicamentos para locos. Estaré cagado, pero no estoy alucinando que me persigue un pájaro asesino para matarme. —Déjeme explicarle. Hablemos de pájaros. Dígame, ¿tiene un cerco eléctrico en su edificio? —Sí tengo, ¿pero qué tiene que ver con lo que estamos conversando? —¿Qué pasa si se posa un pájaro en su cerco? ¿Suena? —No. Está calibrado para que suene solo si recibe un peso mayor, como el de un ladrón. —Le cuento que usted tiene también un cerco eléctrico en su mente, es decir, un sistema de alarma. El problema es que de niño su sistema de alarma se sobreactivó demasiado por todas las amenazas que lo vulneraban. En otras palabras, tiene biológicamente un sistema de alarma en el cerebro sobredimensionado y muy sensible. Es por eso también que reacciona muy rápidamente a cualquier estímulo negativo, y su sistema de alarma lo secuestra y le hace actuar para defenderse. —¿Y cómo arreglo biológicamente mi sistema de alarma para bajarle la intensidad? —Con antidepresivos. No sé si sabe, pero además de ser psicoterapeuta también soy psiquiatra. —Qué bueno, dos por uno, ¿o cuesta más? —dijo Esteban soltando una sonrisa —. Pero, doctor, yo no estoy deprimido, soy optimista, pilas, me gusta la chacota —se animó Esteban.
—Lo que ocurre es que los antidepresivos no solo mejoran el ánimo, también disminuyen la ansiedad y lo ayudan a tomar las cosas con más calma, y eso es lo que necesita. —Pero no me van a huevear, ¿no? Yo necesito estar activo; soy un empresario, doctor. —Le voy a dar Lexapro, un antidepresivo que ayuda mucho con la ansiedad, pero de las pastilla de 10 mg va a tomar solo la cuarta parte. Luego irá aumentando de cuarto en cuarto hasta llegar a tomar la dosis completa. Estas cosas se instalan lentamente. No tiene por qué aletargarlo; lo que sí habrá son algunos efectos secundarios. —¿Qué efectos? —dijo preocupado Esteban. —En primer lugar, le puede demorar la eyaculación cuando tenga relaciones. —¿Cuándo empiezo? —dijo entusiasmado Esteban. —Pero otro efecto secundario es que le puede bajar la libido un poco. —Aguante, con eso por favor no se meta. Eso cambia la cosa. Tengo que cumplir mis deberes maritales. —No se preocupe, la dosis es baja, pero igual vamos probando. Si disminuye mucho su impulso sexual podemos intentar cambiar de pastilla. Y, por último, va a hacer Renacer una vez por semana con Juliana Canevaro. Aquí tiene su teléfono —le dijo Hernando pasándole una tarjeta. —¿Qué es eso? —preguntó extrañado Esteban. —Mire, necesitamos que se ponga en o con sus emociones, que están bien escondidas. Usted ha formado mucho callo. Renacer es una técnica que a través de la hiperventilación le hace regresionar a los eventos traumáticos de su niñez. Juliana es un amor de persona. Estoy seguro de que le va a encontrar provecho. Con estas tres estrategias, la terapia, las pastillas y Renacer, yo creo que podemos avanzar más rápido. La tarea que tiene para nuestra próxima sesión es estar consciente de sus emociones, usar la técnica de etiquetar y siempre recordar que hay otra historia, y que debe pedir más información antes de reaccionar y decidir.
Esteban quedó muy aliviado después de la sesión. Sentía que poseía más herramientas para manejar sus emociones, pero sobre todo tenía esperanza de que algún día iba a dejar de explotar.
—Te cuento que fui a mi psicólogo, y resulta que estoy más cagado de lo que pensaba —le dijo Esteban a Antonella durante la cena. —Por fin te das cuenta —le dijo Antonella con una sonrisa. —Antonella, carajo, te estoy contando algo importante para mí, y te estás burlando —dijo muy molesto Esteban levantando la voz, pero tuvo la lucidez para tomar consciencia de que estaba sintiendo mucha ira, y se dijo a sí mismo “siento rabia, siento rabia”, y en muy poco tiempo la emoción se diluyó. —Disculpa por levantarte la voz —se excusó Esteban. —No, más bien yo estuve mal. En realidad traté de hacer una broma, pero me parece que salió como burla. La verdad es que estoy muy orgullosa de ti, de que estés haciendo un esfuerzo por mejorar. Esteban abrió entonces la caja de sus pastillas antidepresivas, cortó una cuarta parte y se la tomó. —¿Qué es eso? —preguntó Antonella. —Me han recetado antidepresivos. Dice el doctor que me ayudarán a bajar mi ansiedad y a explotar menos. Eso sí, tienen un efecto secundario: me van a bajar la libido. ¿Ahora estarás más feliz? —le dijo sonriendo Esteban. —Qué malhablado eres. —Ahora ya no te vas a estar escapando ni dando tantas excusas —dijo Esteban mientras se le acercaba a Antonella—. ¿Qué te parece si hoy, ya sabes, lo hacemos antes de que me haga efecto la pastillita? —¡Eres terrible! —le dijo Antonella sonriendo mientras se levantaba y caminaba
a su cuarto. —Recuerda que pasado mañana nos vamos a Cuzco con Cinthia, la socióloga — le dijo Esteban mientras se apuraba tras ella.
Capítulo 31
Ccorca, Cuzco
Esteban bajó del avión con Antonella y sintió el choque de la altura. —Camina despacio para que no te agarre el soroche —le dijo Antonella. —A mí no me agarra nada. Estoy en excelente estado físico —respondió Esteban mientras caminaba a su ritmo normal y dejaba atrás a Antonella. —Esteban, te vas a sentir mal —le advirtió Antonella. —Viejita, camina despacito —le gritó Esteban imitando el andar de una anciana. Ya en el hotel, Antonella pidió un mate de coca y luego se echó a descansar. Esteban decidió dar una vuelta a la plaza. Mientras paseaba lo atacó un fuerte dolor de cabeza, pero no le hizo caso. Posteriormente empezaron las náuseas. Cuando llegó a su habitación sentía que se desmayaba. —Me estoy muriendo, Antonella; por favor, ayúdame, no sé qué me pasa. Antonella pidió urgente un balón de oxígeno. Esteban corrió al baño y vomitó. Estuvo agachado al lado del inodoro hasta que llegó el oxígeno. Caminó hacia a la cama con dificultad y aspiró oxígeno por quince minutos. —Ya me siento mejor. Sentí que me moría, pero no me digas «te lo dije», por favor. —Te lo dije —se burló Antonella. —Asu, madre, me había olvidado cómo me afecta la altura. —Yo me había olvidado lo terco que eras. Eso también deberías verlo con tu psicólogo. —Antonella, si me sigues jodiendo con el psicólogo ya nunca te voy a contar nada.
—Disculpa, tienes razón. Esteban se tomó varios mates de coca y se quedó en posición horizontal hasta el día siguiente. Cinthia pasó por ellos temprano en la mañana. —¿Cómo van con la altura? —preguntó inocentemente. —Mejor no preguntes —le respondió Antonella mirando a Esteban. —Hoy tenemos un día largo. Vamos a ir al distrito de Ccorca, uno de los más pobres del Perú. Queda a solo una hora de Cuzco. Mi intención es que vean la línea base de donde partimos para hacer un proyecto que mejore su calidad de vida. Cuando llegaron, el alcalde, David, los estaba esperando. Ccorca tenía una sola calle, un colegio, una iglesia y la municipalidad, pero las comunidades estaban a entre treinta minutos y dos horas en distintas direcciones por caminos de tierra. Todos subieron a la camioneta y se dirigieron a la comunidad más cercana. Ya cerca, se detuvieron en una casa al borde del camino. En la puerta estaba una señora que aparentaba sesenta años. Después supieron que en realidad tenía cuarenta, y era quien sustentaba el humilde hogar. Luego de los saludos, pasaron hasta un patio central cubierto por lodo y excrementos de animales. A la señora la acompañaban tres niñas, una de ellas con un bebé en brazos. Todas las construcciones, muy precarias y de adobe sin tarrajear, miraban al patio pestilente. —Hola, mamá, el señor Sotomayor viene de Lima, y quiere conocer cómo vives —dijo el alcalde. —¿Dónde está su marido? —preguntó Esteban. —Nos abandonó hace tres años —respondió la señora. —Y el niñito que carga su hija, ¿de quién es? —preguntó Antonella. —Es de mi hija —dijo señalando a la mayor, que no parecía pasar de los catorce. —¿Cómo es su comida?, ¿qué comen diariamente? —preguntó Esteban. —Papa. Tenemos tierra donde sembramos papa y habas, y eso comemos.
Luego la mamá los invitó a su cocina, donde justamente estaba cociendo papas. Era un cuarto de adobe cerrado por completo, sin ninguna ventilación. El humo de la leña no salía, y apenas se podía respirar. En la habitación había una mesa con cuatro sillas y una cama. Luego Esteban sintió algo que le rozó rápido la pierna y dio un salto. —Hay culebras adentro —gritó. —No, son los cuyes. Tenemos seis —respondió la mamá. —¿Tus hijos van al colegio? —preguntó Esteban. —Colegio secundaria muy lejos; dos horas y media caminando, pero además mis hijos ayudan en la chacra. —¿De dónde saca sus ingresos para vivir? —preguntó Antonella. —Vendo mi papa en el mercado y hago chuño para vender también. —¿Cuánto gana al mes? —preguntó Esteban. —Cien soles, a veces menos. Terminó la visita y subieron a la camioneta. Esteban y Antonella estaban impactados. —Carajo, Antonella, esto es demasiado fuerte. ¿Cómo es posible que haya personas que vivan así? —preguntó Esteban. Siguieron andando en la camioneta, y visitaron tres hogares más, donde se repetía la misma historia. Las familias eran numerosas y vivían en la más absoluta miseria y suciedad. Cuando conocieron a la quinta familia, los esperaban con el almuerzo preparado: papas, habas y choclo. El alcalde sugirió comer en el campo, al costado de la casa, para evitar hacerlo en la cocina. Esteban apreció la hermosa campiña, cubierta de árboles, de lomas, de cultivos de diferentes colores; era algo que no estaba acostumbrado a ver. Esteban mordió su primera papa y sintió algo raro. —Antonella, ¿qué tiene la papa? —preguntó extrañado.
—Nada, es papa. Come porque se ofenden si no comes su comida. Esteban empezó a deshacer una papa para ver por qué le supo rara. —Puta, un gusano, carajo —dijo en voz baja a Antonella. —Es bueno, tiene proteína —le respondió Antonella. Esteban revisó el choclo, pero no tenía nada. Alcanzó a comer unos cuantos granos haciendo un esfuerzo. —Muy rico, muchas gracias —dijo Esteban ocultando su desagrado—. ¿Me prestan el baño? La dueña de casa le indicó una pequeña construcción de adobe. Esteban abrió la puerta, y lo recibió un olor putrefacto. El baño era un hueco en el piso, una letrina, cuyos olores eran insoportables. Estuvo a punto de vomitar lo poco que había comido. Salió de inmediato, se alejó un poco y orinó tras unos árboles. —Ni se te ocurra ir al baño. Te aguantas hasta el hotel —advirtió Esteban a Antonella en voz baja. Después del almuerzo, durante el regreso, Antonella pidió parar en una casa en la que vendían artesanías. Había un niño atendiendo el puesto. —Hola, ¿qué edad tienes? —le preguntó con una sonrisa. —Once años, y soy el mejor vendedor —le dijo el niño con viveza. —¿Y tu mamá y papá dónde están? —Mi papá se fue a trabajar, y nunca regresó. Mi mamá está enfermita en cama, así que yo vendo las artesanías que ella hace —respondió el niño. —¿Cómo te llamas? —le preguntó Esteban. —Miguel. El nombre le trajo inmediatamente el recuerdo de su hijo; además, Miguel era vivo, despierto como su hijo. El alcalde les sugirió que pasaran a la casa para conversar con la mamá, que estaba postrada en su cuarto.
—¿Qué tienes, mamacha? —le preguntó el alcalde. —Dicen en la posta que parece que tengo cáncer, que tengo que ir a Cuzco para que confirmen, pero no puedo porque estoy sola con mi hijo, y si no hago artesanías no comemos —respondió la señora, y en ese momento entró Miguel saltando al cuarto. —Mi hijo antes iba al colegio, pero ya no puede. Él solo decidió ir a vender las artesanías a Cuzco. Solito se va caminando dos horas y media a Ccorca, luego toma su movilidad. Miguel me dijo que no me preocupe, que él iba a vender bastante para que puedan curarme —dijo la señora. A Esteban se le partió el alma. Pensó en que él tuvo un hijo como Miguel, que tenía todo en lo económico y tenía a sus padres, pero Dios se lo llevó. Ahora se encontraba con otro Miguel, que no tenía económicamente nada y había perdido a un padre, y pronto perdería a su madre. Esteban mismo había perdido a su madre al nacer, y no iba permitir que le pasara lo mismo a este chico. Se dirigió con energía al alcalde: —Ya he decidido que empezamos a ayudar por acá. Primero, señor alcalde, le voy a dejar un dinero para que la señora vaya a Cuzco a chequearse ya. Si tiene que viajar a Lima, que vaya. ¿Con quién se puede quedar su hijo? —preguntó a la señora. —Con mi vecina, que es mi comadre —le respondió. —Y este niño empieza mañana el colegio nuevamente. Le voy a mandar un monto mensual para que no le falte nada —prometió Esteban con convicción. —Gracias, señor Sotomayor, así lo haremos, pero hay tantas familias como esta, en desgracia —se lamentó el alcalde. —No te preocupes, David —le dijo Cinthia—. Tenemos un proyecto del que ya vamos a conversar más adelante. Yo quería que Esteban y Antonella vean esta realidad con sus propios ojos, pero la gente del campo es fuerte y determinada. Solo les falta conocimientos y un poco de ayuda al inicio para salir adelante por sus propios medios. Camino a Lima, Esteban y Antonella no hablaron ni una palabra.
Capítulo 32
Renacer
Esteban tenía su cita por la tarde en la casa de Juliana Canevaro, que le iba a brindar la sesión de Renacer recomendada por Hernando. La casa parecía por fuera una vivienda humilde, y la zona se veía un poco peligrosa como para dejar su auto, pero decidió confiar en el destino y tocó el timbre. Le abrió una señora muy delgada, de unos cuarenta y cinco años, pelo negro y vestida de blanco. Esteban se presentó, y luego Juliana lo invitó a subir al segundo piso de la casa. Por dentro, la casa estaba impecable, bien cuidada, y se sentía muy buena energía. Juliana lo llevó a su oficina y empezó a preguntarle por su pasado, su niñez y la relación con sus padres. Mientras Esteban contaba su historia Juliana tomaba nota en silencio. —Muy bien, ¿sabe algo de Renacer? —le preguntó Juliana. —Lo único que sé es lo que me dijo Hernando, que es una técnica donde te hacen respirar, y eso te hace regresar al momento de tus traumas. —Correcto, pero no es respirar, es hiperventilar, que es diferente. Cuando ha jugado fútbol fuerte o corrido, está muy cansado y para, ¿cómo respira? — Juliana dejó de hablar y empezó a hacer como si estuviera muy cansada, respirando para tratar de recuperar el aliento—. Eso que acabo de hacer es hiperventilar. —Ok, entiendo, ¿pero por cuánto tiempo? ¿Serán unos cinco minutos? —Para empezar, veinte minutos, pero luego, si continúa viniendo, puede llegar a una hora —dijo Juliana con seguridad. —Yo creo que me desmayo antes. ¿No te puede dar un infarto? —¿Acaso tiene algún problema al corazón? —No que yo sepa, pero quizás usted me lo va a dar ahora —le dijo Esteban con una sonrisa.
