l e t r a s
l i b r e s
septiembre 2010, año xii, número
141
sePtieMbre 2010, AÑ0 XII, NÚMERO 141 REVISTA MENSUAL 60 PESOS
www.letraslibres.com ISSN 1405-7840
EL PADRE INCENDIARIO >KRAUZE KRAUZE >HERREJÓN HERREJÓN >CUADRIELLO CUADRIELLO >RAMÍREZ RAMÍREZ
•domínGuez miCHael: Entrevista con Eric Van Young •azar naFisi: Lapidaciones en Irán •daniel bell: La educación liberal •Pérez tamayo: La célula artificial
141 septiembre de 2010
Contenido año XiI
septiembre de 2010
número 141
8 Colaboradores 10 Letras Libres en internet 12 Cartas
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Enrique Krauze Jefe de redacción
Ricardo Cayuela Gally Secretario de redacción México
Daniel Saldaña París
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Fabricio Vanden Broeck Editorial Vuelta, s.a. de c.v. edita Letras Libres, revista mensual, septiembre de 2010. Redacción: 9183 7800 (conmutador) Publicidad y suscripciones: 9183 7804 y/o 9183 7822 (conmutador) Fax: 9183 7836 Correo-e: cartas@letraslibres.com Todos los derechos de reproducción de los textos aquí publicados están reservados por Letras Libres Número de reserva al título en derecho de autor: 04-1999-111913303300-102 Número de certificado de licitud de título: 10580 Número de certificado de licitud en contenido: 8030 Domicilio de la publicación: Chilaque No. 9, San Diego Churubusco, Coyoacán, c.p. 04120, México, d.f. Imprenta: Servicios Profesionales de Impresión (spi) s.a. de c.v., Mimosas no. 31, Col. Santa María Insurgentes, c.p. 06430, México, d.f. (www.spi.com.mx) Distribución: Locales cerrados: Publicaciones citem s.a. de c.v. Av. del Cristo No. 101, Xocoyahualco, Tlalnepantla, Edo. de México, c.p. 54080. Voceadores: Enrique Gómez Corchado. Humboldt 47, Col. Centro, Cuauhtémoc, 06300, México, d.f.
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Letras Libres septiembre 2010
CONVIVIO 14 Carlos Herrejón: La naciente insurgencia 22 Enrique Krauze: La santificación de Hidalgo 32 Jaime Cuadriello: Mariano Escandón, la sombra que ilumina al héroe 38 Fausto Ramírez: Hidalgo en contrapunto:
44 48 52 58 64
de caudillo visionario a Padre de la Patria Gabriel Zaid: Solución de continuidad Azar Nafisi: Lapidaciones en Irán Daniel Bell: La reconstrucción de la educación liberal Ruy Pérez Tamayo: Sobre la reciente “creación de la vida” Sabina Berman: Viaje a Sisal (crónica)
LIBROS 82 Reflexiones en torno a los centenarios / Los tiempos de la Independencia,
de Clara García Ayluardo y Francisco J. Sales Heredia (eds.); A la vera de las independencias de la América hispánica, de Juan María Alponte; Las independencias hispanoamericanas / Interpretaciones 200 años después, de Marco Palacios (coord.); y Elegía criolla / Una reinterpretación de las guerras de independencia hispanoamericanas, de Tomás Pérez Vejo
Mauricio Tenorio Trillo 86 Cuentos completos, de Fogwill Rafael Lemus 87 Habanos en Camelot / Crónicas personales, de William Styron,
y Retratos y encuentros, de Gay Talese
Juan Gabriel Vásquez 88 Los Estados Desunidos de Latinoamérica, de Andrés Oppenheimer Francisco Payró 89 Almuerzo de vampiros, de Carlos Franz Fabienne Bradu 90 Cuentas pendientes, de Martín Kohan Edmundo Paz Soldán 91 Relectura: La mayor, de Juan José Saer Humberto Beck
ARTES Y MEDIOS 92 CINE: El infierno, de Luis Estrada Fernanda Solórzano 94 ARQUITECTURA: La restauración del Chopo Juan Carlos Cano 95 MÚSICA: Entrevista con Diego El Cigala Gastón García 98 TEATRO: Entrevista con Marco Vieyra Antonio Castro 100 ARTE CONTEMPORÁNEO: El arte y el escándalo María Minera
En México había un gran temor a la defensa de ciertas ideas que provenían de la Revolución sa. Los sacerdotes que iniciaron la revuelta no buscaban tanto la independencia en México, como evitar caer en manos de los revolucionarios ses. Hidalgo no habló nunca de independencia nacional. Su lucha era a favor de la religión católica y el rey legítimo de España. – Luis González y González
Bicentenario
POEMAS 46 En el fin del mundo Jorge Esquinca 56 Pequeño mamut (versión de Pedro Serrano) Mark Doty 70 Dos poemas María Negroni
LETRILLAS 102 DIARIO INFINITESIMAL: De la guerra Hugo Hiriart 103 MEMORIAS: Balthus y Klossowski Jorge Edwards 104 IN MEMORIAM: Tony Judt (1948-2010) Daniel Gascón 105 FIESTAS PATRIAS: Bicentenario, cuenta regresiva Cynthia Ramírez 107 EXHUMACIONES: CSI: Caracas Gustavo Valle 109 LITERATURA: El Festival Eñe, Montevideo entre paréntesis Julio Trujillo 110 COLOMBIA: Antanas Mockus: ni verde ni rojo Bertrand de la Grange 111 CINE: Psicosis: cincuenta años Mauricio Molina 114 DESDE LA REDACCIÓN: Sobre la legalización de las drogas Ricardo Cayuela Gally
SALTAPATRÁS 116 Anónimo mexicano Guillermo Sheridan
72 Christopher Domínguez
Michael Entrevista con Eric Van Young 80 Enrique Serna
El laberinto de la soledad, de Octavio Paz
Fotografía de la obra: Ernesto Lehn
el padre incendiario
Portada: Hidalgo en la víspera de su ejecución, óleo de Daniel Lezama, por encargo de Letras Libres. Ilustradores: Mauricio Gómez Morín, Bela Renata, Josel, Philip Stanton, Luis Pombo.
En este número de Letras Libres queremos contribuir serenamente a la reflexión de nuestra historia en el mes clave del Bicentenario con una aproximación doble al cura Miguel Hidalgo y Costilla. Se impone, por una parte, descubrir quién fue el verdadero Hidalgo, cuáles eran sus motivaciones, quiénes lo apoyaban y cuál era su ideología. Por la otra, estudiar cómo desde el poder político se ha ido construyendo la imagen de Hidalgo y las transmigraciones que su figura inevitablemente sufre. No es un número contra el fundador de la patria sino un acercamiento a un hombre concreto y sus circunstancias. Carlos Herrejón narra qué pasó de verdad el 16 de septiembre de 1810; Enrique Krauze estudia la gestación del mito de Hidalgo y las transformaciones de nuestra fiesta cívica por antonomasia; Jaime Cuadriello rescata a un personaje clave en la rebelión independentista y Fausto Ramírez estudia la iconografía decimonónica del cura Hidalgo, central en la construcción del imaginario nacional. Además, el pintor mexicano Daniel Lezama elaboró un intenso retrato al óleo de Hidalgo para nuestra portada, Mauricio Tenorio Trillo repasa las novedades bibliográficas sobre la guerra de Independencia y Christopher Domínguez Michael entrevista al historiador norteamericano Eric Van Young, polémico estudioso de las motivaciones que el pueblo llano tuvo para apoyar el alzamiento insurgente. En Letras Libres pensamos que la mejor manera de festejar es criticando, razonando, debatiendo nuestro pasado. ~
septiembre 2010 Letras Libres
COLABORADORES ■ Humberto Beck (Monterrey, 1980) es ensayista. Autor de
■ Enrique Krauze (ciudad de México, 1947) es historiador.
Gabriel Zaid / Lectura y conversación (Jus, 2004). ■ Daniel Bell (Nueva York, 1919) es sociólogo. Es profesor emérito en la Universidad de Harvard y ha sido galardonado con numerosos premios. Alianza lanzó en 2006 su libro clásico El advenimiento de la sociedad post-industrial. ■ Sabina Berman (ciudad de México, 1956) es dramaturga y novelista. El Fondo de Cultura Económica reunió en 2005 su dramaturgia en el libro Puro teatro y Destino acaba de publicar su novela La mujer que buceó dentro del corazón del mundo. ■ Fabienne Bradu (Athis-Mons, Francia, 1954) es ensayista, narradora y crítica literaria radicada en México desde 1978. Su obra más reciente es Artaud, todavía (fce, 2008). ■ Juan Carlos Cano (ciudad de México, 1971), arquitecto y poeta, es autor de Clemson (Marsias, 1999). ■ Antonio Castro (ciudad de México, 1969) es dramaturgo y director de teatro. Acaba de estrenar El filósofo declara de Juan Villoro. ■ Ricardo Cayuela Gally (ciudad de México, 1969) es ensayista y jefe de redacción de Letras Libres. ■ Jaime Cuadriello (ciudad de México, 1956) es historiador del arte, profesor e investigador de la unam. Curador en diversos museos y autor de libros especializados en iconografía política, imaginarios virreinales y guadalupanismo mexicano. Es autor de Las glorias de la República de Tlaxcala (unam, 2004). ■ Christopher Domínguez Michael (ciudad de México, 1962) es ensayista, narrador y crítico literario. Una versión ampliada de su libro La sabiduría sin promesa / Vidas y letras del siglo xx apareció en Lumen (2009). ■ Mark Doty (Maryville, Tennessee, 1953) es poeta y artista contemporáneo. ■ Jorge Edwards (Santiago de Chile, 1931) es novelista, ensayista y actual embajador de Chile en París. En 1999 ganó el Premio Cervantes. Su libro más reciente es La casa de Dostoievsky (Planeta, 2008). ■ Jorge Esquinca (ciudad de México, 1957) es poeta y traductor. Su libro más reciente, Descripción de un brillo azul cobalto, fue publicado por Pre-Textos. ■ Gastón García (Córdoba, Argentina, 1974), periodista cultural, ha publicado junto a Daniel Mordzinski Portraits d’écrivains mexicains (Gallimard, Francia, 2009). ■ Daniel Gascón (Zaragoza, 1981) es narrador y ensayista. En 2005 publicó El fumador pasivo (Xordica). Su blog es punta de lanza en la renovación del pensamiento liberal (http:// danielgascon.blogia.com/). ■ Bertrand de la Grange (Tánger, Marruecos, 1950) es periodista. Fue corresponsal de Le Monde en México. Es coautor de ¿Quién mató al obispo? (Ediciones Martínez Roca, 2005). ■ Carlos Herrejón (Morelia, 1942) es doctor en historia y miembro de la Academia Mexicana de la Historia. Ha sido presidente de El Colegio de Michoacán y entre sus libros está Del sermón al discurso cívico (El Colegio de Michoacán, 2003). ■ Hugo Hiriart (ciudad de México, 1942) es filósofo, narrador y dramaturgo. Almadía publicó en 2008 sus piezas de teatro La torre del caimán y Rosete se pronuncia.
Tusquets publica este mes De héroes y mitos. Es director de Letras Libres. ■ Rafael Lemus (ciudad de México, 1977) es autor de Informe (Tusquets, 2008) y Contra la vida activa (Tumbona, 2008). ■ María Minera (ciudad de México, 1973) es crítica de arte. ■ Mauricio Molina (ciudad de México, 1959) es narrador y ensayista. Telaraña (unam, 2008), una reunión de cuentos, es su libro más reciente. ■ Azar Nafisi (Teherán, 1955) es escritora. Vive exiliada en Estados Unidos. La editorial Duomo publicó en España sus memorias, Cosas que he callado (2010). ■ María Negroni (Rosario, Argentina, 1951) es poeta, ensayista y traductora. Ha publicado numerosos libros de poesía, entre ellos La ineptitud (Alción, 2002) y libros de ensayos entre los que destaca Galería fantástica (Siglo xxi, 2009). ■ Francisco Payró (Macultepec, Tabasco, 1975) es ensayista. Participó con un ensayo en el libro Zaid a debate (Jus, 2005). ■ Edmundo Paz Soldán (Cochabamba, Bolivia, 1967) es narrador y ensayista. Ha publicado El delirio de Turing (Alfaguara, 2004) y Palacio quemado (Alfaguara, 2007). ■ Ruy Pérez Tamayo (Tampico, 1924) es médico e investigador especialista en patología. Es miembro de El Colegio Nacional, institución que está en proceso de editar sus obras completas. ■ Cynthia Ramírez (Guaymas, 1979) es politóloga y periodista. ■ Fausto Ramírez (Guadalajara, 1938) es maestro en historia del arte y miembro del Instituto de Investigaciones Estéticas de la unam. Entre sus libros está Modernización y modernismo en el arte mexicano (unam, 2008). ■ Enrique Serna (ciudad de México, 1959) es narrador y ensayista. En Giros negros (Cal y Arena, 2008) reúne sus artículos periodísticos. Su libro más reciente es la novela La sangre erguida (Seix Barral, 2010). ■ Pedro Serrano (Montreal, 1957) es poeta y traductor. Coeditó la antología de poesía británica La generación del cordero (Trilce, 2000) y recientemente publicó su poemario Nueces (Trilce). Es editor de la revista por internet Periódico de poesía de la unam. ■ Guillermo Sheridan (Monterrey, 1950) es narrador y ensayista. Sus libros más recientes son Paralelos y meridianos (unam/dge|Equilibrista, 2007) y Tres ensayos sobre Gilberto Owen (unam, 2008). ■ Fernanda Solórzano (ciudad de México, 1971) es crítica de cine. ■ Mauricio Tenorio Trillo (ciudad de México, 1962) es profesor asociado en la División de Historia del cide y profesor de historia en la Universidad de Chicago. Su libro más reciente es Historia y celebración / México y sus centenarios (Tusquets, 2009). ■ Julio Trujillo (ciudad de México, 1969) es poeta. En 2008 publicó Bipolar (Pre-Textos) y en 2009 Pitecántropo (Almadía). ■ Gustavo Valle (Caracas, 1967) es escritor. Su último libro es la novela Bajo tierra (Norma, 2009). ■ Juan Gabriel Vásquez (Bogotá, 1973) es escritor. Su último libro es la recopilación de ensayos El arte de la distorsión (Alfaguara, 2009). ■ Gabriel Zaid (Monterrey, 1934) es poeta y ensayista. Su obra reunida ha sido editada por El Colegio Nacional. ~
Letras Libres septiembre 2010
HEMEROTECA - David Brading narra algunos acontecimientos que precedieron y desencadenaron la independencia de México.
- Enrique Krauze analiza la prematura conmemoración del Bicentenario que la UNAM emprendió en 2007.
- Un fragmento de la biografía de fray Servando Teresa de Mier, precursor de la Independencia, a cargo de Christopher Domínguez Michael.
- Juan Carlos Cano analiza los proyectos de obras públicas planeados para el Bicentenario.
EN LA RED - Una entrevista con Carlos Herrejón, sobre el Grito de Dolores. - Un portal dedicado a la Independencia. - Un ensayo sobre las celebraciones del 14 de julio en Francia.
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cartas sobre la mesa Sobre Freud en México Sr. director: Aparece en la edición 140 (año xii, agosto de 2010) de la revista que dirige, un resumen del libro Freud’s Mexico: into the wilds of psychoanalysis, escrito por su autor, Rubén Gallo. El tema resulta atractivo e importante y el enfoque revela conocimiento a fondo expresado con elegancia, pero peca de omisión. Un libro sobre los lectores mexicanos de Freud que no mencione a Teresa del Conde se antoja trunco. Con la beca Guggenheim, la doctora del Conde (escritora, maestra universitaria, articulista, crítica e historiadora de arte; diez años directora del Museo de Arte Moderno) escribió Las ideas estéticas de Freud, un clásico reconocido en México y el mundo, un imprescindible donde se explora la génesis psíquica de la creación artística. Con ello bastaría para pedir su inclusión, pero sus méritos van más allá, la doctora Del Conde (ganadora en 2009 de la presea Bellas Artes) también es autora de Arte y psique y de la Pathobiografía de Frida Kahlo –texto seminal de los estudios sobre la pintora–, un libro que le hubiera encantado al genio de la Bergasse. El magnífico texto de Gallo confirma que sigue siendo vigente el aforismo carcelario: “Ni son todos los que están, ni están todos los que son.” Reciba un respetuoso saludo, ~ – Luis Maldonado Manzanilla
Sobre el ensayo de Gabriel Zaid “Hinchadas de istración” Sr. director: La premisa que propone Gabriel Zaid (Letras Libres 139) es muy clara: “La inversión en infraestructura no incrementa la calidad en la educación”, con lo que estoy completamente de acuerdo. Sin embargo, quiero prevenir el riesgo ante la posibilidad de que erróneamente se deduzca como válido lo siguiente: “La inversión en infraestructura disminuye la calidad en la educación”, aseveración con la que no estoy de acuerdo. Con una sólida infraestructura se obtienen mejores herramientas para formar a los alumnos, si se compara con aquellas instituciones cuyos recursos físicos son escuetos, y en donde los chicos están pensando en qué van a comer ese mismo día, ya que tienen el estómago vacío; donde el calor que los sofoca es suficiente como para humedecer y desvanecer las hojas de sus exámenes por el exceso de sudor; donde las bibliotecas, hemerotecas e infotecas simplemente no existen. Así mismo, los ejemplos mencionados en el artículo ponen de manifiesto que el apoyo no ha sido el correcto, pero no por la falta o el exceso de recursos, sino por la falta de enfoque: lo académico es lo que se tiene que monitorear, como brillantemente lo identifica Zaid. Lo que no se mide, no se controla... por ende, no se mejora de manera sistemática. Para que la mejora continua se obtenga, la solución debe ser integral en cualquier sistema; para este caso particular, considerando y ejecutando todos los requerimientos de apoyo al proceso de enseñanza y aprendizaje. La infraestructura es el más fácil de todos, tan solo se necesita dinero... lo más fácil para invertir. ~ – Jesús Garza Paz Aclaración Le agradezco a Jesús Garza Paz su interés en mi artículo, pero la frase que pone entre comillas no es mía, ni pudo haberla tomado de ahí, porque no está, como se puede comprobar. ~ – Gabriel Zaid
A propósito del homenaje a Monsiváis Sr. director: A Monsiváis comencé a leerlo en el 2000 en El Universal. Cada ocho días era imprescindible el diario [...] En el 2009 estuve en una conferencia que dio en Poza Rica, en donde pude saludarlo. El suyo era un lenguaje que no daba respuestas, sino que preparaba nuevas preguntas. No respondía, ampliaba las preguntas. Enseñaba a pensar, porque al mundo no hay que responderlo, hay que narrarlo, hay que extenderse en él. Gracias a Monsiváis pude reírme de forma diferente de políticos y empresarios; gracias a Monsiváis entendí el humor culto; gracias a Monsiváis se entiende que el mundo no concluye, sino que siempre habrá que reinventarlo, siempre. ~ – Adolfo Ángel Rodríguez 12 Letras Libres septiembre 2010
El padre incendiario
La naciente insurgencia
Ilustraciones: LETRAS LIBRES / Mauricio Gómez Morín
Carlos Herrejón
¿Cómo fue realmente el llamado de Hidalgo a la rebelión? ¿Por qué lo siguió la gente? ¿Cuál era la lógica de sus primeras acciones y la naturaleza de sus aliados? Presentamos un capítulo de la minuciosa y definitiva biografía que el doctor Carlos Herrejón publicará en los próximos meses.
C
El Grito de Dolores: “¡Se acabó la opresión!” uando ya estaban reunidos como quince o dieciséis personas, alfareros y sederos, inclusos los dos serenos, y algunos del pueblo que no pertenecían a las oficinas del señor Cura, pero que con el rumor de la novedad se habían levantado, y otros que los mismos alfareros habían convidado al pasar por sus casas, entonces dio orden el señor Cura a los alfareros para que fueran a traer armas y hondas que estaban ocultas en la alfarería, lo cual se verificó en un momento y se les repartieron a los que habían concurrido [...] Una vez armados los pocos que se habían reunido, tomó el señor Cura una imagen de nuestra Señora de Guadalupe, y la 14 Letras Libres septiembre 2010
puso en un lienzo blanco,1 se paró en el balconcito del cuarto de su asistencia, arengó en pocas palabras a los que estaban reunidos recordándoles la oferta que le habíamos hecho de hacer libre nuestra amada patria, y levantando la voz dijo: –¡Viva nuestra Señora de Guadalupe! ¡Viva la independencia! Y contestamos: –¡Viva! Y no faltó quien añadiera: –¡Y mueran los gachupines!”2 1 Esta imagen debió ser de pequeñas dimensiones, como la que aparece en el retrato del cura pintado por Antonio Serrano, y al parecer su utilización se redujo a ese momento. El estandarte de Atotonilco es otro, pero tiene este antecedente. 2 Juan Hernández y Dávalos, Colección de documentos para la Guerra de Independencia de México de 1808 a 1821, t. ii, 1877-1882, pp. 322-323; Testigos de la primera insurgencia / Abasolo, Sotelo, García, 2009, pp. 90-91.
Acto seguido el cura se dirigió junto con ellos a la cárcel, donde liberó a cincuenta reos; de allí fueron todos al cuartel por espadas. Se agregaron soldados del destacamento del Regimiento de la Reina. Y todos se distribuyeron para proceder a la prisión de españoles: Allende y Aldama al subdelegado Rincón, aunque criollo, y al colector de diezmo Cortina; Balleza, al padre sacristán, el peninsular Bustamante; Mariano Hidalgo y Santos Villa fueron por los demás. En total 18 condujeron a la cárcel. Larrinúa fue herido por uno de los reos liberados.3 El subdelegado Rincón se oponía a entregar a Cortina, el encargado del diezmo recién llegado; no se doblegó hasta que llegaron Allende e Hidalgo.4 El lugar del subdelegado lo ocupó Mariano Montes. Mientras tanto el campanero, el Cojo Galván, había dado las llamadas para la misa de cinco. Como una de las razones primordiales del movimiento era la defensa de la fe y sus prácticas, lo más seguro es que, una vez aprehendidos los gachupines, gran parte de los sublevados acudiera a la misa dominical, pues era de riguroso cumplimiento comenzando por el propio Hidalgo, aunque no oficiara él sino uno de los vicarios. Habiendo salido todos de la iglesia poco después de las seis, allí en el atrio el cura Hidalgo arengó a la multitud en estos términos: “¡Hijos míos! ¡Únanse conmigo! ¡Ayúdenme a defender la patria! Los gachupines quieren entregarla a los impíos ses. ¡Se acabó la opresión! ¡Se acabaron los tributos! Al que me siga a caballo le daré un peso; y a los de a pie, un tostón.”5 “Voy a quitarles el yugo” A las siete de la mañana ya se contaban más de seiscientos los animados a entrar en la insurgencia. Allende y Aldama, ayudados por 34 soldados del destacamento del Regimiento de la Reina, se dieron a la tarea de formar pelotones y dotarlos cuando menos de hondas que tenían guardadas en El Llanito y lanzas de Santa Bárbara, de donde había llegado Luis Gutiérrez con más de doscientos jinetes.6 Mariano Abasolo no estuvo en el momento de la primera arenga, pues permaneció en su casa, pero más tarde escuchó a Hidalgo mientras se dirigía no a la muchedumbre sino a un grupo de vecinos principales de Dolores. En efecto, el propio cura Hidalgo y Allende mandaron juntar todos los vecinos principales del propio pueblo, y reunidos, les dijo el Cura estas palabras: 3 Lucas Alamán, Historia de Méjico, t. i, 1942, p. 242. 4 Pedro García confunde el apellido, llamándolo Cubilán en vez de Cortina: Testigos..., op. cit., pp. 168-169. 5 Declaraciones de Juan Aldama en Genaro García, Documentos históricos mexicanos, t. vi, 1910. Gramaticalmente hemos cambiado la oración completiva directa, que es como Aldama lo refiere, a cita independiente, como fue en realidad. Asimismo hemos colocado signos de iración que sin duda correspondían al momento. El vocativo “Hijos míos” era usual en Hidalgo. 6 Testigos..., op. cit., p. 170.
“Ya vuestras mercedes habrán visto este movimiento; pues sepan que no tiene más objeto que quitar el mando a los europeos, porque éstos, como ustedes sabrán, se han entregado a los ses y quieren que corramos la misma suerte, lo cual no hemos de consentir jamás; y vuestras mercedes, como buenos patriotas, deben defender este pueblo hasta nuestra vuelta que no será muy dilatada para organizar el gobierno.” Con cuya simple arenga, sin decirles los vecinos si lo ejecutarían o no, se retiraron a sus casas.7 Hidalgo encargó la parroquia al padre José María González, generoso devoto de la cofradía de los Dolores. Hubo otras misas dominicales y así unos entraban y otros salían. Almorzaban lo que generalmente se ofrecía en el tianguis dominical. Hidalgo inició también una de las que serían las acciones de mayor trascendencia para el movimiento: el nombramiento de comisionados para diversos puntos. Por último, encargó los obrajes a Pedro José Sotelo y otros. Habló con sus hermanas Vicenta y Guadalupe, prometiéndoles que pronto volvería, y hacia las once de la mañana montó en caballo negro. Al paso del desfile de cerca de ochocientos sublevados que enfilaron hacia la hacienda de la Erre, pasando por el puente del río Trancas, una joven del pueblo, Narcisa Zapata, le gritó al párroco: –¿A dónde se encamina usted, señor Cura? Y éste contestó: –Voy a quitarles el yugo, muchacha. A lo que replicó Narcisa: –Será peor si hasta los bueyes pierde, señor Cura.8 Ya había salido la extraña tropa, cuando llegó a Dolores aquel mozo Cleto, Anacleto Moreno, a quien Hidalgo había encargado conseguir adeptos en Tierrasnuevas. Había hablado en efecto con un tal Urbano Chávez, pero este, haciéndole creer que se interesaba, lo denunció ante José Gabriel Armijo, quien lo llamó para pedirle una constancia escrita por Hidalgo en que formulara la invitación a la revuelta. El ingenuo Cleto a eso se presentó en Dolores; mas no halló sino a un soldado insurgente en la casa de Hidalgo, que no tuvo empacho en extenderle, delante de Abasolo, el siguiente papel, significativo de cómo se percibía el levantamiento: En diez y seis de septiembre de 1810 han sido presos todos los gachupines de este lugar. En la fatiga no ha sido menester maltratarlos ni lastimarlos, porque ha sido tanto el gentío que alcanzó el número a 300 y tantos de 7 Mariano Abasolo, Declaraciones de su proceso, en Archivo General de Indias (agi), Sevilla, España, Audiencia de México, legajo 1322; 4ª pregunta, ibidem, p. 27. 8 Luis Castillo Ledón, Hidalgo / La vida del héroe, t. ii, 1972, p. 8. septiembre 2010 Letras Libres 15
El padre incendiario
Carlos Herrejón a pie y 400 de a caballo; y habiéndolos puesto en la cárcel, fueron puestos en libertad todos los presos y fueron pensionados a tomar las armas. De sus intereses no se ha echado mano hasta hoy más de los reales para sueldos de toda esta gente, repartiendo en trozos cada un trozo con su comandante según el número de gachupines en cada un lugar hay. Esto es reducido a quitar esta vil canalla de estos mostros [sic], antes que se ejecute la ruin que se espera de que se entroduzca la herejía en este reino; y así, considero usted hace lo mismo en ese partido, pues no vamos en contra de la ley.9 Por demás está decir que a su regreso Cleto fue aprehendido mientras Armijo comunicaba el levantamiento a su jefe, Félix María Calleja.10 “Ya se ha puesto el cascabel al gato” La estampa del cura al lanzarse a la lucha: “Era Hidalgo bien agestado, de cuerpo regular, trigueño, ojos vivos, voz dulce, conversación amena, obsequioso y complaciente; no afectaba sabiduría; pero muy luego se conocía que era hijo de las ciencias. Era fogoso, emprendedor y la vez arrebatado.”11 La descripción de Alamán lo completa, bien que él aún carga su prejuicio de ver oscuro todo lo relativo a la insurgencia: Era de mediana estatura, cargado de espaldas, de color moreno y ojos verdes vivos, la cabeza algo caída sobre el pecho, bastante cano y calvo, como que pasaba ya de sesenta años [en realidad 57], pero vigoroso, aunque no activo ni pronto en sus movimientos; de pocas palabras en el trato común, pero animado en la argumentación a estilo de colegio, cuando entraba en el calor de alguna disputa. Poco aliñado en su traje, no usaba otro que el que acostumbraban entonces los curas de pueblos pequeños.12 A este retrato convendría añadir que normalmente su genio era suave, como había escrito Riaño, bien que alguna que otra vez estallara en cólera, que no obstante la conciencia de su saber era humilde, que gozaba las fiestas con suma alegría y no desdeñaba conversar con mujeres de alguna gracia, que compartía la vida al igual con aristócratas que con indios y castas, que sus pasiones eran la música y la fiesta brava, que era excesivamente pródigo y se la pasaba endeudado sin mayor angustia y, en fin, que era astuto como un zorro. 9 Un testimonio inédito del inicio de la Independencia mexicana, 1988, pp. 1-4. 10 Archivo General de la Nación, México, D.F. (en adelante agn), Operaciones de Guerra, vol. 69, fs. 1v-2v. 11 Carlos María de Bustamante, Cuadro histórico de la Revolución Mexicana, t. i, 1961, pp. 202-203. 12 L. Alamán, Historia de Méjico, op. cit., p. 227. 16 Letras Libres septiembre 2010
Mas por encima de todo, a partir de aquel día del Grito mostraría el más grande de los resentimientos contra los europeos, como que había acogido y albergado en su corazón los agravios padecidos por todos los nacidos en estas tierras de parte de aquellos. En lo físico solo faltaría decir que era buen jinete y así, montado en caballo negro, emprendía su ruta de libertad y destrucción. Esa personalidad destacaba entre la muchedumbre, pero al mismo tiempo se iba diluyendo en ella. Acababa de abrir la cueva de los vientos y el vendaval lo rebasaría. La biografía de Hidalgo tiende a perderse en la historia de la guerra. Llegó la muchedumbre a la cercana hacienda de la Erre cuyo Miguel Malo, sin duda prevenido y apoyado, tenía dispuesta comida para los jefes y algunas decenas de sublevados. Mientras tanto se acercaban al rumbo varios militares, unos de Querétaro, enviados a capturar a Allende y a Aldama, y otros, de Guanajuato, a Hidalgo; pero al enterarse del movimiento se retiraron. Terminada la comida, como a las dos de la tarde, se ordenó marchar a San Miguel el Grande e Hidalgo exclamó: “¡Adelante, señores! Ya se ha puesto el cascabel al gato. Falta ver quiénes son [sic] los que sobramos.” Al atardecer se detuvieron brevemente en el santuario de Atotonilco, cuyo capellán Remigio González ofreció de merendar a los dirigentes. Hidalgo, habiéndose dirigido a la sacristía, que sin duda conocía bien, tomó un estandarte de la Virgen de Guadalupe, enarbolándolo como una de las banderas del movimiento. A partir de entonces el grito de “¡Viva la Virgen de Guadalupe!” resonaría incesantemente.13 Durante los primeros meses del movimiento los insurgentes blandieron diversas banderas, a menudo las mismas de los batallones de soldados regulares que se les agregaban; pero destacaron la Guadalupana elegida por Hidalgo y la que llevaba la imagen de Fernando VII, que se avenía más con la postura de Allende y que Hidalgo ni impuso ni prohibió; esto último porque le atraía partidarios. La noticia de lo ocurrido en Dolores ya había llegado a San Miguel el Grande antes de que arribaran los sublevados. De tal suerte el coronel Narciso de la Canal, comandante del Regimiento de la Reina al que pertenecía Allende, en unión de su cuñado el alférez Manuel Marcelino de las Fuentes, convocó a una reunión del Ayuntamiento, esto es, al licenciado Ignacio Aldama, alcalde provincial, así como a Juan de Humarán, Justo de la Cruz Baca, Francisco Landeta, Domingo Berrio y otros. Humarán proponía salir a recibir a los insurgentes; los demás, que el propio Aldama y Cruz Baca 13 Hidalgo aseguró que él mismo tomó la imagen y la puso en manos de otro para que la llevase delante: Antonio Pompa y Pompa, Procesos inquisitorial y militar seguidos a Miguel Hidalgo y Costilla, 1960, p. 231. Allende, en una parte de su proceso dijo que uno de la compañía la había tomado y en otra parte sostuvo que ignoraba quién lo había dispuesto: G. García, Documentos históricos..., op. cit., pp. 6, 35.
fueran en comisión a hablar con los sublevados, en tanto se reuniera la tropa para resistir. Manuel Marcelino de las Fuentes comunicó este acuerdo a De la Canal, quien acababa de recibir al sargento Francisco Camúñez, que también acudía a la aprehensión de Allende y Aldama. De la Canal dejó el mando a Camúñez, advirtiéndole que dudaba de la actitud de los soldados, adictos como eran la mayoría a Allende. Y en efecto, solo se pudieron contar cuarenta. De la Canal y De las Fuentes hicieron saber a los peninsulares la conveniencia de reunirse en las Casas Reales, cosa que hizo un buen número, mientras otros huían. Los insurgentes nuevamente hicieron un alto junto al arroyo de La Arena como a las seis de la tarde. A esa hora llegaron los comisionados de San Miguel. Enterados de los propósitos, regresaron a San Miguel, lo comunicaron a los demás del Ayuntamiento, ponderando que era mucha la gente levantada, como unos mil doscientos, y que iban en aumento, pues San Miguel mismo se despoblaba por sumarse a la muchedumbre insurrecta. Los que se quedaban empezaron a clamar contra los peninsulares al grado de que el cura Francisco Uraga, el oratoriano Elguera y el propio De la Canal se esforzaban en calmar a la multitud. San Miguel el Grande: “Solo queda la autoridad de la nación” Los insurgentes entraron por el barrio de San Juan de Dios como a las siete, Allende a la cabeza e Hidalgo a la retaguardia. Este había reconvenido a Allende por no tener suficientemente apalabrada a toda la tropa. Por eso se quedó atrás haciéndose el enfermo hasta que Allende entró y aseguró la situación.14 Tanto el pueblo que los recibía como los que entraban aclamaban a Allende, a Hidalgo y a Aldama, así como a la Guadalupana y a Fernando VII. Sus arengas se mezclaban con la de “¡Mueran los gachupines!”. Y como los dirigentes ya habían acordado como estrategia fundamental la prisión de españoles, Allende fue por ellos a las Casas Reales.15 Estaban en la planta alta, pero no querían abrir la puerta y pedían la presencia de Narciso de la Canal como autoridad que representaba la del Rey, a lo que Allende contestó: “Esa autoridad ya no existe, solo queda la de la nación.” Habiéndose presentado pronto De la Canal, al final abrieron.16 Allende entonces trató de tranquilizarlos: que no se trataba de vengar agravios personales, sino de sustraer al país de la dominación, y que para ello era necesario aprehenderlos sin causarles mayor molestia. Al mismo tiempo Uraga le preguntó a Hidalgo desde el balcón qué querían. A lo que Hidalgo contestó: “Se quiere recoger a todos los españoles y hacer la inde14 G. García, Documentos históricos..., op. cit., p. 31. 15 J. Hernández y Dávalos, Colección de documentos..., op. cit., pp. 524-525. 16 José María de Liceaga, Adiciones y rectificaciones a la Historia de Méjico que escribió D. Lucas Alamán, t. 1, 1985, p. 61.
pendencia de Nueva España.” De tal suerte los tomaron presos y los condujeron al Colegio de San Francisco de Sales,17 donde veinticinco años antes enseñara Juan Benito Díaz de Gamarra, notable introductor de la filosofía moderna en México. Durante el breve trayecto se dio un conato de resistencia por el ayudante mayor del Regimiento de la Reina, Vicente Gelati, quien hizo retirar a varios soldados que se adherían a la insurgencia y luego a doscientos sublevados encabezados por el padre Balleza; pero llegado De la Canal lo exhortó a desistir, pues “de lo contrario –le dijo– estamos todos perdidos”. Allende lo amenazó, Gelati trató de rechazarlo, al fin debió ceder y fue incorporado también a los prisioneros. El grueso del Regimiento de la Reina se adhirió a la insurgencia. La multitud saqueó la tienda de Francisco Landeta e intentó hacerlo con la de Pedro Lámbarri, pero Allende se interpuso y los retiró a cintarazos.18 Hidalgo se fue a dormir a casa de su comadre, la viuda de Domingo de Allende.
A hora temprana del lunes 17 numerosos sublevados empezaron a apedrear algunas casas de españoles, a gritar “mueras” y a intentar saqueos. Allende se levantó en bata y chinelas, montó su caballo y espada en mano cintareó a varios hasta que calmó el alboroto. Hidalgo se lo criticó arguyendo que convenía tolerar a la muchedumbre, pues era la manera de contar con ellos. Allende replicó que el movimiento solo 17 Testigos..., op. cit., pp. 173-174. 18 L. Alamán asienta que fueron saqueadas las casas de los europeos y que Hidalgo desde el balcón de la casa de Landeta tiraba dinero al pueblo diciendo: “Cojan, hijos, que todo es suyo”: Historia de Méjico, op. cit., p. 246. Tanto J.M. Liceaga (Adiciones..., op. cit., pp. 62-64) como Benito A. Arteaga (El héroe olvidado / Rasgos biográficos de D. Ignacio Allende, 1953, p. 106) precisan: Hidalgo no tiró dinero ni gritó tal cosa; quien arrojó el dinero de la casa de Landeta fue un sujeto del pueblo que gritaba: “¡Mueran los gachupines! ¡Muera Landeta! ¡Viva la América!” septiembre 2010 Letras Libres 17
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Carlos Herrejón tendría éxito con tropa disciplinada de la que fuera defeccionando, pues casi todos eran americanos, en cambio el populacho solo provocaba desórdenes y buscaba saquear. Se acaloraron los ánimos y Allende expresó que mejor Hidalgo se separara del movimiento y lo dejara solo. Quienes presenciaban la discusión calmaron los ánimos. Hidalgo ofreció arengar al pueblo para que obrara sin excesos y conservaría la jefatura de la causa, mientras que Allende organizaría la tropa y las campañas.19 Por la tarde se reunieron los principales criollos en las casas consistoriales presididos por los caudillos y se procedió a nombrar una junta gubernativa conformada por Ignacio Aldama, presidente y comandante militar de la villa y su distrito; Luis Caballero y Juan José Umarán; Domingo Unzaga, procurador; Juan Benito Torres, Miguel Vallejo, José Mereles y Antonio Ramírez, alcaldes de barrio; José María Núñez de la Torre, alcalde de la villa; Francisco Revelo, de Correos, y Antonio Agatón Lartundo, de Aduana y Tabaco.20 El licenciado Aldama presentó un corte de caja de alcabalas de los últimos quince días, con unos dos mil y tantos pesos líquidos que pasaron a gastos del movimiento. Al otro día, martes 18, en las iglesias de San Miguel no había servicios, prácticamente estaban cerradas por temor a desacatos, ya que algunos sacerdotes eran peninsulares y no habían sido aprehendidos. De unos cincuenta sacerdotes que había en la villa, alrededor de cuarenta aprobaban el movimiento, pero no pocos temían los desmanes. Para normalizar el culto fue necesario que Allende enviara un oficio a los responsables de las iglesias diciendo: No debe haber el más mínimo recelo porque la causa que defendemos es la religión y por ella hemos de derramar hasta la última gota de sangre, sin permitir el más ligero desacato ni a los templos ni a sus ministros, como lo acredita el buen orden con que todo se ha practicado, sin que se haya visto una gota de sangre y procurando siempre la quietud del pueblo con nuestras propias fuerzas y patrullas y centinelas que no cesan día y noche y obedecen y respetan a la justicia y a todas las personas y bienes de nuestros compatriotas [...] con nuestras vidas aseguraremos nuestra palabra de honor y auxiliaremos a la santa Iglesia en cuanto conduzca a la santa causa que defendemos. Apareció luego el capitán Mariano Abasolo, que había estado de incógnito en San Miguel, se incorporó a la causa21 y se le encargó formar nuevos pelotones, así como designar a los 19 J.M. Liceaga, Adiciones..., op. cit., pp. 65-67. B.A. Arteaga, El héroe olvidado..., op. cit., pp. 116-118. 20 B.A. Arteaga, El héroe olvidado..., op. cit., pp. 123-125. J.M. Liceaga (Adiciones..., op. cit., p. 68) da otra lista en parte distinta: Ignacio Aldama, Manuel Castilblanque, Felipe González, Miguel Vallejo, Domingo Unzaga, Vicente Humarán, Antonio Agatón de Lartondo, Francisco Rebelo. 21 Testigos..., op. cit., p. 28. 18 Letras Libres septiembre 2010
es de las haciendas de peninsulares. Al mismo tiempo Mariano Hidalgo, en funciones de tesorero de la causa, recibía el dinero de las alcabalas y 23,000 pesos de la Iglesia hallados en casa de Landeta. Por la noche, gracias a diversas requisiciones, los fondos del movimiento llegaron a 80,000 pesos en efectivo. Otros recursos para proseguir la campaña estaban en muchos equipajes, parque y diversos pertrechos que se cargaron a una recua también secuestrada. Por Chamacuero: “Nuestra causa es santísima” Salieron de madrugada el miércoles 19 y se llevaron a los presos. Probablemente en el trayecto hacia Chamacuero (hoy Comonfort) alguno de los caudillos o de sus allegados –no Hidalgo–22 redactó la primera proclama que ha llegado hasta nosotros y que empieza: El día 16 de septiembre de 1810 verificamos los criollos en el pueblo de Dolores y villa de San Miguel el Grande, la memorable y gloriosa acción de dar principio a nuestra santa libertad, poniendo presos a los gachupines quienes para mantener su dominio y que siguiéramos en la ignominiosa esclavitud que hemos sufrido por trescientos años, habían determinado entregar este reino cristiano al hereje rey de Inglaterra, con que perdíamos nuestra santa fe católica, perdíamos a nuestro legítimo rey don Fernando Séptimo, y que estábamos en peor y más dura esclavitud. Por tan sagrados motivos, nos resolvimos los criollos a dar principio a nuestra sagrada redención, pero bajo los términos más humanos y equitativos, poniendo el mayor cuidado para que no se derramara una sola gota de sangre; ni que el Dios de los Ejércitos fuera ofendido. Se hizo, pues, la prisión, conforme a los sentimientos de la humanidad que nos habíamos propuesto, sin embargo de que el vulgo ciego saqueó una tienda, sin poder contener este hecho tan feo y que estábamos sumamente adoloridos. Se prendieron a todos, menos a los señores sacerdotes gachupines; se pusieron en una casa cómoda y decente todos los presos, y se les está atendiendo en los caminos en donde andan con nuestro ejército, con cuanto es posible, para su descanso y comodidad. Este ha sido el suceso; y nuestros enemigos quieren pintarlo con negros colores en horror e iniquidad, con el fin de atraer a su partido a nuestros propios hermanos los criollos, con el detestable pensamiento de que nos destruyamos y matemos criollos con criollos, para que los gachupines queden señoreando nuestro reino, oprimiéndonos con su dominio y quitándonos nuestra substancia y libertad. Pero, ¿qué criollo por malo que sea, ha de querer exponer su vida contra sus hermanos, sin 22 El énfasis en el criollismo, la omisión del pueblo en general y en especial de los indios, así como el fernandismo y el rechazo del saqueo, corresponden no a las políticas de Hidalgo sino a las de Allende y los Aldama.
esperanza alguna más de seguir el captiverio, quizá peor del que hasta aquí hemos tenido? Nuestra causa es santísima, y por eso estamos todos prontos a dar nuestras vidas. ¡Viva nuestra santa fe católica, viva nuestro amado soberano el señor don Fernando Séptimo, y vivan nuestros derechos, que Dios [y] la naturaleza nos han dado! Pidamos a su Majestad Divina la victoria de nuestras armas, y cooperemos a la buena causa con nuestras personas, con nuestros arbitrios y con nuestros influjos, para que el Dios omnipotente sea alabado en estos dominios, ¡Y que viva la fe cristiana y muera el mal gobierno!23
Campo de batalla, septiembre 19 de 1810. Miguel Hidalgo. Ignacio Allende. P.D. En el mismo momento en que se mande dar fuego contra nuestra gente, serán degollados setenta y ocho europeos que traemos a nuestra disposición. Hidalgo. Allende. Señores del Ayuntamiento de Celaya.25
Como se advierte, la proclama, no firmada por caudillo alguno, solo difundía que el movimiento trataba de acabar con la sujeción colonial y oponerse a la entrega del reino, así como de mostrar que la prisión de europeos había sido moderada. Pero hacía falta la explicación de un plan propositivo, cosa que Mora, oriundo precisamente de Chamacuero, adonde se dirigían entonces los insurgentes, echa muy de menos: “Semejante desconcierto y falta de plan disgustó a muchas personas que por su influjo y riqueza hubieran sido el apoyo más poderoso de la revolución.” En realidad sí había un plan, cuando menos el de Epigmenio González; pero Hidalgo lo siguió solamente en algunas líneas. “Este jefe se cerró en que lo que convenía era popularizar la revolución, haciéndola descender hasta las últimas clases.”24 Hacia el mediodía arribaron a Chamacuero, donde el cura, que era peninsular, no salió a recibirlos, mostrándose contrario a la revolución, motivo por el cual fue aprehendido. Después de comer prosiguieron rumbo a Celaya; pasaron por San Juan de la Vega y finalmente llegaron anocheciendo a la hacienda de Santa Rita, a dos kilómetros de Celaya. Hidalgo y Allende redactaron entonces una intimación a la ciudad en estos términos: Nos hemos acercado a esa ciudad con el objeto de asegurar las personas de todos los españoles europeos. Si se entregasen a discreción, serán tratadas sus personas con humanidad; pero si por el contrario se hiciere resistencia por su parte y se mandare dar fuego contra nosotros, se tratarán con todo el rigor que corresponda su resistencia. Esperamos pronta la respuesta para proceder. Dios guarde a ustedes muchos años. 23 Contra la opinión de Castillo Ledón, que ubica esta proclama después (24 o 25 de septiembre) en Salamanca, me parece que debe corresponder a San Miguel entre el 17 y el 19 del mismo, ya que los hechos aludidos en ella no rebasan lo ocurrido en esas fechas, como la prisión de españoles del propio San Miguel, sin que la proclama mencione las aprehensiones de otros lugares posteriores, como las de Salamanca. Además, la proclama señala expresamente que no se aprehendió a sacerdotes; sin embargo, con certeza el cura fue preso en Chamacuero. Me corrijo, pues, a mí mismo, pues en Hidalgo / Razones de la insurgencia y biografía documental (1987, p. 209) me basé equivocadamente en Castillo. 24 José María Luis Mora, México y sus revoluciones, t. iii, 1965, p. 33.
Como se advierte, la aprehensión de los españoles no tenía como propósito simplemente remitirlos a España, sino usarlos como rehenes y objeto de represalia, aunque no los hubieran apresado en combate, sino siendo civiles sacados de sus hogares. Aquí se dio una divergencia respecto del plan de Epigmenio González, que proyectaba la prisión de españoles para enviarlos a España. Quizá tal estrategia ya se había difundido antes de que los sublevados se acercaran a Celaya. Por ello, no obstante que en un primer momento el Ayuntamiento de Celaya solicitó ayuda al de Querétaro para preparar la defensa, pronto se 25 J. Hernández y Dávalos, Colección de documentos..., op. cit., p. 78. septiembre 2010 Letras Libres 19
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Carlos Herrejón cayó en la cuenta de que la llegada de los insurrectos los tomaría sin defensa. Igualmente en vano resultó que unos frailes carmelitas peninsulares se armaran con sable, pistola y crucifijo, y montados a caballo trataran de persuadir a la población de que rechazara a los insurgentes, pues la mayoría mostraba simpatía por la causa. De tal suerte los peninsulares huyeron a Querétaro, algunos desde el 18 y otros hasta la noche del 19. Estos últimos, angustiados por tener familia que era difícil transportarla toda, fueron socorridos por el prior de San Agustín, quien abrió las puertas del convento para brindar hospedaje a mujeres, niños y ancianos.26 Algunos de los que huían imaginaron que sus caudales en efectivo estarían a salvo escondidos en tumbas del cementerio carmelitano y allí los dejaron. En Celaya, capitán general Así las cosas mucha gente empezó a salir de Celaya a unirse a la insurgencia informando que la ciudad estaba por la causa, y en prueba de ello el Ayuntamiento y el clero saldrían a recibir a los caudillos. Estos entraron a la vanguardia cuando rompía el alba del jueves 20 –portando el cura la imagen de la Guadalupana–, seguidos primero de unos cien soldados de línea y luego de una muchedumbre de más de cuatro mil, entre los que se contaban algunos criollos pueblerinos, muchos rancheros, castas e indios; de estos, pocos armados con armas de fuego, algunos con lanzas y los más con machetes, cuchillos, hondas y palos.27 Atemorizados, algunos criollos acomodados apostaron criados armados en las azoteas. Uno de ellos, viendo que comenzaban a apedrear la casa disparó al aire, lo que le valió que algún insurgente correspondiera con disparo certero que le quitó la vida. Fue el primer muerto de la guerra. Y al parecer el incidente fue la señal para saquear las casas de los españoles que habían huido.28 Allende reprobó el hecho e Hidalgo lo disculpó. Pero lo que no toleró el cura fue el desmán con mujeres: “a la queja de una mujer sobre estupro, se siguió en el momento, de orden de Hidalgo, la pena de ordenanza, que es la muerte”.29 No pasó inadvertido el ocultamiento de dinero en el cementerio carmelitano. Allá se dirigieron los insurgentes y ante la resistencia de algunos frailes, estos fueron hechos a un lado por fuerza. El episodio, junto con la previa aprehensión del padre sacristán Bustamante de Dolores y del cura de Chamacuero, daría pie al obispo electo Manuel Abad Queipo para declarar a Hidalgo incurso en excomunión por haber puesto manos violentas sobre personas consagradas.30 26 J.M.L. Mora, México y sus revoluciones, op. cit., pp. 34-35. 27 L. Alamán, Historia de Méjico, op. cit., p. 247. 28 J.M.L. Mora, México y sus revoluciones, op. cit., p. 36. 29 J. Guerra [fray Servando Teresa de Mier], Historia de la revolución de Nueva España, antiguamente Anáhuac, t. i, 1813, p. 319. 30 J. Hernández y Dávalos, Colección de documentos..., op. cit., pp. 104-106. 20 Letras Libres septiembre 2010
El caso fue que los sublevados se apoderaron de aquel dinero: unos ciento cincuenta mil pesos, entre los que se hallaban 56,000 pertenecientes a la testamentaría del suegro de Abasolo, quien fue obligado a cederlos a la causa, pagaderos luego por la nación, además de miles de fanegas de maíz.31 A esos fondos se añadieron otros como el del santuario de la Santa Cruz. Hidalgo, hospedado en el mesón de Guadalupe en la plaza central, apareció en uno de los balcones y desde allí arrojó unos dos mil pesos en monedas a la multitud. El viernes 21 se reunió para revista el abigarrado contingente a la entrada norte de Celaya, junto a la iglesia de San Antonio. Allí la multitud vitoreó a los tres principales jefes del movimiento, que fueron proclamados con estos rangos: capitán general Hidalgo, teniente general Allende y mariscal Juan Aldama.32 El primero también fue nominado protector de la nación.33 A continuación se hicieron otros nombramientos y así quedó mínimamente jerarquizado el ejército. El evento tuvo un sentido de la mayor trascendencia: la legitimación pública del caudillaje. Sin embargo, el celo por el poder naciente ya afloraba. Allende se quejaría de que desde Celaya el cura Hidalgo “empezó a disponer por sí solo”, a pesar de la resolución previa que habían tomado junto con Aldama en el sentido de “no determinar cosa que no fuese de acuerdo con los tres”.34 De San Antonio volvieron al centro de la población donde se había convocado junta del Ayuntamiento y vecinos principales. Se recompuso la corporación con solo criollos, quienes institucionalmente confirmaron la aclamación y la legitimidad del caudillaje. Salieron todos en desfile por la plaza e Hidalgo dirigió una arenga.35 Se ponderó entonces el siguiente avance, ya sea a la ciudad de Querétaro o de Guanajuato. Se optó por esta última, ya que la primera estaba prevenida y había partidarios ya presos que podían ser tratados con mayor rigor ante un avance insurgente; por otra parte, Guanajuato no tenía mayor resguardo y si se acercaban por Irapuato esta quedaría casi cercada por muchos lugares ya en poder de la insurgencia. El sábado 22 se intentó proseguir con la organización de las multitudes, parte de las cuales se adelantaron rumbo a Salamanca. Hidalgo continuó enviando comisionados por diversos puntos. Salamanca e Irapuato: “Los pueblos se entregan voluntariamente” Y el domingo 23, después de misa, el ejército emprendió la marcha hacia Occidente, teniendo el sol a retaguardia. Más pronto avanzó el astro rey, cuyos rayos hubieron de soportar 31 Testigos..., op. cit., pp. 42-43. Allende se refirió en su proceso a treinta y tantos mil pesos girados por Blas de la Cuesta: G. García, Documentos históricos..., op. cit., pp. 26, 63. 32 G. García, Documentos históricos..., op. cit., p. 32. 33 J. Hernández y Dávalos, Colección de documentos..., op. cit., p. 116. 34 G. García, Documentos históricos..., op. cit., p. 65. 35 L. Alamán, Historia de Méjico, op. cit., p. 248.
en su cenit y luego de frente. Después de pasar por El Guaje (actual Villagrán) y el molino de Sarabia, al atardecer entraron a Salamanca, cuyos habitantes aceptaron el levantamiento. Allí pernoctaron. En dicha villa, el lunes 24 y la mañana del 25 Hidalgo comisionó a los hermanos Albino y Pedro García Ramos, al clérigo Rafael García de León, el padre Garcilita, y al tejedor Andrés Delgado, el Giro, a fin de que mantuvieran el movimiento en Salamanca y lo extiendan por el Bajío.36 Tomó 40,000 pesos del convento agustino del lugar y prosiguió la aprehensión de españoles. Ya apuntamos que una proclama, supuestamente redactada aquí por esos días, debe más bien corresponder a lugar y fecha anteriores. Hacia el mediodía del martes 25 el contingente se encaminó a saquear la hacienda de Temascatío,37 a un paso de la congregación de Irapuato, adonde entraron siendo recibidos de forma apoteósica por la población y con repique de las iglesias. Un testigo presencial recordaba detalles del recibimiento:
de Silao había recibido ya a los insurgentes que en número de cuatrocientos entraron al son de repique, “saquearon las tiendas de los europeos, no aprehendiendo a éstos por haberse salido anticipadamente”; allí, algunos eclesiásticos y particulares abrazaron gustosos el partido de los insurgentes.41 De esta manera la mancha de la insurrección se iba cerrando sobre la región que ocupaba la ciudad y real de minas de Guanajuato, con la consiguiente angustia del intendente Riaño: “Los pueblos se entregan voluntariamente a los insurgentes.
dos golpes de música, todos los sujetos de distinción de uno y otro sexo, con ramos de oliva y flores y el cabildo a caballo bajo mazas, precedido por Carrasco [el alcalde], quien luego se acercó a Hidalgo, le puso el bastón a los pies, le entregó las llaves de su casa y le ofreció su persona, lo que correspondió Hidalgo con nombrarlo gobernador de aquel pueblo.38 A la sazón el ejército ascendía ya a más de nueve mil hombres, de los cuales alrededor de ocho mil eran indios mal armados, mil eran rancheros a caballo con lanza o pistola, y el resto los regimientos de San Miguel y de Celaya. La gente del bajo pueblo tenía “por coronel a un tuerto Garraleta que fue sargento en las milicias de Guadalajara, vinatero en dicha ciudad”.39 Probablemente estando allí Hidalgo hizo, entre otros, el nombramiento del subdelegado de Puruándiro y San Francisco Angamacutiro –poblaciones ligadas a su familia materna– en la persona de José Manuel Barocio, hasta entonces teniente de subdelegado en San Francisco del Rincón. Al día siguiente, miércoles 26, la dirigencia envió una columna a Silao. La vecina e importante villa de León se pronunciaría por la insurgencia el 27, cuando el subdelegado José Mazorra dejó el puesto de subdelegado a José Ramón de Hoyos, alcalde de primer voto, en tanto que el capitán Manuel de Austri, comandante del regimiento local, también se pronunciaba por la insurgencia.40 Asimismo, la importante congregación 36 Fulgencio Vargas, Camino de la insurgencia, 2003, pp. 31-32. 37 L. Alamán, Historia de Méjico, op. cit., p. 246, nota. 38 Bachiller José Mariano López al doctor Victorino de la Fuentes, Celaya, 9 de octubre de 1810: agn, Operaciones de Guerra, vol. 99 (1), fs. 102-104v. 39 Ibidem, vol. 180, f. 52. 40 Carlos Arturo Navarro Valtierra, “León en la revolución de Independencia”, en La Independencia en Guanajuato / Memoria de ciclo de conferencias, 1993, pp. 11-12.
