Parabola De La Higuera Seca 26o1t

PARÁBOLA DE LA HIGUERA SECA “Por la mañana, al volver Jesús a la ciudad tuvo hambre. Y viendo una higuera al lado del camino, a ella se aproximó, y no encontró en ella sino hojas; y le dijo: Nunca jamás nazca de ti frutos, en el mismo instante se secó la higuera. Y viendo esto sus discípulos se maravillaron y le preguntaron: ¿Cómo es qué repentinamente se seco la higuera? Les respondió Jesús: En verdad os digo que si tuvieseis fe y no dudaríais, haríais no sólo lo he hecho a la higuera, sino hasta dejar desierto el monte: levántate y lánzate al mar, y esto será hecho; y todo lo que, con fe, pidáis en vuestras oraciones, habréis de recibir.” (Mateo, XXI 18-22 – Lucas, XIII, 6-9)

¡Magnifica parábola! ¡Estupenda enseñanza! ¡Cuántas lecciones aprendemos en estos pocos versículos del Evangelio! Si encaramos la narración por el lado científico, observaremos la muerte de un árbol en virtud de una gran descarga de fluidos magnéticos, que inmediatamente la secaron. La Psicología Moderna, con sus teorías edificantes y sustanciosas, y con sus hechos positivos, nos muestra el poder del magnetismo, que utiliza los fluidos del Universo para destruir, conservar y vivificar. La cura de las molestias abandonadas por la Ciencia Oficial y la momificación de los cadáveres, por el magnetismo, ya se hallan registradas en los anales de la Historia, no dejando dudar más a ese respecto. En el caso de la higuera no se trata de una conservación, pero, al contrario, de una destrucción, semejante a la destrucción de las células perjudiciales y causantes de enfermedades, como en la cura de los leprosos, y otras narraciones de los Evangelios. La higuera no daba fruto porque su organización celular era insuficiente o deficiente, y Jesús, conociendo ese mal, quiso dar una lección a sus discípulos, no sólo para enseñarles a tener fe, sino también para hacerles ver que los hombres y las instituciones infructíferas, como aquel árbol, sufrirían las mismas consecuencias. Pero al lado filosófico, realza la parábola la necesidad indispensable de la practica de las buenas obras, no sólo por las instituciones, sino también, como por los hombres. Un individuo, por más bien vestido y más rico que sea, escondido en su egoísmo, es semejante a una higuera, de la cual, aproximándonos, no vemos más que hojas. Una institución, o una asociación religiosa, donde se haga cuestión de estatutos, de cultos, de dogmas, de misterios, de ritos, de exteriorizaciones, pero que no practique la caridad, no ejerza la misericordia; no de comida a los hambrientos, ropa a los desnudos, agasajos y trato a los enfermos; que no promueva la propaganda del amor al prójimo, de la necesidad del erguimiento de la moral, del establecimiento de la verdadera fe, esa institución o asociación, 1

aunque tenga nombre de religiosa, aunque se llame la única religión, aunque se diga la única religión fuera de la cual no hay salvación (como ocurre con el catolicismo de Roma), no pasa de una “higuera con hojas, pero, sin frutos.” Lo que necesitamos del árbol son los frutos. Lo que precisamos de la religión son las buenas obras. Los dogmas sólo sirven para oscurecer la inteligencia; los sacramentos, para falsear las enseñanzas del Cristo; las fiestas, pasos, procesiones, imágenes, etc., para consumir dinero en cosas vanas y engañar al pueblo, con un culto que fue condenado por los profetas de los tiempos antiguos, en el Viejo Testamento, y por Jesús Cristo, en el Nuevo Testamento. ¡La Religión de Cristo no es la religión de las “hojas”, y sí, la de los frutos! La Religión de Cristo no consiste en ese ritual usado por las religiones humanas. ¡La Religión DE Cristo es la de la Caridad, es la del Espíritu, es la de la Verdad! ¡La fe que el Cristo preconizó, no fue, por tanto, la fe en dogmas católicos o protestantes, pero, sí la fe en la Vida Eterna, la fe en la existencia de Dios, la fe, esto es, la convicción de la necesidad de la práctica de la Caridad! Aquel que tuviera esa fe, aquel que supiera adquirirla, todo lo que pidiera en sus oraciones, sin duda la recibirá, porque limitará sus pedidos a aquello que le fuera de utilidad espiritual, así como se volverá apto a secar la higuera, de esas higueras que deambulan en las calles seguidas de media docenas de aduladores; de esas higueras, como las religiones sin caridad, que engañan a incautos con promesas ilusorias, y con afirmaciones temerosas sobre el destino de las almas. La higuera sin frutos es una plaga en el reino vegetal, así como los egoístas y avaros son plagas en la Humanidad, y las religiones humanas son plagas perjudicialísimas en la Siembra del Señor. No dan frutos; sólo contienen hojas. ********** Estudiada por el lado científico, la parábola es un portento, porque, de hecho Jesús, con una palabra, hizo secar la higuera. ¡Porque ningún sabio de la Tierra es capaz de imitar al Maestro! ¡Encarada por el lado filosófico, la lección de la higuera que secó es un aviso de lo que va a ocurrir a los hombres semejantes a la higuera sin frutos; y las religiones que igualmente sólo tienen hojas! ¡En esta Parábola se aprende aún que la esterilidad, parece, es mal inevitable! En todas las manifestaciones de la Naturaleza, ¡aquí y allí, se ve la esterilidad como desnaturalizando la creación o extraviando la obra de Dios! ¡En las plantas, en los animales, en los humanos, la esterilidad es la nota discordante, que estorba la armonía universal, en la Mecánica, el estigma de la esterilidad no deja de grabar su señal infame! 2