—Mire, empecemos, y si se siente mal paramos, ¿le parece? Esteban aceptó, se echó en la camilla y luego empezó a hiperventilar. Luego de cinco minutos dijo: —¿Ya van los veinte minutos? —Siga respirando —le ordenó Juliana enseñándole la forma en que debía hacerlo. Esteban empezaba bien, pero luego iba disminuyendo la intensidad. Continuó respirando por un par de minutos más, hasta que empezó a roncar. —Despierte, Esteban, despierte —lo levantó la voz de Juliana. —¿Qué pasó? —preguntó asustado. —Se quedó dormido. Ocurre cuando la persona tiene mucho guardado adentro, y es la forma en que la mente hace resistencia para no enfrentar las emociones de dolor y pena que tiene almacenadas —le explicó Juliana. —Huy, Juliana, entonces voy a venir a dormir acá; mejor traigo mi almohada. —A ver, vamos a probar algo distinto —le dijo Juliana seriamente, dándole a entender que no estaba jugando—. Lo voy a hacer respirar caminando. Usted se va a agarrar de mi hombro mientras respira y camina a la vez. Esta técnica la utilizo cuando hay mucha resistencia. Esteban se levantó de la camilla, se apoyó en Juliana y empezó a respirar profundamente. Respiraba y caminaba, respiraba y caminaba, a veces bajaba el ritmo, y Juliana volvía a mostrarle cómo debía hacerlo. Siguió respirando por veinte minutos. En algún momento, se durmió parado por unos segundos, pero Juliana lo despertó y siguió respirando. Después de veinte minutos más, sin dejar de respirar, Esteban se subió a la camilla. —Siga respirando por unos segundos más, siga, siga, ahora pare. Esteban dejó de respirar y empezó a ponerse en posición fetal en la camilla y a retorcer el cuello. —Ahhh —gritó Esteban tan fuerte que se escuchó hasta la calle. Volvió y volvió a gritar igual de fuerte. Era un aullido de rabia intensa. Luego empezó a hacer
fuerza con sus puños tan fuerte que sus brazos vibraban como si estuviera teniendo una convulsión. Mientras sus brazos temblaban, Esteban hacía un sonido como si estuviera conteniendo una ira gigantesca. Luego empezó a dar golpes en el aire, ya no podía contenerse. Juliana tomó distancia, pero un golpe le rozó la cara y la tumbó. Se levantó rápidamente y observó a Esteban, que no paraba de golpear al aire gritando. Luego se calmó y rompió a llorar desconsoladamente. Juliana lo dejó unos segundos solo, luego se acercó y le preguntó: —¿Qué edad tienes? —Tengo dos años —respondió Esteban sin saber de dónde salía su respuesta. —¿Dónde estás? —Estoy en la sala de mi casa —afirmó sin entender lo que pasaba. —¿Puedes ver dónde estás o simplemente lo sientes? —le preguntó Juliana. —Lo siento. —¿Por qué lloras? —Porque mi papá no juega conmigo, solo juega con mi hermana —le respondió Esteban sorprendido de su respuesta. —¿Qué sientes? —Mucha pena, dolor, pero también rabia hacia mi papá y mi hermana. Después de responder, rompió a llorar nuevamente. Juliana lo dejó seguir mientras le frotaba la espalda en algunos puntos de energía que contienen la emoción del dolor. —Ahora quiero que abraces mentalmente a ese niño adolorido y le des mucho amor. Dile que tú lo vas a cuidar, que lo vas a proteger, que ahora él ya no necesita a ese padre, ahora te tiene a ti. Llena la escena de una luz blanca, una luz de conexión con lo divino y mantente dándole amor a ese niño. Esteban estaba en silencio, siguiendo las instrucciones de Juliana al pie de la
letra. Recordaba su experiencia NDE, de la luz que vio, del amor que sintió, y volvía a imaginar esa luz para darle al niño dolido amor incondicional. Luego Juliana dejó de hablar, y Esteban poco a poco fue cayendo en un estado meditativo, observando una luz intensa que lo llenaba de amor y de paz. Se quedó en ese estado unos minutos y luego abrió los ojos. —¡Guau!, qué experiencia, Juliana. Dime, ¿cómo es posible que te haya podido responder esas preguntas que le hacías al niño sin titubear como si me estuviera pasando a mí en ese momento? —Cuando hiperventilas aumenta el nivel de anhídrido carbónico en tu sangre; eso tiene el efecto de marear tus defensas conscientes que bloquean el inconsciente. Eso hace que el inconsciente aflore y te traiga memorias que no recordabas. Algunos pueden verlas como imágenes, otros solo las sienten, que es tu caso. En otras palabras, a través de la hiperventilación tu inconsciente regresó a los dos años de edad y pudiste responder todas las preguntas que te hacía. —¿Pero acaso tengo un niño adentro mío? La verdad es que me sentía dividido porque yo, Esteban de mi edad, nunca dejé de estar presente, pero a la vez sentía la presencia de un niño de dos años dolido. ¿Tiene sentido? —Todo el sentido del mundo. Todos tenemos un niño que vive dentro de nosotros. Dependiendo de nuestros traumas, el niño puede ser muy pronunciado y salir frecuentemente a actuar en nuestra vida de adultos. Cuando sale puede ser muy perjudicial; por ejemplo, si el niño tiene mucha cólera, podemos explotar. —Juliana, mi niño nació con guantes de box, porque le ando sacando la mierda a todo el mundo —le dijo Esteban sonriendo—. ¿Pero cómo controlo a este niño? —Ya has dado el primer paso. Ahora sabes que existe. La próxima vez que sientas rabia o dolor muy grandes, lo más probable es que sea tu niño emergiendo. —¿Por qué sentí tanta rabia al comienzo? —Porque tienes mucha ira guardada. No me extraña para nada. Después de lo que me contaste de tu padre, no es para menos. A medida que hagas Renacer, poco a poco va a ir saliendo toda tu rabia acumulada. Detrás de la rabia hay dolor escondido. Ese dolor también tiene que ir saliendo. Con Renacer, te conectarás cada vez más con tu niño interior. Llegará el día en que estarás en paz
con él, y ya no saldrá a complicarte la vida en tu presente. —Al final sentí mucha paz, vi una luz y experimenté una conexión espiritual; me sentí querido. ¿Es así? —Sí, al final de la sesión de Renacer, automáticamente te lleva a una meditación tremendamente profunda. Cuando te ocurra, trata de no pensar y déjate llevar por la divinidad que hay dentro de ti. —¿Entonces he meditado? —Por supuesto, y ha sido una meditación muy profunda. Esteban se paró de la camilla y agradeció profundamente a Juliana. Se sentía una persona diferente. Quedó en tener sesiones semanales. Llamó a Antonella y le contó toda su experiencia. Ella quedó impresionada de la seriedad con la que Esteban se había propuesto mejorar.
Capítulo 33
Conflictos
Al llegar a su oficina, Esteban se reunió con Rafael para esclarecer un asunto. —Esteban, estuve revisando las cifras del Cafelato de San Borja, y tenemos el doble de merma que en otros locales. Algo raro está pasando allí. —A mí nunca me gustó el cocinero de San Borja, Ramiro. Es demasiado simpático, habla mucho. Yo creo que nos está robando. No sé cómo, pero lo voy a averiguar. Yo me encargo. —Oye, pero suave, no vayas a encañonar a nadie, por favor —le dijo medio en broma Rafael. —Seguro que el que nos está encañonando es Ramiro, pero nosotros no nos damos cuenta. Esteban aprovechó esa misma mañana para buscar al cocinero. —Buenos días, Ramiro —le dijo cuando lo vio—, ¿me puede acompañar un momento a la oficina del gerente? El cocinero lo siguió con gesto alerta. —Dígame, Ramiro, ¿por qué este local tiene el doble de merma que el resto de Cafelatos? —preguntó Esteban en un tono tranquilo pero inquisidor. —Acuérdese, jefe, que nosotros somos el local que más vende en la cadena; es totalmente normal que tengamos más merma —le respondió Ramiro rápidamente, antes que Efraín, el gerente, pudiera decir una palabra. —Es cierto. La merma en relación con el porcentaje de las ventas todavía es alta. He estado viendo formas de reducirla —dijo Efraín. —¿No habrá un choro por acá? —preguntó Esteban medio en serio, medio en broma.
—No, jefe, ¿cómo se le ocurre? Somos todos personas honestas. La gente que trabaja en Cafelato es camiseta, jefe. Todos cuidamos su bolsillo —dijo Ramiro untuoso. A Esteban le molestaban los modos zalameros de Ramiro. Su intuición le decía que había algo mal con él. De inmediato, Esteban le pidió a Efraín que lo siguiera a la zona donde estaban las bolsas de basura. —¿Quiere que saquemos la basura a la calle? —preguntó Efraín. —No, quiero que abramos las bolsas, una por una —respondió Esteban. —¿Para qué? —Mira, ya tengo años en este negocio. Me han metido el dedo tantas veces que me las conozco todas. Es posible que ahora mismo encontremos tu exceso de merma —respondió Esteban mientras abría la primera bolsa de basura. Abrieron ocho bolsas. No encontraron nada, pero vieron una que estaba un poco más escondida. Esteban le pidió al gerente que la abra. Efectivamente, estaba llena de jamones, quesos, carnes, y tenía inclusive un poco de hielo para mantener todo frío. —Le juro que no sabía —dijo Efraín asombrado y asustado por el hallazgo. —Este Ramiro, ladrón. Ya me lo imaginaba, los chamulleros simpáticos son peligrosos —dijo Esteban con contenida cólera—. Llama a la oficina a ese hijo de puta, pero antes quiero que hagas algo. Mientras Ramiro se demoraba en llegar, Esteban recordó las palabras de Hernando, su psicólogo: etiquetar emociones y luego escuchar la otra historia, los dos puntos claves que tenía que atender. Esteban empezó a decirse a sí mismo: «Sientes rabia, sientes injusticia, te sientes abusado». Su intensidad emocional empezó entonces a disminuir. Ahora la otra historia, pensó. ¿Cuál podría ser otra explicación? «En todo caso, tengo que escuchar su versión», pensó. Ramiro llegó con el gerente. —Qué pasa, jefecito, tanto apuro —dijo Ramiro un poco asustado. —Hemos encontrado una bolsa de basura llena de víveres frescos. Alguien ha
estado robando —dijo Esteban molesto, pero sin explotar. —No puede ser. Si es cierto lo que usted dice, tenemos un ladrón entre nosotros —dijo Ramiro sorprendido. —¿Tú no eres el responsable de revisar todo lo que se pone en las bolsas de basura? —Sí, jefe, pero hay momentos de mucha chamba, sobre todo a la hora de almuerzo. Uno no puede estar viendo todo a la vez —respondió Ramiro acalorado. Entonces entró un muchacho con un DVD en la mano que entregó a Esteban: —Aquí tiene, señor Sotomayor. —A ver, veamos quién nos está robando. Este video es de la cámara de seguridad de nuestra parte trasera —dijo Esteban moviendo el disco a la altura de su rostro. Ramiro empalideció. Pasaron el DVD. Vieron claramente cómo Ramiro armaba con cuidado su bolsa de basura. —Con la mierda de sueldo que me paga, me tenía que cobrar lo mío —le dijo Ramiro con despecho. —Pedazo de concha tu madre, te voy a… —pero Esteban paró en seco y recordó identificar sus emociones. Tomó aire y le dijo—: Agarras tus cosas y te vas. —Usted es un animal, trata a la gente pésimo. Lo único que le importa es su bolsillo. Se caga en la gente. Seguro que trataba a su hijo como una basura, por eso se murió —atacó Ramiro tratando de sacar a Esteban de sus casillas. Esteban golpeó la mesa fuertemente con las palmas de sus mano y apretó luego sus puños por unos treinta segundos, ajustando los dientes sin decir una palabra, hasta que soltó lentamente: —Como te dije, te largas. Tengo las pruebas para ganarte cualquier juicio laboral.
Ramiro sacó sus cosas personales y se fue. Esteban salió del local y se subió a su auto. Ya sentado, empezó a golpear la silla del copiloto con su puño con toda su fuerza mientras gritaba y rompió a derramar amargas lágrimas. Lloraba por su hijo, pero también por el abuso que había padecido, que le recordaba al abuso constante de su padre. Lloró desconsoladamente por un rato más hasta que se calmó. Luego volvió a entrar al Cafelato y se reunió con Efraín. —Y ese muchacho que era mozo, que me caía bien, Marco creo que se llamaba, ¿ya no trabaja acá? —El chico era magnífico, pero anduvo con malas juntas, y ahora deambula por las calles de su barrio en Villa El Salvador totalmente drogado. Marco era muy despierto, y Esteban le había visto potencial. Recordó que cuando le contrató le dijo que venía de una rehabilitación de una adicción, y le pidió que lo ayudara a salir adelante. Ahora, a Esteban le daba pena que echara a perder su vida nuevamente con las drogas. Llamó a Benjamín, el jefe de seguridad de la empresa. Le dijo que se consiguiera unos cuatro vigilantes vestidos de civil y que le diera el alcance. Al poco tiempo llegaron y se fueron con Efraín en una camioneta pickup a Villa El Salvador. Luego de cruzar la ciudad en silencio, el chofer estuvo dando vueltas por las calles cercanas a la dirección de la casa de Marco. Al poco tiempo, todos dentro del auto con la mirada puesta en las cuatro direcciones, lo encontraron con varios amigos más. Todos tenían muy mal aspecto. Esteban les dijo: —Benjamín, tú con tres hombres caminen hasta la esquina y se ponen a conversar con los chicos. Yo iré caminando con un hombre más mientras Efraín nos sigue despacio con la camioneta, y apenas pase al lado de Marco lo subimos. Tú te encargas con tu equipo de que sus amigos no intervengan. Las cosas salieron como Esteban lo había planeado. Una vez subidos Benjamín y sus hombres a la camioneta, Marco empezó a sacudirse y protestar: —Déjenme, mierdas. ¿Qué carajo les pasa? ¿Por qué me detienen? —Cálmate, somos de Cafelato. Te vamos a llevar a un centro de rehabilitación —le dijo Esteban. —Oye, huevón, yo no quiero ir a ningún lado, déjame en la calle ahorita, carajo
—respondió Marco. —Esto es por tu bien, muchacho. Necesitas ayuda, y te vamos a salvar. Luego de llevarlo a un centro de rehabilitación recomendado por su psicólogo, Esteban llamó a los padres del muchacho. Ellos ya habían sido avisados de que habían raptado a su hijo. Esteban los tranquilizó diciéndoles quién era, que Marco estaba con él, y les pidió hablar con ellos. Los estuvo esperando en la puerta del centro. Al verlos llegar, buscaron algún lugar donde sentarse a conversar. Luego de explicarles lo que se proponía hacer con Marco, los padres respiraron aliviados. Dijeron que querían mucho a su hijo, pero que ya habían perdido la esperanza de salvarlo. Regresaron al centro y firmaron agradecidos el internamiento. Esteban pagó todos los gastos antes de irse.
Camino a su casa, Esteban recibió una llamada del colegio de Fiorella. Había sido suspendida porque copió en un examen. Esteban llegó para almorzar, y encontró a Antonella y Fiorella ya en la mesa. —Fiorella, es el colmo que te estés copiando en el colegio. ¿De dónde has aprendido esas manías? Seguro es tu nueva amiguita cool que tienes, ¿cómo se llamaba? Carmen, ¿no? —Papá, yo no me he… —respondió Fiorella, pero fue interrumpida. —¿Qué curso es? Seguro es matemáticas, ¿no? El curso que ya jalaste la vez pasada, ¿no? —Sí, es mate, pero, papá, yo… —volvió a decir Fiorella, pero Esteban volvió a interrumpir. —Pues ya me cansé. Vamos a poner orden en esta casa. A partir de hoy no sales el fin de semana; te quedas estudiando matemáticas. Y tu amiga, esa Carmen, no entra a mi casa, ¿entendiste? —Esteban, espera un poco, conversémoslo —le dijo Antonella. —Papá, qué injusto que eres. No has cambiado nada. Eres el mismo amargado y mierdoso de siempre —le dijo Fiorella antes de pararse e ir a su cuarto.
—Ven acá, niña malcriada. ¿Qué te has creído, que me puedes faltar el respeto? Ya a solas, Antonella le dijo molesta: —No te quise contradecir en la mesa, pero habíamos quedado en que antes de dar un castigo tú y yo lo conversábamos, y me has ignorado. —Bueno, pero si tú no pones orden alguien tiene que ponerlo. A esta chica la han encontrado copiando en el colegio. Necesita mano dura para cambiar. —Primero me tienes que pedir disculpas a mí, por lo que has hecho, y luego le tienes que pedir disculpas a ella, por la forma en la que la has tratado. —¿Y quién me pide disculpas a mí por el trato que recibo de mi hija y de ti? —Te juro que tu hija tiene razón. Eres el mismo amargado de siempre. Tú dices que has cambiado, pero es para la exportación. Dentro de tu casa eres el mismo de siempre —dijo Antonella mientras se ponía de pie y se dirigía a su cuarto. —Puta madre, como siempre, yo soy el que tiene la culpa. Esteban estaba muy molesto porque creía que no había explotado, había estado en control, pero las cosas no habían salido bien. Se sentía totalmente incomprendido. Se propuso discutirlo al día siguiente en su sesión con Hernando.
Capítulo 34
Autonomía
Esteban llegó a su cita con Hernando casi al final de la tarde. Le contó su experiencia con Renacer, de cómo había salvado a Marco de las drogas y cómo había gritado y golpeado, lleno de rabia y decepción, luego del episodio con Ramiro, y que después había terminado llorando desconsolado. —¿Por qué llorabas? —le preguntó Hernando. —En algún momento, de modo inesperado, como un relumbrón, descubrí que tenía mucho dolor y rabia porque mi padre solo jugaba con mi hermana, y no conmigo. —¿Qué sientes, qué piensas en esos momentos? —Me parece tremendamente injusto que un padre sea tan miserable que haga diferencias entre sus hijos. Es algo irresponsable y cruel —respondió Esteban cruzándose de brazos con los puños cerrados. —¿Qué más sientes? —insistió Hernando. —Puta, quiero matarlo, ahorcarlo con mis propias manos. El problema es que ya está muerto —dijo Esteban apretando los dientes. —Está muerto físicamente, pero en tu mente sigue totalmente vivo; te secuestra cuando menos te das cuenta y terminas agrediendo a terceros. —Como tú sabes, estoy tratando de ser una mejor persona, de hacer el bien, de tener pensamientos positivos, de perdonar, y aquí estoy, al parecer haciendo todo lo opuesto, ventilando odio contra mi viejo. ¿No se supone que debería perdonar? —Es importante que entiendas que la mente inconsciente trabaja de forma distinta a la consciente. Por ejemplo, si tu mujer hace hoy algo que no te gusta, por supuesto que es positivo no ventilar tu rabia contra ella, que tengas autocontrol y aprendas a perdonar rápidamente. Eso es controlar la ira
consciente, pero cuando esta es inconsciente, como la tuya, la única forma de eliminarla es ventilarla, sacarla, y lo mismo con todo tu dolor. —Qué enredada que es la mente. —Mira, cuando estás estreñido, ¿cuál es la solución? —Carajo, doctor, no sé, me tomo un laxante. —¿Y qué pasa después? —¿Quiere detalles? Voy al baño, pues —respondió Esteban con desagrado. —En tu niñez acumulaste una cantidad de recuerdos llenos de ira y dolor, y por eso estás “estreñido”, porque tus recuerdos están atorados en tu inconsciente. Yo te doy el laxante y luego me convierto en el inodoro que recibe toda tu mierda, rabia y dolor. Pero bueno, basta de metáforas. Además de eso, ¿cómo te ha ido? Esteban le hizo un relato de cómo había tratado de seguir sus consejos, sobre todo en el episodio con Ramiro. Mal que bien, le dijo que se sentía orgulloso de su autocontrol a pesar de la difícil situación. —Es algo que nunca me había pasado —reconoció Esteban—. Pero no todo ha salido bien, Hernando. —Me parece increíble que no hayas explotado, sobre todo cuando te empezó a agredir y te dijo lo de tu hijo. La verdad es que te felicito, tienes mucho mérito; cambiar no es fácil. —Por supuesto que me provocaba matarlo, pero etiquetar mis emociones me ayudó a bajar mi rabia. —De acuerdo, pero yo creo que las pastillas antidepresivas que estás tomando te ayudaron a tener esos segundos de distancia para poder etiquetar. Acuérdate cómo eras antes; apenas sentías una agresión o una injusticia, en milisegundos, eras secuestrado por, como tú decías, «el animal que llevas dentro». ¿Cómo te va con las pastillas? —Creo que bien. Todavía mi dosis es pequeña, pero no siento mayores efectos secundarios.