Hiciéronlo ya en Dolores, San Miguel, Celaya, Salamanca e Irapuato; Silao está pronto a verificarlo.”42 Y aun más allá, pues el cura Hidalgo seguía nombrando otros comisionados para extender la causa, entre ellos a José Antonio Torres, de una hacienda de San Pedro Piedra Gorda43 (hoy Manuel Doblado). Tanto este lugar como Irapuato se hallan a un paso de Corralejo, la tierra natal del caudillo. Es, pues, muy probable que Hidalgo ya conociera a Torres o tuviera bastantes referencias de él. Le encomendó la Nueva Galicia. Y sin duda estando en Irapuato, tan cerca de su tierra, Hidalgo experimentó nostalgia y algún deseo de ir. Pero el objetivo era Guanajuato. ~ Este es un adelanto de la biografía de Hidalgo que será publicada próximamente por la editorial Clío en coedición con Fomento Cultural Banamex y El Colegio de Michoacán. 41 agn, Operaciones de Guerra, vol. 180, f. 52. 42 C.M. de Bustamante, Cuadro histórico..., op. cit., t. i, p. 27. 43 José María Miquel i Vergés, Diccionario de insurgentes, 1980, p. 569. septiembre 2010 Letras Libres 21
El padre incendiario
Enrique Krauze
La santificación de Hidalgo
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Bajo el sello de Tusquets, este mes empieza a circular el libro De héroes y mitos, nuevo empeño de Enrique Krauze por desacralizar nuestra historia de bronce. De ese volumen seleccionamos esta pieza dedicada a la gestación del mito de Hidalgo como Padre de la Patria.
P
oco antes de atacar la ciudad de Guanajuato, el 21 de septiembre de 1810, el cura Hidalgo envío a su amigo, el intendente José Antonio Riaño, una carta en que la que intentaba persuadirlo de rendir pacíficamente la plaza. El movimiento –le decía– podía parecerle “precipitado e inmaduro” pero “no pudo ser de otra forma”. Por lo demás, “el liberar de la opresión a América los disculpará más adelante”. El intendente, como se sabe, no accedió al ruego, encomendó a Hidalgo que viese por su familia, se aprestó a defender la ciudad y murió, como cientos otros, españoles e insurgentes, en la Alhóndiga de Granaditas. Los “ríos de 22 Letras Libres septiembre 2010
sangre” que corrieron desde entonces y que Hidalgo recordó en los juicios que se le siguieron en Chihuahua, le provocaron remordimiento.2 En su hora postrera Hidalgo buscaba la salvación eterna, pero fuera de lamentar genuinamente “la ligereza inconcebible y frenesí” con que había acometido su empresa así como la ruina y destrucción que había sembrado a su paso, siempre justificó la revolución que había encabezado. Lo que ocurrió, como todo mexicano sabe, es que “más adelante” la historia no solo lo disculpó: lo cubrió de gloria, lo canonizó y finalmente lo santificó. El cura Hidalgo es y será el Padre de 1 Especialmente importantes para la redacción de este ensayo fueron las obras de Ernesto de la Torre Villar (compilador), La conciencia nacional y su formación, México, unam, 1988; Enrique Plasencia de la Parra, Independencia y nacionalismo a la luz del discurso conmemorativo (1825-1867), México, Conaculta, 1991; y Marta Terán y Norma Páez (selección), Miguel Hidalgo, ensayos sobre el mito y el hombre (1953-2003), México, inah/Fundación mapfre Tavera, 2004. 2 Luis Villoro, El proceso ideológico de la Revolución de Independencia, segunda edición, México, unam, 1967, p. 78.
la Patria. Pero su elevación a los cielos cívicos tiene su propia historia. En 1964, don Edmundo O’Gorman la trazó en su brillante discurso de ingreso a la Academia de la Historia que tituló “Hidalgo en la Historia”. En homenaje a aquel gran historiador, vale la pena volver sobre el tema, con algunas fuentes e hipótesis adicionales. Aunque la glorificación dio inicio en 1812, cuando Ignacio López Rayón llamó a “mantener viva la lucha iniciada en tan memorable día” (16 de septiembre), y avanzó un año después, cuando en sus “Sentimientos de la Nación” Morelos llamó a “solemnizarlo”, el ascenso meteórico de Iturbide retrasó el proceso. El “Héroe de Iguala” marcó siempre su distancia con los métodos de Hidalgo y proclamó el 27 de septiembre como el nacimiento de la nación. Con todo, la memoria de la insurgencia no podía borrarse por decreto y en marzo de 1822 se formó una comisión para “examinar escrupulosamente quiénes eran los verdaderos héroes”. Tras la caída de Iturbide la balanza se inclinó por Dolores sobre Iguala. En julio de 1823 el Congreso Constituyente dio el primer paso en el camino de la sacralización: ordenó el traslado de los restos de los insurgentes a la catedral metropolitana. El 16 de septiembre de 1825 arranca la tradición de los discursos cívicos. El periodista queretano Juan Wenceslao Barquera (entonces director de la Gaceta Oficial, que años atrás había escrito a favor de la Independencia y comprado una imprenta para Rayón) pronuncia la primera oración, presagio de las miles que vendrían. En ella habla del espíritu de “los Hidalgos”, “los Allendes” y “los Morelos”, etc., y delinea un cuadro histórico que se volverá habitual: la larga tiranía rota al fin por el “fuego santo encendido en el grito”. El año siguiente, al hacer su loa a la Independencia en la Plaza Mayor de la capital, un veterano de la conspiración de 1808, Juan Francisco de Azcárate, a pesar de haber colaborado con el Imperio, se cuida de no mencionar al rival histórico de Hidalgo, Agustín de Iturbide. En 1827, el veracruzano José María Tornel y Mendívil (insurgente desde 1813, adherente del Plan de Iguala, diputado del segundo Congreso Constituyente y a la sazón secretario del presidente Guadalupe Victoria) remonta la significación de la Independencia hasta Anáhuac, y así reintroduce un tema presente de Fray Servando y Carlos María de Bustamante: la venganza del orbe indígena sobre el imperio español. Pero Tornel vuelve a referirse al 27 de septiembre, ya no como el episodio exclusivo de la liberación de México sino como el “complemento del gran día”. Su tono, todavía, es de optimismo desbordado: “¿Qué fuimos nosotros sometidos al yugo extraño? Esclavos miserables. ¿Qué somos hoy? Libres y felices. Para nuestros descendientes, largos y serenos días se prometen de ventura y gloria.” En 1828, otro miembro del gabinete, el sacerdote, político y naturalista veracruzano Pablo de la Llave (representante ante las Cortes en 1820, ministro de Justicia y Culto de Iturbide), agrega una corona más al altar: exalta el motivo guadalupano de las huestes de Hidalgo. En 1829,
el honor corresponde al canciller José Manuel de Herrera. Lugarteniente de Morelos, veterano de la toma de Oaxaca, editor de El Correo Americano del Sur y diputado en el Congreso de Chilpancingo, Herrera aprovecha la ocasión para impartir una clase de historia y resaltar (en el contexto de la reciente derrota de la expedición de reconquista española, el 11 de septiembre de 1829) las bondades de la Independencia. En 1830, el poeta y abogado michoacano Francisco Manuel Sánchez de Tagle (redactor del acta de independencia, diputado y primer gobernador de su estado) encomia genéricamente a “los héroes de Dolores”. Dos años después, tras la ejecución de Vicente Guerrero y durante el primer período de Anastasio Bustamante, el orador José Domínguez Manso lamenta la división de los mexicanos y al hacerlo abre paso a la reivindicación del emperador que predicaba la Unión: “Hidalgo sembró, Iturbide regó y benefició la planta.” En 1834, ya con sus primeros atisbos de dictador, otro personaje pretende inscribir su nombre en el altar perenne de la patria: el presidente Santa Anna. El sacerdote guanajuatense José María Castañeda y Escalada lo equipara con “el sabio Hidalgo” (a quien se había adherido desde la más temprana insurgencia) y con el “Héroe de Iguala, tan ilustre como desventurado [...] que secundó felizmente el glorioso grito de Dolores”. “Ilustre presidente, gloria de Zempoala –le dice a Santa Anna– [...], general invicto y defensor inmortal de la independencia que protegieron el Dolores y protegieron después con sus talentos ilustres y armas invencibles, aquellos héroes que tienen en nuestros corazones mil altares erigidos.” Hasta aquí, a quince años de consumada la Independencia y en las postrimerías de la primera y azarosa República Federal, los discursos del 16 de septiembre (pronunciados por de la promoción más joven de la generación insurgente, nacidos en los años setenta y ochenta del siglo xviii, criollos en su mayoría) reflejan las circunstancias políticas de cada momento: van del optimismo desbordado por el futuro esplendor de la joven y opulenta nación, a los graves llamados por mantener la unión interna y la concordia. La retórica hispanófoba aparece también, hacia 1827 y 1829, acompañando a las expulsiones de los españoles decretadas por los gobiernos de Guadalupe Victoria y Vicente Guerrero. Finalmente, ya en la década siguiente, una incipiente autocrítica lamenta la distancia entre los sueños y la realidad. A veinticinco años de distancia, en ningún caso se pone en entredicho la gesta fundadora de Dolores. El denominador común al abordarla es la justificación histórica que Hidalgo argumentó siempre: la libertad para América. El altar relucía pero, curiosamente, la preeminencia de Hidalgo es apenas manifiesta. No hay aún una sola estatua con su efigie. En Celaya, el primer monumento dedicado a la Independencia es genérico, no individual. Hidalgo es el iniciador y un primus inter pares de los “héroes de Dolores”. Y todavía lo esperan (como en los campos de 1810) algunas batallas. Iturbide, “el varón fuerte que libertó a su patria”, sufría el ostracismo que siguió a su trágico septiembre 2010 Letras Libres 23
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Enrique Krauze final, pero aun así libraba una batalla póstuma para lograr al menos un nicho, seguido de cerca por la celosa figura de Santa Anna que ambicionaba algo más: ser bronce en vida. La llegada del centralismo reivindica decididamente a Iturbide. En 1835 su nombre se inscribe en el salón de sesiones del Congreso, en 1837 se celebra el 27 de septiembre como una fecha complementaria al 16. Pero justamente el 16 de septiembre de ese mismo año se pronuncia en Durango la primera gran oración cívica de la era independiente que revela la dimensión ya inalcanzable de Hidalgo. Es obra del joven abogado liberal y constituyente de 1833 José Fernando Ramírez (1804-1871). Investigador puntual ya entonces de la historia antigua de México, en 1827 había formado en su natal estado de Chihuahua una Junta Patriótica con el nombre de Hidalgo. (La presidía, por cierto, el antiguo capitán virreinal llamado Pedro Armendáriz que había encabezado el pelotón de fusilamiento y a quien debemos la descripción pormenorizada de esa última escena.) En aquella oración cívica, como si rastreara la tradición que convenía a la biografía de Hidalgo, Ramírez echaba mano de sus inmensos conocimientos de historia sagrada y literatura clásica. ¿Era un héroe homérico? ¿Era un nuevo Matatías, “refugiado en los montes, con solo sus cinco hijos, desafiando todo el poder de Antíoco para vindicar la ley de mano de los Reyes”, como decía el Libro de los Macabeos? Era todo ello, pero Ramírez resaltó sobre todo el diseño divino de la obra, una historia cíclica de venganza y redención: “La justicia del cielo tarda, y tarda para hacer más doloroso su castigo. El pérfido atentado cometido en la persona del bondadoso monarca mexicano (Moctezuma), que premió al español con riquezas y honores, clamaba por venganza y la tuvo.” En este caso, Ramírez se refería específicamente a la postración de Fernando VII ante Napoleón. Lo cual lo lleva a Hidalgo: “tal vez Hidalgo reflexionaba en la asombrosa coincidencia que presentaban los fenómenos y sucesos de su época con los ocurridos trescientos años antes; más si aquellos precedieron la ruina de un opulento imperio. ¿Qué podían anunciar para el que parecía irrevocablemente esclavizado? ¿La libertad?” Ramírez imagina a Hidalgo, al ilustrado Hidalgo, sumido en aquellas meditaciones metafísicas, descifrando los cometas y los augurios, pensando en “el antiguo solio de los aztecas”. Y en su composición histórica, ve a Hidalgo como el sucesor de los principales jefes de la conspiración de Martín Cortés, criollos y mestizos como los jefes insurgentes. Con todo, a final de la década Iturbide parecía haber asegurado un lugar en el altar de la patria, siempre en un segundo plano. Desde 1838 sus restos descansaban en la catedral. Pero el horizonte histórico del país se había nublado. ¿Qué cabía decir en las fiestas del 16 de septiembre? Los criollos en el poder se sienten inferiores a aquellas hazañas (Dolores e Iguala), y con plena razón. Muy significativo a este respecto es el discurso que pronuncia en 1838 el entonces abogado y catedrático del Seminario de Morelia, y años después obispo de Michoacán, 24 Letras Libres septiembre 2010
Clemente de Jesús Munguía. Exponente principalísimo de la postura ultramontana en la Guerra de Reforma que estallaría veinte años después, Munguía lamentaría con el tiempo que los ardores de un juvenil liberalismo lo hubiesen llevado a pronunciar palabras que juzgaría excesivas: “El pueblo todo se levanta en masa para arrojar a sus opresores: un río de sangre señalaba los medios; pero una nación independiente anunció por fin el más irable y glorioso de todos los triunfos. ¡Lección terrible para los usurpadores!” Pero la exaltación de Munguía es muy distinta, en su tono, a las cándidas homilías de los años veinte. Esta es hija de una desesperación muy concreta que nace de comparar el sueño de libertad de 1810, y los ensueños de grandeza de 1821, con la precaria realidad de su tiempo: ¡El 16 de septiembre de 1810...! tal vez la memoria de este día no será ya para nosotros sino una fuente inagotable de los más dolorosos remordimientos [...] ¡Los hijos de Morelos...! ¡Oh michoacanos! ¿no habremos desmerecido ya este título ilustre? Sería necesario abjurar el amor de la patria, para no celebrar un acontecimiento que la cubrió de gloria, pero no lo sería menos renunciar para siempre a la idea de la felicidad, para no volver después una mirada sobre nosotros. En el mismo sentido, enlazando los dos momentos, evocaba el cenit de Iturbide: ¿Os acordáis ciudadanos míos? Al distinguir el retrato de Iturbide, el recién nacido extendía sus tiernos brazos para abrazar a su libertador, el anciano decrépito se creía rejuvenecido por una ilusión feliz que acaso no volverá jamás... “Hijos, decía [...], morimos pero no quedaréis huérfanos: mirad a vuestro libertador, mirad a vuestro padre, mirad a Iturbide.” [...] ¡Momento de embriaguez! ¡Época encantada! ¡Edad de prestigios! A juicio del sombrío Munguía, la muerte de Iturbide (“¡oh desesperación! ¡Un crimen calculado! ¡Oh verdad funesta! ¡Tú habías de quedar para nuestra execración eterna! La ingratitud, la perfidia, la crueldad”) había sido el pecado original en “la historia deplorable de nuestra conducta política”. Y el motín de la Acordada, la expulsión de los españoles, “el fin del ilustre y desgraciado Guerrero”, la guerra de Tejas que “anuncia nuestra debilidad”, la invasión de los ses, habían sido los sucesivos capítulos de un mal mayor, que estaba por venir: “El drama está en su desenlace y México en el borde de su tumba.” Los criollos de las diversas facciones no encontraban el modo de hacer gobernable a la joven nación. En ese contexto, José María Gutiérrez Estrada encabeza el resurgimiento de la idea monárquica y, como antítesis, se producen al menos dos discursos de importancia. Ambos intentan variaciones sobre el tema histórico. Sus autores pertenecen a una nueva genera-
liberal como la de su mentor José María Luis Mora pero con mayor acento en la evolución histórica, ese mismo año el diputado por Jalisco Mariano Otero (1817-1850; que a su vez acababa de publicar su “Ensayo sobre el verdadero estado de la cuestión social y política que se agita en la República Mexicana”) explica los hechos como un ascenso de la “emancipación de la especie humana” y quizá por primera vez se refiere a Hidalgo como el “sublime anciano de Dolores”. En su recuento de personajes, significativamente, Otero no omite a Iturbide. Y acaso por su juventud, resalta lo logrado por encima del infortunio: “Más duras fueron las cadenas de tres siglos que el malestar de quince años de discordias.” En cambio el poeta y periodista Guillermo Prieto (1818-1897; el futuro jacobino, por entonces un suave y moderado liberal) va más allá, y en septiembre de 1844 desliza en la Alameda un piadoso comentario sobre el emperador: “Vedlo ahí con su pelo rubio que cae sobre su frente augusta, reveladora de su grande inteligencia, con su apostura radiante como la gloria, con su mirada esperando su íntima conmoción y su ternura. El pueblo lo adoraba porque aquella noble figura personificaba su libertad.” La apelación paralela a Hidalgo e Iturbide hermanados se explica quizá por el inminente peligro de desintegración política: Ilustraciones: LETRAS LIBRES / Bela Renata
ción nacida poco antes del Grito. El primero, en la ciudad de México en 1840, es del abogado y legislador zacatecano Luis de la Rosa (1805-1856). Sus comparaciones del pueblo mexicano bajo el yugo español con el cautiverio del pueblo de Israel bajo el faraón y el señalamiento de los horrores de la Conquista (más feroces, dice, que los de Huitzilopochtli) le sirven para poner en su justa dimensión las crueldades de la insurgencia (condenadas, entre otros, por el doctor Mora en México y sus revoluciones, 1836). Pero, con ser interesantes, son menos reveladoras que su improbable perfil de un Hidalgo republicano y el detallado balance de dos décadas: con todas sus vicisitudes y desengaños –sugiere De la Rosa– la Independencia había traído libertades, comercio e industria impensables en los siglos virreinales. El segundo discurso tuvo lugar en Oaxaca ese mismo año. El orador fue el abogado y miembro del poder judicial del estado Benito Juárez (1806-1872). Lo inédito del caso es que se trataba de un político de origen realmente indígena, zapoteca, y tal vez por eso la resolución y el tono que se perciben en sus palabras no tienen precedente. Juárez parece vivir los agravios virreinales en carne propia. Su recuento de la Conquista centrado en el agravio indígena, su mención de “los viles tlaxcaltecas [que] prefirieron una rastrera venganza al honor nacional”; su crítica al legado de España adverso a las artes, a las ciencias, proclive al “aborrecimiento del trabajo” y al “deseo de vivir de los destinos públicos”, causa en fin de “nuestra miseria, nuestro embrutecimiento, nuestra degradación y nuestra esclavitud por 300 años”; y su referencia a “la estúpida pobreza en que yacen los indios, nuestros hermanos” integran un texto de una gravedad insólita. Sobre ese horizonte de indignación moral se levanta su elogio a Hidalgo: “¡Oh suceso mil veces venturoso! ¡Oh sol de 16 de septiembre de 1810! Tú, que en 60 lustros habías alumbrado nuestra ignominiosa servidumbre, esclareces ya nuestra dignidad.” Y a la lección de historia sigue un propósito para los republicanos de la hora: “imitar la noble resolución de Hidalgo [...], desechar de nuestro sistema político las máximas antisociales con que España nos gobernó y educó tantos años”. En ese discurso Juárez en 1840 prefigura a Juárez en la Reforma. La década siguiente, marcada ya por la pérdida de Tejas y el fugaz conflicto con Francia, comenzó como se sabe con una creciente inestabilidad y desembocó en la invasión estadounidense y la pérdida del territorio. Varios personajes llamados a figurar en el futuro inmediato tomaron la palestra. En 1843, el legislador poblano José María Lafragua (1813-1875) recurre como de costumbre a la historia y explica el movimiento de independencia como un cambio inevitable de mentalidades. Desde una óptica
¡Patria de mis hermanos que me escuchan! ¡Patria mía! ¿Fue inútil la sangre de tus héroes? ¿Fue tu abnegación y su heroísmo un sacrificio estéril? [...] ¡No, amada patria mía [...], cuna de Hidalgo y de Iturbide: levanta al cielo tus votos; estrecha en tus brazos a tus hijos, encadena las aspiraciones personales, ahoga el egoísmo, haz que impere el espíritu de felicidad y de amor al pueblo! [...] ¡Mexicanos, que nuestra patria brille algún día ante el mundo, como brilló en los tiempos que la alumbraba el sol espléndido de Iguala! De pronto, han cesado las referencias teóricas o líricas a la historia indígena y virreinal que presuponían una era de triunfo. En septiembre de 1845, otro futuro protagonista de las Guerras de Reforma e Intervención, Manuel Doblado (1818-1865), poco antes catedrático de geografía y derecho en su natal Guanajuato, avizora con claridad la inminente tragedia y declara temer que ese 16 de septiembre fuese el último. En 1846, la premura impide a Luis de la Rosa mejor opción que la de repetir su discurso de 1840. Por fin, el fatídico 16 de septiembre de 1847 no hay discursos. No podía haberlos. La bandera de las barras y las estrellas ondeaba en el Zócalo. El “Boletín de Noticias” de Toluca anunciaba que México estaba manifestando al mundo entero que “no olvidaba los hechos de los antepasados” y que las fuerzas de la Guardia Nacional “se habían cubierto de gloria”. Pero el viejo septiembre 2010 Letras Libres 25
El padre incendiario
Enrique Krauze cronista Carlos María de Bustamante deambula por las calles de México y anota la paradoja cruel de que en ese día, lluvioso casi siempre, el sol brille sobre un cielo sin nubes. Consumada la derrota, en 1848 otro miembro de la futura generación de la Reforma, José María Iglesias (1823-1891), entonces jefe de redacción del periódico El Siglo Diez y Nueve, pronuncia un discurso en verdad desgarrador, desnudo casi de retórica, dolor puro, con un epígrafe de Dante: “Nessun maggior dolore/ che ricordarsi del tempo felice/ ne la miseria...” La memoria del pasado inmediato, que parecía promisorio, el recuerdo del pueblo apesadumbrado el 16 de septiembre de 1847 lo torturan. “Traemos vergüenza en la frente y remordimiento en el corazón”, apunta Iglesias, y tras hacer el recuento de los vicios públicos que habían preparado el desastre, se enfrenta al tribunal de los héroes: ¿Qué responderíamos satisfactoriamente a los héroes de la independencia si volvieran a la vida por un momento para llamarnos a juicio? Ellos nos dejaron un territorio vastísimo, y nosotros le hemos cercenado a la mitad: ellos nos dejaron abiertas las fuentes de riquezas inagotables, y nosotros arrastramos ya una existencia envilecida [...], solo veo faltas y desgracias en lo pasado, faltas y desgracias en lo presente, faltas y desgracias en el porvenir... La mirada no está ya en el pasado idílico sino en el futuro incierto, que Iglesias convoca con tonos proféticos, no inusuales en aquel tiempo tristísimo: “Regeneración, mexicanos, regeneración completa y absoluta en vuestras costumbres, si no queréis acabar de una de esas dos maneras [...] Estamos ya en la orilla del abismo: un paso más, y nos precipitamos en la sima horrorosa de nuestra destrucción.” En 1849, un acontecimiento editorial enciende los ánimos, polariza las posturas políticas y las actitudes ante la historia. Lucas Alamán (1792-1853) da inicio a la publicación de su Historia de Méjico, durísima invectiva contra los insurgentes, en particular contra Hidalgo. Alamán, como es sabido, había sido testigo presencial de los episodios en Guanajuato que narró con escalofriante precisión. No estaba solo en su crítica a esa fase inicial de la insurgencia. Con matices, el doctor José María Luis Mora (1794-1850) y antes que él Lorenzo de Zavala (1788-1836) compartían su repudio a la violencia revolucionaria. Pero ahora el ataque de parte del caudillo intelectual del Partido Conservador era frontal. Con todo, la respuesta del grupo “progresista”, en el que predominaba aún un espíritu moderado, fue conciliadora. En 1851, Mariano Riva Palacio (1803-1880), gobernador del Estado de México, responde erigiendo el primer monumento a Hidalgo. En 1852 en Michoacán, el gobernador Melchor Ocampo (18141861) se refirió críticamente a Alamán, sin mencionarlo: Ruborizado [...] tengo que recordar que a los fundadores de nuestra nacionalidad se les ha llamado a la barra de la 26 Letras Libres septiembre 2010
historia, de dos años a esta parte, para que respondan de su conducta. ¡El benefactor llamado a juicio por el beneficiado para que explique por qué no hizo el beneficio del modo en que este lo entiende, y cuando el beneficiado mismo se opuso a que se hiciera mejor! No obstante, el trauma de la guerra en la “desgraciada república” y “el espectro de la pérdida de la patria” mantenían en vilo el alma colectiva. Por eso Ocampo, ya entonces un liberal extremo, accede a mencionar 1821 como la fecha de “emancipación” y predica aun la tolerancia, la conciliación, la concordia, la unión: ¡La Patria está en peligro! Pero unidos lo conjuraremos. Es hablando, no matándonos, como habremos de entendernos [...] ¡En nombre de nuestra religión, de vuestras familias, de vuestra dignidad, de vuestros intereses todos, os ruego que permanezcáis unidos! Igual que Ocampo, otros futuros protagonistas del Constituyente de 1857, la Reforma y la Intervención, como el periodista Manuel María de Zamacona (1826-1904), el criminalista José M. del Castillo Velasco (1820-1883) y el ex gobernador del Estado de México Francisco M. de Olaguíbel (1806-1865) adoptan en sus discursos un tono moderado. El último gobierno de Santa Anna tensó el espíritu público antes y después de la muerte de su principal ministro, Lucas Alamán. Desterradas ya para entonces las principales figuras liberales, el 16 de septiembre de 1854 sobrevino una nueva provocación, de parte del autor del Himno Nacional, Francisco González Bocanegra: su discurso vinculó a Hidalgo con el mismísimo Hernán Cortés, ambos como encarnaciones del cristianismo. Pero la tentación de remover a ese grado el altar de la patria no es sino reflejo de una discordia profunda. El propio Himno no hace mención explícita a Hidalgo y Morelos. En cambio evoca “de Iturbide, la sacra bandera” y encomia, por supuesto, al “guerrero inmortal de Zempoala” que complacido, en el Teatro Nacional, lo aplaudía y se aplaudía. El péndulo de los héroes había oscilado hasta tocar un extremo intolerable. Tal vez la última voz de la concordia correspondió al más equilibrado, esforzado y serio de los historiadores de aquella época: el director del Archivo General de la Nación, Manuel Orozco y Berra (1816-1881). El extenso capítulo dedicado a Miguel Hidalgo y Costilla en el famoso Diccionario de Historia y de Geografía fue (como tantas otras entradas de ese magno proyecto) obra suya. Fue acaso la primera biografía sintética de Hidalgo. Basada en los historiadores canónicos (Mora, Alamán, Bustamante) y en numerosas fuentes primarias como el Juicio contra Hidalgo, Orozco y Berra traza, con detalle de anticuario y limpia prosa, un relato puntual de los hechos, sin escatimar un ápice a la grandeza y clarividencia del héroe y sus compañeros:
El merecimiento de los primeros caudillos consiste en haberse lanzado a la lucha sin elementos, sin recursos, sabiendo que iban a morir, y por solo la persuasión de hacer un bien a su patria, y contra un poder consolidado por el tiempo, sostenido por la fuerza, por las preocupaciones, por los hábitos, por el principio religioso. Pero el reconocimiento de esas prendas no lo llevó a disimular los errores de Hidalgo ni los hechos criminales que toleró: lo deslumbró la fortuna, se desvaneció al estar subido en lo muy alto, y se pagó de exterioridades, de pompas vanas y de farsas ridículas [...] Fue débil para oponerse a los deseos [...] bárbaros de la chusma, y los asesinatos de Valladolid y Guadalajara cayeron sobre él, oscureciendo sus prendas e imprimiéndole fea nota. No obstante, después de registrar esos hechos (que el propio Hidalgo reconoció y lamentó) el historiador se pregunta ¿qué revolución no ha incurrido en excesos, no se ha manchado con sangre? “Poner el grito en el cielo porque las revoluciones acarrean desastres, es quejarse de lo imposible, gritar por gana de hacer ruido.” Por lo demás, él, que estudiaba pacientemente la dominación española y sería el mayor historiador del México antiguo en el siglo xix, podía afirmar que “ni remotamente pueden compararse los crímenes y los desórdenes cometidos en la conquista con los perpetrados en la insurrección”. Manuel Orozco y Berra, propuso zanjar definitivamente la querella entre Hidalgo e Iturbide. En vez de subrayar las diferencias entre ambos movimientos, fundamenta su carácter complementario: Hidalgo e Iturbide se propusieron el mismo fin en sus revoluciones: la independencia; si por este hecho hubo crimen, ambos lo cometieron igualmente. Concediéndolo todo, en una rebelión hubo orden, acierto, justicia; en la otra desorden, anarquía, pillaje, devastación. Si esta diferencia proviniera de la proclamación de la idea, las dos revueltas hubieran sido igualmente malas o igualmente buenas. Fueron distintas, luego la diferencia consiste en los hombres que la proclamaron, en la diversidad de tiempos, en los medios empleados. Sacrificándolo todo inferiremos que Iturbide era bueno e Hidalgo malo; que en la segunda época los medios fueron buenos y en la primera malos. Mas no se trata de los hombres, se trata de las cosas y el principio proclamado por Hidalgo e Iturbide es el mismo, apetecible y amoroso para los mexicanos, ya saliera de aquella o de
esta boca. Idéntica la idea, fue rio el método por el cual se verificaba. “La revuelta de Hidalgo –reafirma, aludiendo a los cambios de ideas entre 1810 y 1821– preparó y ayudó a la de Iturbide.” Por eso, el 16 y el 27 de septiembre eran fiestas nacionales. “Consecuencia uno del otro, es pueril y ridículo querer separarlos, por un odio mal entendido y calculado.” Al final del ensayo, Orozco y Berra absuelve a ambos personajes con el argumento irrefutable de comparar la generosidad de sus hazañas con la mezquindad y la torpeza de su propio presente: Compadezcamos los extravíos, las faltas en que incurrieron, que al cabo si comparamos su conducta con la nuestra no merecemos sin duda la alabanza. Sin haber tenido los mismos obstáculos hemos caído en mayor cúmulo de errores; gozando de lo que no consiguieron, no le hemos dado arreglo ni estabilidad; ellos ganaron con crímenes una tierra que nosotros hemos perdido con crímenes y con infamia. Su voz moderada y sensata no prevaleció. Quedaba la guerra, en los símbolos y en la realidad. n
La Revolución de Ayutla comenzó a reivindicar para sí el legado insurgente: “Sin liga impura ni contemporizaciones traidoras –dice Guillermo Prieto, el 16 de septiembre de 1855– la revolución de Álvarez es la misma revolución de Hidalgo...” Un año más tarde, el liberal radical Ignacio Ramírez fustiga a los “señores feudales” cuyos hijos “custodian las obras de Alamán”. Pero la ruptura total ocurre en la Guerra de Reforma. La intolerancia del clero ante la Constitución y los asesinatos de Tacubaya (11 de abril de 1858) dejan una huella imborrable de rencor y venganza. No hay espacio ya para el liberalismo moderado. Han quedado frente a frente, como un avatar de la insurgencia (y así lo viven) los partidarios de la “Religión y fueros” y los soldados de la libertad. El 16 de septiembre de 1859, el joven tixtleño Ignacio Manuel Altamirano (1834-1893) pronuncia un discurso (primero de muchos) en el que no solo consolida la imagen de Hidalgo como el “anciano pacífico [...], el débil anciano”, sino que concibe el grito de Hidalgo, explícitamente, como un acto que trasciende la dimensión heroica (cuyo premio es la gloria) para aspirar a la condición religiosa. Así lo dice: “El 16 de septiembre de 1810 fue el día de redención y de gloria para México...” En aquel discurso de canonización, la prisión de Hidalgo aparece como un trasunto de la pasión de Cristo: septiembre 2010 Letras Libres 27
El padre incendiario
Enrique Krauze Allí se levantó su Gólgota, allí se descargó sobre su cabeza todo el furor de los tiranos y del clero [...] Estaba sellada la santa causa de la Independencia con la sangre de estos mártires y debía triunfar porque tal es la marcha natural de las ideas; después del martirio, la victoria, después de la corona de espinas, la aureola de la deidad. Así también triunfó la religión del Nazareno. La Guerra de Reforma, al fin y al cabo guerra de religión, era la escenificación de dos batallas: una en los campos, otra en los espíritus. Y en esta, una misteriosa transferencia de credos y símbolos tenía lugar. El tema del martirio es central: entonces los insurgentes, ahora los liberales. Así como Hidalgo era el nuevo redentor, el partido liberal era “el verdadero observador del Evangelio, tal como lo predicó Jesús y no tal como lo enseña un sacerdocio lleno de ambición y de siniestras miras”. En la memoria de las conmemoraciones patrias en el siglo xix, ningún discurso cívico igualó al que, con la espada de Damocles de la triple intervención extranjera contra el gobierno de Juárez, pronunció Ignacio Ramírez (1818-1879) el 16 de septiembre de 1861 en la Alameda capitalina. Incluye la más romántica y sombría imagen de la Colonia jamás escrita (“cerrados los puertos por el sistema prohibitivo, incendiaba la viña, el tabaco y la morera por el monopolio, ocupados los primeros puestos por los extraños, y la inteligencia recogidas sus alas y palpitando azorada entre las manos de la inquisición”) y la sorprendente equiparación de la traidora Malintzin con la inmaculada Corregidora. Pero en el corazón de su mensaje había al menos tres elementos nuevos y perdurables. En primer término, una clara propuesta de filiación: Si nos encaprichamos en ser aztecas puros, terminaremos por el triunfo de una sola raza para adornar con los cráneos de las otras el templo del Marte americano; si nos empeñamos en ser españoles, nos precipitaremos voluntariamente en el abismo de la reconquista; pero no, ¡jamás!, nosotros venimos del pueblo de Dolores, descendemos de Hidalgo y nacimos luchando como nuestro padre por todos los símbolos de la emancipación, y, como él, luchando por tan santa causa desapareceremos de sobre la tierra. Tras esa formulación de hacer borrón y cuenta nueva con el pasado, Ramírez propuso de manera inequívoca la Ascensión (no hay otra palabra) de Hidalgo y sus compañeros a un cielo paralelo, el cielo liberal: ¡Estremécete, México, de alegría, ya tienes un héroe! [...] El cielo en que habitan los héroes reposa sobre la tierra; por eso es la verdad lo que ahora anuncio, ¡Hidalgo, Allende, Matamoros, Morelos, nos contemplan! 28 Letras Libres septiembre 2010
Y finalmente, postuló la continuidad directa entre la Insurgencia y la Reforma. Habitando el mismo cielo, los mártires, sus mártires (Valle, Degollado, Ocampo) los contemplaban: Nosotros hemos creído que, para entronizar perpetuamente la revolución de Hidalgo, era necesario que los ciudadanos recibiesen de ella ferrocarriles, puertos, monumentos públicos, instituciones civiles, colegios, literatura, gloria militar, y aun nuevas imágenes para sus templos [...] No, no es de todos la culpa si en los cincuenta años transcurridos [...] la reforma está mutilada y si el progreso ha retrocedido un paso; no, el pueblo no ha dudado ni retrocede; y por eso yo, hijo del pueblo, me lleno de orgullo al ocupar este elevado puesto solo para continuar el toque de arrebato que en la mañana del 16 de septiembre comenzó en Dolores. Ramírez veía venir la tormenta de la intervención militar extranjera apoyada por el clero y las “clases altas”, pero el pueblo –exclamó– seguiría “el ejemplo de Hidalgo” aun en el desierto y la desesperación: El trueno resuene por todas las playas, incendie el rayo todas las alturas y respondan con su explosión los apagados volcanes de la América; el suelo que pisemos será nuestra patria, y dominan el fragor universal con nuestro acento, escúchense claras, solemnes estas palabras: ¡libertad, reforma! Hidalgo las repetirá desde el cielo. Dos liberales, Ramírez y Altamirano, el maestro del Instituto Literario de Toluca y su aventajado alumno indígena, fueron los evangelistas del redentor Hidalgo. No necesitó más para alcanzar su definitiva santificación. Tan fuerte fue aquel mensaje, que el propio Maximiliano absorbió su influjo. Y su fugaz Imperio lo reforzó con una innovación: Maximiliano trajo consigo la tradición neoclásica. Ordenó la erección de la estatua de Morelos (Plaza de Guardiola), mandó a hacer los famosos cuadros de los caudillos insurgentes que cuelgan de las paredes de Palacio Nacional, y en 1864 dio el grito en Dolores como el más liberal de los liberales: Más de medio siglo tempestuoso ha transcurrido desde que en esta humilde casa, del pecho de un humilde anciano, resonó la gran palabra de independencia, que retumbó como un trueno del uno al otro océano por toda la extensión del Anáhuac [...] El germen que Hidalgo sembró en este lugar debe ahora desarrollarse victoriosamente, y asociando la independencia con la unión, el porvenir es nuestro. Así como Ramírez había anunciado en 1861 la era de violencia, en septiembre de 1867 (a dos meses escasos de la entrada de
Juárez a la capital) celebró en el Teatro Nacional el triunfo de la república con la mayor defensa específica del grito de Hidalgo. Literalmente un “Viva” al grito de muerte: Una sola fue su bandera, uno solo su dogma: ¡exterminio a los opresores! ¡Muerte a los intrusos!... ¡Muerte! Hidalgo no podía decir: destierro para los españoles, multas para los filibusteros, garantías individuales para los Flores y Callejas, amnistía para los que van a ser nuestros verdugos. La nación necesitaba, para despertar, el grito de guerra: ¡muerte! Un año más tarde, en una famosa polémica con el gran tribuno liberal y presidente de la primera República Española Emilio Castelar, Ramírez remachó su escalofriante tesis: ¡Mueran los gachupines! Fue el primer grito de mi patria; y en esta fórmula terrible se encuentra la desespañolización de México. ¿Hay algún mexicano que no haya proferido en su vida esas palabras sacramentales? La santidad de Hidalgo se consolidó para siempre, rodeada de una aureola justiciera y libertaria, pero una aureola de muerte. ¿E Iturbide? Como es natural, había sido expulsado sin apelación posible del panteón cívico. En 1881, ya muerto su maestro Ramírez, el propio Altamirano (que como presidente de la república de las letras había propiciado desde 1868 la concordia entre los hermanos enemigos) se negó a llevar la conciliación al terreno de la historia. En la Cámara de Diputados, al oponerse a una pensión para los descendientes de Iturbide, fue Altamirano quien selló el epitafio del “Héroe de Iguala”: Nosotros no somos hijos de Iguala, nosotros somos hijos de Dolores, nosotros venimos del 16 de septiembre de 1810, no venimos del pronunciamiento de Iguala, no venimos del pastel hecho entre el clero y las clases privilegiadas de la nobleza para levantar un trono sobre el pavés y sobre el sufragio del pueblo; nosotros somos hijos de las chusmas de 1810 convocadas por el grande Hidalgo para sacudir el trono español y para sacudir toda clase de yugos [...] En nuestra gratitud [...] está la imagen santa de Hidalgo, sacrificado por los compañeros de Iturbide en Acatita de Baján. Allí sí nos prosternamos a orar, no en Padilla [...] Si el patíbulo de Padilla es una ingratitud, es una sublime ingratitud. Ingratitudes son estas que salvan a los pueblos.
En su Biografía de don Miguel Hidalgo y Costilla: primer caudillo de la Independencia (1884), Altamirano silencia cualquier aspecto oscuro del personaje. n
Tocaría al discípulo predilecto de Altamirano, al inteligente, sabio y magnánimo Justo Sierra, proponer una importante corrección a la óptica liberal. En un texto publicado en La Libertad, el 25 de julio de 1882, Sierra se atrevió a refutar a Ramírez. A su muerte en 1879 lo había llamado “sublime destructor”, pero Sierra (que había perdido a su hermano Santiago en duelo con Ireneo Paz) no podía cantar a la muerte. Sierra no objetaba, en absoluto, la santificación de Hidalgo, pero quiso separar el sentido de esa santidad del grito de Dolores. México, como proyecto de patria independiente, pudo haber nacido en ese momento, pero México como realidad era mucho más que ese momento de arrebato, era algo distinto a ese parto doloroso. Y el cielo de los héroes, el cielo insurgente y el cielo liberal, podían no ser incompatibles con el cielo más amplio de la historia mexicana y aun con el cielo de Dios. Ni una sola de las frases con irable sagacidad encontradas por Hidalgo en las horas supremas en que acometió su obra puede ser aceptada hoy por la razón viril del país. “Viva la religión. Viva Nuestra Madre Santísima de Guadalupe. Viva la América. Muera el mal gobierno.” Exclamaciones, o sin sentido concreto o exclusivamente religiosas. Y rechazamos con toda la energía de nuestro corazón el terrible grito con que las multitudes que conmovió Hidalgo tradujeron las empresas de su bandera: “¡Mueran los gachupines!” ¡Los gachupines! ¿Quién no tiene uno de ellos en las raíces de su árbol genealógico? [...] La independencia de México, ¿fue otra cosa que una fase de la evolución histórica de España? [...] ¡Ah! Madre España, tu gran sombra está presente en toda nuestra historia; a ti debimos la civilización, a ti que en pos del conquistador nos mandaste al misionero; a ti debimos la independencia, a ti que de la sombra del virrey hiciste surgir al tribuno, a ti debemos nuestros errores, nuestros crímenes, nuestras virtudes; el día que tu poder material se extinguió en América, ese día tu espíritu siguió viviendo en nosotros, y reflejo de tu tormentosa historia ha sido la nuestra. [...] septiembre 2010 Letras Libres 29
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Enrique Krauze No, el grito de las turbas de Hidalgo no era el verbo de la revolución; era la voz confusa, semianimal del instinto que se despertaba; luego el hombre surgió de ahí, y el día que estrechamos la mano de Juan Prim, tras del instinto había venido la razón, y en el primer momento de esa razón libre y serena nos reconocimos y nos amamos: eras como siempre nuestra madre; seguimos siendo tus hijos. Hijos tuyos, pero libres; y eso se lo debemos al cristianismo filosófico encarnado en el bajo clero; no, no hemos de maldecir en este día a la Iglesia, a quien debemos a Gante y a Motolinía, a Las Casas y a Valencia, a Hidalgo y a Morelos. El espíritu democrático e igualitario del Evangelio se encarnó en estos hombres, como su espíritu de misericordia y amor se encarnó en los primeros. Y entre aquellos protegiendo al indio y estos rebelándolo, había un hilo escondido durante tres siglos; el cura Hidalgo encontró el símbolo gráfico de esta unión: la Virgen de Guadalupe. La obra del cura de Dolores no está en los gritos de sus soldados ni en los saqueos de las ciudades, ni en las matanzas de Las Bateas y de Guadalajara; su obra consistió en hacer pasar las ideas de la atmósfera superior de la especulación pura a las multitudes, en hacérselas amar, como la venganza y como el odio, es verdad; con tanta mayor energía por consiguiente. Él fue el primero, él fue el iniciador, a él la gloria suprema. A pesar de sus retractaciones [...] de su obra no podía retractarse; ella vive en todos nosotros; esta vida de un pueblo libre ha salvado su memoria y ha salvado su alma. [...] Aceptémosla [la fecha del 16 de septiembre de 1810] como la fe de bautismo de nuestra nacionalidad; hagamos de ella la expresión más alta de nuestra religión por la patria [...] que es hoy una religión de esperanza y de paz. Sierra pensaba que esa epifanía era alcanzable y que la violencia –aun la violencia redentora– podía desterrarse ya de la vida mexicana. Se equivocó. El cielo de los héroes, como el de los santos, se había vuelto irrevocable. Los discursos cívicos de la era porfiriana no introdujeron mayores innovaciones. Con el tiempo dejaron lugar al rito del grito y el desfile militar. Pero con el tiempo también tocó la hora de los historiadores, que en diversas obras reescribieron los episodios de la Independencia sin la amargura de Alamán pero sin la exaltación vengativa de Ramírez o el tono devoto de Altamirano. El tomo de México a través de los siglos (1884-1889) dedicado a la Independencia, obra de Julio Zárate, retoma el equilibrio de Orozco y Berra y no omite la referencia a los episodios oscuros de la guerra que habían señalado los historiadores de la primera mitad del siglo. Justo Sierra, en México: su evolución social –publicado originalmente en 1902 y escrito igualmente desde una óptica liberal y evolucionista– completa el lienzo ecuménico trazado en 1882. 30 Letras Libres septiembre 2010
Las Fiestas del Centenario de 1910, orquestadas en su contenido intelectual por el propio Sierra, quisieron ser a un tiempo la representación teatral y la culminación histórica de un abrazo filial y definitivo del mexicano con sus pasados, el triunfo supremo del mestizaje, no de la ruptura. Por eso en el desfile de aquellos días aparecieron todos, hasta los villanos mayores: la Malinche, Cortés, Iturbide. Para el momento culminante, la “Apoteosis de los héroes”, Sierra hizo más, y llamó al octogenario padre Agustín Rivera (hagiógrafo de Hidalgo) para saldar la última deuda: la de la Iglesia con Hidalgo. Para Sierra, ese gran sacerdote de la “religión de la patria” (la fórmula, como se sabe, es suya), aquel fue probablemente su momento de mayor gloria. La fe católica de su madre y la fe cívica de su padre, unidas en una sola. Todo quedaba en paz: para los insurgentes, “un sepulcro de honor”, una Columna de la Independencia; para Juárez, un Hemiciclo. Y en medio de esa apoteosis heroica, el mito viviente de Porfirio Díaz. A los pocos meses la historia, como suele ocurrir, borró el sueño de Justo Sierra. Lo borró por completo y lo borró para siempre. n
Han pasado cien años. No es necesario volver a la óptica de Sierra, a su laica religión, para mirar de nuevo al 16 de septiembre y al cura de Dolores, buscando un valor más precioso quizá que la concordia, porque en el fondo la cimienta: el valor de la verdad. Desde hace décadas, varios historiadores lo han hecho, sin detrimento del amor a ese nosotros todavía posible que es México. Estos historiadores no han buscado ya exaltar las hazañas del héroe, tampoco deturpar sus excesos, ni trazar complejas e improbables explicaciones sobre sus actos espontáneos e insondables. Menos aún rendirle ciega pleitesía. No han practicado la “Historia de Bronce” ni tampoco han politizado ideológicamente a la historia para ajustarla a sus esquemas previos.3 Han trabajado para contestar, simple y humildemente, preguntas que nunca encontrarán respuestas plenas: ¿Quién era Miguel Hidalgo? ¿Un teólogo renovador, un religioso iluminado, un secuaz de la neoescolástica política, un piadoso cura de almas, un empresario industrioso, un criollo proverbial identificado con los indios, un Mahdi del Sudán –como argumentó Francisco Bulnes (1847-1924) en su obra La guerra de independencia, Hidalgo-Iturbide (1910)–, un libertador visionario, un gran seductor? ¿Cómo pensaba, qué sentía, qué movía al héroe, al santo cívico, cuya memoria emociona aún y, mientras exista este país, emocionará siempre, al pueblo de México? ¿Cómo era el cura Hidalgo?~ 3 Entre estos historiadores debo mencionar a Luis González y González, Moisés González Navarro, Juan Hernández Luna, Carlos Herrejón Peredo, Guadalupe Jiménez Codinach, Rodrigo Martínez Baracs, Gabriel Méndez Plancarte, Jean Meyer, Edmundo O’Gorman, Catalina Sierra Casasús, Marta Terán, Ernesto de la Torre Villar, Luis Villoro y Silvio Zavala.
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Jaime Cuadriello
Mariano Escandón,
la sombra que ilumina al héroe La historia tiende, por caprichosas razones, a borrar el peso decisivo de ciertos personajes. Jaime Cuadriello rescata, en este esbozo biográfico, al conde Mariano Escandón y Llera, hombre polifacético y figura clave en la conjura independentista.
