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. Resumen y análisis Roberto Bolaño, escritor chileno, perteneciente al movimiento infrarrealista es quien compone este cuento, en este se nos presenta una historia de amor. Una pareja de enamorados termina su relación a través de un teléfono, muchos años después el enamorado consigue el número telefónico de ella y decide llamarla, conversan y luego se proponen encontrarse, ambos están muy distintos, por el paso del tiempo. Al momento de juntarse en la casa, él aún no se enamora de ella, sin embargo, al despertar juntos, éste vuelve a sentirse enamorado otra vez. Ella es distinta, está enferma, y tiene pensamientos suicidas, y los cuidados de él no la ayudan lo suficiente. Finalmente deciden volver a separarse y él se va a su casa. Pasan unos meses y él la vuelve a llamar, pero la forma de contestar que tiene ella, demuestra una actitud fría que lo entristece, le propone ir a verla, pero esta se niega. Un día lo visitan dos policías para interrogarlo, puesto que tres días antes habían asesinado a su antigua novia, por lo que él era un sospecho de ese crimen, lo llevan a una comisaría y le realizan unan pruebas de sangre, las que finalmente demuestran su inocencia. Viaja a la ciudad de ella y se queda en la casa de su hermano, este le dice que no sabe quién es el asesino de su hermana, y que debe irse a trabajar, por lo que lo deja a él solo en casa. Al regresar, le cuenta sobre un sueño que tuvo, el que le da la pista de quien podría ser el asesino, le dice que una vez llamó a su hermana y no le dijo nada, seguramente el asesino hacía lo mismo, pero ella pensaba que era él. Se dirigen a bares para pasar la noche, al regresar él se siente enfermo, espera a que amanezca para irse a su casa. Después de unos días, el hermano de ella le cuenta que han encontrado al asesino, era un antiguo amante de ella.
Lo que primero resalta en la narración es la ausencia de nombres de los personajes, tanto los protagonistas B y X, como los secundarios, ya sean los policías A y Z y el hermano de X, denominado simplemente de esta forma, lo que nos permite ver una falta de identidad de los personajes, -tema predominante en la época en que Bolaño escribe – de estos no solamente no sabemos sus nombres, sino que tampoco sus vidas, aspiración, trabajos.
El título, llamadas telefónicas, hace referencia a la importancia de los medios de comunicación en la época, a través de un teléfono termina una relación de pareja, luego, después de mucho tiempo, otro teléfono los vuelve a reencontrar, el teléfono le da al protagonista un indicio de quien podría ser el asesino.
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La confesión perversa: Un acercamiento a El jorobadito, de Roberto Arlt Resumen: El jorobadito (1933), un relato incluido en el primer libro de cuentos de Roberto Arlt, trata temas como el problema del mal, el doble y la incomunicación dentro del marco narrativo de la confesión. En su mundo narrativo, Arlt describió a los marginados resultantes del proceso de modernización y a los aislados por la sociedad burguesa. Este ensayo analiza la estrategia narrativa subversiva del cuento y trata de demostrar que este relato muestra un momento de liberación para los marginados sin salida. Palabras clave: Roberto Arlt, narrativa argentina, estrategia narrativa subversiva
1. Introducción En El jorobadito (1933), su primer libro de cuentos, Roberto Arlt trata temas oscuros como el delito, la traición, la hipocresía y la crítica a la moral burguesa. El mismo autor dice en su dedicatoria a su esposa que este libro es “trabajado por calles oscuras y parajes taciturnos, en o con gente terrestre, triste y somnolienta”, y que tiene como protagonistas a hombres “parecidos a monstruos chapoteando en las tinieblas” (Arlt, 1933: 16). [1] Lo más interesante en esta colección es que los narradores de cuatro cuentos (El jorobadito, Ester Primavera, Las fieras y El traje del fantasma) están en situación semejante. Los narradores están encerrados y aislados, ya sea en el calabozo, el manicomio, el prostíbulo o el hospital a consecuencia de algún acto delictivo, y sus narraciones pueden calificarse como la confesión de sus actos cometidos en el pasado. Sin embargo, también hay diferencias en el tono y la postura. Los narradores de Las fieras y Ester Primavera se encuentran sumidos, humillados y hundidos en el infierno sin salida y hablan con un tono callado, melancólico y arrepentido (Pastor, 1979). Por el contrario, en los otros dos, especialmente en El jorobadito, el tono de la narración es más jocoso, sardónico e irónico y el narrador no se parece a un desesperado sin salida. Teniendo en cuenta estas características, este ensayo intenta analizar El jorobadito para dar respuesta a dos problemas centrales. Primero, ¿qué intenta hacer el narrador mediante su confesión? Segundo, ¿por qué el tono del narrador de este cuento es distinto al de los otros cuentos?