—¿Y por qué te fue mal? —le preguntó Hernando. Esteban le contó la llamada del colegio, el castigo que le habían impuesto a Fiorella por copiar, la reacción de su hija y finalmente su pelea con Antonella. —¿Cómo es tu relación con tu hija? —preguntó Hernando. —Yo creo que me odia; pero igual, en mi casa falta mano dura. —¿Te refieres a la mano dura que le sobraba a tu papá contigo? —¿Qué diablos tiene que ver mi papá con esto? —Esteban, es totalmente normal que si has tenido un padre duro y controlador te salga naturalmente ser duro y controlador. Lo importante es que te vayas observando, que tomes consciencia de cómo actúas. —¿Pero qué tiene de malo ser un poco controlador? Yo creo que es una buena manera de formar a tus hijos. —La formación excesivamente controladora hace que te conviertas en un rebelde que desafía a todo el mundo o que te conviertas en alguien sometido, al que hay que decirle todo el tiempo lo que tiene hacer. En cambio, la formación que fomenta la autonomía es la que ayuda a los hijos a que sean más felices y desarrollen autoestima. —Hernando, yo fui totalmente controlado, y he tenido éxito en la vida —dijo Esteban desafiante. —Todo depende de a qué le llames éxito en la vida. A ti te fue bien en lo económico, ¿pero en lo demás? —Hernando, no te pago para que me machetees —dijo Esteban soltando una sonrisa triste. —Vamos al caso concreto de la situación con tu hija. Te enteraste por el colegio que se había copiado en un examen, ¿correcto? Ahora dime, ¿le pediste que te cuente su historia desde su perspectiva? —No, ¿para qué? El colegio no va a mentirme, ¿no?
—Vamos a suponer que más bien llegaste a la casa y le dijiste a tu hija qué pasó, cuéntame tu historia. Supongamos que ella te dice que efectivamente se copió. ¿Qué le dirías después para fomentar su autonomía? —La castigo, eso haría —dijo Esteban con firmeza. —Entiendo, pero eso no fomenta su autonomía, y no haces que ella se haga responsable por lo que hizo. La forma de hacerlo es preguntarle: «¿Qué consecuencias sientes que mereces por lo que has hecho?». Observa, Esteban, que uso la palabra «consecuencias» y no «castigo». —¿Pero si hago eso y ella se da un castigo muy suave? —Cuando tú les das la responsabilidad a tus hijos, ellos aprenden a vivir con las consecuencias de sus actos, y en mi experiencia, cuando tienen que imponerse alguna sanción, tienden a ser mucho más duros que nosotros. Por ejemplo, supongamos que tu hija viene con un curso jalado. Cuéntame cómo manejarías el problema tratando de fomentar su autonomía. —Lo primero que haría sería escuchar su historia. Le preguntaría ¿qué pasó? y escucharía con interés lo que tenga que decirme. —Supongamos que tu hija te dice que no le gusta el curso, que detesta al profesor. —Le diría que es su responsabilidad, y que debe estudiar. —Espera, Esteban. Si le dices lo que tiene que hacer le estás impidiendo que asuma su responsabilidad y que decida de forma autónoma. ¿Cómo lo harías de una forma que promueva más su autonomía? —Quizás preguntarle qué piensa hacer para por lo menos pasar ese curso, dejar que ella me proponga alternativas. —Exacto, esa es la idea. También puedes decirle «¿me permites recomendarte algo?», y luego le das tu sugerencia, pero siempre respetando su autonomía. —Hernando, ¿estás seguro de que no voy a cagar a mi hija de esta forma? —Esteban, ahora ya lo estás haciendo con la actitud que tuviste con ella —
concluyó Hernando. Esteban terminó la sesión tan lleno de ideas nuevas que le dolía la cabeza. Llegó a su casa y llamó a su hija: —Fiorella, quiero pedirte disculpas por lo que pasó hoy. Empecemos nuevamente. Cuéntame, ¿qué ocurrió en el colegio? —Papá, solo hablé con Carmen durante el examen diez segundos, sobre un tema de una fiesta, pero la profesora pensó que estaba copiando, y me suspendió —le dijo Fiorella con lágrimas en los ojos. —Qué injusto. Pero dime, ¿qué vas a hacer para que no te ocurra de nuevo? —Nunca voy a conversar durante un examen. No me pasará otra vez. Además, voy a tener que esforzarme mucho para pasar el curso con esta nota cero que tengo. Ahora voy a salir mucho menos hasta que me nivele. Esteban se sorprendió de lo fácil que era la nueva manera de tratar a su hija; todo fluía. Esteban volteó para salir del cuarto, pero Fiorella le dijo: —Papá. —Sí. —Gracias, gracias por escucharme. Esteban la miró con ternura y le dijo con una sonrisa: —Gracias por aguantar al amargado de tu viejo. Esteban entró a su dormitorio y miró a Antonella, pero ella lo ignoró por completo. —Antonella, ya me disculpé con Fiorella. Te ito que metí la pata. Discúlpame, estoy tratando de cambiar, pero no me es fácil. —Dale gracias a Dios de que estoy metida en Brahma Kumaris, si no hoy te hubiera asesinado —dijo Antonella riéndose. —Qué tal si nos amistamos cariñosamente —propuso Esteban tomándola con
delicadeza del cuello. —Estás castigado, hoy no hay nada para ti. —Carajo, ¿resulta que el único castigado ahora soy yo? —dijo Esteban de buen humor.
Capítulo 35
La consciencia del ser elevado
Al día siguiente, Cinthia llegó temprano a la oficina de Esteban. Ya tenía el proyecto de Ccorca dimensionado, y quería su aprobación. —Ccorca tiene 88% de desnutrición infantil, sus ingresos son bajísimos, no pueden alimentarse bien, en consecuencia, los niños no desarrollan su cerebro, lo que limita sus capacidades y perpetúa su ciclo de pobreza. La idea sería hacer un proyecto para cien familias inicialmente; es decir, hablamos de un impacto en la vida de quinientas personas. Trabajaríamos en diferentes frentes. Se les daría una actividad productiva: criar cuyes. En Cuzco, hay una demanda insatisfecha de cuyes. Así aumentarían sus ingresos, y además tendrían una fuente de alimentación rica en proteínas. Nosotros pondríamos los animales y la tecnología, los campesinos harían el galpón y la municipalidad pondría los techos. En segundo lugar, les enseñaríamos a cultivar de forma orgánica para que sus cultivos tengan más valor, y les daríamos semillas para que diversifiquen su producción. En tercer lugar, los ayudaríamos a crear sus biohuertos. El municipio les da las mangas de plástico, nosotros instalamos el sistema de riego y les dariamos las semillas, y los campesinos ponen los postes y lo construyen. Y el último componente es una vivienda saludable, que implica, entre otras cosas, habilitar cocinas mejoradas para evitar que el humo se quede adentro y mejoren así su higiene. —¿Cuánto costaría hacer todo esto? —Sería una inversión de ciento ochenta mil dólares en tres años. Habría que desembolsar sesenta mil por año —dijo Cinthia con un poco de temor. —Mil ochocientos dólares por familia —dijo Esteban haciendo un cálculo rápido. —Sí, pero el impacto es bastante mayor, pues a los tres años las familias están obligadas a compartir los recursos que les entregaron con otra familia que no los
recibió; es decir, darles cuyes, semillas y enseñarles lo que saben. En realidad, el proyecto beneficiará a doscientas familias; es decir, serían novecientos dólares por familia. Esteban sí había contribuido antes a alguna causa, pero siempre de modo interesado, para recibir algo a cambio. Una parte de él sabía que era importante y necesario comprometerse con las familias de Ccorca. Él había visto cómo vivía esa pobre gente; pero, por otro lado, sentía que se metía en un terreno totalmente desconocido. ¿Qué pasaba si después se arrepentía? Además, todavía le quedaba su inclinación a la tacañería, y le dolía desembolsar ese dinero. —Déjame pensarlo, Cinthia; es un montón de dinero —dijo un poco incómodo. Cinthia se quedó unos instantes en silencio, y de súbito preguntó animosamente: —¿Sabes cuánta gente me ha dicho «lo voy a pensar» y al final no hace nada? ¿Y sabes qué pasa mientras la gente piensa? El futuro de miles de niños es destruido por la desnutrición. Cinthia hizo una pausa y luego continuó. —Disculpa, tú no tienes la culpa de todo esto. Ha sido solo que me siento muy frustrada, pero entiendo. Es un montón de dinero. Por favor, tómate tu tiempo. Esteban quedó confundido. Necesitaba conversar con alguien. Se le ocurrió llamar a Gabriela. Hacía tiempo que no se reunían. Quedaron en encontrarse en el café de siempre esa tarde. Esteban llegó puntual, pero encontró a Gabriela ya sentada; se acercó a su mesa y pidió un café. La puso al día de sus últimas experiencias, de sus éxitos y fracasos en su empeño por ser mejor. Al final le contó de su viaje al Cuzco y acerca del proyecto que Cinthia le propuso, y le confesó sus dudas sobre si participar o no. —Antes de conversar del proyecto, quisiera decirte que me parece genial que estés trabajando tu parte emocional. Entendiendo tu dolor, estás haciéndote más consciente de ti mismo, pero no es suficiente. Es importante que también te pongas en o con tu espiritualidad, con tu ser elevado —le sugirió Gabriela.
—¿Pero no te parece que para poder elevarme necesito primero sacarme el lastre de rabia y dolor que llevo dentro? —El problema es que si te quedas solo en el plano emocional te vas a olvidar de tu verdadera identidad. Recuerda que en tu experiencia NDE tu ser elevado salió del cuerpo y vivió el amor incondicional. Tu verdadera identidad es tu alma, tu ser elevado, pero el problema de la vida es que nos metemos en la rutina y vamos perdiendo la memoria. Esteban, tú eres de los pocos privilegiados que ha tenido una NDE, que ha comprobado que somos consciencia además de cuerpo; pero, si no tienes alguna práctica espiritual, te vas a olvidar y vas a perder la herramienta más importante para tu cambio en la vida. —Se supone que el servicio me iba a ayudar en ese sentido, pero ciento ochenta mil dólares es mucho, aunque sea en partes; son sesenta mil anuales durante tres años. —Dejemos el dinero de lado por ahora. Mira, una buena metáfora para entender lo que te acabo de decir es que somos como teléfonos celulares, pero para funcionar bien necesitamos recargarnos todos los días. La forma de recargarnos es conectarnos con lo divino, lo espiritual, por lo menos una vez al día. En mi caso, yo hago meditación y conecto con Dios. Al conectar recuerdo que soy más que este cuerpo, que soy más que mis roles en la vida como doctora, como presidente de la asociación NDE, como hija y otros que juego en la vida. Esteban, nosotros somos consciencia pura, pero necesitamos conectar con lo divino para no olvidarlo. El servicio me parece importantísimo, pero además sería importante que tengas una práctica espiritual. Si no es meditación, puede ser la oración con devoción, por ejemplo. —Pero dime, ¿en qué me ayudaría tener presente en el día a día a mi alma? —Un día que Buda estaba predicando con sus discípulos, de pronto fue alcanzado por un grupo de personas que se acercó y lo insultó. Le dijeron que era un falso profeta y un charlatán que engañaba a la gente. Buda no se inmutó, pero sus discípulos le dijeron: «Debemos darles una paliza. Te han insultado, maestro». Buda les preguntó: «Cuando te dan un regalo y no lo recibes, ¿de quién es el regalo?». Luego terminó: «Hijos míos, ustedes se han quedado con el regalo en lugar de devolverlo». Esteban, cuando tienes presente a tu ser elevado en tu vida cotidiana, si te dan regalos como agresiones, insultos o cualquier emoción negativa, tienes la capacidad de no aceptarlos; es decir, tienes el
desapego de no comprometerte de forma negativa emocionalmente con la situación. —¿Es posible hacer lo que estás diciendo? —Por supuesto, pero debes estar muy conectado con tu ser elevado, y eso requiere de una disciplinada práctica espiritual. En tu experiencia NDE, sentir el amor incondicional, tu alma, fue muy fácil porque ya no estabas en el cuerpo. Lo difícil es sentir tu alma mientras vives en este cuerpo; pero si lo logras, no solo vas a ser inmune a lo negativo; además harás que emerjan las cualidades del alma en tu día a día, como la compasión, el amor y el servicio a los demás. —No sé… es tan difícil a veces. —La mayoría en el mundo se ha olvidado de que son consciencia, de que son almas llenas de amor. Para el mundo es normal la agresión, la maldad y la violencia, lo vemos en las noticias todo el tiempo. El problema es que la presión para ser «normal» es muy fuerte, por eso necesitas una práctica que te recuerde tu verdadera identidad. Ahora hablemos de los ciento ochenta mil dólares. —Ah, eso... —Dime, ¿tú estás totalmente convencido de que existe el alma? —Sí, yo he vivido la experiencia de ser alma. —Quiero recordarte ahora tus palabras el primer día que nos conocimos. Una vez que te conté mi experiencia y conversamos sobre la tuya, me dijiste que eras un empresario, y que te habías dedicado a hacer crecer tu empresa, a tener más dinero, pero ahora te dabas cuenta de que todo lo que habías hecho no tenía mucho sentido; tener más y más, ¿para qué? Si no te llevas nada a la otra vida más que tu alma, me dijiste que tenía lógica que nuestro esfuerzo se centre en desarrollar el alma. —A mi bolsillo no le conviene que tengas tan buena memoria. —Mi pregunta es: ¿ya tienes ahorros suficientes para tu vejez, para dejarle algo a tu hija? Con tu negocio, ¿generas más de esos sesenta mil dólares en ahorros anuales que debes desembolsar? Si la respuesta a las dos preguntas es sí, la siguiente pregunta es: ¿para qué quieres ahorrar más para ti? Sabemos que solo
te llevas tu alma, y tu alma se llena de amor, se desarrolla y crece cuando haces servicio. Pero eso sí, no basta dar dinero, también es importante que entregues tu tiempo, que des tu amor. Esteban agradeció a Gabriela y se quedó en la mesa pensando luego de que ella partió. Después de quedarse mirando distraídamente a las personas que pasaban por la calle llamó a Cinthia. —Cinthia, vamos con el proyecto. Se escuchó un grito de alegría en la otra línea. —Eso sí, la condición es que no solo entregue dinero, sino que yo también chambee ayudando.
Capítulo 36
Inmersión
Había pasado una semana desde la última vez que Esteban hizo Renacer con Juliana, tuvo sus sesiones con Hernando y estaba tomando una mayor dosis de los antidepresivos. En general, había sido una semana tranquila, sin mayores incidentes. Esteban ya había empezado a coordinar su trabajo en Ccorca. Cinthia alquiló una oficina en Cuzco y contrató a un técnico agrónomo y a uno veterinario para poder hacer el trabajo de campo. Esteban llegó puntualmente a su cita con Juliana, que le abrió la puerta y lo hizo pasar. —¿Estás listo para respirar? —le preguntó. —¿No hay otra manera de lograr el mismo efecto sin tanto esfuerzo? Qué difícil que es hiperventilar. —Hoy día no vas a respirar en la camilla, sino en la tina con agua caliente. —¿Para qué me tengo que meter a una tina? —preguntó Esteban inquieto. —Cuando haces Renacer en agua muy caliente el efecto es más poderoso. —La vez pasada lo hice en camilla, y fue tan poderoso que casi la mato a golpes. No quiero que el efecto sea más poderoso. —Necesitamos hacerlo en la tina para que puedas ir recordando más atrás, para que puedas llegar a conocer tus traumas primarios. Esteban se puso la ropa de baño que le entregó Juliana y se dirigió a la tina. Gritó de dolor cuando introdujo el pie en el agua. —Juliana, dime, ¿la calcinada viene incluida en el precio? Carajo, ¿por qué tiene que ser tan caliente esta agua? —Ya te vas a acostumbrar. Métete poco a poco. La idea es que esté lo más
caliente que puedas tolerar —le dijo calmadamente Juliana. Esteban, lentamente y con dolor, fue introduciéndose en la tina caliente. Una vez que estuvo adentro, Juliana lo tapó con un plástico y le pidió que empezara a respirar hiperventilando. Al poco tiempo, Esteban se a quedó dormido, pero Juliana lo despertó y le insistió para que siga respirando. Después de media hora de hiperventilar, Julia le dijo que parara. Después de unos segundos, Esteban empezó a retorcerse en la tina tensando todos sus músculos como si estuviera a punto de reventar, y luego vino la explosión. Gritó fuertísimo. Mientras lo hacía todo su cuerpo estaba tenso y sus puños temblaban. El efecto del agua caliente había funcionado; su experiencia estaba siendo más intensa. En medio de los gritos, empezó a dar golpes con sus manos. Juliana se alejó para evitarlos, pero una vez que se calmó un poco, se acercó. —¿Dónde estás? —preguntó. —En mi cuna. —¿Por qué estás molesto? —Estoy solo en mi cuna. Quiero que estar con mi papá, y no está. —¿Con quién estás molesto? ¿A quién le tienes rabia? —Estoy molesto conmigo mismo, me tengo mucha rabia a mí mismo —le respondió Esteban empezando a tensar los brazos y los puños. —¿Por qué tienes rabia contra ti? —Porque es mi culpa. No me quieren porque soy una basura; merezco morir. Esteban empezó a gritar nuevamente y a golpear al aire. Juliana se alejó hasta que se detuvo, y luego rompió a llorar desconsoladamente por varios minutos. —¿Por qué lloras? —le preguntó Juliana. —Me siento solo, abandonado, despreciado, tengo mucho miedo de morir. Al terminar, Esteban se cambió y fue al escritorio de Juliana.