H
ay personajes de poder que por decisión propia han quedado desdibujados o envueltos entre las sombras de sus propios entresijos. Hace un par de años me topé con la figura de don Mariano Escandón y Llera (1745-1814), tercer conde de Sierra Gorda, y me sedujo enormemente la personalidad de un criollo a cabalidad y, sobre todo, su transitoria visión del poder: entre la lealtad y el enfado, la contingencia y la insurgencia. Esta figura acabó pareciéndome un destello que iluminaba un aspecto ignorado, especular –y muy humano– del complejo proceso de la lucha por la independencia. O, al menos, me permitió recobrar el perfil social de uno de sus personajes más insospechados y aparentemente paradójicos que, insisto, había permanecido entre telones de motu proprio. Aún más seductora aparecía su figura, como un personaje gozne, situado entre la crisis de la monarquía y la irrupción de la insurgencia, o cuando el sentido del discurso oficial ya mostraba sus inevitables fisuras y contradicciones.* * En realidad mi pesquisa era sobre la invención de un cuadro alegórico auspiciado por don Mariano, que hoy conserva el Museo de la Basílica de Guadalupe y está firmado por Andrés López en 1791. Un raro ejemplo de ekphrasis novohispana o de relación entre pintura y retórica. Puede verse este trabajo in extenso en: Fray Francisco de Jesús María y Andrés López, Cuaderno en que se explica la novísima y singularísima imagen de la Virgen santísima del Carmen, México, 2009, Museo de la Basílica, Honorable Ayuntamiento de Morelia, 2009. 32 Letras Libres septiembre 2010
Canónigo y finalmente arcediano en la catedral de Morelia (antigua Valladolid), Escandón fue de todos respetado como persona moral y de poder, pero también se vio envuelto en un lance controversial y que puso su estatus y honorabilidad en jaque, durante los últimos años de su vida: el levantamiento de la pena de excomunión al cura Miguel Hidalgo. En realidad, su autoridad estaba en relación directa a su desempeño como cerebro financiero de la diócesis y justo se vio confrontado en momentos de crisis por las presiones de la Corona, de cara a los impuestos y a los préstamos forzosos. El respeto granjeado por su persona también era consecuencia de una imagen construida y cuidada: sin ganas de figurar entre los arrebatos del tiempo, se hizo, en el ámbito privado, de un estilo de vida munificente pero sin olvidar a los desvalidos, impresionando intencionalmente a todas las clases sociales. Nacido en Santiago de Querétaro en 1745, era heredero de un capital social en activo por méritos de familia y de peso en la región, en tanto hijo de uno de los hombres más poderosos y temibles de la Nueva España, el conquistador de origen montañés José Escandón y la Helguera, conde de Sierra Gorda. Un militar “pacificador” que durante cincuenta y cuatro años, por iniciativa propia, había extendido los territorios del virreinato y sometido a los grupos indígenas más resistentes e indómitos de la sierra queretana-hidalguense y del noreste septentrional o “seno mexicano”. Mariano era el segundo vástago en la línea de sucesión y así en 1759 fue enviado a la ciudad de México al Colegio de San Ildefonso para emprender la carrera eclesiástica: se graduó tres veces de bachiller en la Real y Pontificia Universidad en filosofía, cánones y derecho civil. Luego recibió el presbiterado de manos del arzobispo Lorenzana y, cuando
comenzaba su carrera como catedrático, la muerte de su padre en 1770 lo obligó a restituirse a Querétaro para ponerse al frente de los negocios familiares. Más aún porque pesaba sobre la figura del primer conde un juicio de residencia, que afectaba la reputación y el porvenir de sus descendientes –suspendidos para ocupar puestos públicos–, y que no se resolvió favorablemente sino entre 1773 y 1774. Gerente, canónigo y caballero Este último año ingresó a la catedral de Valladolid y tres años después quedó nombrado “juez hacedor de las rentas decimales”, empleo que desempeñó hasta su muerte. Esta designación estratégica y de confianza, que ponía en sus manos la economía de la diócesis, se hizo en razón de sus estudios, su carácter disciplinado y sus amplias cualidades morales. El argumento para darle colocación en su silla honorífica de coro no era menos singular y distinguido, dados los tiempos que corrían o por invocarse el medieval derecho de sangre: “canónigo de gracia por conquista”. Puesto en esta carrera por rehabilitar la buena fama de su casa nobiliaria, Mariano se sintió poseedor de la trayectoria necesaria para solicitar la cruz supernumeraria de la Real y Distinguida Orden de Carlos III a finales de 1788, bajo la advocación de la Inmaculada Concepción. Entonces se levantó una información de sus méritos y servicios, anexando la opinión ponderada del obispo Antonio de San Miguel. El prelado, en su oficio dirigido al rey, dejaba en claro que además del reconocido prestigio familiar “por conquista”, al pretendiente lo acreditaba su notable labor al frente del ramo de las rentas diocesanas. No se olvide que se trataba de posiciones istrativas desde las cuales la Corona obtenía jugosos dividendos y en la forma estaba el fondo: por medio de esta gracia, para vestir el hábito de caballero, se dejaba sentir el metadiscurso del caso, ya que en la persona del canónigo Escandón quedaría reconocido el enorme peso económico, tan estratégico en aquellos tiempos, de toda aquella corporación diocesana y su enorme territorio istrado. Más allá de condecorar y premiar los servicios a la Corona, la orden caballeresca se había instituido como una forma de ejercer mayor control desde la metrópoli: tanto para que nobleza y funcionarios representaran debidamente las nuevas políticas de Carlos III y, en el caso de los eclesiásticos, los intereses de su Real Patronato. Ya que sus , vistos realmente como agentes reales, juraban solemnemente “no emplearse directa o indirectamente contra la persona del rey, su casa y sus estados; servir a su majestad bien y fielmente en cuanto fuera su voluntad destinarlo y reconocerle como único jefe y soberano”. A la fundación de beatas terciarias de Valladolid, que tomó a su cargo, canalizó el grueso de su fortuna, hasta hacerles construir claustro e iglesia desde sus cimientos. En su retablo colocó una Virgen apocalíptica del Carmen como nueva devoción, para que las internas, rezando a diario, mitigasen los estragos
de la Revolución sa y así se aplacara, desde América, a los enemigos de la religión. Como caballero de Carlos III, también apoyó la apertura de los monasterios que la marquesa de Selva Nevada abría en Querétaro, en la villa de San Miguel y Valladolid. Valga decir que la razón principal que empujaba a la marquesa para levantar sus monasterios, pagando cuantiosas sumas en procuradores y arquitectos (fortuna de pulque), era todavía de ánimo profético; es decir, en la restauración de la milenaria obra del Carmelo, que recientemente se veía conculcada y abolida por la guillotina del terror: “Viniéndome a la memoria, con mucha vehemencia, las actuales revoluciones de Francia, se renovaron todos mis deseos anteriores, con las funestas noticias de haber acabado con todos los monasterios, particularmente los nuestros, y haber dado muerte a las religiosas.” En efecto, la ejecución en el cadalso de las carmelitas de Compiègne en 1792, por el delito de mantenerse viviendo clandestinamente en comunidad, estremeció los sentimientos de esta remota mujer novohispana. En su memorial al rey no dejó de recordar que si en “la desgraciada Europa” se vivía “una escena de horror y catástrofe, toda sangre”, era forzoso que en la “distante América”, para mayor “gloria y consuelo” del rey católico, se le restituyera a la Iglesia cada uno de aquellos rebaños sacrificados. La agenda criollista en aras de la regeneración de una cristiandad amenazada, que venía desde la crónica franciscana de la evangelización y que se reavivó con el guadalupanismo del siglo xvii, aún se mantenía vigorosa al final del Siglo de las Luces, patente en las representaciones de esta mujer de la nobleza, que no se desistía ante las negativas reales para fundar comunidades contemplativas. Si la marquesa con sus caudales fue el último adalid de la restauración del trono, don Mariano, su amigo, hacía lo propio en aras del patriotismo de aquella causa, que ponía a ambos en pie de guerra, con sus caudales y devociones, para destierro de las ideas de los filósofos. Excéntrico, jurista y financiero A la muerte de su hermano Manuel en 1800, nuestro personaje se querelló con sus restantes consanguíneos para heredar el título paterno y sus honores, preeminencias, fueros, inmunidades y prerrogativas. Así logró que ellos se desistieran durante el proceso, aunque se reservaron, a la postre, el vínculo de la sucesión. Don Mariano fue en realidad el tercer y penúltimo conde de Sierra Gorda en derecho de sangre, y en este lance demostró cuánto era el alcance y la eficiencia de sus apoderados en la corte, sobre todo porque el fiscal del Consejo de Indias había dictaminado en su contra, argumentando “que no era compatible el título nobiliario con el estado clerical del solicitante”. En 1794 el obispo fray Antonio de San Miguel hacía un reporte ante la metrópoli de las virtudes y debilidades de cada uno de los de su cabildo. Tal fue la opinión que correspondía al licenciado Escandón: “Americano, profesor de septiembre 2010 Letras Libres 33
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Jaime Cuadriello derecho, de brillantes luces, juez hacedor durante 18 años; de genio laborioso activo y a cuyo empleo deben las rentas de esta Santa Iglesia el incremento que hoy tienen.” Por su parte, el intendente de Michoacán añadía que era “muy limosnero, pues invierte todas sus rentas en un beaterio, con mucha utilidad de las que en él voluntariamente se recogen y de la enseñanza de niñas”. Además, todos sabían que como jurista tomó a su mando la reforma del Real Colegio de San Nicolás, usando el legado que, como albacea, le confiara doña Francisca Villegas para abrir las nuevas cátedras y dotar al personal docente. Una semana antes de morir recordó a sus albaceas que dieran seguimiento a la dotación de aquel plantel “que yo he amado tanto”. El brillo del rectorado de don Miguel Hidalgo se debe, en buena medida, a este padrino previsor que puso las condiciones financieras y académicas para el florecimiento del plantel. Este aristócrata se hizo respetar por la agencia de sus títulos, sus donaciones y su peculiar estilo de vida y de esta suerte se construyó un enorme palacio de gusto asado sobre la calle real, a solo dos cuadras de la iglesia catedral. Puso sus armas nobiliarias en el frontispicio y así, como hito urbano, era un sitio que rivalizaba en vista y esplendor con el palacio episcopal. El poder y el lujo estaban patentes en sus objetos suntuarios, en una nutrida galería de pinturas y esculturas, sin competidores en la ciudad, y en las especies naturales de su jardín interior. La librería era sumamente representativa de sus ascendientes montañeses y queretanos, de sus devociones de tradición jesuítica, pero también de las figuras episcopales de Juan de Palafox, Antonio de Margil y don Vasco de Quiroga. No faltaron las apologías clandestinas de la Compañía de Jesús. Hay que agregar los títulos propios de la crítica y la ilustración española: Feijoo, Torres Villarroel y Ponz. Entre los historiadores de tema americano estaban los cronistas reales y destacaba el tomo de Lorenzo Boturini. El grueso de los títulos también revelaba su trayectoria en los campos retórico, jurídico y istrativo. El atractivo mayor para el pueblo y regocijo de su propietario eran sus exquisitos jardines, para los que construyó una esbelta pérgola o balcón de arquería exenta. Entre cipreses y variados frutales, había especies botánicas recolectadas por su rareza y propiedades. Así, como todo un cardenal Barberini o Aldobrandini –o evocando una visita por el palacio Boboli–, también se preciaba de su zoológico de ejemplares exóticos entre los que se contaba un insólito elefante junto al cual, se dice, solía pasear por las polvorientas calles de Valladolid en medio del regocijo de los niños. Nada inocente era el mensaje que debieron entender sus contemporáneos con semejantes extraversiones del personaje, ya que la simple posesión de una pinacoteca y un hortus palatinus, como escenario de poder, magnificaba a su propietario ante los desposeídos y lo asociaba con un paradigma del poder absoluto: un teatro dispuesto para sancionar el rango y el estatus social de quien lo posee, el primero de todos el monarca. 34 Letras Libres septiembre 2010
En el ojo del huracán Pero más allá de sus reconocidas habilidades financieras y virtudes caritativas, don Mariano desempeñó un papel crucial en el gobierno istrativo y político de la diócesis y en especial durante los primeros años del levantamiento insurgente. Llevó con estoicismo y apego su fidelidad al rey, durante el negocio de la consolidación de vales reales de 1804; sin embargo, esta sangría a las finanzas regionales hizo mella en su mudanza política ya que, cuatro años después, sus enemigos aseguraban que era partidario de las infidencias. Luego de la crisis de la monarquía en 1808 y descubierta la conspiración de Valladolid en diciembre de 1809, cuatro de sus que resultaron arrestados estaban íntimamente ligados al conde de Sierra Gorda, si bien en ese momento no hubo imputaciones directas para implicarlo. Para suplir las funciones del obispo electo Abad y Queipo, fugitivo luego del estallido de 1810 (y sin la plenitud de su dignidad, todavía por carecer de confirmación pontificia), nuestro hombre se vio obligado a desempeñarse como gobernador de la mitra. Y así, de improviso, se halló ante la necesidad de levantar la pena de excomunión que caía sobre el cura Hidalgo, compelido por una razón in extremis, pero también con el afán de atenuar la crispación social y religiosa que, como nunca, galvanizaba a todas las clases. Incluso, a la cabeza del cabildo vallisoletano, el conde dio entrada al caudillo de Dolores bajo palio, colocado a las puertas de la catedral, en una función solemne con orquesta y luces, que a la postre resultó escandalosa para los ajenos y detractores. El 16 de octubre, pues, habían aparecido los cartelones en las puertas que extendían el beneficio del levantamiento de la pena a quienes, de facto, se consideraban fuera del seno de la Iglesia: “Por decreto de catorce del corriente el señor gobernador de esta mitra, licenciado Mariano Escandón y Llera, conde de Sierra Gorda, arcediano dignidad de esta santa Iglesia, en virtud de la jurisdicción ordinaria que en su señoría reside, se ha servido declarar, como declara absueltos así a dichos nominatin excomulgados, como a cualquier otra persona que hubiese incurrido en la censura por haber cooperado en manera alguna al movimiento que dio causa a ella.” Durante la ocupación insurgente de setenta días, don Mariano se hallaba con la mitad de su cabildo escondido, en medio de una población hundida en la zozobra y así tuvo personalmente que negociar entre la sociedad y el nuevo gobierno emancipado, cuyo jefe político, Mariano Anzorena, era su amigo cercano. También es cierto que a este “canónigo por gracia de conquista” ha quedado ligado al padre José María Morelos, a quien efectivamente dio licencia para ausentarse de su curato de Carácuaro y protegió de diversos modos, antes y después del rompimiento. El caso del “Siervo de la Nación” no fue el único en la agenda de protegidos de don Mariano y así tuvo que padecer las denuncias secretas que se alzaron en su contra desde principios de 1811 y que se repitieron en 1813. No por casualidad, el informe del comandante peninsular José de la Cruz, acuartelado en Valladolid en diciembre de 1810, ya
Colección Comunidad de Carmelitas, Morelia.
relaciones con los caudillos, desde los tiempos en que Hidalgo dirigía el Colegio de San Nicolás, y por poner a la Iglesia en un predicamento o “a discreción de los partidos”, según Alamán, fue llamado por el gobierno virreinal a México. Allí “se disculpó del cargo que se le hizo por esta conducta”; pero ni así, en lo sucesivo, sus enemigos más acérrimos lograron molestarlo hasta su muerte, ocurrida la tarde del 17 de diciembre de 1814. Sin embargo, no pocas amarguras y trastornos tuvo que padecer don Mariano durante los últimos cuatro años de su vida, “años turbados”, como los llamó, precisamente cuando formuló su poder para testar, una semana antes de morir, y nombró como única y absoluta heredera del remanente a “su alma compungida”.
Retrato de Mariano Escandón y Llera, de Juan de Dios Mercado.
recuperada la plaza, reportó a Escandón ante las autoridades de un modo bastante explícito y sumario: “Americano, sujeto que goza de una influencia en el pueblo extraordinaria, pero débil y adulador del cura rebelde Miguel Hidalgo y sus otros compañeros. En su casa concurrían a jugar billar y allí se conferenciaba públicamente sobre la insurrección, poniéndose él de parte siempre de los revoltosos. Conviene quitarlo de aquí.” Pero también hay que decir que, ante lo irremediable de aquellos acontecimientos, el conde había dado muestras de heroísmo y arriesgando la vida entró en acción en situaciones límite: entonces el populacho intentaba degollar a ciento setenta españoles resguardados en el ex colegio de los jesuitas, en los momentos en que se acercaban las tropas realistas para recuperar la plaza (realmente en el imaginario de la época el escenario era aterrador por lo que había sucedido semanas atrás en la Alhóndiga de Granaditas). Tanto el tumulto como la degollina fueron contenidos gracias a la intervención del canónigo Escandón que, con la custodia del Santísimo en mano, apaciguó los ánimos de los indios, sobre los cuales su figura infundía hondo respeto. Sin embargo, dadas sus conocidas
Entresijos de la conciencia Una vez más hay que ponderar el lance del levantamiento de la pena de excomunión al cura Hidalgo, emitido por este conocido y notable caballero de la Real Orden de Carlos III. O bien analizar las consecuencias de esta decisión, que apenas así capoteaba el vendaval de la violencia y los ataques entre viejos amigos y nuevos enemigos. Este episodio ya era tenido como una razón a fortiori o indeseable por sus implicaciones y merced al cual, sin embargo, el nombre del tercer conde de Sierra Gorda ha pasado, con cierta aura de patriotismo, a las páginas de la historia de bronce. En verdad su intervención estuvo envuelta en los avatares propios de la contingencia, la ambigüedad, entre el enredo y la reserva, el proceder con cautela y disimulo, o entre lo que se hace y discurre, como reza el diccionario. En suma, estamos en una zona de perplejidad, que se tiende entre el actuar con prudencia, para bien de todos, o encubrir el desacato y así hallar satisfacción a las ambiciones personales y circunstanciales; o, si se quiere, entre aquel conjunto de hechos que rebasan la condición del individuo, que en la medida de lo posible puede expresar sus intereses, o que en última instancia ponen por delante, para deshacerse de responsabilidades, “los deberes” de su persona moral e institucional. Don Mariano era entonces un individuo literalmente en crisis, que por una parte se reconoce como representación de toda una corporación pero por otra comprometido con los intereses de “el lugar” (sobre todo ante un sistema que no hay otra manera de cambiar). De tal gravedad se tuvo este episodio de la revocación que a nuestro personaje se le obligó a presentar “una satisfacción por escrito” a fines de diciembre de 1810 y dirigida “al pueblo cristiano”. Este documento, bien leído, dejaba ver a un sujeto institucional que como otro cualquiera, puesto de frente a la frontera de lo irremediable, defiende al conjunto de la civitas ante los horrores de un tercer agente incontrolable, inaceptable para todo hombre ilustrado: la violencia. Para justificar este proceder, el gobernador de la mitra consultó el parecer de los teólogos y canonistas diocesanos que tuvo a la mano; y, luego de deliberar en una junta, en un dictamen avalado con su firma, se concluyó: que en semejantes circunstancias no había más remedio que recular. Así, pues, “era septiembre 2010 Letras Libres 35
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Jaime Cuadriello conveniente, y aun necesario, fijar los rotulones levantando la excomunión, con lo que en efecto se sosegó la inquietud del pueblo llano y no se despreció escandalosamente la censura”, conservando la tranquilidad pública y, por ende, el orden jurídico de su Iglesia. También en prevención de un derramamiento masivo de sangre, más aún “entre el pueblo dividido ya en partidos”; o de que el inaudito y terrible edicto de excomunión llegara a levantarlo por la fuerza la plebe, humillando de paso a la autoridad y escarneciendo la dignidad de la misma clase clerical. No olvidemos que en ese entonces, la persona del cura Hidalgo se confrontaba allí, ante la cátedra de Valladolid, con su inmediata autoridad istrativa, judicial y canónica, y, en cuestión de su ministerio sacerdotal, también quedaba sujeto ante su primera adscripción pastoral, la cual, en derecho, le requería absoluta obediencia y acato. ¿Qué habrían acordado entonces los antiguos conocidos y canonistas de San Nicolás? Los papelones fijados en las puertas de catedral simbolizaban, más allá de la letra, una medida contingente para distender o atenuar las arrebatadas invectivas que el mismo obispo Abad y Queipo había emitido, con una retórica incendiaria nunca vista hasta entonces. Dadas “las fatales noticias” que llegaban de los desmanes y saqueos en Guanajuato, “exageradas hasta el último grado de la consternación”, había que poner en
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resguardo no solo a este obispo irascible y al intendente (que salieron huyendo junto con la principales familias), sino, sobre todo, asegurar la inviolabilidad de las monjas y beatas que, por cierto, ya resentían los miedos y las histerias colectivas. Tengo para mí que estos eran los dos motivos, en su fuero interno, más apremiantes o que causaban sus mayores aflicciones, dado que en el imaginario de la época estaban vivas las profanaciones de las clausuras a manos de los revolucionarios. Tal como se lee a la letra de su puño, el conde invocaba razones entendibles y del todo afectivas: “Causó mayor novedad en los conventos de religiosas y colegios de niñas educandas, que por razón de su poco discernimiento se llenaron de inquietudes y ansiedades de espíritu; igual conmoción aparecía en la gente baja, aunque por diverso principio, por creer ésta que la excomunión, siendo fulminada por un europeo, y que aún no estaba consagrado, era ineficaz, con lo que había ya cierto desprecio de la censura.” Al cabo, este documento satisfactorio se ha querido como una retractación hecha a pedido; es decir, don Mariano estuvo conminado a su escritura no tanto por su propio proceder, sino por la evidente contingencia de proteger la institucionalidad diocesana; ya que los insurrectos, aunque incursos o no en esta pena mayor, en realidad, por motu proprio, permanecían “en contumacia”. En 1776 el obispado de Michoacán era considerado por Antonio León y Gama el “más poblado y floreciente de toda la América” y aun de la monarquía. No por acaso los hechos que se sucedieron en las siguientes tres décadas prueban que la política de la Corona fue de creciente intromisión y asedio, tal como lo estudió David Brading en uno de sus mejores libros. Hay que recorrer esta saga de agravios: la secularización y escisión de la vida conventual, el cercenamiento de la jurisdicción diocesana, el ataque a las inmunidades eclesiásticas, la instauración de las intendencias, el nuevo control sobre diezmos y la consolidación de vales reales para pagar guerras extranjeras. La situación se agudizó entre 1785 y 1804, cuando las exacciones forzosas y el descontento se hicieron sentir entre las élites locales. Un lustro antes del estallido de 1810, sin duda el conde de Sierra Gorda ya había colgado sus hábitos caballerescos, que le reclamaban absoluta y vitalicia fidelidad a los reyes, especialmente para “cuidar por sus intereses personales, no emplearse directa o indirectamente contra la persona del rey” y velar por la conservación de sus dominios; y así dejaría ver –entre los juegos de billar y sus manejos financieros– su simpatía por los proyectos de los curas y letrados conjurados con los que, en repetidas ocasiones, hiciera tertulia en su palacio de goût antique. Más aún, su título nobiliario, su dignidad eclesiástica y sus distinciones reales pasaron a ser simples vestiduras de oropel cuando, a las puertas de la catedral de Valladolid, con capa pluvial y aspersorio en mano, dio la entrada triunfal al padre Hidalgo y sus variopintas huestes. Entonces, todavía humeaba la desolación en el Bajío y el cura de Dolores aún no se hallaba investido como generalísimo de sus ejércitos. ~
El padre incendiario
Fausto Ramírez
Hidalgo en contrapunto: de caudillo visionario a Padre de la Patria Mediante el estudio de una litografía de 1828 y un óleo de 1865, ambos retratos del cura Hidalgo, Fausto Ramírez muestra las transfiguraciones y disputas que marcaron, durante el cruento siglo xix, el imaginario de nuestra independencia.
L
a imagen desempeña un papel capital en la construcción y consolidación de esas “comunidades imaginadas” que constituyen un Estado nación en sentido moderno. A través de las representaciones figurativas de emblemas, próceres y hechos o acciones “sobresalientes” se va definiendo, e imponiendo, al correr de los años, un conjunto de signos que acaban por darle a dicha “comunidad” –junto con el idioma, las costumbres y el sentimiento de pertenencia territorial, entre otros factores– una identidad histórica compartida. Entre las imágenes más poderosas e influyentes para la construcción de un imaginario nacional, se halla la del “fundador” (o, en su caso, “fundadores”) de la patria: una figura simbólica esencial que, si bien suele tener un innegable sustento histórico, su postulación y consagración decisivas son el resultado de un proceso interpretativo, a veces muy accidentado y polémico, estrechamente vinculado con las circunstancias y los avatares políticos, que llevan al encumbramiento o a la negación de aquella figura, a compás del modelo de nación propuesto por los partidos, bandos o facciones que forman las élites rectoras en conflicto. Tal fue la situación en México durante una buena parte del siglo xix: conservadores y liberales proponían alternativamente, y argumentaban con ardor, los méritos y los defectos respectivos de Agustín de Iturbide y Miguel Hidalgo para ser reputados como los genuinos fundadores de la nación. Y no en conjunción complementaria, sino con singularidad excluyente. 38 Letras Libres septiembre 2010
Iturbide representaba la Independencia con Unión, con arreglo al programa trigarante propugnado por los conservadores; mientras que, para los liberales, Hidalgo valía como el prototipo modélico del beligerante conductor de masas, iniciador de una revolución librada a sangre y fuego contra los poderes constituidos del coloniaje. Solo con el triunfo de la República en 1867 y, en el transcurso de la prolongada paz porfiriana, con la imposición correlativa del “liberalismo conservador” como paradigma hegemónico de praxis ideologicopolítica, acabó por consolidarse, más allá de toda discusión, la noción de Hidalgo como el verdadero “padre de la patria”. En estas breves páginas me voy a referir a dos retratos “históricos” de Hidalgo que nos ofrecen sendas variantes interpretativas de la figura del iniciador de la Insurgencia, si bien no opuestas en rigor, sí con sensibles diferencias de matiz. La primera subraya el papel de Hidalgo como líder carismático de una insurrección dirimida en los campos de batalla y, por lo tanto, como el guerrero inspirado que exhorta al pueblo a tomar las armas y pelear por su libertad. La segunda, en cambio, nos presenta a un venerable anciano reflexivo que, en la quietud nocturna de su estudio (léase, su despacho parroquial), acaba de redactar la proclama que habrá de dar inicio al proceso de emancipación. Un guerrero, pues, y un humanista respectivamente. “Sacerdote y caudillo” Me refiero, en primer término, al retrato litográfico del cura de Dolores que el dibujante y litógrafo Claudio Linati (Parma, 1790-Tampico, 1832) incluyó en su álbum Trajes civiles, religiosos y militares de México, impreso en Bruselas en 1828, en el Real taller litográfico de Gobard, por el editor Ch. Sattanino. Esta colección litográfica, formada por 48 estampas coloreadas a
mano, cada una de las cuales va acompañada por un comen- y una capa amplia. Un sombrero de anchas alas, montado con tario explicativo, si bien puede ser encuadrada en la tradición largas plumas prendidas en un joyel, o quizá una cucarda, comiconográfica de las “colecciones de trajes” –un género de publi- pleta su atuendo. Mira extático hacia arriba, como si invocase caciones muy difundido y apreciado desde la segunda mitad el poder divino en apoyo de la “guerra justa”. Está situado en del siglo xviii en los circuitos internacionales, tanto europeos pleno campo de batalla, como lo indican los grupos de soldacomo americanos– rebasa, con todo, las expectativas usua- dos, de escala comparativamente minúscula y trazados con les. Lejos de ser una simple serie de estampas costumbristas rasgos muy leves del lápiz litográfico, que flanquean su colosal de talante pintoresco, con sus ribetes “exotistas” al gusto del presencia. La solución compositiva adoptada es muy usual en consumidor foráneo, Linati construyó una visión panorámica este género de retratos históricos, con el personaje posando del país recién independizado, donde abordaba, desde una sobre un horizonte muy bajo, lo que contribuye a enaltecer su perspectiva crítica, cuestiones fundamentales sobre la compleja protagonismo heroico. estructura étnica, socioeconómica, política y religiosa en la que Pese a la impresión de extravagancia y teatralidad que la el secular dominio colonial había dejado su impronta. No en estampa nos produce, es muy factible que la interpretación de balde Linati, carbonario y masón, llegó a México al término de Linati sea más verosímil de lo que a primera vista se antoja, y que aun se quede corta. Según consta en la acusación inquisiuna larga trayectoria revolucionaria en el viejo continente. Además de exaltar el valor y la torial de 1811 contra el antiguo cura de destreza de los integrantes anóniDolores, el traje de campaña adoptamos de las tropas insurgentes, dedido por este consistía en “media bota, có retratos y comentarios laudatorios pantalón morado, banda azul, chaa Hidalgo, a Morelos y a Guerrero, leco encarnado, casaca verde, suelasí como al presidente Guadalupe tos y collarín negro, pañuelo pajizo Victoria, entre otros personajes. Y, al cuello, turbante con plumaje de no por acaso, el álbum abre con la todos colores [...], la insignia al pecho efigie de Moctezuma, en un intento del Águila rampante que quiere desde vincular el fin del “imperio” aztetrozar al León, un alfanje moruno al ca y el nacimiento de México a la vida cinto, y en la derecha una garrocha independiente como un acto reivinde cuatro varas; pintando en su estandicatorio. Resulta evidente que, para darte la imagen de Nuestra Señora de Linati (lo mismo que para Servando Guadalupe con la siguiente inscripTeresa de Mier y para Carlos María ción: Viva la religión; Viva Nuestra de Bustamante), la legitimidad de Madre Santísima de Guadalupe; la Independencia se fundaba en el Viva Fernando Séptimo; Viva la argumento de recuperar, para los América, y Muera el mal gobierno”. indígenas, la tierra que los espaA lo que parece, Hidalgo solía preñoles les habían arrebatado. En el sentarse ante la tropa revestido con texto dedicado a glosar la figura de tan excéntrica indumentaria con el Hidalgo se refiere a “la corta pero deliberado propósito de subrayar su brillante carrera de [...] ese padre que Hidalgo, de Claudio Linati. Litografía, 21.5 x 15 cm. carácter de caudillo popular e impoconcibió y ejecutó él solo una revonerse, así, a sus seguidores. lución tendiente a elevar a su patria al rango de las naciones”. La representación del cura ideada por Linati podría ser Y precisa: “Este dibujo presenta con exactitud las facciones y interpretada, pues, como la de un exaltado guía, visionario y el traje del jefe de la insurrección mexicana, cuando a nombre medio alucinado que, lanzado a los caminos de la revolución, de la religión y de la libertad llamó a los descendientes de asume su papel de conductor de almas, en un sentido tanto Moctezuma a salir del sueño de la servidumbre en el que patriótico como espiritual. No hay que olvidar que Benito estaban sumergidos hacía tres siglos.” Juárez, en un discurso septembrino pronunciado en la ciudad Por su actitud, vestimenta y atributos, el Hidalgo de Linati de Oaxaca en 1849, calificaría a Hidalgo de “nuevo Moisés”. revela su doble condición de sacerdote y guerrero. Su figura se eleva, firmemente plantada, con una cruz en la mano izquierda Hidalgo en su estudio y, en la derecha, una larga vara o cayado. Va provisto de otras La segunda efigie del cura de Dolores a la que me voy a referir armas: un sable le cuelga de un tahalí terciado al pecho y, metida es la de un gran cuadro pintado al óleo en 1865 por Joaquín en el ceñidor, lleva una pistola de la que solo percibimos la Ramírez (ciudad de México, 1832-1866), un destacado pintor culata. Viste ropa holgada, con pantaloneras de cuero repujado académico de mediados del siglo. Fue exhibida en la decimoseptiembre 2010 Letras Libres 39
El padre incendiario
Fausto Ramírez tercera exposición de la academia de San Carlos (por entonces denominada Imperial), celebrada en noviembre de aquel año, bajo el título de Retrato del benemérito de la patria, General D. Miguel Hidalgo. Le hacía par, en aquella exposición, el igualmente monumental Retrato del libertador de México D. Agustín de Itur-bide, de Petronilo Monroy, así como los bocetos de sendas efigies de otros dos “beneméritos de la patria”, los generales José María Morelos (por Monroy) y Mariano Matamoros (por José Obregón). Todos ellos estaban destinados a vestir las paredes del más suntuoso de los salones de honor que Maximiliano ordenara erigir, mediante las readaptaciones pertinentes, en el Palacio Nacional (entonces “Imperial”). La tarea de disponer y coordinar la decoración pictórica, tanto de este recinto como del alcázar de Chapultepec, le había sido confiada a Santiago Rebull, profesor de la Academia, quien para ello echó mano de los talentos de sus discípulos más aventajados. La serie de retratos históricos ejecutados para el “Salón de Iturbide” habría de completarse con un par adicional, los de Ignacio Allende y Vicente Guerrero (obra de Ramón Pérez y Ramón Sagredo, respectivamente), no expuestos en 1865. Es necesario analizar la imagen de Hidalgo dentro del conjunto iconográfico del que formaba parte, para calibrar mejor la intención del programa. Si bien es cierto que el nombre asignado a este salón honraba la memoria de Iturbide como “libertador de México”, según lo precisaba el título original del retrato respectivo, el pintor lo representó no en el acto de proclamar la independencia (como sí lo hiciera Manuel Vilar en una escultura de 1851) sino engalanado con el atuendo y las insignias imperiales, con la probable mira de construir una relación legitimadora de precedencia con el propio régimen de Maximiliano. Y, también, como un gesto de aquiescencia con la interpretación histórica del nacimiento del México independiente propuesta por Lucas Alamán y defendida a ultranza por el partido conservador. Con todo, la copiosa presencia numérica asignada a los caudillos insurgentes resultaba arrolladora, confrontada con el solitario trasunto de Iturbide. Vale recordar el ideario de gobierno que el príncipe austriaco había formulado en el momento de aceptar condicionalmente la corona de México que la Junta de Notables le fue a ofrecer a Miramar. Su propósito sería, dijo, “instaurar una política verdaderamente nacional, debido a la cual los diversos partidos, olvidando sus antiguos resentimientos, trabajen en común para colocar a México en el sitio preferente que le está destinado entre todos los pueblos”. Y en el primer aniversario septembrino que le tocó festejar al emperador ya en México, desde el balcón de la antigua casa parroquial de la villa de Dolores Hidalgo (adonde viajara expresamente, en un audaz gesto simbólico), pronunció un discurso en el que reiteraba su exhortación a dejar atrás los “años y años de pasiones, combates y luchas” entre hermanos, y los odios de partido. Y advertía: “El germen que Hidalgo plantó en este lugar debe ahora desarrollarse vigorosamente, y aso40 Letras Libres septiembre 2010
ciando la Independencia con la Unión, el porvenir es nuestro. Un pueblo que bajo la protección y con la bendición de Dios funda su independencia sobre la libertad y la ley, y tiene una sola voluntad, es invencible y puede elevar su frente con orgullo.” Resulta claro, pues, que la idea del emperador era cimentar el porvenir de la nación sobre la reconciliación de los partidos. Una ilusión, a la postre frustrada, que se manifestaría, entre otras acciones, en la incorporación a cargos de poder, sobre todo cultural, de algunos prohombres del grupo moderado de filiación liberal que accedieron a colaborar con el régimen. Y, en términos plásticos, con el encargo de la galería iconográfica de los fundadores de la nación concebida para el palaciego “Salón de Iturbide”, y de la que el Hidalgo de Ramírez formaba parte. Con el gran peso numérico y visual acordado a los “antiguos patriotas”, es obvio que el programa en su conjunto rendía también tributo a la versión liberal del proceso de la independencia. En semejante visión “integral” y conciliatoria, Allende, Matamoros y Guerrero encarnan los valores y virtudes de la guerra insurgente, mientras que Hidalgo, Morelos e Iturbide representan sucesivos aspectos “jurídicos” del movimiento en su totalidad. No por acaso los primeros comparecen, armados, en un escueto paisaje a cielo descubierto, mientras que los segundos comparten un espacio arquitectónico con una mesa –símbolo de autoridad– colmada de libros y papeles. Además, otra lectura es posible si agrupamos por pares a los protagonistas de este “panteón heroico”: Hidalgo y Allende figuran la relampagueante etapa inaugural de la insurrección; Morelos y Matamoros, en una relación de líder y “brazo derecho”, evocan las campañas militares más gloriosas de la insurgencia; Guerrero e Iturbide, por último, son los protagonistas de la alianza entre el caudillo popular heredero de la tradición insurgente y el militar elegido por las élites criollas para dar cima al ya generalizado deseo de independencia. Por lo que toca a la imagen del cura de Dolores, el pintor lo representó en su despacho de la casa parroquial, de cuerpo entero y de pie. Tiene la mano izquierda apoyada en el brazo de un sillón, mientras que con la derecha señala un documento colocado sobre la mesa, donde hay también recado de escribir y un altero de libros. El fondo lo ocupan un gran cuadro de la Virgen de Guadalupe y un reloj de pared que marca las 5:55 horas. En el documento es posible leer algunas letras y palabras: “Viva la I[ndependencia] Mexicanos [...]” Pareciera, pues, que el cura hubiera estado trabajando en la redacción de la proclama que está a punto de leer ante los feligreses que habrán de reunirse, a la hora del alba, ante la parroquia del pueblo. Un comentarista anónimo describía así, en un periódico de la época (La Sombra, 28 de noviembre de 1865), la acción representada: “Todo en el cuadro es una histórica verdad. Hidalgo se levanta de un sillón en los momentos de resolución suprema: su actitud no es guerrera ni lo que se llama ideal; es la actitud de un anciano vigoroso, en cuyo semblante se
revela un pensamiento gigantesco, una abnegación tranquila, ¿De dónde venimos? ¿A dónde vamos? Ese es el doble una bondad habitual [...] El espectador aguarda, espera verle problema cuya resolución buscan sin descanso los individuos y las sociedades; descubierto un extremo se fija el dar el segundo paso y salir del aposento a la plaza del pueblo memorable que inmortalizó con su nombre.” otro, el germen de ayer encierra las flores del mañana; si Reparemos en que, en los párrafos citados, se borra o difunos encaprichamos en ser aztecas puros, terminaremos por mina la visión de Hidalgo como guerrero, eludiendo con ello los el triunfo de una sola raza para adornar con los cráneos recuerdos ingratos –según la interpretación conservadora– de de las otras el templo del Marte americano; si nos empelas matanzas, desmanes y saqueos asociados al arranque de la ñamos en ser españoles, nos precipitaremos en el abismo insurrección, cuyo recuerdo pesó fuertemente en algunas de de la reconquista; pero no, ¡jamás!, nosotros venimos del las interpretaciones historiográficas tempranas de este movipueblo de Dolores, descendemos de Hidalgo y nacimos miento y, por supuesto, fue determinante para lo negativo del luchando como nuestro padre por todos los símbolos de juicio alamanista. La imagen del cura como humanista ilustrado la emancipación, y como él, luchando por tan santa causa por la que Ramírez optara resultaba, pues, mucho más sosedespareceremos de sobre la tierra. gante que la del soliviantador de las masas propuesta por Linati, y cumplía El segundo texto procede de la sema cabalidad con las exigencias retóricas blanza de Hidalgo redactada por del “decoro” que debe presidir la ornaGustavo Baz, y que forma parte de mentación de los espacios públicos de una compilación de biografías dediuna sede del poder. cadas a los Hombres ilustres mexicanos, Por otra parte, la caracterización una ambiciosa obra en cuatro tomos que en el artículo de La Sombra se hace de publicada entre 1873 y 1875, durante la la figura del párroco de Dolores como República restaurada, y donde colaun “anciano vigoroso”, con las faccioboró la plana mayor de escritores del nes marcadas por un “pensamiento partido liberal. Y dice: gigantesco” y una “abnegación tranquila”, se había convertido en un lugar En su heroísmo, el cura de Dolores no común para glosar la significación del sólo combatió contra las fuerzas matehéroe en la historia nacional. Al correr riales de España, sino también contra de los años, y en particular luego de los hábitos, contra las costumbres, la “campaña de desprestigio” lanzada contra el modo de ser de una sociea finales de los años cuarenta por los dad retrógrada, cuyos elementos todos conservadores contra el iniciador de la eran obstáculo a las ideas reformistas independencia –con Alamán como su [...] El hombre que tal hizo; el que enseprincipal vocero–, los liberales fueron ñó con su ejemplo que entre los tronos poniendo mayor énfasis en la “vejez” y los esclavos no hay transacciones, el del héroe, no por casualidad. Como que mostró cuál es el camino que se lo advierte Edmundo O’Gorman, Retrato del Benemérito de la Patria Don Miguel Hidalgo debe seguir cuando se trata de reali“la senectud se asocia naturalmente y Costilla, de Joaquín Ramírez. Óleo sobre tela, 240 x 156 cm. zar una esperanza; el que rompió con a la idea de paternidad”. Además, esta todo lo pasado para conquistar todo el condición del personaje realzaba aún más el valor y la audacia porvenir; ese hombre es más que un héroe inmortal, la antide que dio cumplidas pruebas al atreverse a desafiar la fuerza güedad lo hubiera adorado entre los semi-dioses; nosotros formidable de la autoridad y las costumbres seculares con el nos contentamos con llamarle el padre de la patria. objeto de redimir a su pueblo, a sabiendas de que habría de acabar sacrificado y convertido en mártir. Salta a la vista el tono exaltado y militante de estos dos textos. Por eso resulta aún más paradójico –pero, justo por ello, parEl “padre de la patria” ticularmente ejemplar– que la representación pictórica que En apoyo a lo dicho, transcribo dos pasajes tomados de escritos mejor ha logrado encarnar esta visión de Hidalgo como el padre provenientes del campo liberal, que definen a la perfección de la nación mexicana haya sido concebida y ejecutada como cómo fue cristalizando la noción de Hidalgo como “padre de parte de un programa iconográfico, integrador y conciliatorio, la patria”. El primero lo tomo del discurso cívico que Ignacio bajo el patrocinio de Maximiliano. Una lección de apertura y Ramírez pronunció en la Alameda de la ciudad de México el tolerancia, de la que muy necesitados estamos en estos tiempos 16 de septiembre de 1861: que corren. ~ septiembre 2010 Letras Libres 41
ensayo
Gabriel Zaid
Solución de continuidad
Algunas palabras son verdaderos cantos rodados, al grado de aceptar definiciones contrapuestas. Gabriel Zaid explora este fenómeno y desarrolla en esta entrega una de sus pasiones intelectuales: el estudio de las ramificaciones del lenguaje. uando se lee la frase solución de continuidad, hay que hacer una pausa para entenderla. Es fácil encontrar lo que quiere decir (‘discontinuidad’), pero se olvida; y la próxima vez hay que buscar de nuevo. Sucede lo mismo con la frase sin solución de continuidad, que significa lo contrario (‘sin discontinuidad’). La incertidumbre viene de la palabra solución, que ya no evoca su primer significado: ‘separación’. No es fácil asociarlo con los significados más comunes: ‘forma de resolver una dificultad’, ‘líquido que contiene una sustancia disuelta’. Lo consonante con estos significados sería que, por ejemplo: “Se encontró una solución de continuidad” significara: ‘Se encontró una solución para mantener la continuidad’ o ‘Se encontró una solución de sulfato de continuidad’; pero significa ‘Se encontró una discontinuidad’. La desorientación aumenta porque muchos proveedores anuncian “soluciones de continuidad”, y no quieren decir ‘garantizamos interrupciones del servicio’, sino todo lo contrario. El Diccionario de la Real Academia registra solución de continuidad desde 1899 como “Interrupción o falta de continuidad”. Parece el registro tardío de un uso antiguo, porque solution de continuité se usa en francés desde 1314 para designar las llagas y fracturas corporales (Le Robert dictionnaire historique). En inglés, solution of continuity se usa desde 1541 para llagas, fracturas y venas o arterias rotas (Oxford English Dictionary). Hay 44 Letras Libres septiembre 2010
locuciones equivalentes en italiano (soluzione di continuità) y en otras lenguas. En todas, el uso se extendió de las rupturas de continuidad en el cuerpo a toda clase de rupturas, interrupciones o discontinuidades: en una roca, en un relato, en una tela, en una operación militar, en un jardín, en un negocio, en el empleo. Curiosamente, cuando se busca en Google, el número de páginas web que contienen la frase varía mucho: 0.6 millones en inglés, 2.8 en francés, 3.3 en español y 5.4 en italiano (10 de agosto 2010). Suponiendo que la web tenga cinco veces más páginas en inglés que en español (la misma proporción que en la Wikipedia), cabe suponer que la frase se usa 28 veces más en español que en inglés (5x3.3/0.6). Otra curiosidad: La doble negación (sin solución de continuidad) se usa desproporcionadamente más en español (1.3 de los 3.3 millones de páginas: 39%) y en francés (0.5 de 2.8: 18%) que en inglés (0.02 de 0.6: 3%) e italiano (0.06 de 5.4: 1%). El problema viene del latín. La palabra solutio quería decir ‘separación’, pero dissolutio quería decir lo mismo. Era una forma enfática de la misma palabra. De ahí derivan solución y disolución que en español también significaron ‘separación’. No es tan extraño. Si bien hay pares de palabras con significados opuestos marcados por el prefijo dis: gusto y disgusto, parejo y disparejo, tensión y distensión, continuidad y discontinuidad; hay pares en los cuales dis no indica un significado contrario, sino el mismo, reforzado o con algún matiz: simular y disimular, torsión y distorsión, soluble y disoluble. Este uso ambivalente del prefijo dis viene del latín: dissimilis significaba lo contrario a similis, pero dissolutio significaba lo mismo que solutio.
collado, pero igual se llama una ‘depresión del terreno que permite el paso entre montañas’. El adjetivo civil, que ahora es irativo, fue despectivo (lo noble era el campo, no la ciudad). En francés, sacré es ‘sagrado’, pero también ‘maldito’. En inglés, rank es ‘distinción’ en persons of rank, pero ‘maloliente’ en smell rank (quizá por derivación de rancid). En el vocabulario del apodo, la burla y el insulto abunda la inversión de valores. “El Mudo” puede ser el apodo de un hombre taciturno, pero también de un parlanchín. Una belleza escultural puede ser llamada “La Contrahecha”. Cabrón era un insulto para el cornudo, pero luego también
Ilustración: LETRAS LIBRES / Josel
El primer significado latino de soluere fue ‘separar’, con muchas aplicaciones: ‘desatar un nudo’, ‘levar el ancla’, ‘pagar una deuda’, ‘resolver un problema’, ‘disolver un matrimonio’, ‘desligarse de un voto’. De ahí derivan absolver (‘desatar’), disolver (‘desagregar’), resolver (‘separar los elementos y decidir’), absoluto (‘separado, más allá de cualquier cosa’), disoluto (‘desatado’), disuelto (‘desagregado’), solvente (‘no atado por deudas’, ‘desagregante’), insoluto (‘deuda remanente’), disolvente (‘desagregante’, ‘desobligante’), resuelto, irresoluto, absuelto, suelto, soltero, soluble, soltar, soltura, solución, disolución, resolución, solucionar, solventar, etcétera. (Alfred Ernout, Antoine Meillet, Dictionnaire étymologique de la langue latine, artículos dis-, soluo y, para lo que sigue, ranceo. Joan Corominas, José A. Pascual, Diccionario crítico etimológico castellano e hispánico, artículo absolver.) La ambivalencia del prefijo dis no es la única. De absoluto deriva absolutamente que, como interjección, es ambivalente. Puede significar ‘¡Absolutamente sí!’ o lo contrario: ‘¡Absolutamente no!’. Si el contexto no lo define, hay que aclararlo. Manuel Alcalá (1915-1999), que animó las sesiones de la Academia Mexicana de la Lengua con su buen humor, su elegancia moral y su asombrosa capacidad de pronunciar correctamente media docena de idiomas, coleccionaba palabras ambivalentes. Su mejor ejemplo era rancio, un adjetivo que ennoblece (rancio abolengo) o degrada (huele a rancio). Viene de rancidus, que en latín empezó por adjetivar lo que se pudre y huele mal, luego todo lo que huele mal porque se degrada con el tiempo y, finalmente, a las personas desagradables (era como decirles apestosas). Estuvo emparentada con rancor, de donde viene rencor: la rabia rancia de los que guardan agravios y resentimientos que ya apestan. Ni en latín, ni en los derivados italianos (rancido, rancore), ingleses (rancid, rancor), ses (rance, rancune), gallegos y portugueses (rançoso, rancor), hay la connotación positiva de rancio abolengo en español y ranci llinatge en catalán. Para expresarla se usan palabras que significan ‘antiguo’ (antico lignaggio, ancient lineage, ancienne lignée, liñaxe antiga, linhagem antiga). Quién sabe cómo apareció el uso positivo en español y catalán. Que se haya dicho apestoso abolengo para elogiar no parece creíble. Quizá hubo antes un uso positivo de rancio más verosímil. Le Grand Robert (aunque no el Diccionario de la Academia) registra rancio (en español) desde fines del siglo xvii como nombre de un tipo de vino que al envejecer se vuelve dulce y dorado. Ilustra el uso con una frase positiva: “Un rancio renomée” y una cita igualmente positiva de Stendhal: “excellent vin vieux nommé rancio”. La Wikipedia en francés (“rancio”) lo describe como un vino maderizado por años en barricas que le dan aromas de frutas secas. Bajo esta hipótesis, rancio como elogio viene del mundo de los vinos añejos. Otros ejemplos: Sancionar es ‘aprobar’, pero también ‘castigar’. Una ‘pequeña elevación del terreno o colina’ se llama
para el malvado que disfruta dañar. Madre tiene connotaciones positivas (a toda madre) y despectivas (vale madre) en el habla popular de México. En los tiempos del pri, ser balconeado era recibir la oportunidad de figurar al lado del presidente en un acto público, como señalada preferencia por un aspirante. Se volvió lo contrario: ser exhibido públicamente para arruinar sus aspiraciones. El Diccionario de la Academia registra pocho desde 1803 como ‘descolorido, quebrado de color’. Pero, desde 1970, añadió tres acepciones más: ‘podrido’, ‘que no disfruta de buena salud’ y ‘muy bueno, excelente’. La última es inexplicable. ~ septiembre 2010 Letras Libres 45
Jorge Esquinca
En el f in del mundo A la Nadadora Déjame nadar en ti, hundirme en ti, contigo, hasta la estrella de cuarzo de tus labios, en su latido. Déjame respirar el agua mansa, esa en que te conviertes cuando nadas y vas a la deriva de ti, a la orilla de mi voz. Déjame en el oxígeno de tu axila, en el páramo de agua donde abres los ojos hacia mí, poseída. Déjame ver con tus ojos de agua, cantar con tus costillas tenues, tu garganta abisal, tu cintura rauda. Déjame nadar un instante en el cardumen de tus manos abiertas sobre un cielo sin nombre. Tus manos huérfanas, inasibles. Déjame hundirme entero. No volveré a caminar sobre tu cuerpo de agua. Quiero caer hasta el fondo, hasta lo informe. Déjame entrar en esa noche primitiva, en el fermento puro del agua, en el fin del mundo, en el comienzo de ti. ~
46 Letras Libres septiembre 2010
Derechos humanos
Azar Nafisi
Lapidaciones en Irán La narradora iraní Azar Nafisi critica la sistemática violencia que el gobierno de su país ejerce contra las mujeres. En concreto, dos casos extremos: el asesinato de Neda Agha Soltan en las manifestaciones postelectorales y la condena a lapidación de Sakineh Mohammadi Ashtiani. Si nos pinchas, ¿no sangramos? Shakespeare, El mercader de Venecia l verano pasado, la imagen de una joven iraní de 23 años llamada Neda inundó los medios e internet. El mundo atestiguó en las pantallas de televisión y de computadora cómo un disparo le daba muerte mientras participaba en una protesta en contra de las elecciones presidenciales fraudulentas. Más de un año después, al celebrar la vida de Neda y guardar luto por su muerte, una imagen muy distinta capturó la atención mundial: la de Sakineh Mohammadi Ashtiani, una mujer de 43 años, madre de dos. En 2006, Sakineh fue condenada por sostener “relaciones ilícitas” con dos hombres y sentenciada a 99 latigazos. En el transcurso de la golpiza y padeciendo dolores intolerables, “confesó” su crimen, para luego retractarse y declarar que había confesado bajo coerción. En un juicio subsecuente, este para juzgar a una mujer acusada de asesinar a su marido, Sakineh Mohammadi Ashtiani fue condenada por “adulterio estando casada” y sentenciada a morir por lapidación. Aunque obviamente no murió para probarle al mundo que ella y millones de mujeres como ella existen, la imagen de Neda subvirtió de inmediato las aseveraciones realizadas por el régimen islámico y sus apologistas acerca de las mujeres en Irán. Neda perteneció a esa generación llamada los hijos de la Revolución, aquellos en quienes el régimen había depositado sus esperanzas de ser los que cargaran con la bandera de la República Islámica y se rebelaran contra sus padres y sus aspiraciones. Sin embargo, como muchos jóvenes de su 48 Letras Libres septiembre 2010
edad, la forma en la que ella se vestía y actuaba; sus intereses musicales, filosóficos, artísticos; sus aspiraciones y esperanzas futuras, el futuro que esperaba para su país, incluso sus autores predilectos –Márquez, Silone, Brontë, Hesse–, todo esto era subversivo y ofendía al régimen. Eran los recordatorios del fracaso al imponer su voluntad sobre una generación entera de jóvenes que, en lugar de convertirse en los seguidores más fieles, devinieron en sus más férreos críticos. Al igual que otros millones de personas que participaron en las protestas, la desobediencia practicada por Neda no era solo política sino existencial: tomó las calles para unirse a las protestas a pesar de las preocupaciones de sus padres, a pesar de los ruegos de su madre, porque le parecía que se había cometido una injusticia con la voluntad del electorado y tal injusticia no podía tolerarse. En todos sus actos de rebeldía, Neda, como muchas otras mujeres jóvenes en Irán, buscó a sus modelos no solo en el imaginario occidental, sino en su propio pasado y el de su país: figuras como la de su madre, su abuela y su bisabuela, mujeres que pelearon por sus derechos y por una sociedad abierta y democrática en Irán desde mediados del siglo xix, mujeres que ayudaron a iniciar la Revolución Constitucional al inicio del siglo xx, la primera de su tipo en Asia. Las protestas durante el verano de 2009, y la trágica y repentina muerte de Neda hicieron que el mundo se fijara en las verdaderas voces de Irán, esas voces que durante más de treinta años han sido silenciadas y obligadas a existir en la clandestinidad. Durante más de tres décadas la República Islámica impuso las leyes más represivas sobre sus ciudadanos; asesinatos, torturas y arrestos arbitrarios formaron parte cotidiana e integral
de su manera de gobernar; hombres y mujeres eran lapidados y ahorcados por cometer ofensas sexuales. A pesar de que desde el inicio y durante todos esos años los iraníes se habían resistido al gobierno represivo y sus leyes –una resistencia que muchos pagaron con su vida–, las imágenes y las voces que dominaron el discurso acerca de Irán en el resto del mundo fueron aquellas creadas por el gobierno y sus apologistas. Las menciones de Irán en las noticias generalmente han estado identificadas con sus gobernantes y en fechas recientes tuvieron que ver con las homilías sobre el Holocausto pronunciadas por Ahmadineyad, su aserto sobre la inexistencia de gays en Irán y la cuestión de la proliferación nuclear. Los mismos personajes que negaron el derecho a la libre expresión a los ciudadanos iraníes dentro del territorio, lograron negar esos derechos también fuera de las fronteras. Durante el verano de 2009, súbitamente, esta situación se revirtió. Aquellos millones que tomaron las calles de Teherán contradecían los estereotipos y las definiciones acerca de la sociedad iraní. Sin duda lo primero que captó la atención fueron las imágenes de las mujeres iraníes al frente de las marchas. Estas mujeres tienen historias personales muy distintas: jóvenes y viejas, modernas y conservadoras, religiosas y seculares. Sin embargo, todas formaban un frente unido de cara un régimen tiránico. Quedó claro que las leyes que limitan los derechos de las mujeres no le interesan ni a la mujer ortodoxa y religiosa, ni a la secular y moderna; que ambas mujeres están más unidas entre sí en la lucha por ampliar sus derechos que en apoyar al gobierno que decretó esas leyes. Las mujeres, una vez más, eran los canarios en la mina, el rasero a partir del cual se puede medir el grado de libertad dentro de una sociedad. Cientos de miles de personas alrededor del mundo sufrieron mientras veían a Neda morir, una y otra vez, en sus pantallas. De un momento a otro, esta mujer y otras como ella dejaron de ser distantes, dejaron de ser “ellas” para convertirse en “nosotros”, entidades distintas del régimen que las gobierna. La conmoción surge no de lo diferentes que “ellas” son de “nosotros”, sino lo parecidas, porque la diferencia no puede ser celebrada y apreciada genuinamente a menos de que esta venga seguida de lo compartido, lo universal; de nuestra humanidad común anclada en el entendido de que no importa de dónde vengamos ni cuál sea nuestro origen político, social o cultural, nuestra religión, grupo étnico, género, todos sangramos de la misma forma. A partir de ese momento ya no fueron los políticos quienes dictaban las reglas del juego, sino la gente. Ahora, un año después de la trágica muerte de Neda, la imagen de Sakineh Mohammadi Ashtiani ha capturado los corazones y las mentes de muchos individuos en distintas partes del mundo. Sakineh es muy distinta de Neda: pertenece a una generación mayor y viene de un entorno más tradicional; no era ni una rebelde ni una activista política, y la razón por la que fue condenada a muerte no tiene conexión alguna con las circunstancias en las que Neda fue asesinada. Por todo lo
que sabemos, su vida y sus aspiraciones eran muy distintas de las de Neda, sin embargo ambas tienen mucho en común con las víctimas de las leyes regresivas y opresivas para las mujeres impuestas por la República Islámica. Así como hace un año Neda entró en los hogares de millones alrededor del mundo, ahora el destino de Sakineh se ha convertido en un asunto de apremio para decenas de miles quienes hace menos de un mes no tenían ni idea de su existencia. Nada más en una página de internet –en la que yo colaboro (FreeSakineh.org)– se han recibido ciento catorce mil firmas que condenan su muerte y exigen su liberación. Al repasar la lista de signatarios, lo que me parece asombroso y alentador no solo es la cantidad de nombres de individuos importantes y reconocidos –desde presidentes y políticos, hasta
Sakineh Mohammadi Ashtiani
escritores, periodistas y celebridades–, sino también el hecho de que estos nombres aparecen junto a los de una mayoría de nombres desconocidos y algunos anónimos procedentes de los países más diversos. Todos han coincidido en un mismo espacio, independientemente de las ideologías y las tendencias políticas particulares, para darle voz a su indignación. Los une la convicción de que estos actos de violencia y crueldad extrema no tienen cabida en el tipo de mundo que desean habitar; sin importar dónde sucedan o bajo qué circunstancias, son un asalto a su sentido de la dignidad humana y la decencia. El silencio en una situación así es una voz que implica tanto a los testigos como a los perpetradores. septiembre 2010 Letras Libres 49
derechos humanos
Azar Nafisi Ante las campañas y las protestas alrededor del mundo, el régimen iraní se ha retractado un poco, aduciendo que no llevará a término la sentencia de muerte por lapidación contra Sakineh, pero que no descarta ejecutarla por otros medios. La pregunta es, ¿alguien sería más feliz si la señora Ashtiani es ahorcada y no lapidada? La vacilación del régimen es una buena noticia y nos debe alentar para perseverar en nuestra exigencia de la exoneración inmediata de Ashtiani. Existe, sin embargo, el peligro de que se le imputen cargos fabricados para justificar su sentencia y que su defensa sea caricaturizada como una conjura de Occidente contra Irán y contra el islam. El jefe judicial iraní ha dicho en Azerbaiyán que la “propaganda de los medios occidentales” no impedirá la ejecución de Sakineh. Mohammad Javad Larijani, el líder del Alto Consejo iraní para los Derechos Humanos, al tiempo que ataca la campaña internacional por la liberación de Sakineh, defiende la lapidación como parte de la Constitución de la República Islámica y condena lo que él llama “la fijación” de Occidente con la “ejecución por lapidación, el hiyab y las leyes islámicas de herencia”. Dijo, además, que “ellos están siempre en contra de cualquier cosa que se parezca a una ley religiosa”. Este es quizá un buen momento para preguntarle al señor Larijani y a los apologistas del régimen islámico en Irán quién está más en contra del islam, si aquellos que desprecian estas leyes o quienes definen al islam en términos de poligamia, matrimonios forzados de mujeres menores de edad, lapidaciones, latigazos para mujeres en “relaciones ilícitas” y por desobedecer las leyes del velo obligatorio. ¿Condenar a una mujer a 99 latigazos por considerar que mantiene una “relación ilícita”, o dar 86 latigazos a otra por no usar el obligatorio velo adecuado representan bien la esencia de Irán y del islam? ¿Son un buen reflejo de la antigua historia y cultura de un país, su diversidad étnica y religiosa, sus siglos de poesía, filosofía y las décadas de lucha por parte de sus clérigos progresistas, intelectuales y mujeres iraníes en pos de una sociedad democrática y abierta? ¿Cuando él y otros oficiales del régimen llaman “entidad occidental” a los derechos humanos, están queriendo decir que los ciudadanos iraníes tienen menos disposición a la diversidad, a la autodeterminación y a la libertad de expresión que, digamos, los europeos y los estadounidenses? Estados Unidos es un país de mayoría cristiana y Michelle Obama, Hillary Clinton y Sarah Palin dicen serlo, sin embargo no inquirimos quién es más cristiana que las otras. ¿Quién ha decretado que Neda o Sakineh son menos musulmanas que los guardianes de la República Islámica? Y, por último, ¿no es un elogio involuntario para el Occidente que dicen odiar y un insulto accidental para el islam que claman defender decir que el derecho a la autodeterminación, a la libertad de expresión y de religión –en pocas palabras, el derecho a la vida– son fenómenos occidentales, determinados por la geografía y la cultura? Neda Agha Soltan y Sakineh Mohammadi Ashtiani dan a estas preguntas respuestas distintas de las ofrecidas por el 50 Letras Libres septiembre 2010
señor Larijani y otros jerarcas iraníes. Al defender los derechos de ellas, estamos defendiendo también los derechos de las mujeres iraníes, musulmanas y no musulmanas, conservadoras y modernas por igual. Lo que el señor Larijani parece no comprender acerca del apoyo internacional para casos como el de Sakineh es un concepto universal y bastante simple: la empatía. En un momento de epifanía global, cuando las imágenes y las voces de los iraníes entraron en hogares alrededor del mundo, aceptar y justificar las leyes arbitrarias impuestas a aquellos ciudadanos se volvió intolerable. Esta reacción es producto de un profundo sentido de la empatía, de la convicción de que sin importar nuestras diferencias, en tanto que seres humanos, compartimos lo mejor y lo peor. Cuando imaginamos el estado en el que se encuentra Sakineh o escuchamos los lamentos de sus valientes hijos, nuestros corazones se estremecen no porque estemos pensando en términos políticos, nacionales, religiosos o étnicos, sino porque nos estamos convirtiendo en esa otra persona y descubrimos que es intolerable existir en las condiciones en las que ellos están obligados a hacerlo. La cuestión para quienes objetamos este tipo de leyes no solo es política sino también existencial, como en el caso de Darfur, Sudáfrica, Bosnia y tantos otros lugares de nuestra historia reciente. Tolerar estas instancias de brutalidad significa ser seres humanos inferiores. Al defender los derechos de Sakineh Mohammadi Ashtiani, y tantos otros encarcelados en prisiones iraníes, estamos defendiendo nuestros propios derechos y nuestra propia integridad. Hace algunos años, cuando Shirin Ebadi escribió al saber que había ganado el Premio Nobel de la Paz que ella era una musulmana y al mismo tiempo una creyente en los derechos humanos, yo escribí que apoyar los derechos humanos no es un acto filantrópico, sino una acción esencialmente pragmática: defender el derecho de los otros a la libertad y la autodeterminación significa garantizar tus propios derechos. Quiero reiterar eso y preguntar: las valientes mujeres en Irán hoy, ¿no están reafirmando la lucha universal de las mujeres por sus derechos a lo largo de los siglos? Defendemos a Sakineh por empatía, por ese deseo de conectar con los demás. Y por esta empatía, porque su causa es la nuestra, si es que se le libera no podemos olvidar que seguirá habiendo brutalidades como esta mientras sigan existiendo regímenes retrógrados y leyes represivas. En este momento ya hay doce mujeres y tres hombres esperando ser lapidados en Irán. Muchos más han sido torturados y ejecutados y otros están en peligro de serlo por razones políticas. La campaña no terminará hasta que estas leyes atroces sean eliminadas; siempre que exista una ley así, existe la posibilidad de que sea aplicada a alguna otra víctima. ~ © 2010 por Azar Nafisi Derechos reservados: http://freesakineh.org Traducción de Pablo Duarte
ensayo
Daniel Bell
La reconstrucción de la educación liberal
Un programa fundamental de estudios A sus noventa años, Daniel Bell, sociólogo imprescindible dentro del panorama internacional, continúa en plena actividad. Este ensayo, nuevo prólogo a su clásica obra sobre la educación y publicado aquí de manera exclusiva, es un ejemplo de su lucidez y profundidad. Absolutamente nada permanece como teoría, todo se ha vuelto una historia. Gershom Scholem Una historia: Cuando el Baal Shem [el Maestro del Nombre] tenía ante sí una tarea difícil, solía ir a cierto lugar del bosque, encendía un fuego, meditaba y rezaba, y lo que él había decidido hacer se llevaba a buen fin. Cuando, una generación más tarde, el Maggid de Meseritz se enfrentaba a la misma tarea, iba al mismo lugar del bosque y decía: Ya no podemos encender el fuego, pero aún podemos decir las plegarias, y aquello que quería se volvía realidad. Nuevamente una generación más tarde, rabí Moshé Leib de Sassov tuvo que realizar esta tarea. También fue al bosque y dijo: Ya no podemos encender el fuego, ni conocemos las meditaciones secretas que corresponden a la plegaria, pero sí conocemos el lugar en el bosque donde todo esto tiene lugar, y ha de ser suficiente [...] Pero pasada otra generación, cuando se pidió a rabí Israel de Rishin que realizara la tarea, se sentó [...] y dijo: No podemos encender el fuego, no podemos decir las plegarias, no conocemos el lugar, pero podemos contar la historia. Cuento jasídico, narrado por Sh. I. Agnón*
ace unos treinta años escribí un libro: La reforma de la educación general. De acuerdo con los antiguos cálculos, y según lo dijera Comte, el lapso de una generación era de treinta años. Hoy que el tiempo histórico se ha resquebrajado en décadas, que los “paradigmas teóricos” –estructuralismo, postestructuralismo, deconstructivismo y posmodernismo– remolinean vertiginosamente a través de las puertas giratorias de la moda intelectual, sospecho que, si alguien tropezara con él entre las pilas de volúmenes de una biblioteca universitaria, mi libro tendría un eco vetusto y un olor almizclado. O, dicho al estilo high-tech, si mi libro se transmitiera a través de un microdisco o un cd-rom, su lenguaje (aunque debería decir “discurso”), con ese énfasis en la 52 Letras Libres septiembre 2010
“investigación conceptual” o la “naturaleza de la explicación”, sin duda parecería anticuado, si no es que “irrelevante”. Sin embargo, más allá del orgullo del autor por los productos de su juventud, el libro podría tener cierta pertinencia en un debate contemporáneo sobre la “crisis” de la educación liberal (siendo “crisis” el único término quizás invariable en la historia del discurso), ya como punto de referencia del pasado, ya como punto de partida en su esfuerzo por ofrecer una “reconstrucción” del aprendizaje liberal. Mi libro constituía una tentativa por defender el valor del aprendizaje liberal ante la fuerza centrífuga de la fragmentación intelectual y los remolinos de la especialización, que estaban convirtiendo el currículo universitario en una cafetería para los más y una dieta de entrenamiento para los * La traducción es de Beatriz Oberländer, en Gershom Scholem, Las grandes tendencias de la mística judía, Argentina, Fondo de Cultura Económica, 1993.– n. de la. t.
