¡15t ¡s. s ¡$'t ;
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i5oc0rrffi[ ll
qil I
:.
Elsa Bornenann
(
[s una de las escritoras
m¿ls
Ha publicado, entre otros títulos,
líbro rJe lcts chico.s enanrorado-s, L o s desnt ar av i l l ado rtts, Qrrcridos monstrues,la s/ad del Pavo y No hagan o/as (los últimos
Foto de cubieña:
Boris Karloff en
frank€rsfein (1931)
cuatrtl, en Aliaguara) Y ha recibido nunrerosos prerrios inlernat ionales. Dersde una abuela
malvad¡ que
orJia a sus nietos hasta un
ñc¡-robot fabricaclo para explot;ir en su propio colegio, estos doce ni
cuentos provocan el Placer Y el nriedo que sólo Elsa Bornenrann
tsBN 950-511 160-6
sabe inspirar c0n su literatur¿. Presentados y ordenados Por el
nrismísimo F rankenstein, obl igan ,t g,ritar ;5tx ornt!1, ll ntistntr tiernpt.r, a seg,uir leyéndolos
sin ¡rausa.
uentos p*rril
f,atrr$iltr
Els,t Bornemann
fascin¿lntes de la literatura par.r niñcls y jóvencs en lcn¡¡ua esPañola.
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ATFAGUARA
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Del texto: 1988, Elsa Bomemann
¡Socorro!
O De esla edición:
(12 cuentos para caerse de rniedo)
Aguilar Chiiena de Ediciones S.A. Dr. Aníbal Anztíal4M, Providencia Santiago de Chile
. . .
(lru¡ro Santillana de Ediciones S.A. 'lirr'rrrlrt¡1unit h0, 28M3 Madríd, España. Agull¡rr, Allen,'l'aurus, Alfuguara S..d. de C.V. Av¡l¡r. I lrtivcrsirl¿ul, ?67. ('ol. tlcl V¡lle, México D.ir. C.P. 03100. Agullnr, Altrn,'l'¡¡r¡n¡s, Alfuguara S.A. de Ediciones
Avrll. l.cru¡rllo N. Alcrn
' . " .
Elsa Bornernann
72O,
('l(nt
AAP, fluenos Aires, Argentina.
li¡¡ntl!l¡¡nu S"A. Avcl:r. l)rirnavcra 2160, Santrlgo dc Surco, Lim¿, Ferú.
fldiciones Santillana S.A. Constitución 1889, I 1800 Montevideo, tiruguay. Santillana S..{. Avü. Venezuela N" 276, eMcal. Lópezy España, A.sunción, Paraguay' Santillana de Ediciones S.A. Avda. Arce 2333, entre Rosendo Gutiérrez y Belisario Salinas, LaPaz" Bolivia. ISBN: 95i5-239-177-9 Irnpreso en Chilefrinted in Chile f)ecimosexta edición: enero 2009 Diseño de la colección: Manuel Estrada Todor los derccho\ resewado\. Esta publicacióñ no puedc scr reproducida, ni en tcdo ni en pane, ni regisirada en, o hmsmitida por, un sis' tema de recuperac¡ón de infomación, en ninguna forma ni por ningún uledio, sea mecánico, tbtoquímico,
elect¡ónico, magnético, elcctroóptico, por totocopia, o cualq*ier olro, sifl el pemiscr previo por escrito de la Editorial.
AI,FAGUARA
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PRÓLOGO
Celebro ---con todos mis corazones (el literario y los cinernatográficos)- la publicación de este nuevo libro de Elsa Bornernann. Ella me había prometido escribirlo poco fiiernpo dcspués que nos conocimos, cuando era apenas una criatura más o menos así de alta y --*como a casi todos los niños* le encantaban los cuentos de terror (aunque se cayera de miedo al leerlos o escucharlos...)" A pesar de s'ü corta edad, al enterarse de ia trernebunda historia de mi vida E. B. me compadeció y corn-
prendió que lo qlle yo necesitaba --desesperadamenteera ser arnado, Me trató ----entonces- del misrno modo que a su familia o a sus compañeros de escuela y yo respondí con profunda lealtad a sus sentimientos: jarnás le hice el menor daño. LIn día --en el que me sentía nlonstruosamente triste- E. B" me prometió, para mimarnle, un regalo he' cho por ella, especialrnente para mí' "Cuando usted cum-
pla 170 años y yo sea grande *me dijo- voy a escribir un libro de cuentos que le van a poner los pelos de punta, querido Frankie", y acarició una de rnis repulsivas me.jillas, a la par que rne dedicaba la mejor de sus sc¡nrisas. Quererla a Elsa es fácil' Querenne a mí, no- Por
9
I cso, valoré tanto su amistad. Hasta que la conocí, no sahí¡t lo que significaba tener un alma amiga. 'Ioda la gentc a hl rlue intentatra acercarme huía de mí --despavorida- tlt: bid.r a mi apariencia, ya que --según dicen- soy horrible
y los
seres humanos suelen fijarse en esüs detalles parir c) no a offo, en vez de tomar en cuenta la f'ealdad o her:nosura de lt¡s sciltimientos. htradie podrá imaginarse mi sufrirniento: ¡es inso
quercr
¡rortable que & ¡lno ie adjudiquen inal,¿ de la pelícuia!
-*siempre-
el papel dcl
sc[3 *ltura ¡Je mi relato- nlu' pensando que E. H. era una nc:n¿t ch*s ile ustedes estarán hc,rrigritrante, pesadillesca, y qut: por eso me aceptaba con ianta natL¡raliCad. F,fada que ver. 'fodcs la encontraban bonita, ¡;int pática y despertaba cariño y se lc decían, así como a mí me gritaban cr:sas ineproducibles y únicamente rne g¿lnalra r:i mieEiri,v el octio de los dsmrás" Pero para qué recordar --ahora- momeutos tristes, si también los he tenido muy f"elices. Corrro esos ratos que pasatra en cornpañía de nii andguita "-pür ejemplo--y durante los que yo solía reci{arle fragnlentos cle grandel poetas, que sie;npre me a¡:asiouci la pcesía y a ella tarul¡ién. tan exrasiada y ntc Me escuciraba -entcclces-conternplabii con tar,rto afectc que yo l*graba olvirlar quc' era Irrunkensfein. Fero lo soy. Y tengo el orgullo de que E. ll. nre considere su rnonstruú favonto y qitÉ rne haya elegido a rní para escribir este prólogo, entrc tant{}s y t¿ntos monstruos c{¡nul le tc¡có collocer en su" vicla reatr" Seguranients
-*¿
F{acítr muc}ro tiempo que no sabía nada de ella. Pol eso, cuando recibí ei sobre con lus originerles rle esfos cucrrturi y su pedido tle que f-uera yo quien escribiese ia in-
trrxlucción, me alegré doblemente. E. B' había cumplido ( on riu promesa y su libro rne llegaba justo para los feste¡os dc rnis 1?0 primaveras (ya que nací en 1817). Tamlrrtirl, con el consejo de que no lo leyera antes de dormir, repito para ustedes, porque rcco¡ncndación que -ahoralo cierto es que no le hice caso y anduve insomne y con los ¡rckrs de punta durante todas las noches que duró rni lectr¡r;r de ¡Socorro! (la experiencia fue rnás inquietanfe que rnirarme en el espe"|o.."). En la carta que rne envió adjunta al libro, E. B. me ('()ntó que tuvc¡ que annarse eie ccraje para escribirlo. La ¡rura verdad es que ir: hizo rnuerta de susto, como si h¡¡blr:ra sido aquella nena del pasado la que los creaba, con cl corazón encogido y el miedo serpenteándole debajo tlc la piel. para ser leído cada mes Al fin, reunió doce
tlcl añ0; uno por
-¡.rno
dc cxagerar en este asunto de codearse con lo terroríficc'. ' (Y si ella lrr dice.,. Por algo me tenía olvidado durante tanto tiempo, ¿no? Bah" Io que me importa es su eonlirrnza.
.
"
).
,4h, también confié en rní para que le ordenara el rnaterial.
Bien. Verán que
se me
ocurió dividir
a ¡Socorta!,
del sii.lr¡ioÍltc rnodo: ues cuentos breves más un cuento relativanrr:n{e largo al final de cada parte, para que resulte u$ volurnen equilibrado en su forma, lo rnás arrnónico posihle... (usto lo ccntrario que yo, ¿eh?). fu{e he referidc sorneramente- a la estructura del libro' pue$to q!¡e I:. 13. asegura que estos detalles de "la cocina iiteraria", sucien interesa:'le bastante a "sus" lectorcitos. "Sus" lectorcltos.". Les confiesc que me puse un poco celoso al enterarme de que no sólo había escrito el litrro para cumplir con la prornesa que me había hecho sinc¡
cn trcs partes
cie c¡rafro textos cada una, ordenados
l0 ---e igual de "especialy¡g¡¡s"- para responder --de unu buena al reciamo que le venían haciendo ellos dcsde hace varios años atrás, en el sentido de que escribicru oocuentos de miedo". Aquí los tienen. Afinno que nunca había leído yo historias tan sobrecogedoras.
Son decidid&mente geniales y están escritas con maestría, lo que dernuestra vez rnás* el extraordi. -una nario talento de E. 8., escritora argentina que asombra mundialmente"
Y que nadie ose decir que rnis elogios son desmesurados, no sólo porqlle E. B. merece éstos y muchos más, sino porque siempre se supo que los prologuistas tienen como función hablar maravillas de la obra que presentan y de su autor y nc| voy a ser yo la excepción a la regla (bastantes problemas me ha traído -ya- el ser excepcional, como para que me invente uno nuevo...). Deseo y auguro para ¡Socorral el más impresio, nante de los éxitos en el mundo cle la literatura para jovencitos. Ya los dejo en la perturbadora cornpañía cle sus relatos y corro a esconderme debajo de la cama, canturreando "F{elp"t y otra vez._ para espantar los te-una (a mores ustedes puedo revelarles ¡ni nuevo secreto; ¡Me caigo de miedo al recordar estos cuentos!).
Los saluda, muy monstrüosamente,
FRANKENSTEIN Año i987 ' "Help" significa "socorro" en idiorna inglés y es el título de una famosa canción de Los Beatles, compuesta por John Lennon y Paul Mc Cartney.
"'1 rr¡l
.- )f'
'
DEDICATORIA "coLECTIvA"
A Mariel, "sotrrinhija" comPinche y asustada lectora númeto uno de estos cuentos de los que
erntrargo-
-sin
se animé a Pasar a
rnáquina el Primer borrador de sus ori ginales manuscritc¡s'
Con amor.
A algunos de mis miedos"' ...y
a JoY-JoY
*rni
loba en
rniniarura- que con sr¡s dos mil centímetros cúbicos de rulos
Y
ladridos, trata de espantarlos"'
_ffi ffi
Prirnera pante In
del lnce "Jota"
Manos I"'os MuYins
La casa viva
ame.a sus.nietos, !uprm*-c're-.g que-.pua 4t-,ucla ng
pero existió la viu-da de-.R-.:n.rrjpr perversa' bruja siglo ;;iñte q,rre iab sá ae$aua cuando hacía daño. La viuda de*.fl" nunea había querido a ¡linguno-Se l"o..g [res- h.rjos {e gUy¡igg._hiia. Y mucho menss los quiso cuando a los pobrecitos les tocó en desgracia ir a vivir con ella, después clel accidente que los dejó huérfanos y sin ningún otro periente en océanos a la redonda. Durante los años que vivieron con ella, ia viuda de R. traté a los chicos corno si no lo hubieran sido' ¡Ah.. . si los había mortificado! Castigos y humillaciones a granel" Sobre todo, a Lilibeth -_la más pequeña de los hermanos--acaso porque era tan dulce y bonita, idéntica a la marná muerta, a quien la viuda de R' tarnpoco había querido *por supuesto--- porque por algo era perversa, ¿no? Luis y Leandro no lo había¡r pasado mejor con su menos-- sus caritas los habfan salvada abr¡ela, pero -al de padecer una que otra crueldad: no se parecían a ia de lo tanto- a la vieja no se le habían transLilibeth y -por forrnado en odiados retratos cle carne y hueso. El caso fue que tanto sr¡frimiento soportaron los tres herrnanos por culpa de la abuela que -_r!o bien crecieron y pudieron trabajar- alquilarc'n un departamento chiquito y allí se fueron a vivir juntos.
1{
rq
Pasaron algunos años rnás. Luis y l-eandro se casaron y así fue como Lilibeth se quedó solita en aquel I I "J", contrafrente, dos arnbien-
Si bien ninguno de los tres podía sentir dolor por la muefte de la malvada abuela, una emoción rara -mezcla de pena e inquietud a la par- unía a los hermanos con la rnisma potencia del amor que se profesaban' *Si estás de acuerdo, nena, Leandro y yo nos vamos a ocupar de vender los rnuebles y las demás cosas, ¿eh? Ah, pensamos que no te vendrían rnal algunos artefactos. Esta semana te los vamos a iraer. La abueia se había cornprado tv-color, licuadora. heladera, lustradcra 5'
tes, teléfono, cocina y baño compietos, más Lr¿lconcito a pulmón de manzana. partir del Lili era vendedora en una tienda y -a atardecer- estudiaba en uila escuela rlocturna. Un viernes a la medianoche --no bien acaL¡aba de caer rendida en su cama- se despertó sobresaltada. Una pesadi{la que no lograba reeordar, acaso. Lo ciertr¡ fue que la rnuchacha ernpezó a sentir que algo le aspiraLra las fuerea:i, el aire" Ia vida" Esa sensación le duró alrededor de cinco mini¡tos inacabables.
Cuando concluyó, Lilibeth oyó'*fugazrnente-la voz de la abuela. Y la voz aullaba descle lejos.
Pronto nos verernos.". Liii-
-Liiilibeeeth... Liliii... t-iiiii.., Ag.
heeeth.".
La jovencita enc,enelió el velador, ia r¿rciio y atrancionó el lecho. Includable¡nente, una ducha tibia y i¡n tazón tie leche iban a hacerle rnuv bien. después cie esos milrnerltos de angustia. Y así fue. Fero --a la mañana siguiente- lo que elia había supilesto una pesadilla más cornenzó a proiongalse, aun-
misrna Lili pudiera sospecharlo toilavía. I-as '¡oces cle Luis y Leandro través clei teléf'ono*- le anun-a ciaron: --Esta madrugada falleció la abuela,., Nos avisó el encargado del edificio... sí... te entendernos... Nosotros tampoco, [,ili .. pero... claro... alguien tiene que hacerse cargo de... Quedate tranquiia, nena... Después te vamoÍt a ver... Sí... Bien.." Besos, querida. Luis y l-eandro visitaron el I I "J" la noche del que ni
ia.
darningo. Lilibeth los aguardaba ansiosa.
lavarrclpas ultra rnodernos, ¿qué te parece? I-ilibeth los essácuchaba como atontada. Y como atontada recibió -el bado siguiesrte- los cinco aparatos domésticos que habían perteneciclo a la viuda ele R., que en paz descanse' Su herencia visible y tangible. (La otra l-ili acababa cte reci-
birla también, aunque... ¿cíirno podía darse cuenta?'.. ¿Quién hubiera sido capaz de darse cuenta?)
Más de dos meses uanscurrieron en los aimanaques hasta que la jovencita se deciciió a usar esos artefactos que se prornocionatlan en múltiples propagandas, tan novedosos y sofisticados eran. Un día, superó la desagradable irnpresión que le causaban ¿J recordarle a ia desaernpezó con la licuadora. morada abuela y -finalmenteAquella mañana de domingo, tanto l-itibeth conio su gato se hartaron de bananas con leche. A partir de entonces cornenzó e usar -tar¡biénla lustraclora... enchufó la lujosa heladera con freeeer'..
hizo instalar el televisor con control rernoto y puso en marcha el enorme lavarropas. Este aparato era verdaderamente enorme: la chica tuvo que acumular variqrs kilos de ropa sucia para poder utiiizarlo. ¿,Para qué habría- co¡nprado la abuela sernejante annatoste, soiitaria corno habitaba sr¡ casa?
A
1o largo de algunos días,
Lilibeth se fue acos-
tumbrando a manejar todos los electrodomésticos heredhclos, tal como si hutrieran sido suyos desde siempre. El que
t€
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nliis Ie atraía era el televisor color, claro. Apenas regresaba al departamento --después de su jornada de trabajo y estudio- lo encendía y miraba prograrnas de trasnoche. I{abituahnente, se queclaba clonnida sin ver los finales. .Era entonces el molesto zumtrido de las horas sin transnli-
"La iustradora no rne obedece; es inútil que intente guiarla sobre los pisos en la dirección que deseo"' ("') El aparato pone en acción 'sus propios planes', rnoviéndose hacia clonde se le antoja. . ("' .) Antes de ayer, la licuaclora se puso ell marcha'por su cuenta', mieltras que yo colocaba en el vaso Llnos trozos de zanahoria. Resultado: rJos dedos heridos. ( ..) La heladera me depara horrendas sorpresas. (...) Encucntro largos pelos canosos enrollados en los alimentos, aunque lo peor fbe abrir el freezer y hallar una rlentadura postiza. La anojé por el incineracior' " ("..) La ilesdentada imagen de la abuela continúa apareciendo y desapareciendo --de pront{F- en la pantalia del teievisor durante las funciones de trasnoche'-" (..') Mi gato Zambri parete percibir todo ("') se desplaza por el deparfamento casi siempre erizado (. .)' Ftja su nrirada redondita aquí y allá, como si lograra ver algt-r que yo rlo' (...) El único artefac:to que funciona nc¡nnalrnente es el laverropas.". ( ..) Voy a desh;rcerme de todos los demás malditos aparatos, a vendedos, a regaiarlos rnañana mísrno... (...) Durante esta siesta dominguera, rnientras me clispongo a lavar una mcntaña de ropa..." (AQUÍ CONCLUYEN LAS AI{OTACIONES AtsRUPTAMEI-ITE, Y UN TR.AZO DE LII-itsETH, DE BCILíGRAItrO AZUI- SALE COMC UNA SEITPE¡{TINA T]ESDE EL I¡M,¡AI- DE, ESA'.A" F{ASTi\ LLEG,AR. AI, FXTI{EMO INFERIOR DE I-A Í{OJA.)
sión el que hacía ias veces de desper"tador a destiempo. En más de una ocasión, Lili se despertaba antes del amanecer a causa del '"schschsch" que emitía el teievisor, encendido
al divino botón.
llna de esas veces de la madrugada de un -cerca tanteó el ciibrecama, sábado coüto otros- la .jovencita medio dormida, tratando de ubicar la cajita del control rernoto que le pennitía apapiar la televisión sin tener que ievántarse.
Al no encoirfrarlo. se despabiló a medias. Laluzpiatinosa que proyectaba ei aparato más su chirriante soniclo terminaron por despertarla totalmente. Entonces la vio y un estremecimiento le recorió el cuerpo: la imagen del rostro de la abuela le sonreía --sill sus dientes- desile la pantalla. Aparecía y desaparecía en una serie de flashes que se apagaron -*de pronto---.Lal corno el televiso¿ sin que Lilibeth hu'oiera rozatlo el control re-siquieramoto. A partir de aquel sábado, el espanto se instaló en el 11 "J" como un huésped f.avcrito. I-a pobre chica no se ani_maba a contarle a nadie lo que le estaba ocurriendo. estaré volviendo loca? preguntatra, -¿Me aterrorizada. Le costaba convencerse de -se que todos y cada uno de los sucesos que le tocaba padecer estaban fo.rrnando parte de su realidad cotidiana. Para aliviar un poquito su cailado pánico. Lilibeth decidió anotar en un cuaderno esos hechos que solamente ella cnnocía, tal ccmo se hallían desarrollado desde un
principio. Y anotó, entonces, entre rnuchas otras cosas que..
.
'ltas un día y meclio sin noticias de Lili, los hermanos se preocuparcln mucho y se dirigieron a su deparIement0.
Era el r¡redioclía del rnartes siguiente a esa "siesta
dominguera". Apenas arribados' Luis y Leandro se sobresaitaron: algunas vecinas cuchicheaban e¡r el corredor generai, ntra golpeaba a Ia puerta del tr 1 "J", mientras que el ¡rc'rtero pasaba el trapo de piso urla y otra vez'
tt --No sabemos qué está pasando adentro. La señorita no atiende el teléfono, no responde al timbre ni a los gritos de llamado... Desde ayer que.. " Agua jabonosa seguía fluyendo por debajo de la puerta hacia el corredpr general, como un río casero. Dieron parte a la policía. Forzaron la puerta, que estaba bien cerrada desde adentro y con su correspondiente traba. I-uis y Leandro llarnaron a Lili con desesperación. La buscaron con desesperación. Y ---con desesperación- comprobaron que la muchacha no estaba allí. El televisor en funcionarniento extraña-pero mente sin transmisión a pesar de la horaenervaba con su zumbido.
En la cocina, "la montaña" de ropa sucia junto al lavaropas, en rnarcha y con la tapa levantada. Medio enroscado a la paleta del tambor giratorio y medio colgando hacia afuera, un camisón de Lilibeth; rÍnica prenda que encontraron alli además de una pantufla casi deshecha en el fondo del tambor. El agua jabonosa seguía derramánclose y empapando los pisos.
Más tarde, Luis ubicó a Zar¡rbri, detrás de un cajón de soda y semi-oculto por una pila de diarios viejos. El anirnal estaba como petrificado y con la mirada fija en un invisible punto de horror del que nadie logró despegarlo todavía. (Se lo llevó Leandro.) El gato, único testigo. Pero los gatos no hablan. Y a la policía, las anotaciones del cuaderno de Lilibeth le parecieron las rnemorias de una loca que "vaya a saberse córno se las ingenió para clesaparecer sin de-jar rastros"... "una loca suelta más"... "La loca del i I Jota"".. como la apodaron sus vecinos, cuando la revista para la que yo trabajo rne envió a hacer esta nota.
Manos
Montones de veces ._y a mi pedido-- mi inolvidable tío Tomás rne contó esta historia "de rniedoo' cuando yo era chica y lo acompañaba a pescar ciertas noches de verano"
Me aseguraba que había sucedido en un pueblo de la provincia de Fuenos Aires. En Pergarnino o .lunín o Santa Li¡cía... No recuerdo eon exactitud este dato ni la fecha cuando ocurrió tal acontecimiento y -lamentablemente-.- hace años que él ya no está para aclararme las entre todos lcs qne dudas. Lo que sí recuerdo es que -de la caña sobre el río sostenía el tío solía narr¿ume mientras y yo mÉ echaba a su ladc, cara a las estrellas* este relat0 er& uno de mis preferidos. ernbargopone los pelos de punta y -sin -¡Te encantada de escucharlo! ¿Quién entiende a esta sobrina? decía el tío-. Ah, pero después no quiero quejas de -rne tu mamá, ¿eh? Te lo cuento otra vez a carnbio de tu promesa. ".
Y entonces yo volvía a prometerle que guardaría el secreto, que rni rnadre no iba a enterarse de que él había vuelto a narrármelo, que iba a aguantafflre sin llamarla si no podía dormir más tarde cuando --de regreso a casa- me fuera a la cama y a la soledad de mi cuarto' Siempre cumplí con mis prornesas. Por eso, esta
29
2l
historia de manos ---conto tantas otras que sospecho eran inventadas por el tío o recordadas desde su propia infancia- me f'ue contatla una y otra vez. Y una y otra yezla conté yü misma después- a rnis propios "sobrinhijos" así como-años --ahora-* nle dispongo a contártela: como si fueras rni -también,-sotrrina o mi sobrino, rni hija o mi hijo y me pidieras: --*¡Dale, tía; dale, marni, un cuento "de miedo"!
Y bien. Aquí va: Martina, Carnila y Oriana eran amigas amiguí-
qué no lo dejan para mañana a la tardecide ir a descansar' Además, la abuela no paró un minuto en todo el día. Debe de estar agotada' vano- de conLa mamá de Martina trató -en A las cuatro y na vencerlas para que se fueran a dormir. sóio a las niñas, porque la abuela tarnpoco estaba dispuesta a concluir aquella jornada sin la anunciada sesión de rato y rnientras los padres, los pebeile. Así fue conro -al rros y lagata se ubicaban en Ia sala de estar a manera de público-- la abuela y las tres nenas se preparaban para la
-¿Por ta, eh'l Ya es hora
función uasera de zapateo alnericano.
simas.
No sólo concun'ían a la misma escuela sino
elue
se encontraban fuera de los horarios de ias -también-clases. Unas veces, para prepa-rar tareas escolares y otras, simplernente para estar juntas. De otoño a primavera, las tres solían pasar algunos fines de semana en ia easa de campo que la familia ete Martina tenía en las afueras de la ciudad" ¡Córno se divertían entonces! Tantos juegcs al airc libre" paseos en blcicleta, cabalgatas, fogones al ano-
checer... Aquel sábado de pleno invierno ejernptro-por de las tres lo habían disfrutado por completo. Y Ia alegría nen¿s se prolongaba durante la cena en el come-arlndor de la casa de campo porque la abuela Odila les reservaba una sorpresa; antes de ir a dormir les iba a enseñar unos pasos de zapafeo americano" al compás de vie.jos Ciscos que había traído especialmente para esa ocasión. Adorable la abuela de Martina. No aparentaba la edarJ que tenía. Siempre dinámica, coqueta, de buen humor, conversadora. Había sido una exceiente bailarina de "tap"'. l-as chicas lo sabían y por eso le habían insistido que lara bailara con elias. Tap: zapaieo ame¡icano.