—Hablemos de tu experiencia. ¿Qué sientes? ¿Qué piensas? —le preguntó. —No entiendo. ¿Por qué mi niño siente que fue su culpa si él es totalmente inocente de lo que le pasó? —Desgraciadamente, cuando somos niños de uno o dos años no entendemos por qué pasan las cosas; no tenemos desarrollado nuestro cerebro para entender el contexto de las situaciones. Ahora que eres adulto ves claramente que Esteban niño no tuvo la culpa, pero Esteban niño no tenía capacidad de entender, y fue muy fácil para él llegar a la conclusión de que era culpable de que no lo quisieran. —Qué terrible. En otras palabras, ahora ya sé que siento rabia inconsciente contra mi padre, pero quizás la más fuerte rabia es contra mí mismo, porque me echo la culpa de todo. Y esa rabia, ¿cómo puede manifestarse en el presente? —Cuando uno tiene rabia contra sí mismo lo típico es que tenga conductas autodestructivas, que la persona misma se autosabotee. Por ejemplo, en tu caso, de lo que me has contado, todas tus conductas agresivas, tus explosiones, en parte se deben a tu ira contra el padre, pero yo creo que también una parte de ti sabe que al explotar vas a hacer que la gente no te quiera o vas a perjudicarte de alguna forma. Ese sería tu niño tratando de hacerse daño a sí mismo. —Caramba, cada vez que vengo a tu casa me doy cuenta de que estoy más cagado de lo que creía que estaba. ¿En algún momento esto va a parar? — preguntó Esteban desesperado. —Es posible que siga saliendo, pero ya has tocado temas bien fuertes —le dijo Juliana tratando de calmarlo. —¿Pero cómo me curo? ¿Cómo sano a mi niño? —preguntó Esteban impotente. —¿Te das cuenta de que después de tu catarsis me acerco y te hago abrazar a tu niño, que te hago hablarle y decirle que está seguro contigo? Eso es el proceso de sanación. Después de respirar, tu inconsciente aflora, y lo que hacemos es darle nueva información para que poco a poco tu niño vaya cambiando su percepción. Pero esto no es rápido. Tú has cargado estos sentimientos de rabia y dolor por más de cincuenta años. Tenemos que hacer más veces Renacer para bajar su intensidad y eventualmente cambiar el discurso del niño. Ten paciencia.
—¿Cuántos meses más necesito? —Más bien deberías preguntarme cuántos años. Yo creo que son un par mínimo viendo lo grave de tu caso. —Juliana, ¿y me vas a hacer descuento por volumen? —le dijo Esteban sonriendo. —Al contrario, te debería cobrar más para que aprendas a desamarrar tu bolsillo.
Capítulo 37
Cusibamba
Habían pasado seis meses, y Esteban había creado una rutina de estrategias para cambiar. Tenía sus sesiones con Hernando dos veces por semana, y ya estaba tomando la dosis completa de antidepresivos. Sí sentía efectos secundarios, pero no le molestaban. Además, una vez por semana tenía Renacer con Juliana: todas las mañanas hiperventilaba por quince minutos y luego se queda meditando quince minutos más. La meditación que alcanzaba era muy profunda, y lo llenaba de paz y de una sensación de amor incondicional. Tres veces por semana coordinaba con Cinthia el proyecto de Ccorca, que estaba avanzando muy rápido, y se había convertido en una de sus actividades que más lo apasionaba. Siempre esperaba las llamadas de Cinthia para comprobar los progresos y contribuir con ideas. Con el paso de los días, las llamadas y las coordinaciones, Esteban ya no quería volver a su vida anterior, dedicada a hacer solo cosas para él. Fue descubriendo paulatinamente, en el camino, esa felicidad que decían sentir los que estaban entregados a ayudar al prójimo. Por otro lado, podía permitírselo porque desde que volvió Rafael pasaba cada vez menos tiempo en la empresa. Esteban y Antonella estuvieron en un tiempo listos para su primer viaje a Cuzco desde que se inició el proyecto Ccorca. La idea era estar en el campo y ensuciarse las manos ayudando en la obra. Esta vez Esteban se cuidó de aclimatarse a la altura. Apenas llegados, descansaron y al día siguiente los recogió temprano Cinthia. José, el técnico agrónomo, manejaba la camioneta, Antonella iba en el asiento del copiloto y Esteban atrás con Cinthia. Cuando estaban a más de la mitad de camino, encontraron bloqueada la carretera por unos manifestantes en actitud beligerante. —No se puede pasar a Ccorca. Es peligroso seguir avanzando —dijo José. —No me voy a regresar —dijo Esteban—.Ya sé, me voy a hacer el enfermo, y ustedes dicen que tienen que pasar a Ccorca urgentemente para que me atiendan en la posta. —Esteban, me parece un poco peligroso. Veo a los huelguistas bien agitados —
lo quiso disuadir Antonella. —No se preocupen, mi plan va a funcionar —los tranquilizó Esteban, que de inmediato se estiró y puso su cabeza sobre las piernas de Cinthia mientras la camioneta avanzaba lentamente. —Tenemos un enfermo, necesitamos pasar —le dijo José, haciéndose el preocupado, al primero que se aproximó. —¿Qué le ha pasado? —preguntó con autoridad quien parecía ser uno de los dirigentes. —Parece que se ha desmayado —respondió José. Esteban sintió que poco a poco se hacía más oscuro porque los manifestantes se habían arremolinado alrededor del auto. —Vamos a sacarlo para que tome aire y se reanime —ordenó el dirigente. Esteban continuó con los ojos cerrados, pero lo invadió el pánico y masculló con los dientes apretados y los labios apenas abiertos: —Mueve el carro ahora mismo, puta madre. José retrocedió y la gente se hizo a un lado; luego arrancó súbitamente, salió de la pista y tomó un trecho de terreno accidentado. Cuando los manifestantes, sorprendidos, empezaron a tirarles piedras, el auto ya se alejaba, pero casi los alcanzan. —Estuvo cerca —dijo José subiendo nuevamente al camino. Llegaron al distrito de Ccorca y luego se dirigieron a la comunidad de Cusibamba, a hora y media de distancia, donde Esteban y Antonella estuvieron la última vez. Al llegar a su pequeña y rústica plaza encontraron a trescientos comuneros delante de una mesa con dos sillas, un micrófono y al alcalde David de pie. —Cinthia, ¿qué es esto? ¿Por qué hay tanta gente? —preguntó Esteban. —La verdad es que no sé. No lo hemos preparado nosotros.
Esteban y Antonella se bajaron y saludaron al alcalde, quien les pidió que se sentaran, tomó el micrófono y empezó a hablar: —Queremos darles la bienvenida al señor Esteban y su linda esposa, un exitoso empresario limeño que ha venido a ayudar a Cusibamba. Con el apoyo de Esteban, de la municipalidad y con su trabajo, señores comuneros, vamos a sacar de la pobreza a Cusibamba. Un aplauso para Esteban, por favor. Los campesinos empezaron a aplaudir, pero Esteban se incomodó. No se sentía a gusto con ese reconocimiento. El alcalde le hizo una señal para que dirija unas palabras. —No voy a hablar —le dijo en voz baja a Antonella. —Esteban, no pienses en ti. Para ellos es muy importante honrarte. Piensa en ellos —le pidió Antonella. Esteban se puso de pie resignado y tomó el micro. —Pobladores de Cusibamba, lo único que tengo que decirles es gracias; gracias por permitirme estar acá con ustedes. Tenemos grandes planes para un trabajo de tres años, y estoy seguro de que juntos podremos hacer que Cusibamba se desarrolle… —apenas terminaba Esteban cuando un campesino de la audiencia empezó a hablar de improviso: —Estamos hartos de que nos prometan y no cumplan. Siempre los blanquitos y los políticos vienen y hablan y hablan de grandes planes, pero nunca nada hacen. Del pueblo se burlan. No nos engañen una vez más. Hartos estamos —gritó visiblemente mortificado. El alcalde trató de salvar la situación, pero Esteban tomó nuevamente el micrófono. —No puedo hablar por lo que ha pasado antes porque no estuve, pero los políticos que vienen a prometerles cosas siempre quieren algo a cambio, su voto. Yo no quiero nada de ustedes. No tengo ningún interés de ganar algo para mí. Es más, ni siquiera quiero que me lo reconozcan. Lo único que deseo como peruano es ayudar a mis compatriotas que viven en la pobreza a tener un futuro mejor — dijo repentinamente emocionado.
Los presentes aplaudieron efusivamente. Luego, mientras caminaban hacia la camioneta, las campesinas les echaron flores. —Cinthia, si este tipo de cosas me ocurre una vez más considérate despedida — dijo Esteban con una sonrisa mientras se limpiaba las flores de la cabeza—. ¿Y ahora adónde vamos? —Vamos a ver el piloto del proyecto. Es una familia en la que ya hemos intervenido en mejorar su vivienda y montar un galpón de cuyes —respondió Cinthia mostrándole las fotos que tomó de la casa de la familia la última vez que la visitaron. Esteban y Antonella recordaron la cocina llena de humo, el muladar del patio central, las habitaciones de adobe tan precarias. Esteban no pudo evitar recordar el rostro de desesperanza de la mamá. En unos minutos llegaron a la casa, entraron y salieron al patio principal. El cambio era drástico. En lugar de barro lleno de excrementos ahora había una parte empedrada y otra con pasto y plantas. Luego entraron a la cocina, que lucía también un cambio radical. Ahora estaba mejorada y contaba con una chimenea que la hacía bastante más salubre. Además, una calamina transparente en el techo dejaba pasar abundante luz, y los comestibles estaban muy bien ordenados en una rústica despensa. Tampoco había cuyes. Salieron y encontraron a Felícita, la dueña de casa, con otro semblante. Luego de los saludos, les contó cómo había cambiado su casa con mucho orgullo. Todas las paredes del interior estaban ahora tarrajeadas con arcilla de colores de la misma zona. Pasaron después al galpón de cuyes, y quedaron impresionados. Antes de pasar pisaron cal para no contaminar el ambiente. El espacioso galpón albergaba a los cuyes divididos y separados por cercas de alambre. Esteban contó veinte, pero esperaban tener pronto doscientos e ingresos netos por su venta de setecientos soles al mes. Salieron del galpón y Felícita les mostró que además de papa y habas también cultivaban kiwicha y quinua de forma orgánica, por las que les habían ofrecido pagarles un buen precio en el mercado del Cuzco. Esteban se alejó un poco del grupo, se acercó a Cinthia y le dijo en voz baja: —No entiendo. Han pasado dos meses, y esta señora, de estar sumida en la total desesperanza, se ha convertido en una empresaria. —Eso es lo que ocurre cuando a una persona que no ha tenido ninguna oportunidad en la vida la capacitas, le brindas tecnología y le das los recursos mínimos necesarios. La desesperanza que tenía esta señora era aprendida, no una
actitud, sino consecuencia de la vida miserable que le tocó. Ahora ella ha aprendido a tener esperanza, a estar optimista. Ha visto los resultados del intenso trabajo de dos meses y ahora ha pasado de un círculo vicioso a uno virtuoso. —¿Por qué la escogieron a ella? —preguntó Esteban. —Fue la asamblea de campesinos. Es muy querida en la comunidad, pero además su familia era una de las más pobres. Las siguientes familias que vamos a apoyar tienen que pedir nuestra ayuda, pero como toda la comunidad ha visto el resultado de esta casa, tenemos una lista larga de interesados, más de los que podemos atender. Esteban se preguntaba, confundido, por qué, si era tan simple resolver el problema, todavía existían un millón de pobres extremos en el Perú. El trabajo de Cinthia lo tenía impresionado, y se sentía muy afortunado de estar contribuyendo en una obra que encontraba maravillosa. De pronto empezaba a sentirse conectado con una parte oculta de sí mismo, tomado por un desconocido sentimiento de amor en el pecho. —Bueno, ¿ahora qué hacemos? —preguntó a Cinthia. —Dijiste que querías ensuciarte las manos, ¿no? Bueno, hoy vamos a construir el biohuerto. Ya tenemos todo preparado para hacerlo. —Manos a la obra —le respondió Esteban con entusiasmo. Esteban y Antonella cargaron, martillaron, excavaron y trabajaron como obreros varias horas junto a una veintena de campesinos. —¿Estos campesinos cobran por su trabajo? —preguntó Esteban. —No, es el ayni, una práctica ancestral andina de ayuda y solidaridad. Ahora ellos ayudan a Felícita a construir su biohuerto; el día de mañana, cuando alguien se lo pida, ella irá a construir un biohuerto en otra casa de la comunidad. Esteban quedó impresionado de que la pobreza extrema no hubiera acabado con ese antiguo impulso solidario. Acabado el trabajo a media tarde, regresaron al Cuzco. En el camino se cruzaron con una anciana que cargaba una cantidad de leña que la hacía caminar
encorvada. —Para el auto, ¿quién es la señora? —preguntó Esteban a Cinthia. —Ella es una huajcha, «huérfana» en castellano. Su marido e hijos la han abandonado. Vive en una pequeña choza. Su comunidad es considerada la más pobre. Imagínate ahora su situación para que sea considerada la más pobre. —¿De qué vive? —preguntó Antonella. —Recoge leña y la vende a un precio ínfimo. Con eso se sostiene —respondió Cinthia. —¿Va a estar en nuestro programa? —preguntó Esteban. —No. No encaja con nuestros objetivos. Ella lo que necesita es estar en un hogar, que la cuiden, ya está muy viejita —le dijo Cinthia con pesar. —Qué frustrante. Hay tanta pobreza en este país, y es cierto que no podemos resolver todos los problemas nosotros —dijo Esteban afligido, pero, obedeciendo a un impulso, se bajó del auto, sacó de su billetera tres billetes de cien soles y se los dio a la señora. —Por lo menos tiene para un año sin trabajar. Sé que no arregla el problema, pero por lo menos le da a mi consciencia un año de descanso —dijo Esteban acongojado. Siguieron el recorrido hasta que llegaron a una comunidad cercana, donde los campesinos los esperaban en su local comunal para almorzar. Había alrededor de treinta sentados a una larga mesa, y la cabecera estaba reservada para Esteban y Antonella. El presidente de la comunidad les dio la bienvenida, agradeció lo que estaban haciendo por Cusibamba y les dijo que en el futuro le gustaría que trabajaran también con su comunidad. —Cinthia, ¿hay un baño con inodoro por acá? —preguntó en un momento Antonella. —Sí, la comunidad tiene uno cerca. —Yo también quiero ir—dijo Esteban—, te acompaño.
El baño quedaba muy cerca al río. Cada uno tomó su cabina. —Antonella, ¿está limpio? —preguntó Esteban. —Impecable —respondió Antonella. Cuando Esteban jaló el wáter, escuchó un sonido extraño, como si cayeran agua y piedras al río. Al salir se dio una vuelta por los alrededores del baño para encontrar el origen de ese sonido, y se dio cuenta de que no había un pozo séptico, y todos los desechos caían al río directamente. Luego volvieron al comedor, y ya estaban servidas las truchas. —Qué rica trucha —dijo Esteban probando un bocado. —Deliciosa —dijo Antonella. —¿De dónde las pescan? —se interesó Esteban. —Aquisito nomás, al ladito —dijo el presidente de la comunidad. En ese momento, Esteban recordó en milisegundos los desechos en el río y se imaginó a las truchas nadando en medio de los excrementos. —Antonella, carajo, no puedo comer trucha con tifoidea —le dijo Esteban al oído. —¿Qué hacemos? —le preguntó preocupada. Esteban se puso de pie y empezó a hablar: —Señor presidente, quiero agradecerles este honor. Las truchas están deliciosas. No sé qué les dan de comer. Ese debe ser el secreto de que estén tan ricas. El presidente estaba encantado con las palabras de Esteban. —Lamentablemente, he venido por muy poco tiempo porque tenemos mucho trabajo todavía por hacer, pero estas truchas están tan ricas que nos las vamos a llevar para comerlas en el camino. Subieron todos nuevamente a la camioneta y partieron.
—Puta madre, a partir de ahora, vas a decirle a todos que soy diabético, y que tengo una dieta especial —dijo Esteban a Cinthia. Camino al Cuzco, pararon en el puesto del niño que vendía artesanías, al que ya Esteban estaba ayudando mensualmente. Miguel llegó corriendo, lo tomó de la mano, y ya no lo soltó por un buen tiempo. —¿Cómo estás, campeón? ¿Cómo está tu mamá? —le preguntó Esteban. —Mi mamá está mejor. Está descansando, pero los doctores le dijeron que no era cáncer. —Qué buena noticia. ¿Cómo vas en el colegio? —le preguntó Antonella. —Al comienzo fue difícil porque me tuve que poner al día, pero ahora soy uno de los mejores —respondió orgulloso Miguel—. El próximo año ya me toca secundaria, pero no sé si pueda ir. —¿Por qué? —preguntó Antonella. —Porque el colegio queda a dos horas y media caminando. Así me demoraría mucho, y no podría ayudar a mi mamá —le dijo Miguel un poco triste. —Antonella, ¿cómo es posible que esto ocurra? El Estado los tiene totalmente abandonados a estos chicos —dijo Esteban con frustración.
Partieron después al Cuzco, donde Esteban conoció la pequeña oficina de Cinthia. Allí acordaron las metas de ayuda en números de familias por año y definieron algunas estrategias. Luego Cinthia los llevó al aeropuerto.