2. Confesión: justificación del crimen El narrador del cuento está encerrado en un calabozo por haber estrangulado a Rigoletto, el jorobadito del título. La sociedad interpreta el asesinato como la consecuencia de su locura y lo encierra en la cárcel. Pero el narrador intenta defenderse de esta acusación construyendo una lógica persuasiva. En este sentido, su confesión puede calificarse como una justificación del crimen. Primero, arguye que el “Sufrimiento” [sic] debido a su sensibilidad singular fue la causa de su acción. Desde la infancia podía intuir y descubrir la maldad encubierta en toda la gente y por eso se transformó en un tipo negativo. Es una víctima por su sensibilidad singular innata: De este modo, involuntariamente, fui descubriendo todo el sedimento de bajeza humana que encubren los actos aparentemente más leves, y hombres que eran buenos y perfectos para sus prójimos fueron, para mí, lo que Cristo llamó sepulcros encalados. Lentamente se agrió mi natural bondad convirtiéndome en un sujeto taciturno e irónico [...]. (p. 19) Segundo, sostiene que la madre de la mujer con la que “hacía el novio” (p. 20) tiene responsabilidad al presionarlo y acorralarlo hasta el punto en que no podía soportar más. La madre de la mujer deseaba que el narrador se casara con su hija. Pero él se sentía “amarrado por invisible cordeles” (p. 27). Casarse, para el narrador-
3 personaje, es convertirse en un esclavo y hallarse atrapado en la vida burguesa. Por eso, tenía que provocar un escándalo con la ayuda de Rigoletto para escaparse de la trampa: Ellas, la madre y la hija, me atarían a sus preocupaciones mezquinas, a su vida sórdida, sin ideales, una existencia gris, la verdadera noria de nuestro lenguaje popular, en el que la personalidad a medida que pasan los días se va desintegrando bajo el peso de las obligaciones económicas, que tienen la virtud de convertirlo a un hombre en uno de esos autómatas con cuello postizo, a quienes la mujer y la suegra retan a cada instante porque no trajo más dinero o no llegó a la hora establecida. (p. 27) [2] Tercero, y lo más importante, insiste que hizo un favor a la sociedad por matar a Rigoletto. Como insinúa el título, en todo el cuento el narrador intenta presentar a Rigoletto a los lectores u oyentes y distinguirse de él. Narrando su primer encuentro con el jorobadito, el narrador compara los rasgos físicos de Rigoletto con animales como el “sapo”, el “mulo” y el “caballo”. Y diciendo que “todos los contrahechos son seres perversos, endemoniados, protervos” (p. 18), añade que Rigoletto era “un hombre cruel” (p. 18). La crueldad de Rigoletto se manifiesta en un episodio en el que pegaba a los animales sin razón. Además, es un descarado y su manera de hablar es totalmente absurdo: -Soy más bueno que el pan francés y más arbitrario que una preñada de cinco meses. Basta mirarme para comprender de inmediato que soy uno de aquellos hombres que aparecen de tanto en tanto sobre el planeta como un consuelo que Dios le ofrece a los hombres en pago de sus penurias. Y aunque me cago en la santísima Virgen, la bondad fluye de mis palabras como la miel del Himeto. (p. 23) Pero la perversidad de Rigoletto se manifiesta en una forma más dramática en la escena del escándalo preparado por el narrador para escaparse de la trampa. El narrador prepara un escándalo que consiste en demandar a la mujer que bese al jorobadito. La mujer se resiste a