Afuera el viento parecía querer sumalse con su propia melodía: silbaba con intensidad entre los árboles' arriba- ei cielo, con las estrellas Arriba
-bien
escondidas tras espesos uuba¡rones' tr-a improvisada clase de baile se prclongó cerca
de una hora. El tiernpo suficiente como para que N{arIina, Camila y Oriana aprendieran -€ntre risas- atrgunos pasos de "tap" y la atruela se quedara exhausta y muy acalorada.
Fronto, todos se retiraron a sus cuartos' Alredeclor de la casa' la ntlche, ta$ negra s6mo sc¡rnbrero de copa que habían usado para la funciÓn'
e1
Las tres nenas ya se habían acostado. Ocupaban el cuarto de huéspedes, corllo en cada oportunidad que pasaban en esa casa. Era un donnitorio amptrio, ubicado en el primer piso. Tenía ventanas que se abrían sobre el parque trasero
del edificio y a través de ias cuales solía filtrarse el resplandor de ia luna (aunque no en noches como ;rquélla, claro, en la qr.le la oscuridad era un enorrne poncho cubriéndolo todo). En el cuarto había tres camas de trna plaza" colocadas en fbrnna paralela, en hilera y separadas por sóiidas mesas de luz.
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En la cama de la izquierda, Martina, porque prefeúa el lugar junto a la puerta" En la cama de ia derecha, Camila, porque le gustaba el sitio al lado de la ventana" En la cama del medio, Oriana, porque era miedosa y decía que así se sentía protegida por sus amigas. Las chicas acababan de dnrmirse cuando las despertó repente- la voz del padre. Terminaba cie ves-de y de prisa--a la par que les decía: tirse
-nuevamente
abuela se descompuso. Nacla grave *-.cree-La mos--" pero varnos a llevarla al hospital del pueblo para que la revisen, así nos quedamos tranquilos. Enseguiila volvernc¡s. Ah, dice mamá que no vayan a levantarse, que traten de dormir hasta que regresernos. Hasta luego. ¿.Dormir? ¿Quién podía dormir después de esa
mala noticia? Las chicas no -_al menos- preocupadas como se quedaban por la salud cle la querida abuela. Y nienos pudieron dormir ff¡inutos después cle que oyeron el ruido del auto del padre, saiiendo de tra casa, ya que a la angustia de la espera se agregó el rniectro pcr los tremenhatría decidos ruidos de la torrnenta que -finalmentedido desmelenarse sobre ia nr¡che. Truenos v rayos que conmovían el corazón. Relárnpagos, corno gigantescas y elcctrizacias luciéruagas.
El viento. volcándose como pocas veces ante:r. --;Tengo miedo! ¡Tengo miedo! Oriana,
-gritó
de repente. L,as otras dos también
lo tenían pero permanecían
pasa nada. La tormenta empeora la situaMartina, dándose ánimo ella
-No citin, eso es todo
-decía tarnbién con sus propios argumentos. *Enseguida van a voiver con la abuela' Seguro Camila.
-opinaba Y así --entre las lamentaciones de Oriana y las palabras de consuelo de las amigas más corajudas- transcurriír alrededor de un cuarto de hora en todos los relojes. y de pénduloCuando el de ta sala -grande jovencitas marcó las doce con sus ahuecados taianes, las ya habían logrado tranquilizarse bastante' a pesar de que la tormenta amenazaba con tornarse inacababie' Las luces se apagaron de golPe' me hagan bromas pesadas! ---chilló Oria-
-¡No los veladores otra '¿ez, malditas! na-. ¡Enciendan -y las rnesitas para enconasustada, ella misma tanteó sobre
trar las perillas. Sólo encontró las manos de sus amigas' hacienrlo
lo pnrpio.
*iYo
no apagué nada, boba! .-protestó Camila' -_¡Se habrá cortado la luz! -.supust) Martina' Y así era nomás- Demasiada electricidad haciendo travesuras. en el cielo y nada allí ---+n la casa- donde tanto se necesitaba eÉ esos momentos'. ' Oriana se echó a llorar, desconsolada' '-¡Tengo miedo! ¡Hay que ir a buscar las veias a que bajar a buscar fósftrros y velas! ¡O una la cocina! ¡FIay
linlerna!
calladas, tragándose la inquietud.
Martina trató de calmar a su amiguita (y de calmarse, por qué negarlo) encendiendo su velador. Camila hizo io mismo" I-a cama de Oriana fue la más llu-entoncesminada de las tres ya que estar en el medio de las -al otras_' recit-ría ia luz ciirecta de dos veiadores.
tal ¿Y
que!" "¡Hay que!" ¡Qué viva la señorieno'ió Camila-'
-"iHay baja, eh? ¿Quién? quién
Ycr, ¡ni loca!
-se
Martina-'
Esta Oriatenrecornendó nos rnamá go rniedo, ¡qué tanto! Adernás, mi que no nos levantáramos, ¿recuerdan?
tampoco!
-agregó -¡Yo na se cree qIJe soy la Superniña, pero no' Yo también
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2S
Oriana lloraba con la cabeza oculta debajo de la alrnohada. hacernos entonces? ¡Me -Buaaaah;,.: ¿,Qué muero de miedo! Por favor, bajen a truscar velas... Sean buenitas... Buaaah... Martina sintió pena por su arniga, Si b,ien eran dc la misma edad, Oriana parecía más chiquita y se compor-
ril primer piso para ver cómo estaban ias chicas-. Fue sólo su regresü-- ias niñas dormían pláciun susto. Corno darnente, la abuela misrna había sido la encargada de despertarlas para avisa¡les que todo estaba en orden. ¡Qué alegría!
taba corno tal. Se cornpadeció y actuó -€ntonües- cual si fuera una herrnana mayor. bueno; no llores más, Ori. Tianquila.". -Bueno, Se rne ocurrió una idea. Varnos a hacer una cosa para no tener más miedo, ¿,sí? - -ué. .. ? --balt¡uceé Oriana. -¿Q- cosa? tamtrién se rnostró inte-¿Qué -Cainila resacla, lógico (aunque seguía sin quejarse, el ternor Ia hacía temblar)
Martina continuó con su explicación: tapamos bien ---cada una en su cama-_ y -Nos estiramos los brazos, bien estirados hacia afuera, hasta darncs las rnanos. Enseguida, lo hicieron. übviamente, Oriana fue la que se sintid rnás arnparada: ai estar en el rnedio de sus dos amigas y abl-rr los trrazos en cruz, pmdc, sentir un aprptoncito en ambas manos. suerfuda, Ori!, ¿eh? --brorneó Camila. -¡Qué fu carna se recibe cornpañía de li¡s dos
lados...
-Desde
-En
carnbio nosotras... -*completó fo{anina-
sélo ccn una rnano... Y así --
-a
muy valientes! Las felicito serviries el desavu--y no en la cama, para mimarlas un poco, despr"lés de la noche de nervios que habían pasado. tan valientes, señora... Al rnenos, yo no... me gusta.
¡Son -Así la abuela las besó y les prometió
-No Oriana, algo avergonzada por su cornpofta-
-susurró riiiento de la víspera-.
Fue su nieta la que consiguió que
nos calmárarnos... Tras esta confesión de la ngna, padres y abuela quisieron saber qué habí¿rr hecho para no asustarse de¡nasiado.
Entonces, las tres amiguitas les contaron. taparnos bien, cada una en su carna eomo
ahora.
.
.
-Nos
los l¡razos así, como ahora'..
-Estirarnos las rnanos con fuerza, así, como dimos
ahora..
-Nos "
¡Qué impresión les causó lo que comprobaron en ese instant¿, María Santísirna! Y de la misrna no se libraron ni los padres ni la abuela. Resulta que por más que se esfc.¡rzaron --estiran-
do los brazos a rnás no poder-- sus rllanos infantiles no llegaban a rozarse siquiera. ¡Y había que coffer las carnas laterales unos diez centímetros hacia la del medio para que las chicas pudielas puntas de los riedosi ran Iocarse -apenassentiSin ernbar.rgo,las tres habían -realmentedr.r que sus firanos les eran estrechadas pol otras, no bien llevaron a la acción la propuesfa de Martina. **¿Las manos de quién??? enton-exclamaron ces, mientras los adultos trataban de disimular sus propios sentimienl.os de horror.
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quiénes??? --corrigió Oriana, con una -¿De mueca de espanto. ¡Ella había sido tomada de ambas manos!
Manos"
Los Muyins'
i
Cuatro manos más aparte de las seis de las niñas, rnoviénctrose en Ia oscuridad de aquella noche al encuentro de otras, en busca de aferrarse entre sí. lvlanos humanas" Manos espectrales. (Acaso veces, de tanto en l.antr- los fantas-a uras también tengan rniedo".. y nos necesiten.. ")
En la época en que Kenzo Kobayashi vivía en Tokyo y era un muchachito acaso de tu misnra eriad, no existía la luz eléctrica. Ni calles, ni caminos, ni carreteras estaban iluminados como hoy en día. For eso, a partir del anochecer" quienes saiían fuera de las casas debían hacerlc¡ provistos de sus prias linternas. Era así como bellos faroies de papel podían verse
aquí o allá, encendiendo la negrura con sus frágiles lucecitas. Y como decían qr.re la negrura era especialrnente negra en las lomas de Akasaka ---cerca de donde vivía Kenzo-- y que se oían por allí -*durante las noches- lcs más extraños quejidos, nadie se anirnaba a atravesarlas si no era bajo la serena protección del sol. De un lado de las lomas había un antiguo callal, ancho y de aguas profundas y a pafiir de cuyas orillas se elevaban unas barrancas de espesa vegetación. Del otro lado de las lornas, se aizaban los imponentes paredones de uno de los palacios imperiales. Toda la zona era muy solitaria no bien comenzaba a despegarse la noche desde los cielos. Cualquiera que algún rnotivü-* se veía sorprendido cerca cle las lo-por mas al oscurecer, era capaz --€ntonces- de hacer un extenso rodeo, de caminar de más, para desviarse cle ellas y no tener que cruzarlas.
rE Kenzcl era una criatura muy imaginativa. Lo volvían loco los cuentos de hadas y cuanta historia extraorclinaria solía narrarle su abuela.
For eso, cuando ella le reveló la verdadera causa clebido a la cual nadie se atrevía a atravesar las lomas ciurante la noche, Kenzo ya no pensó e¡i otra cosa que en arrnarse de valor y hacerlo él mismo algún día.
-_Lcs rnuyins. Por allá andan los muyins entre las había contaelo su abuela, al consirierar que sombras -le su nieto ya era lo suficienternente grandecito como para enterarse de los misterios de su tierra natai-*. Snn animales fantásticos. De la montaña. Bajan para sembrar el espanto entre los hombres. I-es encanta lr.lrlarse rnediante el ter'¡or. Aunque son capaces de tomar apariencias humanas, no hay que dejarse engañar, Kenzo; las lomas están plagadas de muyins. A los pocos desdichados que se les aparepara contarlo, debido al cieron, casi no viven -despuéssusto. Que nunca se te ocurra cruzar esa zona de noche, Kenzo; te lo prohíbo" ¿entendiste?
La euriosidad por conocer a ios muyins crecía en el chico a rnedida que su madre iba marcando una rayita ¡nás sobre su cabeza y contra una columna de madera de ia casa, como solía hacenlo para medir su altura dos o tres veces por año. Una tarde, Kenzo decidió que ya había crecido io suficiente como para visitar las lomas que tanto lo intrigaban. (En secreto ---claro- no iLran a darle perrniso para exponerse a semejantes riesgos.)
Los muyins... Fodría decirse que Kenzo estaba obsesionado por verios, a pesar de qr.le le daba miedo --y mucho-- que se cumpliera su deseo. Y con esa sensación dcble partió aquella tarde rumbo a las famosas lomas de Akasaka, con el propósito de recorrerlas sin otra compañía que la de su propia iintema,
t9 Obviamente, a su mamá le mintió y así consiguió al tío Kentaro en el -"Encontré bambúes. Thmque ffenzar pitlió lo ayude a rne nrercado; bidn se lo pidió a los prinios Endo. Está atrasado con el trahajo y dice que así podrá terniinarlo para mañana, como prometió. Me voy a quedar a dormir en su casa, madre. El tío Ke¡rtaro vivía en las inmediaciones del antiguo canal, pr:r lo que la mamá cle Kenzo no dudó en per-
que lo dejara salir solo:
mitirle que pasara la noche aliá. sueñes cein volver hoy. Mañana, cuar¡cio el -Ni sol ya esté bien alto, ¿eh? En aqr-rella época, tampoco existían los teléfonos, de mcclo qile la mentira de Kenzo tenía pocas probabilidarles de ser descubierta. Aclemás, no era un muchacho rnentiroso: ¿,por Qué dudar de sus palabras?
Apenas comenzaba a esconderse ei sol cuandc Kenzo arribó a las lomas. Debió aguardar un bue'n rato pera encender su linterna. Pero cuando la ence¡rdió' ya se encontmba en Ia rnitad de aquetla zorLa y de la oscurirJad. Se despiazaba muy lentamente" un poco deLrido al t*rnor ele ser serrprendido por algún rruvin y otrc poco a causa de que ia lucecita de su iinterrra apenas si le pennitía ver a un metro de distancia.
De pronto, se sobresaltó. Unas pisadas iigeras, unos pasitos suaves parecían haber ernpezado a seguirlo. Kenzo se volvid varias veces, pero no bien se daba vuelta los pasos cesaba¡r" Y él no alcanzaba a descubrir nada ni a nadie. Era como si aiguien se ocultara en el misms instante en que el muchacho inlerrtaba tomarlo despre-
venido con su luz portátil. Sí, era incluclable que alguien se esccnciía entre los arbustos. Y que desde los arbustos podía obsenv'a¡io clararnente a él: el simpático rostro de Kenzo se destacaba entre aqr.rella negrura, cátridamente ilunlinado por la linterna.
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Durante dos o tres fines de semana más, este e¡:i sodio se repitió tal cual. Kenzo continuaba con las mentiras a su madre para poder volver a las lomas. ¿Sería un muyin esa silenciosa y pelurbadora presencia que Io scguía y lo espiaba'? Y si era así, ¿por qué se rnantenía oculto?, ¿por qué no lo atacaba de una buena vez, apareciért. dose -de golpe-- para darle un susto mortal, como dccían que a esos seres les divertía hacer?
Al f¡n,
una noche, Kenzo iluminó una pequeña si-
lueta femenina que se rnantenía agachada junto al canal, L.a veía de espaldas a é1. Estaba sola allí y sollnzaba con intinita tristeza. Parecía la voz de un pájaro desamparado.
Con desconcierto pero igualmente conmovido, el ruruchacho prosiguió üon su inesperada inspección, mientras ella aparentaba no tomar en cuenta su proximidad, continuaba de roclillas junto a la orilla del canai, gimiendo. Era una niña de la edad de Kenzo. Estaba vestida con su¡no retinan¡iento. También su peinado era el típicrr de las jovencitas de muy acornodada familia" La confusión de Kenzo se iba canvirtiendo en gigante. ¿Qué iracía esa mujercita allí, sola, nada menos quc en aquella z"orla y a esas hor¿s de la noche? De pronto, se anirnó y caminó hacia ella. Si una
Ella seguía gimiendo y tapiindose el rostro'
-Distinguida (:()nteSte.
señorita, le suplieg que rne
Aunque proveniente de una modesta familia camde la Jrcsina, la educación de Kenzo no había dependido ¡nayor rf ñtenor riqueza que poseyeran sus pa*lres sino de c¡ue ellos ,¡aloraba¡l _-por sobre todo* la educación de sus hijos. Por eso, él podía expresarse con rnodales gentiles y palabras elegidas para acariciar los oíd¡rs de cual-
quier damita. lnsistié, er¡tonces: ---Le repito, honorabie señorita, permita que le ofrezca mi ayuda. No llore más, se lo mego. CI -*al mentl(- dígame por qué liora así" l-a niña se dicl vueita rnuy lentamente' aunque mantenía su carita tapada por la manga del kimono. Ifunzo la alurnbró de lleno con $u linterna y fue en ese rnornento que ella clejó deslizar la manga apenas, apenitas. El rnuchacho contentpló entonces una frente perf'ecta, amplia. hermosa.
Pero la niña llcraba, seguía llorandoAhora, su voz sonaba rnás que nunca cc¡rno la de
nena era capaz de internarse en las lomas, cqrn rnás razrln
un pájarn desarnParad,o. Kenzo reiteró su ruego; su corazón cornenzaba a sentirse inteilsarnente atraído por esa voz, por esa personita. [Jna sensación rara que jamás había experimentado an-
é1, ¿,no?
tes lo invadía.
El muchacho le habló, entonces, pero ella tampoco se dio vuelta. Ahora ncuitaba su carita entre los pliegues de una de las mangas de su precioso kimonr: y su llanto había crecido. ¿Lln pichón de hacla perdiclo a la intemperie, tal vez'l Kenzo le rozó apenas un hombro, muy suave-
--Cuénterne qué le sucede, por favor..' Salvo la frente -{ue mantenía descubierta- ella fin- le dijo: seguía ocultándose cuando -por --Oh... Lamento no poder contarte nada..' F{ice una promesa de guardar silencio acerca cle lcl que me pasa... Ilero lo que sí puedo decirte es que fui yo quien te ha r:st¿rdo siguiendo durante estos días" No r¡le animaba a hablarte, pero ahora sientü que podernos ser amigos..' ¿No
mente.
-Fequeña
dama
-le
dijo entonces-. No llore
así, por favor. ¿Qué le pasa? ¡Quiero ayudarla! ¡Cuénteme qué le sucede!
es cierto'?
Kenzo le tocó apenitas el pelo: pura seda.
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x2
En ese instante fue cuando ella clejó caer la manga por completo y el chico *horrorizado- vio que su rostro carecía de cejas, que no tenía pestañas ni ojos, que le faltaban la nariz, la boca, ei mentón... Cara lisa. Cdmpletamente lisa. Y desde esa especie de gran huevo inexpresivo partieron unos chillidos burlones y -*enseguida- una carcajada que parecía que no
iba a tener fin. Kenzo dio un grito y saiió corriendo entre la negrura que volvía a empaquetarlo todo' Su linterna, rota y apa¡¡ada, quecló tirada junto al canal.
Y Kenzo, corrió, corrió. corrió. Espantaclo' Y corrió y corrió, mientras aquella carcajada seguía resonando en el silencio. Frente a él y su carrera" solamente ese túnel de la oscuridacl que el chicn imaginaba sin lbnclo, como su miedo.
cuando ya lo perdían las tt¡erDe repente -y varias lintemas a lo lejcs, casi donluces de zas- vio las de las iornas se fundían con los murallones del castillo imperial. Desesperado, se dirigió hacia allí en busca de au-
xilio. Cayír de bruces cerca de lo que parec{a un catllpamento de vendedores amtrulantes, echados a un costado del carnino. Totlos estaban de espaldas cuando Kenzo llegó. Parecían dormitar, sentados de cara hacia el castillu. Socorro ! ¡ Socomo ! --exclamó el muchacho---
--¡ ¡Ohl ¡Oh! -y no podía decir más. preguntó bnlscalnente el te pasa? -le -¿Qué por detrás- parecía el más viejo del grupo' que -visto Lcs clenlás, permanecían en silencio. ¡Ahl ¡Oh! ¡Qué honor! ¡Yo!...,-Kenzo -¡Ohi lo que le había sucedido, tan asustado explicar iograba no com(} est¿ba.
Ie hirió alguien? No... Pero... iOh! asaltaron, tal vezT -¿Te Oh, no... -No... pregunsólo te asustaron, ¿eh? -le -Entonces, vieio el más parecía que ese con aspereza té nuevamente del grupo. que... ;suerte encontrarlos a ustedes! ¡Oh! -Es Encontré una niña junto ai canal y ella espanto! ¡Qué cra.. . clla rne mostríi.. . Ah. no; nunca podré contar lo que ella rne mostró... h4e congela el al¡na de sólo recordarlo'. ' Si usted supiera... Entonces, como si los integrantes de aquel grupo se hubieran puesto de acuerdo a una orilen no clada, todos se dieron vuelta;v miraron a Kenzo, con sus rostros iluminacios desde los mentones con las luces de las lintemas" Ei viejo se reía a carcajadas. estremececloras ccrlno las de aquella niña, rnientras le decía: ---¿Era aigo como esto lo qr-re eltra fe mostró? I-as calcajad¿rs de los demás acom¡rañaron la
-¿ -*No...
pregunta. Kenzo vio entonces --aterrorizado- ciiez o doce caras tan lisas como la de la nlña rJel canal. Durante apeinmeciiato-* tccias las nas un instante las vio porque -de de palanacosy ei coro linternas se apagaron cesó y el muchacho quedó soio, prisionero r1e la oscuridad y dei silencio, hasta quc el sol del ail'lallecer lo del'c¡lvió a la vida y a su casaLos rnuyins jarnás volvieron a recibir su visita'
La casa viva
Al comenzar
éste --s¡.¡ cuento_*, la familia AIco-
bre estaba cenando en el comedor de su confortable piso ciudadano. Era una farnilia "tipo": paclres y dos hijos. rnadre- comJuan --el padre- y Claudia -la ponían un matrimonio joven. En cuanto a los hiios, Marvin tenía catorce y Greta doce cuando sucedió la historia que los comprende corno protagonistas. Era diciernbre o principios de enero, segrin lo indicaba un árbol de Navidad instalado en un rincón de la sala y a cuyo pie se encontraba un tleilo pesebre de cerámica, producto de las manos de Greta. Ella era una apasionada por esa artesanía. Todos estaban alegres durante aquella cornida: acababan de comprar una casa de vacaciones. Su conversación giraba entonces- en torno de esa importante adquisicién: ubicada sobre la que va a ser la JUAN: -Está aveni
CI-AUDiA:
una casa preciosa y está puesta
-Es a nuevo. Todavía no rne explico cómo tuvimos la suerte de
$c
t7
conseguirla por la mitad de 1o que -en realidad- vale. GRETA:-_f[¡¡¡¡n, ya me imagino... Seguro que papi empezó a pedir descuento y descuento, como hace cada vez que le toca comprat algo... MARVIN: ,. ...y terrninó mareando a los de la
hermosa, tal corno los padres habían dicho. Amplia, total-
inmobiliaria, que se olvid¿ron algunos ceros en la cifra de venta.
CLAUDIA: de eso. El precio que paga-Nada mos por la casa es el que la inmobiliaria -exactarnentefijó. Bien barato, sí, aunque cueste creerse. JUAbt: --Lo que pasa es que en esta época.., la situación económica del país... Entonces, con tal de vender..
"
GRETA: ¡No doy más
-¿Cuándo
viajamos a "I-a Resoiana"? del rnar!
cie ganas de conocer nuestra casa
MARVIN: viernes, nena, ¿no lo oíste? '_No bien tu padre y yo salgamos del CLAUDIA: -El trabajo. Ahededor de las ocho los pasamos a buscar. JUAN: a las nueve. Quiero hacer revisar -Mejor los ftenos y cargar nafta. GRETA: y yo vamos a tener todo listo -Marvin para el viaje. S{ARVIN: torneta y tu cargamento de arci-La lla, sin dudas... qué? Por lo menos, "/oy a aproveGRETA: -¿Y clrar las vacaciones para hacer algo mds que nada... como unO que yo conOzco... El esperado viernes de la partida llegó al fin y los Alcobre salieron en su auto rumbo a "Villa La Resolana". Con la ansiedad que tenían por estrenar la casa nueva, ios trescientos veinte kilómetros que los separaban de ese solitario paraje marítimo se tres antojaron mil; sobre todo, a los chicos.
Arribaron al amanecer.