Capítulo 38
Fiorella
La noche que Esteban y Antonella llegaron de Cuzco, Fiorella tenía una fiesta de quince años; ellos la dejarían y recogerían. —Te recuerdo las reglas que hemos acordado juntos. Ni un solo trago. Aún eres menor de edad; solo agua o gaseosa. Acuérdate de que la última vez me desobedeciste, tomaste alcohol y te tuvimos que llevar a la clínica. —Sí, papá, ya sé, no me lo tienes que hacer recordar todo el tiempo —dijo Fiorella con expresión aburrida. Al poco tiempo salió arreglada y con una minifalda muy pequeña. —Un momentito, te me cambias, con eso no sales —le dijo Esteban con autoridad. —Esteban, déjala tranquila, así se usa la ropa ahora —intervino Antonella. —¿A eso le llamas ropa? ¿Qué ropa? —Papá, así se usan las minifaldas. ¿Qué quieres, que me ponga un hábito de monja? —Ponte cualquier cosa que no tenga un cartel grande que diga «soy una chica fácil». —¿Qué te pasa, Esteban? Esa no es forma de tratar a tu hija —le dijo Antonella. —Papá, sí, ¿por qué me faltas el respeto? — preguntó Fiorella aprovechando la inclinación de la situación a su favor. —Ya está bien, pero conste que me parece totalmente inapropiada —dijo Esteban resignado. Una vez en la puerta de la casa de la fiesta, Esteban le advirtió a su hija:
—Hemos quedado en que tienes permiso hasta las doce y media. A esa hora pasamos a recogerte. —¿No puede ser a la una? —preguntó Fiorella. —Carajo, que todo el tiempo te quieres ganar alguito. —Habré salido a mi papito —respondió Fiorella mientras bajaba del auto. De regreso en su casa, Esteban se acostó y al poco rato se quedó dormido. Antonella prefirió esperar despierta hasta que fuera la hora de recoger a Fiorella. A la medianoche, la llamó, pero no contestaba. —Esteban, despiértate —dijo Antonella sacudiéndolo despacio del hombro. —¿Qué, cómo, me quedé dormido? —despertó Esteban confundido. —Ya es hora de ir a recoger a Fiorella, pero la llamo y no responde. —Seguro que ahorita se reporta, vamos yendo. Llegados a la fiesta, Antonella bajó, entró y luego regresó al auto sola. —No está. La he buscado por todos los lados, pero no la encuentro. —¿Le has preguntado a sus amigas por ella? —Sí, pero dicen que debe andar por allí —respondió Antonella frustrada. Esteban bajó del auto, entró a la fiesta y preguntó por Fiorella al primer grupo que se encontró: —¿Han visto a Fiorella? —No sé, debe estar por allí —le respondió una de las chicas, visiblemente bebida. A Esteban le olió algo mal. —Mira, niñita, no tengo tiempo para jugar. Mi hija no se ha reportado, no responde el teléfono y no la veo por aquí. O me dices dónde está o apago la
música y paro todo hasta encontrarla . —Está bien, señor. Fiorella estaba muy mal, había tomado mucho. Creo que se ha encerrado en el baño. Esteban fue al baño, golpeó tres veces la puerta y gritó: —Fiorella, ya sé que estás acá, sal de una vez, hija. Luego de un rato, salió caminando con dificultad del baño; con las justas podía mantenerse en pie. Apenas Esteban la acomodó en el asiento trasero, su aliento a alcohol llenó el auto. —No puede ser tan cojuda, no puede ser tan cojuda esta mocosa —dijo Antonella exasperada. Esteban no veía a su esposa tan molesta hacía mucho tiempo, pero el deplorable estado de su hija le provocaba más pena que rabia. —¿Qué te has creído, mocosa de mierda? Acabo de llegar de Cuzco, me he quedado despierta esperándote, hecha leña, jodiéndome por ti, ¿y esa es la forma en que nos pagas? ¿Dónde diablos has estado? —Solo tomé un poquito de trago —respondió Fiorella con la lengua trabada. —Un poquito. Mira cómo hueles. Ni siquiera puedes hablar ni caminar bien. Has tomado trago sin nuestro consentimiento, ¡y encima una enorme cantidad! —No más que mis amigas —dijo Fiorella con repentino descaro. —A mí no me importa lo que hagan tus amigas. ¿Si todas se tiran del techo tú también te tienes que tirar? —dijo Antonella gritando, descontrolada. Esteban estaba molesto y decepcionado. Le provocaba gritar a su hija y hasta darle de golpes por su actitud, pero su constante trabajo de mejora personal de los últimos meses le hizo tomar la necesaria distancia. —Sabes, Antonella, mejor lleguemos a la casa. Que duerma y mañana, cuando esté lúcida, conversamos. Así como está ahorita es imposible.
Antonella se sorprendió del autocontrol de Esteban y finalmente dijo: —Tienes razón. Ya no puedo más. Necesito dormir. Vamos a casa. Al día siguiente, domingo, Fiorella les tocó la puerta de su cuarto y entró sumisa a conversar. Esteban estaba listo. —Dinos que pasó. Fiorella les contó que no había tomado un solo trago, pero luego sus amigas se burlaron de ella, le dijeron que era una aburrida, y ella, presionada, tomó un trago más y luego otro y después otro. —Fiorella, ya hemos conversado sobre esto. Tú estuviste de acuerdo en obedecer las reglas de la casa y en no tomar alcohol hasta ser mayor de edad. Ya, tus amigas te presionaron, eso siempre va a pasar. Aparte de eso, ¿por qué tomaste? —le preguntó Esteban serio, pero conservando la calma. —No sé, papá, lo peor de todo es que realmente no lo sé; es como si no me conociera, como si la persona que hizo eso no fuera yo. Yo sabía que al tomar ese trago me iba a cagar, pero había una parte de mí que quería cagarse — confesó Fiorella llorando. Esteban y Antonella la abrazaron. Lloró desconsoladamente por un largo rato. Esteban recordó lo que le dijo Hernando acerca del daño que le había hecho la mala relación con su padre, y pensó que Fiorella quizá sentía también que él había preferido a Miguel. Tomó a Fiorella de los hombros hasta que ella levantó la mirada y le preguntó: —Hija, ¿qué quieres que hagamos para ayudarte? —No sé que hacer, ya no confío en mí. Creo que no debería salir a fiestas. —Es una buena decisión. Vas a ver que una vez que cambies tus conductas y no tomes trago aprenderás a divertirte en la reuniones sin necesitarlo, y te gustará estar sobria. Vamos a intentarlo juntos, ¿de acuerdo? —Gracias, papá, gracias por comprenderme. Cuando se quedaron solos, Antonella le dijo a Esteban:
—Quiero darte las gracias. Esteban la miró en silencio, sin saber qué decir. —Ayer exploté, estaba muy cansada, no me pude contener, perdí el control, y eso no me pasaba hace años. Y tú, en lugar de hacer volar todo por los aires, como siempre lo hacías, estuviste calmado, manejaste la situación muy bien. Toda la vida me la he pasado calmándote yo a ti, y ahora es la primera vez que ocurre que tú me tienes que apaciguar a mí. Decidí no hablar para darte a ti el espacio con tu hija, y lo has hecho muy bien. —No es fácil. A mí también me provocaba matarla ayer, pero estoy trabajando muy duro en ser más consciente de mis emociones y regularlas. —Te juro que pareces otra persona.
Capítulo 39
Tres años después
Con el tiempo, los esfuerzos de Esteban dieron resultados. El trabajo con Hernando y con Juliana en Renacer lo había puesto en o con su rabia, dolor y miedos inconscientes. Ahora era capaz de darse cuenta cuando estas emociones emergían a su consciente y tenía la habilidad para comprenderlas y detener su curso antes de que se convirtieran en acciones perjudiciales para él. Sin embargo, como un beneficio inesperado, esa autoconsciencia le había dado la capacidad de estar más atento a las emociones de los demás. Había ganado empatía, y se podía poner muy fácilmente en los zapatos del otro. Por otro lado, el servicio lo había transformado totalmente. Ahora valoraba como nunca antes en su vida ayudar al prójimo, así como sentir compasión y ser solidario. Esteban coordinaba todas las semanas el programa de Ccorca con Cinthia, que ya estaba llegando a su fin. Esteban siguió yendo dos veces al mes a ayudar en los trabajos directamente, a ensuciarse las manos, como decía con satisfacción. Además, ya tenía ubicada la próxima comunidad a la que pensaba apoyar por los siguientes tres años. También había seguido ayudando a Miguel, quien ya no dejó de ir al colegio, junto con otras decenas de niños más de su comunidad, gracias a la cúster que donó personalmente en su tercera visita a Ccorca. En cuanto a sus negocios, a pesar de que la mitad de su tiempo lo dedicaba a ayudar a otros, su cadena había crecido e inaugurado varios locales más; pero su motivación ya no era solo tener más dinero, sino además dar trabajo digno a un mayor número de personas. Era como si pensar menos en el dinero y más en las personas hiciera que este se multiplicara solo. Esteban decidió también darle otra oportunidad a Brahma Kumaris, y esta vez sí le funcionó. Como estaba menos acelerado y emocionalmente más tranquilo, consiguió concentrarse. Descubrió que hacer meditaciones grupales le permitía alcanzar mayores profundidades. Era reconfortante ver que más personas estaban en un camino de búsqueda como él, que también cometían errores, que eran humanos, pero que querían tratar de vivir su vida más cerca a la consciencia del alma. Antonella y Esteban se habían unido muchísimo. En casa siempre meditaban juntos, y rara vez discutían.
Fiorella ingresó la universidad. Le iba bien y no había vuelto a beber. Aprendió a divertirse sin hacerlo. Esteban, además de ser un padre mucho más pendiente de ella, también se había convertido en su mentor. Ya no le decía lo que tenía que hacer. Dentro de un marco de común acuerdo entre ambos, Fiorella era la que decidía sobre sus asuntos. Una mañana, Esteban se levantó especialmente feliz, saludó a Antonella con un beso, luego tomó desayuno y partió para su oficina. Animado por un sentimiento de agradecimiento con la vida, se le vino a la mente que nunca le había agradecido al doctor que lo salvó de la meningitis. Decidió entonces desviarse y pasar por la clínica. Él siempre creyó que el doctor no solo lo había salvado de la meningitis; en realidad, lo había rescatado del infierno en que vivía. Llegó a la clínica, fue al piso de cuidados intensivos y le dijo a la recepcionista: —Señorita, hace dos años y medio aproximadamente estuve internado por meningitis, y un doctor que trabajaba acá me salvó la vida. He venido solo porque quiero agradecerle, pero no recuerdo su nombre. ¿Usted podría ayudarme? —Cómo no. ¿Usted se llama…? —Esteban Sotomayor. La señorita se tomó un tiempo hasta que encontró su historia clínica, y le dijo: —Sí, acá está. Veo que entró por emergencia al mediodía del 25 de junio, y le hicieron varios análisis. Francisco Arosemena fue su doctor. Pero Esteban no llegó a escuchar el nombre del doctor porque se quedó pensando en su hora de entrada a la clínica. No podía haber sido al mediodía, pues recordaba que despertó en la madrugada, y poco después lo recogió la ambulancia. No podía ser. —Señorita, hay un error. No es posible que yo haya entrado a esa hora, a lo más habrá sido a las seis de la mañana. —Es posible. A veces las personas se equivocan. —Disculpe, ¿cómo se llamaba el doctor? —preguntó Esteban ya más tranquilo.
—Francisco Arosemena, y justo está de turno. Lo puede encontrar en el segundo piso. Esteban agradeció y subió. Justo encontró al doctor en el pasadizo haciendo sus rondas. —¡Doctor! —le dijo entusiasmado por detrás. —Hola, ¿qué hace por acá? Qué gusto de verlo —le dijo el doctor reconociéndolo de inmediato. —¿Me reconoció? ¿Cómo es posible? Usted tiene tantos pacientes. —Esteban, créame, usted es inolvidable —dijo el doctor riéndose. —Solo he venido a agradecerle lo que hizo por mí. ¿Sabe?, realmente he recuperado mi vida después de mi enfermedad. Usted no lo sabe, pero me salvó del infierno. —Bueno, no sé si lo salvé del infierno, pero de la meningitis de todas maneras —dijo el doctor con una sonrisa—. Gracias por venir y tomarse la molestia de agradecer. Muy pocos lo hacen, y a nosotros los doctores realmente nos da ánimos para seguir luchando. Esteban lo abrazó emocionado y le agradeció de todo corazón. Luego se despidió y empezó a irse, pero se acordó del error en la hora de ingreso y se volteó para preguntarle: —Disculpe, doctor, ¿le puedo hacer una preguntita? —Claro, las que quiera. —En mi ficha de ingreso dice que llegué a emergencia al mediodía, pero eso es imposible porque la ambulancia me recogió en la madrugada. Al doctor le cambió la cara, hizo un movimiento de manos repetitivo, se puso serio un par de un segundos, pero luego sonrió y dijo: —Un error istrativo, pasan todo el tiempo, no se preocupe.
Esteban, cada vez más sensible a percibir las emociones de los demás para comprenderlos mejor, sintió la incomodidad del doctor, y tuvo el pálpito de que algo no cuadraba. Se propuso entonces averiguar qué había sucedido. Ya en la calle, observó la zona de emergencia, y vio que había varias cámaras de seguridad. Pensó que si conseguía las grabaciones de su ingreso podría confirmar si era un error istrativo o algo más que no sabía qué podía ser. Llamó a Benjamín, el jefe de seguridad en su empresa, y le preguntó si conocía al jefe de seguridad de la clínica donde había estado internado. Esteban le pagaba las capacitaciones, y sabía que en esos encuentros trababa amistad con otros colegas expertos. —Claro que lo conozco. Es mi pata. Además me debe favores porque la vez pasada contraté a una persona que me recomendó para un puesto en uno de los Cafelatos —le dijo Benjamín. Esteban le explicó lo que necesitaba saber. Benjamín habló con su colega, que buscó el disco con la grabación del día del internamiento y le envío el archivo digital. Luego Esteban fue a darle el encuentro a Benjamín en un Cafelato y se sentaron a ver el video. —Busca a partir del mediodía hacia adelante —le pidió Esteban. Vieron llegar varias ambulancias, pero ninguna lo dejó a él. —Adelántalo a las 12:15 —le pidió Esteban. Siguieron viendo imágenes hasta que Esteban logró reconocerse en una camilla que ingresaban a la clínica. El video marcaba las 12:20, cuando vio además al doctor Arosemena bajando de la ambulancia después. ¿Cómo era posible?, se preguntó. Los doctores no son enfermeros que van a recoger a las personas en la ambulancia. Tampoco entendía por qué había llegado a esa hora a la clínica, pues estaba totalmente convencido de que había despertado cerca de las cuatro de la madrugada con su crisis. Dónde había estado en las horas que le faltaban para el mediodía, se preguntó. —Regresa el video; quiero ver la placa de la ambulancia. Luego pidió a Benjamín que averiguara a quién pertenecía el vehículo. Esteban se fue a su oficina a trabajar, pero no podía concentrarse, consumido por la incertidumbre. Participó de un par de reuniones solamente para distraerse y dejar
pasar el tiempo. Pocas horas después lo llamó Benjamín. —Jefe, ya tengo los datos. No es ninguna ambulancia de la clínica, ni de ningún otro centro médico o de alguna compañía de seguros. —No entiendo, ¿cómo es posible? —La ambulancia está a nombre de Francisco Arosemena, su médico, y la dirección no es la de su casa, sino de un local que queda en Surco Viejo —le dijo Benjamín y le dio la dirección. Esteban intentó tratar de encontrarle sentido a todo eso. Quizás Antonella conocía a este doctor, sabía que tenía su ambulancia, y fue por eso que lo llamó. Quizás el doctor se cachuelaba con su ambulancia, y sería el final del episodio. Esteban llamó a Antonella, pero no respondió. «Seguro estará meditando», se dijo. Decidió entonces ir al local de Surco Viejo y encontrar las respuestas por su cuenta.
Capítulo 40
El misterio de la luz
Esteban detuvo su auto frente a un galpón con techos altos. Tocó el timbre al lado de un portón verde y le abrió un vigilante que le preguntó con desconfianza: —¿Qué desea? —Mire, tengo una reunión con el doctor Arosemena. Me ha dicho que lo espere —dijo Esteban. El vigilante lo hizo pasar, y lo primero que vio fue una ambulancia estacionada. Luego ingresó a un cuarto que encontró idéntico a la habitación de cuidados intensivos donde estuvo internado. Esteban pensó que quizás el doctor Arosemena, además de la ambulancia, también tenía una unidad de cuidados intensivos donde salvaba a la gente y luego los mandaba a la clínica. Seguidamente miró hacia arriba, y no pudo creer lo que estaba viendo. La habitación no tenía techo, y se podía ver dos pisos más encima del primero. Había además un arnés colgando de cables y equipos de iluminación muy sofisticados. Más que un cuarto de clínica parecía un set de televisión. Esteban no podía encontrar lógica a lo que estaba viendo. Subió al segundo piso, y encontró un túnel de madera pintado de negro y otro arnés más con sus cables. Recorrió el túnel de madera hasta el final, y se dio con unos reflectores de luz inmensos. Quedó confundido, pero oscuramente sintió que estaba a punto de descubrir algo muy serio. —Señor Sotomayor, baje ya, por favor —le dijo el doctor Arosemena, que había llegado corriendo una vez que el vigilante le avisó. —¿Qué es esta mierda? —gritó Esteban desde arriba. —Baje, y le voy a explicar, por favor —respondió el doctor tranquilamente. Esteban descendió las escaleras. Su socio Rafael estaba con el doctor, y su confusión aumentó todavía más. —¿Qué mierda haces tú aca? ¿Qué tiene que ver todo esto contigo?