Ocurre, sin embargo, que llegado el tiempo propicio, la obra estéril desaparece para no ocupar inútilmente el campo de acción donde se implantó. La higuera estéril de la Parábola es la ejemplificación de todas esas manifestaciones anómalas que se desdoblan a nuestra vista. Para no salir del tema en que debemos permanecer y constituir el objeto de este libro, vamos a comparar la higuera estéril con las Ciencias humanas y las religiones sacerdotales. ¿A primera vista no parece al lector que la Parábola se adepta perfectamente a estas manifestaciones del pensamiento absoluto y autoritario? Vemos un árbol, reconocemos en ese árbol una higuera; está bien enraizada, muchas hojas, bien abonada, ¡vamos a buscar higos y no encontramos ni uno! Vemos un segundo “árbol”, que debe ser el de la Vida, reconocemos en él una religión que ya permanece hace mucho años y va siendo transmitida de generación en generación; buscamos en ella la verdad que ilumine, hechos que demuestren, y nada de esperar encontramos, a despecho de la gran cantidad de fertilizante que lanza en rededor de ese mismo “árbol”. ¿Qué le falta al Catolicismo Romano para así encontrarse desprovisto de frutos? ¿Le falta por ventura iglesias, fieles, dinero, libros, sabiduría? ¿Pues no tiene él sus sacerdotes en el mundo entero, sus catedrales pomposas, sus templos? ¿No tiene él con su papa la mayor fortuna que hay en el mundo, completamente estéril, cuando debería convertir esos tesoros, que los ladrones alcanzan, en aquel otro tesoro del Evangelio, inalcanzable a los ladrones y a las termitas? ¿No tiene él millones de adeptos que sustentan toda su jerarquía? ¿Por qué no puede la Iglesia dar frutos demostrativos del verdadero amor, que es inmortal? ¿Por qué no puede demostrar la inmortalidad del alma, que es la mejor caridad que se puede practicar? ¿Y qué diremos de sus enseñanzas arcaicas e irrisorias, semejantes a las hojas arrugadas de una higuera vieja? ¿De su dogma del Infierno eterno; de su artículo de fe sobre la existencia del Diablo; de sus sacramentos y misterios tan caducos y absurdos, que llegan a hacer de Dios un ente inconcebible y dudoso? ¡Y así como es la religión, es la ciencia de los hombres, de esos mismos hombres que, aunque completamente divergentes de las enseñanzas religiosas de los sacerdotes, por preconcepto y por servilismo andan con ellos de manos juntas, como si creyesen en la “fe” predicada por los sacerdotes! ¡Esa ciencia terrena que todos los días afirma y todos los días se desmiente! ¡Esa ciencia que ayer negó el movimiento de la Tierra y hoy lo afirma; que preconizó la sangría para después condenarla; que proclamó las virtudes del emético (medicamento vomitivo), para años después execrarlo como un depresivo; que hoy, de sonda en el puño, transformó al hombre en un laboratorio químico, para, mañana o después, condenar como deshumano ese proceso!

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¿Y qué falta a la Ciencia para solucionar ese problema de la muerte, que le parece como fantasma funesto? ¿Le faltará “abono”? ¿Pero no están ahí tantos sabios? ¿No tendrá ella recursos disponibles para investigaciones y experiencia? ¿No le aparecen en todos los momentos hechos y más hechos de orden supramateriales, meta-materiales para ser estudiados con método? ¡Señor! ¡Está vencido el año que concediste para que cavásemos en rueda del “árbol” y echásemos abono para alimentar y fortificar sus raíces! ¡Ella no puede da frutos y los abonos que hemos gastado sólo habiendo servido para volver al árbol cada vez más frondoso y llenos de hojas, perjudicando así el ya pequeño espacio de terreno! ¡Manda cortarla y recomienda a tus siervos que no sólo lo hagan, más que también le arranquen las raíces! Ella ocupa terreno inútilmente. ¡En tres días haremos nacer en su lugar una que desempeñe sus fines, y tantos serán sus frutos que la multitud que nos rodea no podrá cogerlos! *********** La esterilidad es mal incurable, que se manifiesta en las cosas físicas y metafísicas. Hay personas que son estériles en sentimientos afectivos, otras en actos de generosidad, otras lo son para las cosas que afectan a la inteligencia. Por más que se enseñen, por más que se exalten, por más que se ilustren, las mismas, permanecen como la higuera de la Parábola: ¡no hay estiércol, no hay abono, no hay lluvia, no hay agua que las haga fructificar! Estas, sólo el fuego tiene poder sobre ellas.

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