La casa de vacaciones era --verdaderamente-
mente refaccionada, luminosa. Amueblada con exquisito gusto. Decorada con calidez' Parecía recién hecha' Sin embargo, su construcción databa de principios de siglo. Greta eligió para sí una de las cuatro habitaciones de la planta alta, la única que se abría a un espacioso balcóm-terraza con vista al mar'
viva! --oPinó Marvin" los cuatro Aicobre lo dedicaron a acornodar todq¡ lo que habían llevado y a darse unos saludables bañcs de rnar en la playita que parecía una prolongación de la casa, tan cerca de ella se extendía" Tan cerca, que habría podido considerársela una playa privacla' Además, alejado corno estaba el edificio de los otros de la zcna, a los Alcobre se les figuraba que tocia la "Villa La Resolana" formaba parte de su patrimonio' ¡Qué
-¡Qué Ese fin de sernana,
paraíso! I-os padres partieron de regreso a la ciudad el domingo a la noche. Aún les restaba una selnana de trabajo para iniciar las vacaciones. Partier<Jn con rnil recomenelaciones para los chicos, como era de prever. Sobre todo, que no se apartaran clemasiado de las orillas al ir a bañarse en el mar, que no salieran cle la casa después de las nueve de la noche, que se arreglaran pÍil'a las comidas y bebidas con la abundante provisión que les dejaban en la heladera y en el freezer __así no debían ir al centro del pueblo mientras peffnanecían solos, aunque no quedaba tan lejos de allí*- y que
--por cualquier cosa- los ilamaran por teléfono __Es telediscado. Ya lo probé para telefonear a los abuelos y los tíos y funciona perfectamente --les comentó ia madre--. Ah, y papi acaba de conectar el contestador automático que trajirnos de su estudio para usarlo acá durante estos días. Así, nos quedamos tranquilos si no-
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tü sotros necesitamos comunicarles algo con urgencia y ustedes están en la playa. Tienen que escucharlo todos los días, ¿eh?
lío por cuatro
locos.'.
--Ay, mamá, cuánto Marvin., -protestó Greta. otro consejito? -ironizó -¿Algún que por colo encareban excitados Sin enrbargo, ctrías
mo su prirnera aventura "de grandes", to¡naron las recomendaciones de buen hurnor y prometieron a todo que sí. Antes de despedirse de los padres, los sorprendieron colocando al frente del edificio un cartei -gratamentehecho en cerámica por Greta y primorosamente pintado por Marvin. Decía: "L"A CASA VIVA". Si bien los chicos expiicaron que se les había ocurrido bautizarla de ese modo porque les parecía que formaban parte de ella desde siernpre. que en ese paraíso particular se sentían tan cobijados y córrlodos cerrno en ei departamento del centro, lejos estaban de suponer que ha-
bían acertado eon el tr¡rmbre iusto.
Ya era cerca de la madrugada cuanclo Greta y Marvin decidieron ir a domnir. Había¡r estadc) jugarrdc a los dados en ia sala de la planta baja. h{ientras subían ia escalera de made¡'a que los conducía a sus habitaciones, Marvin resbaló. Si no hubiera sido porque Greta logró atajarlo que se encontraba dos escalones más abajo- buen -ya ponazo se hubiese dado al rodar desde allí arriba. --iQué raro! --comentaban más hrde, al ¡:bservar la vieja gorra marinera que había ocasionado el rest¡aién-" No es de papá. ¿Cómo no la virnos antes? ¿,Quién la habrá dejado en ese peldaño? La gorra era una de esas que fbrrnaban parte de lo$ trajes marineros que solían us¿r los varones a principios <Je siglo. ¡Qué rarol Más tarde, ya en su cuarto y en su cama, Greta
sintió blandas pisadas que recorrían su balcón-terrilza--sugestionada. Eso es. Estoy totalmente sugestionada por ei asunto dc la gorra -pensó. Encendió el velador y se levantó con decisión. haciéndose la vaiiente corno cada vez qtte algo le producía lem()r.
la
un tirón de Frcndié el farol de ia teraza y -de del co¡linadc¡s correspondiente soguita- corrió los
v.:ntanai.
No había nadie allí. Salvo la mesa y l¿¡s dos mecedoras de mimbre, naciie ni nada. Dejó ia luz encendida calmarse- y volvió a su carna. -para FJo vio entonces .-por suerte--- que una de las mecedoras ernpezaba a balanceal'se lenlamcnte. com(\ si alguien invisible la trtrbiera ocupado .v rnirara hacia adentro. La mecedora siguió baianceánclose hasta el amanecer.
Greta aítn <jonnía cuando unas huellas de ples grandes que ias suy'as-=ftre-
-y no rnucho más ron fbrrnániio$e en la arena, dcsde la parte infcr"ior de la
rlescalzos
debajo de su'cuarto_* y en di¡:ección al mar' --juster Las últimas se perdieron en las odllas y las olas se las traga; on de inmecliato. casa
I)urante la mañana del lunes, ios hermanos disfiutaron cletr mar y de ia p1aya. Marvin estatja entretenjdo con su tabla de s¡rrf.
Greta tomaba sol sobre una ioneta mientras que ¿r ratos- leía una novela de amor, ultra romántica' -dc de esas quc si se ¡rudicran rctorcct'como una toulla cmp'rpada, seguro que chorrearíair almíbar. l)e pronto, el calor la venció y se quedó dorrnida' No habría pasado un cuarto de hora, cuando la desperté una caricia húmetla sobre una mejiila' Sin aLrrir los ojos, protestó:
¿l
ú Marvin;,no molestes. -Ufa, La caricia recorría ahora su espalda; era un dedo ínclice marcando suavemente el contorno de su columna vertebral. Sintió un cosquilleo' Ahí sí que abrió los ojos, enojada: posible que no puedas dejarme en paz? -¿Será ¡Qué sorpresa! A Marvin podía contemplárselo en el mar, aún jugando con st! tabla. Y debía de ser el reflejo del sol el que le hizo ver a Greta algo así como la delicadísima forma de una mano de muchacho, flotando un seguid¿- dssv¿nsss¡5e instante a su alrededor para -en en bl aire en dirección al mar. La chica se inquietó. entonces-' ¡Ya estoy achi-gritó -¡Marvin! charrada! ¡Vuelvo a la casa! ¡El sol me está haciendo ver visionps
!
¿Dónde estaba Marvin? Un segundo antes, ahí, frente a ella. a gntar, entonces, ¡Marvin! -volvió ¡lvlaarviiin! Su herrnano salió del mar cinco minutos despttés, con ia frente herida Y sin la tabla. Greta lo vio corretear hacia ella, sujetándose la cabeza con ambas rnanos mientras le decía: __No pasó uada grave' Un pequeño accidente' pero tra tabla se me escapó, caí al agua y la sé cómo No maldita voivió contra mi frente con la fuerza de un millón de olas. en la casa- Greta curaba la heriMás tarde
-¡Marvin! empezando a asustarse_-.
-ya
da de Marvin.
parece que vayamos a una farmacia?, ¿que
-¿Te llamemos a n'lamá? .-No, nena, no es nada. En
dos o tres días ni cicatCz me va a quedar. Lástima que perdí la tabla' '. Ese lunes transcurrió sin que ningún otro episodio desagradahle turbara la tranquilidad de los hermanos' bien. Todo "al pelo" --les contaba Greta
-Todo
esa noche a sus padres, cuando elios les telefonearon para saber cómo andaban. Después de la charla telefónica, comieron y jugaron a las cartas hasta casi el aüranecer.
Ambos dormían ya en sus cuartos en el momento en que algo empezó a agitarse por el aire en la habitación de Marvin. Producía un sonido como de hilos de seda que el viento zarandeaba.
El muchacho dormía profundamente' Y nunca se hr¡biera despertado debido a ese ruidito a no ser porque --de repente- esa especie de madeja de hilos se depcsitó sobre su cara y se apretó contra ella, comenzando a quitarle el aliento. Al principio, Marvin reaccionó instintivamente, domidcl corno estaba. Sus rnanos ilttentaban desprenderse de esa maraña que amenacuando sintió su boca llena de pelos con sabor a sal, se despertó agitaclísixno.
-iníltilmente-zaba ahogarlo. Recién
Luchó con fuerza para librarse de aquello que ---a la luz del día que ya ilurninaba a inedias su cuartü-pudo ver que era una cabellera. Una abundante, ondulada y rtrbia cabeilera que lo abandonó cuando Marvin estaba a punto de ciestrozaria a manotazos. Corno si volara despacio. se rnovié de aquí para prontc- salió por la ventana enallá por el cuarto y
-de
treabierta, en dirección al mar.
Marvin se ser¡tó en su cama. 'Iranspirado y con taquicardia, tardó en reaccionar. La cabeza le hervía, ei üuerpo también.
fiebre! ¡Qué pesadilla, demoniosl __y -¡Tengo recomponién,.1ose, ftie hasta ei trotiquín del traño en busca de aspirinas.
voy
a hacer r:aso a Greta
y vamos
sigo así, le -Si a ir hasta una fannacia para que me revisen la herida ¿Se me habrá infectado? ¡Flor de pesadilla tuve! ¡Deliraba!
at
"12 Y todo ese martes permaneció en el lecho, atendido y mimado por su hermana, a ia que no le contó ni una palabra de lo sucedido. lo rniedosa que es, si le cuento mi sueño -Con capaz que quiere volv,.qr a la ciudad' Greta pasó las horas de enfbrmera improvisada junto a la cama de Malvin y muy entretenida con su modelado de figuritas de arcilla. Hizo varias, pero la que rnás le gustó fue un florerito con la forma de una bota. Las pintó a todas y las puso a secar sobre la mesa de mimbre de su balcón-teftaza. Enfrente, el bello mar y ei constante rugido de las olas. Entre elias, Lrn constante gernidr:, inaudible desde la playa. de la Cuando los padres les telefonearon -cerca hora de cenar- el informe de los chicos fue el misrno que el del día anterior. bien. Todo "al Pelo".
-ToCo
El nliércoles a la mañana
tempranito y
-bien que Marvin dormía plácidarnen-
después de cornprobar te- Greta bajó a caminar por la playa. Volvió para la hora de desayunar; quería despertar a su hermano con una apetitosa bandeja repleta de tostadas y dulce de leche. Cuando intentó abrir la puerta de entrarJa a la casa, sintió que alguien resistía del otro lado del picapone. La puerta ---€ntre que ella empujaba de un lado y alguien, del otro, impidiéndole el accesc¡- se mantenía apenas entreabierta.
Marvin, qué tontería! ¡Espero -¡Vamos, abras de una buena vez!
que
Nadie le contestó" Greta espió por el agujero de la cerradura y pudo ver una tela rayada, como la de las mallas antiguas aunque eita lo iqnorara.
broma es ésta, Marvin? ¡Que me abras de ¡Dale, bobo! Greta volvió a empujar. En esta oportunidad, ya nadie resistía del otro lado por lo que entró a la sala casi a los saltos, impulsada por su propia fi)etza. te escondiste. Sí que estás en la
-¿Qué inmediato, te digo!
-Y -encimaedad del pavo, Marvin, ¿eh?. Un leve chasquido -que provenía de uno de los ventanales corredizos- la hizo darse vuelta.
Greta se clirigió --entonces* al ventanal y separó con vigor arnbos cortinados. A través de las persianas ----corno si éstas fueran de aire y no de madera- escapó haeia la playa el reflejo 'Je un muchacho rubio y vestido con malla de otra época. Fue una visión fugaz. Greta sol-
tó un chillido.
Man'in se apareció -de repente- en lo alto de la escalera, casi con la almohada pegada a la c¿ra y protestando: se puede
fica
-¿No este escándalo?
donnir en esta casa? ¿Qué signi-
Durante el desayuno --que tomaron en la cocina- Creta estuvo muy callada, pensativa. Después, le contó a su hermano el asunto de la puerta y de la silueta transparente. Marvin revisó el picaporte^ Aseguró que estaba medio enmohecido y le echó unas golas de lubricante' En cuanto ¿ la silueta... leer esas novelas de amor inflama los se-Tanto sos, nena... ¿No ves? Ya estás imaginando que se te apareció un enamorado invisible... Tal como cuando había bautizado a la vivienda como "la casa viva", nuevamente había acertado en la denominación de ios raros f-enómenos que se estaban desarrollando allí. Fero tan sin sospecharlo.. ' El muchacho trató de convencer a su hermana de que allí no pasaba nada extraño, pero lo cierto era que no
4
a3
podía dejar de pensar que sí aunque
-{omo varón- le
costaba reconocer sus propios miedos frenfe a Greta: '"Pér-
dida de imagen, seguro". Y cuando ella le agradeció la cantidad de caracoles y piedritas con los que había encontrado llena la bota de cerámica, Marvin le rnintió y itió haber sido él quibn había juntado esos regalitos.
Las pisadas habían partido cerca de la casa y llegaban hasta casi las orillas, hasta el mismo lugar donde la carreGreta y Marvin sintieron pavor y regresaron -a ra- de vuelta adentro"
Pero la verdad era que n0.
Como la noche había sido tan serena, pudieron la mañana siguiente- las marcas en la areobservar
¿Quién, entonces?
na de sus propias huellas más otras, esas que los habían se-
Después de almorzar
y dormir
una breve siesta, los herrnanos decidieron bajzr a la playa a juntar almejas. **Cuando vengan papi y mami vamos a recibirlos con un festín. Y allá fueron los dos, con baldes y palas y estuvieron recogiendo los bichos hasta el ata¡"decer. Cuando regresaron a la casa. encontraron las paredes muy sudadas, como si fueran organismos vivos que habían soportado ---estoicamente- los reinta y pico de grados de temperatura que había hecho esa tarde. En el sofá de la sala, la presión sobre los almohadones indicaba que alguien había estado descansando alií. En los peldaños de Ia escalera, huellas de arena que iban hacia la planta alÍa. Para los tres hechos, Ios hernlanos hallaron explicaciones más o menos lógicas. Ninguno de los dos quería confesar que empezaba a sentir verdaclero miedo, mucho miedo. Aquélla fue una noche de luna llena" Todo el paisaje marino parecía detenido en la inmovilidad de una tar-
-a
a la luz del guido y que -ahora, perdían en el mar.
sol-- miraban cémo
se
a mami. Quiero que ellos vengan -Llamernos antes, que adelanten el viaje.'. o nos vamos nosotros, rogaba Greta a su hermano-. Tengo miedo; Marvin
-le
estoy muerta de miedo. vamos a preocupar mucho. Y -además-Los por un fantas¿qué les clecimas? ¿Que estamos asustados ma? Si el sábado a la madrugada ya van a llegar... Dale' nena, confianza... No seré Superhombre pero conmigo no va a poder un vulgar fantasmita... Después de todo, estamos bien, ¿o no?
Semi-convencida, Greta dijo que sí; durante el resto de ese día se quedaron a corner en la playa, provistos como habían ido con una canasta de alimentos' sÜmbrilla, reposeras, revistas, paletas y la infattable novela de amor" cle Greta. Pasaron un día "bárbaro", como decían ellos. [.a inquietud de las horas pasadas parecía haber quedado defi nitivamente atrás. Pero no.
jeta postal. Después de hablar por teléfono con sus padres, Greta y Marvin salieron a caminar un poco por su playita "particular".." Estaban alegres tras la conversación. ¿Un "poco" caminaron? ¡Poquísimo! Porque ambos -ahoraiban juntos y ambos pudieron oír cómo eran seguidos por unas pisadas, dos o tres metros a sus espaldas. Sin embargo, por allí no caminaba otra persona que los hermanos.
de las Cuando regresaron a la casa -alrededor Estaba baño' ocho de la noche- Marvin subió a darse un convertido en una "milanesa humana", después del juego de enterrarse en la arena hasta el cuello.
Greta sacudía las lonas *antes de entrar- cuando alc,anz6 a oír el piiiiip del contestador telefónico, anunciando que acababa de grabarse'un llamado' Conió al aparato'
¡10
*7
--Llamado de mami, seguro -pensó. Puso en funcionamiento el rebobinador de la casete de grabación y se dispuso a escuchar el mensaje. Lo que escuchó ie sacudió el corazón. Era la voz de un jovencito .-sin dudas.*' que se expre-satra medio como pegando cada palabra con la si-
Y el par de pies se encaminó hacia las escaleras y lts clescendió a todo lo que daban. Greta continuatra gritando, aterrorizarJa. Ei canturreo de Marvin se interrumpió" Enseguicla, un ruido en el baño --de caño que cae_* y un golpe contra el piso. Greta chillaba; gritaba y seguía alií, acos{ada soparalizada y gritandc. parquet, bre el Pronto, estuvo lvfarvin a su lado. !'enía reng*eando. I-e sangraba una rodilla' *¡Casi rne rnatol ¿Qué te pasa? Ai oír tus gr"ltüs corrí la cortina de la ductla y se ffie vino abajo' con cafic' y tqido. Menos naal que restralé ccntra el bidet' " ' h4ás tarde, Greta le contó lo ocurrido' Aún
guiente, tal corno si hiciera un esfuerzo sobreliumanc para hatrlar y que decía: Aamoooa-
-EestoooyenamoraaadodeGreeta.
Greetaa. QuleeroqueedarmesooloconGreetaa... Estas tres oraciones -*estiradas como goma t1e mascar- erarl repetidas hasta que concluía el tiernpo de grabación con rtn largo susXriro entrecoltado. - La chica corrié escaleras anitra. Se aía ia ducha y el canturueo de Marvin" Y¿ iba a llarnarlo --*angustiadacuando vio q*e el teléfona del cuario de su f¡errnano estaba r:L1scoigado.
fue é1. Qué brorna siniestra r¡e hi;¡o etr conrienadr¡. Ya me las va a pagar. Errtró en ei cu;¿r{o de Marvin --de ¡runtill¡xs--- v colgó el aurici¡iar. --Ahora- va a venir aquí a vestirse. B¿¡en susto le
-Ajá"Conque
voy a enar.
Y Greta clecidió r:cuitarse
lioratra"
h'{arvin se vencial:a la ro¿lilla, rni*ntras inteiat¿tba calrnarla y defenderse de la acusación de haber graL'ado un rnensa.je.
Del asuntc ele ios pies, rnejor *to hablar. I'io sabía qué decir y ei sólo irnaglnal el episcrdio le producía escalcfríos. Cuando trataron de escuchar &ülevaffienis el mensaj*, no lo utricaron. Se había borrildc" Greta--" Y -_Te juro que yo lo sí -sollozaha tannbiérr vi esss pies debajo de tu cama--Hstá bien. F{oy v*all"¡os a dorrnir juntos, ¿eh? Al rato, trasladaron la cama de Marvin al cuarto de Greta, q{re era más amplio. Cerrarun cuicJadosamenfe bien bajas incluidas- y todos los ventanales -persianas tra easa. de iuces dejaron encendidas l,ts
A
las cuatro de la rnadrugada del vietnes. unos
tirnt¡razos insistentes,
Los dos se despabilaron enseguida,
sobresal-
tados corno habían pasado aquellas horas sin poder rJor-
rnir en paz.
,
¡to
¡lg
I-os timbrazos continuaban. Ahora golpes dados conra la puerta -tambiénprincipal y contra las persianas de la planta baja.
la niña lograra ahogar un grito )' cofrer a su cama' Induda-
¿Quién sería? Mueftos de rniedo, los hermanos der;idieron bajar. --¿Quién es? a dúo. -preguntaron Las voces de sus padres casi les provocan un cles-
mayo de feiicidad. Se abaianzaron a la pirefta. Quitaron todas las trabas y la abrieron. Al rato, los cuatro esta-finah¡rente-ban instalados en la sala, tomando un reconfortante choco-
late los chicos y unas copitas cle cognac Juan y Claudia. nervicsos como habían viajado. el viaje porque durante todo el -Aclelantamos día de aver" el teléfono de aquí daba ocupado. Pedimos reparación pero no pudimos tranquilizarnos" ¡Ay, -igual.* Diss!, qué s{istCI nos llevarnos al encün$ar la casa coirro clausurada, aunque se notaba que estaban encendidas las luces. ¿Qué les pasó? ¿,Contarles toclo? Después de una iigera guiñada cómpiice, (ireta y Ma¡vin resr;lvieron que no, aliviados como se sentían en cornpañía de sus padres y empezandc a sospechar que lo
apaíonternente sucedid
su imaginación. También, había sido la prirnera vez de pn"neba de estar solos tanto tiempo Y tan tre.ios. Únicarnente les dijerein que habían oírJo ruidos extrafros.". y que por las dudas. " " por si algrÍn ladrón... salirnos con los kajaks! --anunció el padre-.-¡lv{añana ,Ahora, ¡a descansar todo el rnt¡ndo! Gret¿ fue al traño. Iira a apagar la luz Dara regresar a su hrabit¿rción cuandc el rostro de un muchácho ruhio abundante cabellera ondulada- se le aparcció fu-
blemente. las alucinaciones no habían terminado' le voy a contar todo a mami" Si guar^ -Mañana tlo en secreto todas estas fantasías voy a acabar viendo extraterrestres -Pensó.esta Pero
-por le permitieran descansar
vez- les pidió a sus padres que
con ellos, como cuando era chir¡uita. Un rato después, los cuatro Alcobre dormían' Primero fue un chasquido proveniente de la cocina y que nadie oyó. Enseguida. otro, más fuefte que el anterior: algc se estaba resquebra.jando" De inrnediatc, un ruido corno de crjstales que se parten contra ei piso' Entonces sí que los cuatro se despertaron' Se apuraron en llegar a la cocina. Todos los azu-
lejos de una de las paredes se estaban despegando corno figuritas de papel, separándose varios centímetros del ce*"nto antes de entrellarse contra las baldosas del suelo" En pocos instantes, esa pared quedó casi desnuda'
Los chicos se asustaron mucho -*por supuest(F- pero el pad:'e opiné que se trataba ele un rnal pegamertto... y que la dilatación de los materiales"' y que ya lc iba a reclamar al arquitecto que se había encargado de las ref-acciones. La rnadre puso en rnarcha ei ventilador de techo para refrescar el ambiente cálido de la cocina cerrada, y ios invitó a otra vuelta de chocolate, mientras le ofrecía un licorcito helado a su marido. Una pausa arnable antes de regresar a la cama' los cuatro se sendespués de aquel disgusto- Así -pues._ t*"n *n tclrno a la mesa redonda, instalada debajo del ventilador. Charlaban acerca de lo acontecido, sin darle ma-
yor importancia. Un crac, seguido de oüo y de CItrCI más, les hizo elevar las miradas hacia el techo,Varias grietas se cornen-
1
ls zaban a dibujar allí, exactamente alrededor de la parte cen-
tral del ventilador que giraba normalmente. El último crac fue la alarma de que el artefacto arnenazaba desprenderse.
--¡Levántense! ¡Salgan de acá, rápido! -gritó el padre, mientras él tarnbién abandonaba su puesto a la rnesa. Los cuatro consiguieron salir de la cocina con la celeridad necesaria corno para salvarse de 1o ciue podía haber sido una catástrofe: el ve¡rtilador de techo se de:¡-
enloquecido* y -'girando aún*prendió -girando se desplornó sobre la rnesa. Instintivamente, la madre se ilevó las nnar¡os al cuello. Los delnás la irnitaron y trageroil saliva.
.*¡Indemnización! ¡Eso es! ¡Indemnización por daños y perjuieics, eso es lo que le voy a pedir al incompetente de ese arquitecto! ¿A quién hizo instalar las cosas? ¡Fodríamos haber sido degollados! ¡Es corno para denunprotestaba el padre, furibrundo, ciarto a ese inútil! -así L¡na vez que el nuevo accidente había pasado sin otra conser:uencia que el gran sustcF-" ¡Mañalla a la tarde lo voy a ir a buscar a su estudio de "La R.esolana" y si no está, sus empleados van a t¡acerse responsables! ¡Qué se cree ése!
¡Cualquiera cie nosotros podría haber caído clegctrlado! --Calma, Juan" El estudio no abre hasta mañana a las seis de la tarde, Hasta entonces, calma, por favor, trataba cle serenar a su rnarido. A la rnedia ¿eh? -Claudia hora, los cuatro se retiraron a dormir siquiera un rato. ¡Qué mañana radiante la de aquel viernes! Totalmente propicia corno para tranquilizar los áninlos rnás alterados.
¿Y el mar? Con el oleaje ideal para salir a dar vueltas con los dos kajaks. yo con papi! ---exclamó Greta, mien-¡Prirnero tras se apresuraba a calzarse el salvavidas.
t1 viva!, ¿eh?
quejó Marvin'
-se no los dejaba salir solos. La mamá, ni sorjar con que iba a encerrar medio cuerpo en esa canoa tipo cscluimal y a luchar contra las olas con la única asistencia -iQué El padre
tlc un remo. Así ftle como Greta y su padre se lanzaron al rnar, c¿rcla uno en su corespondiente kajak. Marvin decidió naCar un rato' i-a rnadre se embadurnó con bronceador y se reclinó en una reposera, de cara al solDe tanto en tanto, controlatra que sus tres deportist¿is anduvieratr por allí, con una mirada atenfa' Ya bastante alejados de la costa pero no tanto corno para que pudiera considerarse una irnprudencia, Greta
y su papá disfrutaban del paseo, sobre una zona sin oleacie seic. lban en fila india. a veinticinco o treinta rnetros prrración uno del otro. De repente, Greta vio unos brazos que salían del aglua y r{ue se aferraban a su ka-lak, corno si quisieran pu'l-
ncrlo del revés.
