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La prudencia política La esfera de la prudencia política Sindéresis, ciencia moral y prudencia Cosas comunes entre sindéresis y prudencia: conocimiento teórico y práctico; virtudes intelectuales prácticas.
a- La sindéresis es sobre los principios remotos del obrar, en cambio la prudencia es sobre los casos concretos. La sindéresis es el instinto del bien que hace discernir al hombre lo que es bueno y lo que es malo. Es la virtud que nos pone en comunicación con el verdadero bien que ha de regir el acto humano de manera intuitiva. Nos descubre el bien de una manera imperativa que ese bien es una ley. Manifiesta la ley natural. Es la voz de la conciencia. No se manifiesta con igual fuerza en todos los hombres y en todos los momentos de la vida.
Pero el conocimiento de los principios inmutables de la sindéresis es demasiado general y abstracto para poder hacerse cargo de la dirección de nuestra vida. b- La ciencia moral Es una ciencia en vista al obrar practico Es abstracta, universal y necesaria El objeto de la moral está formado por conclusiones y no por principios (sindéresis). Pero son conclusiones universales No son suficientes, porque aunque tuviera una visión clarísima de los principios universales y conclusiones morales no por ello sería bueno. Mi vida transita en lo singular y contingente. La virtud que ajusta y amolda la ley moral universal a todos los casos que puedan presentarse es la PRUDENCIA. La prudencia puede emanar de una persona física o de una persona moral: familia o sociedad.
Prudencia monástica, económica y política
2 Prudencia monástica. Del griego μόνος= solo, privado, individual. Es la virtud para dirigirse uno en la vida humana para adquirir el bien. Prudencia familiar y política: es la prudencia desinteresada que dirige la acción humana en orden al bien de los demás.
Prudencia y bien común Kant y el liberalismo niegan o desprecian una prudencia doméstica o política. Kant 1 definía la prudencia como la habilidad de elegir los medios conducentes al máximo bienestar propio. Es la habilidad del hombre que tiene influjo sobre los demás para usarlos en pro de sus propósitos. No existe una prudencia que salvaguarde el bien del otro. Las prudencias que miran a los bienes de los demás lo hacen solo con el fin de convertirlos en propios. El bien común no es el ajeno, ni el bien común es contrario, pero si distinto al bien privado. El bien propio solo se consigue gracias al bien común. Si está en juego el bien común de la familia y de la sociedad también está en riesgo el bien propio. La prudencia política, iluminada por la sindéresis y la moral es la única tabla de salvación para el individuo y la sociedad contemporáneos.
La prudencia del súbdito y del jefe Prudencia política del jefe se llama arquitectónica. Toma el nombre de esa actividad arquitectura que pone en movimiento tantas artes menores para construir la totalidad de la casa. Lo que es el arte arquitectónico respecto de las artes subalternas es la prudencia política del jefe respecto de la prudencia política del súbdito. El que manda pone las leyes universales y el que obedece las cumple y ejecuta desde su oficio, que es diverso en cada caso. Prudencia política del súbdito. Hay una prudencia política en el súbdito. El gobernante necesita de la prudencia política de los gobernados para alcanzar el bien común. La autoridad necesita el consentimiento constante del súbdito. Tiene que haber una formación política del ciudadano en una sólida educación moral. Es cierta rectitud de dirección para dirigirse a sí mismos en el hecho de obedecer a las autoridades. No hay moral de señores y moral de súbditos. Es una misma que es bilateral, que participan de idéntico trasfondo.
1 Imanuel Kant, Fundamentación de la Metafísica de las costumbres, II (Ak. IV, 416)
3 Es difícil encontrar una prudencia en el súbdito. Son pocos los que obedecen siguiendo el dictamen de la discreción: son pocos los prudentes. Obedecer en el sentido estricto es cosa muy difícil. Dirigirse a sí mismo en el hecho de obedecer a las autoridades es lo que más concede al súbdito la teoría de la prudencia. El hombre moderno con la idea de libertad e individualismo toma de Rousseau aquel principio que sea cual fuere el compromiso con la sociedad que lo proteja, no “obedezca sin embargo, más que a sí mismo”2. La prudencia política del súbdito tiene por objeto la obediencia de la ley ya establecida, pero no la elaboración de la ley. Una prudencia política en el pueblo no presupone la isión de la democracia. Como quiera que sea, con participación o sin participación siempre la elaboración de la ley no es del súbdito sino del gobernante. La prudencia política del súbdito depende de la del gobernante. En el caso de un gobernante déspota es indigno de obediencia. En esta caso la prudencia del gobernante ha caducado por eso se anula la prudencia del súbdito. Y como no se puede vivir sin gobierno los súbditos se coaligan para restablecer el orden. (Es el tema de Argentina, ese tipo de coaliciones del campo, etc), son como defensas del cuerpo político ante la imprudencia de los gobernantes. La correspondencia entre la bondad de los ciudadanos y la del poder público es muy rigurosa: sin bondad en el poder que manda no puede haber bondad en el súbdito que obedece. “Dios, qué buen vasallo, si hubiese buen señor.”3 Por tanto, el objeto de la prudencia política es la verdad de las conclusiones prácticas referentes a la dirección próxima de nuestros actos en orden al bien común de la república.