—Cálmate, todo tiene una explicación —dijo Rafael tratando de disimular su tensión. —Primero, antes de darle la información, debe firmar este documento de total confidencialidad —pidió el doctor Arosemena. —Yo no firmo ni mierda hasta que me digan qué carajo pasa acá —dijo Esteban apretando los dientes. —Esteban, tranquilo, vas a recibir un conocimiento que no puedes divulgar por el bien de mucha gente. Yo también he tenido que firmar el documento — intervino Rafael. —¡Qué tanta huevada de confidencialidad! ¿Por qué mierda me trajeron a este sitio en lugar de llevarme a la clínica? ¿Por qué es tan complicado explicarme el porqué? —Mire, se lo vamos a explicar todo, pero lo que dice su socio es verdad; es una información que le podría hacer daño a mucha gente —le insistió el doctor. Esteban estaba, además de molesto, muy confundido, pero decidió firmar el documento para que le dieran explicaciones. —Ya, carajo, ya firmé. Ahora díganme por qué mierda me trajeron aquí. Y, para empezar, ¿qué es este sitio? —preguntó Esteban con ansiedad. —Mira, Esteban, la experiencia que viviste de NDE no fue real —dijo Rafael. —Tú qué mierda sabes de la experiencia que yo viví. Yo no te he contado nada a ti —lo señaló Esteban con rabia. —No me interrumpas, por favor, quiero contártelo todo. Como te decía, tu experiencia NDE no fue real. Aquí fue donde te trajeron de tu casa y sentiste que saliste de tu cuerpo. En realidad, el cuerpo que estabas viendo mientras flotabas era un maniquí muy parecido a ti. —No, no puede ser, porque yo he sentido que he flotado. Me hubiese dado cuenta si realmente no estaba flotando —dijo Esteban con desesperación. —Lo que pasa es que usted estaba bajo el efecto de psicofármacos —le dijo el
doctor. Esteban seguía confundido, pero su cólera no hacía más que aumentar porque se resistía a aceptar que había sido víctima de una manipulación. —Pero yo recuerdo que al salir de mi cuerpo oí un zumbido fuerte. Luego me llenó una sensación de amor y confianza tremenda. Después traspasé el techo y me encontré con mi hijo, que me habló telepáticamente. —La sensación de amor y confianza es una mezcla de morfina y de oxitocina. Esa mezcla le hizo sentir una intensa emoción de amor, seguridad y confianza. El sonido lo producimos aquí en el estudio —le dijo el doctor. La ira de Esteban aumentó. Sus brazos estaban tensos, sus cejas juntas y sus puños cerrados temblaban. —El que creíste que era tu hijo era un actor joven muy parecido, pero las drogas que te istramos no te permitieron notar las diferencias. Tenías un audífono adherido al oído mientras un chico con la voz parecida a la de tu hijo te hablaba desde la cabina. El techo era un holograma creado por unos potentes láseres ubicados en el siguiente nivel. Y la luz que viste se proyectaba en el túnel de madera mediante unos reflectores de gran poder —le dijo Rafael. —Eres un conchetumadre —gritó Esteban, le dio un golpe en la cara, lo tumbó al piso y empezó a patearlo, pero el doctor intervino y permitió que Rafael se levantara. Luego entre los dos pudieron contenerlo. —Suéltenme, mierdas; suéltenme ya, carajo, los voy a matar a los dos —gritaba Esteban fuera de control. Siguió forcejeando y gritando por un rato más, pero luego empezó a llorar desconsoladamente. Cuando se repuso les dijo: —Me acaban de destruir la vida. Yo pensaba que había visto a mi hijo de verdad, que él estaba bien, pero todo era mentira. ¿Por qué me hicieron esto a mí? —La verdad, Esteban, es que estábamos muy preocupados por ti, por cómo te emborrachabas todas las noches, cómo te habías abandonado, subiste mucho de peso; parecía que estabas buscando la muerte —le dijo Rafael.
—¿Quién es «estábamos»? ¿Tú y quién más están en esto? —Antonella, por supuesto. Sin ella no se podría haber hecho esto. Me botaste de la compañía, pero yo nunca dejé de hablar con ella. —Antonella, claro, ahora todo tiene sentido. Ella también tenía que estar coludida. —Ella no quería hacerlo. Nos tomó convencerla como un año. Solo cuando ya te vio totalmente tirado al abandono aceptó. —Y mi enfermedad, la meningitis, eso fue real, porque yo recuerdo que los dolores eran tremendos. —En el chequeo médico que tuvo dos días antes de su aparente meningitis le pusimos un virus que causa molestias similares, pero que es inocuo, y apenas lo trajimos para acá le pusimos el antibiótico que lo eliminó —le dijo el doctor. —Hijo de puta, ¿qué clase de mafia es esta? Parecen espías, ladrones de alto nivel. ¿Cómo terminaron Antonella y tú con esta gente? —preguntó Esteban afligido, sintiéndose totalmente abusado y vulnerado. —Esteban, el doctor pertenece a una organización mundial muy seria que está como en cincuenta países. Es una organización que fue fundada por unos millonarios que tuvieron experiencias NDE, cambiaron su vida radicalmente y se orientaron al servicio. A ellos se les ocurrió que si otros millonarios en el mundo pudieran vivir una experiencia NDE, aunque sea simulada como que la que tú viviste, orientarían su vida al servicio y ayudarían a crear un mejor mundo para todos. Ellos sentían que todos ganaban: el millonario porque al cambiar su vida sería más feliz, ganaba la familia y finalmente ganaba toda la gente que sería impactada por su servicio. Estoy seguro de que has visto varios titulares en el periódico que narran historias de millonarios en el extranjero que donaron fortunas para causas benéficas. Esos millonarios cambiaron gracias a esta organización. Contigo la cosa iba muy bien. Habías cambiado, estabas dedicado al servicio ayudando a personas en pobreza, tu vida familiar había mejorado y, sobre todo, se te veía mucho más feliz —le dijo Rafael. —Me parecen muy loable, las intenciones de esta obra, pero ¿quién eres tú o quiénes son ellos para saber lo que yo quiero?, ¿quiénes son ustedes para decidir por mí? —preguntó Esteban dolido.
—Esteban, si yo hubiera estado en tu lugar, emborrachándome, tirado al abandono, me hubiera gustado que alguien me salvara —le respondió Rafael. —Rafael, la regla de oro dice «no le hagas a otro lo que no quieres que te hagan a ti»; no dice “hazle a otro lo que quieres que te hagan a ti». Tú y Antonella decidieron por mí, me inyectaron un virus, me drogaron, me hicieron creer una mentira, y lo peor de todo es que jugaron con mis sentimientos al hacer la charada de mi hijo —le dijo Esteban con lágrimas en los ojos—. Rafael, quiero que te vayas, y nunca más quiero verte en mi vida; no quiero que pises la empresa. —Esteban, entiendo que estés molesto, pero por unos segundos recuerda la vida que tenías antes de tu supuesta enfermedad, y cómo cambiaste luego y lo feliz que llegaste a ser. ¿Acaso hubieras cambiado solo? Esteban se quedó mirándolo con odio, pensó por unos segundos y le dijo: —Ahora ya entiendo por qué estás metido en todo esto. Lo que querías era volver a la empresa, ¿no? Sabías que, si creía en mi experiencia NDE, te llamaría para que regreses. Este no es amor al chancho sino al chicharrón. Toda esta huevada que argumentas para que yo esté mejor es la justificación que tú te das a ti mismo, pero tu real motivación es egoísta. Esto te convenía a ti. —No es así, Esteban. Ya no me importa lo que pienses de mí, pero cuida a Antonella. Ella hizo esto por puro amor —le dijo a Esteban mientras se retiraba. —Mis asuntos maritales no son ni nunca fueron de tu incumbencia —le dijo Esteban alzando la voz para que lo escuchara mientras se iba. —Quiero hacerle una pregunta, doctor. Recuerdo que la enfermera me recomendó que busque a la doctora Gabriela. ¿Ella también está metida en toda esta manipulación? —No, la doctora hace un trabajo magnífico con personas que han tenido una experiencia NDE. Gabriela no sabe que nosotros le mandamos personas que han tenido una experiencia simulada. Por favor, no puede decirle nada. Recuerde que ha firmado un convenio de confidencialidad. Esteban hizo un movimiento rápido, tomó el documento que estaba sobre la cama del cuarto y lo rompió en pedazos antes de que el doctor pudiera detenerlo.
—Bueno, ahora ya nada me ata. Ustedes no pueden hacer esto y quedar impunes. Están abusando de las personas, y esto no puede continuar —le dijo Esteban enojado. —Señor Sotomayor, no se imagina el bien que hemos hecho simulando estas experiencias. Usted no puede hablar de esto con nadie. —Usted es quien ya no me puede impedir que yo haga nada. ¿Qué se siente no tener el control? Ahora yo los controlo a ustedes, y no saben cuál será mi siguiente paso. Cuando Esteban llegó a su casa, Antonella, quien ya sabía de la situación porque Rafael la había llamado, lo esperaba en la sala. —Si quieres que me vaya de la casa, quiero que sepas que ya tengo mis maletas listas. —¿Sabes, Antonella?, quiero confesarte que nunca te he sido infiel en mi vida. Oportunidades no me han faltado, pero para mí el respeto y la confianza eran lo más importante. Es como si tú me hubieras sacado la vuelta. Yo confiaba en ti a ciegas. ¿Cómo podré volver a hacerlo? Yo jamás te hubiera hecho esto. —Esteban, por favor, perdóname. Puede que me haya equivocado, pero mis intenciones eran puras. Solo quería que fuéramos felices nuevamente —dijo Antonella llorando. —Tú lo has dicho, «que seamos felices». Así como Rafael, también estabas buscando tus intereses egoístas. «Tú» querías un matrimonio mejor, «tú» querías tener más cerca a tu marido, «tu» querías… —dijo Esteban. —¿Acaso está mal querer eso? —¿Y lo que yo quería importaba? Antonella, quiero que te vayas de la casa. Yo ya no puedo vivir contigo después de lo que has hecho. ¿Mi hija sabe algo de esto? —Ella no sabía nada, pero antes de que vinieras la llamé y le conté todo. —Me voy a ir a caminar, pero cuando regrese no te quiero ver, por favor —le dijo Esteban mientras cruzaba la puerta.
Luego de quedarse a solas, Antonella tomó sus maletas y partió. Esteban llegó a su casa y se encontró con Fiorella, que fue corriendo a abrazarlo y le dijo: —Lo siento, papá, mamá me contó, yo no sabía nada. —¿Pero qué piensas tú, hija? —Papá, en realidad, yo los entiendo a los dos. Yo también he vivido contigo antes de tu enfermedad. Era terrible, no tenía padre, era como si te hubieras peleado con la vida. A mí no me gustaría pasar por todo lo que pasaste sin que me consulten primero; pero, si me pides que tome una posición, yo apoyo a mi mamá. Si yo hubiera estado en su situación quizá habría hecho lo mismo. —Es el colmo que tú tampoco me respetes. ¿No te das cuenta de que he sido abusado? —le gritó Esteban fuera de sí. —Papá, tú me pediste mi opinión, y yo te la di. Conmigo no tienes que estar molesto porque yo no te hecho nada. —Ah, ya estoy harto del tema, prefiero no hablar más.
Capítulo 41
La carta
Mientras manejaba camino a su oficina, Esteban decidió terminar con la terapia psicológica. Solo pensaba ahora en dedicarse a trabajar. También determinó dar por concluido su proyecto en Ccorca. Quería tratar de olvidar todo lo relacionado a su falsa experiencia NDE y reorientar su vida. —El proyecto Ccorca ya no va —le dijo secamente a Cinthia por teléfono. —¿Por qué?, ya solo nos faltan seis meses y acabamos nuestro compromiso. Además estamos en una etapa clave del proyecto. Hay cincuenta familias que han construido sus galpones de adobe para albergar a los cuyes, el municipio ya les puso los techos y nosotros ahora les tenemos que empezar a entregar los cuyes y capacitarlos —alegó Cinthia con desesperación. —Cinthia, te voy a ser sincero, se me ha ido toda la motivación de ayudar, ya no quiero invertir ni mi tiempo ni mis recursos. Esto se acabó. Por favor, desmonta la oficina y con los recursos que ya tienes en cuenta paga las liquidaciones —le ordenó fríamente Esteban. —¿Qué ha pasado, Esteban? Te veía tan feliz, tan realizado e involucrado. —Todo era falso, era una felicidad basada en una mentira. Por favor, sigue mis instrucciones y liquida a la gente. Otra cosa, gracias por tus servicios, pero ya no tenemos necesidad de hablar más. A Cinthia se le cayó el mundo encima. El proyecto había avanzado sin contratiempos, y los logros estaban a la vista, pero sin los recursos finales había muchas familias que no podrían salir de la pobreza extrema. Por eso tomó la decisión de jugársela, y no le hizo caso a Esteban. No liquidó la oficina. Con el dinero que tenía le alcanzaba para mes y medio de operación, y pensó que ya vería de dónde sacaba el resto para llegar al final. Esteban se metió de lleno a sus negocios. No tenía un minuto libre y corría de reunión en reunión. La actividad no le dejaba tiempo para pensar en la farsa que
había sido su experiencia NDE. Pasaba más de doce horas diarias, de lunes a domingo, en la oficina. No había tenido o con Antonella, y veía muy poco a su hija Fiorella. Estaba totalmente dedicado a generar más dinero. En medio de su actividad, explotaba emocionalmente muy raramente. Su trabajo de dos años y medio de terapias había rendido frutos, aunque no fuera consciente. Sin embargo, Esteban no era feliz, pero no tenía el tiempo para darse cuenta; nunca paraba. Una mañana que llegó a su oficina temprano empezó por revisar la correspondencia acumulada en su escritorio, hasta que dio con un sobre pequeño que le llamó la atención porque estaba escrito a mano, y lo abrió. Era una carta de Miguel, el chico de Ccorca. Esteban se percató entonces de que por descuido no había hecho llegar la ayuda que le daba al joven y su familia mensualmente. Empezó a leer la carta.
Querido Esteban: Ya tengo 14 años y estoy en segundo grado de secundaria. El año pasado terminé primer puesto en el colegio y este año será igual. Ya estoy pensando en qué carrera quiero estudiar. Estudiaré Medicina porque quiero prepararme y luego regresar a Ccorca a trabajar. Aquí solo tenemos una posta, y rara vez viene un doctor. Yo casi perdí a mi mamá por eso, pero eso no va a pasar, porque voy a ser el mejor doctor de Cuzco. Todo lo que tengo en la vida te lo debo a ti, y solo quiero cuanto antes empezar a devolver todo lo que he recibido ayudando a otras personas como tú lo haces. De grande mi sueño es ser como tú.
Esteban terminó de leer y empezó a llorar desconsoladamente. Recordó entonces lo feliz que había sido en Ccorca cuando hacía servicio. Reflexionó sobre el rumbo que había tomado su vida, pero en realidad no se sentía realizado. El objetivo de hacer crecer su negocio y tener más dinero, si bien lo mantenía ocupado, no lo hacía sentir tan bien como antes. Necesitaba conversar con alguien, se sentía confundido. Decidió llamar a Gabriela, y quedaron en reunirse por la tarde. Esteban estuvo en el café de siempre antes que Gabriela, que llegó apresurada pocos minutos después.
—Disculpa la demora, Esteban, lo que pasa es que estaba con una persona que acaba de tener una NDE y me estaba contando sus vivencias —dijo entusiasmada. —Seguramente es falsa. —¿Por qué dices eso? ¿Te pasa algo? Esteban le contó todo lo que le había pasado con lujo de detalles y se quejó con amargura: —Hay que denunciar a estos desgraciados. Tú misma ten cuidado porque te han mandado y te seguirán mandando a pobres pacientes a los que les han hecho creer una mentira. —Jamás los denunciaría. Fíjate que el fin lo encuentro sumamente altruista. —Carajo, ahora también me voy a tener que pelear contigo. —Esteban, pero si tú mismo me dijiste en algún momento que si todos pasaran por una experiencia NDE el mundo sería diferente, y eso es lo que tratan de hacer estas personas —le dijo Gabriela convencida. —Sí, recuerdo haberte dicho eso, pero creo que el fin no justifica los medios. —Déjame recordarte algo que tú mismo hiciste. Recuerdo que me contaste alguna vez que fuiste a rescatar a un muchacho drogadicto de la calle, y que prácticamente lo secuestraste y lo pusiste en un casa de rehabilitación a la fuerza. Me acuerdo de que él te pedía que lo dejaras, pero tú le dijiste que lo hacías por su bien. —Sí, es cierto, y logró salir bien después, y ha vuelto a trabajar conmigo. Le veo futuro en mi empresa, siempre fue muy hábil. —¿No te hicieron lo mismo a ti? ¿No te metieron en esto en contra de tu voluntad? —Un momentito, es muy diferente. Ese chico era un drogadicto, y si seguía así tarde o temprano se iba a morir.