esta demanda y Rigoletto se enfrenta a dicha resistencia de una manera absurda. Repite que ha venido “en cumplimiento de una alta misión filantrópica” y pide que lo traten con cortesía: Ustedes están obligados a atenderme como a un caballero. El hecho de ser jorobado no los autoriza a despreciarme. Yo he venido para cumplir una alta misión filantrópica. La novia de mi amigo está obligada a darme un beso. Y no lo rechazo. Lo acepto. Comprendo que debo aceptarlo como un reparación que me debe la sociedad, y no me niego a recibirlo. (p. 34) Describiendo la escena del escándalo, el narrador intenta enfatizar los actos absurdos y descarados de Rigoletto para mostrar que el jorobado sí era un loco y él, narrador, no estaba desquiciado. Dice que, sin duda, “si allí había un loco, era Rigoletto” (p. 34). De esta manera, quiere defenderse de la acusación de que es un loco y justificar su asesinato como un acto necesario para el bienestar de la sociedad. Sin embargo, curiosamente, el hilo narrativo se interrumpe en este punto. De haber descrito la escena, dice que no recuerda nada de lo que pasó después. El final del cuento es ambiguo y abrupto: No recuerdo más nada. Dicen los periódicos que me desvanecí al verlos entrar. Es posible. ¿Y ahora se dan cuenta por qué el hijo del Diablo, el maldito jorobadito, castigaba a la marrana todas las tardes y por qué yo he terminado estrangulándole? (p. 35) Así concluye su confesión, presentando una pregunta a los lectores u oyentes. ¿Y ahora nos damos cuenta, por qué? ¿Nos persuadimos de que su confesión tiene cumplido el objetivo, la justificación de su crimen? Lo que resulta interesante de este párrafo es la colocación de dos preguntas como si éstas fueran una sola. Primera pregunta. ¿Por qué Rigoletto, el jorobadito, castigaba a la marrana? Responderíamos que no tenía ninguna razón para hacerlo. Segunda pregunta. ¿Por qué estranguló el narrador a Rigoletto? Si suponemos que las dos preguntas fueran una misma cuestión, podemos deducir que no tenía ninguna razón. De hecho, la justificación del lado del narrador también se rompe y el objeto de su confesión se derrumba.
4 3. Ruptura: transformación del narrador El narrador intenta distinguirse de Rigoletto definiendo al jorobadito como un loco y perverso, para situarse él mismo del lado de la sociedad ‘normal’. Sin embargo, desde el principio del cuento el narrador manifiesta su fascinación por los seres perversos y sugiere su afinidad con ellos. Dice que “los odiaba” al mismo tiempo que le “atraían” y como si estuviera frente a “la profundidad abierta bajo la balconada de un noveno piso” (p. 17) se sentía “temblando de cautela y delicioso pavor” (p. 18) acercándose a ellos. Por lo tanto, su amistad con Rigoletto puede explicarse en este punto. Aunque el narrador intenta mantener distancia de Rigoletto tratándolo como su esclavo, llegada la escena del escándalo dicha distancia desaparece. Como señala Ricardo Piglia en una entrevista, dentro del mundo narrativo de Arlt, el crimen, la locura y la traición funcionan como una salida imaginaria del infierno de la vida cotidiana: La locura como ruptura de lo posible. Estar loco, en Arlt, es cruzar el li´mite, es escapar del infierno de la vida cotidiana. O mejor, habri´a que decir, la locura es la ilusio´n de salir de la miseria. [...] Quiero decir: la ficcio´n suplanta al milagro como forma de transformacio´n su´bita. (Piglia, 1984: 26) El