La flexibilidad de la prudencia política La razón especulativa y la razón práctica La razón especulativa tiene como objeto las verdades necesarias y universales. La razón especulativa- speculum- tiene como finalidad reflejar las cosas, considerarlas. La razón práctica que no es otra facultad distinta sino que se distingue por su actividad, no tiene como finalidad reflejar sino realizar. Facultad práctica del obrar técnico y del obrar moral. El hombre tiene que hacer su vida en medio de la sociedad. La verdad de esta razón operativa o
2 Rousseau, El contrato Social, I, 6 n´obeisses pourtant qu´a lui-meme”. 3 Cantar del Mío Cid, I, 3, v.20)
4 práctica no es, por tanto, reflejo de una cosa ya hecha, sino, al revés, norma y medida de una cosa que puede o tiene que ser puesta en ejecución y su objeto se llama operable. Operable es todo lo que puede ser intervenido por un ser para su modificación conforme a los dictados de la razón práctica. Todo lo que puede ser operable a- en “dependencia de nosotros” en el caso de las cosas artificiales b- en “dependencia de un ser superior” en el caso de los seres naturales que son operables por Dios. Muy pocas cosas de este tipo el hombre puede operar. Hay en el hombre un deseo de querer poner todo a merced de sus manos. De ahí el deseo de sustituir los seres naturales por otros que sean manejados por él. De ahí el odio a tantas filosofías especulativas y a la contemplación. De ahí el deseo de ampliar el terreno de lo operable y disminuir el terreno de lo especulable, para convertir al hombre en un demiurgo, en un creador, en un dios independiente de Dios. Lo que mueve a intervenir en lo operable para conservar o progresar es el concepto de lo mejor. Lo operable aparece como lo mejorable, esto es, como el objeto de nuestros deseos de lo mejor, que son el alimento de la vida humana, la expresión de la voluntad de vivir. La política tiene como objeto lo operable cuando lo que hay que mejorar no es un artefacto sino la vida de la sociedad. El político como tal no es un teórico, cuando se dedica a su menester, no teoriza, sino que ejecuta. Ahora, esto operable en el plano político tiene muchas posibilidades desde el punto de vista del sujeto como del objeto. De ahí la la flexibilidad de la prudencia política. Si establecemos una comparación entre lo operable y lo especulable, el objeto de este es intocable, el hombre no elige. La elección y el consejo se dan en el plano de los contingentes. Pero ¿hacemos elección si nos abocamos a lo especulable o no? En la especulación hay dos aspectos: a- Objetivo, dependiente del objeto, necesario e inmutable b- Subjetivo, dependiente del sujeto y contingente y libre. El (b) depende de la libertad del hombre. Es libre de poner su acto sobre este objeto o sobre el otro, pero una vez puesto queda sujeto a las leyes esenciales del objeto, que son ya independientes del querer humano. En la acción política dependen de la voluntad humana los dos aspectos, no solo el ejercicio, sino la especificación del objeto. Las cosas en que se ocupa la razón práctica, como es la política, no son fijas e inmutable, como los objetos de la razón teórica. Al contrario, son plásticas y dúctiles. La prudencia política es
5 ingeniosa y excogita los medios para lograr la conservación del bien común, forjando en todo momento los planes más convenientes para alcanzar el bien común. La actitud ideológica de la política ignora esta posibilidad del cambio o invención. Rechaza las realidades de la historia y la vida. Permanece clavada en su idea. Anula la razón práctica por haberse transferido a este plano, las condiciones de inmutabilidad que gozan en el orden especulativo los objetos de la razón teórica. Flexibilidad, oportunismo y política de realidades Las exigencias de la acción política son de aquí y ahora. La razón práctica dicta lo que deben hacer los hombres individuales de carne y hueso, no hombres esquemáticos y ficticios. Joseph de Maistre criticaba a la Constitución sa de 1795 diciendo que esta constitución no está hecha para unos hombres sino para el hombre en abstracto. Una constitución debe nacer de la acción y desembocar en la acción. Población y costumbre, religión y relaciones políticas, tradición y riqueza deben estar presentes a los ojos del legislador al promulgar una ley. De lo contrario va al fracaso. Este es el oportunismo y la flexibilidad de la prudencia política. San Isidoro de Sevilla decía que la ley humana debe ser secundum cosuetudinem patriae, loco temporique conveniens.4
La moralidad de la prudencia política Los dos aspectos de lo operable y el problema de la política Dentro de lo operable dos aspectos: lo factible y lo agible. Dirigidos por el pensamiento practico en el primer caso: el arte y en el segundo, la prudencia. La primera distinción entre lo factible y agible es la trascendencia e inmanencia de nuestros actos. El facere, el “hacer” es una actividad inteligente que se ejerce sobre una materia perteneciente al mundo exterior. Factible es lo que se puede manufacturar y lo que se puede manejar. Sea para transformarla como para usarla. El agere, el “ejecutar”, es la actividad inteligente que se ejerce dentro del hombre mismo. El agible coincide en parte con el factible de usar algo. Lo agible permanece en el mismo operante, sin trascender a la materia exterior, ni para transformarla ni para manejarla. Agible es lo que se opera voluntariamente dentro del hombre mismo.