menos. Se trataba de un intento por defender la existencia del college como una experiencia intelectual única cimentada en la lógica de la investigación, más que como un “pasillo” de clases de regularización o como el conjunto de preparativos para la carrera a medio camino entre la escuela y la universidad. Cualquier incursión en el campo educativo (además de ser un experimento autobiográfico) requiere una intervención explícita de la filosofía y un compromiso con una postura filosófica particular que justifique el punto de vista. La idea tradicional de una educación general se basaba, implícitamente o no, en una de dos premisas: la primera, que existen verdades inmutables sobre el comportamiento humano, así como fines naturales (telos) conforme a los que ha de moldearse la acción moral, tal como lo establece la razón humana; la otra, que hay un cuerpo común de conocimientos (o de libros) que toda persona educada debe conocer, so pena de ser juzgado inculto. Yo argumentaba que ambas premisas se sostienen en tanto ideales normativos; pero también mantenía que ninguna prepara al estudiante para lidiar con las estructuras de las disciplinas o con las formas en que el conocimiento se revisa. No me preocupaba la multiplicación del conocimiento, que era la creencia detrás del pensamiento de la fragmentación. Permítaseme decir aquí, como una digresión necesaria, que la tesis sobre el aumento exponencial de la “cantidad” de conocimiento (basada ya en el incremento del número de revistas científicas, ya en el “ritmo de duplicación” de las colecciones de las bibliotecas) es completamente errónea. Aseveraciones como esa confunden los datos, la información y el conocimiento. Para ilustrar las distinciones, permítaseme recurrir a los índices de un libro, a través de cuyas clasificaciones nos son dadas las claves necesarias de lo que puede hallarse en el volumen. Los datos (las estadísticas, los registros de nacimientos, los totales de las cosechas, los minerales extraídos, etcétera) son como un índice onomástico; se suelen organizar fácilmente por orden alfabético o por cantidades ordinales. La información (los acontecimientos históricos, los resultados científicos, los conceptos como democracia o igualdad) se agrupa bajo un índice de materias; este consiste en las combinaciones de materiales bajo cierta forma temática. El conocimiento es el juicio sobre la organización y el agrupamiento de la información bajo distintas rúbricas temáticas. Este juicio se deriva de un propósito que permite al autor y al lector revisar y reordenar los temas según los objetivos de su propia investigación. El juicio intelectual, en este sentido, se desprende de la teoría, de cómo se amolda la información a ella o de cómo la desmiente. Esto significa que el conocimiento es la construcción de un “índice analítico”, índice que desafortunadamente pocos estudiantes o lectores utilizan al batallar con un libro. En lo que a esto se refiere, no ha habido ningún “aumento exponencial del conocimiento” (aunque en algunos campos, como la física, sí contamos con elaboración de teoría; tal es
el caso de la electricidad y el magnetismo que, si bien eran dispares en sus concepciones originales, se entienden ahora como una sola fuerza unificada). Todo esto apunta a la filosofía subyacente en mi libro: el poder de un solo fonema léxico para proporcionar diferentes maneras de re-organizar, re-ordenar y re-acomodar las formas estéticas y del conocimiento. Para comprender la naturaleza del “re-” uno debe conocer la historia de las formas anteriores, de los planos espaciales en el arte o los patrones sonoros en la música, los puntos topográficos en matemáticas o la lógica que impulsa las “reglas de transformación” en la física o la antropología. El tema del “re-” es central, por supuesto, en el pensamiento de John Dewey, y una exposición maravillosa puede encontrarse en El arte como experiencia. Yo no insistía en la existencia de una y nada más que una estructura ordenada, un trivium y un quadrivium que todos debían seguir. Sin embargo, sea cual fuere el currículo estipulado, consideraba forzoso que las secuencias elegidas y relacionadas se articulasen en una estructura intelectual coherente que fuera posible defender de manera racional. Sin esto, no habría educación. La reforma de la educación general abría con la presentación detallada y el desarrollo histórico de los tres modelos de educación general adoptados por numerosos colleges estadounidenses: el de Columbia, el de Chicago y el de Harvard. Me parece que hasta ahora esta es la única comparación de su tipo en la literatura sobre educación. En el libro se bosquejaban también los cambios estructurales que experimentaba la sociedad, principalmente los de una “sociedad postindustrial” (un asunto que elaboraría diez años más tarde en un libro exhaustivo sobre el tema), así como la nueva tecnología intelectual cuya concreción se hacía necesaria en el currículo. Además, lidiaba con el colapso de dos anhelos intelectuales a partir de los cuales se había predicado gran parte de la filosofía de una educación general: la idea de la “unidad del conocimiento” y, más claramente, la “unidad de la ciencia”.1 1 La “unidad del conocimiento” fue el tema de un simposio organizado por la Smithsonian Institution en ocasión del 200 aniversario de su fundación y con ensayos de Jerome Bruner, Herbert Butterfield, Kenneth Clark, Claude Lévi-Strauss, Stephen Toulmin, Fred Whipple y otros. La dificultad con estos ensayos es que ninguno fue capaz de señalar cómo era que los nuevos avances en física, arte, psicología y demás tenían un fundamento común, sino solo –y en gran medida mediante metáforas– cómo habían influido los unos sobre los otros. No resultaban convincentes. Sobre la colección, véase Knowledge among men, editado por Webster True (Nueva York, Simon and Schuster, 1966). La “unidad de la ciencia” fue un esfuerzo integral y heroico de los filósofos del “Círculo de Viena”, principalmente de Otto Neurath y Rudolf Carnap, por esbozar los “principios unificadores de la ciencia”, centrados, según pensaban, en los principios del positivismo lógico desarrollado en la década de 1930. Más tarde aparecerían diecinueve estudios monográficos, publicados primero por separado y luego recogidos en dos volúmenes, Foundations of the unity of science, editado por Otto Neurath, Rudolf Carnap y Charles Morris (University of Chicago Press, Volumen 1, 1955; Volumen 2, 1970). Una ironía notable es que uno de los ensayos fue la monografía de Thomas S. Kuhn The structure of scientific revolutions, un trabajo que, quizás de manera más singular que cualquier otro, socavaba la idea de la “unidad de la ciencia”. La monografía de Kuhn, en su segunda edición aumentada, aparece en el Volumen 2 de Foundations, pp. 53-272. [Existe versión en español: La estructura de las revoluciones científicas, traducción de Agustín Contin (México, Fondo de Cultura Económica, 1971).] septiembre 2010 Letras Libres 53
ensayo
Daniel Bell El libro se basaba en mi experiencia en el Columbia College, y la influencia más notable en él fue la de mi colega Lionel Trilling, a quien el libro estaba dedicado, tanto por su temperamento intelectual como por su estilo reflexivo. La confrontación entre modernidad y tradición era el asunto por esclarecer. Como escribí en aquel entonces: ¿Es acaso tarea de la universidad constituir una intelectualidad que guarde juiciosamente el pasado e intente desafiar con firmeza lo nuevo? ¿O es tan sólo un bazar que ofrece a Coleridge y a Blake, a Burckhardt y a Nietzsche, a Weber y a Marx como profetas antitonales, cada uno con su propio llamado? No es posible dar una respuesta consensuada, quizás porque la universidad ya no es la ciudadela de las formas tradicionales –sólo los ingenuos podrían creer eso– sino una arena donde los críticos que alguna vez estuvieron fuera de la Academia, como el tigre (o Tyger) de Blake fuera de las puertas de la sociedad, han encontrado –merecidamente– un lugar. Y la tensión entre el pasado y el futuro, entre la mente y la sensibilidad, entre la tradición y la experiencia, pese a toda la tirantez y el desconcierto, es la única fuente que nos permite mantener la independencia de la investigación misma. Sin embargo, quedaba una pregunta. De nuevo: [El arte] es la actividad más libre de la imaginación humana […] la menos dependiente de las restricciones sociales […] y por esta razón los primeros signos de cambios en la sensibilidad colectiva se hacen visibles en el arte. Es, podría decirse (en sincronía con De Quincey), el reino de la sabiduría proléptica. Así como las fantasías agónicas de Rimbaud hace cien años prefiguraron el culto más crudo de la adolescencia hoy, la escritura de un Burroughs, o el antiarte de algunos cultos modernos, podría presa-giar el lenguaje vernáculo y el impulso destructivo de miles el día de mañana. La anomalía en todo esto era que el impulso de la modernidad –eso que el profesor Trilling llamó la “cultura antagónica”– se había convertido en sí mismo en una fuerza establecida, sobre todo en la universidad, al tiempo que mantenía su postura antagónica.2 Éstas eran las precauciones.3 La audacia radicaba en la propuesta de un nuevo fundamento, la estipulación de los patrones de conocimiento y, entre estas tres cuestiones, un conjunto de propuestas sobre cómo podrían concretarse 2 Las citas provienen de la edición de Doubleday Anchor, pp. 151, 149-150. La referencia a Trilling proviene de su texto Beyond culture (Nueva York, Viking, 1965), pp. ix-xviii. [Aunque ya fuera de circulación, existen versiones en español: D. Bell, Reforma de la educación, traducción de Rafael Castillo (México, Letras, 1970); y L. Trilling, Más allá de la cultura y otros ensayos, traducción de Carlos Ribalta (Barcelona, Lumen, 1969).] 3 La dedicatoria del libro era para Lionel Trilling, que tiene “la Precaución del Erudito y la Audacia del Erudito”. 54 Letras Libres septiembre 2010
esos patrones en un currículo. Curiosamente, cada elemento era un conjunto de tríadas.4 El compromiso normativo estaba compuesto por tres objetivos: la autoconciencia, las fuerzas que impulsan a un individuo desde dentro y que lo restringen desde fuera, las preguntas por la autenticidad derivadas de El sobrino de Rameau; la conciencia histórica, más allá de los hechos y la cronología, aunque estos sean necesarios para proporcionar un “vocabulario de referencia” a la imaginación histórica; la naturaleza de la comparación con miras a la explicación histórica; la lógica y la conciencia metodológica, la lógica de la investigación conceptual y la relación entre quien conoce y lo que conoce. Los patrones de conocimiento, según argumentaba, son fundamentalmente triádicos en tanto que son diferentes principios los que gobiernan la adquisición del conocimiento en las ciencias, las ciencias sociales y las humanidades. En las ciencias, el aprendizaje es secuencial, ya que necesariamente se definen pasos específicos que deben ser dominados antes de proceder a los siguientes. En las ciencias sociales, el patrón es vinculativo, pues los tipos de economía (de mercado o planeada) dependen de distintos órdenes políticos, y estos, a su vez, de las estructuras sociales del Estado y la sociedad civil, y comprender uno implica necesariamente comprender su relación con los demás. Las humanidades son concéntricas en tanto que exploran los significados de la experiencia como ricorsi,5 solo que dentro de diferentes contextos y niveles hermenéuticos, como sucede con la comprensión de la tragedia y la comedia. (Como alguna vez dijera Groucho Marx: es mucho más difícil hacer comedia que tragedia, ya que, mientras que todo el mundo llora por las mismas cosas, todos se ríen de cosas distintas.) El currículo estaría estructurado en tres pasos. El primero sería una base de historia, el segundo, la adquisición de una disciplina y, finalmente, cursos “de tercer nivel” que aplicarían la historia y la disciplina a problemas amplios y sinópticos, morales y prácticos. La historia que yo proponía era la historia occidental, pues la matriz de nuestros esquemas intelectuales, en particular la idea misma de concepto, se origina y desarrolla en Occidente, y el papel de la ciencia y la tecnología se deriva principalmente del nuevo pensamiento desarrollado en la era renacentista y de la idea de la conciencia y la fe redefinidas en la Reforma. No creo en los esquemas “interdisciplinarios”: una disciplina es internamente coherente y está integrada por un cuerpo de conceptos (como la economía neoclásica) que se aplican a ciertos temas (como la economía). El tercer nivel permitiría que el conocimien4 Le dejo a un nuevo Hermes Trismegisto (Hermes tres veces grande), autor de doctrinas mágicas, astrológicas y alquímicas, explicar la atracción de la tríada. Para Platón, las partes del alma, y las clases correspondientes de la Ciudad, eran la inteligible, la irascible y la sensitiva. Para Fichte y Hegel, el conocimiento procedía a través de tesis, antítesis y síntesis (aunque aún cabe dudar si Hegel empleaba esto tan mecánicamente). Y para Freud, la personalidad estaba compuesta del ello, el yo y el súper yo. Y el símbolo gnóstico de todo esto es el triskelion. 5 En italiano en el original. En este caso se refiere a aquello que recurre, que vuelve a ocurrir o aparecer.– n. de la t.
6 El libro sugería un gran número de cursos de tercer nivel para ciencias, ciencias sociales y humanidades (véanse pp. 262-279). 7 Debería señalar que esta investigación era mía y solo incursionaba en el campo de la “educación”. El estudio fue emprendido a petición de David B. Truman, en ese entonces decano del Columbia College. David Truman, un hombre reflexivo, estaba discretamente al tanto de que la Universidad de Columbia, una gran institución, estaba en peligro de flaquear. Según el curso de los acontecimientos, David Truman estaba destinado a convertirse en presidente de la Universidad de Columbia. Para 1967 ya era preboste y, debido a las confusiones de Grayson Kira, el presidente, estuvo al mando durante los disturbios estudiantiles de 1968. Pero creo que el profesor Truman cometió un error al llamar a la policía cuando fracasaron las negociaciones con los inflexibles estudiantes radicales, alentados por algunos románticos de mediana edad como Dwight Macdonald y Norman Mailer. Este es aún hoy un acontecimiento polémico, pero el resultado fue una comunidad tan dividida que resultó imposible que el Sr. Truman accediera a la presidencia de la Universidad de Columbia. Aun cuando yo fui uno de quienes se oponían firmemente al Sr. Truman (que había sido mi maestro en Columbia) y por quienes el Sr. Truman pudo sentirse traicionado, nada de esto disminuye el respeto que le tenía ni su propio compromiso con la Universidad.
Pero la razón principal por la cual el informe se hundió sin dejar mucha huella en Columbia fue el “ataque a la ciudadela” por parte de los estudiantes radicales que, contagiados por la revolución, pensaban que al desafiar a la universidad estaban desafiando (e incluso podían derrocar) a la sociedad. En el festival de mayo de 1968, en Columbia, como en París, el grito impetuoso era que la Imaginación tomaría el Poder. La imaginación se vino a tierra en la punta de los garrotes de la policía y muchos de los líderes estudiantiles pasaron a la clandestinidad para aparecer brevemente ese mismo año en la Convención Demócrata en Chicago, en el “día de la ira”, y para vivir sus fantasías revolucionarias como Weathermen8 o en una racha de bombardeos (que en un caso trágico voló una casa en Greenwich Village, Nueva York, matando a algunos de los estudiantes de Columbia que estaban fabricando las bombas). La revolución, ya sea como tragedia o como farsa, no es el escenario para la “reconstrucción racional” de la investigación conceptual. Algunos estudiantes gritaban, mientras organizaban danzas del vientre en los prados de Columbia: “¿Quién eres tú para decirme qué cursos tomar?” A lo que yo solo podría responder: “Tú no sabes lo que no sabes. Si lo supieras, no me necesitarías. Así como están las cosas, me necesitas.” 9 ~ Ilustración: Letras Libres / Philip Stanton
to adquirido en los dos pasos anteriores incidiera en cuestiones como la planeación urbana o los valores y los derechos.6 La “Coda: sobre el futuro” es una repetición del tema cultural que sonara previamente. “Queda aún una enorme y compleja tarea: humanizar la tecnocracia y ‘domar’ el Apocalipsis. Será más fácil hacer lo primero que lo segundo.” El estilo tecnócrata, con el que la universidad está cada vez más comprometida, hace énfasis en el profesionalismo y la técnica. Como reacción a esto, el estilo apocalíptico, tal como se expresa en las humanidades, se vuelve nihilista o ajeno a la sociedad. “Uno vive”, concluía yo, “en esa dolorosa alienación que es el conocimiento continuo de la duda, no de la certeza. Sin embargo, éste es también un estado de gracia, pues como dijo Dante: ‘No menos que el saber me place el dudar’.” La reforma de la educación general, aunque apreciado más tarde en otros lugares, tuvo poco o ningún impacto en Columbia, el lugar para el cual se elaboró el estudio. Había resistencia por parte de los docentes mayores, que no deseaban ser molestados, y por parte de los profesores dedicados a su propia carrera e involucrados en la investigación, cuyas recompensas no venían de la enseñanza, sino de “la producción de nuevos conocimientos”, como se le llamaba, y cuyos avances eran producto de la especialización y de la enseñanza e investigación en estudios de posgrado. Los desafíos intelectuales no tienen cabida en los oídos sordos de teóricos de la educación preocupados generalmente por problemas pedagógicos en el salón de clases (sin ningún menosprecio) o en las mentes indiferentes de profesores orientados hacia la investigación y dedicados a sus propias preocupaciones profesionales. Además, aquel era el informe de un “comité de uno”, que, por definición, no tiene más votos que los de ese uno y algunos colegas.7
El autor agradece a Irving Louis Horowitz su consejo editorial para esta nueva introducción. Traducción de Marianela Santoveña 8 En los años sesenta, varias agrupaciones estudiantiles se oponían a la política del gobierno de Estados Unidos. Una de las más importantes era la sds (Estudiantes por una Sociedad Democrática, por sus siglas en inglés). En la convención de la sds, que tuvo lugar en junio de 1969, el sector radical hizo circular un manifiesto que tomaba su nombre de un verso en una canción de Bob Dylan (“Subterranean Homesick Blues”): “No hace falta un meteorólogo para saber hacia dónde sopla el viento”. Tras el fracaso de la convención, dicho sector radical decidió separarse y fundar la Weather Underground Organization, que operaría en la clandestinidad. Comúnmente conocidos como los Weathermen o meteorólogos, estos jóvenes afirmaban que no existía un camino pacífico hacia el cambio social. Tras una serie de ataques y tras la colocación de varias bombas en edificios públicos, bancos y cuarteles de policía, el fbi declaró a los Weathermen como grupo terrorista. En 1974 los cargos contra varios del grupo fueron retirados. Dos años más tarde, la organización se dispersó. Sin embargo, muchos de los Weathermen permanecieron ocultos hasta la década de 1980. Bill Ayers, uno de sus principales dirigentes, es actualmente docente en educación de la Universidad de Illinois, en Chicago.– n. de la t. 9 En estos casos, uno ira los vaticinios de Trilling. Como él mismo señaló en una burlona reflexión sobre el avance de la “cultura antagónica”, cuando una institución intelectual no es capaz de ofrecer resistencia a lo nuevo, especialmente cuando la postura antagónica “ha desarrollado el poder de derrocar los viejos cánones y establecer nuevas categorías propias”, “caerá en la inmovilidad y el desánimo de todas las convenciones, en la convención de un estilo radical caduco” (op. cit.). Sobre Columbia, véase mi ensayo “Columbia and the New Left”; para un recuento detallado de estos acontecimientos, véase Confrontation, editado por Daniel Bell e Irving Kristol, Basic Books, 1969. septiembre 2010 Letras Libres 55
Mark Doty
Pequeño mamut La leche de mi madre en mi panza y un poquito de su caca también, para que yo pudiera comer de las ácidas estepas verdes que se abrían infinitamente ante mí, pero no acababa de resbalar en el sol y en la pradera del mundo cuando otra vez resbalé en este barrizal, y grité, y gritando sorbí arcilla por mi trompa hasta yacer aquí en el fondo, mis colmillos de leche aún sin asomar, lista ya una suave pelusa de grasa para mi primer invierno, y sólo tengo un mes de vida, y cuarenta mil años sin mi madre. ~
– Versión de Pedro Serrano
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ciencia
Ruy Pérez Tamayo
Sobre la reciente “creación de la vida”
Los medios internacionales se hicieron eco hace unos meses de la culminación de un proyecto científico de gran envergadura: la creación de la primera “célula artificial”. El doctor Ruy Pérez Tamayo contextualiza el verdadero peso científico de esta investigación y analiza sus implicaciones. l 20 de mayo de este año se publicó en la página web de la revista Science una nota preliminar anunciando la creación de un organismo nuevo a partir de un genoma completo, construido artificialmente por medio de compuestos químicos sintetizados en su totalidad en el laboratorio pero copiando al de una bacteria; el artículo extenso correspondiente apareció impreso en la misma revista, en el número del 2 de julio, y su título es “Creación de una célula bacteriana controlada por un genoma químicamente sintetizado”. El experimento se llevó a cabo introduciendo en una bacteria, Mycoplasma capricolum, un cromosoma totalmente sintético, portador de la información genética de otra bacteria, Mycoplasma mycoides. El resultado fue que, en unas cuantas divisiones, M. capricolum se transformó en M. mycoides, dando origen a células hijas no solo portadoras cada una de una copia del cromosoma sintético sino también de todos los otros componentes del cuerpo bacteriano propio de M. mycoides. Esta transformación era de esperarse, en vista de que el cromosoma sintético posee la información no solo para replicarse él mismo al dividirse la célula sino para construir todos los demás elementos que la conforman. El experimento es la culminación de unos quince años de trabajo de un numeroso grupo de investigadores (24 firman el artículo) encabezados por D.G. Gibson y dirigidos 58 Letras Libres septiembre 2010
por J. Craig Venter, uno de los principales contribuyentes al desciframiento de la estructura “completa” del adn humano, hace ya diez años. No es fácil resumir la complejidad del proyecto, el número de problemas de muy distintos tipos que debieron resolverse, las muchas técnicas nuevas que tuvieron que desarrollarse, la persistencia de los investigadores a pesar de repetidos fracasos para diseñar, sintetizar y armar la copia fiel del cromosoma bacteriano, que consta de 2.16 millones de componentes químicos individuales (se acostumbra referirlos como “pares de bases”, con lo que serían 1.08 millones), colocados en una secuencia lineal específica que debe respetarse sin un solo cambio en numerosos sitios esenciales; los autores mencionan que estuvieron detenidos durante “muchas semanas” por un solo error en un gen, hasta que lo localizaron, lo corrigieron y pudieron seguir adelante. En cambio, existen otros sitios en el cromosoma bacteriano que pueden alterarse sin afectar su eficiencia para lograr la transformación de una célula en otra. Durante la síntesis química del cromosoma, que se llevó a cabo por partes, los autores fueron agregando pequeñas secuencias de componentes no presentes en el cromosoma biológico, con significados crípticos que deberían servir como marcadores (las llaman “marcas de agua”) para la identificación ulterior del cromosoma sintético en las células resultantes de las múltiples divisiones, en vista de que en todo lo demás debe ser idéntico al cromosoma biológico. Para los científicos expertos en el tema, el artículo seguramente posee
Gibson et al, calificándolo de “investigación importante”, pero que no se ha creado la vida sino solo “reemplazado uno de sus motores”. No cabe duda que dentro del campo de la biología sintética el trabajo del grupo de Venter representa un verdadero parteaguas y un paso firme en la dirección de la síntesis completa de la vida, lo que parece ser la meta de algunos investigadores. Otros biólogos sintéticos no tienen tales aspiraciones, sino más bien desean entender los mecanismos básicos de la vida tal como existe y aprovecharlos (una vez que puedan manipularse) para obtener diversos productos, como fuentes posibles de energía (bacterias fotosintéticas que usen energía para generar hidrógeno a partir del agua), o sustancias químicas complejas como
Ilustración: Letras Libres / Luis Pombo
una gran fuerza y una elegancia cautivadora, pues en realidad es una historia apasionada con un final feliz: el objetivo inicial está claramente planteado, la ejecución (y la creación) de la compleja metodología es experta, los resultados son impecables y contundentes, y la conclusión es definitiva e inobjetable. La pregunta inicial era: ¿se puede copiar sintéticamente un genoma biológico completo que además funcione? Y la respuesta es categórica: sí se puede. En la discusión de su trabajo (que es tan breve como discreta), los autores dicen lo siguiente: “Nos referimos a una célula controlada por un genoma armado por piezas químicamente sintetizadas de adn como una ‘célula sintética’, aunque el citoplasma de la célula receptora no haya sido sintetizado. Los efectos fenotípicos del citoplasma receptor se diluyen con el recambio proteico y con la multiplicación de las células portadoras de la copia del genoma trasplantado... Las propiedades de las células controladas por el genoma sintético deberían ser las mismas si las células se hubieran producido sintéticamente en su totalidad (el ‘software’ del adn produce su propio ‘hardware’).” En los distintos comentarios que ya han surgido sobre este trabajo pueden reconocerse dos tendencias: 1) Casi en forma unánime se reconoce que es una contribución muy importante pero que no se trata de un “descubrimiento” científico, de la revelación de nuevos conocimientos o de la crítica definitiva de otros postulados, sino que más bien es un avance tecnológico, algo que ya se esperaba, dado que desde hace ya muchos años (desde 1970) se ha logrado introducir información genética nueva en distintos tipos de organismos y lograr que la expresen, desde el gen de la insulina en Escherichia coli hasta el gen del factor viii de la coagulación sanguínea humana en ovejas clonadas. Lo que Venter y sus colaboradores han logrado es introducir, no un gen o un conjunto de genes y lograr su expresión, sino todo un genoma sintético y además cambiar el fenotipo celular. O sea más de lo mismo, aunque mucho más complicado. 2) Otros comentarios dicen: “And man made life” (“Y el hombre creó la vida”, la portada de The Economist del 2228 de mayo, que agrega: “El primer organismo artificial y sus consecuencias”), o bien, “La vida después de la célula sintética”, una serie de ocho comentarios de “expertos en biología sintética”, publicados por Nature el 27 de mayo, que varían entre “ya lo sabíamos”; “cuidado con las propiedades emergentes”; “nos acercamos a la creación sintética de la vida”; “el gran reto sigue siendo comprender las partes de la célula que le permiten al adn cumplir con su función”; y “el avance de Venter parece extinguir el argumento de que la vida requiere una fuerza o poder especial para existir. En mi opinión, esto lo transforma en uno de los alcances científicos más importantes en la historia de la humanidad”. Incluso ya se menciona en un artículo que el Vaticano ha comentado positivamente el trabajo de
medicinas (lo que ya se hace con las llamadas “sustancias recombinantes”). También se ha sugerido que al lograrse la síntesis completa de la vida se podría responder a uno de los grandes misterios de la biología: ¿cómo empezó la vida? Pero el trabajo del grupo de Venter también ha despertado una serie de comentarios en campos no científicos sino más bien éticos y políticos. Al día siguiente de la publicación del trabajo del grupo de Venter, el Presidente Obama de los Estados Unidos solicitó a su Comité Asesor de Bioética que estudiara en forma integral las posibles consecuencias de la “síntesis de la vida” y le rindiera un informe detallado, para lo que le concedió seis meses. Otros comentaristas ya han estado señalando desde hace algún tiempo que las consecuencias éticas de los trabajos de la biología sintética deberían ser consideradas por organismos nacionales y/o internacionales para establecer reglas y límites que impidan desarrollos indeseables para la sociedad. En la septiembre 2010 Letras Libres 59
ciencia
Ruy Pérez Tamayo actualidad hay muy pocos laboratorios en el mundo que tengan la capacidad de manipulación del genoma que poseen los dos de Venter, pero con la diseminación del conocimiento, los avances en la tecnología analítica y de computación, y la publicación de la metodología y los resultados, así como la disminución de los costos de la investigación, la posibilidad de que se multipliquen es real, y con ella la de que surjan algunos cuyos objetivos ya no sean en beneficio de la sociedad. Esta posibilidad es real y no es nueva: se basa en la historia, que registra en forma dramática el uso reiterado del conocimiento científico en contra del ser humano, como los gases tóxicos en la Primera Guerra Mundial, el napalm en Vietnam y el terrorismo bacteriológico en Iraq, por mencionar solo tres entre otros muchos, pasando por alto el más egregio de todos (hasta hoy), la bomba atómica. Pero los científicos ya tenemos experiencia en el manejo de los peligros potenciales de la manipulación del genoma. Cuando se iniciaron los trabajos de transferencia de genes entre distintos microorganismos, a principios de los años setenta del siglo pasado, se llamó la atención a la posibi-
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lidad de crear en el laboratorio gérmenes con un potencial patógeno incontrolable, verdaderos Frankensteins microscópicos, que si lograran escapar del laboratorio e infectar al ser humano causarían epidemias monstruosas e incontrolables. Incluso hubo una famosa conferencia en Asilomar, California, Estados Unidos, que reunió a los más importantes investigadores biológicos de esa época y estableció una serie de reglas muy rigurosas que debían seguir los laboratorios que quisieran trabajar en esa área de la biología molecular. Estas reglas de “seguridad” impidieron que muchos investigadores, con recursos insuficientes para instalarlas, ingresaran al campo o continuaran interesados en él. El tiempo se encargó de demostrar que las reglas de “seguridad” de Asilomar eran excesivas y poco a poco se fueron relajando. Esta experiencia no cancela, de ninguna manera, la necesidad urgente de explorar las consecuencias éticas y sociales de la nueva etapa en biología sintética, promovida por el paso gigantesco dado hace apenas un par de meses por Venter y su grupo, con la “creación de una célula bacteriana controlada por un genoma sintetizado químicamente”. ~
crónica
Sabina Berman
Multiplicar la vida En esta crónica Sabina Berman narra su visita al centro de biología marina de Sisal que la unam tiene en las costas de Yucatán, punta de lanza de un proyecto de importantes repercusiones dedicado al cultivo del mar. 1. o primero en Sisal es su muelle. El que recibió a la emperatriz Carlota cuando arribó a México en 1865. Un muelle digno del arribo de una emperatriz y su cortejo: una calzada de diez metros de ancho flanqueada de columnas dóricas blancas que se adentra en un mar de siete tonos de azul. Hay que contarlos desde el cielo hasta la playa: la franja del horizonte azul marino, luego el mar azul bandera, luego el azul cobalto, luego el verde azul, luego el turquesa, de pronto, alzándose en una ola, la espuma blanca, y al abatirse y explayarse, oh sorpresa, el mar transparente. Cero idealización: el mar es de verdad transparente en la ola que se desliza sobre la arena: en el agua cristalina se ven inquietos pececitos plateados, antes de que una parvada de gaviotas llegue, picotee el agua, y se aleje volando, en los picos las sardinas. –Hace por lo menos veinte años que no veo olas transparentes –le digo a Xavier Chiappa, director de la Unidad Interdisciplinaria de Docencia e Investigación de la unam, en Sisal, Yucatán. –Vaya, hace veinte años que no veo en una ola que llega a la playa un solo pez vivo, ya no digamos tantas sardinas. Estamos en su cubículo, son las 10 de la mañana de un viernes y en el calor de horno sudamos todos: Xavier, Julia de la Fuente, que me acompaña, y Toño Sáizar, el fotógrafo de este reportaje. –Vaya –mi entusiasmo se prolonga–, este febrero buceando sobre el arrecife de corales de Cozumel, supuestamente el segundo mejor de los sitios para el buceo del plantea, después del Mar Negro, en una hora conté cuatro peces. Una cuenta de espanto. Xavier asiente. Él tampoco, salvo en Sisal, ha visto en los últimos veinte años eso: peces en las olas que llegan a la playa. 64 Letras Libres septiembre 2010
–Y espérate a la tarde –me dice–. Al atardecer pasan volando flamingos. –¿A qué horas? –tercia Toño. –Al atardecer –repite Xavier. –Claro, cuando el sol se mete –filosofo yo–, no cuando las manecillas de los relojes humanos lo ordenen. –Eso es uno de los pagos de trabajar en el calor tremendo de Sisal –dice Xavier–. Ver cada atardecer llegar a los flamingos volando. –¿Y cómo supiste del centro? –quiere saber Xavier. Le cuento. 2. Estaba en España alistando un viaje a la Veta la Palma, cerca de Sevilla, para visitar la reserva donde se están cultivando diversas especies marinas: anguila, mújol, lenguado, lubina y dorada, y donde, además de la multiplicación de estas especies, ha sucedido el prodigio de otra multiplicación inesperada de lo vivo: la reserva recibe la visita de seis especies de aves, algunas en peligro de extinción. Cigüeñas blancas, correlimos, zampullínes cuellinegros, garzas, ánsares, flamingos. Entonces, el que habría de ser mi guía, Ramón, me dice: –Y por supuesto visitaste ya Sisal, en tu país. –No –me demudo. Me informa que en mi propio país en enero de este año se cerró por primera vez el ciclo de la cría de pulpo en cautiverio. Una hazaña científica que tendrá repercusiones en las costas del planeta entero. –Pues qué coños están pensando en México que no ha salido en la prensa. Tal vez ha salido, acaso en páginas muy interiores de periódico, el caso es que yo no lo he visto. Pero sí sé qué coños estamos pensando en el 2010 en México: lo mismo que los mexicanos pensaban en 1910 o en 1810: en un matadero de personas para los próximos diez años. Y en medio de las fotografías del matadero que llenan la portada de los diarios, en medio de las notas del resto más civilizado de la discordia nacional, la multiplicación de la vida de los pulpos no ha sido noticia.
aventura desde hace cinco años. Ahora seis de ellas trabajan en la primera cámara del iglú, poniendo en pequeñas conchas naturales una gota amarilla de comida artificial, comida que acá se ha inventado. Durante la mañana han preparado 15 mil raciones en 15 mil pequeñas conchas; por la tarde prepararán 15 mil más, así manualmente, con una paciencia de relojeras. 4. –El proyecto de cultivo de pulpos nació de un conflicto entre Campeche y Yucatán –rememora el doctor Carlos Rosas–. Cada año, en la frontera de Celestún e Isla Aguada, los pescadores de los dos estados se encontraban, aún se encuentran, para competir por la pesca de pulpo. Aunque no hay un mar propio de cada estado, nada más existe un mar nacional, igual los pescadores sí distinguen si un yucateco o un campechano cruza del lado del mar que no es suyo, y en los enfrentamientos ha habido heridos y muertos y desaparecidos.
Fotos: Antonio Sáizar
3. Hace miles años, los antropólogos aún debaten la cifra, sucedió que alguien en una tribu de humanos recolectores y cazadores se asomó a la bodega provisional hecha de palos y techada de escasas hojas de palma y notó algo asombroso. Ahí adentro, entre el montón de frutas secándose al sol, en el suelo de tierra, habían crecido unas plantitas verdes. Debió haber sucedido en distintas bodegas de distintas tribus. Uno, tres, cuarenta recolectores, cuatrocientos, fueron descubriéndolo en las siguientes primaveras con idéntico asombro: entre las frutas secas, entre los cuerpos de animales muertos, en ese hedor caliente, se alzaban tallos verdes, tallos con hojas, tallos con flores, y por fin, alguna vez, tallos con incipientes frutos verdes. El descubrimiento cambió el destino de la especie humana: la convirtió en sedentaria: en agricultora. Es decir, en conocedora de los ciclos de las plantas. La hizo más sabia y quieta y reflexiva. Y, con la quietud reflexiva, la especie se volvió inventora: imaginó y produjo mil implementos para volver la vida más cómoda. No en vano de la palabra cultivar deriva la palabra cultura. –De ese tamaño es el cambio que propone la acuicultura –explica la doctora Gabriela Gaxiola–. Que pasemos de ser pescadores a cultivadores de las especies marinas. Que pasemos de depredadores del mar a ser sus cultivadores. Por acá –señala la doctora y nos adentramos en su área de investigación: doce piscinas circulares al aire libre, cubiertas por lonas negras, donde se cultiva el camarón. –El oro rosa del mar: el camarón –dice la doctora Gabriela Gaxiola. Más tarde entraremos con el maestro en ciencias Adolfo Sánchez a un iglú blanco de fibra de vidrio donde en el frío simulado de una noche marina se experimenta en el cultivo de peces grandes: trucha de mar, róbalo blanco y pargo canané. –De hecho ayer les inyectamos hormonas y hoy esperamos que los pargos desoven –dice cuando nos aproximamos a una piscina cubierta con lona negra. –¿Podemos fotografiarlos? –se interesa Toño. –No –dice Adolfo y se lleva un índice a los labios mientras cruzamos junto al tanque–. Shhh, necesitan quietud para desovar. La doctora Carmen Martínez nos conducirá por otro iglú, donde se experimenta en el cultivo de especies de ornato, las especies más evidentemente redituables: caminamos por un laberinto de peceras donde se experimenta en el ciclo reproductivo de caballitos de mar, corales, anémonas, gupis y peces payaso. Y por fin, visitamos con el doctor Carlos Rosas el iglú de fibra de vidrio donde se ha logrado, recién este enero, cerrar el ciclo del cultivo del pulpo. Para empezar, Carlos nos presenta a sus colaboradoras. Una cooperativa de mujeres mayas que lo acompañan en esta
Hipocampo en cautiverio.
–A principios de este siglo, el gobernador de Campeche, Antonio González Curi, atrapó a unos pescadores de Celestún, los encarceló y se suscitó un escándalo nacional. Por eso, cuando hace seis años el estado de Yucatán convino con la Universidad Nacional Autónoma de México construir este centro de investigación y estudios, pidió que desarrolláramos algo para el pulpo. –¿Cuál era entonces la experiencia internacional sobre el cultivo de pulpo? –pregunto. –Los españoles ya habían desarrollado empresas en el área de Vigo y habían engordado pulpos ya hacía tiempo en jaulas flotantes. También en cautiverio habían logrado que desovaran, pero de los huevos no habían logrado pasar a la fase de cultivo larvario. Entonces nosotros trasladamos nuestra experiencia en el cultivo del camarón al pulpo, para crear un paquete tecnológico que entregado a una comunidad pudiera producir animales en forma masiva, como si se tratara de una planta comercial. septiembre 2010 Letras Libres 65
crónica
Sabina Berman Estaban en esas ideas iniciales cuando Carlos escuchó de un grupo de señoras que en la aduana abandonada del puerto cultivaban hortalizas. En la tierra acumulada en los años de abandono, sembraban rábano, perejil y cilantro, y lo vendían en una esquina del pueblo, a cinco pesos el ramito. –Hablé con una de ellas y me dijo: “oiga, qué interesante, sí vamos a verlo”. Empezamos trayendo pulpos chiquitos de la pesca, que engordábamos con jaiba y desechos de pescado, como decían los españoles que lo hacían. Fue espectacular lo que sucedió. En veintinueve días cada pulpo pesaba más de un kilo y Carlos regañó a uno de sus asistentes. –Estás mal David –le digo–. ¿Cómo crees que es posible? No hay materia viva que crezca a esa velocidad. Así que al día siguiente voy con David a pesar los pulpos, cuidando de escurrirles el agua que a veces conservan dentro. Toda la mañana fuimos pesando más de cien pulpos y sí, habían crecido a una tasa espectacular, dieciocho gramos diarios. –Nos entusiasmamos, claro. Empezamos a cultivar pulpos varios meses. El dinero de la venta era para ellas y al final se compraron un triciclo. Pregunto: –¿Perdón?, ¿un triciclo? Es decir que no se ganó mucho. –Casi nada. Resultó que el pulpo adulto se vende a treinta pesos el kilo en la playa de Sisal. Así que fue una decepción. Entonces les hice una promesa: encontraríamos la forma de que el cultivo de pulpo obtuviera ganancias. “Un día ustedes pasarán montadas en su camioneta Ford Lobo último modelo y alzarán las manos para saludarme”, les dije. El único problema es que no sabíamos cómo lograrlo. Y para colmo de males, no estábamos logrando realmente reproducir pulpos en cautiverio. Así de simple, no sabíamos cómo cultivar los huevos. Las hembras los iban poniendo en un racimo (un racimo como de uvas blancas, cada una de dos centímetros) y se nos morían, las hembras los tiraban o se nos pudrían. –¿Entonces? 5. –Entonces desarrollamos la incubadora que viste, para que allá maduraran los racimos de huevos. –Y pasamos a la siguiente fase: aprendimos a sacar de los huevos las larvas de pulpo. –Luego aprendimos a llevar las larvas a pulpos juveniles y los juveniles se llevaron por fin a adultos. Y en el camino inventaron el alimento artificial de los pulpos, para evitar el canibalismo. Ese que ahora las mujeres gotean manualmente en conchas pequeñas. Fueron cinco años de investigación para cerrar el ciclo de la reproducción del pulpo, y al final se encontraron con el mismo problema de años antes: el pulpo cultivado es costoso y en la playa de Sisal el pulpo capturado en una barquita en alta mar seguía vendiéndose a treinta pesos el kilo. 66 Letras Libres septiembre 2010
Como en tantas cosas del siglo xxi, la solución que Carlos encontró, la encontró del otro lado del redondo planeta. En esta ocasión, en Corea, donde un pulpo juvenil, de unos treinta gramos, vale gramo por gramo, en una mesa de restaurante, y si está vivo, lo que vale el caviar. Los coreanos acercan los palillos al pulpito vivo, que se enreda en ellos, lo suben a sus bocas y se lo comen con cara de éxtasis. Más les vale: pagan por la delicia del inquieto bocado cinco dólares. 6. Es decir, hay un mercado en Asia para el lujo del pulpo baby. Pero entre las piscinas de Sisal y las mesas de los restaurantes asiáticos hay algo más que millones de kilómetros. –Ahora que ya sabemos cultivar el pulpo, debemos resolver varias etapas –dice Carlos–. La primera es estandarizar y volver más mecánica la parte de la producción y de engorda. Por ejemplo, para que las señoras no tengan que hacer treinta mil raciones de alimento al día a mano. Luego, necesitamos desarrollar la forma de traslado, para que el pulpo gourmet llegue vivo del otro lado del mundo. Y por fin necesitamos un socio empresario con colmillo, alguien que desarrolle con nosotros un plan de negocios, localice más mercados, optimice las ventas, haga esas cosas que nosotros desconocemos. En cuanto al traslado, Carlos y la cooperativa de mujeres ya tienen el asunto tomado por la cola. Este abril enviaron una remesa de pulpos baby vivos a una degustación en el Centro Gourmet de la exclusiva colonia Lomas de Chapultepec de la ciudad de México. –Los empaquetamos un domingo a las 6 de la tarde, volaron por avión y los abrieron el lunes a las 8 de la noche. Uno puede verlo en YouTube (degustación de pulpos rojos miniatura en México): ante comensales y jefes de cocina de Japón, España y México, el restaurantero extrae de cajas de cartón las bolsas de plástico con agua donde hay un pulpo y procede a mostrarles a los comensales cómo comer (según él) el pulpo gourmet. Toma entre los dedos la cabeza del pequeño pulpo, lo ahoga en un vaso con mezcal y se lo zampa y mastica, ante las caras de asombro o de espanto de la concurrencia. La narradora del video asegura con voz melodiosa: “Los chiquitines yucatecos conquistaron la ciudad más grande del orbe.” Y más adelante, mientras el restaurantero ahoga a otro pulpito en el vaso de mezcal: “Los pulpitos se robaron de inmediato el corazón de los capitalinos, algunos de los cuales los ven como una mascota en sus peceras.” Lo que es la ignorancia de los bípedos pensantes sobre el resto de los animales: en seis meses, la mascota ya no cabría en sus peceras hogareñas, amén de que para entonces se habría degustado a todos los otros inquilinos. Cierto en cambio es lo que la narradora concluye: “los asistentes festejaron alzando sus vasos de mezcal el logro de la única granja experimental de pulpo en el mundo, que
tiene todo listo para incursionar en las fases comercial e industrial, con un impacto positivo para las esposas de los pescadores yucatecos”. 7. Todo termina en la boca de los primates mamíferos bípedos. Frutas, hierbas, verduras, peces, pájaros, cuadrúpedos: todo acaba en la boca humana. O se vuelve comida o se vuelve palabra. Es decir, eso creemos nosotros, los mamíferos bípedos pensantes: si no ha de volverse comida y si no hay una palabra que lo nombre, no existe. Desde luego es falso. Mucho existe en el planeta sin nombre, lejos de nuestras bocas triturantes. Sesenta por ciento de las especies vivas no han sido clasificadas y setenta por ciento de ellas viven en la profundidad del mar. Pero volviendo a nosotros y a nuestras bocas, nos definimos como los depredadores del planeta. La definición ya existe en la Biblia (Génesis 1:28) pero es mucho más antigua. Nos definimos como el gigante egoísta de la realidad: si algo no existe para ser finalmente nuestro vestido, nuestra comida o nuestro transporte, es un estorbo. –Todo es asesinato. Me lo dice el doctor Xavier Chiappa con aire casual, pero ojos profundos, mientras comemos estupendos camarones gigantes en una fonda de Sisal. Él y la doctora Gaxiola me han estado explicando cómo cada proyecto de multiplicación de vida en la unidad de investigaciones debe encontrar en el hormiguero humano consumidores, si es que ha de subsistir. Expresado en idioma mercantil, debe encontrar su justificación económica. Los pulpos deben volverse productos comestibles de lujo. Los caballitos de mar deben volverse ornato de peceras. Los róbalos deben llegar algún día a un mercado para ser vendidos. Todo debe terminar en algún agujero, corporal o artificial, propiedad de algún primate pensante. –¿Y repoblar el mar porque sí, por pura generosidad con la vida? La pregunta me la hago ahora que transcribo las notas de mi visita a Sisal. Habría que buscar a los filántropos del mar, me respondo. Una de las familias más ricas del planeta, los Walton, dueños de la empresa de tiendas más grande del globo, las tiendas Walmart, tiene el propósito de repoblar el Mar de Cortés. Los Walton pasan inadvertidos para la gente de la costa del Mar de Cortés, usan zapatos viejos, ropa ligera y manejan camionetas desvencijadas. Eso sí, sus aviones personales, con los que viajan seguido a Sinaloa, al norte de México, son de tecnología de punta. Bueno, pues los Walton están empecinados en repoblar el Mar de Cortés y tienen para ello un proyecto, que por lo pronto implica severo control del número de pescadores. Suelen pegar
en la pared las grandes fotos del Mar de Cortés que toma el satélite de la zona, planas de tres por tres metros, y cuentan personalmente las milimétricas barcas que aparecen. Son 130 las autorizadas por la Secretaría de Pesca. Suelen contar más de 180 y reportar la infracción a las autoridades. Pero hay más que imaginar que controles y vedas para los pescadores, cuando se trata de repoblar el mar. Yo imagino una generación de jóvenes, todavía sin compromisos ni miedos, que le dicen no a la codicia. Que vuelven la espalda al hormiguero humano. Que entre los triunfos simbólicos del hormiguero humano y el entusiasmo real, biológico, que provoca convivir con lo vivo, eligen ese entusiasmo biológico. Viajan con solo un iPad de equipaje a las costas de los continentes para sembrar el mar con vida. No usan relojes sino que ven el cielo para saber el tiempo. No tienen cuentas de banco ni creen en la acumulación o la ganancia. No creen en Dios, creen en la realidad.
Refugios artificiales para la vida marina.
Bendicen las palabras porque han servido para capturar algunas leyes de la naturaleza, pero se aburren con la destreza idiomática que teje ideologías. Aborrecen a Descartes, releen a menudo El origen de las especies de Darwin y alinean sus costumbres a las leyes de la evolución. Las imágenes me nacen luego de que Carlos Rosas me presenta a uno de los acuicultores más jóvenes de Sisal, un tipo con la cabeza rodeada de una aureola de cabello: barba y melena castañas. “El Richard”, le dicen. El proyecto del acuicultor Richard Juan de Dios deriva de dos realidades concretas. Una, los pulpos y otras especies marinas no pueden reproducirse en el mar si no encuentran refugios para que desoven y sus huevos maduren a salvo del sol y los depredadores. Dos, el piso del mar de Yucatán, como el de buena parte de los mares territoriales del mundo, ha sido arrasado: ahora es arena: un pálido desierto submarino. septiembre 2010 Letras Libres 67
crónica
Sabina Berman Richard me muestra los refugios portátiles que han inventado: son una especie de caracolas hechas de lodo y fibra de vidrio. La idea es lanzarlos al mar para que en el piso marino, con el tiempo, se colonicen de corales, algas, peces y, claro, pulpos, que en su interior formarían sus racimos de huevos y ahí se quedarían a cuidarlos. El material de los refugios se iría desbaratando, por su poca solidez, y su arquitectura acabaría reformada con materiales naturales. –Si funciona –explica Carlos– habrá un programa permanente de siembra de refugios artificiales. 8. En Veta la Palma los flamingos llegan volando al atardecer a la granja de peces. Planean sobre la lámina de agua y de pronto uno la pica y se aleja con un lenguado, otro la pica y se va volando con una lubina, diez más pican y escapan con sus presas. Lo veo alarmada. –¿Nadie se lo impide? –pregunto a mi guía. –No –dice–. Ni nos preocupa. Se llevan el veinte por ciento de los peces, pero hemos descubierto esto: desde que vienen, el agua se purifica. –¿Se vuelve más pura? –Eso digo, más pura.