narrador del cuento estaba a punto de quedar atrapado en el infierno de la vida cotidiana, una vida mezquina como un marido y un padre. Por eso, necesitaba una ruptura para escaparse. La presencia de Rigoletto era esencial para conseguir este intento, pues como dice el mismo narrador, “no encontraba un filo lo suficientemente agudo para desgarrar definitivamente la malla” (p. 28) hasta que conoció a Rigoletto. Antes de llegar al sitio del escándalo, caminando con el jorobadito hacia la casa de la mujer, el narrador se sentía angustiado y triste, dudaba de sí mismo y de su “idea”. El camino a la casa de la novia está descrito como una transición al otro espacio. Esta descripción puede interpretarse como un símbolo de la transformación del narrador. El viento soplaba fuertemente y no se veía nada por las calles “con una claridad espectral” (p. 31). A su lado, allí está Rigoletto, la encarnación de su “idea”, su maldad perversa, su doble: El viento doblaba violentamente la copa de los árboles, pero el maldito corcovado me perseguía en mi carrera, como si no quisiera perderme, semejante a mi genio malo, semejante a lo malvado de mí mismo que para concretarse se hubiera revestido con la figura abominable de giboso. (p. 31) Como señalamos antes, el acto de Rigoletto en la escena del escándalo es descarado y absurdo. Su actitud y su manera de hablar no es el de un aislado ni el de un esclavo. Más aún, se comporta como si fuera un ser por encima de todos afirmándose en su victoria. La descripción de la escena está llena de jovialidad y el narrador, viendo la locura de Rigoletto, “se desplomó en un sofá riéndose a gritos” (p. 33) perdiendo toda la angustia y tristeza de antes. Si el narrador estuviera del lado de la sociedad normal, del mundo de la razón, tendría que haber detenido a Rigoletto. Pero el narrador deja que su doble, la encarnación de su idea, actúe con todo su ser. Por lo tanto, podemos concluir que en este punto el narrador se transforma en un ser absolutamente diferente de lo que insistía ser. La locura lo devora y la distinción entre él y Rigoletto desaparece. Esta transformación súbita del narrador es una ruptura instantánea y coincide con la ruptura del hilo narrativo. Así que el narrador dice que no recuerda nada de lo que pasó y concluye la narración abruptamente.
4. Confesión: afirmación del mal La ruptura mediante la locura puede ser una salida de la vida cotidiana, como dice Piglia en la entrevista antes citada. Pero también es una afirmación del ser, de ser único, como señala Georges Bataille en su ensayo sobre Jean Genet: Genet ne peut être souverain que dans le Mal, la souverainete´ elle-même est peut-être le Mal, et le Mal n’est jamais plus sûrement le Mal que puni [Genet no puede ser soberano ma´s que en el Mal, la soberani´a misma es quiza´ el Mal, y el Mal nunca es con ma´s certeza el Mal que cuando es castigado]. (Bataille, 1990: 131)