4 Etimologías V, 21
6 Otra distinción. A los actos humanos considerados en su aspecto amoral se les llama factibles, y considerados bajo su aspecto moral se les denomina agibles. Puede ser una obra externa perfecta pero moralmente mala y viceversa. Esta distinción es sumamente importante porque se trata de ver en qué ámbito se encuentra la política, si de lo factible o agible. a- El arte es norma de la producción exterior del hombre. La norma del arte no solo regula la producción exterior sino también el artificio interior del entendimiento con su construcción conceptual conforme al arte de la lógica y las artes liberales. El arte es una virtud imperfecta. El arte sirve para hacer cosas perfectas, pero no para hacer perfecto al que las hace. Porque el arte es norma de nuestros actos factibles y estos son trascendentes y depositan su bien fuera. El arte y la ciencia son compatibles con almas de malhechores y ladrones, lujuriosos y soberbios. Hoy aparecen como modelos los científicos o premios nobeles. Es el nuevo santoral del nuevo orden mundial donde, como decía Thibon, es una sociedad tecnocrática. Si la política fuera un arte, solo tarea poética, no agible sino factible como pretende el maquiavelismo, se podría dar el caso de que un grupo de malhechores gobernase. b- La prudencia es la virtud de lo agible. Es una virtud perfecta, no solo intelectual, como la ciencia y el arte, sino moral, pues aunque reside en la razón, su materia es lo agible por la voluntad y no algo fuera de ella. Es una de las virtudes intelectuales y también una de las cardinales. Distinto al arte lo que más caracteriza a la prudencia es la índole de sus reglas, que son flexibles y ocurrentes. La vida no tolera que se la trate con una cuadricula inflexible y pide una mano y pericia adecuada. Verdad práctica. Ambas virtudes son manifestaciones de la razón práctica. Y lo que tienen que alcanzar es la verdad práctica. Tan difícil de alcanzar. La verdad especulativa se define como adecuación de la cosa con el intelecto. Es la acción que está de acuerdo con nuestro apetito racional que llamamos voluntad y que domina y racionaliza (el apetito irascible y concupiscible) haciéndolos posibles sujetos de virtudes. Todos los actos agibles y factibles, respectivamente, de la prudencia y del arte, dependen del apetito. La razón ve y razona conforme se encuentra la parte afectiva del hombre. El apetito o afecto mueve a la razón práctica y de su impulso y su color no puede ella escaparse. La razón hace su acto a base del ingrediente volitivo y afectivo que le ha suministrado el apetito. Por eso decía Aristóteles que cada cual juzga según las disposiciones afectivas en que se encuentra.
7 Cuando lo que inspira el talante a la razón es nítido y armónico, la razón responde siempre descubriendo los medios adecuados de conseguir el fin que la voluntad persigue. La razón responde entonces de conformidad con un apetito recto. Esto es la verdad práctica. (verum per conformitatem ad appetitum rectum). Podemos decir que la razón práctica es “función” de la vida y del apetito, de modo que el valor y la verdad de aquella dependan del valor y rectitud de este. Cuando cambia el rumbo del apetito, cambia el rumbo de la razón. Veamos ahora la conexión de la prudencia y las virtudes morales La rectitud del apetito requerida para la prudencia es mucho más compleja que la requerida para el arte. El arte no requiere un apetito moralmente recto, pues la perfección es del objeto exterior, pero en la prudencia se requiere la rectitud moral del apetito. Estos rectificadores del apetito son las virtudes morales. El prudente para enderezar sus actos a la perfección del bien moral, solo puede actuar a base de disposiciones afectivas que den entereza al apetito, para que todo lo que este inspire a la razón sea armonioso y límpido. Virtudes morales que perfeccionan el apetito racional (la justicia), el apetito irascible (la fortaleza), el apetito concupiscible (la templanza). La prudencia necesita la disposición dada por las virtudes morales para que favorezcan su acto propio de dictar la última conclusión. La prudencia, a su vez, beneficia a las virtudes morales indicándoles el medio justo que deben elegir. Las virtudes morales, bajo la dirección de la sindéresis, rectifican el apetito en orden al fin y lo preparan para que la prudencia mande, en el orden de los medios, la acción que debe ponerse. Esto nos hace ver hasta qué punto es importante las virtudes morales en un político. Es evidente que el acto principal para un político es mandar. Este acto es también el principal de la razón práctica y la prudencia, ya que es el más cercano a la acción. No hay acción justa si no hay previa preparación del apetito. Solo cuando el apetito esta empapado de justicia, cuando es constante y perpetua la voluntad de dar a cada cual lo suyo, moverá a la razón para que éste mande conforme a aquel. El asunto es tan importante que cuando se tuerce la rectitud de intención y del apetito por carecer de virtudes morales solo queda flotando en la razón un triste remedo de prudencia política, una parodia, un simulacro. Desproporción entre el bien físico y moral en la modernidad En nuestra época se valora más el bien físico que el bien moral. Al hombre moderno le interesa lo factible, lo técnico. Esta es la amoralidad del hombre moderno. Se mide la eficiencia técnica y no las consecuencias morales. El hombre se ha ido acostumbrado a mirar el bien o el mal
8 de las cosas y en esto entra también la política desde un punto de vista exclusivamente técnico y amoral. El hombre ha llenado su vida de cosas que sirven pero no sabe para qué sirve la vida. El acto humano puede ser exitoso, cumplir su fin, pero moralmente malo. Pero incluso los actos que tiene como efecto algo factible pues no hay acto humano individual que sea indiferente. Es decir, todo lo factible es también, si es voluntario, algo agible. Sociedades materialistas que se inclinan ante el bien físico y desprecian el bien moral. El mismo Rousseau se lamentaba de esta falta del bien moral en política cuando decía en un discurso: “los antiguos políticos hablaban sin cesar de costumbre y de virtud; los nuestros no hablan mas que de comercio y dinero.” Desde entonces el fenómeno se ha ido agudizándose cuando la política se entiende solo como un desarrollo de la producción y del consumo. El bien moral es más importante que el material en una sociedad. a- En primer lugar porque el bien moral hace bueno al que lo posee. No así el bien físico: la libertad, la paz, la salud, la gozan todos buenos y malos. Y los bienes morales hacen una distinción o discriminación entre las personas: buenas y malas. Al contrario de los bienes físicos. b- En segundo lugar que el bien moral no es jamás objeto de abuso. Nadie nunca usa mal. Sin embargo, se descuida el bien moral por atender al bien físico. Los bienes físicos son los predilectos de los gobiernos pues ellos tienen necesidad de conseguir los votos del mayor número sin cuidarse de la condición de las personas. El bien moral no es nunca ajeno a la política, aunque no todas las virtudes morales. Sin embargo, hoy el orden moral queda solo reducido al orden jurídico, pero el orden moral supera en mucho al orden jurídico. La política como arte y como prudencia. La política tiene que darle primacía a lo humano sobre lo técnico. Todo lo contrario de lo que intenta la tecnocracia. La misión de la política debe hacer valer la primacía del bien moral sobre el bien físico. La política tiene una relación con la moral. En cuanto que necesita regular el comportamiento de los hombres. No basta la moral individual, pues cuando se da un injusticia no puede defenderse solo, necesita de una legislación que brote del Estado que tenga que ver con lo justo e injusto, realidades de orden moral. La política tiene como fin el bien común que es un bien no de orden físico principalmente sino moral. La política es una realidad moral. Pero desde Maquiavelo la política tiende a considerarse como un arte o técnica. A la política moderna le son licitas todas las cosas con tal de que contribuyan al bien público temporal de un Estado. Un gobierno que comete tropelías consigue un bien, pero no es un bien moral sino físico y para ello no es necesaria la prudencia sino el arte.
