Bragoni – Míguez: “De la Periferia al Centro: la formación de un sistema político Nacional 1862 – 1880 (Capítulo Introductorio)” La nueva élite dirigente de 1880 buscaba la edificación de un nuevo orden, “traer al centro a la periferia”, en palabras de Aristóbulo del Valle. Se buscaba pasar de un modelo de unificación nacional “represivo” en el sentido que una élite gobernaba el estado y reprimía cualquier insurrección territorial o facciosa y que retrasaba la modernización del país. Esto llega luego del fallido intento mitrista de un “país un color” y de Urquiza y su proyecto confederal, así como de la “sincretización” propuesta por Sarmiento. Se busca en definitiva zanjar la disputa surgida luego de la caída del régimen rosista. La solución, en efecto, llegó de la periferia: la “liga de gobernadores” que llevó al poder a Nicolás Avellaneda en 1874. Parece ineludible el hablar sobre lo que el es Estado para el caso argentino, pues produce una división entre las diversas explicaciones historiográficas: sabemos que está asociado a la división social del trabajo, que posee el monopolio de la fuerza, apela legítimamente a la tributación para mantenerse, y ejerce regulaciones económicas y de justicia así como de orden social, impuesto todo por una dominación tanto material como ideológica. Esta disquisición es importante debido a la formación del estado argentino en base a tres perspectivas: 1. Construcción del estado desde la sociedad civil misma, ignorando instituciones políticas preexistentes. 2. Las relaciones interpersonales como la base del orden social crean el estado. Esto relativizó las instituciones políticas. 3. La unificación política que crea el estado se basa en la relación centro periferia y en el poder de cooptar / castigar del centro. Chiaramonte: 1820. Argentina es una confederación de estados independientes, sujetos por pactos interprovinciales. Igualmente estas entidades tenían serias dificultades para institucionalizar órdenes políticos que fueran acordes a principios republicanos. Aun en una provincia como Buenos Aires, se sufre este problema. Fue la debilidad del gobierno de esta provincia lo que fortaleció el uso de los liderazgos locales. Esta debilidad provenía de la falta de respeto institucional y recursos humanos. Si Buenos Aires sufrió esto, siendo beneficiada dentro de la confederación, las otras provincias adolecían de forma aún más grave este problema. Esto no impidió sin embargo que estas entidades políticas renunciaran a su status jurídico – político. En provincias débilmente organizadas, como La Rioja, el poder y el orden social descansaba en los “notables”; “caudillos” con poder local. A duras penas parece posible llamar a La Rioja un “Estado”. El Estado nacional surge como una nueva organización central a partir de otras 14 formas que lo precedieron (se diferencia de Oszlak). El Estado se debe a las dinámicas convergentes: la nacional y la provincial. Este contexto provincial estaba lejos de ser pacífico. Por el contrario, guerras y revoluciones eran la tónica.
Hay dos cuestiones importantes que no deben perderse de vista en este contexto de lucha política y negociación en un contexto de centralización que organiza o perfila las prácticas y decisiones de aquellos que aspiraban a integrarse a ese orden, y además reorganiza los nexos que arbitran las elaciones “líder social – base social”. La primera de ellas es la milicia y el ejército, que se subordinan a un mandato constitucional, modificando tanto su alto perfil como su protagonismo de décadas pasadas: problema complejo, suponiendo que la capacidad de hacer política de los líderes o aspirantes a serlo, se sustentaba en las milicias ciudadanas. La reacción ante este panorama fue diversa: algunos reconociendo lo inevitable de la centralización se unieron a Mitre o se le opusieron, formando el “PAN” en 1870. Otros, intuyendo que el nuevo orden no les deparaba nada, lucharon contra él (Peñaloza, Varela), sucumbiendo en la lucha. La redefinición del orden político afectó la dinámica de las políticas provinciales y las viejas élites que lograron adaptarse sobrevivieron y otras fueron desplazadas del poder. La autora parece poner la lupa en la cuestión económica. La riqueza del Estado Autónomo de Buenos Aires y la pobreza de la Confederación dieron la ventaja al primero. Ahora, siendo la economía “la que estructura el mundo”, el consenso liberal surgido entre 1852 y 1880 entre Buenos Aires y el interior es lo que condiciona todo el período. Queda desde 1862, el discurso federal para apelar a las masas. Pero la “agenda” era liberal. El federalismo no pudo hacer un programa o proyectos políticos capaces de ser competitivos. Urquiza mismo, entendiendo la necesidad de incorporar a Buenos Aires al proceso de centralización, acepta, siendo el “ícono del federalismo” su papel como líder provincial. Sin embargo este proceso de reforma centralizadora también absorbió viejas prácticas caudillistas, la llamada “política criolla”. La política de principios que llevo a la alianza de los liberales y algunos federales del interior, deseosos de liberarse del caudillismo y las guardias provinciales, no estaba destinada a llevarse completamente a cabo. La autora nos previene respecto a quedarnos con la idea que Mitre representa la hegemonía porteña, Sarmiento un “extraño ime” y Avellaneda la colonización de la liga de gobernadores del estado nacional. Noes del todo falsa, pero tampoco del todo cierta. Mitre tuvo aliados en el interior: su vicepresidente fue gobernador de Tucumán y ejerció durante casi todo el período: Sarmiento llegó al poder gracias a una alianza de provincias que incluyó a la propia Buenos Aires, con apoyo de jefes militares del frente paraguayo. Incluso los aliados de mitre tardarían en caer en desgracia: los González de la provincia de Mendoza recién en 1873 a manos de los Cint, que eran “avellanedistas”. El triunfo de Avellaneda no significó más que la constitución de un centro político integrado por las realidades provinciales. Este se crea por un acuerdo e instituciones pactadas por las provincias (sus élites): esto es en definitiva la nación, e irá ganando autonomía, restando capacidad a las provincias. Buenos Aires debe resignar su preeminencia, aunque no del todo: pues el estado nacional es un apéndice que depende de ella y la acuñación de moneda la poseerá el Banco de la Provincia de Buenos Aires por un tiempo más.