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Es una ley descubierta por los biólogos. Edward O. Wilson la enuncia así: a mayor cantidad de especies que participen en un sistema vivo, más saludable es el sistema y más estable. En Sisal el sol rojo está acercándose al horizonte mientras en la camioneta nos adentramos por un camino de tierra en la selva, buscando alguna altura para poder ver por encima de las frondas el ocaso. La bondad de alguien anónimo nos regala una torre construida con leños y clavos, desde cuya tercera plataforma se domina un manglar. Toño apunta su cámara al horizonte y espera. Esperamos. Las raíces sumergidas en el pantano, los árboles alzan sus ramas torcidas, a cada rato con una cotorra en una punta. Las garzas vuelan tramos cortos, de piedra en piedra. Las gaviotas planean arriba en círculos. Y el ruidazal de silbos crece: es el frenesí de la naturaleza cuando el día se vuelca en la noche. –¡Ahí están! –exclama de pronto Julia, y pareciera que ella también cantara–. ¡Los flamingos! ¡Los flamingos! Entre las cotorras paradas, las garzas y las gaviotas que vuelan, contra el cielo completamente anaranjado, las siluetas negras de los flamingos parecen de caricatura: las grandes alas aleteando, los cuellos largos adelantados, los picos curvos, que resulta que son, aunque no sabemos cómo, los mejores instrumentos habidos para la purificación del mar. ~
María Negroni
De rama en rama un pájaro terrestre sin más tripulación que su reflejo dice que sí y que no y que también y con el pico arranca al mundo un nido de infancia interrogada eso es todo finísima orilla el deseo en la mudez del amor se da por vencido se inmiscuye en su propia geografía
Algo nunca visto como cuando se dice a alguien no te despiertes de mí no me prohíbas con tu razón traidora y a bordo de un velero azul aparecen de pronto varias figuras retóricas la anáfora de un beso la catacresis de un llanto y una linterna mágica alumbra la sinfonía del mundo oro mudo en la noche del pájaro ~ 70 Letras Libres septiembre 2010
doce voces de la historiografía mexicana
conversaciones con christopher domínguez michael
IX. Eric Van Young: ¡Viva la bola! o muy lejos del centro de San Diego vive Eric Van Young, el autor de uno de los libros más emocionantes que se han escrito sobre la Independencia de México: La otra rebelión (2001; fce, 2006), una investigación de archivo de casi mil páginas sobre cómo y por qué los campesinos indígenas de la Nueva España se rebelaron en 1810 y convulsionaron aquel reino durante una larga década. De caso en caso va construyendo Van Young un libro que se lee –usemos la frase hecha– como una novela, y ello quizá se deba a que su autor es un historiador que lee novelas con fervor y lo confiesa. Stendhal comparte con Albert Soboul y Charles Tilly –los maestros de la historia social de las revoluciones modernas que ira– un lugar principal en la biblioteca de Van Young, un distinguido historiador de la Universidad de California, nacido en Los Ángeles, criado entre artistas de Hollywood, educado en Berkeley y Chicago. En La otra rebelión / La lucha por la independencia de México, 1810-1821 asistimos a un conmovido ensayo de restitución: Van Young les devuelve no solo su nombre y su rango a decenas de combatientes que sin él hubieran permanecido sepultados en la fosa común de los archivos, sino también su historia, su desconcertante historia. Todos aquellos novohispanos (la inmensa mayoría indígenas) fueron informados de que su lejano rey, Fernando VII, había sido secuestrado por los impíos ses y llevado muy lejos, de tal forma que debían rebelarse y guardarle su trono en custodia. Incluso se esparcieron rumores de que Fernando VII estaba en la Nueva España, de incóg72 Letras Libres septiembre 2010
Imagen de video: Nicolás Echevarría
N
nito, escondido entre los más fieles de sus súbditos. Esa versión, como pronto lo descubrió Van Young en los archivos, era un cuento de hadas. La verdad era aún más novelesca: casi ninguno de los indígenas apresados, interrogados, juzgados (y muchos de ellos indultados tras su confesión) sabía por qué se había rebelado. Lo ignoraban
todo sobre Napoleón y su desventurada empresa transpirenaica, nada sabían de las constituciones sas o del texto constitucional de Cádiz y no mostraban ningún interés en la independencia o la autonomía del reino. Más sorprendente aún era descubrir que, siendo pobres, no parecían ser víctimas del hambre ni pelear por los “tradicionales” agravios
letras libres en el bicentenario
del orden agrario. Sabemos mucho de Miguel Hidalgo, nos dirá Van Young en las primeras páginas de La gran rebelión, pero no sabemos nada de la gente que lo siguió a él y a otros curas insumisos. Cabría agregar que esa gente tiene una historia, otra historia, gracias al libro que le dedicara, casi dos siglos después, este historiador norteamericano nacido en 1946 y descendiente de vieneses y húngaros que vieron modificada la partícula de su apellido al llegar a Ellis Island. El misterio llevó a Van Young a reconstruir la trama de las rebeliones rurales de 1810, narrando los amores, las esperanzas, la religiosidad y las aventuras en combate de cientos de indígenas, a quienes considera (siguiendo la pista descubierta por John Womack Jr. en 1970 cuando estudió a sus descendientes, los zapatistas) campesinos conservadores. Para explicarse lo mucho que hubo de casual en su destino, el historiador recurrió a un héroe novelesco, al desconcertado y enamoradizo Fabrizio del Dongo en la batalla de Waterloo, según lo cuenta Stendhal en La cartuja de Parma. El magnífico fresco histórico de Van Young, muy bien escrito, ha causado mucha polémica y la seguirá causando. Su contemporáneo británico (y querido colega, aclara Eric) Alan Knight escribió una meticulosa reseña de La otra rebelión, reconociéndose tan irado por la obra de Van Young como convencido de no creerle una palabra. Tomando, implícitamente, el estandarte de una “vieja” historia de las revoluciones, orientada por el derrotero de sus causas, de su desarrollo y de su desenlace, Knight rechazaba la “nueva” historia cultural, orlada de posestructuralismo (conocido también, en la anglósfera, como “el giro lingüístico”), de Van Young. Las muy pertinentes observaciones críticas de Knight le reclaman a Van Young el haber convertido a la guerra de Independencia en una suerte de monumental psicodrama nihilista (la expresión es mía) donde aquella frase macbethiana de que la historia es un cuento narrado por un idiota parece
adueñarse de aquello que necesita, para el historiador a la antigua, tener un sentido. Van Young, con mucho brío y con buena prosa de polemista, le contestó a Knight; la polémica es uno de los episodios más fecundos de la historiografía mexicana contemporánea.* No parece ser Van Young un frío posmodernista sino un lector de novelas que ha sabido leer, escrupuloso, aquello que estaba archivado y omitía narrar la historia de bronce. Nos recibió en la sala de su casa y empezamos la entrevista una vez que su esposa, psicoterapeuta, salió rumbo a su consultorio. Conversamos custodiados por los cuadros de sus padres, dos pintores que lo convirtieron a él en un pintor de rebeldes, de contrarrevolucionarios, de revolucionados (como diría González y González). Actualmente Van Young trabaja en una de las grandes biografías mexicanas que necesitamos leer, la de Lucas Alamán. No fue fácil despedirse de Eric Van Young: me dieron ganas de pedirle que la conversación continuara en alguno de los museos del sur de California. n
La riqueza de La otra rebelión / La lucha por la independencia de México, 18101821, tu principal obra, se debe a la variedad de las fuentes consultadas, a la voz otorgada a cientos de testimonios que yacían olvidados en los archivos y a la belleza del libro como obra de historiador. Pero también creo que esa riqueza se origina en la forma en que rechazas, con mayor o menor énfasis, la mayoría de las interpretaciones históricas previas de la guerra de independencia. Así, según tú, aquella rebelión no fue mestiza, ni se debió a la apremiante necesidad material de los novohispanos insurgentes. Tampoco fue una consecuencia directa de los acontecimientos españoles de 1808 ni una reacción espontánea –“pavloviana”– a la ocurrencia de Hidalgo de alzarse tras el pendón de la Virgen de Guadalupe. Asumiendo que la respuesta no puede sino simplificar la densa argumentación que sustenta La otra rebelión, ¿a qué se debió aquella guerra que duró una década? * Puede consultarse, traducida al español, en Historia mexicana, El Colegio de México, liv, 1, 2004.
Cierta exageración forma parte de la retórica que es el estilo de todo historiador. Lo que estoy haciendo en La otra rebelión no es tanto rechazar otras explicaciones sino modificarlas, enfatizando la actuación de los grupos populares, sobre todo de la gente indígena. Sí, tuvieron mucha importancia los eventos en España: el derrumbe de la monarquía, la invasión de la península y la Constitución de Cádiz tan celebrada últimamente. No hay duda de la importancia de los procesos constitucionales y toda esa gama de factores que tienen que ver lo que llamaría yo la “alta política” que estimuló los movimientos populares. En cuanto a la situación económica del país sabemos muy bien que estaban en florecimiento las grandes empresas mineras y que hubo mucha comercialización. En un trabajo anterior sobre el sistema de las haciendas de la región de Guadalajara y abarcando también a otras regiones, traté de explicar el crecimiento de la comercialización en la agricultura y las presiones casi maltusianas impuestas sobre la población rural. Hubo problemas u oportunidades en un contexto de alta política. Fue importante la presencia de grandes personajes como el padre Hidalgo. No hay que negar que todos esos factores jugaron su papel. Pero en el momento de enfrentarme con los documentos en los archivos, con los datos primordiales, me encontré con poca evidencia de que todos esos factores fueran esenciales en cuanto a motivar los brotes insurgentes que vamos a ver durante toda esa década. Insisto: no encontré entre grupos populares casi ninguna evidencia de que ellos pensaran en la Constitución de Cádiz, en el derrumbe de la monarquía o en la invasión de Napoleón. Algo hubo en la retórica de los líderes en el sentido de que “vamos a defender Nueva España contra los ses ateístas”... Y eso, en la alquimia del pensamiento popular, se tradujo en la reactivación de formas de sensibilidad religiosa muy fuertes, pero que no atribuyeron a las amenazas contra la religión, ni asociaron con los ses o con la situación política. septiembre 2010 Letras Libres 73
entrevista con Eric Van Young
Revisé miles de expedientes de insurgentes, sobre todo de los procesados por sus actividades como insurgentes y no encontré casi ningún programa agrario o quejas económicas generalizadas o sistemáticas al estilo de “estamos perdiendo nuestras tierras y queremos reivindicar nuestros derechos en cuanto a ellas”, o de que “los salarios son demasiado bajos” o “los precios suben y nos estamos empobreciendo”. No dar con esas evidencias abre, obviamente, cierto espacio interpretativo y obliga a preguntarse, ¿qué otros factores pudieron influir en motivar a la gente común para que entraran en la insurgencia? Yo empecé con explicaciones netamente materialistas. El plan original del libro era enfatizar la combinación de los cambios en la alta política con la influencia del liderazgo de Hidalgo y otros, la presión agraria, el declive de los niveles de vida en la población. E iba a hacer yo varios estudios de caso por región: uno sobre Guadalajara, otro sobre la región azucarera de Morelos, otros sobre la Huasteca, etc. Pero no encontrando ninguna evidencia concreta o muy poco de ella, me puse a pensar en qué otros factores podían explicar la insurgencia. Y en ese momento, cuando yo estaba formulando mis preguntas de investigación, a los historiadores en todo Estados Unidos nos cayó encima el “giro lingüístico” y se impusieron la historia cultural, los estudios culturales, la teoría y la antropología. Tuve que pensar en los factores culturales, en el sentido más amplio de la palabra, que pueden explicar la actuación de las masas, sobre todo de la gente indígena, en vez de aplicar de una manera muy mecánica esos factores de los cuales no encontré ninguna evidencia. Para regresar a tu pregunta central de a qué se debió 1810, yo diría que, por lo menos para la mayor parte de la gente indígena de la Nueva España, se trató de un movimiento de autodefensa de las formas comunitarias de vida religiosa y política amenazadas por las Reformas Borbónicas, un esfuerzo de modernización del país donde los clé74 Letras Libres septiembre 2010
rigos, por ejemplo, se habían entrometido de manera inadecuada en la vida de los pueblos. Hubo intentos, propios de la Ilustración, como nos lo han dicho Brading y otros autores, de purificar un poco las formas locales de la expresión religiosa. Ante ello los indígenas defendieron las formas de identidad con las que habían vivido toda su existencia. Esto nos lleva naturalmente a la segunda pregunta. Una de las grandes paradojas que cruzan La otra rebelión es constatar que, siendo el indígena campesino el personaje principal de la guerra de independencia, fue una rebelión rural sin ser necesariamente agraria, es decir, no sustentada en la vindicación de agravios relacionados ni diseñada sobre la base de los sueños utópicos de las rebeliones campesinas. ¿En 1821 había cambiado todo para que no cambiara nada (Lampedusa dixit) o se trató de una demostración a escala gigantesca del carácter conservador, tradicionalista, de la guerra campesina? Una respuesta corta sería: sí. Una respuesta analítica, más extendida, sería que la moda entre los historiadores y también entre algunos antropólogos que han entrado a estudiar las rebeliones, revoluciones y movimientos populares a gran escala que formaron los Estados naciones, ha sido usar el concepto de “agencia” para explicar esa gama de fenómenos. Una vez que yo utilicé la palabra “agencia”, que no era común y corriente en español, me corrigieron y me dijeron que se debía traducir como “libre albedrío”, que es obviamente un término teológico que significa free will, mientras que “agencia” quiere decir la posibilidad de los actores históricos de crear un espacio para su propia actuación, para influir sobre el contexto político, social, económico, en que transcurre su vida. Desde entonces esa palabra, “agencia”, se usa más y más. Está muy de moda esa cuestión de la “agencia” como forma de participación positiva de la gente común, de los grupos populares, en la invención de un Estado nación, lo cual modifica la idea de que los campesinos son naturalmente conservadores y tienden a retraerse sobre sus
propias comunidades, ajenos a la política a nivel nacional. Trato de reivindicar, no tanto por motivos teóricos sino por mi lectura de las fuentes, la postura de que, por lo menos en cuanto a la independencia de México, los campesinos eran conservadores y quisieron “conservar” sus comunidades contra las fuerzas disolventes de la comercialización de la agricultura y contra la intervención del Estado en sus prácticas religiosas. Para ellos “conservar” sus formas tradicionales de comunidad era más importante que entrar en el proceso de constitución de un Estado nación. Desde antes de 1810, entrando más en el siglo xix y hasta la Revolución mexicana, la característica esencial del campesinado en México es su conservadurismo. A ello le sigue la paradoja, en efecto, de un movimiento rural pero no agrario, otro de los problemas que planteo en La otra rebelión. Sí hubo demandas agrarias y hubo brotes tumultuarios durante toda la época colonial y a un paso acelerado sobre todo durante el siglo xviii, pero fueron esencialmente movimientos de autodefensa, de comunidades que querían cobrar sus propios impuestos. En los archivos casi no encontraste testimonios de las motivaciones ideológicas de los novohispanos que, sobre todo en el campo, se rebelaron, como si hubieran decidido dejar a las ciudades, atónitas durante toda la década, la responsabilidad política e intelectual de ligar a la insurgencia con la independencia, a la Nueva España con el mundo. Por eso se llama tu libro La otra rebelión, porque trata un mundo rural que aparece desconectado del mundo urbano de los intelectuales, de los clérigos, de cuyo testimonio saldrá la historia oficiosa de la Independencia. ¿Nos equivocamos al creer que la guerra de independencia formó parte de una ola de revoluciones modernas y modernizadoras? Hay un grupo de historiadores españoles muy interesantes, Portillo, Manuel Chust y varios otros que están trabajando en definir la naturaleza básica de la “revolución hispánica”, de la Constitución de Cádiz de 1812, con los que estoy de acuerdo. También he participado en esas dis-
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cusiones con mi amigo Jaime Rodríguez y otros historiadores mexicanos, como Roberto Breña y Alfredo Ávila, quienes tienen algunas dudas sobre el carácter atlántico de las revoluciones de independencia, la relación de la Constitución de Cádiz con la sa de 1790 y el problema del genio político hispánico. Yo creo que sobre todo el liderazgo urbano, intelectual, de los criollos de la Nueva España sí comparte muchos elementos con las revoluciones atlánticas. Pero la manera de reconciliar las visiones atlánticas o hispánicas es reconocer que toda revolución funciona por la articulación buena o mala de capas, es decir, de niveles. Hay muchos grupos que están actuando por motivos distintos. Los líderes criollos en toda la América hispánica, por ejemplo, obedecían a una gama de motivaciones, algunos eran muy conservadores, partidarios de conservar gobiernos monárquicos, como ocurre en los Tratados de Córdoba, mientras que otra ala muy a la izquierda es republicana, pasando por las posturas intermedias. Pero ese debate sobre la reconstrucción monárquica o republicana del Estado ocurre en una capa no aislada sino bastante limitada de gente educada y alfabetizada de las ciudades. Si se pone uno a estudiar las masas rurales es otra cosa: incluso tomando en cuenta la articulación de las capas y los canales de transmisión de las nuevas ideas, yo calcularía que la tasa de alfabetismo en la Nueva España era de diez por ciento, y eso sería en las ciudades, entre la población criolla. Entre la gente indígena la tasa de analfabetismo era casi total y aunque no haya todavía buenos estudios en cuanto a eso podemos decir que, en comparación con Nueva Inglaterra y a reserva de extenderse sobre ese paralelo, la diferencia es abismal. En Nueva Inglaterra, en el centro de las colonias británicas a la hora de su revolución de independencia tenemos justo lo contrario: un alfabetismo entre los hombres de alrededor de un noventa por ciento. Ellos leían periódicos y panfletos, discutían en sus tabernas las ideas políticas,
imbuidos de todas las formas de discurso público, con una esfera civil muy desarrollada. Tenemos esos elementos, en la Nueva España, solo en ciertas capas de las ciudades. En eso estoy en contra del gran historiador François-Xavier Guerra, quien dice que sí hubo formas de discurso político penetrando en la población en general. No veo ninguna evidencia de ello, y cuándo llegan las ideas y quién sabe cuáles son los canales o las rutas a través de las cuales se desplazan las ideas, por sermones de los clérigos, por algún otro panfleto que penetra hasta esos pueblos aislados; ello no es suficiente. Cuando llegan las ideas, además, están tan deformadas y tienen tan poca relación con el origen que toman la forma de expresiones religiosas, utópicas y milenaristas, como las que rodearon al rey Fernando VII, el Deseado. Y la utopía no era una utopía proyectada al nivel del Estado nación. El espacio utópico operaba dentro de las comunidades. Las limitaciones en cuanto al alfabetismo requerido para la transmisión de las ideas a gran escala, de las reformas políticas que se están discutiendo en Cádiz y en la ciudad de México, son acentuadísimas en cuanto a la masa rural. Para unificar ese movimiento se recurre, según el locus clasicus del nacionalismo mexicano, al gran ícono, a la Virgen de Guadalupe, pero, proyectándolo hacia atrás, aparece, durante la época de la insurgencia, muy poca evidencia de que la gente aclamara a la Virgen de Guadalupe en el sentido político de formar causa común con las otras capas del liderazgo del movimiento, con los criollos por ejemplo. Tenemos, según lo concluí yo, dos rebeliones, la del liderazgo orientado o hacia España o hacia el Atlántico revolucionario, y otra, la rebelión popular. Por eso el título del libro, La otra rebelión. Ya prácticamente me contestaste la cuarta pregunta, referida a la conocida polémica que sostuviste con Alan Knight en 2004, donde se tocaba, entre varios temas, el interés noratlántico de la revolución de Nueva España y su
relación con las revoluciones de Estados Unidos y de Francia. Pero debo insistir: los lectores de historia de México suelen ser llevados por los historiadores hacia la comparación del fin de la Nueva España con el mundo, de apariencia adánica, creado por Bolívar. ¿Cómo conducirías al lector, en ese orden comparativo, hacia el hemisferio norte? Y, en contraste con la habitual comparación hecha con América del Sur, recuerdo una página de Octavio Paz donde dice que la guerra de independencia de México y las guerras bolivarianas parecen muy semejantes pero no lo son. Cuando viajamos fuera de la Nueva España las cosas empiezan a complicarse. Yo elegí hacer la comparación de la Nueva España con Francia y Estados Unidos, lo mismo que con la Revolución mexicana de 1910 en la conclusión del libro, por ciertas razones. Me parece o me parecía interesante la comparación porque la literatura sociológica, la ciencia política, toda esa literatura teórica sobre las revoluciones estaba muy desarrollada en cuanto a la Revolución sa, la Revolución rusa, la Revolución norteamericana. Había también una literatura empírica muy rica sobre las revoluciones bolivarianas, pero menos desarrollada en el sentido teórico. Era esencial comparar la revolución o el movimiento de la Nueva España con la riqueza de ese contexto teórico. Un segundo motivo fue una circunstancia muy particular mía como historiador norteamericano. Dentro de la academia norteamericana, nuestro gremio de historiadores de América Latina tenía, en todas las facultades de las grandes universidades, mucha menos importancia que el gremio dedicado a la historia de Europa y de Estados Unidos. Había que contrarrestar la desventaja de dedicarse al estudio de América Latina a la hora de entrar en los discursos, los debates, las controversias que dominan la academia norteamericana. Propuse esas comparaciones históricas para que me tomaran más en serio mis colegas. Un punto de comparación esencial es la etnicidad. México y otros países de Hispanoamérica tenían poblaciones indígenas de mucha importancia, septiembre 2010 Letras Libres 75
entrevista con Eric Van Young
tanto en la región andina como en Mesoamérica. Una circunstancia muy distinta de lo que tenemos en las poblaciones más homogéneas de origen europeo como las de las colonias británicas. El peso de la población indígena, en términos de población total y de civilización, era mucho menor acá. Era mayor, entonces, la relación de México con la región andina en ese sentido y el nexo de sus movimientos de independencia con las grandes rebeliones panandinas de fines del siglo xviii, sobre todo con el movimiento de Túpac Amaru, de Túpac Katari. Aunque expresiones tan bárbaras no las veo, en esas dimensiones de violencia colectiva, en la Nueva España durante la insurgencia, hay bases para hacer algunas comparaciones sugestivas en cuanto a las formas de expresión religiosa, a la intensidad de lealtades hacia las comunidades y a las maneras de identidad étnica, de relacionarse de los indígenas con las capas dominantes en las ciudades. Pero para mi selección de casos comparativos más interesantes, por los motivos que he explicado, prefiero la comparación con las revoluciones atlánticas. Otra cosa interesantísima de La otra rebelión es el asunto del clero. Por un lado está la evaluación que hiciste de los casos, una investigación que arrojó cifras que a unos les parecen considerables, a otros no, de un veinte o un treinta por ciento de sacerdotes, de los párrocos de la Nueva España que encontraste comprometidos con la insurgencia. Aquí estamos ante otra paradoja, la historia oficial mexicana que es laica, republicana, pone mucho empeño, paradoja dentro de la paradoja, en recalcar, casi afectuosamente, que Hidalgo y Morelos eran curas. Como si el hecho de que lo fueran subrayase una intimidad con el catolicismo que quiere decir, o así lo entendemos los mexicanos, intimidad con los indios, porque el catolicismo es paradójicamente lo más indio... Es el México, el México profundo... Exacto. Entonces la guerra de independencia no fue tan clerical como pensamos. ¿Cómo les contarías a quienes leen esta entrevista –que no son necesariamente los que leyeron tu libro– cómo 76 Letras Libres septiembre 2010
funcionó el clero novohispano y sus parroquias durante la guerra de independencia? Para elaborar un poco lo que me acabas de decir, en La otra rebelión, que es básicamente un comentario extendido sobre los datos que he encontrado en los archivos, muestro que un ochenta por ciento de los clérigos permanecieron leales al régimen monárquico. Muchas veces, cuando llegaban grupos de insurgentes o cuando se producían brotes muy violentos, los clérigos, en los pueblos como también en las villas y las ciudades provinciales, se escapaban a la ciudad de México para asegurar su propia seguridad y pasado el brote regresaban a sus parroquias. En base a los datos que he encontrado puedo decir que cuando menos el veinte por ciento de los seis o siete mil clérigos de la Nueva España, entre los que poseían sus curatos y los que estaban haciendo otras cosas, se rebelaron. De todos ellos hubo, cuando mucho, unos quinientos o seiscientos involucrados activamente en el movimiento, algunos muy activos como Hidalgo, Matamoros, Morelos, el padre Cos y varios otros que conocemos muy bien. Algunos otros tuvieron una participación más equívoca y se quedaron atrás en sus parroquias para tratar de controlar la violencia en vez de funcionar como líderes. Dentro de los que podríamos caracterizar como involucrados en la insurgencia, aparte completamente de los que se escaparon para resguardarse, tenemos toda una gama de participación en la violencia. Si tomamos eso en cuenta se reduce aún más la participación activa de los clérigos como líderes. He encontrado algunos casos indicatorios de que hubo quienes solo participaron en la insurgencia para seguir a sus feligreses y dirigirlos como líderes. Intentaban, como dijo Porfirio Díaz hablando de Madero, domar al tigre que otros habían liberado. En muchos casos he tenido la impresión de que los párrocos, en vez de estar convencidos como insurgentes en el sentido ideológico, trataron de no perder el control de sus feligreses. Otros, en número importante, figuraron como
dirigentes intelectuales y revolucionarios de la insurgencia. Pero la cuestión es ¿por qué los párrocos y los curas pudieron ejercer esa influencia sobre sus feligreses? Hay que saber si ese influjo era por el catolicismo y por la relación íntima que tenían con sus feligreses o por otros motivos, como que en esos pueblos de indios había muy poca gente educada, de tal manera que los clérigos eran más líderes de la comunidad, involucrados en cuestiones electorales de los ayuntamientos, que representantes de la religión católica. Y en efecto: muchas comunidades eran a la vez muy católicas y muy anticlericales. Otros muchos pueblos actuaron por su propia cuenta y no hubo necesidad de que existiera un líder identificado como cura y santificado por el catolicismo de sus feligreses. Yo diría que una de las características del catolicismo mexicano es que suele ser anticlerical. Pero entremos entonces al asunto de Hidalgo. La otra rebelión se nutre de una historia social desligada de la creencia en la primordial importancia del papel del individuo en la historia. Pero ello no obsta, dado que eres amante de la pintura, que le dediques unas páginas a Hidalgo inspirado en los murales de Orozco. Jugando con lo contrafactual, que a veces es divertido e iluminador: ¿Qué hubiera pasado sin Hidalgo, qué tan importante fue su jefatura? ¿Las cosas hubieran sucedido de manera distinta, sin él, entre 1810 y 1811? Dentro de poco tiempo habría emergido otro personaje para por lo menos comenzar el proceso insurgente. Muchas de las conspiraciones empezaron en los años noventa del siglo xviii. Agustín de Iturbide, el que iba a ser el primer y último emperador legítimo, no intruso sino legítimo de México, estuvo involucrado en Morelia en una conspiración, la de García Obeso... Pero la pregunta no debe referirse tanto a Hidalgo como a Napoleón, porque él es la causa primera, el gatillo detonador que desarregla con tanta violencia el mundo, el mundo hispánico. Pero en 1808 ya estaban dadas todas las condiciones políticas para que los acontecimientos de la península impactaran como lo hicieron
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en el Nuevo Mundo, y tarde o temprano hubiera surgido un protagonista. El personaje de Hidalgo como lo pinta Alamán, y también otros historiadores, puso su propio sello en el movimiento. Comparto la imagen que dibuja al intelectual algo distraído, con buenas intenciones, muy bien educado en la “pequeña Francia”, esa imagen bien establecida de un Hidalgo que habiendo iniciado un movimiento luego no lo pudo o no lo quiso controlar. Quizá hubiera sido distinto con Allende, con otra disciplina o trasfondo militar, por ejemplo, porque sabemos muy bien que Allende e Hidalgo tuvieron conflictos muy fuertes en cuanto al manejo de las huestes rebeldes. Con otro líder la insurgencia habría tenido otro carácter pero soy de la opinión de que el movimiento se habría dado con o sin Hidalgo. Junto al grito de Dolores está su decisión de tomar el pendón de la Virgen de Guadalupe. ¿Realmente fue una ocurrencia?, ¿fue una casualidad? Estamos entre dos posturas frente al proceso histórico. Una nos dice que tenemos circunstancias concretas, casuales, coincidentales, la presencia de un individuo u otro. Circunstancias completamente casuales. Y tenemos otra opción, la de medir y sopesar las fuerzas estructurales, no en el sentido marxista necesariamente, sino como estructuras determinantes de las relaciones de clase o de la cultura. En La otra rebelión juego entre las dos cosas: la pura casualidad y lo estructural. Tal vez fue estrictamente casual que Hidalgo agarrara ese estandarte, pero dado el desarrollo del culto de la Virgen de Guadalupe, tan importante desde su desarrollo a mediados del siglo xvii, como nos lo ha dicho Brading, fue decisivo. Pensando en ese momento tan icónico, el guadalupanismo se habría cruzado tarde o temprano con la insurgencia. Me sorprendió leer, pensando en la Vida de fray Servando (2004) que yo mismo escribí, que las respuestas a los interrogatorios de otros insurgentes, clérigos a veces pero de origen muy popular y que carecían de la trayectoria cosmo-
polita de fray Servando, responden, como en su caso en el Santo Oficio en 1817, al mismo patrón en que el acusado finge no saber por qué se rebeló ni qué hacía en una guerra de las dimensiones de nuestra independencia. En muchos de los personajes rescatados en La otra rebelión persiste ese doblez, que yo llamaría picaresca, y que asocias, sin omitir cierta osadía de introspección psicológica que yo agradezco como virtud del historiador, al “monarquismo ingenuo”. ¿Cómo vivía la guerra de independencia ese insurgente prototípico que en La otra rebelión detallas a través de numerosos casos? Ese insurgente prototípico, con todas sus características demográficas, era un hombre indígena de más o menos veintinueve, treinta años. Y como cincuenta y cinco por ciento de los insurgentes se autoidentificaba como indígena. Contra el mito de la historia de bronce, esa no es propiamente la entrada de los mestizos en el escenario histórico de México, aunque la figura prototípica de eso sea Morelos, un mestizo. Morelos, con sus elementos africanos e indígenas, es más o menos el modelo del hombre cósmico, el representante de la Raza Cósmica. La otra rebelión es una investigación en la que realicé, como lo hace todo historiador, una narrativa para organizar una realidad caótica, enfatizando ciertos temas y disciplinando los hechos, entre comillas, históricos. Terminé por armar una antinarrativa. Ese es el motivo por el que he invocado ese pasaje de La cartuja de Parma, de Stendhal, la experiencia tan desorientada de Fabrizio en la batalla de Waterloo. El tipo se encuentra allí casi por casualidad y su presencia es un tropo para la experiencia de la aventura de la gente común y corriente en una guerra que traté de invocar: la caballería va por allá y por acá, hay artillería explotando por todos lados, reina el caos, hay gente muriendo por todos lados, Fabrizio no sabe dónde está Wellington, o dónde está Napoleón, o dónde están sus fuerzas respectivas. Ese es para mí un tropo muy poderoso para explicar la experiencia de la gente durante la insurgencia. Y una vez capturados los insurgentes por los realistas, a la hora de los interrogatorios y de las con-
fesiones judiciales, ellos tratan de ocultar su participación diciendo: “No sé qué pasaba. A mí me presionaron algunos insurgentes y me llevaron hasta tal pueblo y me dijeron vas a luchar o te matamos. Y luego me pagaron dos reales diarios, que para mí era un salario muy elevado, y mi primo José me agarró y me dijo también que fuéramos a la batalla.” Todos esos factores íntimos y mundanos aparecen y a veces ellos invocan esos motivos para protegerse; ni modo que dijeran: “Mueran todos los gachupines y maldito el rey Fernando VII, vamos a construir aquí una república donde todos seamos iguales.” Los iban a matar y por eso se pintaban como inocentes, como ingenuos. Era una estrategia para ocultar su participación y defenderse. También entró el factor de que a los indígenas generalmente los castigaron menos severamente, porque en aquel tiempo privaba la visión de los indígenas como menos responsables, más bárbaros, menos educados, etc., toda esa gama de características de inferioridad que supuestamente eran propias de los indígenas, menos responsables en el momento de tomar las armas porque estaban influidos por sus curas o por sus líderes. Hubo otros casos también en los que, en vez de defenderse conscientemente, es notorio que verdaderamente no sabían qué les había pasado. Por ejemplo: “José Fernando, fulano de tal, mi hijo, se fue a la batalla. Mi esposa me dijo vete para allá y salva a tu hijo porque lo van a matar. Entonces monté en mi caballo –si es que lo tenía– y empecé a seguir a la banda de tal cabecilla hasta que los encontré a orillas de un pueblo que estaban invadiendo. Me agarraron cuando mi hijo ya estaba muerto.” Formaban parte de la bola sin darse cuenta de una manera muy consciente de lo que les estaba pasando; o no tenían ideas muy desarrolladas, solo resentimientos vagos contra los poderosos locales, por ejemplo, un motivo bastante importante de rebelión: vengarse contra un oficial o un terrateniente, contra el poderoso de un clan opuesto, una familia rival. Esa ingenuidad algunas veces es autodefensa para ocultar su participaseptiembre 2010 Letras Libres 77
entrevista con Eric Van Young
ción y, otras, estrategia para escapar de las consecuencias legales de sus acciones. Pero algunas veces es la expresión genuina de su confusión. Has mencionado una palabra que quizá nos sea muy útil: la bola. Esto de la bola me sirve para dos cosas: primero, para retomar la crítica que te hizo Alan Knight. Es difícil no terminar de leer La otra rebelión sin compartir el desasosiego de Knight ante un anticlímax macbethiano de que todo aquello fue “ruido y furia carente de significado”, lectura, quizá, similar a la que de la Revolución mexicana ofrece Octavio Paz en El laberinto de la soledad, sobre el carácter carnavalesco de la bola, la fiesta de las balas, un carnaval apocalíptico... ¿Qué significan, para un historiador como tú, las revoluciones? ¿Qué idea de aquella rebelión te gustaría que quedara en tus lectores? Estoy de acuerdo con Paz en ese sentido, pero no completamente. En La otra rebelión combino los elementos de lo casual y de lo estructural, lo que llaman los antropólogos lo “émico” y lo “ético”. Es decir, ver los eventos desde adentro, la experiencia tan caótica, inexplicable y emocionante de un individuo, de muchos individuos metidos a la bola con todo lo que tiene de carnavalesca y de picaresca. Pero la responsabilidad del historiador es verlo todo desde afuera, analizar esa experiencia de los eventos más allá de los eventos que es lo “émico”, allí donde, en lo subjetivo, yacen los elementos de explicación a nivel íntimo y familiar. Aquí sigue el punto de vista ético necesario para la organización de la narrativa, pues me parece que la responsabilidad del historiador es ofrecer una estructura explicativa. Yo juego con las dos cosas en el libro. Para mí no es un episodio de “sonido y furia” que no significa nada. Trato de extraer algún juego explicativo para enfatizar mis planteamientos, recalcando la importancia de esos movimientos colectivos tan violentos que duraron una década y que abren paso a toda la historia tan complicada del siglo xix abarcando hasta 1910. Pongo énfasis en la etnicidad, que es una característica de la historia mexicana, en la presencia del indígena. Eso contradice 78 Letras Libres septiembre 2010
la creencia en ese momento mestizo: el México de la insurgencia es mayoritariamente indígena y predomina la sensibilidad indígena enfocada en asuntos locales. Impera la comunidad en tensión con la sociedad blanca o mestiza o criolla. Esa es la característica estructural de la insurgencia. Otro factor importante que va más allá de la bola, de esa experiencia caótica y subjetiva, lo configuran las formas de sensibilidad religiosa propias de los indígenas. Importa también, como me lo acabas de sugerir, la ruralidad de México. No hay necesariamente conflicto entre ciudad y campo sino aislamiento, mal entendimiento, falta de articulación entre ambos mundos. ¿Por qué surge tanta violencia?, ¿por qué se dan los primeros pasos en la formación de un Estado nación que va a ser tan débil? Tenemos procesos políticos que llevan a la falta de legitimidad de la joven república durante las primeras décadas después de Iturbide. Mucho de eso se explica por la naturaleza del movimiento, que no es solamente una bola, sino una ocurrencia. La responsabilidad del historiador es articular, insisto, lo émico y lo ético, examinar cómo los individuos actúan en una situación que ellos mismos no pueden explicar completamente pero que al paso del tiempo produce las circunstancias en las cuales se va a desarrollar la nación mexicana durante el siglo xix. ¿Y cómo compararías entonces 1810 con 1910, con la segunda bola? Hay muchos elementos en común. Tenemos crisis política y de sucesión, obviamente con don Porfirio pero también con la usurpación de la corona por Napoleón. Tenemos un trasfondo con una situación económica bastante difícil, tanto en 1810 como en 1910. Hay un declive en los estándares de vida, es decir en el valor de los salarios reales, reales para la gente trabajadora. Eso lo tenemos en 1810 y también en 1910. Impera una contracción crediticia en ambos casos: con lo de los valores reales en 1800, desde 1804 a 1810, una política de España para recaudar fondos para las guerras. Y a
partir de 1907 hubo una contracción muy abrupta de la banca que produce algunas circunstancias similares a las que sufrieron personalmente el padre Hidalgo, por ejemplo, y Allende y otros involucrados que vieron crecer sus deudas con pocas posibilidades de pagarlas. Pero para mí las diferencias son aún más importantes. El México de 1910 es mucho menos indígena: las formas de vida indígena no se han disuelto sino que se han debilitado mucho debido a los cambios demográficos, a formas de comunicación como los ferrocarriles, sobre todo, por la proliferación de las imprentas, los periódicos, por el crecimiento de la esfera pública, de la sociedad civil. Tenemos también en 1910 la presencia de un vecino poderoso al norte que va a influir mucho no solamente en casos obvios como la expedición después de Columbus o la ocupación de Veracruz o los embargos de armas. Es decisiva, en su conjunto, la actuación diplomática de Estados Unidos y el peso de su economía sobre la Revolución mexicana. Tenemos un México, en 1910, menos religioso y más secular, al que se le han superpuesto otras formas de conciencia de clase, de formas políticas como el anarquismo. Es una mezcla política e ideológica con elementos del extranjero más influyentes que en 1810. Pero lo que une para mí los dos momentos es que la Independencia deja una agenda política, social y económica decisiva para las formas de distribución, de poder, de riqueza, lo mismo que plantea cuestiones institucionales como la forma del Estado, federal o central, o lo que sea. Deja en la agenda problemas que no se resuelven durante el siglo xix. Hay esfuerzos para resolverlo con la Reforma y con lo que hace el régimen porfirista. Pero los problemas se originan básicamente en el movimiento por la independencia y no se resuelven durante todo el largo siglo xix. A 1910 toca afrontarlos. Pasaría a la última pregunta, que respondiste en parte hablando de Fabrizio del Dongo de La cartuja de Parma como imagen del tropo de la gente común en la guerra y en la revolución.
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A mí me gustó, me llamó mucho la atención la confianza con que ites en el cuerpo de tu texto la frontera o la contigüidad de la novela moderna con la historia. Generalmente a los historiadores uno les pregunta esto y se incomodan, como si fuera indecente itir que Stendhal también nos sirve para entender a Napoleón. En tu caso no: sin confundirte hablas de la novela como una fuente de conocimiento histórico. Yo creo que podría decirse así. Termino por lo que debió ser el principio: sé poco de tu biografía intelectual, sé que tus padres fueron dos pintores notables, así que me imagino que tu formación transcurrió entre el arte y la crítica, la literatura y la historia. Me gustaría finalizar con una incursión en esas fronteras. Me has abierto todo un enorme panorama de posibilidades pero me limito a responder de una manera más concisa. La primera cosa que diré la comprenderás bien tú que has actuado como historiador y también como crítico y como novelista: sabes que las fronteras son muy porosas, pero si excavas en todo historiador vas a encontrar debajo de la superficie a un novelista. Yo conozco a muchos historiadores que se dedican en un momento dado a escribir una novela. Y digo eso para ilustrar los problemas que yo he tenido como historiador al atravesar esa frontera entre la ficción y la historia. Mis investigaciones de los últimos diez años las he dedicado a escribir una biografía personal pero también política e intelectual de Lucas Alamán, una de las grandes figuras decimonónicas mexicanas y la bestia negra de la historia liberal, de la historia de bronce del siglo xix. Antes de esa investigación, había yo empezado a escribir una novela basada en la figura de José de la Cruz, uno de los grandes generales de los militares españoles, quien desde Guadalajara luchaba contra los insurgentes. Encontré en los archivos su correspondencia con otro gran militar español, Félix María Calleja, quien iba a ser virrey de la Nueva España muy poco después. Es una correspondencia fascinante, muy rica, con todo tipo de referencias. Había avanzado unas cuarenta cuartillas durante varios años, en mis momentos libres, pero empecé a investigar sobre Alamán, averiguando
cosas importantes sobre su gran Historia de México. Entonces se me ocurrió poner a Alamán como otro personaje en la novela en ciernes. Escribí algunos pasajes con Alamán ya grande escribiendo su Historia de México, revisando las cartas entre De la Cruz y Félix María Calleja, y pensando en su significación. Construí un Alamán basado en la investigación pero proyectado más allá de esa correspondencia y de una lectura muy detallada de su Historia de México. Imaginé un historiador inventado, un Alamán ficticio. Tengo entonces al Alamán de la novela y al Alamán de mi biografía. Lo que a mí me preocupa es que el personaje inventado o ficticio va a aparecer en el Alamán biografiado y desde los hechos de la vida de uno estoy inventando al otro. Y a su vez el fantasma del Alamán ficticio va a influir sobre el Alamán que estoy inventando para la biografía. Esa es para mí la amenaza y también la ventaja o promesa de trabajar entre los dos géneros. Para mí la novela –y siempre estoy leyendo novelas, las clásicas, las policiacas– ofrece la libertad de ir más allá de los hechos, proyectando y extrapolando los pensamientos, ocurrencias o impresiones de los agentes históricos que estoy estudiando, y así puedo aprovecharme de las sensibilidades y de los entendimientos de los novelistas. Es un examen de posibilidades. Ese es el valor de invocar a Fabrizio del Dongo, porque no tenía ningún testimonio concreto de ese tipo de participación en una batalla, por ejemplo, y así me serví de ese pasaje tan poderoso en La cartuja de Parma. Una vez estaba yo dando una serie de conferencias en España, en un programa de maestría para la historia de América Latina, con latinoamericanos, con españoles, y en la última mesa alguien me hizo la pregunta de cuál es la diferencia entre lo que hace un novelista y lo que hace el historiador, y yo respondí que las notas de pie de página. La palabra a discutir es fictio, es decir, hacer, manufacturar, esa la función de la historia y de la novela, pero no vamos a entrar ahora en la discusión filosófica de sus límites.
En cuanto a mí, siendo mis padres ambos artistas y habiéndome criado en Los Ángeles en los años cincuenta y sesenta, dentro de un contexto de escritores, de actores, de gente de Hollywood, supongo que mi formación estuvo influida muy fuertemente por todo ello. Más importante fue ver a mis padres pintando; muy sugerente. Otros historiadores siguen modelos distintos, reivindicando una postura política, radical o conservadora. Algunos tuvieron modelos científicos, mientras que mi modelo como historiador fue estético. En el caso de La otra rebelión, me ha satisfecho narrar la coherencia de la incoherencia, porque es una antinarrativa intentado reproducir la experiencia humana de esa época, sin dejar de imponer, desde afuera, cierta disciplina, como ya he explicado. Los historiadores estamos en diálogo tanto con el pasado como con el presente. Cada generación de historiadores reinventa, reformula o revisa la historia en consonancia con lo que está pasando en el momento, aunque sea de manera inconsciente. Me encantaría, por otro lado, acercarme científicamente al pasado; no soy tan radicalmente posmoderno como para no desearlo. Pero dada la naturaleza de los hechos no sería suficiente con desenterrarlos. La documentación, mi propio cerebro, exige una construcción. Sí, en La otra rebelión se nota una inteligencia que viene de cierto conocimiento pictórico, es un libro de alguna manera dibujado, pintado. Así es. Yo, por ejemplo, he empleado el concepto de impasto, una técnica de los pintores donde hay un nivel de color y luego otros amontonados sobre el primer nivel que cambia en el momento de llegar al quinto, sexto nivel, lo cual influye mucho en la calidad final del color. Me gustan las metáforas espaciales, las empleo, lo mismo que las visuales. Para mí la historia yace entre lo científico y lo artístico, lo cual me permite, sobre todo los elementos estéticos, intentar una colorida invocación de la experiencia de los humanos ya desaparecidos. ~ septiembre 2010 Letras Libres 79
doce libros del siglo xx mexicano
IX. El laberinto de la soledad, de Octavio Paz
Laberinto con salida En vísperas del Mundial, Javier Aguirre declaró que para curar a la selección del miedo al éxito estaba usando como libro de cabecera El laberinto de la soledad de Octavio Paz (El Universal, 4-vi-2010). A juzgar por el desempeño del tricolor en Sudáfrica, el exorcismo no surtió efecto (quizá debió complementarlo con electroshocks), pero el hecho de que el vasco haya utilizado El laberinto como libro de autoayuda, para enfrentar a los jugadores con los fantasmas de su pasado, indica que desde hace tiempo el ensayo de Paz ha sido elevado (o más bien rebajado) al rango de doctrina oficial sobre los defectos ancestrales del mexicano. Aunque infinidad de gurús se han inspirado en él para corregir las taras genéticas del ser nacional (sin erradicar primero las propias), el mexicano sigue siendo igual que hace sesenta años, o quizá haya empeorado en algunos aspectos, porque las ideas actúan sobre la conciencia, no necesariamente sobre la voluntad. Someter a crítica los atavismos dañinos es el primer paso para superarlos, pero también es probable que a pesar de haberlos identificado nos sintamos a gusto con ellos, como los neuróticos embelesados en la contemplación narcisista de sus complejos. Gracias a Paz el mexicano se conoce mejor a sí mismo, pero quizá no le convenga mudar de personalidad. O tal vez una lectura fatalista del Laberinto, que consiste en atribuir a las leyes del destino los efectos psicológicos de la historia, haya contribuido a fortalecer en algunos sectores sociales nuestra vieja inclinación al autodesprecio. Desde su primera edición en 1950, que tardó nueve años en agotarse, El laberinto de la soledad ha tenido una repercusión expansiva, no solo en México, donde es lectura obligada en las secundarias, sino en todo el mundo, al grado de ser un libro iniciático para muchos extranjeros que se asoman por primera vez a los arcanos de la mexicanidad. Se trata, sin duda, del ensayo con mayor impacto social de nuestra historia y es inevitable que algunos líderes de opinión le atribuyan alcances que no tiene, ni Paz quiso darle, y por otro lado, malinterpreten algunos de sus hallazgos más importantes. Si a esto le agregamos que el libro ha sido objeto de jaloneos entre corrientes ideológicas antagónicas, que sacan de contexto sus ideas para llevar agua a su molino, tal vez la crítica tenga por delante, como tarea futura, desempañar el espejo que Paz nos puso frente a los ojos. La intuición poética de Paz extrajo de las sombras un gran yacimiento de revelaciones que no han envejecido, pero en algunos temas (por ejemplo, el desarrollo económico del país, abordado en el penúltimo capítulo de la obra), el espejismo del “milagro mexicano” le opone una muralla infranqueable, pues nadie podía prever en los años 80 Letras Libres septiembre 2010
cincuenta que la corrupción del régimen llegaría a destruir su mayor motivo de orgullo. Paz no escribió la biblia del alma nacional, sino una obra visionaria anclada en su circunstancia histórica. Los lectores jóvenes del Laberinto deberían tomar en cuenta este factor para no sacralizar una obra que debe seguir abierta a la discusión y a la crítica. Temeroso, quizá, de haber sido malinterpretado por el gran público, el propio Paz trató de precisar el sentido de su ensayo en las primeras líneas de Posdata. “Tal vez valga la pena aclarar (una vez más) que El laberinto de la soledad fue un ejercicio de la imaginación crítica: una visión y simultáneamente, una revisión. Algo muy distinto a un ensayo sobre la filosofía de lo mexicano o a una búsqueda de nuestro pretendido ser. El mexicano no es una esencia sino una historia.” La historia a la que Paz se refería no es, sin embrago, la que actualiza el pasado a partir de testimonios y documentos fidedignos, sino la historia invisible de los pueblos, es decir, “la existencia en cada civilización de ciertos complejos, presuposiciones y estructuras mentales generalmente inconscientes, que resisten con terquedad a la erosión de la historia y a sus cambios [...] Aquello que pasó efectivamente pasó, pero hay algo que pasa sin pasar del todo, perpetuo presente en rotación”. Cuando Paz escribió El laberinto no había formulado aún el concepto de “historia invisible”, probablemente inspirado en Jung, pero es indudable que desde entonces ya estaba escribiendo esa historia, con la intención de propiciar una ruptura con ella, pues nunca creyó que el carácter del mexicano fuera inmutable. La historia invisible de los pueblos, tal y como Paz la definió, solo podía emerger de la nada por medio de la intuición poética. Y aunque el lenguaje de sus ensayos, en contraste con la ambigüedad a veces hermética de su poesía, siempre fue un instrumento de precisión al servicio de la transparencia y la claridad, las ideas más brillantes del Laberinto son también hallazgos metafóricos en donde las costumbres nacionales (el estallido catártico de las fiestas populares, la cortesía barroca de nuestros modales, el horror del macho mexicano a “rajarse” en las confidencias) adquieren valor de símbolos cuando el poeta encuentra en ellos un filón semántico inexplorado. Si, en sus libros de poemas, Paz descubrió un trasfondo de poesía involuntaria en términos de la jerga legal como Libertad bajo palabra, o del lenguaje oficinesco, como Pasado en claro, en El Laberinto detecta cicatrices históricas en las bravatas de los borrachos, en la vestimenta de los pachucos, en el mutismo de los mestizos, o extrae diagnósticos sorprendentes a partir de situaciones que
letras libres en el bicentenario
para el observador común resultarían inocuas. El famoso diálogo del poeta con la criada que hace un ruido en el cuarto vecino (“¿Quién anda ahí?”, “No es nadie, soy yo”), pudo haber sido escuchado por miles de personas antes de Paz, pero solo él supo revelarnos la malformación del alma colectiva que había detrás de ese lapsus. En los mejores hallazgos del Laberinto, Paz mezcla en una sola disciplina la antropología social y la filosofía del lenguaje. Los cronistas de lo visible recurren a los archivos para tratar de esclarecer el pasado. La fuente de Paz para escribir de la historia invisible de México fue el español taimado, elusivo y visceral que oyó desde niño. A mediados del siglo xx, México era un país orgulloso de sí mismo, con un crecimiento económico sostenido y una movilidad social que garantizaba, por ejemplo, el bienestar de los profesionistas con título universitario. La corrupción desaforada del régimen alemanista y su entrega del país a la oligarquía ya escandalizaban a la opinión pública, y algunos intelectuales indignados por la rapiña decretaron la muerte de la revolución mexicana, pero los niveles de pobreza estaban disminuyendo, el régimen corporativo procesaba con relativa eficacia las demandas sociales y el hampa todavía no forjaba alianzas demasiado fuertes con el poder político. La ciudad de México cautivaba a los extranjeros, la canción mexicana estaba en auge, la industria cinematográfica había exportado nuestro folclor al mundo y los benjamines de la república literaria emprendían un deslumbrante ejercicio de introspección. El laberinto de la soledad no fue una golondrina solitaria: en la misma década hicieron verano dos obras maestras que redefinieron a su modo el sustrato inconsciente de la mexicanidad: Pedro Páramo de Juan Rulfo y Moctezuma II de Sergio Magaña. Un interés tan profundo en los mitos fundacionales y en los arquetipos de la memoria colectiva jamás hubiera podido surgir en el México decadente de nuestros días, donde la idiosincrasia se ha vuelto un estorbo o un estigma para los escritores de las nuevas generaciones. Ningún joven intelectual atrapado en su circunstancia (matanzas diarias, impunidad absoluta de políticos corruptos, catástrofe educativa, recesión económica, miseria creciente) quiere reflexionar ya sobre el ser mexicano, sino vacunarse contra él. Pero nos guste o no, el país necesita confrontarse con ese virus maligno para destrabar el motor de la historia y superar el “presente en rotación” del que nunca hemos podido salir. A diferencia de los intelectuales populistas que exaltan hasta el empalago las virtudes de la sociedad civil, para recibir su aplauso incondicional a cambio de la coba, Paz no escatima las verdades amargas sobre la responsabilidad colectiva en el devenir histórico. Su diagnóstico es duro y veces cruel, pero no pesimista, pues viene acompañado de un llamado a la acción: “La historia tiene la realidad atroz de una pesadilla; la grandeza del hombre consiste en hacer obras hermosas y durables con la sustancia real de esa pesadilla. O dicho de otro modo: transfigurar la pesadilla en visión, liberarnos, así sea por un instante, de
la realidad disforme por medio de la creación.” En momentos de baja autoestima, una lectura ontológica del Laberinto podría contribuir a fomentar la apatía ciudadana, pues las dos actitudes del mexicano que Paz sometió a crítica, la del chingón y la del agachado, mantienen una desoladora vigencia: “La desconfianza, el disimulo, la reserva cortés que cierra el paso al extraño, la ironía, todas, en fin, las oscilaciones psíquicas con que al eludir la mirada ajena nos eludimos a nosotros mismos, son rasgos de gente dominada, que teme y que finge frente al señor.” Como el mismo Paz advirtió, esos rasgos de carácter no corresponden a toda la población: la gente del norte prefiere la franqueza al disimulo y, de hecho, desprecia los hábitos serviles del mestizo mesoamericano. Pero el norte está repleto de chingones, o de aspirantes a serlo, y Paz se adelantó sesenta años al caos delictivo de nuestros días cuando advirtió la existencia de un orden social basado en “relaciones duras, presididas por la violencia y el recelo, en el que nadie se abre ni se raja y todos quieren chingar”. Así actuaban los caudillos de la revolución, así luchan por el poder los candidatos a gubernaturas, y así ordenan ejecuciones los capos del narcotráfico. El imperio de los chingones terminará cuando los agachados dejen de irarlos, pero mientras tanto ambos bandos colaboran en la destrucción del país. De acuerdo con las ideas de Paz, el cambio social y el cambio en la idiosincrasia colectiva tendrían que ser un proceso concomitante. Su ensayo no resta importancia a las circunstancias económicas y sociales que pesan sobre la mayoría de los mexicanos y determinan su estructura mental. Más bien quiso abrir una ventana para superar cualquier determinismo: “Nuestra actitud vital también es historia. Quiero decir, los hechos históricos no son el mero resultado de otros hechos, sino de una voluntad singular, capaz de regir dentro de ciertos límites su fatalidad.” Esa voluntad, capaz de transformarse y transformar la realidad, era lo que Paz iraba en los pachucos. Es muy significativo que haya iniciado el ensayo con las reflexiones sobre su comportamiento valiente y provocador, pues en ellos Paz veía quizá la posibilidad de otro México. La situación de los emigrantes mexicanos cuando Paz vivió en Los Ángeles era igualmente dura que hoy, pero libre de sus ataduras al cacique, al líder sindical, o al agiotista, el mexicano trasplantado a otra tierra mostraba (y sigue mostrando) el orgullo, la ironía burlona y la seguridad en sí mismo que debió de tener la nobleza del imperio azteca. El laberinto de la soledad no es, pues, una negación de la injusticia que oprime a la mayoría de los mexicanos sino una incitación a emprender el cambio hacia fuera y hacia dentro. Hoy más que nunca el mexicano necesita “perder el miedo a ser él mismo”, como dijo Paz, para no convertirse en lo que la cúpula del poder, las televisoras o el crimen organizado quieren que sea. Tal vez lo más valioso del Laberinto, y lo más aprovechable en estos tiempos de angustia, no sea tanto su certera disección de traumas históricos, sino el exhorto de Paz a transfigurar nuestra pesadilla. ~ – Enrique Serna septiembre 2010 Letras Libres 81
• Reflexiones en torno a los centenarios / Los tiempos de la Independencia
• Elegía criolla / una reinterpretación de las guerras de independencia hispanoamericanas
> Clara GarCía ayluardo y FranCisCo j. sales Heredia (eds.)