9 Es necesario primero concebir la política, no como un arte aséptica de moral enderezada a conseguir el bien físico sino como prudencia que tiene como objeto un bien moral. Segundo, inclusión moral de la técnica en el marco de la prudencia política (economía, militar, retórica). “como verdadero rey, reinará prudentemente, y hará derecho y justicia en la tierra” (Jer 23, 5). III- los actos de la prudencia política Deliberar, juzgar y mandar La prudencia política es una cualidad de la razón práctica que la dispone a realizar con prontitud, infalibilidad y eficacia los actos enderezados a la consecución del bien común. Tres son las operaciones de la razón práctica: consejo o deliberación; juicio y mando o imperio. Las dos primeras son de índole cognitiva y la tercera de índole imperativa o preceptiva. Los actos de la dimensión cognitiva no están a cargo directo de la prudencia misma. Hay virtudes anejas: -
Eubulia, habilidad para la acertada deliberación o indagación de los medios conducentes al bien Sagacidad, rectora del juicio Perspicacia en casos de estados de excepción
En cambio el acto de la dimensión preceptiva está a cargo directo de la prudencia misma. Este es el acto principal de la razón práctica que no es la contemplación sino la acción. El mando es un acto intelectual ya embebido por completo de voluntad, en el que nos sentimos con el ser entero comprometido en la acción. El acto propio de la prudencia es el mando. El mando o imperio. En nosotros mismos hay uno que manda y es la razón. Es una pequeña república. Así lo entendía Platón. La razón manda a la parte irascible o concupiscible, cuando no manda aquella se produce la injusticia. Platón extendió esta visión tripartita del individuo a la concepción de la sociedad entera, compuesta según él, de un elemento racional: el rey filósofo; y dos partes apetitivas: los guerreros, el ejército y el pueblo. De esta doctrina de raigambre platónica se infiere una verdad muy sencilla para el tema del mando intrapersonal. En virtud del paralelo entre la constitución del individuo y la constitución de la sociedad, el político debe gobernarse a sí mismo con justicia y ordenar con acierto las tres partes de su república interior. Solo entonces estará en condiciones para gobernar a los demás y organizar con justicia el Estado. La solicitud en el mando. La solicitud hace de prisa lo que la razón piensa despacio. La deliberación prudencial es lenta, pero su aplicación debe ser fulminante y para lograrlo se requiere la solicitud.
10 La solicitud guarda relación con la certeza práctica. La certeza es el firme asentimiento de la mente a una cosa. Firme debido a la falta de temor de algo que nos contradiga. Esto se puede en matemática, pero donde hay matices o exige una opinión la certeza no se da. Hay una sombra de incertidumbre e inseguridad. Puede uno fracasar al iniciar una obra. Todo propósito humano sufre inevitablemente la mordedura de la ineludible inseguridad que nace de la contingencia y singularidad de nuestros actos. Esta imperfección de la certeza práctica es la que nos hace ser solícitos. La solicitud es la respuesta racional a esta sombra de temor e inseguridad. Es una inquietud de la mente por lo que debe obrarse y esquivarse. Hay dos defectos, que es la negligencia o carencia de solicitud o una solicitud superflua, en la preocupación desmedida por las cosas temporales y en el cuidado excesivo de lo venidero. La solicitud en el mando, guiada por la prudencia, es según Palacios el factor más importante en la política. Índole racional del mando. Carácter racional de este mando. El imperio no es un acto de la voluntad, lo es de la razón. Imperar es establecer un orden y todo orden brota no de la voluntad sino de la inteligencia; la palabra que ordena es signo de lo que hay en la inteligencia. Pero este acto de la razón práctica presupone un acto volitivo. La razón señala a la voluntad y es esta que realiza su acto eficaz. La eficacia es de la voluntad. Santo Tomas dice: “el imperar es un acto de la razón que presupone la moción de la voluntad.”5 El mando y la ley civil. El imperio de la prudencia política da como fruto la ley. Veamos tres puntos para ver con más claridad el aspecto de mando: a) la ley consiste en un acto de la razón; b) ese acto de la razón es el imperio; b) ese imperio es el acto de la prudencia política. a) El principio y medida de todos los actos humanos consistente en la razón es la ley. b) la ley no es un acto cualquiera de la razón sino del acto de la razón llamado imperio. Se trata de un acto de la razón que presupone otro de la voluntad. Tiene un ingrediente volitivo. El imperio es un acto que pertenece formalmente a la razón y solo presupositivamente a la voluntad; c) ese imperio que es la ley solo es de la prudencia política pues tiene como razón el bien común. Hay un paralelo entre la prudencia y la justicia legal: las dos atañen al bien común, las dos son las más altas en sus especies: la prudencia política y la justicia legal. Ambas impregnan las otras virtudes de sentido social. Así la prudencia política dirige con un sentido al bien común la prudencia monástica y domestica; la justicia legal impregna a las demás virtudes con un sentido social.