*gritó
espantada" -[-os¡PaPil trnazos que surgían
--pronto-- ia cabeza y el torso de ltn muchachi¡ estuvieron junto a los de lil niña I-a cara, hinchada, amoratada, ios labi
noche anterior, reflejado en el espejo del bañol ¡Socorro! -volvié a exclaman Greta, -;Papá! una y otra vez, antes de que esos vigorosos brazos juvenilos logranan dar vuelta su kajak'
Prdnto empezó a seritir que se ahogaba, atrapada como estaba en la pt:queña embarc¿rción" Sintió que la besaban' Con desesperación' Y que aciueilos t-rrazos la arrastrallan hacia las profundi
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ül El padre se deshizo de su kajak y nadó hacia el Iugar adonde había visto hundirse a su hija. Logró rescatarla, después de una pelea feroz con qr:ien --en aquellos momentos de horror- le pareció un
embravecido animal .marino. Cuando llegó a la costa --con su hija a la rastrala reanirrró. Greta ya abría los ojos y volvía a respirar por sus propios medios. Fue en esos instantes cuando el papá advirtió que su rnujer no se encontraba en las inrnediaciones. . La reposera, la revista, los anteojos de sol, tirados en !a arena. De ella, ninguna otra señai" Volvió a la casa, cargando a Greta en brazos" Nadie estaba ailí. Angustiadísimo, tornó el teléfono y llamó a la policía, al servicic de guardavidas de la playa cercana. al puestO sanitario. ". No había concluido aún con sus desesperadas co-
municaciones, cuando una arnbulancia se detuvo en la puerta de"l-a casa viva". De ella bajó Claudia, llorando desconsolada. De ella bajaron una camilla en la que yacía Mar-
vin, inerte. Tres guardavidas y dos enferrneros explicaron; el chicc se ahogó despu,ós del golpe" Se aliogó porque el golpe lo desrnayó. l'ambién, tamafia tabla... El irnpacto fue terrible... Nosotros lo sacamos con
-No;
la rnayor rapidez posible, pero ya no había nada que hacer... Mire qué tabla sóiida, aquí está... es la tabla de surf de h,Iarvin, la qr.le per-¡Ésa dió el otro día! la hermana, tan sin consuelo comcr sus padres.
-gritó
Y los tres se abrazaron y lloraronjuntos, hasta casi agotar las lágrimas.
Por supuesto, al día siguiente de la tragedia' los Alcobre regresaron a la ciudad. inmedia"La casa viva" fue puesta en venta -de realique lo de precio del parte to- y por la cuarta -en rlnd-- vaiía. Querían deshacerse de ella lo antes posible' Aún sigue en venta, y eso que transcurrieron cuafro años de aquetr desdichado suceso. Ni siquiera logró alqrliiarse' Es probable que los rumores en forno de lo octirrido a la farnilia Alcotrre trayan circulado con rapidez"'['anrbién.
"
"
Seguramente, volr'erá a quedar abanclonada'-For cuando ellos la "lrrnn y Claudia en esta ocasión-- tal camc rlcscubrieron había sido abandonada por los Padilla, por los C¿rride y por los Ayerza. (Claro que los padres ric Gre-
ignoraban ese detaller-.. de lo contrario" '] Acaso pasen quince o veinle años hasta qiie el rnuchacho rubicl de peio ondr'riado y abundante vuelva a
tl y Marvin
tcner otra oportunidad. ¿,Otra oPortunidad de qué?
De enamorarse. De que se enamoren rfe
é1.
A l¿is inrnobiliarias de "Vilia I-a Re s'¡lana" les intrresa su negocio y --arlenrás- a ellos nc lcs consta se rumor{-'a" c¡r.rr-: cricrtos hcchos hayan sucedido tal corno {'}pirran que se trata cle
casa-
por:os días
s4
-*la
tinica moradora que quiso perrnanecer en la residencia hasta su propia rnuerte, que fle de puro viejita nomás-- aseguraba que el fantasma del pobrecito de su nieto preferido vagaba por arllí, almita en pena a la que ella no podía de.jar sola. Varios años después. los Caride y adelante- los Ayerza --familias que compraron -rnás la casa sucesivamente- dijeron abandonarla- que en ese sitio sr.r-al cedían cosas muy raras. St¡ abuela
Segunda Parte Cuento de l'os angelittts
El Manga N unca visi te s
MaladonnY
.loichi, el tlesore'iado Alguncs cuentan que tanto ios Caride como los Ayerza habían estado a punto de perder una de sr"ls hijas menores en el mar rnientras pasaban ailí sus -ahogadas vacacionesy que los muchachos de arnbas familias o novios- sufiieron extraños accidentes, co-hermanos mo si el ánima se hutriera sentido celosa de ellos. Otros '*los más imaginutivos y soñadores- dique cen ningún i"antasma puede descansar en paz sl fue un ser
vivr-
nunca ha esta'Jo enarnorado o
-mientras que es, acaso, más triste- si muere cuaildo aún na-
-lo die se ha enarnorado de é1.
Ftacía Llocos meses que el matrimonicl forn-rado sus dos pepor Cg¡a y Eloy Molina había llegado -fcn vida nliserable la de qu*nür-'o iu gt"n ciudad, huyendo que llevaban en su Pueblito. Sin embargo, "Tuvimos milcha suerte"' -decíarr' Escs pocos meses habían trastarft¡ para que Eloy
viconsiguiera un trabajo que les perrnitía alqr:ilar una de lieviencia en los suburbios y soñar con que ya hab'rían gar -- tiempos mejores. Cora stl hatría empieaCo como cio'méstica' Durante las haras iie labor fuera
i$tr9--
de las inmediaciones. Sin
la familia
que todo andaría mel$qlllu había mejc'rado y sttponían a aceptai'ese otiecimicnto de 1üu u,in, si P!p: ie rieciclía trasladarse 1á mitad clel año bien al snr del país, contrataé1" do por aquella ernpresa que necesitaba albaiiiles corno recique ia con i.a paga era doble -comparacla resolvía a sepase no honlbre pero el bía en la cir¡dad--
que rarse rle los suyos. Desprués de todo' n<¡ hacía mucho qile su te¡nor trabían de-iado su puebio y le daba algo de rnujer y sus hijos perrnanecieran solos en el nuevo lugar' Fue la misma Cora quien 1o animó'
s7
56
bastante ca-
Le aseguró que ella se sentía pa'z dt desenvolverse en la ciudad y
-ya- decía-, los -según como estaba.
días iban a pasársele volando, tari atareada
volveremos a reunirnos para las fiestas
-le
-Pronto a su mafido.
repetía
Así fue como Elcy se despidió de su muler v sus hijos y marchó rurnbo al sur. --Todos los sábados a la rnañana varnos a llamar promefió Cora a Boris e lván-' papá por teléfono a -les así Jes Así nos enteraretneis tic cémo le va y oye ias v{}ces a ustedes,
-adernás-
¿,eh'/
del Durante varios sábados seguidos -desp*és .¿iaje cle Eloy-- se les vio ---entonces-- a Cora y sus hijos sallendo de su casa bien tempranito. Era largo el trayecto hasta la cabiira teletónica elesde donde podían comunicarse con el padre: caminata cle varias cuadras hasta un pas{J a nivel, cruce del rnismo trlor r.rn senclero peatonal precariamente abierto )' -por fin- otr¿r fatigosa canrinata hasta arribar a ia ruta. por doncie pasaba el colectivo que los lievaira al centro de Ia ciudad. tengo ganas de hacer pis --le drjo iván -Mamá, los tre s hahían llegado cerca clel patrien no aquei sábacio, si-i a nivel. Cr¡ra buscír trc¡s arhustos de uqlplrlío cntrto inlprovisado b¿rño <je emergencia par¿ su hijo rnenor. Boris esperaba --luntando piedritas a su airedeclor- c¡:anclo -de repente- un hombre apareció junto a su madre, corco brotaclo de los rnaforrales. tr-a expresiótr de su cara c{aba miedo. --¡Cuidado, mamál *-le gritó Boris, al ver que ei ho¡nbre se le abalanzatla. Cora no tuva posibilidad ctre def-enderse, ocupada como estaba en la atenciírn de las necesidades del chiquito. Sintió que un puñetazo la derribaba, a la par que unas
manos le arrebataban el bolso. A pesar del sorpresivo ataque y del mareo produciclo por el golpe, la rnujer unió f'uerzas y vaitlr y se echó hacia el paso a niár corrctr detrás del ladrón, que rumbeaba viento' el que sopla vel como di¿rblo Inútil pedir auxilio en esos momentos y en ese srtio: ¿a quién? Ni un alma que no fuera la de Cora, la de Boris, la de I'¿án o la de ese desdichado que -sin proponérselo- con su robo acababa de convocar a la tragedia para que diiera: "Fresente" sotrre la ntañana del sátrado' en
unos instantes nrás.
En su angustioso afán por recriperar su boiso tenía el único dilrero restarlte para pilgar la cc'mupasar el fin de semana )' aguantar has-
-clonde nicación tetrefónica,
no ta el lunes en que vcllvía a trabajar por horas--, a Cora se le ocur¡ió otre cosa que colrer tras ei delincuente' Reacción lógica: ¿cómo iba a suponer elue ia clesgracia acecharía a sus hijitos si ella disparaba Fara tratal de agarrar al ladrón'l El hornbre cruzó el paso a nivel a la carrera' Cora, casi pisándole los taiones' Prcnlo' ambcs
estuvieron clel otro lado de las vías'
l-a Persecucién cantinuat¡a' I-Xorando a los gritr:s desde que habían visto a ''se sujeto golpear a sll mamá, Boris e lván ta¡nbién corrían rietrás de ellcs, ¿¿unque no lograban darles aicance' Boris llegó primero al paso a nivel y enrpczó a atravesa,rio. Su hermanito
lo seguía'
Los dos, apuradísimos y con los ojitos puestos en
la silueta de su manlá. L
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tlc la televisión, horas después: --No pude evitado. Esos angelitos se me aparecieron de repente. Fue terrible, terrible, Dios mío... No vo), a olvidarlo mientras viva... bre
-"No-so-tros pa-pá..."
ta-m-po-co... Po-bre ma*rná. ^. Po-
embarI'iadie escuchó estas palabras que -sin fuerr:n pronunciadas una y otra vez el día rJe la tragedia. hasta rlite llegó la noclie y se internaran en ella. I'iadie las escuchó" Fero... ¿,quién de nosotros las vocecitas de los ángeies? puede r¡ír
go-
-fácilmente-
día siguiente- que i-os diarios infonnaron -al haber recibido inde salvado Boris se hubiera la vida de mediata atención médica; que la criatura fue rescatacla a tiempo por
tr<-rs
bomberos pero que no la reci[:ían en el hos-
pital ile la zona hasta que -{omo es hatritu¿l en estos cas{Js- se realizara la intervención policiai; que se percliedos preciosas lroras hasta que ron
-aproximadamente-ese trámite pudo curnplirse ; que si se hubiese hechü estti sl lo oinl".. "Fft.¡biera o hubiese". . . Qué forrna verb;rl inútil en circunstancias a:;í. Se aplica para lamentaciones tardías acerca de 1o que ya es imposible rnodificar y que son totalmenle v;lnas de costurnbre- no se tiene ei-l cuenta es¿l cuando -como para prevenir desgracias futura¡;. experienci a Los hijos de los rnás humildes '-como Boris e lr,án-- casi no tienen defensores riurante sus vidas. Mucho menos después de muerlos. El drama fue rápidarnente olvidado por los inedios tie cornunicación masiva y por el público consumidor rie sus noticias. "Po-bre ma-má... Po-bre pa-pá..." Pasaron veinte años a partir de aquei sábado trá-
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gico para Eloy y Coru.ibon los colazones ilestrozados, ambos siguieron trabajando como robots aunque ya no le oncontraban sentido a la existencia.
Se esfbrzaban *-sin embargo- para ayudar a criar a varios sobrinitos, a medida que su familia del lejarnudándose a la gran ciudad. no pueblito iba -tambiéncon los suyos enconde solidaridad En esta obra _-a veces-- un poco de alivio para su dolor. lraban No quisieron tener más hijos. El recuerdo de Boris e lván se mantenía en eiios con utra nitidez tal que sen* tían que ambas criaÍuras andatran pcr allí. con sus almitas en puntas de pies deslizándose por ia casa, acompañánclolos --como en el pasado'-, eterflamente niños. De tanto en tant(), a Cora ie parecía oír su-q vtices y ia tristeza la ahogaba --tntonces-* con la tnismu intcttsidad que aquel día en que los había perclido parii sicrn¡x'r. "Po-bre nia-ntá..." "Fo-bre pa-pá".." Le-ios de la modesta casa de los Mcilina-*-eil unü pensión rle ias ¿antas cercanas al centro de la gran ciudad--, vivía el hombre a r¿íz de cuyo robo habían muerto Iviln y Boris. En toial impunidad
G1
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devuelto el bolso, anojándolo de manera anónima en el jardín de los Molina dos noches después de la tragedia y con casi la rnitad de los billetes robados... --No voy a olvidarlo mientras rriva, canejo... *-se de.cía, atonnentado por la curlpa y por el vino-*. No voy a olvidarlo... Entonces --en su delirio-- le parecía escuch¡ir que unas vocecitas le susurraban lentamente: "No-so-tros tanl-po-co. ..'".
Muchas veces lo largo de esos años-- había -a tenido la sensación de riue alguien io seguía cada vez que debía tomar un tren. Era como si nnas pisadas lueran recorriendo las suyas a mecliela qr:e carninaba por ios ¿ndeires. Por eso, evitaba -*-en k: posible- via3ar ell ferrocarritr
"
l}n
sábadc cofno tantos, se preparó para
ir a las
calrefas. Flacía barstante¡ calor y el mediodía anlenazahra aumentario ¿ún más- por lo que decidió no tomar el repleto
micro que solía ccinducirlo al hipóclromo y viajar en treü, más aireado al men*s. Ese día tuvo mucha suerte con sus apuestas a los caballos. Ganó una fortuna. Li¡ noche Ic sorprendió contentísi-entonces*mo, esperando en esa estación de las afueras el tren de regreso al csniro. Mucha gente circulzib:r por el andén. Ya sc r,eía --a lc¡ lejcs- brillar el foco de una locomotora en dirección hacia allí, a toda velocidad. En instantes rnás, se cletenía.junto ai andén. El hc¡mbre se encaminó hacia el borde, quería ser
de los prirneros en sutrir a los vagones para
conse-
guir asiento, El era de los qr:e foda costa y abriéndo-a se pas{r a faerza de codazcs-- siempre conseeuía via.jar sentado.
Pero esa vez no. Ni sentado ni parado' l.a locomotora ensordecía con su siltrato y ya to-
do el gentío se apretujaba en ei andén, cuando los oí-
dos del hombre creyeron percibir esas pisadas "especiaJes", las mismas que solía detectar catlavez que debía tomar un tren. Esa sensación se le antojó ridícuia' El a¡rdén estaba atestado. No era posible "-ys'- dar un paso'
Fero sí saltar hacia las vías'
Y el hoinbre io hizc. A menos, eso es lo que tes!'iticare¡n todos ltls qur' tuvieron la lamentable ocasión de verlo c¡¡¡ :iu-s propios ojos.
-*-81 tipc se arro.jír cuando se acercaha erl tretl' l"tr hizo pedazos, irnagínense. Frue un espectáculo cspant-oso' Más, porque parecía un hcmbre nor¡¡al' vea' Estab¿r allí' al lado nuestro" lo nrás trtntluilo, y c[e rep*nte"'
Ninguno de los testigos "-c¡bvíamentc'- pt'tdrr lenterarse de lo que *-en vcrdactr-- sncedií¡' Forque el estación sodio que --realmente-- tuvt¡ lugar en ar'luella sóJr¡ lo conocieron r:.1 hombre'". y ios angeiitos' 'Nal cuatr se
naff$ más arritra, el ho¡nL¡re había sen-
titio tlue tro seguían hasta eI l-rcrdc del andén' Apenas -*entot.*i- si trabía tenido tiempn corrlo para ciarse v¡"¡elta vías' cuando cuairo manitos infantiles 1o empujaron a' las al irnpulso dc un vigor sobrenatural' Durante la fracción ile instante que le qundó de de cacr debajo de }a lc¡comolilra- r'io -_flvida -antes gazmente-- dos criaturas vestidas a la nroda de velnte años airás. H,llas 1o habían ernpu.iado'
Y eran dos Iaroncitos
y los dos lo confemplarÜn con miradas cotil mo vueltas para adentro, colno de otro rnunrio' rnient.rits última Yel*-'. pensaba
cte coÉa edad
-pür
8a
muerto voy a olvidarlo... -Ni -y 6:f¿¡1.-; "No-so-tros tam-po-co.. ".
pr ruru"gf
ellos le cle-
.
"Po-bre ma-má...0' "Po-bre pe-pá..."
*{
:,*
Algunos cuentan que había dicho que se ilamaba Dévila; la mayoría afirma que su apellido era N{anganelli
io recoro h4anganaro, pero todos -indefectiblemente-"El" Manga. damos como I-o que nadie logra recordar con exactitud es el día en el que el Manga llegó a nuestra villa por prirnera vez ni cle dónde dijo que procedía. De pronto, fue como si aquel hombrecito de goffa y rasgos inclefinibles hubiera vivido sienrpre entre nosotros y como si siempre -tanlbién- le hubiera pertenecido la destartalada casa de las afueras que compró por tari poco dinero, llue se sospechaba que los desconocidos dueños anteriores habían decidido rcgalársela. Enseguida nos acostumbramos a su apancncla ex-
trañayasusilencio. El Manga nü conversaba con nadie durante las contadas ocasiones ell que se acercaba al centro de la villa para hacer compras. Apenas si hablaba para responder: "Si', "No" o "Prefiero reservarme la opinión", cuando algún vecino mayor insistía en sacarlo de su rnutismo' Su voz initaba ----entc,nces_- especialrnente los oídos de los perros, ya que sonaba como una tiza que tropieza sobre la pizarra.
Y córno vibraría en ei aire qüe
-en
más de una
6{ adorada oportunidad-' tuve que sujetar a Glenda -mi pastora alernana-- para que no se abalanzara sobre el
Manga en el momento en que el hon-rbrecito hacía ----en el almacén de rnis padres-- su habitual pedido de agua mineral. Una vez por ¡1e-s y só1o agua mineral. A los niños no nos miraba siquiera. Como si no existiéramos para éi. Y eso que ---con la típica fianqueza infantil que puede rozar la crueldarJ.- solíarnos acosarlo con pre¡luntas (del tipo: "¿Y usled de dónde salió? ¿,Sa'oe que --aquí- dicen que es un bicho raro',)"). También nos divertía seguirlo saltándcle detrás, al tiempo que nos itnrlárbamos de su manera de canrin¿lr como clesatticuJado, conlo si hiciera ei esfilerz,t; de rnover cuafro piernas -y dcs pares de L¡razcrs. Recién les rtije que a los niños tro nos mirab,a siquiera. Ptir eso* cuando en nuestra villa empez;¡ri¡n a cles31¡s¡{s"- las pdrnelas criaturas, Ia apa!"ecer --"misterioc policía y los detecrives privados itrvestigarcn a cu:1fit4 geü[e tenía alguna relación coil nosotrüs y ni soñar cor prr:guntarie nada al &langa, que aparentaba no torcamos
rn cuenta. Nuestra villa hasta entonces había sirio un -que tr*gar particuiarm¡;nte L¡uscado por turistas debido a su golo1'erta de pacíficas plaSra:' rnarinrs-- sc con..,irlió -de p'J-* en rona de espanto: nc pasaba una sefilana sin que aigún cliico de-sapareciera corlo cttup:ttlo pcr las at*ilas. ernpapadas tras ei derrurnbc de las olas. Pronto, casi no quedaba famiiia lugureña (lue rrrr hubiera perdi
tiena.
st Mis padres me recomenelaron que tuviera
sumcr
cuidadc, que no confiara sino en ellos, mis hermanos mayores y Glenda. Los papás de mis amigos y compañeros de escuela hicieron lo mismo; les aconsejaron ex[ren]¿r prudencia con las relaciones. PronÍo, todos los iiifros que aún contin¡"rábamos en nuesttas casas, nos transforrnamos en seres callaclos, tristes, asustados y con una desconfianza que si se hubiera podido meciir en kilómetros, seguro que alcanzaba más de un millón. Una tarde, el Manga irmmpió en nuestro almacén' Lo habían dejado a mi cargo durante un rato' nrientrls mi farniiia se ocupaba de algunas diligencias en Ias cercaní;rs' EI hombrecito encargti agua minerai y me pagÓ' Ya estaba por abanclonar el lor:al --arrastrando la crtandcr botrsa ,Jor¡de había utricado el rnontón da botelias' di-io; y nre mí hacia volviÓ se vez por prirnera y única
favor,
ayudannc? No me sienttr para llevar el agua has-
¿po
ta mi casa, si no es rnucho Pedir' Ci¿ro, ahora me resulÍa fácil concluir que ycl clefabería ele haber desconfiaclo y esperado el regreso de rr-li Fet'rr h4anga' nl rniiia para consultar si podía acornpañar verrlad-- en aquetr instante no sentí ninguna inqr"rie-en tutl. conrnovidtl --de repen{e- por el desarnparo que él de demostraba y animatlo como estaba por ias euseñlnz'as "'por nie qué y que a naclie se le niega ayuila y menos agua van a hace¡: daño si yo no lc hago' ""' [ll resultailo ftre que --de inmecliato- le contesté que sí.
Cerré ei iocal con mi ila've y colgué el cartelitcr "Ensegutque usábarnos para emergencias como aquélla: da vuelvo". R.ápidarnente. rne hallé siguiendo al Manga' cott
i;r bolsa caigada al hombro y el eco de los larlridos ile Glenda apagándose en mis oídos, a medic{a que nte alciaba del almacén.
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[,a prolongada distancia que.nos separaba de la casa del Manga la recorrí silbando. Ese fue mi modo de ahuyentar tros miedos que empezaban a ocupar¡ne el corazón. al evocar la desgracia que asolaba a mi querida villa. ¿Y si -ahpra__ sus gÍuras me tocaban a mí? más energía-- hasta que llegamos a Siibd -co¡r las af¡eras. de unas dunas- la casa del Al fin h{anga.
-detrás
un gesto- me inclicó Él aUrió la puefia y -con que entrara" Debo de haber clernorado unos segunclos sin decidirine a haceri:o, porque cuando caminé hacia. ei interior, la silueta Cel Manga se recortirtra ---hasta desditru.jarse-- al e\trerno
ei
sLll de
-aún la siesta--- mientras rne aturtlía ia nrúsica que
ioh, sorpresal** había comenzado a resonar a la par de rnis propíos pasos. ¿De mocln que al Manga le gustaba el rock?, ¿,y a todo volumen? Ai llegar ai final de aquel L1ftsitrlo, el espanto' iniprcviso- c:iyenrlo a Lin pozíl Me selltí -de tiiÉ osct¡t'o cornt¡ ei pasilio. Mi caíil¿r lerminír pronto y sin que rne lastimara: estaba aprisionaeio en telas que --pol fo c4ue podía cor:n¡:rotiar con el tactti--- eran cornc las tejidas pnr arañas, pero de muchcl mayor espesor" ürité con [{}das mis fuerzas. El tiarull¡r de la rnüsica" taprizó rnis gritos y nü me permitió distingulr ningún otro ruido durante Lln lluen rato. Durante los mornentos iniciales de n¡i lucha por tratai de deshaceirne Ce esas telas que se pegatran a mi que no era yo el único piel, no pude -entonees--l1otar pude descutrrirlo cuarldo Ia que se encontraba allí. Recién música cesó -*-ccrno pot' arte de rnagi;l- y un pcderoscr f,rrr:o se encendió, iluminanclo el recinto.
Entonces oí aquellos gemidos y pude ver docenas de otros niños atrapados en el mismo tejido. una enorme tela de araña que Era -realmenteabarcaba de arriba a abalo y de costado a costado, el gran sótano qlle yo había supuesto utl pozo. Apoyada sobre la abertura por la que había caído, que llegaba hasta el piso del sótano. escalerilla una Por alií empezó a descender -_unos segundos después- el Manga. Todos los niños gritamos desesperados. La música había vuelto a sonar al rnáxir¡o de su potencia, mientras el hombrecito descendía lentamente... Nos miraba con ltna f'ascinacién que le hacía Lrrl-
Iiar los ojos. Sonreía. [,as criaturas seguíamos gritando y Ia rnúsica aturciiendo, cuando los ples del Manga tocaron el suelo. iuJo sabíarnos que nos estaban reservados illorlentos aírn más angustiosos {iue los vividos hasta entonces" No bien bajó, el Manga nos dedicó una última mirada hurnana antes de empeza.r a contonsionarse. ÍI m*dida qile su piel se iba cubriendo de una suerte de felpa amanonada.
al asornbro por la escena qur: El honor -sumado r3ejando rnudo. pr"esenciábamos- rne f¡.le Ni un grito ya cuamlo ttna araña de las dimensiotornó su propio lugar en el espacio' honrbrecito nes.del Sentí que perdía el sentido: el impresionante bichro se movilizaba hacia uno de los niños que tenía más próximo. Todas las imágenes giraron en mi mente, se desr¡anecieron y ya nü recuerdo otra cosa de aquella vez' Cuando volví a abrir los o.ios, estaba en mi dormitorio. Mi farniiia me rodeaba. Me dijeron que me des¡rertaba tras haber suirido una pesarlilla.