5 Esta observación puede aplicarse a los personajes del mundo narrativo de Arlt. El más representativo es Erdosain de Los siete locos (1929): Yo no soy nada para todos. Y sin embargo, si mañana tiro una bomba, o asesino a Barsut, me convierto en el todo, en el hombre que existe, el hombre para quien infinitas generaciones de jurisconsultos prepararon [sic] castigos, ca´rceles y teori´as. Yo, que soy la nada, de pronto pondre´ en movimiento ese terrible mecanismo de polizontes, secretarios, periodistas, abogados, fiscales, guardaca´rceles, coches celurares, y nadie vera´ en mi´ un desdichado sino un hombre antisocial, el enemigo que hay que separar de la sociedad. ¡Eso si´ que es curioso! Y sin embargo, so´lo el crimen puede afirmar mi existencia, como so´lo el mal afirma la presencia del hombre sobre la tierra [...]. (Arlt, 1929: 155-6) La confesión debe ser una conversión y el que confiesa debe sentirse arrepentido. Es una regla que hallamos en Las confesiones de San Agustín, el prototipo de la narración confesional. Pero la confesión del narrador de El jorobadito no se atiene a esta regla. Por el contrario, presentando a Rigoletto y describiendo su actitud victoriosa, afirma la presencia del mal y su crimen perverso. Es una confesión no como una conversión sino como una perversión. Pretende que su actitud puede justificarse y su ser puede situarse del lado de la sociedad normal distinguiéndose de Rigoletto. Pero al final, triunfa su risa demoniaca que se acepta a sí mismo, afirmando el mal y lanzando una carcajada al mundo. Lo que resta por interpretar es la ruptura al final del cuento. Es una huella de la risa demoniaca y podemos pensarla como una traición a los lectores u oyentes. Se interrumpe el hilo narrativo y los lectores se encuentran confusos. En el principio del cuento, el narrador pretende tener algo que decir, que comunicar a los otros. Pero al final niega la comunicación. La pregunta al final del cuento demuestra este punto. El narrador quiere decir que el acto de él y de Rigoletto no tenía ninguna razón y los que no están locos no se dan cuenta de su perversidad.
5. Conclusión Los críticos de hoy consideran a Arlt como un precursor del boom latinoamericano. Donald L. Shaw señala que Arlt es el primer novelista del mundo hispanoamericano que trató el problema de la “modern existencial crisis [crisis existencial moderna]” (Shaw, 2002: 77) y uno de sus temas principales es el mal. En la literatura universal, Dostoyevski, Baudelaire y Poe ya habían tratado este tema antes de Arlt. Específicamente, los cuentos de Poe son relevantes. Entre sus cuentos, se hallan los cuentos confesionales (por ejemplo, The Tell-Tale Heart, The Cask of Amontillado, The Imp of the Perverse, The Black Cat y William Wilson) que pueden compararse con el texto que analizamos. En la literatura hispanoamericana, El túnel (1948) de Ernesto Sábato, que el mismo Donald L. Shaw considera como un candidato de la primera novela del boom (Shaw, 2002: 110), puede compararse con El jorobadito, escrito quince años antes. Hay muchas afinidades entre los dos textos, por ejemplo, el marco narrativo de la confesión, el problema del mal, el tema del doble y la incomunicación. En el principio del siglo XX, el momento del ‘boom’ de la modernización, Roberto Arlt se preocupó por los marginados y aislados resultantes del mito del ‘progreso’ y de la ‘modernización’, y así describió en sus novelas el lado oscuro de la modernidad. Los aislados de la sociedad moderna y burguesa debían buscar la salida para salvarse y afirmarse. No era sólo una preocupación metafísica sino también social, emocional y sentimental (Shaw, 2002: 79). Un pequeño cuento, El jorobadito también trata de estos temas y nos muestra, aunque sea ilusorio, un momento de liberación para los marginados sin salida con una estrategia narrativa subversiva que serviría de modelo a los escritores de la llamada nueva novela hispanoamericana.