IV- Los requisitos de la prudencia política 5 Santo Tomas, suma teológica, I-II, 17, 1
11 La prudencia es un conocimiento que, por su índole especial requiere información del pasado y visión del presente: memoria e intuición. Conocimiento por tradición o invención. De ahí dos ingredientes más: la docilidad a la enseñanza de los otros y la solercia o agilidad mental para la pesquisa propia. No basta el conocimiento sino un conocimiento o razón industriosa. De la parte más cognoscitiva: la memoria, el entendimiento intuitivo, docilidad, agilidad mental y razón. Pero como la prudencia es esencialmente imperativa se requiere, providencia, circunspección y cautela. La providencia es la parte principal de la prudencia a la cual ayuda la memoria y la intuición. La memoria a lo pasado, la intuición a lo presente y la providencia al futuro. Veamos cada una de las partes: a) Memoria. Nuestra vida esta lanzada a lo futuro, pero esta proyección no podría verificarse nunca sin una mirada retrospectiva a lo pasado. A este pasado es la experiencia de la vida. Es indispensable la experiencia. Esta experiencia no sería posible sin la memoria. No es la mera facultad psíquica sino lo que hemos ido acumulando en los años. El político prudente esta empapado de memoria y de experiencia y está inmerso en la herencia de lo pasado. b) Entendimiento. No basta la sindéresis. El político que sabe erigir en principio de su acción, no solo las evidencias generales y espontaneas de la sindéresis, sino también la intuición penetrante y viva de lo que está pasando ante sus ojos, es un buen político. Sin el requisito de la intuición, el político es un inepto. No es la facultad intelectual sino es el entendimiento del momento presente. Aquí se trata más bien del acto de un entendimiento sensitivo, catador y estimador de casos particulares, y que se parece mucho a la cogitativa o ratio particularis. Se ha dicho que la mujer goza regularmente de una prudencia animal superior a la del hombre. Esta mejor dotada para acomodarse a lo singular y lo concreto; generaliza menos y se adapta más. De allí se colige el enorme papel que puede desempeñar una mujer como consejero en las decisiones del político. c) Docilidad. “no te apoyes en tu prudencia” (Prov 3, 5). Un hombre solo no puede considerar todas las circunstancias. Dejarse enseñar, especialmente por los más ancianos. La docilidad. Significa estar bien dispuesto a oír estas lecciones sin desoírlas por la pereza o despreciarlas por la soberbia. d) Solercia. Además de la docilidad, la prudencia requiere prontitud de ingenio, agilidad mental, presteza repentina. Pero tiene que estar preservada por una actitud humilde pues se puede pasar de listo. La solercia ayuda a la prudencia siempre que vaya acompañada de la circunspección y cautela, ni tanto confíe en sí misma que desprecie la docilidad. e) Razón. Es la habilidad de usar bien la facultad. Es razonar bien. Esto proviene por defecto del intelecto, dice Santo Tomas. Podríamos conocerlo todo de un solo golpe como los ángeles. f) Providencia. La palabra providencia ha sido relacionada con prudencia. San Isidoro porro videns el que ve de lejos. La providencia es la visión anticipada de un suceso. No solamente
12 prevé sino también que provee. De todas las providencias humanas la más excelente es la política. Es donde más se refleja la providencia de Dios. Dios provee mediante las causas segundas. Pero la gobernación mediata de Dios se ejerce altamente por mediación de la política. “por mi reinan los reyes, y los legisladores decretan las cosas justas” (Prov 8, 15). Es fácil de entender los gobernantes buenos; pero ¿ los tiranos? Para castigo de los vicios de un pueblo y para ejercitar la virtud de los buenos que también es parte de la providencia de Dios. g) Circunspección. Es esa mirada exploradora que lanza nuestra razón a las circunstancias que rodean al acto humano, en la concreción de la cual pueden darse accidentes que le hagan inoportuno. Hay ocasiones que es muy difícil ser circunspecto, porque a veces bastan solo dos circunstancias opuestas para que la razón titubee en sus decisiones. Muchas veces la mejor decisión que puede tomar la persona circunspecta es la decisión de permanecer indecisa hasta que el tiempo haga mudar las circunstancias. h) Cautela. La previsión nos permite saber qué acciones son buenas para conseguir el fin; la circunspección conocemos las acciones mismas, revestidas de todas las circunstancias. Pero falta precaverse de los impedimentos intrínsecos a ellas. La cautela nos permite ver también los impedimentos nacidos de las apariencias del bien. De allí ver la vanidad de las cosas. IV- El falseamiento de la Prudencia Política Distinción entre la verdadera y la falsa política. Político virtuoso una prudencia verdadera; político corrupto un simulacro de prudencia. Tampoco es imprudencia. Pues el político farsante no es precipitado, inconsiderado, inconstante o negligente. Un político farsante no es un imprudente con faltante de prudencia. Es la falsa prudencia: la prudencia de la carne, el dolo, el fraude, la solicitud superflua. Por eso si es falsa prudencia, es falsa política. Hay una similitud entre el verdadero prudente y el pseudoprudente. Se le llama prudente de modo metafórico. El astuto es a su habilidad para el mal como es el prudente a su habilidad para el bien. El falseamiento de la prudencia política es el camino abierto para el oportunismo exagerado que mira el medro personal sin la mira del bien moral de la república. El falseamiento de la prudencia política desencaja a la prudencia de sus fines morales, y, a la vez pone todos sus instrumentos de mayor precisión al servicio de una ficción de bien común, que no es sino una obtención de un beneficio particular contra el bien común, o el bien de un Estado contra el bien de los demás. Es falseada y es muy fácil confundirla, pues la previsión que es la parte principal de la prudencia también la tiene el corrupto y el ladrón. El maquiavelismo a la luz del providencialismo.
