Este poema está escrito en verso libre (aunque existen rimas como: día y bahía en el primero y tercer verso) y en parejas de versos. Tal vez la razón de esta organización se deba al sentido que tenía Octavio Paz en mente a la hora de escribirlo: irse y quedarse significan dos momentos que se representan precisamente en esas parejas de versos. El poema se divide en tres partes importantes: 1) Los versos que abarcan desde el inicio: “Entre irse y quedarse…” hasta el verso “…un espectral teatro de reflejos”, los cuáles tienen en común el hecho de que hablan de lo que sucede alrededor del poeta mientras éste escribe su poema. 2) La segunda parte se compone de los versos que hablan del poeta mismo: En el centro de un ojo me descubro: no me mira, me miro en su mirada.

3) La tercera y última parte compuesta por los versos: Se disipa el instante. Sin moverme, yo me quedo y me voy: soy una pausa.

Esta estructura es fundamental, ya que nos revela el verdadero tema del poema y lo que nos quiere transmitir su autor. En efecto, si atendemos a la primera parte, y desde una lectura inocente y rápida, pareciera que el poema trata de un atardecer y de lo que sucede a los alrededores del poeta. Habla en general de la tarde, de los objetos, de las personas y los muros, los cuáles son “visibles” pero “elusivos”, es decir, perceptibles a la vista del ojo humano pero sin a poder ser palpados (“todo es intocable”), debido a su lejanía. Podríamos incluso sentirnos tentados a pensar que el escenario es un atardecer en la playa, esto debido al verso: “La tarde circular es ya bahía”; sin embargo, la tarde circular se refiere aquí al orbitar del mundo (la órbita es circular al igual que el mundo es redondo) que es el fundamento necesario y natural de esa tarde, misma que se escapa en el horizonte como si de una ola de la bahía se tratase. Lo anterior se deduce del verso que completa al anterior (recordemos que está escrito en parejas de versos): “en su quieto vaivén se mece el mundo”, evocando esto nuevamente el girar de la tierra. En este sentido, el escenario no necesariamente tendría que ser un atardecer en la playa, sino que podría referirse también de un campo o un valle desde el cual se puede contemplar en el horizonte la partida del sol. En esta primera parte encontramos, precisamente, esa misma obsesión de los poemas pacianos de la que hablamos al inicio: el huir ineludiblemente del tiempo, fantasma que se asoma en el siguiente verso: Latir del tiempo que en mi sien repite la misma terca sílaba de sangre.

¿Qué terca sílaba de sangre es? “sien” es una terca sílaba de sangre (nunca deja de latir), al igual que “no” y “sí” son una sílaba, aunque no precisamente de sangre (pero sí tercos por la indecisión de emitir en ocasiones un “sí” en vez de “no”, o viceversa). Pero es más que eso: se

trata del tiempo lineal, del tiempo sujeto al reloj, al calendario, a la segmentación de los sucesos del universo en segundos o en minutos; un tiempo que circunscribe a las personas en una lógica de un inicio y de un final. Octavio Paz siempre habló de esta idea de tiempo para entender otra más fundamental: un tiempo segmentado enfrentado a otro tiempo unitario; un tiempo lineal en oposición a un tiempo trascendental; un tiempo derivado frente a un tiempo original. Para Paz, el primero aprisiona los instantes en un proceso de vida y muerte; el segundo es un tiempo que se sustrae del tiempo cronologizado, un tiempo que es no-tiempo, que no tiene inicio ni fin, que no es proceso y que sólo se logra conseguir a través de la poesía: “(E)l poema es vía de altiempo puro, una inmerción en las aguas originales de la existencia” (El Arco y la Lira). En este sentido, esa terca sílaba de sangre que evoca en nuestro poeta la noción de tiempo (lineal) es la idea de “fin”, fin de algo, de una vida, de un atardecer, de un momento, todos ellos sujetos a las manecillas del reloj. En la segunda parte de nuestro poema, en un momento en que el poeta escribe sobre el atardecer, él mismo se descubre en “un ojo” (puede que esté frente a una persona o un espejo y ocupa ese ojo como espejo), y se ve a sí: “me miro en su mirada”, es decir, deja de lado lo que sucede a su alrededor para contemplarse a él mismo, para reflexionar sobre él y sobre lo que está experimentando al escribir su poema: un “momento poético”, una “revelación poética”. Pero en este instante, el tiempo lineal lo conmina con su terca sílaba de sangre. Y aquí estamos ya en los linderos del final del poema y en su verdadero significado, un significado extraordinario, el cual se nos muestra en la tercera y última parte. “Se disipa el instante”, nos dice Paz en el penúltimo verso, ese instante poético que lo acogió al observar el atardecer. Se queda quieto, “sin moverme” —escribe— no sabe si continuar o finalizar con el poema, el tiempo lineal lo ha traído de nuevo a esta tierra, lo ha sacado de su no-tiempo, del “tiempo puro”, de su “momento poético”. Quiere irse y quierequedarse en ese momento de revelación que sólo un poeta puede experimentar: “Yo me quedo y me voy”, pero finalmente, y casi por la fuerza, se va: pone un “punto final” a su creación. “Entre irse y quedarse” finaliza. Y aquí es dónde encontramos la verdadera genialidad del poema: éste finaliza, pero lo hace de una manera sorpresiva que roba la atención del lector: “Soy una pausa”, lo cual sólo significa que en realidad el poema no ha terminado, que ha quedado como una manzana suspendida en el aire al ser lanzada, sin importarle las leyes de la gravedad o del tiempo (sólo algo similar se observa en los agujeros negros), que ha quedado en un momento y para siempre: un instante para la eternidad. Es como si antes de que el tiempo lineal expulse a Paz del paraíso poético, en ese momento crítico, el poeta extendiera su brazo y con un último trazo de su lápiz lograra dejar en suspenso el poema plasmando su último verso: “Soy una pausa”. El poeta mexicano atrapa así la eternidad en ese instante que es el poema, un instante sin final, perpetuo, atemporal (tiempo puro); ha logrado conseguir con ello la unidad

de los opuestos: un instante y la eternidad. Y en ese momento Paz recoge triunfante su trofeo tras una tarde de ardua labor: su gran preocupación, el huir del tiempo lineal. En conclusión, podríamos decir que el tema del poema en análisis es el “momento poético” que surge en el poeta al contemplar la tarde. Este momento es lo que hace a Octavio Paz escribir sobre la duda de “entre irse o quedarse”, pero no de la tarde en sí, sino del entre “irse y quedarse” del poeta mismo: entre ser un instante o una eternidad. Existe una metáfora de corte transversal que invade a todo el texto: la asimilación del día que duda en terminar su labor porque se ha enamorado de sí mismo, “de su transparencia”, y el poeta que duda en terminar su momento poético representado en el poema: “yo me quedo y me voy”. Así, el poeta es el día (en su atardecer) que no quiere terminar su labor; como el día es el poeta (¿en su vejez?) que no quiere terminar su poesía, su “momento poético”, ambos por estar enamorados de “su transparencia”, de su lucidez, de su deslumbramiento. Pero la terca sílaba de sangre que es el tiempo apremia al poeta y le hace regresar al mundo terrenal. Sin embargo, nuestro poeta mexicano sale triunfante, se va y se queda al mismo tiempo, y deja en suspenso su poema para toda la eternidad.