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6 Paseo Nocturno Rubem Fonseca Llegué a la casa cargando la carpeta llena de papeles, relatorios, estudios, investigaciones, propuestas, contratos. Mi mujer, jugando solitario en la cama, un vaso de whisky en el velador, dijo, sin sacar lo ojos de las cartas, estás con un aire de cansado. Los sonidos de la casa: mi hija en el dormitorio de ella practicando impostación de la voz, la música cuadrafónica del dormitorio de mi hijo. ¿No vas a soltar ese maletín? Preguntó mi mujer, sácate esa ropa, bebe un whisky, necesitas relajarte. Fui a la biblioteca, el lugar de la casa donde me gustaba estar aislado y como siempre no hice nada. Abrí el volumen de pesquisas sobre la mesa, no veía las letras ni los números, yo apenas esperaba. Tú no paras de trabajar, apuesto que tus socios no trabajan ni la mitad y ganan la misma cosa, entró mi mujer en la sala con un vaso en la mano, ¿ya puedo mandar a servir la comida? La empleada servía a la sa, mis hijos habían crecido, mi mujer y yo estábamos gordos. Es aquel vino que te gusta, ella hace un chasquido con placer. Mi hijo me pidió dinero cuando estábamos en el cafecito, mi hija me pidió dinero en la hora del licor. Mi mujer no pidió nada, nosotros teníamos una cuenta bancaria conjunta. ¿Vamos a dar una vuelta en el auto? Invité. Yo sabía que ella no iba, era la hora de la teleserie. No sé qué gracia tiene pasear de auto todas las noches, también ese auto costó una fortuna, tiene que ser usado, yo soy la que se apega menos a los bienes materiales, respondió mi mujer. Los autos de los niños bloqueaban la puerta del garaje, impidiendo que yo sacase mi auto. Saqué el auto de los dos, los dejé en la calle, saqué el mío y lo dejé en la calle, puse los dos carros nuevamente en el garaje, cerré la puerta, todas esas maniobras me dejaron levemente irritado, pero al ver los parachoques salientes de mi auto, el refuerzo especial doble de acero cromado, sentí que el corazón batía rápido de euforia. Metí la llave en la ignición, era un motor poderoso que generaba su fuerza en silencio, escondido en el capó aerodinámico. Salí, como siempre sin saber para dónde ir, tenía que ser una calle desierta, en esta ciudad que tiene más gente que moscas. En la Avenida Brasil, allí no podía ser, mucho movimiento. Llegué a una calle mal iluminada, llena de árboles oscuros, el lugar ideal. ¿Hombre o mujer?, realmente no había gran diferencia, pero no aparecía nadie en condiciones, comencé a quedar un poco tenso, eso siempre sucedía, hasta me gustaba, el alivio era mayor. Entonces vi a la mujer, podía ser ella, aunque una mujer fuese menos emocionante, por ser más fácil. Ella caminaba apresuradamente, llevando un bulto de papel ordinario, cosas de la panadería o de la verdulería, estaba de falda y blusa, andaba rápido, había árboles en la acera, de veinte en veinte metros, un interesante problema que exigía una dosis de pericia. Apagué las luces del auto y aceleré. Ella sólo se dio cuenta que yo iba encima de ella cuando escuchó el sonido del caucho de los neumáticos pegando en la cuneta. Di en la mujer arriba de las rodillas, bien al medio de las dos piernas, un poco más sobre la izquierda, un golpe perfecto, escuché el ruido del impacto partiendo los dos huesazos, desvié rápido a la izquierda, un golpe perfecto, pasé como un cohete cerca de un árbol y me deslicé con los neumáticos cantando, de vuelta al asfalto. Motor bueno, el mío, iba de cero a cien kilómetros en once segundos. Incluso pude ver el cuerpo todo descoyuntado de la mujer que había ido a parar, rojizo, encima de un muro, de esos bajitos de casa de suburbio. Examiné el auto en el garaje. Pasé orgullosamente la mano suavemente por el guardabarros, los parachoques sin marca. Pocas personas, en el mundo entero, igualaban mi habilidad en el uso de esas máquinas. La familia estaba viendo la televisión. ¿Ya dio su paseíto, ahora estás más tranquilo?, preguntó mi mujer, acostada en el sofá, mirando fijamente el video. Voy a dormir, buenos noches para todos, respondí, mañana voy a tener un día horrible en la compañía. Paseo Nocturno, título original “eio Noturno” de Rubem Fonseca, antologado en Os Melhores Contos Brasileiros de 1973 (Porto Alegre, Globo, 1974). Traducción de Paula Vera.