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Yo sabía que no era cierto, pero el pánico por itr probé hacervividti todavía obraba sus efectos y -aunque pesadilla fingí que conlo- no pude hablar. Y como una tinuaba tomando 1o sucedido durante la semana que duró mi total recuperación de "una fiebre rara que se te declaró de golpe", según me conuban mis herrnanos. Aunque tratal:an de disimularlo, estaban muy pertnrbados. Como mi mamá. Como mi padre. Dejé -"-entomces-- que creyeran que me l¡aiiían convencido del iwentacio final que le habían dado a mi aventura, lo que ru¡e ¡:cuirió fbrrnara parte cle un "'ciienio de verdad" sería uno de esos qrie -pensatra protagonista se dt:spierta tanto me clisgusfan, en los que el
-Si
yo-
después
quer
Tiemblo al evocarla: encontramos una araña gigantesca. La infeliz no sabía qué hacer cuando irrumpimos en el sótano" Trató de escapar trepando por su tela, hasta casi ccultarse entre las vigas del techc. lo más escondida que pudo.
Inútil. No fue complicado ubicarla debido a sus grandes dimensiones.
Más tarde, ftie captnrada *sin oponer resistencia- por un gruPo esPecializado. Se la llevaron para estudiaria; no se tienen noficias de un ejemPlar así'. Sin embargo, no llegaron a demasiadas conclusiones... La araña murió a las pocas horas, dentro de la amplia vitrina en la que había sido ccnfinada. Antes se había enroscado, cle fbrma tal que pare"
llecién el día ¿urterior a mi relomo a ia escuela y abruptarnenfe intsal o con nlis arnigos -ambos nurnpidr:s- mi madre me reveió rodo k: acontecido (meior dicho, la n-ritad que el!a conocía). Éstos fueron --en síntr:sis- sus comgnta¡íLrs: --Ahora qüe ya estás t¡ien y vas a reencclntrarte con tus compañeros, es ¡:reciso que sepas la verdad. No sé
cía que se iba devorando a sí misrna. Y parecía con"ectame$te" Los cientítlcos no logran explicarse el f-enómeno. De ella sólo quedó una especie de cascariila y algunas pelusas alrlamonadas que. fueron enviadas a un cen-
lil que viste, porriue cuanrlo te rericatamos estabas ijesmayado. For desrJicha - hUo-- estuvisfe prisionero en la ca-
n-lé entonces.
sa dei &{anga, al igual que muchas criaü¡ras de esia vlÍla. Glenda nos crindujo hasfa allí n tu padre -'" a rní,.iunto con
un montón de otras personas. Ai regresar al almacén ) no encontrarte, soltami;$ la pen"a y el}a se larl';'.ó a una alocada cáIrera. Así nos guió. Ya había llamado la atención de ios vecinos coil sus; alaridos. Nos dijeron que hacía más de tres cuartos de hora que iailra-
t'a y que no hallaban modo de calmarla. Fue fácii iocaiizar l¿¡ vivierrda dei Manga, gracias a su olfato. Pr:r suerte, llegamos a tiempo para rescatat'k:s a toclos de esas enormes telas en las qu* estaban atrirpados. Algunos tan débiles.. .
tro de estudios ittternacional" el Manga, mami! ¡Era el Manga! --excla--¡Era
rni maclre, sorprendida--' ¿Quién sabe a dóncle iiuyó ese ¿Qué oer.rrrencias condenado enfermo?... ¡Criar una araiia gigantesca"'l pr'rverso" ¡Aterrorizar tle ese modo a los chicos...! ¡Qué intensaEs policía' la de Dios! Fero ya caerá en las redes
-¿81
Manga'i
-dijo son ésas?
mente buscado.
Y por más que le repetí relato de la transfbrmaciírn,
el cansancio- el
-hasta opinó que eso era irnpositrle'
A los otros chicos les sucedió 1o misnio con mayores.
slrs
7{¡
-¡Era
el Manga!
de tanto en tan-
-repetimos, los niños (hoy adultos) que sobrevivimos a aqüel honor cuando --de tanto en tanto- les relatarnos la historia a nuestros hijos o a los de nuestros amigos, respondiendo a sus pedidos de "un cuento de miedo". Sí. No nos queda ofra alternativa que narrarlo así, corro un cuento. Como éste, por ejemplo. (A veces, me parece que las criaturas se compadecen de nuestra necesidad de que nos crean y suelen decir, con seguridaci: ¡C1aro que era el Manga!, como si no dudaran de nuestras palabras, mientras suspiran *aliviados- ai saber que se devoré a sí mismo. Nosotros también.)
to--,
Nunca visites NIatradonny
Casi todos los pueblos encierran en su historit hechos extraordinarios. inexplicables, de esos que --t-on el corretr de ios años- van transmitiéndose de padres a hijos, de hijos a nietos, cotno si no hubiesen sr¡ceclido realmente, corno si fueran cuentos f'antásticos. C¿rsi todos los puelilos guar'Jan eü srl mernoria incluso lo que no les gusta rectlrdar. Maladonny tarnbién. Y fue un ocai;lcnal eornpañero cle viaje en un tren londinense, el que nle refirió este
epísodio que ahora voy a contarte como si no hubiera suc:edirlo realrnente, como si ftrera uri üuento f¡ntástico" '
Timothy Orwell era un muchacho de trece años parecidos a los de cualquier otro n'luchacho' Vivía con sus hermana veinteañera- y sus tíos Wan* padres; Cecil -su da y Oliver, en una casona de los sr¡bulbios de Maladonny' Iba a la escuela; durante los fines de semana prac:ticaba rugby en un club próximc a su domiciiio y tocaba el saxo tocla vez que podía, especialmente en los cumpleaños de sus amigos.
Ah, también le encantaba jugar inacabables particurdas de ajedrez con Allyson' una de sus compañeras de .o, *urrqu. *habituahnente- elia le ganara' ¡Es que a Timothy le resultaba dificilísimo concentrarse en el iuef¡o'
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silenciosamente enamorado como estaba de esa.jovencita! Corno verás, nacia" sorprendente hasta este punto de rni relato Pero continúa. Larnentablemente, continúa.
Una tarde ._a la salida dc la escuela y durante Ia caminata hacia su casa-- Timothy Orwell se cruzó con el matrimonio Brown, viejos vecinos de Maladonny, [,os vecinos no respondieron al cordiai saludo rie Timothy. Se limilaron a mirarlo como si luera la primera vez en sus vidas Qrie rrgf¿¡ ai hijo illenor de los Orwell y siguieron su andar, sin prest;rle dernasiada atención. Tim, pero no le dio deniasiacia -Raro -pensó importancia. algún vecino no responde a tu saludo, no $i.¡-Si había dicho su rnadre, una Flongas que te tiene ojeriza -lea que está muy encerrado en vez-. Seguramente, se debe sus propios pensanlientos. No hay que preocuparse por eso. Vaya a saberse qud probierna puede estar distrayéndolo... Por Jo que Tim conocía con respecto a los Ercrvn, los viejos esposos tenían bastantes prob-lemas. De salud, cle soledad, económicos... El inuchacho pmsiguió su ¡narcl:,a. Unos minutas después, la señora F¿rrell con sus dcs hi.jos se le aparecía en la dirección contraria. Varios rnetros detrás, las hermanas C'Hara y la ca-atravesando lle corno si fuera a su encuentro- el pastor .fohnson. Generalnlente, Tim se encontraba
casuali-
-por con aquellos vecinos cuando volvía de la escuela y coincidía con ellos en el horario de su caminata: la señora I-ran'ell llevaba a sus hijos a coro; las hennanas O'I{ara hacían la¡; compras y para el pastor Johnson era la hora de reunién diaria con un grupo de feligreses. dad-
tardes, señora. -"Buenas *--Buenas tardes. señoritas.
tarcles, reverendo' de costumbre, a rnedida
-Buenas Tim saludó a todos comc
que se los iba cruzando en la Yereda. El muchacho empezó a inquietarse cuando -tras haber saludado al pastor Johnson- éste tampoco
de contemplarTim se dio vuelta y -después lo unos instantes, desccnceftado- le ccrrió cletrás, llarnándolo.
'*¡Pastor Johnsonl ¡Fastor Johnson! El pastor se detuvo y se volvió hacia Tirnothy' Fue cr:n un movirniento de cejas como contestó el llatnado, al arquearlas. Con esa rnanefa rnuda con que -a veces-* se Pregunta al otro: desea?
-¿Qué Tim se le acercó, de sonrisa y mano extendida' El hombre se la estrechó Y le dijo: *-Bien, gracias --a Ia pregiillta del rnuchacho' acerca de qué tal estaba, pero mirániloio como a un extraño del que no se logra recordar el nomt¡re ni el rostro siquieri'"" De inrnediato, lo interrogó: qué Puedo servifie? -¿En **P*ro, reverendo, ¿.*Ómo es posible que no me reconozca? ¡Soy Timothy {Jrwell, de aquí' de lVlaladonnyl Des,Je chiquito que todos los domingos vcy al oficio religioso cr:n mi familia.. ' a su tcmplo".. y" ' lamento, muchacho' pero estarás conftrndi-Lo do. Yo jamás te vi antes en nuestro pueblo" Y ahora' ' ' Es-
toy apurrado, ¿eh? El pastor controló la hc¡ra en su pequeño reloj --{ue le colgaba de una cadera'_'la cornparó con la que señalaba el enorme de la torre cercana y se despidió ctel muchaclto sin hacer ningún otro cclmentario' Tim se queclíl perplejo' ¿Qué estaba sucediendo? Nervioso, recorrió --a la carrerita-* la cuadra que aún io separaba de su clomicilio. Estaba ansioso por
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contarle a su madre todo ese episodio clel desconocirniento de los demás, que lo había tenido por involuntario protagonista. ¿Se habría desatado una epidernia de falta de rnernoria en Maladonny? Al llegar a la puerta cle su casa suspiré aliviado. lrnseguida, tocó el tirnbre. Le extrañó no oír los ladridos de Tonv v Zna a rnado de bienvenida. Pulsó nuev¿¡mente el timbre y el -nuevanientesilencio. Recién cuando apretó su dedo al timbre --decidido a no soltarlo hasta que alguien respondiera a su llamada- una voz le respondió. Era una voz femenina que Tirn no conocía:
val ¡Ya va! ¡Tanto tirnbrazcl -¡Ya Rápidamente, la puerta de la casa se abrió y una mujer qae Tirn no había visto nunca salió a recibirlo. --il"i'ü hacía falta tanto timbrazo! ¿Qué ¡rasa, jovencito?
La pirerta entreabierta permitió que parte del arnplio hz:"ll de entrada quedara al descubiertu. Al borde del llanto. Tim observó ---entonces-que ni ios rnuebles ni los cuadros ni los sillones ni las cortinas eran los de su casa. es usted, señora? ¿Dónde está rni farni-¿Quién lia? ¿Qué suceciió? ¿Y rnis perros? ¿Quién es ustecl? ¿QUIÉN HS USTED? *-se puso a gritar, entonces, a la par que la mujer intentaba suietarlo para ciue no entrara a l¿ casa, enloquecido como parecía. ¿Qr.ré -¿Eh? entonces.
significa este ataque? ¡Chariiel
-llamó La rnujer
parecÍa muy asustada. Enseguicla, un hombre tan extraño para Tim corno aquella mujer estuvo a su lado.
En un rnomento. sujetó con fuerza ai muchacho rnientras le decía:
-{alma,
tranquilo. ¿qué te está pasando?
Ante semejante griterío, algunas personas salieron de las casas linde¡as. Tirn reconoció a sus vecinos de siernpre.
-¡Señora
Molly! ¡Señcr Feter! ¡Mickey! -*ex-
clarnó entoncas, clesesperado--. Esta gente".. ¿Dónde está mi familia, señor Peter? ¡Ayúderne, señora Nfclly', por f'avor! ¡Mickey! ¿No te das cuenta de que soy yi), tu amigo Timothy? Los tres vecinos ln contemplaban con la rnisma extrañ,eza que la gente que había encontrado viviendo en su propia casá, Desconcertaclos. El señor Feter se le acercó y le informó: en la caltre R-ochester 127, quericlo ---co-
-Estás convencido de que el muchacho había rno si estuviera equivocado la direccién.
*-Ésta es Ia residencia cle la farnilia
Saxon
la señora Mnlly. -agregó dónde trlegaste? ¿De lrlanda'/ ¡,CLrál r:s tu -¿De _.le preguntó Mickey. nombre? Ni la señora Molly, ni su espcso ni el grandlrlote de su hijo ad¡nitían conocerlo. El colmo: el perrcl de los vecinos se escapó dei j;udín y se le aproxirnó ladrándole y gruñénciole. L"e mostraba los dientes, circulanrio a sr.¡ airededor rJe forrna amenazadora y fue inútil que Tim tratara de acariciarlo, como solía hacerlo" El muchacho se estremeció. .-Habrá que avisar a la policía, Charlie. Este much acho estarír extraviado.
-*Y
muy perturbado, lógicamente. ¿O
tend.rá
amnesia?
'-_Vamos, quericlo, te voy a dar una taza de té bien caliente mientras llega la policía. Y la señora que ahora ocupaba la casa de Tilnothy como si f"uera la dueña, lo tornó de un brazo ccn la intención de conducirlo al interior de la vivienda.
7l
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El muchacho volvió en sí en la s¿la de un hospital. Estaba sujeto a la cama con unos cinturones especiales y una rnüno le acariciaba el pelo con temura: vesticla como una eltfermera, su hermana. Tim creyó clue volvería a desmayarse.
la garganta se le
-¡Cecil! ¡Cecil! --pero bró. Las lágrimas no le perrnitieron
que-
ver casi nada durante
un íato.
Arin seguía llorando, reconfbrtado por aquellas caricias, cuando la joven le dijo:
--Me ilamo Amy y soy tu enfennera. Yo vo3r a cuidarte muciro, hasta que te restablezcas, al igual que Randolph y Melanie que tambrén scrn enfermeros. Y la tal Amy le señaló una pareja uniformada de blanco, como ella misma. ¡Oh, Diosl Esa pesadilla de ojos abiertos parecía no tener fin: ¡Eran sus tíos Wanda y üiiver los que lo conmientra-s se acercaban a su leternplaban -sonrientescho. aconlodaban ei suero, preparaban algunos medicamentos sobre su mesa de luz, escribían en unas pianillas...
¡Tío! ¡TíaWanclal ¡Soy Tirnothy! ¡Soy -¡Cecii! T'im! ¿No rne reconocen? ¿Por qué no me reconocen'l ¡Mamál ¡Papá! ¡Socorrol ¡Socor-rol ¡Mamá!, ¿dónde estás? ¡Socorro!
-*Doctor Bronson, doctora Caldlveli, urgente
a
la
habitación eiento uno, por favor -*y Cecil/Arny pulsó una botonera y habló, en reclamo de auxilio para Tirn. Bronson, doctor:r Caldwell, el paciente -Doctor de la ciento uno ha tenido un nuevo brote de locura. Urgente a la ciento uno, por f'avor. Recién entonces '_y en mitad de sus advirtió que estaba intemado en un hospicio.
gritos-- Tim
Tirnothy Orwell permaneció cuarenta años confi-
nado en ese establecimiento de salud rnental, tiempo durante el cual fue amorosarnente atendido por el doctor Bronson y la doctora Caldwell hasta que éstos rnurieron. doctor Bronson y la doctora Caldwell'
'. -El padre y mi rnadre... Eran rni padre y rni rnadre, ¿se da lvtri
cuenta?, aunque jamás 1o acilnitieron... Fue tortuoso..' --me reveló mi ocasional compañero de viaje cuando aquel tren londinense llegaba a desiinr: y y;l nos preparábam¡¡s para tlajar.
Yo había viajado hasta allí para disfrutar cle una heca de estudios en la Universidarl local. {Jn año de estadía en ese paraje, con todos los gastos pagÜs. No había eiegido el lugar; me había tocado en un sofleo que se había realizado entre cientos de estudiantes argentinos destinaclos -_todo-c-_ a distintos países, a difei'entes ciuilades según la materis que deseábamos pedeccionar: L,a n'ría era'"Literatura Fantástica".
doctor Bronson y la eloctora Cakiwell... -El sentir lo que es{) pactres! padres, rnis
Eran ,;Puede ¡mis significaría para rní? --seguía contándome mi ccm¡rañerr; de via.je.
Me estrernecí. Recién entoilces coirlirrentlí totio: ---Entonces.. " Lrsted es. ". No tilve valor para completar ia frase. respondió, rnientras aprestaba su equi-rne -Sí p¿rje-. Yo scy aquel Tirnothy Orwell... de cuarenta Me dieron el aita porque -
eon los que --duranie todo este tiempü-* me hicieron mantener la retración rtre paciente incurable, acepté la versión oficial rJe iris hechos y no volví a insisfir en que yo soy quien soy... qué es lo que *-en verdad- sucedió erit -¿Pero este puetllo.". y allí. en ese siniestro hospicio? ¿Conro cs posible que toda una comunjdad se transformc ¿lsl'. dc llt
7S
noche a la mañana? ¿Cómo es posible tanta complicidad? ¿Y qué piensa hacer ahora? ¿Para qué regresa a este infierpregunté, alterada y desordenadamente, a medino? -le da que descendíarnos en la estación de Nfaladonny y el gentío nos empuja!:a hacia la salida.
Joichi, el desorejado'
qué regresa a este infierno? su respuesta, si es que la hr¡bo. f)e repente, lo perdí de vista entre la multitud. Fue entonces las dudas- nunca visitaría Macuando deciclí que
-¿Fara No escuché
ladonny.
-por
Esperé el tren siguiente moverrne de la es-sin y retonré a L,¡ndres esa misma noche. Y esa misrna noche --+n el cuarto de rni hotel- escribí la parte principal de este texto que irá a pa-includablementcrar a alguna antología de cuentos fantásticos, aunque la realidad pueda superar --en espanto'- la más delirante de las fantasías.
tación-
Rechacé la beca.
A los dos días, retorcé
a
mi país.
Duranie el vuelo cle vuelta a Buenos Aires, rne eiltretuve jugando --mentalmente-- con refranes, al inventarles versiones distintas de ias originales. Mi avión ya, carreteaba sobre ia pista ilei aeropuerto de Ezeiza cuando pensé: "Más vale infiemo conocido. que inflerno por con()cer". Era diciembre de 1978.
L,A I{ISTORI,{ DI] T-A LI-ICHA E,¡üTRE LOS IAIR.A Y LOS fu{INAMOI"O
I} DONDE SE CUENI-A
Hace mucho, rnucho tiempo -tallto colllo crch()cientos años-- existían en Japón dos por'lerosas fnmiiias eristr:cráticas y militares, dos clanes guerrerüs rivales. Los dos se ccn-qideratlan muy importantes, porque decían <¡trtr eran desce¡rdientes de antiguos emperadores- l-os dos st,' lievahan como perro y galo, ya que arnhos querían dornlnar -- por su cuent.a- todas y cad¿i una iie las distint¿s zonas japonesas.
'iaira" y
Llno de estos clanes respanCía al nombre de "Los ei:an muy bravos. El otro se conocía como "Los Minamoto" y tarn-
bié¡l era¡l ntuy bravos-
Ambos protegían a un principito al que considcraban como el único y vercladero descendiente de los dioses y del que aseguratran que --¿riando creciera-* sería ei emperatlor de Japón. I-os Taira y los Minarnoto se lo pasaban luchandl; por el poder y sus luchas eran treñtendas, pero ninguna tanic, coino la que --finuknente-- ocr¡rriÓ alredeclor clc ocho siglos atrás y que se recuerda como la batalla clc Darr-No-l"Jra porque sucetlié en un }ugar denorninado arií
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zona y que quedaba en un estrecho del mar, cerca de una
3) DONDE SE CIIENTA POR QUÉ SE' CONST'RUYÓ EL TEMPLO DE, AMIDAYI
de her¡nosas PlaYas.
La bataila de Dan-No-Ura fue terrible' Y si bien más' los Taire eran bravísinos, ios Minamoto lo fueron vencedoEntonces --como en las guefras suelen resultar res los más fieros-- ganaron ios Minamoto' muLos Taira lo perdieron --allí-_ todo' No sólo poder sino rieron en Dan-No-Ura sus largos sueños.de y hasta su también sus guerrcros, sus mujeres, sus niñeis tragaron sin pequeño principito' Las aguas del rnar se los sóio quepl*,fuO y _-a partir cle entonces- cle todos ellos iló.1 ,"*r,*rdo en los cánticos y recitados populares' I-OS 2) DONDE SE CUENTA EL EMBRUJO DE
TAIRA
Como habían muerto con extremo dolor y furia no klgraban detrido a su derrota, las almas de los Taira descansar afi Pez.
I-a zona del mar cionde se hatría producido su úlcomo las playas de las cercanías- quetima luch¿r
-así
tJarr.n embrujadas.
perdeCuentan que vagaban por ailí los espíritus que provedores y que se oían gritos y clamores de batalla en a internarse nían eJel rn¿r. Focos lugareños se anitnatlan ius a ahogar aquellas aguas' ya que las ánimas tratal¡an de las olas eJe entre Surgían ,luda.trnre.-y de hundir los trarcos' rncior' pronto, durante las noches, cuando más oscuras' También cra durante esas noches cuandtl podían cos.zerse fuegos fantasrnagóricrls, no sótro a 1o iargo de la .--también- sobre el oleaje ' "Fruegos rtre llrs ilemota sino
nios''. les dccían los campcsinos' alNatlie sabía qué hzrcer para que ias torturadas mas rle los Taira hallaran la Paz'
Un día, la genle del lugar empezó a pensar en que si se construía un ternplo donde desarrollar ser--acaso-_ vicios religiosos especialmenle dedicados arezar por el alma cle ltls Taira, estas almas podrían encontrar la paz' Pero el tenrplo debía 'Je ser erigido muy ecrca tle
lazonaadon
poco de serenidad. Apeilas Lln Ptlctl, Porque lo ciertti *:ra {.lue
-de
tanto eü t?ulto- rea¡larecían Para flcrtttrtlsr a los r ir o-. I Budist:i: Perteneclente Lliicia.
¡..l
budismr¡, r:eiigión y doc'.rir)¿t l'trttcla'h ¡rot
82
Eso demostraba
-a tolalmente la paz.
las
83
claras- que no habían alcanzado
4) DONDE SE CUENTA LA PRIMERA PARTE DE LA HISTORIA DE JOICHI, EL ARTIS]A CIEGO
Muchísi¡na tiempo clespués de los hechos que hasta aquí se han narrado, naciir en Akamagaseki un niño ciego al que llamaron Joichi. A pesar de su discapacidad, Joichi file haciéndose muy famoso a medida que crecía. ,,Por qué? Pues por su enorme taieirto para tDcar: el biwar y para recitar y cantar la manera de los jugla-a res- algunos episodios histéricos que habían conrnovido a sus herrnanos de raza. Joichi era apenas un muchacho aún cuando ya había superado ---conlo artista-- a sus propios maestuos. De entre la vasta materia que la hisioria prcveía a su afle, era csprecialrnente su interpretación de los sucesos
ocurriclos entre los clanes de los Taira y los Minamoto lo que a él más le atraía, lo que más le solicitaba ia gente y lo que más emocionaba ¿ todos los priblicos. Joichi la mayoría de estc¡s artistas ambu. -corno lantes- era rnuy, muy pobre al principio de su carrera. Albrtunadamente. encoittré un excelente amigo
Muy agradecido, Joichi aceptó el ofrecimiento y scr fure a vivir a una habitación que quedaba dentro del ediflcio del templo. A cambio de techo y comitla, el ciego deleitatra al sacerdote -4e vez en cu"anclo- con slls bellas interpretaciones musicales. 5) DCINDE SE CUENTA CÓN¿O JOICHI COMIENZA
Vivil{
A
UNIA EXTRAÑA AVENTI-}RA
Una cah¡rosa noche de veranc, Joichi abar¡donó su habitación en procura iie refrescarse un poco al aire llbre, en latemaza que se abría frenfe a su dorrni{orio' Esta tüffaza daba al jardín y los trcs (dormitorio. turraza y l'rrdíni estaban ubicadris en la parte posterior cicl ternplo' El nruchacho se halría quedadr: solo por urtlts horas. El sacerdote y su ayur.lante '-tal como uli nr')rlilguillo- se encontraban en una casa de ias proxinrirladcs, oficianclo u¡r servicic religioso a un vecinc que at;ababa de rnorir. Firra. acompañar su soledad,
Joichi tornó su biwa
5 corncnzó a tocar.
Ya era pasada la medianoche cuandr: el ciego ccln-
Linuaba entreLenido con su instrumento
y el sacerdof'e
no
en el bonzo'del templo Arnidayi.
regresaba.
Este sacerdote que le encantaba Ia rnúsic:a y -al ia poesía- le tenía profundo afecto y iración al joven ciego. 'Ianto, que rrl día le propuso que se qriedara a vivir en ei templo, al igual maravillado por su taientr; que conmovido por'su pabreza.