—¿Acaso a ti no te pasó lo mismo? Tú eras adicto al alcohol, y tus malos hábitos alimenticios te tenían con un sobrepeso enorme. Tenías una salud pésima y estabas camino a la muerte. ¿Por qué tú sí puedes salvar a un drogadicto y tu esposa y tu socio no te pueden salvar a ti? Esteban se quedó pensando un rato mientras estrujaba lentamente una servilleta. Miró a Gabriela y dijo con repentina docilidad: —Quizás mi problema es que me falta aceptar que realmente estaba muy mal antes de mi enfermedad, quiero decir, mi supuesta enfermedad. Nunca tuve que pensar sobre esto antes, simplemente viví la supuesta experiencia NDE y luego cambié. Normalmente la gente cambia cuando se da cuenta de que está mal, cuando toma consciencia de todo el daño o dolor que causa. —¿Tú crees que como estabas te hubieras dado cuenta solo? —Probablemente no. —¿Entonces por qué no lo aceptas y más bien agradeces la ayuda en lugar de criticarla? Esteban se quedó pensando. Era la primera vez que realmente tomaba consciencia de que había sido una especie de drogadicto que realmente necesitaba ayuda porque solo jamás hubiera salido. Recordó de pronto la carta de Miguel en su oficina y recordó lo feliz que había sido el tiempo que vivió entregado a los otros. —¿Sabes qué, Gabriela?, es verdad que aprendí lo maravilloso que es ayudar, servir, darle amor al prójimo, tener un sentido de propósito. No recuerdo haber sido tan feliz en mi vida. Ahora que solo trabajo, la verdad es que, si tengo que ser sincero conmigo mismo, me siento miserable; ocupado, pero miserable. Pensándolo bien, no habré tenido una experiencia NDE, pero sí sé lo que significa vivir conectado con tu alma. La meditación me hizo sentir claramente mi conexión con algo más grande que mí mismo, con la divinidad, y lo mismo me pasó con el servicio. No he tenido la suerte de ustedes de haber estado fuera del cuerpo, pero no tengo dudas acerca de que el alma y Dios existen. Esteban se paró de pronto, agradeció a Gabriela y se marchó. Cuando llegó a su casa encontró una nota de Fiorella en la que le decía que había partido a Cuzco con su mamá.
Capítulo 42
De regreso hacia la luz
Cinthia no le comunicó a nadie que Esteban había cancelado el proyecto, pero viendo que su cierre era inminente convocó a los comuneros en Cusibamba para explicarles que el proyecto iba a retrasarse por un tiempo hasta que se consiguieran más fondos. Como Esteban no le respondía las llamadas, llamó a Antonella para que la ayudara. Al inicio, se negó diciendo que ella ya no tenía nada que ver con la obra, pero Cinthia le rogó que fuera, que su presencia era muy importante porque los comuneros le tenían mucho aprecio, que como la idea era postergar el proyecto hasta conseguir los fondos internacionales, su presencia iba a dar confianza. Antonella le pidió a Fiorella que la acompañe, y también le pasó la voz a Rafael. Al día siguiente de su llegada, Cinthia pasó por el hotel para recogerlos. Cuando llegaron a la plaza de Cusibamba, la encontraron llena de comuneros. El alcalde, prevenido de las malas noticias por Cinthia, había armado un pequeño estrado. Los comuneros se olían que algo andaba mal porque hacía tiempo que tenían que haberles entregado los cuyes. Antonella, Rafael y Fiorella subieron al estrado. El alcalde empezó a hablar. —Tenemos mucho que agradecer al señor Esteban Sotomayor porque durante dos años y medio nos ha ayudado no solo con su dinero, sino con su trabajo y compromiso —dijo el alcalde. Hizo una pausa esperando un aplauso, pero los comuneros estaban serios—. Ya hay cincuenta familias que tienen su galpón de cuyes, sus biohuertos y sus viviendas mejoradas —y nuevamente hizo un pausa, pero nadie aplaudió—. Sin embargo, el proyecto va a tener que demorarse un poco para entregar los cuyes a las cincuenta familias restantes. Todos quedaron en silencio, pero se sentía en el aire una mezcla de decepción y pesar. —Sotomayor mentiroso, Sotomayor mentiroso, Sotomayor mentiroso. Yo les dije que ese blanquito nos iba a engañar, que iba a prometer de todo, pero no iba
cumplir —les dijo el comunero que originalmente les había dado problemas cuando recién llegaron a Cusibamba. Antonella, con el corazón encogido, agarró de la mano a Fiorella. Rafael permanecía al lado en silencio. —Sotomayor mentiroso, Sotomayor mentiroso —empezó a gritar con toda su alma otro comunero mientras se acercaba al estrado y subió súbitamente a la tarima. Ya arriba, se sacó el enorme sombrero que tenía puesto, y todos comprobaron con sorpresa que era Esteban. Tomó el micro y dijo: —Sotomayor es un mentiroso, es verdad. Yo les prometí hace dos años y medio que íbamos a hacer el proyecto completo, sin demoras, y no he cumplido. Sotomayor era un mentiroso, pero ahora les va a decir la verdad. Hace años hubiera manejado esta tensa situación contándoles un chiste grosero solo para ganar su simpatía y lograr un beneficio personal, pero ya no soy esa persona. Una vez leí una historia de un hombre que quería mostrarle lo que era la pobreza a su hijo, y lo llevó a una comunidad campesina a pasar todo el día, hasta la noche. Ya de regreso a la ciudad, el padre le preguntó qué le había parecido la pobreza que había visto. El hijo le respondió: «¿De qué pobreza me hablas, papá? Nuestra piscina llega solo hasta la mitad del jardín, en cambio ellos tienen un riachuelo que nunca termina. Nosotros tenemos lámparas importadas, ellos tienen estrellas. Nuestro patio solo llega a la pared del vecino, el de ellos termina en el horizonte. Ellos tienen tiempo para sentarse a conversar juntos en familia, en cambio tú y mamá tienen que trabajar todo el tiempo, y nunca los veo». Y el hijo le dijo finalmente: «Gracias, papá, por mostrarme tanta riqueza». El chico tenía razón. Si bien puede que falten dinero y recursos en Cusibamba, hay mucha riqueza en este lugar. No solo tiene paisajes maravillosos, sino que lo más valioso es su gente. Yo he aprendido mucho de ustedes, la importancia del ayni, de ayudarse los unos a los otros. He entendido que las cosas materiales no te dan felicidad. He comprendido que en la vida la mayor realización la tienes cuando ayudas al prójimo. He aprendido que solo vale la pena vivir una vida cuando tiene significado y propósito. Esteban miró a Antonella y Fiorella, y continuó: —He aprendido lo importante que es la familia. Yo estoy muy agradecido con ustedes. Ya deposité el dinero para los cuyes, y les digo que el proyecto de Ccorca no va a parar hasta que la última familia tenga una mejor calidad de vida.
Cuando terminó, todos los campesinos lo aplaudieron muy fuerte. Se dirigió adonde estaban Antonella y Rafael y les dijo: —Les pido perdón a los dos. He sido un malagradecido, y me arrepiento. Antonella lo besó, y Rafael y Fiorella luego lo abrazaron, junto con el alcalde. Luego Esteban empezó a bajar de la tarima, pero se tropezó con un pedazo de tapizón del estrado, rodó escaleras abajo y su cabeza dio contra una roca. Todos bajaron rápidamente del estrado para asistirlo, pero había perdido la consciencia. —Esteban —gritaba entre lágrimas Antonella. —Papá, despierta, papá —suplicaba llorando Fiorella. —Hay que ponerlo en la camioneta para llevarlo a Cuzco —ordenó Rafael. Esteban observaba la situación con tranquilidad y mucha paz desde unos metros de altura. Solo sonreía y sentía mucho amor y paz. Luego todo se puso oscuro y vio una fuerte luz que lo atraía.
Preguntas y respuestas con el autor
¿Las situaciones de rabia que vive Esteban ocurrieron en la vida real? Esteban es un personaje de ficción que vive anécdotas reales contadas por varios amigos a los cuales entrevisté para el libro.Adicionalmente, algunas experiencias me ocurrieron a mí. Sé que algunas situaciones parecen inventadas por lo extremas que son, pero son reales.
¿Por qué tenía que morir el hijo de Esteban? Todos en la vida enfrentamos diferentes tipos de tragedias o dificultades. Algunos se hunden con ellas, como lo hizo Esteban. Otros, como Antonella, intentan encontrar el significado y tratar de volcarse hacia el bien y lo positivo. Quería demostrar que no es la tragedia en sí misma lo que determina nuestro destino, sino la interpretación que hagamos de ella. La historia de Miguel es la desgarradora experiencia del hijo de un querido amigo. Sin duda no hay peor tragedia en la vida que perder a un hijo, y mi amigo sufre hasta hoy los estragos.
¿Usted ha hecho Renacer o psicoanálisis? Sí, diez años de psicoanálisis y tres años y medio de Renacer. Ambas terapias fueron muy útiles para conocerme mejor y poder iniciar así mi camino de mejora personal. Sin embargo, en mi caso particular, mi mayor cambio vino por la meditación, cuando pude entrar en o con la divinidad y sentir que todos los seres humanos somos uno.
En el libro usted menciona que el psicólogo recomendó a Esteban la terapia
Renacer. ¿Ese fue el caso en la vida real? No, en mi caso, mi psiconalista nunca recomendó la terapia Renacer. La descubrí por la recomendación de una amiga mía.
¿Brahma Kumaris existe? Por supuesto; hace veintidós años ayudé a alquilar un local para el primer centro en Lima. Desde esa época hemos seguido conectados. Es una organización extraordinaria que enseña gratuitamente a meditar, dirigida por gente amorosa dedicada totalmente al servicio. Es una institución reconocida por la ONU y está en ciento veinte países, incluyendo al Perú.
¿Existe la asociación de experiencias cercanas a la muerte? Por lo menos en Perú no.
¿Por qué la experiencia NDE de Esteban tenía que ser falsa? Soy un total convencido de que nuestra consciencia no muere, no solo por las investigaciones que leí para escribir este libro, sino porque medito hace veintidós años, y cada vez que lo hago siento una conexión con mi alma y con Dios. Solo el 4% del mundo tiene experiencias de este tipo. En el caso de Esteban, el cambio se da por su dedicación al servicio y a la ayuda a los demás. Se dio cuenta de la inmensa felicidad que uno puede experimentar cuando sirve desinteresadamente. Una vez que lo hizo varias veces, ya no podía regresar a su antigua vida porque sus creencias y valores habían cambiado. La experiencia de la falsa NDE fue un llamado a despertar para Esteban. Otros se despiertan por un infarto, porque su pareja los deja o por alguna otra razón. El tocar fondo nos hace recapacitar acerca de que algo en nuestras vidas no está funcionando, y nos motiva a cambiar. Sin embargo, una llamada a despertar no basta; se necesita cambiar conductas para una transformación, y muchas de estas nuevas conductas son idealmente modeladas por uno o varios maestros, por
guías que nos indiquen el camino. Esto es lo que ilustro en el libro con el personaje de Esteban, pero el camino no es fácil. Otro motivo por el cual introduje esta NDE falsa es porque quería que el lector enfrente un difícil dilema moral. Por un lado, Esteban necesitaba cambiar, de lo contrario ponía su salud en riesgo; pero, por otro lado, ¿tenían derecho a decidir por él, mentirle y hacerlo pasar por esa experiencia tan complicada? El dilema es en este caso acerca de si el fin justifica los medios. Las personas son libres y tienen derecho a decidir sobre su destino, no podemos «engañarlas» por su bien porque a nosotros nos parece. Sin embargo, en mi opinión, si estamos totalmente seguros de que la persona está en un grave peligro, creo que amerita tomar decisiones por ella. Si es un caso extremo requiere de una medida extrema. En todo caso, esta sería la última opción si ninguna estrategia funcionara. Cada lector sacará sus propias conclusiones sobre cómo hubiera actuado de encontrarse en esta disyuntiva.
¿Las historias de Ccorca y Cusibamba son reales? Todo lo ocurrido es real, si bien no necesariamente sucedió todo en esas localidades, pero sí con comunidades campesinas. Mis experiencias en Ccorca las tuve cuando apoyé a Heifer Internacional en su proyecto de ayuda en este distrito. Fue algo muy similar al proyecto de ayuda de Cinthia en este libro. He sido así testigo de cómo se puede convertir a campesinos llenos de desesperanza en prósperos emprendedores.
Si tuviera que resumir las enseñanzas que quisiera que los lectores se lleven al terminar su libro, ¿cuáles serían? 1. El cuerpo muere, pero nuestra consciencia o alma continúa. 2. No venimos a esta vida solamente a «hacer»; sobre todo venimos a «ser». 3. Al final de la vida de nuestro cuerpo, lo único que va a importar es qué tanto bien hicimos y cuándo nos desarrollamos como alma. 4. El servicio es una actividad transformadora; lo puede hacer con las personas
que tiene a su alrededor, su familia, sus amistades. En el trabajo, puede reconocer más, puede ser más agradecido por lo que recibe, puede tratar de traer alegría y mostrar amor en cada interacción con los demás. 5. Es importante tener alguna actividad que te conecte con tu alma y con lo divino. Puede ser orar o meditar, entre otras. Es importante también recordar constantemente que, además de ser un cuerpo, somos almas, pues tendemos a olvidarlo fácilmente. 6. Si tiene problemas de manejo emocional, ante un conflicto con otra persona siempre recuerde que existe otra historia; si siente rabia, cólera que no puede manejar, etiquete su emoción para que esta baje de intensidad. 7. Nuestros traumas se generan en la niñez, y luego nos acompañan durante nuestra vida adulta. Si nos queremos liberar de ellos, es importante tomar o con las emociones inconscientes que llevamos dentro de nosotros. Si siente que no puede salir solo de la depresión, o de los impulsos de ira, o siente mucha inseguridad en su vida, es importante, como lo hizo Esteban en el libro, pedir ayuda. 8. El cambio no es fácil, habrá avances y recaídas, pero si uno tiene la voluntad y las herramientas, lo puede hacer. Al final depende de nosotros.