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Horacio Quiroga (1879-1937)
EL ALMOHADÓN DE PLUMAS (Cuentos de amor, de locura y de muerte, (1917)
SU LUNA DE miel fue un largo escalofrío. Rubia, angelical y tímida, el carácter duro de su marido heló sus soñadas niñerías de novia. Lo quería mucho, sin embargo, a veces con un ligero estremecimiento cuando volviendo de noche juntos por la calle, echaba una furtiva mirada a la alta estatura de Jordán, mudo desde hacía una hora. Él, por su parte, la amaba profundamente, sin darlo a conocer. Durante tres meses —se habían casado en abril— vivieron una dicha especial. Sin duda hubiera ella deseado menos severidad en ese rígido cielo de amor, más expansiva e incauta ternura; pero el impasible semblante de su marido la contenía siempre. La casa en que vivían influía un poco en sus estremecimientos. La blancura del patio silencioso —frisos, columnas y estatuas de mármol— producía una otoñal impresión de palacio encantado. Dentro, el brillo glacial del estuco, sin el más leve rasguño en las altas paredes, afirmaba aquella sensación de desapacible frío. Al cruzar de una pieza a otra, los pasos hallaban eco en toda la casa, como si un largo abandono hubiera sensibilizado su resonancia. En ese extraño nido de amor, Alicia pasó todo el otoño. No obstante, había concluido por echar un velo sobre sus antiguos sueños, y aún vivía dormida en la casa hostil, sin querer pensar en nada hasta que llegaba su marido. No es raro que adelgazara. Tuvo un ligero ataque de influenza que se arrastró insidiosamente días y días; Alicia no se reponía nunca. Al fin una tarde pudo salir al jardín apoyada en el brazo de él. Miraba indiferente a uno y otro lado. De pronto Jordán, con honda ternura, le pasó la mano por la cabeza, y Alicia rompió en seguida en sollozos, echándole los brazos al cuello. Lloró largamente todo su espanto callado, redoblando el llanto a la menor tentativa de caricia. Luego los sollozos fueron retardándose, y aún quedó largo rato escondida en su cuello, sin moverse ni decir una palabra. Fue ese el último día que Alicia estuvo levantada. Al día siguiente amaneció desvanecida. El médico de Jordán la examinó con suma atención, ordenándole calma y descanso absolutos. —No sé —le dijo a Jordán en la puerta de calle, con la voz todavía baja—. Tiene una gran debilidad que no me explico, y sin vómitos, nada.. . Si mañana se despierta como hoy, llámeme enseguida. Al otro día Alicia seguía peor. Hubo consulta. Constatóse una anemia de marcha agudísima, completamente inexplicable. Alicia no tuvo más desmayos, pero se iba visiblemente a la muerte.