Pero hacía tanto calor aún c¡ue Joichi prefirié perruanecer ailí afuera, esperando el retomo de su amigo Al rato, oyó unos pasos que atravesaban ei jardín, se acercaban a la terraza y se detenían justo lterrte a é1' Obviamente, los oíclos de Joichi ptldían percibir perfección- inluridarl de matices, de diferencias --a la en los -qnnirlos: ésos no eran los pasos clel sacerdote'
I Birva: instrumento musical de cuatro cuerdas, parecido al laúd. Se to-
ca con una especie de plectro o púa hecha de animales.
'
Bonz
-por
lc general.-- de
asta
Una voz masculina y cavemosa pronunció --en-
tonces-
su nombre:
-¡Joichi!
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Lo hizo dc una manera muy autoritaria, prepotente" como la de alguien que está acostumbrado a mandar. En aquella época, ese rnodo de dirigirse a o{ro era
habilitiad aunque lo hacía caminar con dem¿siada prrsa' Por el tacto, Joichi notó que esa mano que lo cona ciertos ruididucía tenía un guante de hierro y -debido dedujo "clin-clan-clinch-clin-cl¿¡"tos metálicos como
preipio de los samurais' cuando debían hablarle a alguien que consideraban.subordinado, de inferior .jerarquía. For eso, Joichi estaba desconcertado y nc atinaba a responder. ¿Quién sería ese hombre'/ ¿Y para qué querría hablar con é1? ¡,Y por qué a esas horas?
La voz volvió a sonar de form¿r amenazadcra.
-¡Joichi! Ntluy asustatlo por aquel tono, el muclracho dijo: *-Sí, soy yo, pero no puertro verlo. Soy ciego" No sé quién es usted.
Con apenas un toquecitc.r de gentileza, la voz le anu¡rció cntonces: qu¿ temer" Mi --No tcngas miedo. No hay nada persona de aitísimo linaje-'' me ha eriviado Señor -una con un nrensaje ¡rara fi. Ha venido a pasar unr:s días en
Akalnagaseki con gran cantidad de notlies a su senieio. Su visita íi esta zona se clebe a que mi Seño.r ¿lnsiaba vcr el escenai'io de la famosa batalla rie Dan-Nu-Ura. Así io hi¿r-' hoy 1, --ilorl"ro por alií- le contaron mar;¡r'illas acerca de tr: {.alento para rer:ifar c interpreiar cun ru Lliwa la histri-
ria de esa batalla, desea escucharte. t'or 1o tanto, toma tu instr*mento y v-en conrrrigo de inrriedlato. En la casa
], se marchó con ese extraño. El homtrre lo llevaba de rina filano" guiánd,olo con 'Sarnu¡aj: clase noble y miiitar clei antiguo Japón; miembro dc csta organización.
que usaba un¿r arrnadura. A medida que caminaban, Joichi fue perdiendo el realidad- tenía rnurniedo y empezó a pensar que -en cha suerte: ¡un personaje tan importante deseaba escu-
charlo a é1, especialrnenie a é1! Al fin, Ia caminata coltcltlr'ó Hl samurai se detuvo frente a lo que ie diio a Joichi que se trattüa de una gran pueita. Gracias a su sentido de orientacirin, Joichi había
en qud:
¡:ar-te ¡rodido darse cuenta --rnás o Inenos-pueblo se encontraban. Por eso" se sorprenditi y¿t (lue tl() recordaba-*'por esa zona- ninguna otra grírn puctlí¡ qtlc no fuera la del ternplo AmirXaYiclel
¿A dónde lcl habr{an conduciclo?
6) DÜNDE SE CUENTA IJNA MAITAVILI-OSA AC'. TUACIÓN DE JOICHI AN'i'E,&,{{-TY IVIISTERTOSO ,,\i"JDITORiO
A una orden dei samurai, J"¡ichi
o.l'Ó que una
gl&il
pue¡.ta eru abierta.
Enseguida, los dc¡s pasaron a ult .;ardín, lo atravesaron y pronto se encontraron a la cntrada de lo que el ciego inrrginó cotno un s¡6rms salónEl samurai anunció:
--iHe traído a Joichil El muchacho oyir - -entonces-- ruidos de pies tleslizánclose de aquí para allá, cle puertas corrediz-as que se abríau y se cerraban y rnu::lnullos rit: vt-''ces' I)e todos rnorios, no lograba imaginar en tkirtrJe sc encontraba.
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Alguien
1o ayudó a subir una escalinata de piedra
y lo invitó a dejar sus ojotas en el último peldaño. A partir de ahí, fue guiado a través de 1o que a él se le antojó un laberinto de pilares y columnas y luego sobre un extendido tramo de pulidos pisos, hasta que -finalmente-- lo ubicaron sobre un almohadón. Joichi süpuso que se haliatra en el centro de una ainplísima sala y pensó que allí estaba reunida mucha gen* ie muy importante, dado que podía oír etr roce de las sedas de los kimonos y el cuchicheo típico del habla aristocrática.
Una voz fernenina le indicó entonces: ia hisfoSeñor le pide que recite -ahora-ria de los Taira, eon acompañamientc¡ del biwa"
Joichi replicó: ruego a su Señor me señale qué parte de la
-Le historia prefiere que yo interprete cn esta oportunidad. El
recital entero me trlevaría varias noches. Com'o el Señor sabrá, la historia es muy larga...
La mujer inft-¡rrnó:
el fragmento de la batalla de
'l'aira. Fueron apagándose rnuy lentamente' Entonees, Joichi volvió a escuchar lavaz f-emenir1a que ya conocía, diciéndole : *-Mi Señor se courpiace en comunicarle que le qtle ustcrl pro' tlará ulla valio¡a recompellsa, pero sicmpre meta aceptar dos contliciones'
--Mi
-Recite No-Ura.
en el rl)rto l)rotegido por ios Taira -ahogado también esbrazos de su nodriza- toda la aurJiencia dejó ,,,,,, ",i gemido de angustia r irl)itr' Ltft prolongado e impresionante y tmpezó a sollozar' f)urante algunos instantes, contlnu aron los soliocorrida p
r
Dan-
Hntonces, el ciego cantó el fragnlento que le habí¿rrr solicitado. Lo hizn maravillosamente. Su beila vüz se eleva-
ba clara y profunria. imitaba a la perfección el rugido de ias c¡Ias, ei ciesplazamiento de los barcos, los gritos y iamentos de los guerreros, el soniclo de las flechas y del entrechocarje ios escurlos. Durante los breves intervalos, Joichi escuchaba los coment¿rrios que su interpretación
--halagadísi¡uo-
¿cuáles? -Sí; primera condición: que vuelva a tocar aquí' -La siguierrtcs' Mi a esta mismu hor", durante las seis nochcs por' úrltiSefior legresará a su casa, después cle escuch;rrlo
fila vez-
Mañana irá a Lruscarlo qriien lo traio hoy' La segunda condición: que no debe contarltr ¿t na. ilie acerca de sus visitiis a estc lugar' rn.ientras mi Señtrr de incógni' pennaneT-ca en Akamagaseki' É1 está viajando de paseo' ii só1o Vino lo moiesten' t,, porqu" no desea que de Dan-l\{obataltra personalmente el sitic cle la
.ron,l.,*, Ura y a desca"nsar'
Ias dos co¡ciici¡:nes? ¿Comprende? ¿Acepta sí. Por supuesto' -Sí, Ahora puede retornar a su templo' -Bien. Y Joicili desanduvo -eütonces- todo el trayecrecorrirJo antes, guiadcr por el rnismo caballe-
to que había ro de la mano de hier ro. y Éste lo clejó en la terraza, frente a su dormitorio
mereeía en ios presentes: _.¡Es r.rn artista brillantel ;No existe otro igual en
se ale.ió, tras una ft-¡rmal despedida'
todo el irnperio!
ausencia.
Cuando
fin-*
le tcrcó el turno de referir la
-por muerte de ias rnujeres y de los niños y la del pequeño prin-
su Ya amatrecía' En el templo, nadie había notado
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7) DONDE SE CUENTA CÓMO JOICHI ES HALLADO
vicron abandonar el templo, pronto io perdieron de vista cn la oscuridacl cle las calles. *-¡Qué raro! decían- ¿Cómo pudo despla--se zarse tan rápido, ciegcl cr:mo es y en medio de esta tor-
EN EL CEMENTERIO Tal como había prometido, Joichi no confió a ninguno lo que le había sucedidc. Esa medianoche, volviir a salir del tempk-i guiado
por ei sarnurai. Repitió su exitosa actuación en el mismo iugar del como el ctría anterior*- regresó al temdía anterior y -tal plo cerca de la madr-ugada. Pero en esta ocasión se halló con la sorpresa de que etr sacerdote había descubierto su ausencia nocturÍ¡, porque a la mañana lo hizo llamar para decirle: estuviste" Joichi? Nos preocuparnos -¿Dónde mucho cuando .-por casualidad- advertirnos que no te encontrabas en el templo. Siendo ciego corno eres, no es prudente andar solo por ahí, ta¡r tarde. No entiendo por qué Íio me avisaste que tenías que saiir. Algún sirviente te huLriera acompañado con gusto. ¿Puedo saber a ciónde fuiste?
A .Ioic-tri no se le ocur¡ía qué clecir. No quería mentirle a su querido amigo, pero tampoco deseaba quetrrar sti prümesa. Entonccs, sólo atinó a pedirie disculpas por haberlo inquietarlo y por i;u silencio. mego que me perdone -qi no le cuento a dón-Le de fui. Se tratatra de un asunto rnuy personal, muy privaclo, que no podía postergar para otre hora y dei que no deseo hablar, Percirineme, por favor. Perdóneme. El sacerdote no le hizo rnás pregunlas, pero ahora se sentía rnás preocupado que antes" Sin dudas, algo extrano le estatra pasando a.Ioichi. ¿Lo habría embrujado algún espíritu del mal? que él se dé cuenta ordenó, rnás tar-Sin -les de, a dos de sus sirvientes- vigilen a Joichi. Y si esla noche vuelve a salir del ternplo, lo siguen. Fero esa noche llovió torrenciairnente y allüque los senvidores trataron de seguir al rnuchacha cuando kr
rnenta?
Ya regresatran al tenrplo por el ca¡nino de la play;r, cuando los dos se sr.ibresaltaron al oír el sonido de un Lliwa. No por el sonido del instrumento, claro. sino porque rl¡¡uien it¡ estaba tocando dentrc del cementcrio' L,os dos hombres se dieron coraje mütuamente y se ciirigieron hacia allí.
Entonces, con la lilz de sus linternas lograrcln ubicar al ejecutante.
lncreíble lo que I'ieron y oyeron: Joichi csiab¿r senrado fienle a una lápicla' en la más absoluta soledacl y toda voZ- el fiagmento de ia b¿¡io la lluvia. Entonatla -a batalla de Dan-No-Ura, mientras hacía res()nar su biwa casi fi'.riqisarrente. Alredeclor del muchacho y sobre totlas las tuttlbas, los iuegos f'atuos bdllaban colno nuncil' Pasn'laclos, los sirvientes se fueron aprorittiantlc u Joicili rnuy sigilosamenteCuanrio estuvieron a slt latlo, vieron que !a lápi- da liente a la que el ciego estaba ar:tuando era la erigida err rlrernoria del desdichado principito protegido por k:s Taira' i-cls filegos de los mueños ardían sin cesar' I-a lluvia caía ahora con más fuerzaJcrrchi proseguía cantando y tocando su triwa, como poseíctro por una energía sobrenatural' Los relámpagos
iluminaban
la escena'
-fugazmcnteEstremeciilos, los dos hombres empezaron
a
gritarle:
-¡joichil bmjadol
¡Vámonos de aquí, Joichi! ¡Estás em-
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8) DONDE SE CUENTA CÓMO EL SACERDOTE IN. TENTA SALVAR LA VIDA DE JOICHI
Durante un rato, los sirvientes peflnanecieron junto ai ciego, lianxándolo inútilmente. Joichi no los oía y seguía cantando y tocando coino alucinado. Finalmente, se anirnaron a zamanreaÍlo, a gritarle en el oído. a tratar de arrebatarle su birva. R.ecién entonces fue cuando Joichi oareció aclvertir su presencia" Indignac{o, enoj adísin:ro, exclarnó:
es intolerablel ¡Intoierable! ¿Cómo se -¡Esto penniten intermmpir rni ac¡uación clelante de tan majestuosa concurrencia? ¿Cómo se atreven a entrar así a la casa de tan noble Señor como lo es mi anfitrión? de que Jcichi estaira ernbru* Convencidos jadcl, Ios hombres lo tomaron ---entonces- cie las manos y de los pies y la- fuerza- lo cargaron para ilevarlo de
-ya-
-a vuelta al templo.
Aírn lkn ía.
El
sacerdote los recibió coil gran preocupación, preocupacién que file aumentando a rnedida q'le se enteraba cle lo suceclido. $rdenó qne atendieran al rnuchaciro" Le pusieron ropa$ secas, le dieron de cr-rrner, cie beber, lo dejaron reposíxr un rato y ento¡li:es- el -recién saccrdote decidió hablarle. --Joichi, mi querido y pobre amigo; necesito que rne confieses todo lo que te pasa. Tcrclo. Sin olvidar ningún detalle. Terno que comes peligro. Al escuchar ia vcz del sacerdote, tan sinceramer)te conmovida, tan arnable a pesar de que él no se haLría compcrtado coriectamente, Joichi nc soport.ó más su secreto y se lo revelé. Entre sollozos. pobrecito! ¡Ya intuía yo que tu vida está
-¡Ah,
, rr ¡,rlr¡rro! ¿,Por qué me ocultaste esta aventum tan extra-
rl,r'' A),.loichi; lamento decirte que tu extraordinario talenr. r's t:l c¡ue te ha coiocado en situación tan grave... Sé que rr' lrorn¡rizará saberlo pero es imprescindible que lo sepas:
,lrrr;urlc estas tres noches no estuviste actuando en ningun;r (:rrsa... sino en el cementerio... Y de allí te rescataron rrris sirvientes hoy. Trrdo lo que sentiste, fodo lo qne oíste ¡rricrrtras suponías estar con iiustres personajes, debes considt:rarlo una ilusión" Recuerda, por filvor: todc¡ ha sido rrna ilusión, excepto el llamado de los muertos...
veces'-- por Hijo: los ffIucrtos se desesperan -a tnás desesperaclo r:onlLlnicarse con nosotros pero -por EIkls illtenque escucharlo. hay peclidono que sea ese l.an a¡'rastrar a los vivos hacia su infinita morada. el sac:crdotc- ya Lamentablemente -prosiguió vcz basfa pilra (lLlc tc sola una Y con lcs has ob,edecido. tengan en su porler. Si vuelves a hacerles cascl -'-.altot'a c¡tte c¡uebraste la promesa que les hiciste- te destruirin.
Sin ernbargo, sé cómo proceder par¿r prote!,crtc. Ilxiste urr único rnodo y es escribir tt:xtos sagratlos stltrre tu prrtpia pie) y sobre todo tu L:nerpo" Porque tu cuetpo vi'llu aln¡a es vo es lo que se necegita proteger con urgencia" nrui, bond¿rdosa y sabrá ampararse a sí misma. ¿Me hiis cntenclido'/ de qrle atardeciera*- el sasu a1'udante desnudaron a .loii::hi y ie inciicaron
Así f'ue como
-.antes
y un buen ratoque tuviera paciencia ya que -durante deberían escnbrr sobre su cucrpo aquellas palabras recer¡-lote
ligiosas. Enseguida, entintaron sus pincelcs y empezaron ¿l trazar los signos de un texto sagrado sobre todas y cada una cle las parles ile su cuerpo: sobre su r:abeza rapada, sr-rbre su cara, su cuello, sobre pecho y cspalda, piemils. bra zos. mano_c, pies... Cuando el trabaio ya estaba casi concluickr. r:l sit
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cerdote les recordé que debía ir a ofrecer un servicio casa de las inmediaciones.
¿r
un:r
que finaliziulr Dejó a su ayudante -encargándole la escritura- y se despidió de Jcichi, diciéndole: apena no poder quedarme contigo esta no -Me che, pero escucha atentameDte mis recomendaciones y to do saldrá bien. como lu hiciste ¿lyer, antes de ayer y antes -J'al de antes de ayer, deherás sentarte en tu terraza y esperar. Fero ---esta vez- cornpletarnente des¡luclo. Tu vestido es el textc sagrado. El sarnurai vcndrá a buscartc -ahcra-"y te llantará. No te muevas y no le contestes. Qun-6¡1" c¡uieto, inrnóvii" Fase lo que pase, no te muevas y no hahlcs. Si cumples con estas instrucciones, el grave peligro habrá pasad{} y tu vida vc¡lverá a ser ia de siernpre. Ah, y no toques tu biwa. Lirnítate a colocarlo a tu lada. ¿,Com-
prendido?
Muerto de miedo, Joichi cliio erje sí con la
y
se
9) DüNi]E SE C{JE}ITA EL SUPI,ICTO NE JOICÍ{I Cerca tlel anochecer, Joichi se dispuso a oblan de ;llr¡s¡{¡.6 con las instruc{.:iones dei sacerdo{c. Se sentó en su tenaza y se quedó tan qirie to coml cu;rndo meditabal casi cnntenía la respiración. Ei biwa, en el sue.lel, ¿r su lado.
pobrecito pennaneció ¿tsí duranfe c¿si dos
horas.
Al f,n. oyó los ternidos pilsos dei fantasma dei saruurai que venía en su busca, a trar'és del jardín. En cuanto esluvo a unos nueve o cliez metros del ciego, rugió: ¡.loichiiil ;Jooooiiiichiiii! -¡.loichil Al no escuchar Ia respuesta del muchacho" el samurai se desconcertó y iliio:
,N. r,
;r .loichi.
Se produjo un silencio terrible que duró algunos
¡rrnt¡tt)s. El corazón del ciego galaba' De golpe, la voz del samurai vclvió a escucharse: **iDe este maldito rnúsico yo sólo veo sus orejas! cosa de Joichi que su par de orejasl , No queda otra Yez-- el silencio, hasla que la v
--
lx)tente ex.clamó, casi en un ai¿irido:
músieo únicalnente lriln quechrlo suti orejas, estas orejas le llevaré yo a mi Seiiur' colt ,,r,r prueba de que he cumplitlo con su orden dc vtnir llc"ratlo' para huscar a Joichi y que hice todo Io positrle
*-¡Pues si
cntero o no!
Ahí nornás, el eiego sÍntió que ca-tteza
retiró a rezar.
El
responde. ¿Dónde estará ese condenado? lrucrdc ¡ier que falte a la cita! Entances, sutrió a ia terraza y pronto estuvo fren-
--No
l¿Is
lli;'tllos dc lrrt-
rro le agarrabar¡ las orejas, que se las tirone¿rbittt c
que t-rataban de
A
par
ni
arrancárselas.
no dc'¡ii t':sr:a' i:esar de su intenso dolor" Joichi
siquiera un larnento' Se rnordía los labi"rs pilta
aguant¿lr esa tomura.
Tras utnos instantes de fcrcejea' el sa'murilt logtit.r sersu ohjetivo: las ore.las d* Joichi ya estaban listas par:'u les llevadas a su SeñorEl muchacho eontenía las lágr"imas y el grnn suirirniento físico mientras Pensaha: qué n¡e arrancó las orejas'i qué faltré?
--i,En
¿Por
El bonzo no rne dijo nada acerca de las orejas" ' Enseguida, oyó los pasos del sanrurai que se alejarjaban y auüque supuso que ya hatría abandonacl'¡ el dín, nt se animó a rnoverse. Ni siquiera se atrevió a tapar con sus rnanos las dos heridas, de las c¡ue t1uía tibia la sangre.
l
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3{
l0) DONDE
SE CUENTA pOR QUÉ JOTCHT SE HACri
FAMOSO EN TODO JAPÓN Joichi aún seguía sentado en la ferraza, inmóvil y con la sangre que le empapaba los hombros, cuando el sacerdote regresó al templo, dirigiéndose -{ort rapidezhacia el cuarto del muchacho. Cuandc] 1o alurnbró co¡t su linterna, el vie,jo religioso creyó que iba a desmayarse: ¿Córno era posible? ¿"loichi tan malhenelo? Ensegui
Ahí fue cuando el anciano se puso a sollozar a la par del pohre ciegr:. rnlentras le decía: rnala suerte, nii querido amigo! ;Y todo -iQué pror rni culpa! No debías de sufrir el ¡nás i:nínimo daño pero... Te cuenio... No controlé la escritura de mi ayudante cr¡ando tuve que .salir... Confié demasiaclc¡ en é1... Y ---segurarnente-- olvidd pintarte los sign*s sagrados sobre las orejas... ¡Es mi culpa! ¡Jamás podré perdonárme.l
-a
*-l,o
importante es qr.re el peligro {erminó" que ya nurlca ¡nás rne buscarán ios muemos... ¿Nr"l es verdad? _*No. Nunca rnás, Joictri; nunca más. Y me reconforta que encares así esta clesgracia. Tus heridas serán curadas y el riesgo mortal ya no existe. ¿Te das cuenta del valor de las palabras sagradas, a las que tledico mi existencia?
Poeo tiempo después, Joichi estaba físicarnente recuperado.
Sus lastimaduras cicatrizaron.
Con la ayuda del sacerdote logró superal sus pea poco-* volvió a tocar el biwa y a cantar \:rrcs y -poco r rrn todzt confianza, sin temor de convocar a los muertos' Perr: lo que no imaginaba era que la tenebnrsa ;rventura que lo había tenido como protagcnista iba a diIrrndirse por todo el JaPón. I-a otra cara de la desgracia, la otra cara "de la rnonrldao'---{omo solernos decir-. Fronto fue ei artista rnás famcso y apreciado. Muchr:s nobies viajaban --especiahnente- a Akamagaseki para disfrutar de su talento y rrsí fue corno ---en poco tiempG- se convirtió en un homhre rico.
Sin embargo, jamás abandonó su vivienda en el lemplo Arnidayi y contribuyó --con sus fabulosas ganancias- a auspiciar cientos de servicios religtostts en memulria de los Taira y por tra paz eterna de sus almas' Y cuentan que las btienas intenciones del muchar:ho dieron su fruto porque nunca lnás --a pa$ir t1e at¡uel e¡riso.llo de las orqas- volvieron a pcúurbar a los vivqis' Al {in descansaban en paz. Joichi los amaba y mantenía vigentc su recuerdo con sus maravillosas interpretaciones. así llegamcls al fin de la fantástica tristoría de .loictli, quien -*desde la época de su accideilte- cornenzó a ser conocido ccmo "Joichi, el desorejado"'
Y
lffi Tercera parte Cuando los pálidos vienen marchando
Aquel cuadro f:lornbre de nieve
Modelo XVZ-91 recibir la carta aqueApenas Feiipe se enteló -al Huberto. su arnigo a lla mañana-, telefoneó saqué la rifa de la exposición, I{uber! ¡La -¡fule rnoto es nuestra! "lrluestra", había dicho, y era cierto, porque la amistad entre ambos los llevaba a compartirlo casi todcr desde la infancia. Con más razón, esa poderosa moto impcrtada c¡rn la que los dos habían soñado tanto. Ni pensar en cornprarla" Aún surnando los ahorros de años no podrían haber llegado a reunir tamaña suma
como la que se necesitaba para adquirir sercejante moto. joya! Huber unos días después, -repetía -¡Qué ai contemplarla ubicada en el patiecito delantero de la casa de Felipe mientras, mate va, nnate viene, planificaban un via.jecito para "ablandarla". El estreno había sido ---{omo es de suponerdando mil vueltas a través de las calles del barrio, ante la acimiración de la muchachada.
Me parece que lo mejor será viajErr hacia Arenamares... (Felipe rniraba un mapa tle rutas en compañía de Huber).
*_Son quinientos tres kilémetros' Podemos haccr paradas en Villa Soltera, en Posta Luciérnaga, en.. '
DE
sg
por ese camino... ¡son como ciento vein-
-Pero te kilómetros más, Felipe!
Huber. -protestó pero estoy eligiendo las rutas menos transi--Sí, tardas. L* que perdemos en kilornetraje lo ganarnos en tranquilidad. En esta época, medio rnundo viaja hacia las playas. ¡Odio los embotellamientos! f{uber se pu$o a anotar la lista de provisiones imprescinclibles para aquel paseo tie inauguración "oficial" de "El Rayo", como hatrían bautizado a ia moto pegáncloie es*.s palabras con letras autr:adhesivas y fcsforescenfes. Ai fin, todos los preparativos estuvier*n listos y los dcs arnig;os partieron .-¡ina ¡rocl¡e de viemes-- rumbcr a Arenamares. Estaban contentísimos"
acá
señalando An'oyo Lobuna
-dijo, -Estamos en el plano-.'Ncs faltan como noventa kilómetros para llegar a l-as Acacias, el pueblo rnás cercano" Qué mala suerte..