13 La falsa prudencia en política es el maquiavelismo. Muchos antes o después de él han gobernado con falsa prudencia pero Maquiavelo los hizo virtud. En su obra El Príncipe, desde el capito 15 hasta el final del 25 es la teoría de la falsa prudencia elevada a norma del gobernante. Nuestra mitad de la vida está marcada por la Fortuna (el mal) y la otra por la virtú, bien, para vencer a la fortuna tiene que usar los mismos instrumentos que la ella. Al mal que nos hacen, oponemos otro mal. Abatirla en su propio terreno y con las mismas armas. A esta Fortuna se suma la triste condición humana que también persigue nuestra ruina. Una cosa es como se debería vivir y otra como se vive. Por lo tanto, hay que actuar de acuerdo al “realismo”. (esto mismo me lo dicen gente buena. Pero Padre, hoy no se puede…) Cita de Maquiavelo: “En efecto, el hombre que quiera en todo hacer profesión de bueno, ha de arruinarse entre tantos que no lo son. De aquí que sea necesario a un príncipe, si quiere mantenerse, aprender a saber no ser bueno, y usar esto o no usarlo según la necesidad” (XV). Maquiavelo confunde entre el conocer el mal y precaverse y el convertirse en malo como los otros. Según Maquiavelo al príncipe le sientan bien las virtudes como humanidad, fidelidad, religión. Pero, son más bien virtudes fingidas. “teniéndolas y observándolas siempre le son dañosas y pareciendo tenerlas le son útiles… cuando fuera necesario no serlo pueda y sepa cambiar a lo contrario.” (XVIII). Pero no para recaudo el autor que la hipocresía puede ser exitosa a largo plazo pero a la larga trae la ruina de los Estados. Toda esta ética es para mantener la “razón de Estado”. Es buscar la utilidad pública sin importar la pureza de los medios. Esto contra otros Estados y se olvida que para mantener el bien común de la República es necesario considerar el bien común del universo. De modo que el maquiavelismo no es una mera técnica amoral sino es mas bien malicia (carnal, astuto, doloso, fraudulento y exagerado). Contra esto, la prudencia política por el bien común de la patria exigirá del gobernante no el éxito temporal sino el martirio o la muerte.
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(96) Católicos y política –II. Virtudes y condiciones A las 7:16 PM, por José María Iraburu Categorías : Sin categorías
–Si la política es tan valiosa y necesaria, y tan recomendada por la Iglesia a los laicos ¿yo también he de meterme en política? –Usted, usted concretamente, con cuidar bien de su familia y de su trabajo tiene más que de sobra. Ya vimos que la actividad política, entre todas las actividades seculares, es una de las más altas, pues es la más directamente dedicada al bien común de los hombres. Y cómo la Iglesia, especialmente en los últimos tiempos, exhorta a los fieles laicos a que participen en ella, pues es parte de su propia vocación secular. En todo caso, varias virtudes y condiciones importantes son necesarias para que los cristianos puedan dedicarse a la actividad política concreta. 1. – Vocación. Todos los cristianos, sin duda, están llamados por Dios a colaborar políticamente al bien común, cada uno en su familia y su trabajo, como ciudadanos activos y responsables, actuando de cuantos modos les sean posibles. Pero es también indudable que para dedicarse más en concreto a la labor política el cristiano requiere una vocación especial, que sólo unos pocos reciben de Dios. Esta verdad se olvidó un tanto en los decenios postconciliares, cuando la exaltación del compromiso político de los cristianos fue máxima. Por eso Maritain vió la necesidad de recuperar la verdad perdida en este punto:
«No basta decir que la misión temporal del cristiano es de suyo asunto de los laicos. Es preciso decir también que no es asunto de todos los laicos cristianos, ¡ni mucho menos!, sino solamente de aquéllos que, en razón de las circunstancias, sienten a este respecto eso que se llama una vocación próxima. Y convendrá añadir todavía que esa llamada próxima no es bastante: que se requiere también una sólida preparación interior» (Le paysan de la Garonne, Desclée de Brouwer, París 1966, 7ª ed., 70). 2. – Virtud. Efectivamente, una sólida preparación interior. Por muchas razones evidentes «el que gobierna debe poseer las virtudes morales en grado perfecto» (Santo Tomás, Política I,10, 7). Quien se dedica a la vida política necesita tener de modo eminente virtudes decisivas que posibiliten el ejercicio honrado de su ministerio: abnegación, caridad, sabiduría, veracidad, fortaleza, justicia, prudencia, etc. Las necesita, pues, si no las tiene, su trabajo político causará necesariamente enormes daños. Necesita, pues, el político cristiano de todas estas y de otras virtudes porque en la función gubernativa 1.-representa en su medida al Señor, de quien viene toda autoridad; 2.-porque de sus actos se siguen con frecuencia muy importantes consecuencias para todo el pueblo; y 3.-porque en el desempeño de su alta misión ha de resistir tentaciones especialmente graves de soberbia, falsedad oportunista, enriquecimiento injusto, complicidades y silencios criminales, etc. En las consideraciones que siguen hablo a veces con cierta dureza de los políticos cristianos; pero en el fondo han de ser vistos más bien con mucha compasión. Sirven muchas veces un oficio que les viene grande, y para el cual no han sido ni siquiera rudimentariamente preparados –también hay culpas de omisión en quienes no les han dado la doctrina católica sobre su altísimo ministerio–. Y les faltan las virtudes personales necesarias. Es posible que un zapatero, aunque no sea muy virtuoso, desempeñe su oficio dignamente. Pero un político cristiano, si no es muy virtuoso, ciertamente cumple su oficio de un modo indigno y gravemente perjudicial para el mundo, y sobre todo para la Iglesia. Los mayores males que vienen sobre ésta proceden muchas veces de los malos políticos cristianos.