8 Todo el día el dormitorio estaba con las luces prendidas y en pleno silencio. Pasábanse horas sin oír el menor ruido. Alicia dormitaba. Jordán vivía casi en la sala, también con toda la luz encendida. Paseábase sin cesar de un extremo a otro, con incansable obstinación. La alfombra ahogaba sus pesos. A ratos entraba en el dormitorio y proseguía su mudo vaivén a lo largo de la cama, mirando a su mujer cada vez que caminaba en su dirección. Pronto Alicia comenzó a tener alucinaciones, confusas y flotantes al principio, y que descendieron luego a ras del suelo. La joven, con los ojos desmesuradamente abiertos, no hacía sino mirar la alfombra a uno y otro lado del respaldo de la cama. Una noche se quedó de repente mirando fijamente. Al rato abrió la boca para gritar, y sus narices y labios se perlaron de sudor. —¡Jordán! ¡Jordán! —clamó, rígida de espanto, sin dejar de mirar la alfombra. Jordán corrió al dormitorio, y al verlo aparecer Alicia dio un alarido de horror. —¡Soy yo, Alicia, soy yo! Alicia lo miró con extravió, miró la alfombra, volvió a mirarlo, y después de largo rato de estupefacta confrontación, se serenó. Sonrió y tomó entre las suyas la mano de su marido, acariciándola temblando. Entre sus alucinaciones más porfiadas, hubo un antropoide, apoyado en la alfombra sobre los dedos, que tenía fijos en ella los ojos. Los médicos volvieron inútilmente. Había allí delante de ellos una vida que se acababa, desangrándose día a día, hora a hora, sin saber absolutamente cómo. En la última consulta Alicia yacía en estupor mientras ellos la pulsaban, pasándose de uno a otro la muñeca inerte. La observaron largo rato en silencio y siguieron al comedor. —Pst... —se encogió de hombros desalentado su médico—. Es un caso serio... poco hay que hacer... —¡Sólo eso me faltaba! —resopló Jordán. Y tamborileó bruscamente sobre la mesa. Alicia fue extinguiéndose en su delirio de anemia, agravado de tarde, pero que remitía siempre en las primeras horas. Durante el día no avanzaba su enfermedad, pero cada mañana amanecía lívida, en síncope casi. Parecía que únicamente de noche se le fuera la vida en nuevas alas de sangre. Tenía siempre al despertar la sensación de estar desplomada en la cama con un millón de kilos encima. Desde el tercer día este hundimiento no la abandonó más. Apenas podía mover la cabeza. No quiso que le tocaran la cama, ni aún que le arreglaran el almohadón. Sus terrores crepusculares avanzaron en forma de monstruos que se arrastraban hasta la cama y trepaban dificultosamente por la colcha. Perdió luego el conocimiento. Los dos días finales deliró sin cesar a media voz. Las luces continuaban fúnebremente encendidas en el dormitorio y la sala. En el silencio agónico de la casa, no se oía más que el delirio monótono que salía de la cama, y el rumor ahogado de los eternos pasos de Jordán. Murió, por fin. La sirvienta, que entró después a deshacer la cama, sola ya, miró un rato extrañada el almohadón.
9 —¡Señor! —llamó a Jordán en voz baja—. En el almohadón hay manchas que parecen de sangre. Jordán se acercó rápidamente Y se dobló a su vez. Efectivamente, sobre la funda, a ambos lados del hueco que había dejado la cabeza de Alicia, se veían manchitas oscuras. —Parecen picaduras —murmuró la sirvienta después de un rato de inmóvil observación. —Levántelo a la luz —le dijo Jordán. La sirvienta lo levantó, pero enseguida lo dejó caer, y se quedó mirando a aquél, lívida y temblando. Sin saber por qué, Jordán sintió que los cabellos se le erizaban. —¿Qué hay? —murmuró con la voz ronca. —Pesa mucho —articuló la sirvienta, sin dejar de temblar. Jordán lo levantó; pesaba extraordinariamente. Salieron con él, y sobre la mesa del comedor Jordán cortó funda y envoltura de un tajo. Las plumas superiores volaron, y la sirvienta dio un grito de horror con toda la boca abierta, llevándose las manos crispadas a los bandos: —sobre el fondo, entre las plumas, moviendo lentamente las patas velludas, había un animal monstruoso, una bola viviente y viscosa. Estaba tan hinchado que apenas se le pronunciaba la boca. Noche a noche, desde que Alicia había caído en cama, había aplicado sigilosamente su boca — su trompa, mejor dicho— a las sienes de aquélla, chupándole la sangre. La picadura era casi imperceptible. La remoción diaria del almohadón había impedido sin dada su desarrollo, pero desde que la joven no pudo moverse, la succión fue vertiginosa. En cinco días, en cinco noches, había vaciado a Alicia. Estos parásitos de las aves, diminutos en el medio habitual, llegan a adquirir en ciertas condiciones proporciones enormes. La sangre humana parece serles particularmente favorable, y no es raro hallarlos en los almohadones de pluma.
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