> tomás Pérez Vejo
• A la vera de las independencias de la América hispánica
• Cuentos completos
> juan maría alPonte
• Las independencias hispanoamericanas / Interpretaciones 200 años después
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• Los Estados Desunidos de Latinoamérica
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• Habanos en Camelot / Crónicas personales
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> juan josé saer
HISToRIA
Cuatro lecturas de las independencias
Clara García Ayluardo y Francisco J. Sales Heredia (eds.)
Reflexiones en torno a los centenarios / Los tiempos de la Independencia México, CIDE/ CESOP, 2010, pp. 181
Juan María Alponte
A la vera de las independencias de la América hispánica México, Océano, 2009, pp. 276
Marco Palacios (coord.)
Las independencias hispanoamericanas / Interpretaciones 200 años después Bogotá, Norma, 2009, pp. 414
Decía Marc Bloch que los orígenes son una mala obcecación para los historiadores. Porque parece natural y es un mandato: a toda nación su Adán y su Eva, por ello en las historias nacionales de América no existe tema más 2 Letras Libres septiembre 2010
Tomás Pérez Vejo
Elegía criolla / Una reinterpretación de las guerras de independencia hispanoamericanas México, Tusquets, 2010, pp. 324
sabido, debatido e investigado que las independencias, la génesis. A lo largo del siglo xix, el origen de las naciones fue casus belli, ya en litigios por ideologías, ya en el meter y sacar del armario de la historia héroes o minucias como
la de si Hidalgo fue el prócer incólume (Carlos María de Bustamante) o un “zorro” “taimado” (Lucas Alamán). Para la era de los centenarios, 1910, ya habían triunfado historias nacionalistas más o menos bien armadas, mejor o peor contadas, todas alegorías de la creencia en la generación espontánea, óptima e inevitable de naciones, así cual criaturas del señor que nacen, crecen y se libran del yugo español, portugués y británico. El último siglo de historia profesional a ratos ha apuntalado, a ratos desmentido estas certezas. No obstante, a partir de finales de la década de 1980 comienza una perspectiva historiográfica que en este bicentenario, no bien se acaba de criar en los mundillos académicos, anda que sale a la calle “como queriendo pelear” por lo que quede de conciencia histórica en individuos y pueblos. David Brading, Jaime Rodríguez, François Xavier Guerra, José Carlos Chiaramonte y Tulio Halperín, entre muchos otros, comenzaron la revisión de lo que esta historiografía reciente llama la monarquía hispánica –el imperio español, reino universal de reinos particulares con complicados y encimados sistemas legales, todo bajo un mismo Rey y Dios. De este puerto han zarpado varios estudios importantes, unos con acento en la historia de las instituciones
legales (José María Portillo Valdés), otros dedicados a la estructura comparada de los imperios (Josep María Fradera, John Elliott) y aún otros más interesados en la participación popular (Eric Van Young, John Tutino). Y, claro, se han desatado nuevas batallas, tantas que tengo para mí que entre los historiadores de las independencias ya hay sus Ayacuchos y sus Bolívares e Hidalgos. Lo que hoy causa revuelo es cuál fue el verdadero papel de las constituciones, de la religión, de la participación popular más allá de conciencias preexistentes de nación, Estado, soberanía y pueblo. ¿Cómo fue que brotaron tantas naciones, tantos pueblos soberanos y repúblicas donde no había? De haber, hay cuatro nuevos juicios más o menos compartidos. Primero, que las naciones no fueron el origen sino el resultado de las guerras y transformaciones que inician con la invasión napoleónica de España y concluyen con lo que hoy llamamos “independencias”. Segundo, que no fueron guerras por la independencia sino guerras civiles. Tercero, que cualquiera de las independencias del continente americano no es, no puede ser, una mera y llana historia argentina o mexicana o peruana, sino que se trata de un terremoto entre Europa y América cuyas ondas expansivas hacen de cada temblor nacional a un tiempo eco y epicentro del global. Y, finalmente, que nada era inevitable, que la cuestión pudo haber acabado en una suerte de commonwealth hispánico o en varias monarquías o, como en México y Brasil, en imperios. Los trabajos que aquí comento son, así o asá, ecos de este cambio historiográfico, y los cuatro libros en cuestión, la mayoría de los 19 autores que participan en estos volúmenes declaran acabadas las historias patrias de las independencias. Casi todos parten de la idea de que la nación fue el resultado, no el origen, de las guerras; que la América hispánica fue la conservadora, la liberal fue España, al menos hasta 1814 y luego, por un tiempo, a partir de 1821. En fin, que están patas para arriba las visiones de los libros de texto de la mayoría de los
países del continente. Por ello los libros que aquí considero son bienvenidos; por ello también no sorprenden, al menos no a un historiador, pues ya vamos para treinta años de estas tertulias que ahora adquieren una sonoridad especial, si efímera, a raíz de los bicentenarios. A estas alturas, yo mismo ya no sé cuál es el dragón que estamos combatiendo. De seguro lo que falta es que eso que para los historiadores es pan de cada día pase a ser consumo de las historias que se cuentan en la educación básica, en los cafés, en las tertulias de radio y televisión o en las arengas de políticos. Elegía criolla, de Tomás Pérez Vejo, resume con erudición las aportaciones recientes; el libro se sabe balance y se imagina cautivador más allá del regazo de los historiadores: “La incapacidad de ofrecer una nueva síntesis en la que fundar la memoria colectiva tiene como consecuencia la pervivencia de los viejos relatos y de su papel como articuladores de las mitologías nacionales.” Es este el reto que Pérez Vejo enfrenta centrado en el caso de la Nueva España, pero cubriendo bien la historia de la península a partir de 1808. Solía pasar que los historiadores de México o de Argentina se sentían obligados a hablar de lo que pasó solo entre Guanajuato y la ciudad de México, o entre Córdoba y Buenos Aires. Pero ahora ya nadie pasa de largo la historia de la península, sobre todo entre 1808 y 1820: una intermitente revolución liberal que empieza con la guerra española de independencia (contra Francia) y con la convocatoria a juntas, se sigue con la Constitución de Cádiz y termina con la rebelión militar, liberal, de 1820, la cual obliga al deseado, Fernando VII, a dar marcha atrás en su intento de regresar el reloj de la monarquía hispánica al siglo xviii. Pérez Vejo da de cal y da de arena. Cuenta España y cuenta Nueva España. Y lo hace con ecos de todas partes. Por ejemplo, para Pérez Vejo la caída de la monarquía hispánica no es afín a la traída y llevada Roma, sino a la desmembración de imperios abigarrados que, por debilidad, permitieron naciones de naciones, reinos de reinos, es decir, los imperios turco, austrohúngaro y soviético.
Más que una nueva narración de los hechos, Elegía criolla es un análisis de temas esenciales –pueblo, revolución, nación, soberanía, criollos, peninsulares. De ahí que el libro sea un acierto pero, creo, no en el sentido que el autor preveía. Porque Pérez Vejo hace corte de caja, de esos que embelesan a los historiadores, y se entretiene en poner en su lugar a muchos colegas, lo cual es néctar para un aburrido como yo, pero no da para hacerle cosquillas a la “memoria colectiva” a la que Pérez Vejo dice apelar. El autor examina mucho y bien, pero cuenta muy pocas historias. Es una lástima, porque Pérez Vejo es tan bueno examinando como contando, así lo deja ver su excelente narración del plan iconográfico y arquitectónico ideado por el monje benedictino Martín Sarmiento para el nuevo palacio de los primeros Borbones españoles. Una iconografía que, como cuenta Pérez Vejo, equiparaba a Moctezuma con Pelayo. Pero no hay muchos más relatos, aunque sí mucho y certero enmendarle el reglón a los historiadores. ¿Qué quedó del ardor de hacerse memoria colectiva? Soy de la idea de que solo se toca a la puerta de “memorias colectivas” contando historias, pero eso no es de “enchílame otra” en México o de “cebame un mate, Catalina” en la Argentina. Es complicado: a veces, para contar historias, hay que dejar de informar; otras veces hay que informar, como sin querer, para que las historias que contamos tengan vida propia. Reflexiones en torno a los centenarios / Los tiempos de la Independencia, editado por Clara García Ayluardo y Francisco J. Sales Heredia, y Las independencias hispanoamericanas / Interpretaciones 200 años después, coordinado por Marco Palacios, son colecciones de artículos que, queriéndolo o no, están dirigidos a los especialistas. El primer compendio incluye cuatro ensayos de protagonistas de primera línea en la revisión historiográfica reciente: Antonio Annino, David Brading, Carlos Garriga y Eric Van Young. Todo el libro está dedicado a la Nueva España mas, cual era de esperarse, a través de ecos con la península, el continente y Europa. Por septiembre 2010 Letras Libres 83
libros su parte, Las independencias hispanoamericanas incluye trece ensayos que cubren desde visiones generales sobre todas las independencias hispánicas y sobre sus consecuencias económicas, hasta varias revisiones de casos particulares (Nueva España, Nueva Granada, Perú, Guatemala, Paraguay, Cuba, Puerto Rico, Chile, Ecuador, Argentina y Venezuela). Imposible dar pormenor de tanto. Una probadita. En ambos volúmenes participa Eric Van Young, cuyo libro La otra rebelión / La lucha por la independencia de México 1810-1821 (2001, edición en inglés; 2006, en español) ha sido referencia, polémica pero obligatoria, para los historiadores. En el artículo incluido en Las independencias hispanoamericanas, Van Young resume las aportaciones de su libro, mostrando una vez más la importancia de los comunes, en especial los indígenas, en las guerras de independencia, lo esencial de los aspectos étnicos y de la religión. En su ensayo para Reflexiones en torno a los centenarios, Van Young intenta otra cosa: comparar 1810 con 1910. El tema abre el apetito de cualquier historiador, mas el ensayo de Van Young deja con hambre. Su conclusión es anticlimática: dado que para él lo esencial son los campesinos indígenas, la identidad étnica y la religión, entonces 1910 resulta distinto a 1810 porque en 1910 había menos indígenas (del 60% de la población en 1790 al 16% en 1895), menor dominio de la vida rural y mayor secularización de la sociedad. Lo cual suena a decir que 1810 es diferente a 1910 porque 1810 pasó en 1810 y 1910 en 1910. La cosa daba para más, incluso para cuestionar la fijeza de las identidades étnicas, no en 1910 sino en 1810. También el tema se prestaba para plantarle una estocada a la cantada secularización: Zapata, como Hidalgo, también virgen de Guadalupe; la independencia mexicana, la real, la de 1821, fue la defensa de la religión que tres décadas después, en “la segunda independencia”, la Reforma, decantó en anticlericalismo. La Revolución se imaginó atea, come curas, y en menos de dos décadas viró en guerra de religión (eso sí, sin marca étnica). 84 Letras Libres septiembre 2010
Por su parte, Annino y Garriga estudian, en Reflexiones en torno a los centenarios, la nacionalización de la territorialidad de la monarquía hispánica, así como el concepto de soberanía. En sus respectivos ensayos, ambos autores abrevan de la historia del derecho y presentan lúcidas claves para entender el surgimiento de soberanías menores y mayores a la nación, aunque a la larga constituyentes de la misma. Garriga y Annino son de los que conocen y entienden la jurisprudencia de “La Pepa” (la Constitución de Cádiz), la formación de juntas y el consecuente entrevero de la soberanía, pero van más allá. Garriga hace un zoom out e incluye en la cuestión novohispana los dilemas peninsulares a la luz de los americanos y viceversa; Annino hace zoom in y repara en las muchas soberanías de los pueblos de México, cual cara y cruz de los debates europeos y americanos. Lo dice Annino: “en México el imaginario de la nación tuvo siempre dos pilares: el pueblo como sujeto social colectivo, y los pueblos como conjunto de sujetos sociales particulares que nunca reconocieron definitivamente la soberanía absoluta del Estado-nación [...] la nación de los pueblos fue la expresión discursiva que tomó en el México moderno la tradición autonomista territorial de raíz hispánico-colonial, algo que se quedó siempre bastante ajena (sic) al federalismo de la forma estatal mexicana”. Los ensayos de Annino y Garriga son una buena muestra de los aportes de la nueva historiografía que, al fin, ha tomado en serio el complicado armatoste jurídico de la monarquía hispánica. Esta perspectiva está en curso, sobre todo en España y México, y está siendo ampliamente comentada. Por cierto, Garriga recurre a interesantes metáforas para analizar la soberanía: padre, madre, hijo, hermano. Lo hace siguiendo un sugerente texto legal (1723) de Juan Antonio de Ahumada, abogado novohispano. Aunque fuera solo por la cita, el de Garriga es ensayo de lectura obligada: debe V. Mag. 107 considerarse como Esposo de cada vna de las Repúblicas de sus Reynos; y sus Vasallos siendo
de distintos, como hijos de diverso Matrimonio; y no teniendo vn Padre, que tiene hijos de dos mugeres, arbitrio para dar al de la primera los bienes, que son de la segunda, tampoco deben los Americanos, que son hijos de V. mag. y de esta segunda muger, que es la America, quedar privadas de los bienes dotales de su Madre, ni los de acà, que son de primero Matrimonio, obtener los que por todos Derechos pertenecen à los de el segundo. A su vez, en su contribución a Reflexiones en torno a los centenarios, el ilustre historiador David Brading regresa a sus trabajos sobre la Guadalupe, indispensables y bien conocidos, pero aquí y allá añade detalles que iluminan el peso de la virgen en las independencias. Es decir, cosas como que Iturbide, padre biológico de la independencia, no bien declara la secesión crea el Orden Imperial de Guadalupe y se nombra a sí mismo el Gran Maestre, porque, dice Brading, “en efecto, la independencia de México se consumó por un ejército realista que había vencido a los insurgentes en el campo de batalla, pero que después cuestionó las medidas liberales de las cortes y buscó mantener a México como un baluarte católico”. Las independencias hispanoamericanas estudia la misma historia que Reflexiones en torno a los centenarios pero distinta geografía. Se trata de un volumen importante para tener una muestra continental del revisionismo histórico en curso. Entre sus muchos ensayos destaco dos, uno abocado a Venezuela y el otro a Paraguay. Carole Leal Curiel y Fernando Falcón Veloz, en un lúcido ensayo sobre lo que ellos llaman las tres independencias de Venezuela, revisan los mitos bolivarianos. Para los autores la primera independencia, la de 1810, fue en verdad una rebelión para salvar a Fernando VII y a la representación local; la segunda fue una suerte de propuesta casi confederada que ya preveía la posibilidad de la independencia y, finalmente, la última independencia de Venezuela significó el fin del virreinato
pero también la desmembración de la Gran Colombia y más guerras civiles. El ensayo es recomendable no solo por el análisis sino porque cuenta historias. Junto con los esfuerzos de Pérez Vejo, esta es la pieza que, entre todos estos textos bicentenarios, de mejor manera recuenta y re-narra la historia. Abreva de la historiografía reciente, pero la digiere en un relato que, con los datos de siempre, cuenta algo distinto. El texto ofrece momentos memorables, como el inicio de una tercera revolución, la de los exaltados, en 1810, en la cual un cura de la Sociedad Patriótica de Caracas se da a sumergir tres veces la imagen de Fernando VII en el río Guaire, pero el retrato de marras no se hunde, resurge a la superficie. El cura indino, al grito de “¡Muera Fernando VII! ¡Viva la independencia!”, termina por enterrar el retrato en las playas de Guaire –y esto ya tiene “melódico rugir de hermosa cumbia”. Mejor todavía: el ensayo narra la segunda revolución de Bolívar, la menos aristocrática pero más eficiente y sanguinaria, la guerra a muerte que por necesidad tuvo que ser la alianza con los llaneros de José Antonio Páez, esos que Bolívar había despreciado en su primera revolución. El párrafo no tiene desperdicio: Un general se pasea por un campo de batalla. Empuña “una lanza ligera con banderola negra, a la que se veían bordados una calavera y unos huesos en corva con esta divisa, Muerte o libertad”. Lleva un pañuelo negro alrededor del cuello. Otro general mide la fuerza del enemigo que ha de enfrentar. Lo hace “sentado a la mujeriega”; revista sus propias tropas. De súbito, coge la lanza, se sienta recto y agita en alto el muy conocido y temido símbolo de la guerra a muerte: una bandera negra con una calavera y con unos huesos en cruz. Son Bolívar y Páez. Paraguay en Las independencias hispanoamericanas es examinado por Barbara Potthast y el artículo es relevante porque trata la verdadera excepción hispánica:
la primera independencia hispanoamericana (en 1811 de la provincia de Buenos Aires y en 1813 de España). Una región que rápidamente se radicaliza y llama a la independencia, no iluminada por un nacionalismo preexistente o por una clarividencia moderna y liberal sino por el doble miedo a Buenos Aires y a Portugal. De manos de un dictador ilustrado, el primer caudillo indigenista de la región, José Gaspar Rodríguez de Francia, Doctor Francia, Paraguay logra hacer patria antes que todos, una nación que a lo largo de la primera mitad del siglo xix fue más estable que todos sus vecinos hispánicos, solo para ser destruida por el imperialismo brasileño unido a la Argentina y el Uruguay. Tenía razón el Doctor Francia: nada tenía que temer de España, el problema era Portugal, o lo que siguió: el gran imperio brasileño. El lector puede encontrar invaluable material nuevo y de síntesis en el resto de los ensayos incluidos en Las independencias hispanoamericanas, sobre todo el lector universitario. Y es que aunque el volumen pretendió, quizá, ser menos escolástico y más de difusión, me temo que decantó en académico. Como tal es excelente. El libro que sí parece escrito para la difusión masiva es A la vera de las independencias de la América hispánica, de Juan María Alponte. Un volumen extraño, pleno de anécdotas de pasado y presente, lo mismo detalles sobre la esposa de Abasolo o la lucha de clases que los encuentros del autor con don Juan de Borbón y un su muy cercano allegado. Una verdadera ensalada de temas y personajes relacionados (o no) con el periodo de la independencia, todo unido bajo la convicción de que se ha ignorado al “otro” en las historias nacionales y que en México se debe conocer tanto a Hidalgo como a Francisco de Miranda. Una mesa de tapas, pues, cosas más o menos nutritivas, deshilvanadas, intercaladas con documentos y testimonios e ilustraciones de época. Todo en un lenguaje que se imagina deleite de cualquiera pero que se revela, en mi pobre opinión, mezcla a la deriva entre Marta Harnecker, Espronceda y Antonio Gala:
La revolución inglesa que termina con la monarquía absoluta, la revolución sa que exalta la declaración de los derechos del hombre y el ciudadano y la invasión de España por Napoleón, en 1808, que producirá la constitución de Cádiz en el cuadro, goyesco, del levantamiento del pueblo español contra los invasores ses, constituyen un todo profundo y revelado que las clases dominantes, explotando el nacionalismo más reaccionario, paralizarían una toma de conciencia colectiva y, por ello, establecieron una opresión derivada de nuevas tiranías y desigualdades nunca superadas. Potser sí, potser no, dicen los catalanes. Son muchos derivados, bemoles, sostenidos y desafines. Pero A la vera de las independencias no se amedrenta, habla de lo que su autor considera conveniente, acentuando la lucha de clases a la Marx y Engels o españolerías a la Agustín Lara: “O’Donojú desembarcó en Veracruz (había nacido en Sevilla con sus castañuelas y su Giralda alzada mirando el cielo azul).” ¡Olé! Francisco de Miranda, Alexander von Humboldt, masones, Vicente Rocafuerte, Rafael del Riego, Fernando VII, Jefferson o José Martí: Alponte escoge los temas y sus conexiones con un criterio que se me escapa. La debilidad del Estado a raíz de la independencia acaba en la guerra contra el narcotráfico, la cual “conforma, en su esencia, una guerra social o una subversión social, que ha revelado, con las crueldades inauditas de cada parte, que la lucha de clases de la Independencia y la Revolución no se ha terminado por la debilidad de la clase trabajadora [...] y la debilidad de una clase media atrapada por una burocracia y una clase política que ven al país, aún, como botín”. La lucha de clases de la independencia, pues, engancha con la guerra contra el narco, otra lucha de clases, y sea el Chapo Guzmán el Vicente Guerrero en busca de un Iturbide para pactar. Igual y sí. No obstante, el de Alponte comparte con el resto de los libros aquí septiembre 2010 Letras Libres 85
Libros reseñados la necesidad de leer las independencias más allá de las historias patrias. Y en esto el libro es exitoso. Como Alponte, yo mismo he comprobado que preparatorianos y universitarios ven con ojos de libro de texto a México y, sobre todo, que no ven más allá. La lectura de A la vera de las independencias, de un autor harto más leído y prolífico que nosotros los historiadores, al menos les hará ver qué difícil es entender la historia mexicana solo como mexicana. En fin, llegará el 2011 y quedarán arrumbadas, como en 1911, las pilas de libros conmemorativos; los historiadores perderemos nuestro minuto de fama pública y volveremos, los que vuelvan, al moho del aula y el archivo. Después de todo, 2010 no pasará como el año en que a flor de piel revisamos la historia, sino como el año en que vivimos en peligro. Pero algún día la historia se librará de su obsesión por los orígenes nacionales y, como a ratos algunos de los historiadores aquí comentados, podrá articular sin pena, también sin gloria, que no hay Adán ni hay Eva; son dos humanos en pelotas. ~ – MauriCio tenorio triLLo
Letras Libres septiembre 2010
CuENToS
Localismos Fogwill
Cuentos completos pról. Elvio E. Gandolfo, Montevideo, Alfaguara, 2009, 458 pp.
Téngase en cuenta este nombre, Fogwill, antes de apresurarse y decretar la defunción de las literaturas nacionales. Téngase en cuenta la obra de este escritor, novelas y cuentos y un puñado de ensayos, cuando se esté a punto de afirmar que ya no hay fronteras y que ya nada nos es ajeno. Porque resulta que Fogwill (Buenos Aires, 1941) es, como Marcelo Mellado en Chile, como David Toscana en México, como tantos otros autores en tantos otros países, un escritor esencialmente nacional –un argentino para argentinos. No es que los escenarios y las referencias de sus ficciones sean locales –así se arma casi toda narrativa. No es tampoco que su escritura esté contaminada de habla –en este caso, de estilizada jerga porteña. Es sencillamente que este hombre escribe desde Argentina para debatir y afectar la –ya de por sí autorreferencial– literatura de Argentina. Basta con notar la manera en que cita o parodia el canon local, o la frecuencia con que participa en controversias tribales, o los escándalos que él mismo genera al interior del circuito literario bonaerense, para entender que no es a nosotros a quienes mira. El Fogwill que alcanza a llegar hasta México es, previsiblemente, menos polémico y, desafortunadamente, bastante escaso. Sus libros circulan apenas y apenas si son discutidos y reseñados. Aun su novela más célebre, Los pichiciegos (1983), faltaba en los estantes de las librerías mexicanas hasta hace unas cuantas semanas, cuando Periférica, que reeditó la obra, mandó algunos ejemplares a esta orilla. Ahora también puede encontrarse –o tal vez no– este volumen: todos
los cuentos que ha escrito Fogwill salvo los cinco o seis que él mismo descartó. En total: veintiún relatos –algunos de ellos casi nouvelles– publicados entre 1974 y 2007. La pregunta es: ¿cómo leerlos?, ¿de qué manera enfrentarse a unos cuentos que evidentemente no fueron escritos para uno? Inútil buscar asistencia en el nimio prólogo de Elvio E. Gandolfo o en la esquiva nota preliminar del propio Fogwill: no ofrecen coordenadas, estamos a solas. Inútil, también, buscar asidero en la cronología: los cuentos se presentan sin orden temporal, obedecen la arbitraria secuencia que Fogwill quiso imponerles. Solo hay textos, veintiuno, y es difícil hallar un estilo, una estrategia, que los articule. Hay relatos con suspenso y sin suspenso, políticos o amorosos, metaliterarios o realistas. Hay lo mismo misterios marítimos (“El japonés”) que brutales alusiones a la guerra de las Malvinas (“Los pasajeros del tren de la noche”) y hasta una divertida parodia de El extranjero de Camus (“Sobre el arte de la novela”). Hay un puñado de cuentos maestros (los dos últimos más “Muchacha Punk”, “Help a él” y “Otra muerte del arte”) y hay, para ser sinceros, dos o tres narraciones bastante tortuosas. Es tanta la oferta que uno podría llegar a pensar: este hombre es uno de esos narradores, más o menos convencionales, que sacrifican todo –estilo, poética, visión del mundo– en aras de la trama; otro cuentacuentos cuya única justificación es el tópico placer de narrar. Sin embargo, es cosa de mirar con detenimiento para notar que estos relatos, al revés de los de los narradoresartesanos, no funcionan como deberían. En vez de salir disparados hacia la meta, se demoran en el camino –su ritmo es lento e inestable, la prosa bulle y zigzaguea, el narrador arrastra ideas y manías a lo largo de las páginas. En lugar de optar por la elegancia y la ligereza, no temen ensuciarse, ni ser opacos, ni extenderse y engordar. De hecho, uno tiene la impresión de que los mejores de estos cuentos pesan y ocupan espacio –signifi can.
¿Que por qué pesan? Tal vez, en parte, por su densidad intelectual. Es cierto que uno nunca diría que Fogwill es un teórico o un filósofo. Es verdad, también, que dentro de la literatura argentina él pasa por ser uno de los narradores menos intelectuales –más cercano, por ejemplo, a Arlt y Puig que a Borges y Saer y Piglia. Pero ya se sabe que no se puede ser un narrador de veras argentino sin ser un narrador inteligente y Fogwill es de veras listo. Tan listo que su obra es una prueba –otra más– de que se puede narrar y pensar la narrativa al mismo tiempo. El mejor Fogwill es, en este sentido, dos Fogwills: un narrador nato, capaz de pasajes dramáticos muy potentes, y un curioso crítico que extiende y extiende el relato con el propósito de habitarlo e investigarlo durante el mayor tiempo posible. Este recurso, desplegar y estirar los textos hasta dejar a la vista su porosidad, es clave en Fogwill. Si no se cree, léase esa maravilla que es “Help a él”, una larga y paródica deconstrucción –ya desde el título– de “El Aleph”. ¿Deconstrucción? Más bien: ampliación, expansión de los elementos borgesianos para de ese modo volverlos más obvios y comprensibles. Estos cuentos pesan, además, por toda la realidad que acarrean. Desde luego que no se trata de una realidad universal, ingrávida, tópica –de esa que, ay, hace crack. Se trata de una realidad concreta y local –experimentada. Si Fogwill tiene un compromiso, no es con lo Real ni con la cacareada Condición Humana. Por el contrario: trabaja con materiales claros y específicos –un rincón particular de Buenos Aires, un determinado taxista, una fecha puntual. En efecto: trabaja. Después de elegir su porción de realidad, no se limita a cuidarla ni a registrarla en detallados apuntes costumbristas. Procede del mismo modo que con el cuento de Borges: extiende el tejido –la trama– de esa realidad hasta botar sus costuras y abrir sus puntos. Donde se crea un espacio, clava una aguja. Que lastima en México y cómo ha de joder en Argentina. ~ – rafaeL LeMus
ENSAYo Y CRÓNICA
Dos autores conversan William Styron
Habanos en Camelot / Crónicas personales trad. Dolors Udina, Barcelona, La otra orilla, 2009, 188 pp. Gay Talese
Retratos y encuentros trad. Carlos José Restrepo, Madrid, Alfaguara, 2010, 312 pp.
“Buscando a Hemingway”, la crónica de Talese sobre la legendaria The Paris Review y el grupo de gente que la fundó, incluye un cameo de Styron, que llega a París en los años cincuenta y convive con aquellos jóvenes expatriados, todos de buena familia y egresados de las mejores universidades, que convirtieron un proyecto excéntrico en una de las grandes revistas del siglo xx. En el verano de 1952, después de que The Paris Review quedara constituida y George Plimpton fuera elegido director, Styron se va de París en compañía de Harold Humes, otro de los fundadores (que había aspirado a dirigir la revista y se había resentido cuando el trabajo se lo dieron a otro). La actriz sa Mme. Nénot los había invitado a su propiedad, una villa de cincuenta habitaciones en Cap Myrt, cerca de Saint Tropez; y allí, entre ninfas en bikini cargadas de uvas, bebiendo vino “con esas chicas que parecían pertenecer solamente a la playa”, Styron y Humes pasaron el verano. Es la única vez que William Styron y Gay Talese se cruzan en letra imprenta, por lo menos a juzgar por los textos de estas dos curiosas –y curiosamente complementarias– antologías. Nacieron con siete años de diferencia, pero no es la cronología lo que los separa. En la literatura norteamericana, no es fácil pensar en dos autores más distintos: William Styron
era sureño, de familia tradicional y acomodada y episcopaliana, su apellido se remontaba varios años en el árbol genealógico de Estados Unidos (sus abuelos habían sido propietarios de esclavos), y sus estudios tuvieron lugar en la muy prestigiosa universidad de Duke. Y además, era escritor de ficción. Gay Talese, por su parte, había nacido en Nueva Jersey, era hijo de un sastre calabrés y de una hija de inmigrantes también italianos, su modesta familia católica se ganaba la vida con un negocio de prendas de vestir, y el director de su escuela opinó en algún momento que el muchacho no debería seguir aplicando a universidades, porque era una pérdida de tiempo (acabaría entrando a la universidad de Alabama). Y además, era periodista. Y un periodista comprometido con el periodismo: un fetichista de la realidad, un militante. Pues eso: en la literatura norteamericana, no es fácil pensar en dos autores más distintos. Y es eso lo que hace fascinante la lectura al alimón de estas dos colecciones: a pesar de que solo una vez aparece uno de los autores en las páginas del otro, estos dos libros de universos distintos se encuentran (involuntaria e improbablemente) en varias intersecciones. Habanos en Camelot es una recopilación de los ensayos –autobiográficos, literarios– de Styron, y ninguno de sus catorce textos abandona ni por un instante la seguridad de la primera persona. Desde la maravillosa evocación de John F. Kennedy que da título al volumen hasta un elogio del caminar, desde una especie de historia personal de la sífilis hasta una declaración de amor por Mark Twain, Habanos en Camelot es personal e intransferible, un inventario de memorias, opiniones y otras formas de la subjetividad. Retratos y encuentros es todo lo contrario: salvo los tres últimos textos –en que la palabra yo hace su aparición como si llegara a una fiesta ajena–, Talese no está en sus crónicas: sus crónicas son sobre otras personas. El libro es una reunión extraordinaria de las piezas que convirtieron a Talese en embajador, o portaestandarte, o punta de lanza (¿no hay manera de decir esto sin cursilería?) de eso que se llamó Nuevo septiembre 2010 Letras Libres
Libros Periodismo. Todos recuerdan el prólogo de Tom Wolfe a la colección de crónicas que, allá por los años sesenta, le dio carta de identidad al movimiento. “Era el descubrimiento”, escribe Wolfe, “de que en un artículo, en periodismo, se podía recurrir a cualquier artificio literario”, y eso para “provocar al lector de forma a la vez intelectual y emotiva”. Para el Nuevo Periodismo, decía Wolfe, la crónica y el reportaje podían ser obras de arte. Y todo había nacido, decía Wolfe, con la lectura de una crónica de Gay Talese: “Joe Louis: el rey en su madurez”. Retratos y encuentros incluye esa crónica, así como las otras obras maestras del género que le dieron a Talese el lugar que ahora tiene: “Frank Sinatra tiene un resfriado”, por ejemplo, o “Alí en La Habana”, sobre la visita de Mohammed Alí a Fidel Castro en 1996. Mientras tanto, Habanos en Camelot es –con todo y que incluya varias maravillas imposibles de ignorar– un libro accidental, secundario dentro de la obra de Styron. Un libro cuyos destinatarios eran sus lectores, los lectores de Las confesiones de Nat Turner o La decisión de Sophie. Y sin embargo... Sin embargo, los ecos y las resonancias que hay entre los dos volúmenes son, más que una simple diversión, un verdadero diálogo. Leer los dos libros juntos es asistir a una conversación sobre habanos entre Talese, fumador empedernido que venera el sabor de un buen puro, y Styron, adicto al más prosaico vicio del cigarrillo, que evoca el puro que se fumó por invitación (y en presencia) de ese ilustre fumador: el presidente Kennedy. Talese y Styron compartían también el vicio de caminar, y de caminar con sus perros: leer “Caminando con Aquinnah”, de Styron, y “Paseando a mi cigarro”, de Talese, es como oírlos hablar de ese placer y quejarse de que no lo comparta más gente. En “Orígenes de un escritor de no ficción”, Talese recuerda –en un raro momento de autobiografía– lo mismo que recuerda Styron en “Tendré que preguntarlo a Indianápolis”: los comienzos, su angustia, la dificultad de los logros, la naturaleza de la recompensa. Y así van hablando los dos: con acento distinto, sentados de distinta forma, pero compartiendo la gracia y la elegancia y la generosidad y Letras Libres septiembre 2010
el respeto por el lector y por sus respectivos mundos. Dos grandes del siglo xx conversando, y uno, lector privilegiado, escuchándolos. ~ – Juan GabrieL vÁsquez ENSAYo
Por una América Latina unida Andrés Oppenheimer
Los Estados Desunidos de Latinoamérica México, Debate, 2009, 319 pp.
Por más que el abanico de temas contenidos en el más reciente libro, publicado el año pasado, del periodista argentino Andrés Oppenheimer sea tan amplio que por un momento pudiera pensarse en una América Latina resueltamente enmarañada y multiforme, una lectura atenta de las columnas contenidas en el volumen, escritas todas ellas entre 2006 y 2009 para The Miami Herald, revela cierta afinidad preconcebida entre sus planteamientos principales. A Oppenheimer le preocupan, en lo fundamental, cuatro grandes aspectos de esa realidad escurridiza de la Latinoamérica a la que obstinadamente ha venido volviendo su mirada de periodista investigador forjado a la más pura usanza estadounidense. Por principio de cuentas, la escasa integración económica del subcontinente y la desarticulación derivada de industrias y sectores entre países como viejo mal ínsito a la región ocupa buena parte de su análisis, mismo que, en resumen, apunta a vindicar la apertura y el intercambio comercial como estrategia de crecimiento inmejorable. Para su decepción, no encuentra este destacado analista de la Cnn una franca política de integración económica ni en el norte ni en el sur de todo el continente americano y, en cambio, su mirada da cuenta de las reyertas entre gobernantes y gobiernos, responsables indiscutibles del fracaso de proyectos ambiciosos como el Área de
Libre Comercio de las Américas (alCa) o como las diversas negociaciones bilaterales para la creación de nuevos territorios con libre flujo de bienes y servicios. En esa América Latina plagada de protervas oligarquías, de intereses que impiden la consolidación de regímenes jurídicos y de esquemas conjuntos para la competitividad internacional, Oppenheimer avizora la aparición de un fenómeno indiscutible, motivo para la segunda línea visible de análisis en Los Estados Desunidos de Latinoamérica. Hay, en esa relación compleja, y en muchos sentidos irresoluble, que une a los países latinoamericanos con Estados Unidos un tema que, en sí mismo, constituye uno de los eslabones más sensibles en el camino hacia una eventual integración regional. Tal es el tema de la migración de millones de indocumentados latinos hacia el poderoso país del norte. La postura de Oppenheimer respecto a la política estadounidense en materia de inmigración es, a lo largo de estas páginas, con mucho, de lo más incisivo del libro. “Como lo demuestra el ejemplo europeo –escribe– el único camino para reducir la inmigración es una mayor integración económica, incluyendo la oferta de ayuda económica condicionada a políticas económicas responsables.” No habrá, pues, desde la perspectiva de quien también se ha convertido en conductor de un exitoso programa televisivo de debate, solución al problema de la inmigración ilegal en Estados Unidos sin una política de apertura y colaboración con los países expulsores de millones de migrantes a la caza de oportunidades en una tierra que no es la suya. Una tercera línea de análisis en buena parte de las columnas incluidas en el libro tiene que ver con las nociones de izquierda y derecha en un momento en que en la región emergen gobiernos con una aparente filiación izquierdista. No hay tal predominio, se encarga de consignar Oppenheimer: lo que campea en América Latina –según una encuesta de Latinobarómetro dada a conocer en 2006– es una preferencia generalizada por la centro-derecha, lo que llevaría a desechar la idea de una expansión endémica de la izquierda anquilosada y
retrógrada que representan los gobiernos de Hugo Chávez, Evo Morales y Rafael Correa en Venezuela, Bolivia y Ecuador, respectivamente. La izquierda que, por otro lado, se gana los respetos de Oppenheimer y de un amplio sector de intelectuales y comentaristas como él, corresponde a la izquierda progresista que ha implementado cambios notables en países como Chile y Brasil –de la mano de Michelle Bachelet y de Luiz Inácio Lula da Silva– y que hoy por hoy se perfila como el modelo socialdemócrata latinoamericano alternativo. La cuarta, y última, línea de trabajo en un libro que por sus intenciones prosigue con la tarea crítica desplegada anteriormente en Cuentos chinos (Plaza & Janés, 2005), atiende al papel de Estados Unidos en su relación con América Latina. Ríspida o negociada, compleja o clarificada, la presencia inevitable del gigante en asuntos como los relativos a la creciente ola antiinmigrante, la negociación estratégica de alianzas en pro del comercio o en contra del crimen organizado lo convierte en un factor de peso para el futuro al sur de su territorio, presencia que –a decir de Oppenheimer– el arribo histórico de Barack Obama a la presidencia debiera potenciar para beneficio propio y de la zona en su conjunto. Las oniciones que Oppenheimer esgrime desde sus muy leídas columnas semanales contra el inmovilismo político, el autoritario ejercicio del poder y la inercia en los procesos de cambio social resultan, a decir verdad, previsibles de cara a un diagnóstico sostenido en los últimos años por una importante corriente liberal afincada en Latinoamérica. Como puede leerse en este libro, el contenido de la declaración final de la Cumbre de las Américas llevada a cabo en Trinidad y Tobago en abril de 2009 se suma a una larga lista de “buenas intenciones” para las cuales hacen falta dos rasgos en los que América Latina toda mantiene un déficit histórico de proporciones indeseables: compromiso y voluntad política. Más allá de si hay en realidad algo que pueda denominarse Latinoamérica –por contraposición a quienes afirman que solo existe un conjunto de países con intereses diversos unidos por la geografía–,
la región enfrenta el reto de la modernidad y la globalización en medio de serios rezagos en materia de integración y desarrollo. Dentro de ese contexto, discutibles o no, los planteamientos liberales de Andrés Oppenheimer en su lectura acuciosa del acontecer latinoamericano reflejan una conciencia que no puede pasar inadvertida. El diagnóstico liberal de las condiciones para el cambio está hecho desde hace mucho. Corresponde a América Latina asumir el riesgo de montarse a la ola de los nuevos tiempos o sucumbir ante la ingente cantidad de cambios concretos que el presente y el futuro inmediato le reclaman. ~ – franCisCo Payró NoVELA
El corazón de nuestra época Carlos Franz
Almuerzo de vampiros Madrid, Alfaguara, 2008, 238 pp.
Dos amigos de juventud se reencuentran en el restaurante Le Flaubert, algo así como La closerie des Lilas de Santiago de Chile, en un radiante día del verano austral. En el lapso de un almuerzo, evocan su pasado común en el Internado Barros Arana, cuna de una destacada generación de poetas, y, en particular, a un maestro de literatura que habría reaparecido por las calles de la capital después de haber muerto en manos de los torturadores pinochetistas. Uno de los dos comensales, el que está de regreso y lleva la voz cantante y creadora de la novela, confiesa sentir un amor y un odio simultáneos hacia ese maestro: “Fuera cual fuera su destino –le dice interpelándolo intermitentemente a lo largo del relato–, usted se había ido y me había dejado solo. Me ayudó a formular las bellas preguntas y me dejó con las horrendas respuestas. Usted me animó a leer y a pensar. E incluso más: me animó a esa forma superior del pensamiento que
es soñar. Y después yo había despertado en un mundo donde ‘la belleza de la literatura’ era una mala broma (peor: un chiste siniestro).” Se antoja que el narrador encarna así a toda una generación, sin duda la de Carlos Franz, a la que le tocó vivir su juventud, habitualmente la más hermosa de las edades, bajo las leyes de excepción de la dictadura militar. ¿Cómo sentir nostalgia hacia una mocedad escamoteada y carcomida por la barbarie o la cobardía? La única posible es “una oscura nostalgia, como la que sentimos por un enemigo del cual ya no podremos vengarnos”. El plato fuerte de este Almuerzo de vampiros es el enigma que envuelve la condición del sobreviviente en una niebla de vileza, horror y compasión. Chile es un país de sobrevivientes, plantea Carlos Franz, entendiendo por supervivencia no solamente la gesta heroica de los que lucharon contra la dictadura militar sin perecer en el intento, sino también la inaudita capacidad de adaptación de aquellos que, a toda costa y a cualquier precio, se volvieron expertos en el decadente arte de sobrevivir. “Un superviviente no está vivo ni muerto. ¡Como los vampiros!”, asegura en su tentativa por precisar esta condición que la trama ilustra sin esclarecer del todo. Carlos Franz retoma así el tema de su novela anterior: El desierto (2005), que dramatiza el difícil regreso a un país todavía herido o a una época de paz sin honor, como diría Bram Stoker. De una novela a otra, el tono y la tesitura cambian radicalmente: Almuerzo de vampiros se antoja una caricatura carnavalesca del drama de los retornados, que colmaba de densidad y de cuartillas la inmensidad de El desierto. En esta tragicomedia de humor negro, todos los personajes son un doble fraudulento de un original extraviado, el revés de una medalla acuñada en un pasado de esperanza, que quedó sin brillo ni valor de cambio pese al “alegre éxito contemporáneo”. Lo que Chile ha perdido, nos sugiere Carlos Franz, es una autenticidad que nada tiene que ver con la razón histórica, las ideologías o un proyecto de transformación social. La dictadura ha engendrado algo peor que camposantos en los desiertos, mares y septiembre 2010 Letras Libres 9
Libros volcanes del país: ha engendrado una población proclive a la simulación y la contemporización, pendiente del “miedo amarillo y minúsculo al qué dirán”, “algo así –escribe Carlos Franz– como una joroba de esta misma época que, de tanto mirarse en el espejo y encontrarse bella, no se ve la espalda curcuncha”. Y la voz madura que canta la derrota del exitoso Chile actual añade: “Traicioné la nobleza de vivir que me enseñaba el profesor original. Y ni siquiera aprendí a sobrevivir traicionando cualquier nobleza, como me quería enseñar usted.” Almuerzo de vampiros es una novela sucia, donde la inmundicia moral se refleja en la bazofia física de los personajes diabólicamente duplicados, en “el genital dialecto chileno” y en un erotismo degradado por la crudeza de las relaciones gobernadas por la bestialidad y el trapicheo. La mirada que Carlos Franz ejerce sobre la sociedad chilena contemporánea no escapa de la extrañeza del que regresa al país natal con piel mudada y desconoce lo familiar o, mejor dicho, lo descubre con mayor lucidez. Por ejemplo, la promiscuidad favorecida por la estrechez del territorio o la endogamia alentada por la escasa población, Carlos Franz las cifra en los sonidos que asedian la mesa flaubertiana: “Las picudas voces chilenas tienen ese filo que rasga la privacidad de los vecinos, por mucho que nos defendamos. Parte de nuestra horrible y deliciosa endogamia secular viene de este entrometerse de lenguas agudas en nuestros oídos, que hace que escuchemos sin querer, y sepamos casi siempre lo mismo que los demás.” Y también en “el acento nasal y afeminado de los grandes señores chilenos (especialmente cuando están de vacaciones)”. El glosario intercalado en el relato corresponde a la misma intención antropológica de subrayar las voces más idiosincráticamente chilenas, como si el retorno al país natal fuese asimismo una inmersión perpleja en el idioma nativo. Pero este breve diccionario resulta ambiguo y algo artificioso, porque no se entiende bien a qué clase de lectores se dirige. La urdimbre de la novela denota una pericia de narrador que trenza los tiempos del relato de tal manera que el lector perciba claramente las consecuen90 Letras Libres septiembre 2010
cias del pasado en el presente del país y tal vez, añadiría yo si así pudiera decirse, también las del presente en el pasado. No obstante, hacia el final, Carlos Franz entrega las claves que disipan la niebla que velaba la trama, al estilo de las novelas góticas o policiacas. Él mismo parece escribir una parodia de novela gótica, un doble embaucador de un clásico Almuerzo de vampiros, en el que hasta la muerte es una pesada broma de la Historia. En efecto, a través del falso fusilamiento que padece el personaje principal, el doble literario del autor, se evoca una de las peores torturas de la época de la dictadura: el simulacro de una ejecución o la falsificación más cruel de la condena: “He sobrevivido, me digo. Pero de algún modo, también sé que no del todo. Que algo verdadero ha muerto en este falso fusilamiento. Porque nos han hecho la peor broma de todas. Ésta sí que es la más pesada: la muerte en broma.” Carlos Franz lidia en esta novela con un problema bastante agudo en la literatura: ¿todo se vale en la creación literaria? El humor negro que inyecta a ciertas anécdotas o situaciones, ¿acaso podría ofender la memoria de los genuinos sobrevivientes de la dictadura, a aquellos que contrastan y se diferencian de los dolosos sobrevivientes, es decir, de las mayorías? Los fariseos que animan la tragicomedia de Almuerzo de vampiros proyectan realizar una película destinada a redorar la imagen del cine nacional, tan castigado por la censura interna y exterior. La película se titularía La talla de Chile, es decir, “lo mismo que la batalla de Chile. Sólo que más corta”, aludiendo así al aleccionador documental de Patricio Guzmán. Finalmente, Carlos Franz suma a estos oscuros juegos y juergas el álgido problema del olvido: “Es preciso olvidar, me han dicho. Pero he aquí que yo sigo a la sombra, a la sospecha, al espíritu de ese hombre.” Nadie tiene derecho a pedir o impedir el olvido. Solo aquellos que han caído entre las garras de la barbarie son susceptibles de decidir si otorgan o no el perdón que es la antesala del olvido. Por lo pronto y puesto que se trata de vampiros, Carlos Franz blande su pluma cual estaca y pide: “Clávala en el corazón de nuestra época.” ~ – fabienne bradu
NoVELA
Civilización y barbarie Martín Kohan
Cuentas pendientes Barcelona, Anagrama, 2010, 184 pp.
La prosa del escritor argentino Martín Kohan, sobre todo en los últimos libros, transmite precisión clínica, fría distancia. De una a otra novela, sin embargo, los efectos son diferentes. Si, por ejemplo, en Ciencias morales (2007) esa escritura servía para trabajar la rigidez amoral de la dictadura y sus formas represivas, y la manera panóptica en que esa rigidez se inmiscuía en la conciencia, en el imaginario de la clase media (en este caso, en el personaje de la preceptora), en Cuentas pendientes sirve para construir de manera tan minuciosa como desapasionada a Giménez, el personaje aparentemente central de la narración. Ese estilo, ya lo veremos, es engañoso: le permite a Kohan construir el secreto, la vuelta de tuerca sobre la cual descansa la novela. El narrador presenta a Giménez en el primer párrafo: “arrastra los pies” al caminar, está cansado y tiene las piernas “acechadas por calambres, quebradizas”. Poco después el lector se entera de que vive solo en un departamento muy pequeño y de que está a punto de llegar a los ochenta. Su mundo es mezquino, está hecho de gestos miserables: los planes para no pagar el alquiler del departamento, la relación con la ex (que vive en el mismo edificio y lo atormenta), su comercio sexual con putas viejas y sus sueños de acostarse con putas más jóvenes. Sus ideas están llenas de lugares comunes: ¿es verdad que murieron tantos judíos en la guerra, o es una propaganda sionista? “Mañana será otro día”, piensa Giménez antes de dormirse, pero en verdad el otro día parece ser el mismo. Kohan ha creado un personaje notable, redondo en su fidelidad a una “vida oscura y triste”.
En el imaginario de Kohan aparecen siempre los años de la violencia, de la dictadura, de la guerra sucia. El título parece remitir a las “cuentas pendientes” de la sociedad argentina con su pasado. Giménez tiene una relación servil con Vilanova, un militar que, décadas atrás, les dio a Giménez y su esposa un bebé para que lo adoptaran. Kohan no necesita insistir en este tema porque resulta fácil llenar los espacios en blanco, asumir que los padres del bebé fueron víctimas “desaparecidas” de la dictadura. Estamos en el presente, pero el pasado no termina de convertirse en pasado. A estas alturas, este tema se ha convertido en un lugar común de la ficción argentina, y hace bien Kohan en no insistir. Igual, no es esto lo mejor de la novela. De hecho, quizá Cuentas pendientes no necesitaba de este subtexto para funcionar. Lo que sí funciona de maravilla es la vuelta de tuerca que se inicia en el capítulo xiV. Ahí, Giménez se encuentra con el Dueño del departamento, y se entabla un diálogo que le permite a Giménez un despliegue de estrategias para evitar una vez más pagar los cuatro meses de alquiler que adeuda. Cuentas pendientes, que hasta el momento había sido narrada en un estilo indirecto libre y se focalizaba en Giménez, de pronto gira a la primera persona, para descubrir que el narrador “impersonal” no lo es tanto. El Dueño (de la novela), el narrador, es un escritor, obvia parodia del mismo Kohan: acaba de publicar una novela cuya trama es la de Segundos afuera (una de las novelas más importantes en la obra de Kohan). Y el Dueño lee su propia novela y la describe como un “diálogo de sordos” entre la cultura alta y la cultura popular. De igual manera, el Dueño de Cuentas pendientes es un letrado incapaz de entender las “tretas del débil” de Giménez. En ese cambio de perspectiva, Cuentas pendientes, que podía leerse como un estudio notable de un personaje, o como un relato sobre la violencia histórica y su rastro de sangre en el presente, se abre a otra lectura en clave metaliteraria: aquella que reinscribe en la literatura el conflicto entre civilización y barbarie, obsesivo paradigma de la cultura argentina. Este paradigma, que comienza
con Echeverría (“El matadero” es un texto fundacional para Kohan), se consolida con Sarmiento y se reconfigura a lo largo del siglo xx, en la obra de Borges, Cortázar y Piglia –por citar solo algunos–, no termina de agotarse. Martín Kohan le ha dado nueva vida para el siglo xxi. Las “cuentas pendientes” adquieren una resonancia mayor: no solo tienen que ver con el pasado más reciente sino que echan sus raíces en el “diálogo de sordos” con el que se origina la nación argentina. ~ – edMundo Paz soLdÁn RELECTuRA
El fin de la experiencia Juan José Saer
La mayor Buenos Aires, Planeta, 1976.