Apéndice 1
Prueba científica de que alma existe
Si le preguntara qué tan convencido está de que el alma existe, ¿qué respondería? Hago esta pregunta en mi conferencia “Prueba científica de que el alma existe”, y normalmente, para mi sorpresa, un 80% está convencida entre 90% y 100% de que el alma existe. Todos hemos oído hablar del alma en nuestras religiones, y es algo que la mayoría no cuestiona, pero ¿realmente actuamos como si esta existiera? La verdad es que vivir siendo conscientes de nuestra alma es muy difícil. Normalmente, vivimos inmersos en nuestros roles en la vida, nuestra personalidad, nuestro ego, buscando dar una imagen a los demás; buscamos estatus, prestigio, poder, alcanzar nuestras metas, tener bienes materiales o simplemente vivimos absorbidos por el trabajo, los deportes y las reuniones sociales. ¿Alguien se estará preguntando qué tiene de malo todo esto? ¿Acaso eso no es la vida? Lo es, y no tiene nada de malo, pero al vivir solo desde la consciencia del cuerpo nos perdemos un aspecto muy importante de nuestra existencia. Si vivimos desde la consciencia de nuestra alma, podremos hacer nuestro trabajo, practicar deportes y asistir a reuniones sociales, pero en cada interacción con otros mostraremos nuestra bondad y compasión, y nos orientaremos naturalmente a servir. Vivir desde la consciencia del alma nos da una enorme felicidad y una sensación de trascendencia y significado en nuestras vidas. Personalmente, medito hace veintidós años. Meditar te acerca a la consciencia del alma. Digo «te acerca» porque siempre es un reto controlar nuestro ego, aun después de muchos años de meditación. Antes de escribir este libro, estaba ciento por ciento seguro de que el alma existía porque la sentía cuando meditaba; pero para escribir esta obra hice una investigación acerca de las experiencias cercanas a la muerte (NDE). Después de leer varios libros, artículos y ver documentales, ahora estoy doscientos por ciento convencido de que el alma
existe, y quisiera a continuación compartir con ustedes investigaciones y teorías a favor y en contra de las experiencias NDE para que ustedes tomen su decisión en relación con qué creer. El doctor Christopher French, un especialista en creencias paranormales, mencionaba que el ser humano le tenía tanto miedo a la muerte al final de su existencia que, para poder sobrellevar el estrés de este evento final, necesitaba alimentar creencias reconfortantes. Afirmaba también que el hecho de creer que la vida sigue después de la muerte era una forma de hacer más tolerable la agonía de morir. Para French, las experiencias cercanas a la muerte eran generadas en nuestra mente con el fin de facilitarnos el morir. La doctora Susan Blackmore sintió de joven que tuvo una experiencia cercana a la muerte cuando fumaba marihuana, y luego dedicó su vida a investigar estas experiencias. Tras veinte años de explorar, se volvió escéptica. Según la doctora, cuando dejamos de respirar, nuestro cerebro, que vive de oxígeno, empieza a apagarse. Lo primero que se extingue son nuestras funciones autorregulatorias, y como resultado se genera una estimulación masiva en la parte visual de la corteza cerebral. Esto se sentiría como una gran luz en el medio de nuestro foco visual, lo que, combinado con que se van desconectando las neuronas en las zonas periféricas, generaría la ilusión de un túnel de luz. La doctora plantea que las experiencias cercanas a la muerte no son más que alucinaciones generadas por el cerebro por falta de oxígeno. Por ejemplo, al tener un paro cardiaco, deja de llegarle oxígeno al cerebro, y empezamos a alucinar. Blackmore explica que, cuando estamos a punto de morir o sufrimos un severo accidente, nuestro cuerpo genera naturalmente endorfinas, un neurotransmisor que brinda una sensación de bienestar y tranquilidad. En el documental se mostraba además un estudio donde se mencionaba la ketamina, un fármaco empleado como anestésico que en pequeñas cantidades produce alucinaciones, la sensación de estar fuera del cuerpo y hasta una visión de túnel. La teoría era que cuando enfrentamos la muerte nuestro cerebro produce una sustancia similar para aliviar el sufrimiento, y que esto podría generar la sensación de NDE. Por otro lado, los pilotos de aeronaves, al someterse como parte de su entrenamiento a una máquina centrifugadora, que da muchas vueltas a toda velocidad, reportan tener experiencias de salir de su cuerpo y hasta ver un túnel
de luz. En otras investigaciones, se ha encontrado que, estimulando el lóbulo parietal derecho del cerebro, las personas sienten estar fuera de su cuerpo y hasta comunicarse con otros seres. Hasta ahora, probablemente lo he convencido de que el alma no existe y que todas las experiencias NDE están en la mente; pero de la misma manera que hay investigaciones en contra de las experiencias NDE, hay científicos que estudian el fénomeno seriamente y rebaten los argumentos recientemente mencionados. Por ejemplo, el doctor Pim van Lommel, un cardiólogo holandés, hizo un estudio con 344 pacientes que sufrieron un infarto, dejaron de respirar y fueron luego revividos.¹ Él encontró que solo el 18% de estos pacientes tuvieron una experiencia cercana a la muerte. Por ejemplo, si la experiencia NDE es por falta de oxígeno, todos deberían recordar una experiencia similar, pero en su estudio solo el 18% lo hizo. Por otro lado, el doctor estudió los casos de uso de ketamina, las experiencias de los pilotos y otros que generan algunos elementos de una NDE, y en ningún caso hubo una transformación en las personas. En cambio, de los que reportaron una NDE en su estudio, el ciento por ciento de las personas investigadas había transformado su vida. El doctor Lommel encontró así que las experiencias tenían las siguientes características: estar consciente de estar muerto, emociones positivas, sensación de estar fuera del cuerpo, moverse en un túnel, comunicarse telepáticamente con seres de luz, percepción de colores, percepción de un paisaje celestial, encontrarse con familiares fallecidos, la revisión de tu vida en imágenes y la presencia de un borde que una vez cruzado ya no te permite regresar. Luego, el doctor Lommel siguió en el tiempo a los pacientes que tuvieron una NDE versus los pacientes que tuvieron solamente el paro cardiaco, pero no reportaron una NDE. A los dos años, aquellos que tuvieron una NDE reportaron que aumentaron su capacidad de mostrar sus emociones en casi el 100% comparados con el 6% que solo tuvieron un paro cardiaco. En cuanto a mostrar empatía, los NDE reportaron en dos años un aumento del 130% versus los que tuvieron un paro cardiaco, que solo evidenciaron un incremento de 50%. Algo similar ocurrió con la capacidad de experimentar una sensación de propósito en su vida. Aquellos con NDE aumentaron en dos años 130% versus el 50% de los del grupo que solo tuvo un paro cardiaco. Tener un paro cardiaco ya es una experiencia transformadora en la vida, pero los cambios de las personas que tuvieron una NDE son enormes. El doctor Lommel cree que cuando morimos sí existe una respuesta química en el cerebro, y que esta puede ser replicada con diferentes estrategias o sustancias como la ketamina o la ayahuasca; pero esta
respuesta del cerebro es solo el inicio de la experiencia NDE, pues esta es mucho más transformadora, involucra una conexión con un plano espiritual y nos genera cambios de creencias y valores. La Universidad de Virginia tiene un centro de investigación de estudios perceptuales que se ha dedicado a las experiencias NDE durante cincuenta años. En una conferencia, el doctor Bruce Greyson, investigador de la universidad,² comentó de la existencia de otros estudios posteriores a los del doctor Van Lommel; por ejemplo, el de Schwaninger, de 2002, que siguió a 174 pacientes que tuvieron un paro cardiaco, de los cuales el 23% tuvo una experiencia NDE. El doctor Greyson cita también su propio estudio, para realizar el cual siguió a 1.595 pacientes que tuvieron un paro cardiaco, y nuevamente el 23% tuvo la experiencia NDE. Greyson encontró además que las personas que tuvieron una NDE experimentaron, en lo que se refiere a sus pensamientos, una sensación de que no existía el tiempo, así como hicieron la revisión panorámica de su vida. En lo que se refiere a sus sentimientos, fueron colmados por una sensación de paz y bienestar, de alegría, de unidad con el todo y de amor profundo. En cuanto a los fenómenos paranormales, las personas reportaron ver colores que era imposible describir con palabras, sonidos que nunca habían escuchado antes, visiones del futuro y la sensación de estar fuera del cuerpo. Otro elementos presentes fueron llegar a un plano fuera de este mundo, encontrarse con seres o presencias de luz y llegar a un borde que implicaba que si las personas lo pasaban ya no podían retornar. El doctor Greyson refiere también que una de las críticas que le hacen a sus estudios de NDE es que se basó en la memoria de las personas para documentar las experiencias. Por cierto que varias investigaciones han demostrado que las personas terminan creando memorias imaginarias para completar sus recuerdos; pero como Greyson tiene más cuarenta años haciendo sus estudios, lo que hizo fue preguntar a los pacientes que entrevistó en los años ochenta con el fin de ver qué tan bien recordaban en los años dos mil la experiencia NDE. Los resultados fueron sorprendentes; el nivel de recuerdo, evaluado con instrumentos que miden la recolección de memoria, era casi ciento por ciento exacto. Con esto destruyó las críticas sobre el tema de la memoria. Otra crítica que se le hace a las investigaciones de NDE es que la gente se puede inventar la historia por un tema de ego; que siempre es más interesante decir que hemos visto una luz y a familiares muertos. El doctor Greyson hizo otra investigación con su data de cuarenta años de experiencias NDE, empleando un
test, validado científicamente, que puede identificar si una memoria fue creada por la imaginación o fue real, llamado «cuestionario de características de memoria». El instrumento mide la claridad de las memorias y los aspectos sensoriales, es decir, de los sentidos, el contexto, los pensamientos y emociones, y la intensidad de estas últimas durante la experiencia. Estas variables de la prueba han sido validadas, y se usan en distintos ámbitos para diferenciar las memorias reales de las imaginadas. Greyson le pidió a las personas que habían tenido una experiencia NDE que además recordaran otra experiencia real que hubieran tenido hacía poco y que finalmente crearan una memoria imaginaria. Luego aplicó el cuestionario de características de memoria en cada una de las tres memorias. Los resultados fueron increíbles: la memoria que resultó tener el puntaje más alto en el cuestionario fue la de la experiencia NDE, más alto que una memoria real reciente que había tenido la persona de un evento reciente, mientras la memoria imaginaria obtuvo un puntaje bajo. En otras palabras, está probado que las memorias de la NDE no son inventadas, ni son producto de nuestra imaginación; las hemos vivido, y por eso tienen tanto poder para cambiarnos. Con respecto a los argumentos de la doctora Blackmore, según los cuales las experiencias NDE son alucinaciones por falta de oxígeno en el cerebro, el doctor Pim van Lommel plantea que aquellos no son sólidos. Cuando tenemos alucinaciones por falta de oxígeno, estas son erráticas; en cambio, las experiencias NDE siguen una secuencia que se repite. Es cierto que no todos tienen todas las etapas de una NDE, pero todos experimentan la primera etapa de ser conscientes de estar muertos, observarse desde arriba, escuchar lo que pasa en la sala de operaciones y así sucesivamente. Por otro lado, si, como la doctora Blackmore dice, tenemos un sobreestímulo en el campo visual que crea la sensación de un túnel de luz, ¿cómo es posible poder ver lo que pasa en la sala de operaciones y cómo explica el encuentro con familiares fallecidos? Finalmente, la explicación de que la sensación de paz no es otra cosa que nuestras endorfinas calmándonos antes de morir no tiene sentido debido a que su efecto dura como cinco horas en el cuerpo; sin embargo, la gente que tiene una NDE comenta que a los pocos minutos regresa a su cuerpo y siente un dolor fuertísimo, consecuencia del cuerpo herido o del paro cardiaco. Si fueran endorfinas las que generan la paz, las personas regresarían al cuerpo y sentirían paz, y eso no ocurre.
Se estima que 4% de la población mundial ha tenido una experiencia NDE, y hay 13 millones de experiencias documentadas. En el siguiente apéndice les presento tres casos reales. NOTAS 1. Consciusness beyond life: The science of near death experience. 2. https://www.youtube.com/watch?v=0AtTM9hgCDw
Apéndice 2
Tres experiencias NDE reales
Dennise Bueno, yo soy peruana, pero hace unos treinta años estudiaba en Suiza. Recuerdo que habíamos tenido una reunión, me regresaba a casa en mi auto, de noche, y una amiga iba en el asiento del copiloto. Recuerdo que estaba bordeando el lago Lomond, por una carretera que no tenía división en el medio. En una curva, vi a lo lejos un automóvil que empezaba a cruzar a mi carril. Me dije a mí misma «ese auto se va a estrellar contra mí». Luego no sentí el choque, pero estaba ubicada unos cincuenta metros sobre el lugar del accidente y observando hacia abajo: veía a mi auto, al otro auto y a una ambulancia. Recuerdo que sentía mucho amor, paz y tranquilidad. En mi caso, yo no vi ningún túnel, para mí fue como si ya lo hubiera cruzado, y no fui consciente de esa parte. Se me acercó luego una presencia que emanaba mucha paz, me habló telepáticamente y me preguntó si yo estaba lista para partir. En ese momento yo estaba enamorada del que después sería mi esposo, así que le dije que no, que quería regresar. Después me hizo saber que había una condición con respecto a mi esposo, pero no recuerdo qué me dijo. De allí estuve nuevamente en al auto mientras el motor se incendiaba. En ese momento le dije a mi amiga que teníamos que salir. Cuando intenté hacerlo me di cuenta de que tenía un fierro incrustado en mi rodilla, me toqué luego la cara y la encontré llena de sangre. Después del accidente me quedé tres semanas en el hospital. Yo era como esas personas de caricaturas que están los hospitales, con la cara totalmente vendada y mi pierna levantada por una polea, pero recuerdo que nunca he sido tan feliz como en ese momento en el hospital. Sentía tanto amor dentro de mí. Esa intensa sensación se quedó conmigo seis meses. Después de estar treinta años felizmente casada, me divorcié de mi marido. Quizás esa fue la condición que me dijeron en el otro plano. Luego de la experiencia, lo primero es que le pierdes el miedo a la muerte; ya sabes que aquí no termina todo, pero quizás lo más importante es que cambié la forma en que me relacionaba con las personas cercanas a mí. Me quedó claro
que tenía que amar y acercarme más a la gente, que tenía que vivir más cerca de mi ser espiritual. La verdad es que recuerdo haber sentido que debería hacer más servicio desinteresado. Eso me falta realizar, pero todavía espero tener varios años antes de irme. Recuerdo que, antes de regresar, la entidad que me hizo la pregunta me mostró tres escenas de mi futuro. La primera era en Navidad, veía que tenía dos hijos que estaban de espaldas viendo el árbol, la segunda fue cuando estaba montando caballo en unas montañas y la tercera cuando estaba siendo ayudada emocionalmente por una terapeuta. Las tres se cumplieron: tuve dos hijos, monté caballo en las montañas de Quito y tuve sesiones con mi terapeuta una vez que me divorcié. Pude reconocer las situaciones claramente cuando ocurrieron.
Estela Soy ciega de nacimiento.³ Hace diez años tuve un accidente automovilístico. El auto en el que iba chocó contra una camioneta y la destrozó. Tenía una lesión en el cráneo, otra en el cuello, mi corazón se detuvo y estuve muerta por cuatro minutos en la sala de operaciones. Luego sentí que salía de mi cuerpo, y por primera vez en mi vida pude ver. Estaba flotando mirando hacia abajo, a mi cuerpo y a los doctores. El doctor dijo que si sobrevivía lo más probable es que, además de ciega, me quedaría sorda porque mi oído izquierdo estaba sangrando. El otro doctor le dijo que no sabía si yo fuera a sobrevivir al estado de coma, y si lo hacía lo más probable fuera que me quedara en estado vegetal. Eso me molestó mucho. Cuando empecé a ver, ya fuera del cuerpo, fue una experiencia perturbadora. Toda mi vida yo veía a través del tacto; es decir, cuando estaba cerca a una persona le tocaba las manos y la cara. Pero en el accidente, fuera del cuerpo, podía ver a lo lejos todo lo que pasaba, y no estaba acostumbrada a procesar estos estímulos. Al comienzo tuve miedo. Cuando sueño, lo hago con cosas que toco, que huelo y oigo; mis sueños no tienen imágenes como las que vi. En mis sueños no hay luces o colores. Luego de la experiencia, volví a mi cuerpo y a la oscuridad visual de mi vida. Yo sé que mi experiencia rompe con todas las teorías que intentan explicar el fenómeno de la NDE, pero eso fue lo que me pasó a mí, eso fue lo que los doctores hablaron, y yo sé que cuando deje este cuerpo voy a volver a ver la luz.
Hans Ya había tenido cuatro infartos previamente, y la experiencia me ocurrió en el quinto.⁴ Me llevaron a la clínica de emergencia, y en la habitación comencé a flotar encima de mi cuerpo. Pude ver al doctor y las enfermeras trabajando sobre mi cuerpo, luego vi una luz muy fuerte y me sentí atraído a ella. En la luz, empecé a recordar toda mi vida, desde mi nacimiento hasta mi último infarto. En ese recordar me llamaron la atención una mujer y su hijo. No los conocía, pero me tomó una sensación muy clara de que yo los había abandonado. Luego la imagen de la mujer tomó vida y me dijo: «Nos abandonaste cuando te necesitábamos más». A continuación regresé a mi cuerpo y acabó la experiencia. Cuando ya estuve bien me puse a buscar en mis recuerdos para ver quién podía ser esa persona, y logré ubicarla. Fue una enamorada que tuve hace decenas de años. Recordé su nombre, y empecé la búsqueda. Resulta que había fallecido hacía algunos años. Encontré su tumba, al lado de la tumba de su hijo. Averiguando posteriormente con familiares, resulta que yo tuve un hijo con ella que nunca conocí porque ella nunca me lo dijo. Me enteré de que sí habían pasado necesidades, pero ella nunca me las hizo saber. Cuando me paré frente la tumba de mi hijo, me dio mucha pena y dolor; sentía que me había perdido todos estos años, y lo extrañaba aun sin haberlo conocido. Me pregunté cómo hubiera sido de diferente mi vida si me hubiera enterado. Lo único que me reconforta ahora es que ya me queda poco tiempo, y sé que lo voy a ver y conectar con él.
* * *
Después de la evidencia y los casos mostrados, me queda claro que somos seres espirituales viviendo una experiencia humana, que no morimos, sino que pasamos a otra etapa; que en el plano espiritual lo que único que importa es el bien que hagamos a otras personas. Pero la pregunta es ¿por qué el 99% de la Tierra actúa de forma diferente? Lo que abunda no es generosidad, sino egoísmo; lo que sobra es sufrimiento y desolación, y no compasión. ¿Acaso hemos olvidado quiénes somos? Lo que ocurre es que estamos desconectados de nuestra relación con lo divino. Vivimos en la Tierra abocados a seguir lo que establece la sociedad, a satisfacer
nuestras necesidades materiales, de relaciones, nuestras metas y sueños, pero olvidamos que todo esto es pasajero. Una vida dura entre ochenta y cien años, pero el espíritu vive una eternidad. La vida es como una gran obra de teatro, donde cada ser humano tiene su rol; pero es solamente un rol, y la obra dura menos de un siglo. El humano se olvida de dónde viene, y vive su papel como si fuera su única vida real, pero al morir se da cuenta de que realmente es un ser espiritual. No deje que esta vida se le pase mientras está ocupado haciendo otras cosas. Empiece a meditar y a reconectar con su esencia para que lo ayude a cumplir su verdadera misión en esta vida. 3. https://www.youtube.com/watch?v=4mL-2f4FNPs 4. https://www.youtube.com/watch?v=4mL-2f4FNPs
Apéndice 3
Recursos
Brahma Kumaris En este libro menciono bastantes veces a Brahma Kumaris, una organización mundial que enseña a meditar en ciento veinte países en el mundo. En el Perú, me han nombrado embajador de esta obra maravillosa. Personalmente, mi servicio principal lo hago en Brahma Kumaris, doy charlas gratuitas y los ayudo en todo lo que pueda. Las personas encargadas de Perú son maravillosas, y me han ayudado profundamente en mi crecimiento espiritual. Recomiendo a todos aquellos que quieren explorar el camino de la meditación tomar los cursos gratuitos de Raja Yoga I y II ,y luego seguir conectados con la organización en sus diferentes programas. Pueden ubicar a Brahma Kumaris en Facebook o llamar al teléfono 959467823 para pedir información sobre los próximos cursos y charlas.
Renacer Para aquellos interesados en hacer Renacer como terapia, hay varias personas en Lima que la brindan. Mi experiencia la tuve con Julia Navarro, una extraordinaria persona; su teléfono es 954752323.
Ayuda social El personaje de Cinthia en mi libro es Katia Melgarejo; su teléfono es 992723542, por si algún alma noble y con recursos quiere armar un programa de ayuda social.
Psicoanalista Mi psicoterapeuta fue Fernando Alayza, un reconocido y prestigioso psicoanalista peruano; su teléfono es 2644380. Para aquellas personas que tienen un presupuesto restringido, la Sociedad Peruana de Psicoanálisis tiene un servicio de ayuda a las personas de acuerdo con su condición económica. Los teléfonos son 4478568 y 4478571.
Mi o Si alguien quiere hacerme alguna pregunta adicional con respecto al libro, me puede dejar un mensaje en mi Facebook; yo respondo personalmente a todos los que me escriben.
Referencias bibliográficas
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Acerca del autor
DAVID FISCHMAN (1958, Perú) es escritor, columnista, consultor y conferencista internacional. Se recibió como Ingeniero Civil en el Georgia Institute of Technology y obtuvo su Maestría en istración de Empresas en la Universidad de Boston. Fue Vicerrector de Innovación y Desarrollo de la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas (UPC), de la cual es miembro fundador. Ha dedicado los últimos años a la investigación y enseñanza de temas de liderazgo, recursos humanos y cultura empresarial. Es autor de libros de liderazgo. Sus artículos han sido publicados en los diarios El Comercio (Perú), El Mercurio (Chile), La Prensa (Panamá) y La Nación (Costa Rica). Actualmente es presidente de Effectus Fischman Consultores y director de varias empresas y fundaciones de ayuda social. www.davidfischman.com
Obra editada en colaboración con Editorial Planeta – Perú
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Primera edición impresa en Perú: mayo 2018 ISBN: 978-612-319-299-0
Primera edición en formato epub en México: agosto de 2018 ISBN: 978-607-07-5382-4
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