"
--No
nos queda otro remedio que esperar' Tarde
o ternprano alguien va a pasar por este clesierto, ¿no te parece, expelto en elección de caminos? I{uber bromeaba, pero lo cierto era que se sentía un p{}co disgustadc por haberse dejado convencer por Fe-
lipe en cuanto a tomar por las rútas rnenos transitaclas' Y Felipe lo advirtió: es
mi culpa que hayamos tenido un desper-
-l{o iba a suponerlo,
fecto. ¿Quién
Al ratito,
sabelotodo?
arnbos se dispusieron
a corner ullos
sandwiches de las r,'iandas gue habían preparado'
Los primeros dosciertos kilémetros los recorríeron sin ningún tipo de inccnvenientes. "El Rayo" marcha, ba a la ¡lerfeeción. Esc¡ los animó a inrprirnfule rn&yor velocidad de la aconsejable para ¡¡¡r rorJado "'en ablande". El aire fresco Ce la ncche se partía en serpentinas invisibles a si.! paso. Estaban a punfo de atravesar el puente sobre el a"rrov-o Lobuna euando a Huber y Felipe les parecié que la motü eehaba a volar, que se eiespegaLra dei asf'alto, {due se *onvertía en un verdadero rayo sobre Ia oseur"idad y et si-
l';ncio
cle aqr;el paisaje carnpesino.
Foco después -*y bruscamente- la m*to se cletuvo en niitad del puenl.e y no e$contraron forma de liacerla andar ctra vez. --¿Y ahora... qué? preguntaba Felipe, cein-
-se
tra¡iaelo.
ruta e$ la desolacién tot¿I... perü... ¿quién Érat¿.ndo de rJivisar, inútilvehículo que se dirigiera en dirección a elios. Felipe sacé la guía de caminos y la alumbró con
-Esta la eligió? Huber, -agregaba rnente, algún su lintema.
No llegaron a hacerlc¡. Apenas habían desenvuelto uno dc los
pitr"¡uctes
cuando, del miswto lado de la ruta qr:e hatrían dejitdo atríts; tiempo antes, se les apaleció --
Huber y Felipe se miraron --r:olprendiclcs^-- antes de que la negrnra volviera a tapartro ¡sS6' fJtra vcz" sólo aquel puntc de luz que la Kornbi encendía sobre ia n¡ta, aproximándoseles lentamente'
raro --dijo F'elipe--. Ese utilitaio no hanada'.. imptirta? ['o buenc¡ es --Yo tarnpoco pero'.. ¿qué que pronto vañlos a salir de este puentt' iVamos' Felipe, a
-Qtlé ce ningfin ruido... Yo no oigo "hacedes cledo"!
Los dos amigos se apresuraron --€ntonccs-rumt;o a la entrada del puerate y comenzaron
a hacer scñas
t0l
t00 con las luces de sus linternas, a la par que indicaban la dirección hacia la que querían desplazarse. La Kornbi se les aproxirnaba cada vez rnás, tan lenta e iluminada corno cuando recién Ia habían divisado, y ellos volvieron a ponerse contentos: seguramente, pronto serían recogidos y podrían llegar hasta [.as Acacias en busca de auxilio para su averiado "Rayo". Cuando el inmaculado vehícukr se detuvo sobre la
--a
unos ireinta metros del puente-- Huber y Felipe corrieron hacia allí, agitando sus cascos y dando gritos de bierlvenida. ._Que no se crean que sornos asaltantes -comentaban-. Que se den cuenta de que necesitamos banquina
ayuda.
Y bien que los ocupantes de la Kombi habían nr¡tacio que los dos la necesitaban...
Ya los esperaban con un& de las puertas traseras atriertas, invitándolos a subir palabras- y los arnigcs subieron, casi sin fijarse -sin en ios singulares orupantes ctre aqr"lel rodado, apurados como estában por soiucionar su problema. Fue recién cuando el vehículo volvió a ponerse en rnarcha con la eabina iluminacla* que Felipe y -siernpre Fluber sintieron que algo extraño ocurría allí dentnr. Estaban atravesando el puente. Desde su ¡¡bicación en el asie¡rto posterio4 arnbos podían ver las cabezas y ios hombros de las seis ¡rersonas qire ocupaban los dos asientos de aCelante y -tambiéndel que oficiaba de chofer. I-os siete continr¡aban guardando el mismo silencit¡ con ei que los hatrían recibido. Huber codeó a Felipe:
Están todos vestidos de hlanco. ¿por -¿Viste? qué no hablan? susurró, ernpezando a inquietarse--.
-le Qué gente rara!
Felipe fue más decidido: --exclamó de pronto-, les agradece-Señores rnos rnucho que nos hayan recogido. Como pudiernn com¡rnrb:u, nuestra moto se descompuso en el puente. Quererrros llegar hasta el próxirno pueblo... No sé si ustedes irán hasta allá pero... la del conductcr- giLas seis cabezas -rnenos laron pausadamente hacia los dos amigos, hasta permitiries ia contemplación perfecta de la palidez de sus rosfros.
Entonces, les sonrieron con las labios gregados, rro dijeron nada
y
adelante.
-otra
vez-
volvieron a rnirar hacia
--casi gritó Felipe" reclarnando una -¡Señores! respuesta-. Disculpen... pero.." ¿ustedes viajan hacia I-as Acacias o no'l Fue la cabe'za Cel conductor l;r que se dio vueltil cn esta oportunidad. C
y
que ellos pudieran
stlnriendo"
-¿Dónde
-tarnbién*-
observarlo. Seguíit
nos metirnos, Felipe?
-*vclvió a co-
clear Huber, casi al Lrorde de las lágrimas-*" Este iiene la piel conlc si fuera una vela derretida... de las de velorio... Ahora, los dos tenían miedo. Sin duclas, aquélparecía un vehículo fantasmal y sus ocupantes ánimas de ex-
cursión.
".
no van para Las Acacias, déjennos bajar aquí
-Si f'avorl rnismo, ¡por
lielipe.
-suplicó No cbtuvieron ninguna respuesta. Enseguida, los dos amigos interttaron abrir
las
pu€rtas que tenían más próximas. Era r¡bvio clue pref"erían arrojarse al canlino atttcs de proseguir en la cornpañía de tan extraños "salvadiu'cs". . .
,10$
t0l Los siete pálidos ni se inrnutaron durante el ticllr po que durarcn los inútiles forcejeos y las quejas de Huber y Felipe. Ninguno de los siete les replicó na-tampocG-da cuando el chofer hizo un brusco -repentinamenteviraje y retomó el camino que habían dejatlo atrás. dirigiéndr:se por la ruta hasta pasar *-
que había provenidc. qué sitio era aquél? -¿Y A esta altura, el pánico se habí'a apoderado de los muchachos y fue mayor cuando -f-rnalmentelas siete ocupantes de la -aúnKornbi les hablaron por primera y rlnica vez" Las vtlces, monótonas, monocordes y vibrzrrdo al unísono desde aquellos labios casi pegados" Porque fue a c
no lateral y atravesó un antiquísimo portal de piedra. Sobre el portal, un montón de letras grabadas perc ilegibles, carcomidas por el paso de los años. anunciaban el no¡nbre del lugar.
Al d{a siguiente, los diarios pubiicaron la siguiente noticia:
Tragedia en la ruta a las Acaeias Dos jóvenes muertos es el lamentable saldo de un accidente ocurritlo ayer a la noche sobre el Puente del Arroyo Lobuna. Por causas que los Peritos tmtan de estabiecer, la moto en la que vla-
jaban ambos muchachos se desPistó, atravesó la baranda de contención del puente y se PreciPitó al anoYo que -'en esta éPoca del año- carece de agua.
Los cuerpos de los infortunados como Felipe -identihcados Lozano y Huberto Fére¡-- seran (rltregados a sus familiares una vcz que la policia aclare el caso, que tu-
jóvenes
vo una inexplic¿ble derivación, scgún trascendidos recogidtis en el iugar del hecho. Aún se mantiene el secreto de sumario, pero fuentes confiables hair inform¿do a la prensa que leis cadávercs de los jóvenes aParecieron a un kilórnero del lugar del accidente, dentro del Iietusto cementerio abandonado que se levanta en esa zona.
Trascendió
--también-
que
se
están realizando todas las diligencias para determinar quiénes Y Por qué trasladaron los cuerpos hasia ese
sitio.
Aquel cuadro
Arriba del ropero del domitorio de sus padres' En el mismo sitio a cionde había ido a parar r¡na variedad de objetos en desuso. Debajo de la sábana de polvo y pelusas que los cubría. Ahí encontró Hilario Cuevas aquel cuailro' cuidadosamente empaquetado y lo únictl rescatable del montón de cosas que su madre había ido colocando sobrc el ropero a lo largo de su matrimonio' (¿Quién--qus tonga o haya tenido un ropero- no lo usa o lo usó corrlo una suerte de depésito de objetos que no se decide a tirar, aunque intuye que jamás volverá a necesitarlos?) Aquel cuadro era un óleo de mediana proporción;
enmarcado. Sobre el ángulo infenor derecho de la tela, la querida letra y la firma que el joven conocía bien: Irenita' Junto a la firnta, una fecha que indicaba que esa pintura haLría sido hecha por su madre cincuenta años atrás, corno las
otras que decoraban una pared de la cocina y que pertenecían a la época de 1a niñez de lrene, cuando f,antaseaba con ser artista plástica. Nunca lo había visto antes. Por eso, Hiiario se conmovió doblemente y --durante un ratcF* permaneciíl y sentado sobre la c¿rma de los padres, abrazado al cuadro
con la mirada perdida en sus recuerdos. La campanilla del teléfono 1o volvió al prcscntc'
w
106
Ya habían cortado cuando atendió. Ahora estatra
el óleo en su cuarto y aún cargaba -amorosamentecuando se le ocurrió que esa pared desnuda frente a su propia carna era el lugar ideal para colgarlo. --Así lo voy a contemplar todas las noches... mientras que a golpe de rnartillo, colncaba un -pensaba, clavo en el espacio elegido-*. Es como si mamá hubiera querid
!
E F{ilario dedicó la" última hora de aquel viernes a mirar el cuadro con enternecido detenimiento. Su mamá había pintado una casa estilo Tudor. l)os pisos con cuatro ventanas cada uno. Cort¡nas que impedían ver el interior de las habitaciones, cálidamente ilu-
r¡inadas...
Al frente, un jardín florido y ceiirf'uneli-medio da entre ias plantas- Ia silueta de un muchacho manejando nna hoz. ¿El jardinero de aquella resideneia, t¿rl vez"? I)urante las semanas que siguieron al encueniro
de aquel cuactro, Hilario destinó
SUS rTrorner-rtos
libres a
contemplarlo.
Emocionado como estaba par ese hallazgo inesperado, cada día le parecía más irerrnosü y ilo lt'rgraba explicarse por qué su madre 1o habría guardado, casi ocultn se hubiera dicho. punto de dolrnirse a la par que esI-Ina noche -a cuchaba Ia radio y con la vista distraída en ei ólerr-- Hilario creyó observar que una de las coninas del primer piso de li,i casa pintada se descorría lentamente. de -_El sueño rne hace ver visiones... -pensó inrnecliato y apagó el veiaclor, dispuesto a descansar. las cortinas de esa casa están corridas -Todas de caer profundarnente dormido. dijo, antes --se Y esa madrugada soñó con sus padres y se sintió
y mirnado como cuando los dos vivían y le de"'Lari". t'lrur ¡rt'r¡ueilc'r
Se despertó de buen humor' Se estaba vistiendo para salir a hacer su acostumhrada carninata rJ€ los sábados, cuanda recordó el asunto
tlc la cortina del cuadro. Se volvié hacia el óleo y sonreía por lo que -r:n r:se montentc¡- consideraba una visión producto del cans¿rncio nocturno, pero vict que la cortina del prirner piso de
'*realnrcnte-
descorrida. Se inquietó. Y más aún cuando una neila que apapedir auxilio se asomó a esa ventana y ie hizo selcntaba iias desesperadas. Enseguida, y por cletrás de la niña, una mujer, que se le parecía notablemen{e, hizo lo mismo' Hilario creyó que se estaba volviendo loco' me pasa por pasar tantas horas rnirando el -Esto cuadro cle man,á ---supllscr-' Estoy sugestionado como muy rnolesto consigo mismo, temlinó de una criatura -y abroeharse las zapatillas y abandonó su cuarto, sirl volvcr a mirar el óleo. de regreso a su casa- decidiÓ Esa noche -ya que dormiría en la sala. Se ubicó --¿ntonces- en un sotá, prometiéndose que no volveda a rnirar el cuadro hasta la casa pintada estaba
la rnañana siguiente. Sin embargo, cerca de la rnadnlgada se despertó pesar de la baja temperatura de repente. Transpirando
-a arnbiente- y con la r¡ecesidad impostergatrle de contem-
plar el éleo. Se rlirigió a su cuarto y así lo hizo' ¡Para qué! Ahora eran dos las cortinas descorridas. Tres de las ventanas del prirner piso de la casa pintada lel estaban y --detrás de ellas-* la niña y la rnujer en una, un niño en la otra y un hornbre en la restante. Todos pedían auxilio y le hacían señas desesperadas. En sus caras, el espanto' En la de
Hilario, también.
t0E
t0e
Temblando, descolgó ---€ntonces- el cuadro y lo sobre su cama, de pintura contra colocó -bruscamente* el acolchado, para no ver esas imágenes que tanto lo estaban perturbando. ¿Cémo era posibie? En un impulso, se abrigó para salir a la calle:
prolongadas veces- cuando una viejita salió desde tlna dc las puertas laterales de la residencia. Ya va... Ya va".. *-decía, rnientras se le -Sí... aproximaba a ÍIilario alisándose el pelo y acornodándose una chaqueta que terminaba de ponerse'
-Debo
averiguar si esa casa que pintó marná
y la priexiste o existió y a quién pertenece -pensaba-, mera idea que tuvo al recorrer la cuadra de su domicilio fue la de encaminarse hacia el barrio donde ella había pasaeio su infancia y su adolescencia y del que había partido para casarse con su padre. esa pintura *corno las otras que -Seguramente, hizo-- fue inspirada en algrin paisaje vecino... F{ilario estaba tan nervioso que las aproxirnaclarnente ochenta cuadras que Io separaban de aquella zona las atravesó casi sin darse cuenta. El sol del domingo ya acariciaba los iirboles cuando llegó al barrio donde su mamá había sido "trtrenita". Recién después de haberlo recorrido sin parar, Hilario se halló --de pronto*-frente a la casa que la madre había pintado en el cuadro. Dos veces había pasado a lo largo de ella y sin reconocerla. Claro, cincuenta años no habían transcuruido en vano: era la misnla cas{, pero lógicarnente envejecida por la acción del tiempo y bastante transformada a fuerza cle refacciones. El jardín delantero no existía ya, por ejempla. Un desierto patio ocupaba el espacio que antes había pertenecido a césped y plantas. Sobre la verja de la entracÍa, un cartel anunciatra: "Jardín de Infantes T'uiipán". Como tantas otras antiguas casonas, a ésa también la habían convertido en una escuela. Muy excitado, Hilario pulsó el timbre sobre ei que se leía: "Fortería". Ya estaba por irse de tacar varias y
--después
desea, señor?
-¿Qué -Esteee... pero... ¿,En
Buenos días-.. disculpe la molestia"
'
pasa? A usted no lo tengo visto por aquí' -¿Qué qué puedo serle útil?
Entonces, Hilario le contó una historia que se le iba ocurriendo a rnedirJa que la desarrollatra. No podía decirie la verdad. El caso es que se las
ingenió tan bien que la vie.jita le dio -exactame'nte información que el muchacho ansiaba.
-
l¿t
Entre otros detalles que no le interesaban en abs<¡Into supo -_por ejemplo- que esa casa había pertenccitltr
---cincuenta años amás- a una tal familia Dubatti"' que sus cuatro integrantes habían muerto asesinados" ' c¡rrcr nunca se había descubierto al crirninal..' que la finc¿r había permanecido cerrada durante rnucho tiempo"' y que ella era la encargada desde el mes en que se había inaugurario el Jardín de Infantes, tracía once años. La viejita seguía hablando y hablanrlo cuando [{ilario pensé que ya tenía datos suficientes como para ernpezer ecomprender el secretei que el cuadr* encerraba' Casi sin clespedirse de la anciana, llamó a un taxi y volvió a su casa, heeho un relárnpago. Corrió a su cuarto y tomó el cuadro' Lo observó con atención. El miedo le picoteé el corazón: ¡Las cortinas del prirner pisa de la casa pintada continuatran descorridas peic ningún rnstro desesperado volvió a dibujarse detrás de ellas! Aunque lo más impresionante era que'"' ¡la silueta
deljardinero había desaparecido detr óleo! Fuera de control, Hilario arrojó el cuadro al aire'
fl$
ltr
Al estrellarse contra el suelo, el marco quedó por un lado, el óleo por otro y el cartón que lo protegía po. d.trás fue a parar abajo de su cama. Cuando --dolorido por su actitud de haber inten_ tado romper una pintura de su madre* Hilario se empezó a recomponer y a recoger las partes dispersas del cuadro, encontré aquei papel doblado en varios cuadraditos. Era un papel de cafia fino, tipo tsiblia y _sin clu_ das-_ había saltado del interior del cuadro cuando se l.ra_ bía descua.jeringado clebido al golpe contra el piso. Con el corazén t'mncido, el joven lo desdobló. Era un rnensaje manuscrito. La letra infantil de su rnadre y esta confesión:
*Me
llarno lrene del Fino y tengo doce años. Ayer mis_ que de ilegara la policía_ descubrÍ _por casualidad._ guién os el asesino de los Dubatti. pero él lo sabe y me amenazó diciéndorne que si se me ocurre contar lo que vi, me va a matar. nro
*antes
Me dijc también:
*Estés donde estés y sea cuando fuere, si algulien se entera de lo que presenciaste, yo me las arreglaré para niatarte apenas rne delates. Y con la misET¡a arrna con que asesiné a ti: arniga Andrea y al restc de su familia: a sus padres y a su hernqanc i_oren_ zo, por si debo recordártelo. Con esa rnisma arma que me sorprendiste lavando, voy a a*ariciar tu cogore.
-entonces-
Un grito arañó la garganta de Hilario. jardinerol ¡El jardinero fue e[ asesino de la
-¡El lirmilia Dubatti!
En el rnismo instante en que pronunciaba aquellas óleo. ¿Dónde ¡ralabras, recordó que ya no estaba en el entcr¡ces?
Hilario se lanzó sobre el teléfor¡o. Comenzaba a más que se le antojadiscar e! núrnero de la policía -por ba atrsurdo todo 1o que Ie estaba ocurriendo-- cuando la sobre la pared que tenía sornbra de una hoz
-proyectada
al frenfe-- lo paralizó. ¡El jardinero del cuadro! Se dio vuelta con el tiempo justo como para ver lo que rnejor no: erguido a sus espaldas y barajando la hc¡2, un viejo. Durante un instante, Hilario creyó que estaba ¿l jardinero del cuadro era un rnuchacho y no ese salvo. ¡El hornbre rie barba y Pelos blancos!
I)urante el instante siguiente, I{ilario entendió
que estaba Perelido.
jardinero, con cincuenta años ¡Ese hombre era el rnás sobre su piel! enfavor"* no'| me mate! tonces"
-¡Piedad -por
Ei viejo
seguía haciendo bailar su he¡z mientras
Ya te esloy odiando como a los Dubatti, así cue no lo ol_ vicies y boca cerrada. ¿.Entendiste?
le decía:
Tengo pánico y escribo para aliviarrne un poco del peso de este sscreto te¡.rorífico. Le pido a Dios que nne ayude a callar y espero que se haga justicia algún día.
tu estúpida madre.
En el cuadro que acabo de pintar y dentro de cuyo marco
voy a ocultar este mensaje, aparece el asesino con su arma, en la rnisma casa en la que oomet¡ó sus crímenes. Ojalá reciba su merecido castigr:"
lrenita
-aulló
--Ja. Yo no cometo dos veces el rnismo error' \'oy a degollarte como terrdría que haberlo heclio con lrenita, ruego; déjeme vivir y juro que ¡6¡ voy a de¡Mire, rnire lc¡ que hago con este mensaje de mi Hilario rompió el papel de la confesión en mil rnarná! --e un bollito con ellos- se los tragó' pedacitos y -haciendo El jardinero estaba a punio de descargar su hoz contra el cuello de Flilario pero el rostro y el cuerpo del rnuchacho le indicaron que no hacía falta: era evidente que
-¡l-e iatarlo!
112
acababa de sufrir un ataque al corazón. Pocos minutos después, expiraba.
Hombre de nievel
, t t-]
i,l'l :,, t.
este muchacho se trastornri -Indudablemente, debido al failecin¡iento de su madre... días des-opinó, jefe pués, el de policía en una conferencia de prensa. Y vean si no: la autopsia revelé que su última cena fue... papel... Un loco rnanso" eso es tclcio... No, su habitación estaba en perfecto orden. LIn síncope. ¿El cuadro que enconkarnos junto a su cadáver y torio roto? Ah, sí. Una pintura hecha por su rnarná ilurante ia infancia".. Nada de valor... Afectivo, sí, por slr,ouestc. ¿,Qué representa? Una casa. Una casa estilo TLIdor. l)os pisos con cuatro ventanas cada uno" Cortinas que
impiden ver el interior de las habitaciones, ciilidamente iluminadas.." Al frente, un jardín florido y con-medio rnafr¡ndida entre las plantas- la silueta de un muchaclio nejando una hoz. ¿81 jardilrero de la residencia, tal vezT Pero ya me están haciendo ir por las ramas. ¿Qué tiene que ver el óleo con la muerte, señores periodistas?
Y aquel cuadro pintado por inexpertas manos iny fanliles al que icl rnismr>* no se le ntorgé ningii-por na irnponancia, fue a paral a uno de los tantos camicnes rlue recolectan desperdicicls, junto con todos los demás que había hecho lrenita.
Había una vez ----en una humilde altiea ndrrtlica*-cios mpjqres gue asombraban a todos con sus delicadas tallas sobl'e madera. Una de las mujeres, viejita, muy viejita' Sie ll:'trrtaa Q"udslia y era u¡ a .n ar-av illrr,s3- arte I ?n a La otra, joven, muy jovencita. Su nonrbrr: cna $crrr¡l-lg&, le $geía1l$,g.1i" y era utta.e+ce"lente aprenrlizit dc
b
Gudpli-+..
el lrt.rsq u c JBdas las . $gmanp^s, tas- .das*:.b,a,{} .h3*:l par¿r de troncos pedazprsmá¡ .c*e..q9_g-g*qn lusca {e.ryp1s y del quedaba rrl if-[ggrP",-ro q--o--pg= el !,osqug ffi?:e.Í9191,no orc ládü?dr río que iimiüb; éfficirtá"rie ia á!éea, rlebían .
qryzarlg
eg-bltl* c"dt-{9111g9'
las trasla-{.trry*vueita a Ia aldea, a carnbio de
Alfi*l
daba de ida al boüqué-y de una abundante ración cle pastel de papas que ellas rnisrnas
preparaban especialrnente. y recoque habían Rorni se encontraban atando el material lectado, se clesaté -_de irnpraviso- una f,uerte to[nenta
Un atardecer dominguero, mientras Gudelia
de nie.¿e.
Las dos corrieron
clos,
cargando los ata-
--entoncesen ctrirección a la orilla donde -habitualmente-
esperaba el botero.
las
1{5
{t¡f $zariel había construido a.llí.una"c,abañ-.¡ y era co rnún que las mujeres tuvieran que entrar para despeÍarlo, dormido corno se quedaba después de -'aguardándolas-
tomar unas cuantas copitas de ginebra. Pero en esa oportunidad no lo encontraron; tün tarde llegaron a la cabaña... La tormenta les había dificultado la rnarcha por el bosque.
la nieve que trajaba biornbos y dc la corentada que agitaba las aguas, Rotni pudo ver .A pesar de
qu* el bote del señor Azariel ya estaba amarraclo del otro lado clel río.
No les quedaba rnás remedio que buscan refugio en la cabaña y confi;u en que las ci:ndiciones del tiempo mejoraran pronto. 5e cobijaron ---entonces-- dentrc de la irailaña. El único cuarto dei que constaba la constn¡cción estaba helado. No había ningún alirnenfo, ni bebida, ni siquiera un brasero con ei que aliviar el intenso frío. ' Apenas un camastrL! y una bctella con restos cle ginebra. Rornl tuvc¡ que insistir mucho para que la viejita usara el camastro.
Bcndadosa como era Gudelia y tanto corno quería a la niña, fr.ae después rJe un rato de:
-Usted" -*N0, t¡sterJ. en que ustcci. -lnsisto
-Dlgo
que usted.