Imaginar un relato que verifique la imposibilidad de la experiencia, que suponga al recuerdo como el contrapunto inasible de esa oquedad. Suponer una voz que, al espacio en el que alguna vez fue posible la experiencia, oponga una suerte de desierto de sentido, un territorio en el que se hayan cortado todos los lazos entre el suceso y el recuerdo, donde la fractura entre la memoria y los acontecimientos constituya una alteración en la estructura de los sentidos y en la certeza sobre la existencia del mundo. Esbozar una narración en la que, cuando el recuerdo se extinga, cuando la conexión entre la sensibilidad y la evocación de las asociaciones agonice, la idea de la experiencia se vuelva inverosímil, y esta imposibilidad produzca una grieta en el ser de las cosas. Que así se sugiera, quizá, la desaparición de los objetos –el mundo de lo objetivo–, y de la subjetividad, la viabilidad misma del yo. Delirar un ahora que no sea la experiencia de una intensidad, sino la habitación de una zona del tedio, una especie de viscosidad en la que el aquí y el ahora no sean la matriz de los
actos, sino una clausura, una prisión que enuncie al presente como un hueco, una percepción diluida y ausente, en la que la soledad, el silencio, el vacío, que de Meister Eckhart a Descartes habían sido las condiciones de la introspección y de la mística, establezcan las dimensiones de la no experiencia y el sopor. Fantasear una superficie en la que los sentidos se hayan vuelto inasequibles, no recuerdos, las presencias deshabitadas del hastío, los escalones de un retiro inhabitable, de una subjetividad desnuda: el puro esqueleto de la mente. Una pantalla en la que los objetos hayan perdido su voz y las obras de arte hayan extraviado su halo de distancia sagrada; un declive que aparezca como la correlación directa de la evaporación del sentido, donde el silencio de las cosas no sea un resplandor de la presencia sino una forma metafísica de la afonía. Una secuencia que, en la medida en que progrese, avance lo mismo una disolución de las orillas, una desfiguración de las formas. Un hilo de voz que flote en esa indeterminación como una conciencia a la deriva. Un espacio donde todo se convierta en uno, pero que, lejos de ser una fusión integradora, esa erosión de los límites sea una visión del eterno retorno de lo mismo. Un desplome donde acontezca una desintegración no solo del halo de las cosas, sino de las cosas mismas, reducidas a un magma informe de realidad primigenia: un flujo ciego de materia sin atributos en el que el sujeto no desaparezca ni se transforme: un alumbramiento en el que, a pesar de la disipación, el ego no se funda con las cosas ni se relacione con ellas desde la intuición, sino que se conserve entero, lúcido para percatarse de la cavidad del abismo. Un espectro en el que en un momento se vislumbre un atisbo de experiencia verdadera en un fragmento transitorio que se confunda con el todo. Que ese atisbo sea, tal vez, el lenguaje, la prueba de que el hueco de la experiencia puede ser narrado, de que los relatos son objetos que contienen y crean el mundo en donde antes no había nada. Contemplar una aparición en la que se presienta dolorosamente que el texto, aunque murmure sobre el vacío, puede ser la semilla de la experiencia que viene. ~ – HuMberto beCK septiembre 2010 Letras Libres 91
ARTES y MEDIOS CINE
El infierno, de Luis Estrada
S
i todo sale como debería, el viernes 3 de septiembre se verá el estreno –con 300 copias– de la película mexicana El infierno, del director Luis Estrada. Situada en 2010, será el primer filme en hablar de la espiral de violencia desatada por la guerra contra el narcotráfico emprendida en años recientes por Felipe Calderón. La fecha en que llegará a las salas –el mes de las celebraciones en el año de las celebraciones– no es, como podría creerse, una pésima coincidencia. Es justamente el punto. El infierno es uno de los proyectos que respondió a la convocatoria de Imcine para apoyar a las películas que participarían en la reflexión sobre México en este año de sus centenarios, con la condición de que estuviera lista para ser exhibida en el marco de la conmemoración. La película de Estrada respondió a cabalidad: el póster muestra a un narco inequívoco (traje blanco, sombrero y botas, la pistola clavada en la hebilla del pantalón) apoyado sobre un letrerito; otro narco, unos metros detrás, se ocupa en la tarea de disolver cadáveres dentro de un tambo lleno de ácido. El letrero que sirve de apoyo muestra el logo oficial de las fiestas del Bicentenario. Debajo, como grafiteado, se lee: “Nada que celebrar”. Mucho que celebrar, visto por otro lado, si recordamos que hace apenas once años el propio Imcine (brazo de Conaculta, brazo del Ejecutivo) quiso frenar el estreno de La ley de Herodes, también de Estrada, en uno de los desplantes más torpes y malogrados en la historia del manoseo oficial. Tan torpe y malogrado –en un festival de cine, frente a decenas de periodistas– que acabó significando el fin de la censura estatal a las películas que denunciaran –como si nadie sospechara nada– las dinámicas del priismo y las truculencias del poder. “Y algo más que celebrar”, le pasó por la cabeza a quien firma esta nota, cuando hace menos de tres meses asistió a una proyección de El infierno en las oficinas de Videocine: una de las empresas privadas que invirtió en la producción del proyecto (“El infierno, de Luis Estrada, retrato de México”, Proceso, 1739) y que –todo apuntaba hasta entonces– se encargaría de la distribución. A la luz de la crítica a la turbia relación entre partidos y medios que hiciera el mismo director en Un mundo maravilloso (2006) el respaldo de Videocine –filial de Televisa– se leía como un gesto de autonomía y valor (cosas que, se supone, festejamos en el Bicentenario). ¿Pero qué de El infierno resulta tan “insubordinado” como para que su llegada a salas parezca una victoria inaudita, ya no se diga en un sistema de supuesta libre expresión? Ante todo, la última cinta de Estrada es particularmente puntual (ya se 92 Letras Libres septiembre 2010
verá qué tanto) al plantear alianzas corruptas (sin embargo, es ficción) y retratar una violencia in crescendo que no es jocosa ni ponedora. El tipo de violencia que suele esperarse del cine, pero que, en el caso de esta película, resulta demasiado cercana a nuestra realidad como para servir de evasión. Haciendo eco a La ley de Herodes, las primeras secuencias de El infierno ocurren en un México más abstracto que real. Veinte años después de haber cruzado la frontera, “el Benny” (Damián Alcázar) es deportado. Para resumir el estado de cosas con el que se topa su protagonista, Estrada se apega a la farsa. La pobreza, corrupción y atraso del México de 2010 se hacen obvios en situaciones que sirven a ese solo propósito. También de acuerdo a ese género, pronto desfilarán personajes que encarnan distintos tipos de vileza y degradación: trampas y tentaciones que habrán de corromper al único personaje con un centro moral. El guión de Jaime Sampietro le asigna al Benny un objetivo que explique su disposición a chapotear en el lodo: quiere encontrar al hombre que, durante su ausencia, asesinó a su hermano. Tampoco es que el Benny sea un santo. Es un hombre común y corriente. No solo eso, sino un hombre muy mexicano: esclavo de la gratificación inmediata, sabe que todo acto tiene una consecuencia, pero no le ve sentido a preocuparse antes de tiempo. Así, sin pensarlo mucho, apenas llega al pueblo sucumbe ante los coqueteos de su cachonda cuñada (Elizabeth Cervantes), viuda de su hermano, madre de su sobrino, y, de profesión, prostituta del pueblo. La cuñada es amiga de los narcos encabezados por “el Cochiloco” (Joaquín Cosío), que a su vez son simples empleados de los señores María y José Reyes (María Rojo y Ernesto Gómez Cruz). Los Reyes son hacendados y, sobra decir, millonarios. Amigos de gente influyente, benefactores de campañas y causas, y básicamente dueños del territorio. Solo los amenaza la presencia del otro Reyes, hermano de don José: un hombre igual de influyente, con sicarios a su mando, empeñado en infiltrar su negocio en la misma la región. Víctima del enculamiento pero fiel a su noción de honor, Benny decide hacerse cargo de la mujer y el muchacho que, por cierto, ya aprendió a delinquir. Para evitar que lo encarcelen por un intento de robo, Benny se ofrece a pagar una mordida delirante a la policía municipal. Recurre a sus nuevos amigos (los empleados de los Reyes), quienes le dan lo que necesita y un poquito más. Una bicoca para ellos, pero más de lo que Benny ganó en sus veinte años de mojado. Como primero goza el derecho y luego piensa en la obligación, Benny descubre las mieles de ser un hombre con joyas y acepta, por qué no,
ser fuerza de trabajo del único negocio que prospera en la región. Lo que sigue es previsible y a la vez fuera de registro para un hombre como él. Todo el tiempo con la conciencia a cuestas, recorre el camino criminal que va desde corruptor de policías a redactor de narcomensajes, asistente de tortura, experto en disolución y descuartizamiento de cuerpos y, claro, asesino. Aun cuando dispara entre los ojos de un hombre, Benny es capaz de dimensionar el horror. Si en las películas anteriores de Estrada la ingenuidad del personaje principal es la grieta por la que se filtran la egomanía (La ley de Herodes) y el oportunismo (Un mundo maravilloso), en El infierno es el atributo que lo conserva más o menos humano y lo distingue de la galería de monstruos a su alrededor. Con todo y que sucumbe a las botas finas y a las cadenas de oro (o justo por eso), más que un personaje satírico, el Benny es un héroe trágico que en cumplimiento de una misión –la venganza–, descubrirá una verdad que lo hará enloquecer de dolor. Solo eso, el reconocimiento, lo llevará a despojarse del velo. El protagonista reacciona y, en consecuencia, como en toda tragedia, el despilfarro de sangre y el exterminio de vidas no solo es un espectáculo, sino que cumple una misión: sirve de lección colectiva –advierte al público de los peligros y, gracias a su cualidad de ficción, funciona como catarsis de todos los sentimientos acumulados en el espectador. Quien diga que El infierno es nociva y siembra miedo, frustración e impotencia en un año de celebración, no entiende que es justamente al revés. Si esta vez Estrada y Sampietro casi eliminaron la sátira y optaron por sentar al público en un carro de montaña rusa, es porque los esperpentos que antes ser-vían de modelo a dicho género salieron de sus agujeros (o del panal, en la metáfora del avispero golpeado) y se instalaron en la cotidianidad. Si el retrato de sicarios y capos fuera una caricatura grotesca, y los policías y capitanes no resultaran creíbles en lo que ya es un lenguaje estandarizado de la corrupción, no podría convivir a cuadro –como sucede en cierta escena– con la imagen de un personaje importado de la realidad, el presidente Felipe Calderón, en una fotografía que adorna el despacho de un agente de policía encargado de esclarecer el asesinato de un federal. Es la escena que ha llegado adonde el cine mexicano no había llegado jamás. No solo por la alusión al hombre de la imagen, sino porque el capitán Ramírez (Daniel Giménez Cacho) comenta sobre su gestión, al ofrecerle protección al Benny en tanto “la política de nuestro Sr. Presidente es convertir a México es un país de soplones”. Los Reyes también tienen fotos en las paredes de su mansión: con los presidentes de México de los últimos sexenios (y sus esposas), con el Papa Juan Pablo II, y con todos los que, como ellos, representan los pilares sobre los que descansa el país. ¿Qué efecto podría tener tanta “osadía” y especificidad? Al día de escribir esta nota, hay rumores y especulaciones sobre un retraso en la fecha de estreno, disminución en el
número de copias o un tiempo de cartelera anormalmente corto. Probabilidades acrecentadas por el hecho de que Videocine decidió no distribuirla (su crédito no aparece en el póster ni en el sitio oficial), lo que vuelve menos potente la estrategia de promoción. En un México con visión 20/20, el estreno de esta película sería un acontecimiento no solo disfrutable, sino necesario y urgente. Desde un punto de vista político, desinflaría la idea arraigada de que los comités y consejos son órganos serviles que desalientan la crítica. También llenaría las salas: más allá de la polémica, El infierno se sostiene sobre un guión que no deja al público tiempo para pestañear, una dirección de quien sabe lo que hace, actores en su mejor momento (Alcázar, para
El infierno de la corrupción y el narcotráfico.
no variar) y, para los más sensoriales, un soundtrack extraordinario por derecho propio. Coordinado por Lynn Fainchtein, incluye temas de Los Lobos, el Flaco Jiménez y Los Tucanes de Tijuana, y música original del guitarrista Michael Brook, inventor de uno de los sonidos que distinguen a u2 y reputado compositor de scores. (Apenas vio la película, cuenta Fainchtein, aceptó colaborar.) Por último, pero lo que más importa, El infierno llenaría las expectativas de un público que por un lado escucha que el cine mexicano está en su mejor momento, y por otro echa de menos la experiencia de ser sacudido por una película que aluda a su propio país. ¿Vivimos en ese México? Ponga a un lado la revista y saque una conclusión. Si todo sale como debiera, al tiempo de publicarse esta nota El infierno ya estará en cartelera y usted tendrá muchas opciones –de cine, fecha y horario– para escoger una función. ~ – Fernanda Solórzano septiembre 2010 Letras Libres 93
ARTES y MEDIOS ARQUITECTURA
El museo del Chopo
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arecía una buena idea. Una caja de vidrio flotando dentro de un armazón industrial. El contraste entre dos lenguajes arquitectónicos con un siglo de diferencia y el uso de materiales similares: acero, vidrio y madera. La ocasión no podía ser más propicia, el Museo Universitario del Chopo necesitaba una ampliación y una rehabilitación urgente. Además, era la oportunidad para reforzar las áreas culturales de Santa María la Ribera y Buenavista, el complemento ideal de la Biblioteca Nacional José Vasconcelos. Pura corrección política, la puesta al día del patrimonio arquitectónico de la ciudad de México. En 1903, un empresario mexicano, José Landero y Cos, compró un pabellón de la Exposición de Arte e Industria Textil de Düsseldorf, una estructura metálica con grandes ventanales de vidrio diseñada por Bruno Möhrig, lo desarmó, lo embarcó y lo volvió a ensamblar en la entonces naciente Santa María, cerca de la estación ferroviaria de Buenavista. En 1910, esta estructura sirvió para albergar el Pabellón Japonés en las Fiestas del Centenario de la Independencia de México y en 1913 el edificio fue convertido en el Museo de Historia Natural, un museo muy popular en su tiempo; aquí la gente venía a observar esqueletos de mamuts y dinosaurios. Posteriormente, se construyó el Museo de Historia Natural de Chapultepec y el pabellón metálico fue abandonado y de vez en cuando utilizado para filmar películas de terror. La unam lo rescató en 1975 creando el Museo Universitario del Chopo, un espacio cuyo propósito ha La nueva cara del Chopo. sido promover y exponer proyectos artísticos de movimientos culturales urbanos que tienen poco a otros sitios. El museo funcionaba relativamente bien; sin embargo, era un hecho que el edificio había quedado obsoleto frente a sus necesidades. En 2006 el museo fue cerrado para que su rehabilitación a cargo del arquitecto Enrique Norten se llevara a cabo. La reinauguración tuvo lugar en mayo de 2010. Así apareció entonces la idea de la cajita de vidrio. Un volumen exento al centro del espacio que aumentaría el área de exhibición y alojaría todos los servicios necesarios. Parecía ser una intervención sutil y al mismo tiempo contemporánea, alejada de las tendencias conservadoras de 94 Letras Libres septiembre 2010
cierta tradición mexicana de restauración de monumentos. Sin embargo, el resultado decepciona. El programa resultó ser demasiado grande, provocando que la escala de la caja aumentara y terminara por invadir el espacio. La sutileza quedó en el olvido. Ahora el gran vacío del edificio antiguo es imposible de observar de un solo golpe como sucedía anteriormente, solo quedan perspectivas angustiadas en las orillas del museo. La caja de vidrio resultó ser un volumen solipsista de concreto, metal blanco y vidrios opacos. En lugar de que la ampliación del museo funcionara como un pabellón transparente para observar la estructura del edificio antiguo, ahora parece que la construcción original es solo un contenedor de lujo para irar la nueva intervención. El museo queda entonces dividido en dos espacios que compiten entre sí. Uno, el contenedor, ha perdido su fuerza espacial; el otro, la caja introspectiva, contiene unas salas-rampas de proporciones excesivamente ajustadas que ascienden en completo autismo. Incluso la cafetería, que ocupa el espacio central y que podría ser el centro visual del proyecto, se pierde en la claustrofobia al estar oprimida bajo un nuevo techo. Los únicos espacios en que los dos edificios se relacionan son: la sala superior, de uso ambiguo, desde donde es posible observar la techumbre antigua a pocos metros de distancia, y la terraza exterior, que perfora uno de los antiguos ventanales y crea un mirador rodeado de árboles. El lenguaje arquitectónico de Enrique Norten, repetido una y otra vez, ha perdido fuerza con el tiempo. Algo que en su momento tenía cierta radicalidad en el contexto mexicano y que era una sana reacción en contra del lenguaje regionalista y de las cursilerías posmodernas, ahora se ve como una arquitectura cansada, envejecida desde su nacimiento. El nuevo edificio al interior del Chopo, al ponerse a competir con la estructura original, no solo sale perdiendo sino que estorba. De hecho, la estructura original del museo, restaurada de manera impecable, tiene un carácter más atemporal y en cierto sentido parece más contemporánea. Es una paradoja que la intervención sea excesiva y al mismo tiempo lo sea utilizando un lenguaje anodino. No tiene la elegancia formal de la Tate Modern de Herzog & de Meuron
ni tampoco la radicalidad conceptual de la remodelación del Palais de Tokyo de Lacaton y Vassal. Una idea inteligente ha sido víctima de su miopía. Pudiendo abrir perspectivas, la caja se cierra en sí misma; pudiendo generar un diálogo, se enfrasca en un monólogo; pudiendo asumir un papel discreto, se expande. Si en la Biblioteca Nacional José Vasconcelos el esqueleto de una ballena se ve opacado por la escala del edificio, aquí ya no hay sitio para el esqueleto de un dinosaurio. El nuevo edificio, torpe, pesado, es el dinosaurio. Un inmueble histórico ha sido rescatado. Ahora cuenta con 1,186 m2 de exhibición adicional, 847 m2 con control de temperatura y humedad, un foro teatral para 216 personas y un cine para 132. Está equipado con red inalámbrica, gene-
ración de energía eléctrica con celdas solares, reutilización de aguas pluviales. Ahora es “El Chopo Sustentable”. Genial. Todo esto era sin duda imprescindible y ha sido un acierto, sin embargo, las adaptaciones técnicas deben darse por descontadas en una rehabilitación de este tipo, no tienen nada que ver con la calidad espacial ahora ausente. El contraste y diálogo de dos lenguajes arquitectónicos de épocas distintas no se ha dado. La caja de vidrio quiso comerse el armazón de metal. Se necesitaba discreción, quizá algo de humildad, y la comprensión fundamental de que hay vacíos contundentes que deben respetarse. Algo que podría parecer obvio se olvida con frecuencia: el vacío importa. ~ – Juan Carlos Cano
MÚSICA
“La libertad de Camarón fue mi escuela” Entrevista con Diego El Cigala
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l Cigala camina por la alfombra gruesa de su habitación de hotel, sus pies descalzos se hunden y se oye el tintinear que lo persigue en cada paso: el ruido suave dulce y agudo de las cadenas de oro que chocan entre sí. Clin clin, como un brindis. El hotel chilla de tanto color, y allí va y viene este hombre que acomoda cojines y sillones, trae una botella de agua, busca su computadora y trae el iPod donde lleva su último juguete, una maravilla en forma de disco que acaba de terminar hace apenas unos días. El Cigala pone las canciones, canta en voz baja, se mueve y con él el oro que carga: reloj, anillos, colgantes, pulseras, que hacen clin clin y brindan por él, por su disco Cigala & Tango, por el tango que acaba de reinventar y con el que se ha reinventado en Buenos Aires. ¿Cuánto oro llevas encima? No lo sé. Tengo una efigie egipcia, este indio, varias cosas que me acompañan desde hace tiempo. Son regalos. También me gusta la plata, pero más el oro, porque no ensucia. ¿Y cómo haces en los controles de los aeropuertos? ¡El oro no suena!
El Cigala, nacido Ramón Jiménez en Madrid hace 42 años, tiene todo bajo control. Nos movemos a un restaurante español de la zona, jabugo y cava en un apartado del ruido. Llegan amigos. Pasa la tarde. El iPod va de oreja en oreja. Un argentino llora. El Cigala estrena en la mesa el videoclip de “En esta tarde gris” y comenta sus viajes, sus discos, su vida. Amparo, su mujer, la mujer que hace que el mundo del Cigala gire, lo mira y oye la historia por enésima vez. Es un hombre del flamenco al que Madrid le quedó chico muy rápido, sobre todo cuando conoció a Bebo Valdés y con él el mar y la música de Cuba. Se conocieron en dos minutos y tres minutos después ya estaban abrazándose como los amigos de toda la vida. En tres días (sí: ¡tres días!) grabaron Lágrimas negras, una de esas obras artísticas que deberían enviarse al espacio para que otras galaxias vean que esta humanidad a veces puede ser genial. Para entonces, 2003, El Cigala ya era un reconocido en el ambiente del flamenco. Había salido de los tablaos madrileños, y ya cantaba hasta en Japón. Pero nadie es nada en el cante jondo sin la venia del severo Concilio Flamenco, una casta dura que exige muestras de adn y pruebas de talento y dolor. Cuando estos sabios empezaban a tomarlo como uno
de los suyos, a darle el bautizo de Grande bajo la mirada siempre protectora de Camarón de la Isla, El Cigala ya estaba volando a Cuba. No pidió permiso, no esperó su aprobación y ya tenía un disco en el que, por partida doble, plantaba nuevas bases para el flamenco, su flamenco y, de paso, para el bolero y la música latinoamericana. Los popes callaron ante la evidencia. Luego aplaudieron. Nadie volvería a intentar hacer un disco de fusión o world music o como se llame esto de juntar dos ritmos de geografías diferentes, sin el halo de Lágrimas negras. Años después, cuando parecía cómodo en una fórmula dominada y copiada, patea otra vez el tablero, no le pide permiso a nadie y toma un avión a Buenos Aires. En plena calle Corrientes, sale al escenario y frente a 3 mil 300 porteños les canta “Las cuarenta”. Podemos imaginar las caras de asombro de esas personas en el Teatro Gran Rex. El Cigala sale al escenario, punta en blanco, lleno de oro (clin clin). Se para frente al micrófono y empieza a cantar. Un tango. Diez tangos y una milonga después, tenía un disco exquisito y el público rendido a sus pies que cantaba “Olé, olé, olé, olé, Diegooo, Diegooo”, jaculatoria futbolera que hasta el momento solo se le ofrendaba a Maradona. septiembre 2010 Letras Libres 95
ARTES y MEDIOS música
¿Cuándo descubriste el tango? Me di cuenta que yo conocía el tango de toda la vida. Me di cuenta ahora. “Las cuarenta” (el tango que dice “Aprendí que en esta vida hay que llorar si otros lloran, y si la murga se ríe, uno se debe reír...”) la cantaba mi tío Rafael Farina. Fue con el grupo de Concha Piquer a Buenos Aires y, cuando regresó a Madrid, rompió con todo. Pensaban que se había vuelto loco. Todo el mundo cantaba con guitarras detrás, y él ¡con una orquesta! Treinta años después lo cantas tú. Vengo yo a descubrir todo esto en Buenos Aires. En la gira anterior canté un tango que no es muy conocido fuera de Argentina, un homenaje al Polaco Goyeneche que se llama “Garganta con arena”. Y el público de pie. Desde entonces he tratado de entender lo que pasó. Estaba obsesionado, quería hacer un disco de tangos. Compré colecciones de discos y me escuché en YouTube todos los tangos que hay. Busqué los que me podrían quedar mejor. Los canté, los grabé. Te juro que durante meses en casa no se oyó más que tangos. ¿Qué tangos buscabas? Buscaba tangos que me hirieran, que me dieran en el corazón. Quería hacerlos míos, como “Nostalgias” por bulerías, ¿te imaginas? Así: ta ca quetaca, ta ca quetaca. Escuché mucho a Gardel, Goyeneche y a Julio Sosa, con el que me entendía mucho más, sobre todo a la hora de vocalizar. Hubo un momento en el que pensé en tirar la toalla; con esto no puedo, decía, el tango lleva tanta letra, que cómo le hago, no llego, no sale. Pero salió... ¡Marconi! Sin conocernos de nada, yo empecé a mandarle las grabaciones a Néstor Marconi (bandoneonista de Piazzolla y Goyeneche). Se las cantaba por teléfono. Él me dio el mejor consejo: “canta el tango como quieras”. Y me dijo: “Cuando llegues a Buenos Aires 96 Letras Libres septiembre 2010
esto va a cambiar. Vamos a ver los tiras y aflojas, los ritmos, los tiempos, cómo nos sentimos todos juntos.” Así nació este disco que se llama Cigala & Tango, es decir Diego y el género entero que se hace suyo con el fraseo entrecortado y nasal del flamenco, sin las eses, con el leréi leréi sobre el bandoneón de Marconi o la guitarra de Juanjo Domínguez. “Me he guiado por ellos que conocen la pauta del tango, ellos son los maestros. A Juanjo me lo presentó Andrés Calamaro. Cuando lo vi tocar ‘Volver’, ¡pufff!” El Cigala abre los brazos y con ellos reemplaza las palabras. Cuando algo lo impresiona, lo expresa con un pufff, un ay, un soplido y una sonrisa. ¿Tenías miedo? Sí, porque el miedo te hace tener respeto. Te pone en un lugar muy especial. Cuando una música te genera respeto y miedo, es porque hay algo. ¿Y que hay en el tango? Hay dolor; un dolor que yo conozco bien. Es lo que yo buscaba. Aquí entre nosotros, me parece que el dolor del bolero te sobraba. Eso de “te extraño como se extrañan las noches sin estrellas...” es poco dolor para un flamenco. Sí, el tango es hondo de verdad. Es como cantar por soleá con la guitarra, cantar de soledad, de desengaño. Ahí esta toda la tragedia, todo lo que es el tango. Yo conozco muy bien eso, por eso me atreví a cantarlo. Podía hacerlo, sin perder un ápice de lo que es el tango, pero sin faltarle el respecto al flamenco. Muchos lo han intentado... Se han hecho muchas incursiones que han andado o no han andado. Pero es que precisamente yo no hago incursiones, yo intento encontrarme con el otro, pero sin dejar de hacer flamenco. Si me emociono yo, el público se va a emocionar. ¿Cómo lidias con los puristas? No pienso en ellos. ¿Sabes lo que les digo yo a los puristas? Súbanse uste-
des y cántenlo, a ver si sienten como yo. Cuando puedan sentir de verdad, podrán hablar. Y a mí no me pueden venir a explicar cómo es un taranto, una bulería... ¿Has tenido una formación purista? No, siempre he sido abierto, pero con respeto. Cuando voy a escuchar una soleá, quiero escuchar una soleá, [cuando] una seguiriya, quiero escuchar una seguiriya, y cuando quiero escuchar un fandango, quiero escuchar a mi tío Rafael Farina, a Manolo Caracol o a Camarón de la Isla. ¿Cómo ha sido tu relación con Camarón? Lo conocí en una fiesta, yo tenía 18 años. Hubiéramos sido muy buenos amigos. Yo entendía perfectamente cómo cantaba Camarón, entendía sus inquietudes, su desasosiego, yo entendía dónde quería ir. Cuando le decían “canta”, no cantaba, pero, cuando menos te lo esperabas, saltaba libre. Ese era Camarón. ¿Qué te enseñó? La libertad de Camarón fue mi escuela. Me enseñó muchísimo, sus discos son fuentes inagotables para mí. Yo escuchaba a otros, grandes también, pero este señor ya se destacaba. Camarón era un vendaval. Cuando sacó el disco La leyenda del tiempo, en el que metió bajo, teclado y batería, los gitanos pensaron que se había vuelto loco. Iban a devolver el disco. Y al cabo del tiempo, se convirtió en la antología más importante del flamenco. ¿Tu carrera sería muy diferente sin Camarón? Hubiera sido muy difícil. A mí me ha llenado de inspiración artística. Hablemos de dos discos tuyos, Picasso en mis ojos y Lágrimas negras. ¿Picasso... fue una manera de acercar a los poetas al flamenco? Ha habido muy buenos cantaores que han cantado a poetas como Miguel Hernández, Lorca, Machado, pero
Foto: Fernando Aceves / Cortesía de Auditorio Nacional
En tus primeros discos todavía te llamaban Dieguito. ¿Cuándo pasaste a ser Diego? Es que llegó un momento en el que les dije basta, que voy a tener cincuenta años y van a seguir llamándome Dieguito... Cigala me lo pusieron los hermanos Losada, los guitarristas con los que yo cantaba, porque me movía más que los precios. Inquieto, desgarbadillo, como una cigala.
El tango de El Cigala.
nadie le había cantado a la pintura. Y de la generación de grandes pintores de esa época, al que yo veía más flamenco era a Picasso. Como buen malagueño le gustaban los toros, un cante por malagueñas, amanecer por la mañana. Invité a poetas como Javier Krahe, Ruibal, y a Juanito, el autor de Camarón. Las guitarras de Paco de Lucía fueron los pinceles de Picasso. ¿Te gusta leer poesía? Mucho. Leo a Machado, a Lorca. ¿Y a quién no has cantado todavía? A Miguel Hernández. Todavía no lo encuentro. Otros ya le han hecho, pero yo le sigo buscando un poema bueno que nos quede bien. Lo voy a encontrar. Le pregunto por Lágrimas negras, por su encuentro con Bebo. Toma un trago, se moja la boca y lo cuenta de un tirón: Vi a Bebo en la película Calle 54 de Fernando Trueba y me puse a llorar. Da la casualidad que en esos días Bebo venía a tocar a Madrid. Fui al camarín, y lo invité a grabar en mi disco Corren tiempos de alegría. Tocamos una guajira y un tema de Consuelo Velázquez,
“Amar y vivir”. En el estudio me di cuenta de todo. “Hagamos un disco”, les dije. Bebo respondió: “Cómo no, mi amigo.” Así respondía a todo: “Cómo no.” Y lo grabamos en tres días y sus tres noches. El señor tenía 84 años. Yo no sabía lo que era cantar en clave, ni en son, yo seguía las indicaciones de Bebo, que lo único que me decía era: “Tú canta como ese gitano que tú eres, que yo tocaré el piano como ese cubano que soy.” La mayoría de los temas yo ni los conocía. Los único que conocía eran “Inolvidable”, “La bien pagá” y “Corazón loco”. ¡No sabes lo que fue cantar en portugués! Fueron tres días y tres noches increíbles. En el estudio lloraba todo el mundo, hasta el apuntador. Trueba decía que esto es algo que no se da ni en el cine, ni en el teatro, ni mucho menos en un estudio de grabación, con lo frío que es. Al ver al Bebo se hizo la magia. Hicimos la grabación sin planes, sin fines de lucro, no teníamos ni disquera, no sabíamos qué iba a pasar con ese material. ¿Un renacimiento? Me di cuenta que mi mundo era más amplio.
Un día te diste cuenta de que tenías un don. Pero eso no es muy importante. Mi padre iba al bar y le decía a todo el mundo que su hijo cantaba muy bonito; pero a mí nunca me dijo nada, al contrario, me decía: “ese cante no era así”. ¿Soñabas en que ibas a ser lo que eres hoy? No, porque, si piensas eso, no llegas. No me atrevía a soñar esto. Cuando yo vi a mi tío Rafael Farina cantar en el Teatro Calderón me di cuenta de lo que quería. Pero sin dejar de jugar. Yo jugaba al balón o a la bici aunque, cuando escuchaba una guitarra, ahí iba. ¿Sigues jugando? Hasta ahora. ¿Estás agradecido a la vida? Absolutamente. Se te nota feliz en el escenario, cantando tanto dolor. Qué paradoja. ¿Sabes por qué? Porque es una manera de exorcismo. Yo lo expreso y lo echo pa’fuera, tanto la alegría como las penas, la tristeza, la soledad... ¿Qué es ser flamenco? Una forma de sentir, de vivir. Para poder vivirlo, expresarlo, hay que tener un pasado. Si te lo dan a plato puesto, no puedes cantar. Dolor y quebranto son parte de la vida. Haciendo zapping en un sofá no vas a hacer nada. Lo mismo decía Goyeneche del tango... ¡Es que es lo mismo! ~ – Gastón García septiembre 2010 Letras Libres 97
ARTES y MEDIOS TEATRO
El teatro como experiencia Entrevista con Marco Vieyra
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irector y dramaturgo, es el fundador de la compañía La Cuarta Teatro. Actualmente, dirige el proyecto Trolebús Escénico, así como la compañía del estado de San Luis Potosí. Desde hace algunos años, produce espectáculos en espacios no teatrales. Ha dirigido, entre otras, las obras Asfixia, A-mar en fuga, Jardinería electronik y Pérdida total. ¿Cómo empezaste a hacer teatro? Estaba en la sangre. Mi abuelo era portugués y vino a México con una compañía de teatro. Se fue a Angangueo, en Michoacán, donde dirigía las representaciones de la iglesia con sus hijas. Hacían las once visitas de la casa, el vía crucis, la magdalena. No vi esas obras porque mi abuelo murió antes de que yo naciera, pero crecí oyendo las historias. Empecé a hacer teatro formalmente en Guadalajara. Estudié actuación en el Instituto Cultural Cabañas. Mis maestros fueron Daniel Constantini y Werner Ruzicka, un austriaco que tenía una visión teatral muy arriesgada. De ellos aprendí la disciplina y la pasión por el teatro. ¿Cómo llegaste a la ciudad de México? Después de graduarme, hubo una época en que yo dirigía obras en un teatro que manejaba Ofelia Cano. Todos los jueves presentaba algo distinto. Una vez hice Miércoles de ceniza de Luis G. Basurto. Imagínate. Y en mi puesta resolvía todo con una silla, que se volvía confesionario, tren, burdel, cárcel. Y un día terminando mi función fui a ver Carta al artista adolescente de Martín Acosta, que estaba de gira en Guadalajara. Y cuando empezó la obra, me quedé frío: también usaban una silla con la que significaban todo. No sabes el aliento que me dio. Se me abrió un panorama enorme. Ese día decidí venir a México para buscar a Martín y 98 Letras Libres septiembre 2010
trabajar con él. Literalmente dejé todo. Él me hizo una entrevista y una prueba. Estaba montando Superhéroes de la aldea global. Al poco tiempo, Luis Mario Moncada me escribió un papel. Salía de punk, fue muy valioso ver cómo trabajaban, cómo llegaba al escenario lo que ambos traían en la cabeza. ¿Querías ser actor? No, yo quería dirigir. Y después de Superhéroes, pasé momentos muy duros porque no lograba convencer a nadie de que me produjera. Estuve casi cinco años tocando puertas sin poder estrenar nada y me regresé a Guadalajara, deprimidísimo. Ahí escribí y monté una obra que se llamaba Sod. Trataba la destrucción de una pareja y ya contenía algo de una cierta corriente de teatro muy físico que iba a desarrollar después. Casualmente, un día la fue a ver Otto Minera. Al final, se me acercó y me dijo: “cuando vengas a México búscame”. Le tomé la palabra, le presenté un proyecto y me programó en La Gruta del Teatro Helénico, donde estrené El último piso de Malcolm Leiva. Ahí me empezó a conocer la gente. Otto ha sido uno de los curadores más importantes del teatro mexicano de las últimas dos décadas y eso no se le ha reconocido. Gracias a él yo empecé a producir con regularidad. ¿Por qué te fuiste a España? Me dieron la beca de la Fundación Carolina, que en ese entonces contemplaba una estancia de seis meses y varios talleres. Ahí estudié con Daniel Veronese, Rodrigo García, Rafael Spregelburd, Mauricio Kartun, Ricardo Bartís, entre otros. En aquel entonces no eran tan famosos como ahora, pero ya estaban haciendo cosas
increíbles. Vi muchas obras memorables, como Perro muerto en tintorería de Angélica Liddell, que se representaba en una casa. Acabando la beca, me fui a Buenos Aires al estudio de Veronese para ver cómo trabajaba con sus actores. ¿Cómo cambió tu visión del teatro con estas influencias? Me di cuenta de que lo más importante es el discurso, lo que se quiere decir. Y que para poder dialogar con alguien se tiene que defender una postura radical. Yo no sentía que hubiera eso en México. Incluso hoy, los trabajos de la Compañía Nacional de Teatro no me dicen nada. No entiendo para qué hacen lo que hacen. En general, veo muchos directores que carecen de discurso. Solo hacen obras. ¿Crees que el teatro en México atraviesa una crisis? A mi juicio, el problema es que muchos se rehúsan a entender que el espectador quiere ver otra cosa. Ya no quieren teatro y los creadores quieren seguir haciendo el mismo teatro de siempre. Yo veo que es algo que les duele mucho a las generaciones mayores. Veronese piensa lo mismo. Por supuesto. Cuando dirige a sus actores, la indicación más común es “no hagan teatro, no actúen, no interpreten”. Está absolutamente en contra del artificio escénico. Siempre pretende llevar al actor para que entienda el personaje a partir de su propia experiencia. Él piensa que si hay una emoción real en el actor, forzosamente tendrá que llegarle al público. Veronese desteatraliza la actuación de un modo muy eficaz. Nunca tienes la sensación de estar viendo a un actor...
Foto: Archivo de La Cuarta Teatro
Escena de Pérdida total.
Yo lo que hago ahora ni siquiera lo llamo teatro sino acontecimiento escénico. Me interesa que el espectador realmente viva una experiencia. Creo que el teatro ha perdido mucho de eso. Y bueno, la influencia de Veronese incluso me ha llevado a zonas que ya no tienen que ver con estructuras o diseños físicos, sino a trabajar con los actores para buscar cómo aprovechar escénicamente sus emociones. Eso fue lo que me propuse con Asfixia. Hice una disposición no teatral sobre el escenario. Había una mesa con café y galletas para el público y un micrófono al que los actores se acercaban a decir cosas. Desde entonces estoy explorando acercamientos distintos al espectador. Procuro hacer cosas que no parezcan teatro. ¿Cómo fue que empezaste a trabajar fuera del teatro? Tomé un taller con Emilio García Wehbi sobre intervención de espacios
no convencionales. Y ahí entendí que para alejarme del artificio escénico lo más lógico era salirme del edificio teatral. Empecé a buscar un espacio alternativo. Me tardé más de un año en encontrar el trolebús. ¿Cómo fue ese proceso? El trolebús estaba varado en el Parque México. Yo vivo a dos cuadras de ahí y me obsesioné con él. No dejaba de pensar cuáles podían ser sus usos escénicos, si había que abrirlo, romperlo. Hablé con Richard Viqueira y Luis Mario Moncada y conseguimos un apoyo para echarlo a andar. Se inauguró hace un año y medio con una reacción de público muy buena, que es lo que me da más satisfacción porque yo quería tener un lugar de investigación, pero no cerrado como se hacía antes con los laboratorios teatrales. Para mí es fundamental hacer mis procesos abiertos y confrontarlos con el público.
¿Y el montaje de Hamlet que estás trabajando es para el trolebús? No, pero sí va a ser en un espacio no convencional. Va a ser una producción de la compañía del estado de San Luis Potosí. Edgar Chías está haciendo una versión libre, que voy a dirigir en colaboración con Viqueira. La vamos a hacer en un vagón abandonado de un tren. Va a ser para seis espectadores. Estoy muy contento trabajando en espacios alternativos. Incluso si entro a trabajar a un teatro, ya lo hago de otra forma. Ahora en octubre voy a estrenar una obra en El Galeón. Lo único que va a haber adentro de la sala es un coche. La idea es hablar sobre esa batalla que es salir a la calle y encontrarte siempre con coches. Van a ser cuatro actores batallando con un coche. Mi trabajo ahora tiene que ver con el actor. No me preocupa lo coreográfico, ni lo plástico sino desarrollar un discurso emocional que sea contundente y radical. ~ – Antonio Castro septiembre 2010 Letras Libres 99
ARTES y MEDIOS ARTE C ONTEMPORÁNEO
El arte y el escándalo
N
os puede resultar difícil de creer que a estas alturas de la vida del mundo queden todavía obras de arte capaces de escandalizar. Escandalizar en serio: como antes, cuando un cuadro (digamos, el Desayuno sobre la hierba, de Manet) podía ponerle los pelos de punta a medio París,1 o cuando el estreno de un ballet (La consagración de la primavera, de Stravinski, por ejemplo) terminaba con la platea al borde de una batalla campal.2 Y sin embargo todavía hay obras que pueden dar en el blanco de ciertas susceptibilidades. O, visto de otro modo: lo que no falta es quien se escandalice, o se sienta incluso profundamente injuriado. Cada vez más raras, sin embargo, son las ocasiones en que la ofensa se encarna en franca iconoclasia, como hicieran los jóvenes que una noche de hace no tanto entraron al Museo Sájarov,3 en Moscú, y en un arcaico arranque destruyeron las piezas que ahí se exhibían, cubriéndolas de pintura roja, con la cual también pudieron anotar de prisa en una pared: “blasfemia”. El título de la exposición era una clara advertencia: ¡Cuidado: religión!, y adentro, como era de esperarse, las obras cumplían: podía verse a un Cristo retratado junto a un cartel de Coca-Cola en el cual, además del famoso logo, se leía: “Esta es mi sangre”. Más allá: una escultura de una catedral hecha con botellas de vodka vacías o un icono a escala humana listo Duchamp, el origen del gesto. para ser llenado por detrás, como en las ferias, con la propia cabeza y las manos: “No tendrás dioses ajenos delante de mí”. Etcétera. La muestra cerró al día siguiente del ataque, y lo único que alcanzó a decir el director del museo –antes, por cierto, de ser llevado a un juicio por “incitación al odio religioso” que se prolongó por más de dos años4– fue que “en efecto, algunas de las obras eran bastante provocadoras”, pero que qué se podía hacer, si era “arte moderno”. 1 De lo cual se mofó a gusto Zola: “¡Dios mío! ¡Qué indecencia: una mujer sin el menor abrigo entre dos hombres vestidos! Nunca se había visto algo así. Mentira: en el Louvre hay más de cincuenta pinturas donde personas vestidas y desnudas se mezclan tan tranquilas. Pero, claro, nadie va a Louvre a escandalizarse.” 2 En verdad, un pintoresco episodio en que “antiguos” y “modernos” pasaron, en solo unos acordes, de los respectivos abucheos y chistidos a los golpes –hubo un par por ahí que incluso decidió batirse más tarde a duelo, después de que la esposa de uno le diera una cachetada a la del otro por escupirle en la cabeza–, lo cual, desde luego, devino en un histérico motín que ni la policía consiguió aplacar. 3 Dedicado al científico ruso Andréi Sájarov, célebre por sus actividades disidentes. 4 Los agresores, en cambio, fueron puestos de inmediato en libertad por “falta de pruebas”. 100 Letras Libres septiembre 2010
Es cierto, el arte moderno es siempre un poco provocador, belicoso –a ratos, él mismo medio iconoclasta. Así nació: de una radicalización de la idea de progreso artístico, para la cual la tradición no solo era perfectamente incapaz de llevar el arte hacia delante, sino que representaba un verdadero estorbo en el camino de la avanzada. No es una casualidad que el término vanguardia provenga de un contexto militar: había que combatir, con fuerza, al arte antiguo para abrir hueco a las nuevas posibilidades. Los realistas (con Courbet a la cabeza) se deleitaban imaginando distintas maneras de derribar el Louvre para acabar con su gusto corruptor. (“El fuego es el artista esencial de nuestro tiempo”, decía el escritor Joris-Karl Huysmans.) Al final, prefirieron dar la batalla en las telas,5 para el horror de los señores de la Academia6 (el máximo órgano rector de los destinos del arte), que castigaron sus licencias pictóricas negándoles el derecho a participar en el esperado Salón anual, que era prácticamente la única ocasión en que los artistas podían poner su trabajo a la vista del gran público. Las protestas no se hicieron esperar y, seguramente más para frenar el alboroto de esos “hombres sin miedo”, como les decía la prensa, que por otra cosa, Napoleón III, después de expresar su deseo de que fuera el público el que juzgara “la legitimidad de tales reclamos”, decretó la apertura de un espacio de exhibición paralelo (puerta con puerta, de hecho), al que, sin dar más vueltas, llamó Salón de los Rechazados7 (ahí fueron a parar muchos de los cuadros que hoy nos parecen más respetables, como el ya mencionado de Manet, Desayuno sobre la hierba). Los ánimos se calmaron; e incluso los críticos más conservadores celebraron la moción: después de todo, hasta “la honorable mediocridad” merecía un lugar en este mundo. A partir de ese momento, además, a todo el mundo le quedó muy claro quiénes eran “los unos” y “los otros”; y a ellos, los rechazados, se les hizo evidente que el arte nuevo, para serlo realmente, tendría que mantenerse así: fuera del obtuso canon oficial y de las anticuadas expectativas academicistas. Por tanto, era necesario –obligatorio, casi– desmarcarse, romper. 5 Un cuadro de Courbet (ya no digamos El origen del mundo) podía resultar mucho más demoledor que cualquier bomba. 6 Las referencias, inevitablemente, son todas al arte francés, pues ahí es donde se gestó el arte moderno. 7 En los periódicos le decían la “contraexposición”.
Desayuno sobre la hierba, de Manet.
El repudio del público y de la crítica llegó incluso a verse como un indicio de que se andaba por buen camino. Y es verdad que algunos se contentaron con eso: con épater le bourgeois,8 como dicen los ses. (No Manet, desde luego; ni Courbet, ni Stravinski, ni tantos otros irables refusés.) Muy posiblemente de ahí provenga la idea, bastante extendida, por cierto, de que los artistas modernos no son más que una bola de impostores que “tienen el descaro de cobrar por arrojarle un bote de pintura en la cara a los espectadores”.9 (Bien visto, de lo único, entonces, de lo que no se puede acusar a los asaltantes del Museo Sájarov –unos auténticos vándalos, en el sentido original de la palabra– es de no tomarse en serio el arte.) Y ese también es el origen de malentendidos como el que llevó a Lady Gaga semanas atrás a “hacer arte” en forma de conocido urinario, sobre el que, girando la tuerca con ganas, inscribió: “I’m not fucking Duchamp but I love pissing with you.”10 Es cierto, la señorita Gaga tiene el mismo derecho que Marcel Duchamp de exponer en una galería un urinario si así lo decide. Y puede, además, aprovechar que, siendo infinitamente más famosa que lo que nunca fue el artista francés, nadie 8 Literalmente: “pasmar al burgués”. 9 Eso decía Ruskin que hacía Whistler... Whistler, ¡ni más ni menos! 10 Que dice algo así como: “No (me) estoy jodiendo a Duchamp pero me encanta mear(los) a ustedes”.
va a lamentar su falta de imaginación, ni tampoco habrá quien se tome la molestia de explicarle que lo que era escandaloso en 1917 no necesariamente lo es hoy día; y que hace cien años era posible –y necesario– reparar en el hecho de que lo que parecía inamovible en cierto momento (por ejemplo, que una pintura debía ser considerada arte si, y solo si, representaba a la figura humana con decoro –no como hacía el “bárbaro” de Manet) no era otra cosa que una convención y que, como tal, podía modificarse, y mucho más radicalmente de lo que cabía suponer entonces; nadie va, pues, a decirle que lo que hizo Duchamp, al introducir un objeto tan notoriamente ajeno al arte, fue apuntar una definición negativa de la obra de arte a partir de lo que esta no es, pero que, ciertamente, podría llegar a ser; y no habrá tampoco quien le recuerde que, gracias a Duchamp, ni ella ni nosotros tenemos ya necesidad de andar pensando en estas cosas, pues hace mucho que los urinarios se exponen tranquilamente en los museos. Quizá entonces lo único que podríamos llegar a decirle, con algún efecto, es que, para alguien que busca, como ella, ante todo escandalizar, hay mucho mejores caminos que repetir un viejo chiste. Y, si no, que le pregunte a los artistas armenios que, después de la exposición ¡Cuidado: religión!, tuvieron que huir de Rusia para no ser encarcelados. ~ – María Minera septiembre 2010 Letras Libres 101
letras letrones DIARIO INFINITESIMAL
De la guerra
A
l borde de la guerra con Japón, en diciembre de 1941, los estrategas norteamericanos estaban convencidos de que su país, a fin de cuentas, y aunque fuera con trabajo, y aun mucho trabajo, acabaría por derrotar al Japón, en el caso cada vez más inminente de que llegara a estallar una guerra en los dos países. El jefe de operaciones navales estadounidense, almirante Harold Stark, explicó las razones de este optimismo al embajador del Japón: “mientras ustedes pueden alcanzar la victoria inicial, debida a timing y sorpresa, el tiempo va a llegar inevitablemente en el que ustedes también sufrirán pérdidas, pero habrá una gran diferencia entre ustedes y nosotros: ustedes serán incapaces de reemplazar sus bajas, y se volverán más y más débiles conforme vaya pasando el tiempo, mientras nosotros no solo vamos a poder reponer nuestras pérdidas, sino vamos a hacernos más y más fuertes conforme vaya pasando el tiempo. Es inevitable que nosotros los trituremos antes de acabar con ustedes”. El argumento de Stark, impecable, digno de Sun Tzu, es en verdad profético y describe lo que de hecho fue sucediendo cuando la guerra tuvo lugar. Algo parecido sucedió en el frente ruso. En ambos casos se siguió la misma imbatible estrategia: cuando un bando tiene 102 Letras Libres septiembre 2010
significativa superioridad numérica y de recursos materiales sobre el otro, lo que más le conviene es extender el frente lo más posible. La razón es que al extender el frente se adelgaza inevitablemente la línea y el bando con menos soldados y material bélico se ira debilitando más y más y las derrotas irán cayendo. La invencible estrategia americana estuvo así sustentada en la aplastante superioridad material que siempre ostentaba. Cuando Rommel vio avanzar los tanques americanos, nuevecitos, al final de las Batallas del Desierto, y comprobó su calidad y buena hechura, anotó en su diario que sintió que la guerra estaba perdida. Cosa semejante a lo que vamos diciendo le profetizó Winfield Scott a Lincoln cuando hablaron, antes de que estallara la Guerra Civil, en el siglo xix. Le explicó que la guerra sería larga, sangrienta y difícil, pero que el Norte acabaría ganando por la sencilla razón de que tenía más recursos industriales y más hombres. Y así fue siempre hasta un momento en que la estrategia, tantas veces infalible, fracasó, el aparato bélico se quebró los dientes y el orgulloso ejército americano conoció el sabor de la derrota. ¿Fueron los mal armados y peor nutridos muchachos del Vietcong?, ¿fue la selva o los muy adiestrados y brillantes estrategas comunistas?, ¿o todo esto junto? No, no fue eso, aunque claro que pesó en el balance de la guerra. Lo que
no sabían los estrategas americanos es que el pueblo en armas, si está resuelto y organizado, es invencible. Porque ¿cómo lo derrotas?, ¿qué quiere decir derrotarlo? La palabra “victoria” pierde sentido en este caso. ¿Qué podría querer decir?, ¿que los matas a todos? ¿Una gran masacre o ese horrendo “los sitiadores entraron a ciudad, la saquearon y quemaron y dieron muerte a todos los hombres, y a las mujeres y los niños los redujeron a esclavitud” común en la antigüedad? Algo de eso quedó en la barbarie de los nazis o de Pol Pot, pero al parecer está fuera del alcance de los norteamericanos. ¿Entonces? Entonces en materia de estrategia, ahí fue donde a los americanos se les cayó la brújula al agua. Se precisa un nuevo pensamiento militar. Sin embargo, si contemplamos las lamentables incursiones en Iraq y Afganistán no aparece por ningún lado. En Iraq no avanzan un paso y dejan en su retirada, además de muertos y destrucción, una guerra civil en ciernes. Y que los americanos no parecen haber aprendido nada en las selvas de Indochina, se deja ver en que han gastado billones de dólares en Afganistán y lo que han logrado es que ahora, después de siete años, los talibanes se alcen cada día más fuertes. Rubrico estas reflexiones con una fábula atroz narrada en el periódico. Los hechos se desarrollan en el interior de Iraq, una ciudad llamada, en el diario, Samarra, y dice así: cuando se inició la ocupación americana de Iraq, Hamid
Ahmad se animaba exultante y lleno de esperanza: hablaba algo de inglés, era oficial de la fuerza aérea iraquí y bajo Saddam Hussein había sufrido cárcel. Pronto consiguió trabajo en las fuerzas americanas de ocupación. Su sueño era, claro, alcanzar la posibilidad de irse a vivir con su familia a Estados Unidos. Pero nada resultó como planeaba. Siete años después Hamid Ahmad cayó asesinado a tiros por su propio hijo Abdul Ahmad, de 32 años, quien poco a poco se había ido radicalizando hasta acabar sentando plaza entre los acérrimos y violentísimos fundamentalistas musulmanes de allá. “Trabajaba con los americanos y nadie lo quería, por eso lo maté”, declaró el asesino. Seis tiros le asestó a su padre. ~ – Hugo Hiriart
memorias
Purificaciones preliminares
L
eo trabajos diversos, estadísticas, papelotes, pero después hago un ejercicio preliminar. Podría definirse como un ejercicio de purificación. El pretexto, el primer impulso, me lo da, como debe ser, un poeta, Diego Maquieira. Despreciar a los poetas, o ignorarlos, como suele ocurrir entre nosotros, a pesar de los eslóganes vulgares (país de poetas, etcétera), es un punto de partida equivocado, que nos conduce a callejones sin salida. Entendamos a los activistas, a los hombres de números, a los dueños de la racionalidad en estado puro, pero pongamos atención por un momento en los lenguajes no instrumentales, abiertos, altamente gratuitos. Diego me hizo una visita final, espontánea, cuando mi casa ya había sido desmantelada a medias por los hombres de las mudanzas, y me regaló un libro, las Memorias de Balthus. No todos saben quién es el conde Balthazar Klossowski de Rola, nacido en París en los primeros años del siglo xx, hijastro durante parte de su adolescencia de Rainer Maria
Rilke, y conocido en la pintura del siglo, mal conocido, en un comienzo, y después archiconocido, considerado por Pablo Picasso como el único que podía encontrarse cerca de su órbita, como Balthus. En su autobiografía, Balthus nos relata en capítulos breves, incisivos, apretados, un camino de purificación, de acercamiento paciente, a la belleza y al misterio del universo. Era un hombre obstinado, sencillo, riguroso, que desconfiaba de las modas, que descubrió un territorio propio y que profundizó en su pintura sin hacerle concesiones a nadie: un solitario y a la vez un hombre de mundo en el más amplio sentido de la palabra. Sigo por otro lado, desde otra perspectiva. Allá por el año 62 o 63, en sectores de la ribera derecha del Sena, entré a una galería de arte importante, aunque no demasiado frecuentada en aquella época, y me encontré con una pintura claramente contemporánea, pero que me pareció, sin embargo, diferente a todo. Eran adolescentes de rasgos más bien gruesos, estilizados a su manera, en interiores que tenían algo de magia y de intemporalidad, entre cojines de cretona, ventanas más o menos esfumadas, grandes gatos de mirada fija, sombras de personajes que transitaban por la calle o que se movían en las habitaciones vecinas. La crítica hablaba del erotismo de los ambientes de Balthus, pero me pareció que no acertaba, que no daba en el clavo exacto, y las páginas de estas memorias han venido a confirmar mi impresión después de alrededor de medio siglo. Balthus pintaba el enigma de la adolescencia, el ensueño, el paso de una situación a otra: hacía una pintura que él mismo llamaba de pasaje, y donde lo esencial era entrar en el enigma y encontrar otras cosas. Me acuerdo de niñas semidormidas en un sofá, de otras, muchas, absortas en la lectura, de gente que caminaba por una callejuela, en una dirección y en la dirección contraria, y que adquiría, no se sabía cómo, una condición espectral, a pesar de su evidente y hasta excesiva carnalidad. Mientras escribo estas líneas, me digo que Botero, el colombiano, podía haber
Le age du commerce Saint-André, de Balthus.
partido de las figuras de Balthus para inventar sus personajes y sus animales obesos. Son personajes de la redondez, de la gravidez, amigos de Don Carnal, pero no necesariamente enemigos de Doña Cuaresma. Balthus, hombre declaradamente religioso, católico a la polaca, acentuaba en el caso suyo el lado de cuaresma, de ascetismo, de profunda indiferencia frente a las frivolidades de la sociedad. Vivió siempre en grandes caserones de Suiza o del sur de Francia, en paisajes de montañas, y se mantuvo a prudente y categórica distancia de los ismos de su siglo. Detestaba el surrealismo y no entendía bien la abstracción. ¿Por qué Mondrian, preguntaba, que pintaba árboles y paisajes con la mayor de las maestrías, terminó dedicado a pintar cuadrados como un obseso? A mí me encantan los cuadrados de Mondrian, que parecen monótonos y son de una variedad extraordinaria, y no conozco su pintura figurativa, pero me ocurre que las palabras de Balthus tienen el respaldo extraordinario de su obra, y esto es algo que hay que tomar en cuenta. A Balthus no le gustaba nada un concepto inherente a la vanguardia estética europea: el del arte fundacional, el del artista que comienza de cero. Si leemos los manifiestos de nuestro Vicente Huidobro, comprobamos que él estaba convencido de ser el primer poeta que hacía su aparición en la faz de la tierra, después de generaciones de simples imitadores y reproductores. Ahí residía septiembre 2010 Letras Libres 103
la esencia de aquello que él llamaba creacionismo. No había que cantar a la belleza de la rosa sino hacerla florecer en el poema. El deber del poeta –pequeño dios– no era entonar la alabanza de la lluvia sino hacer llover. Balthus era un enemigo exaltado de estas actitudes. El artista, según él, tenía que someterse a fuerzas superiores y ayudar a que la belleza, necesariamente anterior a él, de origen divino, se revelara. Por eso amaba a los grandes pintores del pasado y trataba de entender a fondo y desarrollar lo que habían logrado ellos: Piero della sca, Giotto, Nicolas Poussin. Su gran maestro moderno era Paul Cézanne y su gran amigo contemporáneo, Alberto Giacometti, suizo, dicho sea de paso, y
La hegemonía del libro digital Los oráculos que predijeron la muerte de los libros esbozaron una sonrisa y le dijeron al mundo editorial “te lo dije” cuando Amazon anunció que, en su primer cuatrimestre del año, había vendido más libros electrónicos que libros de papel. La hegemonía de Amazon empieza a verse atacada por Apple y su maquinaria mercadotécnica. Los artífices del iPad dicen tener 22% del mercado, mientras que los pioneros de plataformas de lectura y librerías digitales, Amazon, se adjudican el 75%. Estas cifras, lo sabemos, no permanecerán así por mucho tiempo. • Dinero generado en el primer cuatrimestre
de 2009 por la venta de ebooks: 25.8 millones de dólares. • Dinero generado en el primer cuatrimestre de 2010: 91 millones de dólares. • Libros disponibles en la iBookstore de Apple: 60,000. • Libros disponibles en la Kindlestore, de Amazon: 650,000 (hasta julio del 2010). • Número de iPads vendidos desde su lanzamiento en 2010: 3.3 millones. • Amazon, que no da cifras de sus ventas del Kindle, bajó el precio del lector de 259 dólares a 139 a principios del año y asegura que sus ventas se han triplicado. ~ (Fuentes: International Digital Publishing Forum, Reuters, Association of American Publishers, Amazon.com y Apple.com)
104 Letras Libres septiembre 2010
figurativo en el dibujo y en la escultura. Un hermano suyo, Pierre Klossowski de Rola, fue uno de los escritores más notables del siglo xx francés y terminó su vida dedicado a pintar. Balthus le tenía gran afecto, pero estaba en desacuerdo con él en casi todo. Detestaba su extravagancia, su curiosidad perversa, los experimentos sadomasoquistas que armaban la trama de sus relatos. Me acuerdo ahora de una noche eufórica en el Boulevard de Belleville donde comimos un cuscús en un restaurante marroquí, con abundante acopio de vinos magrebíes, en compañía de Raúl Ruiz y Valeria y de Pierre Klossowski y su todavía interesante esposa. Klossowski tenía bastante más de ochenta años y había pasado ya de la literatura a la pintura, como si el erotismo, en el caso suyo, estuviera confinado al arte de la palabra y él hubiera tenido que dejarlo atrás. Su humor era extraordinario y también lo era su capacidad de ingerir cordero, zapallo, papas y otros ingredientes, todo regado con vinillos del norte de África. Ahora leo que Balthus, en esos mismos años, vivía en un caserón suizo lleno de ventanas, solitario, con un fondo permanente de música de Mozart, y acompañado por su bella y sensible mujer japonesa, Setsuko. En las tardes, los campesinos del lugar solían verlos pasar en la distancia, frágiles, vacilantes, vestidos de largos quimonos de seda. Balthus y su hermano Pierre eran dos extremos, dos antípodas, dos posibilidades contrapuestas del fascinante universo estético del siglo pasado. ~ – Jorge Edwards
IN MEMORIAM
Tony Judt (1948-2010)
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ony Judt ha sido uno de los historiadores más brillantes de nuestra época. “Tenía la infrecuente habilidad de ver y mostrar una imagen global y, al mismo tiempo, ir al corazón del asunto”, ha dicho Mark Lilla. Poseía un apabullante conocimiento de la historia europea reciente, un gran
Foto: Melanie Flood
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pulso narrativo y era un polemista formidable. Nació en una familia judía en Londres en 1948, y pasó buena parte de su vida en Estados Unidos, donde daba clases en la Universidad de Nueva York y dirigió el Instituto Remarque. Vivió en un kibutz en Israel en su juventud, estudió los siglos xix y xx en Francia, mantuvo un estrecho o con los disidentes de los países del bloque soviético y su obra más importante, Posguerra (2005), cuenta la recuperación de Europa occidental tras los desastres de la Segunda Guerra Mundial, y la caída de Europa oriental bajo el comunismo y su liberación. Murió el 6 de agosto, tras dos años de lucha con la esclerosis lateral amiotrófica, una enfermedad que le había paralizado de cuello para abajo pero no le impidió dictar hermosos ensayos autobiográficos, donde hablaba de su familia y su pasión por las palabras, su experiencia en Israel, la primavera del 68 en París y en Praga o su enfermedad. Recientemente ha publicado Ill fares the land (en septiembre saldrá a la venta su traducción al castellano, Algo va mal). Judt no creía en una visión determinista de la historia. Pensaba que “las cosas salen de una manera porque la gente toma decisiones y actúa conforme a ellas”, que Europa pudo reconstruirse económica y políticamente tras olvidar su pasado y recordarlo después, y que el estado de bienestar sirvió para evitar los extremismos que habían sembrado la barbarie en el continente. Dominaba varias lenguas, conocía la historia militar y los datos económicos y sociales, pero prestó una atención especial a las manifestaciones intelectuales: mostraba
las dificultades que tuvieron películas como Noche y niebla y Le chagrin et la pitié en Francia como ejemplo de la dificultad del país para enfrentarse a su actuación en el Holocausto y retrató la ceguera de muchos intelectuales occidentales frente a las atrocidades comunistas. Dedicó algunas de las mejores páginas de Pasado imperfecto, Posguerra o El olvidado siglo xx a algunos de sus héroes: autores como Camus, Koestler, Sperber o Kołakowski. Algunos eran ex comunistas que combatían el totalitarismo soviético y constituían “la República de las letras del siglo xx”. Otros, como Raymond Aron, no habían sido comunistas, pero conocían muy bien el marxismo. Todos habían intentado pensar por sí mismos, habían luchado contra las ideologías totalitarias y habían adoptado posiciones impopulares. Esa era la tradición en la que se reconocía Judt. “Creo que los intelectuales tienen un deber primario de disentir no solo de la sabiduría convencional de la época (aunque eso también) sino, sobre todo, del consenso de su propia comunidad”, declaró. En sus últimos textos hay cierta perplejidad: esos autores libraron batallas que parecen muy lejanas; los estudiantes de Judt no entendían El pensamiento cautivo de Miłosz porque no lograban imaginar la fascinación del comunismo.1 Judt reivindicaba con razón a esos escritores, y señalaba el peligro de la seducción que el poder y la utopía ejercen sobre los intelectuales, pero hay un elemento que roza la nostalgia por esa época: cuando criticaba a Paul Berman o a Christopher Hitchens les reprochaba que hubieran encontrado en la lucha contra el fundamentalismo islámico un sustituto a los combates contra el fascismo y el comunismo de sus antecesores, pero luego los calificaba de “tontos útiles”, reciclando la taxonomía de Lenin como si él también estuviera buscando un enemigo a la altura de los del pasado. Participó en muchas polémicas y trataba a sus rivales con displicencia. Era muy crítico con
Israel, y en 2003 perdió algunos amigos y un puesto en The New Republic por un artículo2 en el que afirmaba que ese país es “un anacronismo” que perjudica a los judíos en todo el mundo, y abogaba por un Estado binacional, siguiendo a Edward Said y contradiciendo algunas de sus propias tesis. Judt también pertenecía a una tradición izquierdista clásica y democrática. Criticaba las actuaciones contra la regulación y el Estado de Thatcher, Reagan o Blair, así como la importancia que se concede a los índices económicos. Pero criticaba también el estancamiento de la izquierda tras la caída del comunismo. Era partidario de una socialdemocracia universalista, y pensaba que la izquierda se había encerrado en intereses de grupos particulares. Atacaba el relativismo cultural y buena parte del pensamiento francés de los años sesenta y setenta del siglo pasado (su perfil de Althusser en El olvidado siglo xx es demoledor). Vivía en Estados Unidos, pero defendía con matices el modelo de la Europa continental: aunque señalaba el peligro devorador del Estado, reivindicaba su papel como proveedor de educación, sanidad y transporte, y como corrector de las desigualdades económicas. Algunas de sus advertencias parecen más urgentes ahora y sus puntos de vista quizá fueran más sorprendentes en Estados Unidos que en otros lugares, donde encajan en las posiciones más extendidas de la izquierda. A menudo, Judt era más convincente cuando trataba asuntos históricos que cuando diagnosticaba los problemas del presente. Pero muchos de los asuntos que le preocupaban son esenciales. Entre ellos están la función del Estado en las democracias, la forma de afrontar el pasado, la superación de los odios entre naciones y grupos étnicos, el respeto a la libertad y los derechos humanos, la superioridad de los modelos perfectibles sobre las utopías, o el papel de los intelectuales. Es una pena quedarnos sin su voz. ~ – Daniel Gascón
1 http://www.nybooks.com/blogs/nyrblog/2010/jul/13/captive-minds-then-and-now
2 “Israel: The Alternative”, The New York Review of Books, octubre 23, 2003, vol. 50, número 16.