15 Algo semejante le ocurre, como ya vimos, p. ej., a un neurocirujano: o es muy bueno o es muy malo. Pero aún más elocuente analogía la hallamos en la vocación del sacerdote. Su ministerio es tan alto y sagrado, es una colaboración tan importante en la obra del Salvador del Mundo, que si no la cumple muy bien, probablemente la cumplirá muy mal, al menos en algunos aspectos. 3. –Amor a la Cruz, es decir, espíritu martirial, que hace posible vivir libres del diablo y del mundo. No me alargaré en este punto, porque ya lo he tratado en varias ocasiones, por ejemplo en (19). La historia humana es una incesante y tremenda batalla entre las fuerzas de Cristo y las del Maligno, entre la luz y las tinieblas. En esta situación el cristiano, y el político de un modo especial, ha de elegir entre militar bajo la bandera de la Luz divina o militar bajo la bandera de la Mentira diabólica, imperante en el mundo, asociándose en este caso «con los dominadores de este mundo tenebroso, con los espíritus malos» (Ef 6,12). La opción es obligada, inevitable. Y no caben opciones intermedias. «Nadie puede servir a dos señores» (Mt 6,24), y menos si están en guerra. Pues bien, el cristiano político que no tiene fuerza espiritual para tomar la cruz y seguir a Cristo, el que es incapaz de dar al mundo el testimonio de la verdad, el que está decidido a guardar su propia vida, tiene obligación gravísima de abandonar su profesión, pues si la sigue, se perderá ciertamente en la vida presente y posiblemente en la vida eterna. Por muchas que sean las argucias mentales que elabore para justificarse –no le faltarán ayudas–, su vida política es falsa y diabólica, pues se hace cómplice de quienes pretenden matar a Cristo en la sociedad y destruir su Iglesia. No es una casualidad insignificante que el patrono de los políticos católicos, Santo Tomás Moro, sea mártir.
Vende su alma al diablo, expresión popular muy profunda, el político cristiano que no pone en primer lugar el Reino de Dios y su justicia, sino la prosperidad de sí mismo y de su familia. Así no se puede servir a Cristo Rey. El que quiere guardar su vida, ciertamente la perderá. El que no se niega a sí mismo, el que no toma su cruz cada día, también en el ejercicio de la profesión política, no puede seguir a Cristo (Lc 9,23-24). Traiciona a Cristo y a la Iglesia. Vende su alma al diablo, y éste, cumpliendo el contrato, le da dominio y poder sobre su mundo. No son falsas las palabras del diablo, padre de la mentira, cuando le dice al cristiano lo que le dijo a Cristo: «te daré todo el poder y la gloria de estos reinos, pues todo mo ha sido entregado y lo doy a quien quiero. Por eso si tú te postras ante mí, todo eso será tuyo» (Lc 4,6-7). 4. –Posibilidad histórica. Para que el cristiano pueda servir en el nobilísimo oficio de político necesita, pues, vocación y virtud; pero necesita también posibilidad histórica concreta. En los primeros siglos de la Iglesia, por ejemplo, apenas era posible que los cristianos, estando proscritos por la ley romana, pudieran servir en la política al bien común. Se dieron en esto algunas excepciones, pero en campos políticos reducidos y en zonas periféricas del Imperio. Y actualmente estamos en condiciones bastante semejantes. Cuando Platón explica por qué los sabios se abstienen de los negocios públicos, acude a este símil.
Un sabio observa cómo en la calle la multitud se empapa bajo una tremenda lluvia. Por un momento piensa en salir de casa para persuadir a la gente de que se ponga a cubierto. Pero renuncia al intento, considerando que si la multitud aguanta bajo la lluvia, ello indica su estupidez, y que esa insensatez hace prever que rechazarán el consejo razonable. Decide, pues, no ir a mojarse con ellos inútilmente, y se queda en casa (República VI,496). Santo Tomás Moro (1477-1535), años antes de llegar a ser Canciller del Reino, describe en su obra Utopía (1516) el fin que le corresponde a quien pretende afirmar políticamente la verdad y el bien donde predomina en gran medida la mentira y el mal. En el libro I de la obra, pone prudentemente su
16 pensamiento en labios del navegante Rafael, el cual, aunque conoce la sabiduría de los utopianos, se niega a aceptar cargos políticos, alegando:
–«si dijera esto y otras cosas semejantes, a los encarnizados partidarios de métodos totalmente opuestos, ¿no sería como hablar a los sordos?». Moro lo reconoce en parte, pero arguye: –«Aunque no podáis desarraigar las opiniones malvadas ni corregir los defectos habituales, no por ello debéis desentenderos del Estado y abandonar la nave en la tempestad porque no podáis dominar los vientos… Hace falta que sigáis un camino oblicuo, y que procuréis arreglar las cosas con vuestras fuerzas, y, si no conseguís realizar todo el bien, esforzáos por lo menos en menguar el mal». Estas palabras –la aspiración habitual de ciertas políticas: el mal menor– no convencen a Rafael: –«De esta manera, sólo puede acaecer que, al dedicarme a cuidar la locura de los demás, me vuelva loco como ellos. Cuando deseo decir verdades, se me hace necesario decirlas. No sé si el decir mentiras sea propio de un filósofo, pero ciertamente no lo es para mí. Si debemos pasar en silencio, como si se tratase verdaderamente de cosas raras y absurdas, todo lo que las pervertidas costumbres de los hombres hacen considerar inoportuno, será preciso que ocultemos de los ojos de los cristianos la mayor parte de lo que Cristo enseñó y prohibió, todas aquellas cosas que Él susurró a oídos de los suyos, mandándoles que las proclamasen desde las azoteas. La mayor parte de ellas difiere mucho de la manera de vivir actual. «En verdad, parece que los predicadores, gente sutil, siguieron vuestros consejos: viendo que los hombres se plegaban difícilmente a las normas establecidas por Cristo, las han acomodado a las costumbres, como si éstas fuesen una regla de plomo, para poder conciliarlas de alguna manera. Pero no veo que con ello se haya adelantado nada, a no ser que se pueda obrar el mal con mayor tranquilidad. «Tampoco sería yo de ninguna utilidad en los consejos de los príncipes, ya que si opinase de manera diferente de la mayoría sería como si no opinase; y si opinase de igual manera, sería auxiliar de su locura. No distingo el fin de vuestro camino oblicuo, según el cual decís que hay que procurar, a falta de poder realizar el bien, evitar el mal por todos los medios posibles. No es aquel [el Consejo del Rey] lugar para disimulos, ni es posible cerrar los ojos. Se hace preciso aprobar allí las peores decisiones y suscribir los decretos más pestilentes. Y pasa por espía, por traidor casi, quien no hace elogio de medidas malignamente aconsejadas. Así pues, no hay ocasión de realizar ninguna acción benéfica, ya que es más probable que el mejor de los hombres sea corrompido por sus colegas [políticos], que no que les corrija, ya que el perverso trato con éstos o bien le deprava o le obliga a disfrazar su integridad e inocencia con la maldad y la necedad ajenas. Tan lejos está, pues, de obtener el resultado propuesto con vuestro camino oblicuo» (56-61). Tomás Moro escribía esas reflexiones en 1516, describiendo anticipadamente su propia muerte. Recordemos algunas fechas. Fue nombrado Lord Canciller de Inglaterra en 1529. Dimitió de su cargo y se retiró al campo en 1532, queriendo marginarse de las decisiones perversas del rey Enrique VIII, en las que no quería comprometer su conciencia. Y finalmente, en 1535, su santa cabeza, por ser incapaz de aprobar los crímenes del rey, fue violentamente separada de su cuerpo en la Torre de Londres. San Juan Fisher(1469-1535), Obispo de Rochester y Cardenal, le precedió unos días antes en el mismo camino del martirio. Los demás Obispos ingleses, antes que ser mártires y dejar a su pueblo sin Pastores sagrados, prefirieron tomar el camino del cisma y de la herejía, conservando así, de paso, su cabeza y sus bienes. 5. –Conocimientos. Para ser un buen político no bastan las virtudes morales, sino que se requieren una serie de conocimientos históricos, religiosos y jurídicos, sociales y económicos, así como otras
17 habilidades prácticas, que no pueden darse por supuestos. Aunque en la vida política muchas veces se estime otra cosa, no vale aquella norma de que en el combate «la falta de armas se suplirá con valor».
He dicho antes que el político necesita tener en alto grado las virtudes; pero no se olvide aquí que la posesión de un hábito virtuoso no implica necesariamente la facilidad para ejercitarlo, ya que pueden darse factores extrínsecos que impiden ese ejercicio o pueden faltar aquéllos que son necesarios (STh III,65, 3). Por muy virtuoso que sea un cristiano, mal podrá servir la acción política si no sabe expresarse bien, si le falla la salud, o sobre todo si carece de la formación suficiente. Necesita poseer un nivel suficiente de conocimientos y de cualidades personales. 6.–Conocimiento de la doctrina política de la Iglesia, y fidelidad a ella. Los políticos cristianos, por otra parte, para servir realmente al bien común de la sociedad, impregnándola cuanto sea posible de Evangelio, necesitan conocer y seguir la doctrina católica acerca de la vida política. Si en su pensamiento y en su actividad política se guían por los criterios del siglo, ellos serán sin duda alguna los más eficaces aliados del diablo, Príncipe de este mundo. De estos seis puntos quiero destacar el tercero, el amor a la Cruz, al Crucificado salvador: es lo único que puede hacer a los políticos libres del diablo, del mundo y de sí mismos, y servidores fieles de Cristo y de los hombres. Actualmente, en los niveles más altos de la política, la evitación semipelagiana del martirio (63) ha llegado a frenar casi totalmente la acción propia de los políticos católicos. Concretamente, en las naciones de Occidente de antigua filiación cristiana nunca la Iglesia ha tenido menos influjo que hoy en la configuración política de leyes y gobiernos.