FIESTAS PATRIAS
Bicentenario, cuenta regresiva
S
i para fines de los festejos de la conmemoración del Bicentenario de Independencia tenemos en cuenta la concepción absolutista del tiempo de Newton que dice: “el tiempo, por sí mismo y por su propia naturaleza, fluye uniformemente sin relación con nada externo”, coincidamos entonces en que el 15 de septiembre de 2010 iba a llegar hiciéramos o no algo para recibirlo. Conmemorar esta fecha se presentaba como una de las poquísimas oportunidades en las que México podía actuar de manera planificada y no reaccionando ante la coyuntura. Porque, ¡vamos!, sabíamos perfectamente cuándo iba a suceder. En 1990 faltaban veinte años, en 2000 faltaban diez, en 2005 faltaban cinco... y, en descargo de nuestro pesimismo, parte de las profecías del fin del mundo habían ya perdido su vigencia: el y2k nos pasó de largo y la última fecha capicúa había sido el día 02 del mes 02 del año 2002 (el próximo año capicúa será el 2112). El 15 de septiembre de 2010 iba a suceder. Tuvimos décadas para pensar en nuestra conmemoración y planear los festejos, pero como creemos fielmente que el trabajo bajo presión es una virtud desperdiciamos nuestra ventaja de tiempo y esperamos a que las circunstancias nos fueran adversas. Celebramos por decreto 6 años y 13 días antes del Bicentenario El 2 de septiembre de 2004 los entonces senadores por el pri Enrique Jackson Ramírez, Raymundo Gómez Flores y Tomás Vázquez Vigil presentaron ante el pleno de la Cámara de Senadores la iniciativa con proyecto de decreto por la que se declaraba al año 2010 como “Año del Bicentenario de la Independencia Nacional y del Centenario de la Revolución Mexicana” y se creaba la Comisión Organizadora de dicha conmemoración. septiembre 2010 Letras Libres 105
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Los gastos del bicentenario El monto autorizado de los recursos destinados a las celebraciones del Bicentenario de la Independencia y Centenario de la Revolución Mexicana que se cubrirán con cargo al Fideicomiso del Banco Nacional del Ejército, Fuerza Aérea y Armada de México para Bicentenario asciende a $2,930,718,934.75 M.N. (iva incluido). Proyecto presupuesto • Festejos 2008 • Festejos 2009 • Festejo 2010 • Promoción histórica • Exposición “México 200 años” • Exposición “Un paseo por la historia” • Monumento • Gastos operación 2008 • Gastos operación 2009 • Gastos operación 2010 • Galería nacional
Total aprobado en acuerdos
Aprobado $28,000,000.00 $369,138,500.00 $797,052,231.55 $484,554,223.43 $164,522,553.93 $100,387,804.79 $762,888,054.20 $64,798,263.65 $8,896,883.00 $6,480,420.20 $144,000,000.00 $2,930,718,934.75
Con Instantia Producciones, S. de R.L. de C.V., empresa que realizará el espectáculo del Bicentenario de la Independencia, se firmó un contrato por $580,000,000 M.N. más iva. n Para la Gira Orgullosamente Mexicanos se celebró un contrato con la empresa Creatividad y Espectáculos, S.A. de C.V., con un costo total de $166,009,812.00 M.N. más iva. n La construcción del monumento Estela de Luz, conforme a los instrumentos celebrados a la fecha con la empresa III Servicios, S.A. de C.V., asciende a $595,249,974.43 M.N. más iva. n Se suscribió un contrato con turissste para la prestación del servicio integral del Teatro Urbano por un monto de $76,696,000.00 M.N., más iva. Fuente: ifai n
El 19 de abril de 2005 esta iniciativa fue aprobada en la Cámara de Senadores y turnada a la de Diputados, en donde fue aprobada el 13 de diciembre de 2005. Seis meses después, el 16 de junio de 2006, Vicente Fox ordenó la publicación de este decreto en el Diario Oficial de la Federación. Lo que de cualquier manera iba a ocurrir (200 años después del día en que comenzó el movimiento de nuestra independencia sucederá el Bicentenario; 100 años después del inicio de la Revolución llegará su 106 Letras Libres septiembre 2010
Centenario) fue oficializado por Fox: 2010 sería el “Año del Bicentenario de la Independencia Nacional y del Centenario de la Revolución Mexicana”. Otro gran logro del foxismo. La Comisión Organizadora 4 años y 3 meses antes del Bicentenario La Comisión Organizadora de la Conmemoración del Bicentenario del inicio del movimiento de Independencia Nacional y del Centenario del inicio de la Revolución Mexicana fue creada con
el decreto del 16 de junio de 2006. Y su objetivo ¿era/es/fue? coordinar los festejos de ambas conmemoraciones durante 2010. La Comisión se integraba por el presidente de la república o su representante, así como los representantes de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, la Cámara de Diputados, el Senado y el jefe de Gobierno del Distrito Federal. Por invitación de Vicente Fox, Cuauhtémoc Cárdenas aceptó el 19 de junio de 2006 la coordinación general de esta Comisión Organizadora y renunció a ella en noviembre de ese mismo año por supuestas presiones del prd (en septiembre de 2006 había tomado posesión como presidente de la república Felipe Calderón Hinojosa). Posteriormente Sergio Vela ocupó interinamente el cargo hasta el 17 de septiembre de 2007, y fue sustituido por Rafael Tovar y de Teresa, quien estructuró el proyecto general de los festejos, para luego renunciar a la coordinación el 25 de octubre de 2008 entre rumores que apuntaban a diferencias con Sergio Vela. A partir de esa fecha, José Manuel Villalpando, director del Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones de México, presidió la Comisión imprimiéndole un sello Pie de fotoEl culto desol opacidad y despilfarro. El 21 de julio de al en el Antiguo Egipto, 2010, 57 días antes de conmemorarse los que se presentó recientemente el de la Independencia 200 años del en inicio Museo Nacional de de México, el presidente Felipe Calderón Antropología. delegó la coordinación de los festejos a la Secretaría de Educación Pública. Nunca acabó de entenderse si ese cambio de última hora en la coordinación era un castigo o un premio para Villalpando, quien dejaba cuentas presupuestales en las que ya se habían comprometido 2 mil 900 millones de pesos y contando... Festejos, celebraciones y conmemoraciones 2 años y 11 meses antes del Bicentenario El 20 de noviembre de 2007 Rafael Tovar y de Teresa, a la cabeza de la Comisión Organizadora, presentó un Programa Base de 400 Acciones para el Bicentenario y el Centenario. 1 año 7 meses antes del Bicentenario En febrero de 2009, Villalpando, al fren-
te de la Comisión, anunció que el programa que había presentado Tovar y de Teresa se había “movido y evolucionado, aumentado y cambiado de dirección algunas cositas [para] integrar en estos días el catálogo nacional de proyectos de las conmemoraciones [que] pronto verán en internet sustituyendo al programa base”. 1 año y 5 meses antes del Bicentenario Finalmente en abril de 2009 se publicó el Catálogo Nacional de Proyectos. Este Catálogo incluye 2,428 proyectos divididos en ocho ejes: calidad de vida (158 proyectos), obras de infraestructura (371), celebraciones y actos cívicos (178), creaciones artísticas y patrimonio cultural (528), actividades académicas (295), editorial y materiales electrónicos (456), difusión de las conmemoraciones (225) y concursos y estímulos (217). Los proyectos están a cargo de 66 organismos (entre entidades federativas, organismos públicos descentralizados, desconcentrados, organismos autónomos y poderes de la federación). De las obras de infraestructura, un porcentaje insignificante de los 371 proyectos fue incluido pensando seriamente en la construcción de un legado para las generaciones futuras. Primero porque buena parte de estos proyectos (265 para construcción, 106 para rehabilitación) ya estaban contemplados dentro de los programas de obra de cada organismo, y segundo porque atienden a demandas sociales y económicas propias de la federación (ampliar carreteras, sanear presas y señalizar carreteras) y tendrían que haberse planeado con Bicentenario o sin él. La categoría menos nutrida del Catálogo es la denominada “Calidad de Vida”, algunos de cuyos proyectos no tienen desperdicio: regatas, encuentros de Taekwondo, Torneo Míster Playa de Fisicoconstructivismo y Fitness, y Carrera Indígena de Relevos. 15 días antes del Bicentenario Si fracasamos en las reflexiones sobre la Independencia y la concepción de obras perdurables que nos trascenderán no hay ya nada que hacer. Faltan apenas unos días para el 15 de septiem-
bre. Ese día nos reuniremos en el zócalo, habrá música, danza, mariachis y 27 carros alegóricos resumirán los temas de nuestra mexicanidad (incluido el chachachá). Nuestro Bicentenario será eso: “la fiesta más grande y espectacular que se haya visto”. La buena noticia es que la cuenta regresiva marcará “100 años antes del Tricentenario” y tendremos otra oportunidad.~ – Cynthia Ramírez
EXHUMACIONES
CSI: Caracas
L
a exhumación catódica y futurista del padre de la patria Simón José Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar y Palacios, mejor conocido como Simón Bolívar, es sin duda alguna la acción de gobierno de mayor complejidad simbólica que nos ha regalado el poder ejecutivo venezolano. Para quienes no vieron las imágenes de esta obra maestra del videoarte contemporáneo les recomiendo que se pasen por YouTube o googleen “exhumación de Simón Bolívar”; allí encontrarán material de la más rabiosa actualidad artística, algo que Nam June Paik, Bill Viola o Damien Hirst ya hubieran querido inventar. Con la exhumación se perseguía: 1) Determinar si los huesos que descansan en el Panteón Nacional de Venezuela, atribuidos a Simón Bolívar son, en efecto, de Simón Bolívar y no de algún otro y menos famoso difunto. El presidente albergaba la sospecha de que la oligarquía colombiana había sustraído el cadáver con fines protervos. 2) Determinar si el Libertador murió, como dicen los médicos e historiadores, de tuberculosis, o si más bien fue envenenado con arsénico por la oligarquía colombiana. Esta hipótesis, que venía construyéndose desde hace algunos años en el más alto poder ejecutivo, fue blindada por la investigación de un profesional de la universidad de Johns Hopkins quien publicó en una revista americana la posibilidad del magnicidio.
Chávez y la manipulación de la historia.
Así, un sentido de epopeya científica pero también criminalística bañó de principio a fin el fantástico episodio. Por momentos uno no sabía si todo aquello ocurría frente a las costas del mar Caribe o en la imaginación anticipada del gran Andréi Tarkovski. Hombres vestidos con trajes quirúrgicos, de impecable blanco, guantes, gorros ad hoc, barbijos 3m. Una auténtica patrulla para desactivar bombas biológicas se encargó de abrir el ataúd de plomo y manipular el esqueleto en medio de las gloriosas notas del himno nacional de Venezuela. Tomas aéreas, travellings y contrapicados multiplicaron la emoción de los espectadores que no sabían exactamente a qué género audiovisual estaban siendo sometidos. Tras retirar la bandera tricolor que lo cubría, el escuadrón especializado cortó el manto negro que servía de mortaja y al fin todos pudimos ver el cuerpo, los huesos, el fantástico esqueleto de nuestro padre de la patria. Ahhh, el país entero fue un largo suspiro. Bolívar estaba allí, en carne y hueso, como de vuelta de las alturas de Boyacá, dispuesto nuevamente a librar la batalla por la emancipación de los pueblos. Aquel costillar ahora despertaba de un largo sueño y brillaba bajo la incandescencia de los spotlights de los camarógrafos. septiembre 2010 Letras Libres 107
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Ante tanta intensidad, el presidente –vía su cuenta personal de Twitter, @chavezcandanga– pudo dejar para la historia el registro de su emoción: “Confieso que hemos llorado, hemos jurado. Les digo: tiene que ser Bolívar ese esqueleto glorioso, pues puede sentirse su llamarada. Dios mio [...] Dios mio, Dios mio... Cristo mio, Cristo Nuestro, mientras oraba en silencio viendo aquellos huesos, pense en ti! Y como hubiese querido [...] Cuanto quise que llegaras y ordenaras como a Lazaro: “levantate Simón, que no es tiempo de morir”. De inmediato recordé que Bolivar Vive!! [...] Bolivar vive Carajo!! Somos su llamarada!!” Estas primeras impresiones dieron una enorme tranquilidad a la población venezolana pues prácticamente descartaban una de las principales premisas exhumatorias. Aquella osamenta, pues, sí pertenecía a Bolívar y no a un cadáver anónimo. Bendito sea. La Sociedad Bolivariana de Venezuela no sabía cómo reaccionar ante tal avalancha simbólica. Algunos de sus apoyaron la actuación forense, convencidos de que era una forma de honrar la historia; “una deuda histórica”, decían. Pero otros, ofendidos por lo que catalogaron como una apostasía, un sacrilegio, rugieron: “¡Se violentó el descanso del Libertador!” Expertos internacionales invitados por el gobierno declararon:
“Se han seguido las directrices internacionales de la ciencia y la investigación humana.” Otros, los más suspicaces, vieron en todo esto un halo de santería, la puesta en práctica del Palo Mayombe, una liturgia de origen bantú que se practica en Cuba y que ha ido ganando adeptos en Venezuela. Algunos bromistas especularon con que a partir de ahora iba a caer sobre la República una maldición bolivariana, semejante a la que acabó con la vida de Lord Carnarvon tras profanar la tumba de Tutankamon. Otros destacaron que la mejor forma de celebración del Bicentenario había sido exhumar a Bolívar y enterrar con honores a su amante Manuelita Sáenz, en referencia a los restos simbólicos de la prócer quiteña que el gobierno de Ecuador obsequió semanas atrás a la nación venezolana. Incluso la tataranieta del Libertador, la anciana señora Beatriz Bolívar Matos de Maldonado, denunció que la operación de exhumación de su famoso tatarabuelo había sido hecha sin su consentimiento: “nunca nos consultaron nada”. Por su parte, el Movimiento Bolivariano de Concientización Venezolanista, junto con otras increíbles y egregias asociaciones patrióticas, gritó a voz en cuello: “protestamos y repudiamos el irrespeto que constituye esta excecrable conducta para las instituciones históricas y culturales de Venezuela y para la
¿De quién nos independizamos? En el año 2009, el estudio de opinión pública Latinobarómetro aplicó tres preguntas sobre el Bicentenario. La primera, referente al grado de conocimiento de los ciudadanos sobre la independencia de su país, preguntaba, en cada caso, ¿de quién se independizó este país? Solo el 43% de la región supo responder adecuadamente, excluyendo a Brasil. El país con el peor porcentaje de acierto fue República Dominicana, donde solo el 11% de los encuestados respondió correctamente, mientras que Chile fue el país con el mayor grado de acierto (71%). Entre los cinco países cuyos bicentenarios se celebran este 2010, los niveles de conocimiento son muy distintos. Mientras Argentina (63%) y Chile (71%) cuentan con holgadas mayorías que contestan correctamente, Venezuela alcanza 55%, México 40% y Colombia 35%. Estos datos contrastan con la percepción general en torno a la importancia de los bicentenarios. El 57% de los habitantes de la región manifestó que el Bicentenario es “Significativo”. Solo un 12% dice que no significa nada y el 11% no responde a la pregunta. En México, el 61% de los entrevistados considera que el Bicentenario es significativo. ~ 108 Letras Libres septiembre 2010
misma honorable y distinguida familia bolívar y palacios, sea que vivan o estén difuntos.” No se habían enterado de que doña Beatriz seguía vivita y coleando a su setenta y siete años. No han faltado quienes, entusiasmados por los avances de la ciencia, llaman a una Gran Cruzada Exhumatoria que permita esclarecer pasajes oscuros de la historia venezolana y de paso contribuir a una mejor conservación de sus cadáveres más importantes. De hecho, ya se anunció oficialmente la pronta exhumación de la hermana de Bolívar, María Antonia Bolívar y Palacios, con el objeto de determinar el patrón genético y compararlo con el de su hermano. Pero sin duda los mayores beneficiados fueron los vecinos de la localidad de Quebrada Catuche, lugar del centro de Caracas donde se encuentra el Panteón Nacional. Ellos se congratularon al ver “que le han prestado más atención (al Panteón), han acomodado las áreas verdes y han pintado también”. Junto a todo esto destaca una noticia vivificante: tras haberle practicado una tomografía computada al cráneo de Bolívar, ahora podremos, gracias a la aplicación de un software especializaPie de fotoEl culto do,solrecomponer al en el Antiguo el verdadero rostro del Egipto, prócer y así contemplar su imagen real, la que se presentó recientemente verdadera, noenlaelde los cuadritos al óleo, Museo Nacional de de idéntica forma como pudimos ver el Antropología. verdadero rostro de Jesús luego de que renombrados científicos aplicaran todo el peso de la ciencia a su santo sudario. Y en cuanto a lo otro, es decir, si fue o no asesinado Simón Bolívar por la oligarquía colombiana, habrá qué esperar los resultados de las investigaciones. Por lo pronto sabemos que en el “Informe presentado por el Vicepresidente de la República, Elías Jagua [sic, por Jaua], al presidente Hugo Chávez donde se recogen los detalles de lo hallado y realizado en la exhumación de los restos de Simón Bolívar” se menciona, en el punto 4, entre otras actuaciones forenses no menos repugnantes, la toma de “una muestra del coxal izquierdo de la cara anterior donde se observó una lesión, posiblemente por secuela de tuberculosis”. ~ – Gustavo Valle
literatura
Montevideo entre paréntesis
V
iajo a Montevideo vía Panamá, y alcanzo a ver, al aterrizar en mi escala, una parte del Canal: alguna esclusa con tráfico de barcos, construcción que me asombra no obstante verse diminuta desde el aire. Esa visión de diez segundos hace que valga la pena el itinerario: siempre he sido un impresionable cliente de las grandes obras de ingeniería, que a la belleza estructural le suman algo que una cuchara tiene pero no un poema: utilidad práctica. Al descender del avión, ya en Montevideo, descubro que conmigo viajaba el escritor español Agustín Fernández Mallo, autor del “proyecto Nocilla” y de un ensayo que no voy a tener la oportunidad de comentar con él: Postpoesía, que de este lado del Atlántico fue recibido con sonrisitas condescendientes (hijos de Darío y de Nicanor Parra, creemos que ya nada nos sorprende). Apenas comienzo a platicar con él, aparece otro escritor español, Lorenzo Silva, y nos subimos a un coche para ir al centro de la ciudad. En el camino, creyendo que todos somos españoles, el conductor nos felicita por nuestro desempeño en el Mundial. Le aclaro que soy mexicano y que no tengo nada que decir sobre el tema, pero que él sí debe estar muy contento con su equipo. “¿Sho?”, responde, “sho no tengo por qué festejar un cuarto lugar, ¿viste?” Y con esa frase siento que aterrizo de veras en Montevideo. Nos hospedan en uno de esos hoteles en serie que son iguales aquí y en China, pero este tiene la particularidad de que todas sus habitaciones tienen vista al Río de la Plata, una inmensa masa de agua café con ínfulas de mar que hasta olas tiene. El viento se estrella contra el hotel y ulula fuerte: este sonido va a ser una constante en mi estancia. En el restaurante está Vicente Molina Foix, querido escritor español con quien me pongo rápidamente al
día. Lo dejo cenando y pido un whisky en el bar, en un vasito de plástico, para llevarlo a mi habitación, escribir un poco y dormirme. “¿Pero cómo le voy a dar un vaso de plástico, caballero, tenga este”, y el barman me da un vaso de vidrio repleto de malta. La suma amabilidad montevideana también va a ser una compañía constante. ¿Por qué tantos escritores españoles en Montevideo? Porque los convoca el Festival Eñe de Literatura, que por primera vez tiene sede en América. Organizado por la revista Eñe, que a su vez es un proyecto de la gestora cultural española La Fábrica, el festival cuenta con el apoyo de la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo y el Círculo de Bellas Artes de Madrid, y su sede es en esta ocasión el Centro Cultural de España (cce) en Montevideo. Con mayoría española y uruguaya, al festival nos colamos algunos escritores de otras latitudes, incluidos el narrador mexicano Yuri Herrera y yo. Desayuno con Yuri, quien observa mi saquito café con ternura y me urge que vaya a comprar algo que me abrigue de verdad. Es cierto: brinqué del verano al invierno sin darme cuenta y no vine preparado. Salgo a congelarme a las calles de la Ciudad Vieja y de inmediato siento que habito el “esplín” de Herrera y Reissig: Todas las cosas se visten de una [vaguedad profunda; pálidas nieblas evocan la nostalgia [de París; hay en el aire perezas de “cocotte” [meditabunda. Llenos están cielo y tierra de un [aburrimiento gris. Olvidemos París y sus cocottes, aquí la palabra clave es “gris”: sobre Montevideo parece gravitar un espesor plomizo, una tonalidad indecisa casi táctil, casi triste, casi algo que se resuelve en nada. Si va a durar tres días, ¡bienvenida la melancolía! Camino con el secreto entusiasmo de mi nuevo estado de ánimo y llego en tres minutos al cce. Las distancias son minúsculas: toda la Ciudad Vieja cabe
en cuatro cuadras de la Nápoles. Sé que el centro no es todo Montevideo, pero no deja de sorprenderme su anclaje en un tiempo que no se parece al presente: todo tiene sabor de ayer, como si se le hubiera dado la espalda no al desarrollo sino al tiempo mismo. La burbuja temporal me resulta del todo placentera: he pasado de los cláxones al ulular de un viento entre paréntesis. Cuartel general del festival, en el cce me toparé con un montón de gente conocida y no. De Andrés Barba, otro escritor español, me separaré poco, al igual que del poeta argentino Washington Cucurto, “Cucu”, compadre genial que siempre carga consigo los libros de Eloísa Cartonera. Circulan por ahí Ricardo Piglia, Rodolfo Fogwill, Martín Caparrós, Mercedes Cebrián, Daniel Samoilovich, Alberto Anaut, Roberto Echavarren, Leila Guerriero, Javier Reverte y mucha gente más a la que no conozco. Me da mucho gusto ver al escritor boliviano Edmundo Paz Soldán, que vive en la ciudad universitaria de Ithaca, en Estados Unidos. Me dice que es, probablemente, el único escritor que no quiere volver a Ítaca... Soy malo para tantos encuentros, abrazos, palmadas y carcajadas: adquiero una conciencia de mí que me vuelve torpe y termino por huir, respirar y volver siempre. El ritmo de estos festivales lo marcan mis arrebatos antisociales y el imán de la amistad. Este último me lleva a comer al Mercado del Puerto con Vicente, Andrés y el uruguayo Álvaro Brechner, director de cine. Al entrar a ese lugar sé que voy a volver cuantas veces pueda y que mi nivel de triglicéridos va a tocar techo: ¡un mercado de asados y parrilladas! Así es: los tres días comeré ahí. Y en la noche, al boliche Fun Fun, un destartalado y legendario bar donde se cantan tangos y se beben “uvitas”, combinación más o menos letal de vino, oporto y azúcar. Ahí conoceré a Ajo, “micropoetisa” española que encarna ella sola al barrio de Malasaña de Madrid. Entre el Mercado del Puerto y el Fun Fun cabe la vida: las actividades del festival, las calles frías y grises de la septiembre 2010 Letras Libres 109
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Ciudad Vieja, el ubicuo mate, las portentosas librerías de “usado”, la vertebral Avenida 18 de Julio y su sabor al df de los setenta. Y no mucho más, que afuera de ese melancólico paréntesis el tiempo corre como siempre y hay que volver a los cláxones. ~ – Julio Trujillo
COLOMBIA
Ni verde ni rojo
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Dónde está Antanas Mockus? El filósofo y matemático de origen lituano y de cultura sa que hizo tambalear el uribismo en las encuestas –llegaron a pronosticar su victoria– desapareció del mapa político de Colombia al día siguiente de su derrota en las elecciones presidenciales del pasado 20 de junio. ¿Fue el candidato verde flor de un día, estrella fugaz que se desintegró ante la despiadada realidad de un país azotado por la guerrilla y el narcotráfico? El triunfo arrollador de su adversario, Juan Manuel Santos, no deja mucho espacio para la duda: el 69% de los colombianos dieron su voto al heredero ideológico del presidente saliente, Álvaro Uribe, y de su “política de seguridad democrática”, que tanto éxito ha tenido contra los violentos. El profesor Mockus, sin embargo, no está del todo desaparecido. El propio Santos se encargó de resucitarlo en su discurso de toma de posesión, el 7 de agosto, cuando se apropió descaradamente de los principales lemas de campaña del candidato del Partido Verde. “El respeto a la vida es un mandato sagrado”, aseguró el nuevo presidente. “Y que quede muy claro: Si alguien en su interior abriga la oscura intención de lucrarse con los bienes públicos, le advierto que no trate de hacer parte del Gobierno que hoy comienza. [...] ¡Vamos a gobernar en una urna de cristal! [...] No lo hacemos por presiones externas, sino porque nos nace de la más profunda convicción democrática, ética y humana.” La similitud con los compromisos de campaña de Mockus no es pura coin110 Letras Libres septiembre 2010
cidencia, claro. Para que conste que se trata de un plagio con todas las de la ley, recordemos la consigna que machacó el candidato verde en todas sus intervenciones preelectorales: “Promovemos tres principios: la vida es sagrada, los recursos públicos son sagrados, la ilegalidad es dañina”, con la Constitución y un lápiz en la mano, símbolos de la legalidad y de la educación. Santos es un político muy curtido –después de ejercer el periodismo en El Tiempo, la poderosa empresa familiar, fue ministro con tres presidentes y, como titular de la Defensa hasta el año pasado, dio golpes contundentes a la guerrilla– y sus promesas de transparencia pudieran ser pura retórica. Lo sabremos más adelante, pero el solo hecho de que haya integrado esos conceptos en su agenda de gobierno indica que el discurso ético del candidato verde ha calado hondo en el país. Además de seducir a muchos de sus compatriotas, la propuesta de Mockus de buscar “una nueva forma de hacer política” suscitó un gran interés en el extranjero, y varios académicos prestigiosos le aportaron su apoyo con una carta abierta. Entre los firmantes figuraban Jürgen Habermas, teórico de la “democracia deliberativa”, o Elinor Ostrom, premio Nobel de Economía 2009 por su trabajo sobre la gestión colectiva de los recursos naturales. Para todos ellos, Mockus era el hombre que, siendo alcalde de Bogotá, había llevado a la realidad las teorías que han desarrollado en sus investigaciones. “El núcleo de su aproximación imaginativa y única a los problemas urbanos –desde el ahorro de agua hasta la protección de la vida– es una idea simple y poderosa. [...] Dejamos que los ciudadanos se hagan responsables de acuerdo con los principios renovados de la cultura ciudadana”, decían en la carta. Antes de ser electo a la alcaldía, Mockus había sido en 1993 rector de la Universidad Nacional, donde había destacado por sus excentricidades, como bajarse los pantalones y enseñar el trasero a unos estudiantes que no le dejaban hablar. “El comportamiento
Un candidato con ideas.
innovador puede ser útil cuando te quedas sin palabras”, dijo entonces. Fue, sin embargo, con su llegada al ayuntamienPie de fotoEl culto tosol deenBogotá al el Antiguo–ejerció dos mandatos: Egipto, 1995-1997 y 2001-2003– cuando pudo que se presentó recientemente en el su programa de “culponer en práctica Museo Nacional de tura ciudadana”. Antropología. Bogotá era entonces una ciudad caótica –lo sigue siendo, pero hoy, además, es una capital cultural– y la tasa de criminalidad era altísima. Con una buena dosis de autoritarismo, uno de sus rasgos menos conocidos, Mockus despidió a todos los agentes de la policía municipal para acabar con la corrupción en ese cuerpo y obligó a los taxistas a renovar sus vehículos (estos no se lo han perdonado y han votado en masa por Santos en las elecciones de junio). Para compensar la falta de policía, el nuevo alcalde contrató a un ejército de mimos y saltimbanquis para “educar”, con más o menos éxito, a los conductores y peatones, cuya insuperable incivilidad provoca gigantescos trancones (atascos). “La autoridad hay que aplicarla en la pedagogía, más que en la fuerza,
porque eso es lo que la hace legítima”, dice Mockus. Aplicó este criterio en la campaña de “ahorro voluntario” de agua e, incluso, para sugerir a algunas familias acomodadas que pagasen espontáneamente un suplemento fiscal. “Me encanta que los estratos altos me favorezcan en las encuestas porque tengo más autoridad para pedirles más impuestos y lograr un esquema que reduzca la desigualdad”, comentó en su blog cuando ya era candidato a la presidencia. Su gran éxito fue la “Ley Zanahoria”, que restringió los horarios de los bares y de las discotecas para luchar contra la criminalidad. En pocos años, la tasa de homicidios cayó de 80 muertos a 18 por cada 100,000 habitantes. Esa reducción pasmosa fue el resultado de medidas coercitivas y de la colaboración ciudadana a través de las campañas de croactividad (en Colombia se llama sapos a los soplones). Para “romper la ley de silencio”, las autoridades invitaban a la población a marcar un número de teléfono para denunciar la presencia de gente armada en su vecindario. A partir de su experiencia en el ayuntamiento de Bogotá, Mockus ha desarrollado lo que él llama una “cultura zanahoria”, un término del argot colombiano para definir los comportamientos o a los individuos sanos. En Colombia, asegura, “hay mucha gente con el chip zanahorio, como yo llamo a la mentalidad de obedecer las normas, ser laboriosos, entregar las tareas a tiempo y no hacer trampita. Pero también hay gente con el chip remolacha, el chip que le autoriza a hacer trampa”. Los resultados de las elecciones presidenciales parecieran indicar que la cultura “remolacha” arrasa. ¿Cómo explicar que las encuestas pronosticaran una victoria del candidato verde, cuando se sabía que sus simpatizantes estaban concentrados en las clases más acomodadas y, por ende, minoritarias? ¿Y esa mockusmanía que se apoderó de tantos columnistas e intelectuales de izquierda, colombianos y extranjeros? Sin olvidar a los cientos de miles de jóvenes que hicieron campaña a través de las redes
sociales de internet. “Cada uno veía en Mockus lo que quería”, explica un asesor de Santos, “y, cuando tuvo que definirse en los debates, se le vio titubeante en sus respuestas. La gente fantaseaba y volvió a la realidad”. La izquierda, cuya prioridad era impedir la victoria de Santos, intentó subirse a la ola verde después de que su candidato, Gustavo Petro, fuera derrotado en la primera vuelta. En respuesta a una oferta del Polo Democrático Alternativo, que le proponía su apoyo electoral a cambio de un acuerdo sobre el programa, Mockus no dudó un segundo: “Ni al Polo le conviene aliarse con los verdes, ni a los verdes aliarse con el Polo. Cada loro en su estaca.” Ni rojo ni verde, Mockus es un electrón libre. “A veces soy un poco impredecible”, suele decir con esa sinceridad que le permite declarar su “afecto a Estados Unidos”, su iración por Angela Merkel o su indignación ante la “cultura del atajo y del todo vale” que justifica cualquier medio, incluso ilegal, para combatir el crimen o la guerrilla. Fue un candidato de lujo, que no dudaba en citar a Kant, Kafka y hasta Céline entre sus autores preferidos. Dio altura a la campaña electoral y le agregó un elemento conciliador que el país necesitaba ante una situación muy polarizada. Lo más probable es que nunca llegue a la presidencia, pero se ha ganado a pulso el respeto de muchos colombianos. ~ – Bertrand de la Grange
CINE
Psicosis: cincuenta años
T
odo ocurre en blanco y negro. Una mujer toma una ducha en el baño de un motel ubicado a un lado de una carretera olvidada. A través de la cortina el espectador atisba una sombra. Relampagueante, un cuchillo aparece en escena. La mujer muere apuñalada mientras, en off, los violines parecen afilar aún más el arma
y desgarrar nuestros oídos. La sangre se pierde en el desagüe. La cámara voyeurista se acerca lentamente al rostro inerte de la víctima hasta detenerse en el ojo inmóvil. Se trata, por supuesto de la clásica escena del primer asesinato de Psicosis de Alfred Hitchcock. Sobre esta secuencia se han escrito más páginas que sobre la mayoría de la historia del cine: la sangre es en realidad sirope de chocolate. ¿Cómo se hizo la toma directa a la regadera abierta? La actriz convertida en maniquí repitiendo innumerables veces la secuencia de la muerte de su personaje, el ojo de la mujer como metáfora de arte cinematográfico, su capacidad petrificante, medusante: a fin de cuentas ¿vemos un filme o este en realidad es el que nos observa? Afirma Borges que cincuenta años es la cifra básica que requiere un libro para saber si ha perdurado. Probablemente esto se pueda aplicar al cine. Hace medio siglo Alfred Hitchcock filmó una de las piezas fundamentales de la historia del cine. Nos referimos a Psicosis, esa extraordinaria fábula freudiana que marcaría el arte cinematográfico posterior.
Internet ha muerto La revista Wired, autoridad en temas de tecnología, ha publicado un dictamen tan interesante como contraintuitivo: internet (la World Wide Web) ha muerto. Lo de hoy son las aplicaciones específicas, las plataformas semicerradas que sustituyen el modelo de indiscriminada apertura de los buscadores por un esquema (el de los dispositivos móviles) en donde el no necesita “navegar” al acaso de los vientos cibernéticos sino que recibe el contenido que le interesa –y nada más el que le interesa. Este desplazamiento en las tendencias digitales presenta además otra ventaja: los modelos de negocios en los dispositivos móviles (teléfonos, iPad, Kindle, etc.) resultan mucho más efectivos que en internet. Dice el ya polémico artículo: “El delirante caos de la red abierta fue una etapa adolescente subsidiada por gigantes industriales que pugnaban por abrirse paso en un nuevo mundo.” ~ septiembre 2010 Letras Libres 111
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Hitchcock detrás de escena.
Sin lugar a dudas Psicosis es una de las películas emblemáticas de Alfred Hitchcock. Por su eficaz manejo de la foto en blanco y negro, sus recursos provenientes del film noir y del expresionismo alemán, el filme puede verse como obra visionaria plena de elementos que sirven como base a cintas actuales como Hostal o las diversas versiones de Masacre en Texas. Basado en la novela homónima de Robert Bloch –integrante del círculo de Lovecraft–, el filme es una alegoría relato sobre las relaciones siempre turbulentas entre el dinero, el deseo y la muerte: el triple de ases del psicoanálisis. La trama no puede ser más minimalista: Marion (interpretada por Janet Leigh), una empleada solterona de una 112 Letras Libres septiembre 2010
agencia de bienes raíces, roba cuarenta mil dólares para casarse con su mediocre amante (personificado por John Gavin). Los hechos que se desatan a partir del robo la conducen a un destino inevitable. En un hotel perdido en la carretera se encuentra con Norman Bates, un Anthony Perkins insuperable: un asesino serial que ha matado a su madre, al amante de esta y a varias víctimas más. A partir del matricidio atroz, Bates toma la personalidad de la madre. Psicosis es un verdadero banquete freudiano. Pero por desgracia para el psicoanálisis, y para fortuna de Hitchcock, su obra maestra permanece refractaria a cualquier interpretación. Hitchcock filma una de sus obras emblemáticas a partir de esta trama simple y aparentemente circunstancial. La banda sonora, plena de elementos siniestros, compuesta por Bernard Herrmann, es ya un clásico del uso del sonido como elemento expresivo consustancial a la obra cinematográfica. Psicosis fue filmada con un bajo presupuesto con cámaras de 35 mm, lo que a la larga le dará al film un tono intimista que lo convertirá en un clásico de la cinematografía mundial. Su protagonista, el actor Anthony Perkins, quedó marcado para siempre en esta obra. Solo la maestría de Orson Welles logró salvarlo del olvido al seleccionarlo para interpretar a Josef K para su hasta hora insuperable versión de El proceso, de Franz Kafka. Los críticos han encontrado similitudes entre el asesino de Psicosis y Ed Gein, un asesino serial muy famoso de la época, y sus ecos llegan hasta obras cinematográficas posteriores como El silencio de los inocentes, de Jonathan Demme. Pero los ecos entre la literatura y el cine en Psicosis van mucho más allá de la adaptación. La historia de la madre de Norman Bates nos remite al clásico relato “Una rosa para miss Emily” de William Faulkner, uno de los cuentos clásicos de la literatura norteamericana, donde una mujer asesina a su amante y lo mantiene momificado en su lecho nupcial. La referencia no es casual: se
trata de un guiño de Hitchcock que remite a esa zona del gótico americano que tanto le obsesionara. Como Baudrillard y Herzog, Hitchcock ve en Estados Unidos una zona exótica donde todas las patologías son posibles. Los cuarenta mil dólares del robo inicial nunca son hallados, las verdaderas motivaciones del asesino son absurdas e insustanciales. Hitchcock se sitúa en una zona expresiva muy cercana a la literatura del absurdo que recuerda a Beckett o a El extranjero de Camus. Meursault y Norman Bates son de la misma especie: matan porque no tienen otra salida. Atrapados en el absurdo de sus existencias los personajes remiten a clásicos del cine negro norteamericano, como Touch of evil, de Orson Welles, o a los filmes norteamericanos de Fritz Lang. En 1998 Gus Van Sant intentó una parodia borgesiana al filmar, cuadro por cuadro, la obra de Hitchcock con las actuaciones de Anne Heche y Vince Vaughn. Este remake, absurdo desde su concepción, solo sirvió para relanzar el filme original. Lo mismo sucedió con las secuelas de Psicosis, todas ellas baladíes e insustanciales. La maquinaria hitchcockiana es irrepetible. Psicosis es una obra maestra del minimalismo cinematográfico. Ni la explicación psicoanalítica, ni las interpretaciones de teóricos como Slavoj Žižek –cuyo abuso lacaniano no puede ser más esquemático–, pueden penetrar el universo planteado por el Maestro del Suspenso. Como afirma Gilles Deleuze, el cine es una manera de filosofar, de pensar. La antropología hitchcockiana es irrebatible. Su visión del individuo, al que observa como un ser imprevisible, lleno de fantasmas y demonios en un universo donde impera el mal, lo acerca más a Schopenhauer que a Freud. Norman Bates actúa movido por una Voluntad que lo sobrepasa en un universo donde impera el Mal. Norman Bates, en su alteridad esencial, permanece como uno de los antihéroes inolvidables, y esenciales, de la historia del cine. ~ – Mauricio Molina
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desdelaredacción
Sobre la legalización de las drogas La imagen de México en el extranjero está deteriorada y deteriorándose. Somos noticia en el mundo por la alegre profusión con que nos matamos y la altiva originalidad con que lo hacemos. La culpa desde luego no es de los aviesos medios foráneos empeñados en una oscura conspiración contra México, aunque a veces por pereza se vayan por el camino fácil de magnificar, descontextualizar o simplificar los hechos. Lo mismo pasa con los medios nacionales. La violencia es omnipresente. Pero es necesario repetir una y mil veces que los medios no inventan la realidad, la reflejan. Aunque de nuevo, en no pocas ocasiones, la distorsionen. ¿Se imaginan el golpe de efecto que significaría para la imagen internacional de México y, en cierto sentido, para nuestra alicaída autoestima, que se decretara la legalización del consumo, distribución y venta de las drogas en nuestro país? Ninguna tibia campañita publicitaria, turística o promocional tendría un efecto semejante. Seríamos el centro del debate mundial por única vez en nuestra historia y por las buenas razones. Eso sí es iniciativa, México. Victor Hugo propuso como solución a las periódicas carnicerías en que incurrían los europeos la creación de un único país, los Estados Unidos de Europa. Este sueño romántico tuvo que esperar dos siglos para realizarse. La Guerra Franco-Prusiana, la Primera Guerra Mundial (esa “matanza inmóvil” en palabras de François Furet), la Segunda Guerra Mundial (esa matanza planificada que sigue desafiando nuestra condición de humanidad) tuvieron que pasar para que naciera la Unión Europea. Primero modestamente, como un acuerdo comercial del carbón y del acero entre un puñado de países hasta entonces enemigos acérrimos. Hoy, veintisiete países unificados sin fronteras, con un mercado laboral libre y muchos de ellos bajo una misma moneda. Lo mismo va a pasar con la legalización de las drogas. Veremos horrores sin cuento, actos indescriptibles y miles de vidas humanas absurdamente segadas. Por cierto, es necesario repetir una y mil veces que los responsables son los criminales y no quienes los combaten. Pero, ¿tiene sentido una guerra que es por definición inútil e inacabable? El mercado negro funciona en cualquier realidad en la que algún objeto de consumo esté prohibido caprichosamente. La inmarcesible ley de la oferta y la demanda. Stalin no pudo acabar con él. Castro no puede acabar con él. Franco y Pinochet no pudieron acabar con él. ¿Cómo pueden hacerlo las democracias sin traicionarse a sí mismas? La legalización no es la panacea. Los grupos delictivos asociados al narcotráfico tienen muchos tentáculos, incluido el tráfico de personas, armas, trata de blancas, venta de protección, contrabando y un ominoso etcétera. Y seguirán activos y desafiantes. Y habrá que combatirlos, con inteligencia policial y cooperación ciudadana. Pero el mejor thriller de esta 114 Letras Libres septiembre 2010
serie negra es el narcotráfico y aquí sí se aplica la sabiduría popular: muerto el perro, se acabó la rabia. Desconozco los pasos a seguir. El tipo de discusión necesaria para lograr un consenso entre gobierno y parlamento, entre sociedad civil y autoridades. Lo lógico es empezar razonablemente, con la legalización de las drogas blandas y medir el impacto de la medida. Y, en cualquier escenario, el Estado debe seguir velando por la salud de los ciudadanos. Hacer campañas de educación de los riesgos ciertísimos que el consumo de cualquier droga entraña, incluidas las blandas. Campañas, por cierto, mucho menos costosas que la guerra abierta contra los narcotraficantes. Y su consumo debe estar estrictamente regulado. Por ejemplo, vetado a los menores de edad. Por ejemplo, con información clara, precisa y objetiva sobre los peligros, de todo tipo, de cada sustancia, como hoy sucede con el tabaco. Por ejemplo, con una separación clara entre el trabajo y el uso lúdico de la droga, entre la circulación automotriz y el uso recreativo de las drogas, como hoy sucede con el alcohol. Pero, en la intimidad de mi hogar, como adulto consciente y en mi tiempo libre, ¿por qué el Estado puede decirme que una planta que se da hipotéticamente en el jardín no puede ser fumada por un hipotético ciudadano cabal? Los callejones sin salida, y México está en uno dramático, deben servirnos para soluciones imprevistas, radicales (en sentido etimológico). La legalización de las drogas es el conejo en la chistera que podemos usar hoy para salir del atolladero. ~ – Ricardo Cayuela Gally
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S altapatrás Guillermo Sheridan
Anónimo mexicano Dice José Emilio Pacheco que en internet “tiene que acabarse la impunidad y el anonimato de todo el mundo que quiera decir lo que le dé la gana sin responsabilizarse de ello”. No le resta razón aunque hasta conjeturarlo sea impensable. Es impactante la visceral violencia que suele detonar contra los escritores entre los comentaristas de internet: tribunales inquisitoriales instantáneos presididos por torquemadas digitales metidos en los cucuruchos de su anonimato. La osadía de escribir y, sobre todo, la de firmar lo que se escribe, incluye padecer el maltrato de cierto “público” que disfruta su impunidad y se convierte en el espectador asombrado de que su propia vileza se haga de un lugar en la pantalla colectiva. La crispación política atiza además el reality show de ver quién exhibe, con mayor desparpajo, los prejuicios más miserables, prudentemente rubricados por alias ominosos salpicados de je je jes. La libertad de la internet es ideal para propiciar la bravuconería de los cobardes, parece inducirles naturalmente al agravio y la invectiva, a tirar la piedra y esconder el mouse. Invariablemente embozados, la suya es una “libertad” sin riesgos que no rinde cuentas. “Anonimato es libertad”, decretó algún “comentarista” en mi blog (luego del zarandeo). ¿Puede haber algo más ilustrativo? No, me responde mi libertad, en cuyo nombre subo a mi blog aun los insultos que me asestan quienes carecen de él (y de ella). Más que por su anonimato, la libertad de los anónimos está cercada por sus propias reservas ante su libertad. Han elegido una libertad anónima, una que carece de sujeto por decisión propia: una libertad paradójica de la que se erradica quien alega practicarla; así, lo único que es verdaderamente libre es su cobardía. Una prueba de que su anonimato es irrelevante es que solo les importa a los anónimos. Alegan: “¿Qué importa cómo me llamo?” Nada importa, en efecto, a quienes su nombre les estorba. Quien firma como “Terminator” se llamará en la vida real Fabricio Ancona, algo tan relevante para él como irrelevante para los demás. Pero al insultar a otros esa irrelevancia se altera: oculta su nombre porque hasta su irrelevancia lo arredra. Su “libertad” muestra así su único rostro: es un cobarde no ante quienes insulta, sino ante sí mismo. Abundan en las pantallas quienes ocultan su nombre por temor a ser reconocidos: el escritor quejoso, el periodista chillón, el político vengativo, el funcionario ofendido, el activista pusilánime, ocultan su nombre y, por lo mismo, la circunstancia que explicaría su encono. Una nueva cobardía que agregar a la del anonimato. ¿Qué deleite sacará de callar la razón de su odio con el mismo tesón con que exhibe la ira 116 Letras Libres septiembre 2010
que le ha causado? Decir que “anonimato es libertad” no es solo una falta de respeto a la libertad, sino a los anonimatos imperiosos, los que exige, por ejemplo, sobrevivir en una tiranía, como Ulises que se cambia el nombre a Nadie cuando el Cíclope lo apresa (pero no el capitán Nemo –“Nadie”–, ese al-qaeda antes de tiempo). Quien insulta sin dar la cara pone en lugar de su cara una ficción o, inclusive, una mera función fática. Que esa ficción encuentre protagonismo en un “diálogo” público no le aporta más realidad; acaso refuerza la ilusión de un tipo de “realidad” que los anónimos ansían precisamente por ser anónimos, porque no se exigen más realidad que la de los bytes chisporroteantes. Insultar sin cara no supone riesgo, ni arrojo, ni mucho menos gracia o inventiva, requisitos de un insulto meritorio, como exige Cyrano. Y quien insulta así apena, pues prescinde del deleite de insultar, un deleite que supone el riesgo de ser retado a duelo, pues insultar solo adquiere sentido en y desde la propia individualidad. Por eso es inútil revirarle un insulto a los anónimos: ¿quién recoge el insulto? Es penoso verlos en la pantalla llenándose de improperios, pues al indignarse aceptan que quien recoge el insulto es la persona que son, no su alias; al chillar y buscar un insulto más grave su ejercicio del anonimato se desquicia, pues los regresa a lo que más aborrecen: alguien con nombre propio. Quizás sea mejor, José Emilio, que anónimo practique su cobardía en la seguridad de su hogar y en la asepsia virtual. Que se desfogue. Que al oprimir enviar sienta que hizo justicia, reparó afrentas, restauró virgos, demostró el fraude y mató al dragón. Pero hay otro ingrediente. Los anónimos argumentan que carecer de nombre salvaguarda los derechos de “todos”, es decir, que se trata de una forma de igualitarismo (al parecer quienes firman libros o editoriales afrentan a la igualdad). Pero si se considera al anonimato como un “derecho”, quien tiene la aristocrática costumbre de firmar con su nombre queda insultado y encima discriminado, pues por tener nombre ya no es como todos. Un anónimo puede hasta interactuar con el objeto de su odio en la vida real, satisfecho de saber que su “víctima” ignora que es él quien lo insulta... ¿Se debe tomar a la ligera? Esa violencia ya no está solo en la pantalla. Envalentonados por la impunidad propia de la internet, los anónimos organizan juicios sumarios en las calles, en las conferencias y hasta en los funerales. “¿Qué haces aquí? ¡Aquí no eres bienvenido!” Y el tipo que se me cruza en la calle y musita ladinamente mi apellido tras una sonrisita de vinagre... Es obvio que disfruta mucho el que yo no sepa quién es... Y poco me tranquiliza que él tampoco. ~