-Usred. que Romi ccnsiguió convencerla
de que fuera eila quien se acostara en ese precario lecho. Ya era noche totai cuando la viejita se durmió, encogida y terntllandc de frío. Echada a su lado *-sobre el suelc' y también temblando-*, Rorni perinanecía despierta en la oscuridacl. Le asustaba el silbido del viento y las uñas de la nieve, ras^
y la puerta de la cabaña. *para colDesde el río encrespado le llegaban
¡r;rrrrkr l¿ ventana
nr()
las inquietantes voces del agua' tr-a muchacha sentía que se estaba congeland
el frío como de miedo- pero -finalrnente. irnsancio pudo más y _-también- se quedó dormida' l¡rnt.o de
Fasada la medianoche y cuando la torrnenta continuaba azotando la cabaña, Romi se despertó, de repente'
Un leve roce ---como Ce mano de nieve sobre su fi'cnte-- ta había traído de vuelta del sueño' Se inquietó: la puerta estaba entreabierta --a pesar de que ellas la habían cerrado bien"- y tr'na misteriosa luminosiclad le pemitía ver ---claramente-- el interior de Ia habitación.
Mejor no hubiera visto nada' porque io que vio la
llenó de espanto: un increíblernente trerrnosr: cabailero (de belleza rnasculina, aclarernos), apenas L¡n poco mayc'r que clla, blanco desde los cabellos a los pies y vestido íntegrarnente de blanco" se reclinatra sobre la viejita üudelia y le soplaba a la cara con furia. Su aliento podía verse con nitidez. Era como llna cinta de humo '-tamhién blane:c¡
sLr
garganta. Sin ernbargo, fi;e como si hubiera gritaclo, porque ei caballero cesó con sus soplidos y levailtó el blanco rostro hacia eila. Se le acercó hasta casi tocarla y la mii:aba con sus bianquísimos ojos rie alucinaclo cuando le di-io:
para soplarte con mi aliento' io mismo y tan nifla que siento un poco cle pena por ti. Por eso, no voy a hacerte daño' Pero jamás olvides qlle no eleberás contarle a nadie lo que has vistc esta noche, ni siquiera a tu padre' Recuérdalo bien' Romi: Si alguna vez --donde' quierri qtrc te encuerttres- se ie osurre confiarle a alguien *--quienquierü que s¿a- lo que hoy viste aquí, yo mc voy
-\'rins que a la vieja. Pero eres tan dulce
tlt
itt a enterar ---de
inmediatc¡- y --de inmediato-- estaré a tu
lado para que rnueras en ese preciso insgante"
Romi seguía petrificada en
el
silencio de
su
pánico.
El caballero blanco le dedicó -€ntoncss- una riltima y sostenida mirada blanca. Enseguida. abandonó la cabaña cen'ando la puerta tras de sí. La tormenta pareció intensificarse cuando e! níveo visitante se perdió en las sornbras, A fravés de la ventana, Romi ya no voivió a contempiar otra cosa que oscuridad. Desesperada, gritó -varias veces- el nornbre de Gudelia y tanteó h¿lsta enco¡trrarla" Le tocó la cara, las manos, los pies: la piel de la viejita parecía. de puro hielc. Estaba muerta la pobre. Rorni se abrazó ---€ntonces._ a su cuerpo heladcr y lioró corno sólo lo haLría hecho de rnuy niña. ai perder a su rnadre.
doblar una esquina- tropezó con un muchaDuranÍe algurros instantes. los dos se corrieron hacia la izquierda" hacia la derecha, hacia la izquierda y nuevarnente hacia la dere-
¡rrtlnto
-al .'1,., qu" caminaba en la dirección contraria' cha, coincidiendo en sus movimientos'
sin proponérselo--- ninguno dejaba paAsí -tan sar al otro. Este brevísimo episodio los divirtió y ambos se pusieron a reír con ganas' presentar*rne, señorita' Ya que parece
-Permítame que vamos a quedamos etemanxente en esta esquina, será rnejor que separllos quiénes somos" ¿no? -_le dijo entonces el joven, riéndose todavía-' Me llamo-Olao' ¿,Y usted'/ '.
-ftorni. Recién entonces obsen¿ó
masiado.
Y sí, la había entristecido profilndamente, pero lo que él nc¡ sabía era que su hija tarntrién sentla el corazón herido por la visión que había tenido en la cabaña y de la qlre no se atrevía a hablar con nadie. Silenciosa y soiitaria, Rorni volvió tiempo--
-al ratlajo con la madera y al bosque a bus-tarnbién*car material, cúmo tantas veces lo había hecho con su i¡rolvidatrle Gudelia. a su
una tarde. Rorni volvía a sLt
una asornbrosa palidez
--de ojeada-
cho da
I-a tormenta acaLró al arnanecer" Cuar¡tlo después- Azariel ,--el i¡oterc¡-* llegó de nuevo a-püco su cabaiia, encontró a Rcmi sin sentido y aún abrazada al cadáver de fiudelia. La jovencita necesitó varias semanas para reprlnerse por cornpleto" Su padre pensaba que la muerte de Gudelia __su querida rnaestra-- la hat¡ia afectaCo de-
Pasaron cinco años.
casa clespués de unas compras en el centro de la aldea' De
ella el lostro del muchay -__<1e una rápi-
lunar-
su aPariencia.
No era de la aldea' Lo que sí era" ' extraorclinarinmente alractivo, hermoso podría decirse, todo lo hcr¡nostr que un hombre puede ser para los o"ios de una nrujer" ' ele paso por aquí. Voy camino al pnís vc-Estoy cino" donde me han clicho que necesitan brazos para las contó más tarcosechas. Soy huérfano de nacirniento -le
ni tíos... Ningún Pariente. Romi lo escuchaba fascinada" Era la primera vez en su vida que un muchacho le ilamaba la atención de ese rnodo.
__¿Me estaré enamorando?
-pensaba-'
¿Será
esto el amor? Y cuando él la despidió en la puerta de su casa y prometió quedarse un día más en la aldea para poder vera ia mañana siguiente, Romi ya no tuvo la -otra vez-tludas: sí" ella estaba enarnorada de Olao.
ftt
fl9
Pero tampoco tuvo dudas de que él ta.mbién se hu" bía enamorado.
aruel,irrrt'.rr rt; lt la luz cle otra y en la misrna cocina' Olao
r,l.rl,,r l;r l()tttra de una boisa.
iba y venía sobre el cuero' iato, Romi descansó un instante y fijó su vista
L¿t [Jruesa aguja
Esa noche le contó todo a su padre y éste le dijo:
joven venga mañana a despedirse de ti, quiero conocerlo, Rorni. il4ira, hija, yo ya estoy viejo y no me gustaría morin'ne sin verte casada. Sufro al pensar que puedas quedarte sola en el mundo.." Por eso, si ese tai Olao me parece honrado y trabajado¡ Ies da¡é mi autorización para la boda y... hay un problema... ya !e conté que él -Pero.". no tiene empleo, padre.
--Cuando
ese
-*No
me has rlojado terminar la oración, hija" Decía que les daré mi autcrizacién para la beda. .. y trabajo a Olao, en rni molino.
Diez afios después de esta conversación. Rorni y Olao curnplienrn diez felices años de rnatrirnonio. Cuando el padre de ellá rnurió, sus últirilas palabras f,ueron de gran afecto para su hija y de sincera aiabanza pafa su yerno. Todos en la aldea apreciaban a Olao y adorahan a Ios siete hijitos que había tenido con Romi. Los siere eran parecidísimos ya a ella, ya al abuelo... pero todos con esa
sorprendente palidez lunar que sólo habían heredado de su papá.
A pesar de estimario a Otrao, los hornbres de la vecindad murmuraban -*a veces entre cerveza y cetyeza-_ que ese extranjero clebía de poseer ei elixir de la juventud, porque ellos envejecían- él se mantenía -rnientras igualito al día en que había aparecido en la aldea, diez años atrás.
Una noche, mientras los niños dormían y Rorni claba los últirnos toques a una nueva talla a tra luz de una
,tl
,rt' cl csposo. Un le.jano i"ecuerdo se le sttpelpuso -_de ¡,.l¡rr.' iiobre la irnagen de Olao y -amorosamente- le ,1il() ('tllottccs: una cosa, querido? Recién' al mirarte -¿Sabes rrrrt.rtlt.as estatras tan ccncentrado en ti.¡ trabajo cle cornpcsrirrii, con lii luz cle la lárupara haciéndote brrliar el pelo y ,,1
l;¡ l,irrha. rne acordé cle uti suceso extraio v terrible"' Olao no abando¡:ó su ia'rror, perc) se notat¡a que ia
t',;t'
r
rchabi{ at.entamente.
Rcml Prtlsiguió con el relato:
tenía trece años"' uila nilche dc turlncnt'a' tan atractj.vo, tan hertnoso, fan pilicltl cot
-'Yo joven
rllul--- eres idéntico a aq*el muchachEr' " Sin delar cte coser la bolsa, Olao le prl;gullt(i: ----¿Y clóntJe lo conociste, si puetle s¿bt:rst"/ Hntonces Romi le contti Ia espantosa hi¡;l¡lria visu vir,la e* aquella cabañ¿, clel otro lado del río' ConciuyÓ narración cün est¿ts Palabras: l¡ rlnica vez que
-Fue ccxlo tti... Ciaro
vi
a un joven tan scductor
qile ntlnc:a estard segsra de si ftre una pe-
slirditrla'..t:--sienverd¿id-estuvQconmigtlunhonrbre morlos' él cle nleve".. un catlaflerc¡ de nruerte"' De tod<¡s f|e amo' que tri"' sólo irle prcdr:jo pavor... en tanto Olao... 'Ie amo".
ra"
Corno si le hubiera rJaclo un súbito ataque de locuOlao sa{tó de su silla ai escuchar e} final de esta confe-
sión, iulujando la bolsa ai aire^ Se abaianzé scbre Rosri -que lr: contemplaba perpleja-- y empezó a sacudirla de ir'rs honlbrm;' a la prar que lc gritaha con furia:
yo! ¡Era yo, insensata! ¡Aquel hombre de -¡Era nieve era yo! ¡Y te dije ---entonces- que si alguna vez --dondequiera que te encontraras*- se te ocurría contarle a alguien -luienquiera que fuese- lo que allí habías visto, yo me iba a enterar --de inmediato- y =-de inmediato-- estaría a tu lado para que murieses! La miraba con ojos de alucinado y de su boca comenzatra a saiir corno una cinta rle humo blanco -:-que congelaba el aire ai desenrollatse- cuando soltó a Romi
-de golpe-
Modelo ){YZ-91
y se echó hacia atrás.
Irnpresionantes temblores agitaban su cuerpo y un viento helado invadió la cocina mientras seguía gritándole a su esposa: te mato ahora misr¡ro porque tengo piedad -¡No de los siete niños! ¡Fero escucha bien cui-.insensata-,, da de etrlos, cuida de rnis hijos con todas tus energías y jarnás reveles su origen, porque si llego a encontrar ei mínjmo motivo de queja te juro que volveré *-de inmediatopima arrailcarte la vida, con el m;írs gélido de mis s'rplos! A medida que terminaba de hablar, la voz de Olao se iba afinando, afinando hasta no ser sinc un agudo silbido del viento. Su cuerpo --desde la cabeza a los pies-- se tornó blanco prirnero, de nieve después, de hielo enseguida hasta que *-fi.nalmente-- se derritió por completo y no fue más que una extendida rnancha sobrc el piso, una mancha que se evaporó, desapareciendo en una espiral de hurno blanco que ccngeló el aire a su alrededor.
Aterrorizada, Romi comprendió
-€ntonces-
que se había enamorado del hombre de nieve, del blancr: caballero helado... que se había casado co* ó1, con el irre-
sistible Hennano Muerte.
Que no. Que a nadie le llamará
-
pzrrtir:ul;rrrnc'.n-
{e*- la atención. Que ni la directora, ni la vice, ni
los mAestros de la prestigiosa escuela "Inter-Er1uca" van lt ltd-
vefiir algo especial en cse nuevf'alulnt)() quc tlll¡itattlt ha de incorporaÍse a uno de los grados, a rllitacl dcl cicltr
primario. 'Iarnpoco tendrán ningún rnotivo para int¡trict;.tl'sc, para observar a ese niñc con ciedicación pref-erencinl. En apariencia, Jarpc es una criafura cc¡mo fotlas. ¿Por qué habría de concitar ----entonc€s*- otro interés que no sea ei que despíertan los derníis alumnos? Adernás, ubicada como está la escuela en la zona
a g.qg!$e-4ciaq rle dipiomátictx destacados en la-$.eptiblica de Burgala, es común que rnur:hos niños ingresen a sus aulas en cualquier etapa del peque lo abanclone¡r antes de ríoilo lectivo y -tambiéliconcluido. Se tral.a de hijos de personal diptrornático prctveniente de todo el munclo y de estadía transitoria en Burga,-te emhaj adas, cq,nsulgrlgs
la. Se trasladan con sus padres de ur.lo a otrc país, a donr-le aquéllos scan destinados por sus respectivos gotriernos'
Al de ellos.
pequeño "larpo
lo inscriben como uno
n'lás
119
122
Jarpo llega a su nueva escuela en uno de los buses
que recorre la zona en busca de los alumnos. Durante el trayecto no ha hablado con sus compañeros, salvo
el "Buenos días" de rigor, al subir al vehículo. Él no conoce a nadie .*todavía- y es lógico que sienta trastante timidez. Sentadas en etr primer asiento -del lado opuesto al conductor-- están Zelday Nu{a, amigas inseparables. Ambas han senlido un cosquilleá-de ernoción no bien Jarpo subió al vehículo, pasando a su lado, tan cerquita de cllas y mirándoias de reojo. Zelda es la prirnera en reaccionar. Codea a Nuria pa-ra susurrarle:
viste? Mmm... ¡Qué ricol -¿Lo asiente y rnurÍnura: Nuria --Sí... pero antipático; apenas si saludó. Zelda saca un espejito. L,o coloca entre medio de ambas y así vez cada una- pueden rnirar hacia -una atrás sin ser descubiertas. Fingen arreglarse los moiios, acomodarse el fle, quillo, sacarse alguna inexistente pelusita dei ojo... I-a cuestión es usar el improvisado invento del espejo retrovisor y contemplar al nuevo compañero. Jarpo se sentó en el último asiento, ése en el que caben cinco o seis ocupantes y *-durante la ida a la escuela- no hace otra cosa que mirar distraídamente a través de las ventanillas.
Durante las primeras sentanas que siguen al día de su ingreso, Jarpo demuestra buen comportandento y excelente aplicación al estudio: pareciera que lo aprende todo sin esfuerzo. tiene una memoria de elefante o es un ver-Éste dadero "tragalibros", de esos que se pasan estudiando en la casa --empiezan a comentar sus compañeros varones. .*Un repelente.
fuera un "traga" no haría otra cosa que repalibre y
-Si s;rr'las lecciones en los recreos y en cada mornento
anfe.lrrrpo no toca una carpeta ni siquiera en los minutos y liores a los exárnenes. Es super inteligente, eso es todo' usle"cles se mtleren de enviciia. Zeldaes quien defiende a Jarpo de las habla-
.lurias.
Aunque el muchacho es muy serio' callado' poco cornunicativo, le atrae tal corno el primer día que lo vío' Sin embargo' no puede explicarse exactatneüte por qué, ya qlle Jalpo la trata con reserva, ai igual que a los demás.
De todos modos' Zelda está segura de que a ella aprele clemuestra un poquito más de sirnpatía' Eso pttede naquc lc ciarlo en cierta sonrisa -casi imperceptible-
quc '--i.t vcce en los labios y en los ojos cuando Ia ve o cn ces- lo sorprenrle rnirándola como si ella f'uera un plrlsir¡e extraordinario.
Es recién después de drrs mescs dc cllscs c()llll)arlrli:cti tirJas c¡:anclo se produce un hei:litl que los ltcctclr
vanlente. FIa llegado la hora del ainl¡-lerzt'r escolar' h'l contc-
dor de la escuela parcce una bullicir'rsa paJarera' Ya están concl'uyendo con el prirner plato cuando una cle las celadoras se ala¡"rn;t: está JarPo?
-¿Dónde Enseguida'-y f;ll vista de que no aparece por et conledor- clos compañeros salen a busearlo: en el auia no
estál en ios baños, tamp'r'no; ni en el gimnasio' ni en el laboratorio, ni en el salón de música, ni en la biblioteca"' Al rato, toclos los cornpañeros del gratio van en su busca por el amplio establecimiento' JaaarPoool ¡ JaaarPooo I
-¡ ZekJa tamhién. muY PreocuPada:
-¡JaaarPooo! Corre hacia el parque de la escuela' dirigiéndosc
t25 rumbo a la arboleda que crece detrás de la pileta de natación. Jarpo suele carninar por allí todos los días, cuando se va a jugar solo con un pequeño aparatito electrónico --ti po _y$\fg.{'- que no le deja tocar a nadie. Ni a Zelda. fin- en¡Qué susto.se lleva la nena cuando -al cuentra al muchacho acosfido arrit¡a- scbre un -boca banco, con los brazos colgando a los iados y los ojos muy abiertos! Parece petrificado. No pestañea siquiera. 1o toca, impre--¡Jarpo! ¿Qué te pasa?
-Zelda
siorrada.
Él mueve apenas una Írano, como queriendo señaiar algo. Jarpo?
-¿Qt¡é, I)e pronto, sobre las piedras del sendero y a meclio metro del banco, Zelda descubre Io que
1e
parece una
dirninuta casete. La torna.
--¿Es esto lo que me estás pidiendo? Jarpo le dice que sí con un leve movimiento de su cara, ahora inexpresiva como ia de un muñeco. te pasa?, ¡por favor! -iQué Abre ientarnente una mano y la acerca a Zeida, qlle pefinanece a su lado, cada vez más asustada. Es evidente que Jarpc. Ie está indicando que Ie alcance esa casete.
Zelda interpreta sus señas, cumple con el pedido
y sale disparando hacia la enfermería de Ia escuela, rnientras le dice a su amigo:
*-¡Enseguida vuelvo, Jaqpo! ¡No vayas a levantarte! ¡Voy a pedir ayuda! corre a través del parque
-y con el corazón batiéndole eorno pocas veces antes. xilin!
-¡Au¡Jarpo se descornpuso! ¡Ayuda, prontol Cuando el equipo médico se apresta a socorrer a
Jarpo, ia sorpresa: todos lo ven caminar hacia ellos lcr rnás carnpante, normalmente, como si nada }e hubiera sucedido. Después. no hay forrna de que diga ofra cosa que:
absolutamente bien' Me quedé dormrdo' creyó que rne había desvanecido' Estas
-Estoy ('s() cs todo. Zelda t llicas...
Más tarde --€n un aparte del recreo- Zelda \e r t:crin-lina la mentira: muy descompuesto te encontré' Jar-Enferno; po. A mí no rne vas a engañar corno a los dernás' Yo te vi. . . ¿Por qué no dijiste la verdad? Como si por un instante h¡-rbiera deseado llorar' el muchacho se restriega lcs ojcs. Enseguida, se reconlpone y ie dice, casi en trn stlsPiro: un grave problema aquí, Zelda -"y se -Tengo na* señala la cabeza*-' No me permiten que se lo cuente a qué alarclie porque muy pronto ya no 1o tendré"' ¿para marinúriiimente? ¿,Vas a ser capaz de guardar el sccreto'/ Zelda tr¡ma esa confesién, esa repentina confianza en ella colno una primera muestra importante clcl af-cc to de Jarpo Y lc Promete que sí. A partir de esa tarde, la actitucl clel muchltclro st: rnodifica. Claro que sólo con Zelda' El caso es que se comporta con un poco mis dc soltura; sonríe; le enseña palabras ert otros idiornas' le rcgala ditrujos técnicos queZeldano entiende pero que iguai le encantan porque los hace é1.'. Ahora es frecuente verlos juntos en ios rectreos' convers&ndo a rneriia Yaz, v pasándose mensajes durante las horas de clase.
puede saber de qué hablan? ¿No encuenffan algo más interesante que perder el tiempo con tanto bla bla y tanto papelito de banco a lianco? Nuria está celosa' Pero más porque siente que Zelda la ha clesplazado en su ¿imistad -de alguna lrlanera- que Porque JarPo le guste' En realidad, le desagrada profundarnente y no pierde oportunidad de hacérselo saber a su alniga'
-¿Se
tt8 está medio loco, Zelda. Ayer lo pesqué -Jarpo mirando fijo sus propias manos y probando la articulación de cada dedo, como si recién se los hubieran puesto, como si fueran nl¡evos, no sé si rne explico. --Flabla solo, nena; con ese aparatito del que no se seps.ra ni para ir ai baño" -_l-a cabeza le zumtra. Estoy segura de que le zumba, Zeldita. Yo estaba jr:sto detrás de él y oí como si tuviera un panal de abejas en vez de cerebro. raro Jaqpo, rnuy raro. Yo -,--en tu lugar- ni -Es ia hora, querida.
Nuria trata de deteriorar éxito- la imagen del nuevo compañero. Fero Zeltla-sir¡ no le tlace caso" Sólo una vez reacciona eno.iada ante los comenta-
rios de su arniguita. Es cuando Nuna le pregunta: ._,"Tiene rjientes, Jarpo? Cor¡ro nunca
sonfe...
O cuando dice: se cree que es ése'? ¿,El rey del univer-¿Quién so? En las contadas ocasiones en que se digna a habiarnü-(,, nos
trata de "usted" en vez de tiltearuos. Se hace el
irnpo$ante. Entonces sí que Zrlcla se enoja con Nuria: .*¡A mí también rne habla de "usted", boba! ¡Jar¡ro dornina once idiomas *-para que sepas.- y es ciaro que le resulta rnás fácil usar el o'usted", así no tiene que memodzar fantos cambios en los vertros! ¡Y sí que sonríe" pero si lo sie¡rte de '¡erdad y rio como algunas "sonrc:idoras profesionales" qile yo sé y que se tratan de ganar la sirnpatía de las maestros con sus hipócritas ji-jís!
tz? del niño nuevo, delas conversaciones secretas con /r'lda y- clel papelerío privado que va y viene entre los dos' Aunque siente ligera vergüenza por este acto de cslrionaje, piensa que todo es por el beneficio de sus alumn()s y se decide a hacerlo. For las dudas' de Jarpo? ¿Qué descubre en el maletín Cuadernos y útiles cotrlunes, los librcls de texto rt:glamentarios. Sólo le llarnan la atención tres diminutas por .,rpecies de casetes de poco más de dos centímetros cu,,,ro, guardadas en url estuche transparente y en uno de yrr, *i.tr"*os puede verse una etiqueta con algunos núme,.rs y signos que rio significan nada para ella' ¡rr'('¡'c¿t
También' un roilito de hojas de block' Están promaeslijamente enrollados dentro de un portapapeles' La cirdc diseños tá tos estira y ve algo así como distintos cuitos electrónicos.
En realidad, no entiende de qué sc l'rata pcro lalrtpoco le interesa averiguarlo. Vuelve a guardar todo el rnaterial en cl rnalctín de "larpo. Se encarnina
-ahora-
hacia el banco de Ze lda y
torna su mochila. La registra, del misrno morJo que ha hecho con la todo en vali.la del muchacho- Ya está por voiver a colocar un licle forro su sitio cuando advierte un bulto debajo del cuidabro. Palpa y nota que se trata de un sobre' Lo saca se las criaturas dosarnente (no vaya a ser que --despuésden cuenta de que han sido registradas)'
El sobre es una carta de Jarpo para Zelda' con la recornendación rle que no la lea hasta el mediodía sigrriente.
Una tarde
todo el grado ai que asisten
-mientras It{uria" Zelda y Jarpo se halla en el gimnasiqr- a la maestra la asalta la tentación de revisar el rnaletín escoIar de Ja¡po. Le han llegado ciertos extraílos mrnores infantiles
Mala suerte: está cerrada con pegamento e imposible abrirla sin romper las cintas adhesivas que la ür$zan un grarl seen todas direcciones, corno si allí se protegiera cretO"
Vuelve a ubicarla doncle estaba' Se conforma
129
128
--,-€ntonces.- con observar una hoja donde se ve el diseño nriniatura* de un circuito si¡nilar a los que en_ -en contró en el maletín de Jarpo, aunqi¡e no entiende qué significa. Sin embargo, éste está coloreado como un arco iris y --al pie- lleva una dedicatoria" ..para Zelda, desde el
usted lea este inf or-cuando me- Yo Ya hahré estallado, al igual que otros robots Modelo
corazén de Jarpo'i.
(U.D"E.U.), como usted sabe* e incluidos en la eiaPa exPerimental del proYecto ,'Guerra Final"^
,,Cosas
de criaturas."." _piensa la maestra, ali_ viada, y: "Vaya qué romanticismo extravagante... regalarse dibujos de cables y baterías.., En frn, niños de hoy...,," Si se hubiera podido enterar del contenido de la cafia de Jarpo a Zelda" seguramente no pensaría lc¡ mismc. Aterrada estar'ía; ater¡ada. y más_ si hutriese -mucho sida testigo del episodio que ha tenido lugar pocas horas
XVZ-91 esPecialmente fabricados en el País del que Provengo -1a-Unión de. Estadcs Urbílicos
* l-a etapa experimental cornprenc1e la exPlosión en caderta de do-
antes, en la residencia de Jarpo, cuando el muchacho la es-
cenas de robots similares a mí, en distintos Putttos de la Tierra Y a pariir de las ocho de la mañana.
cribía en la soledad de su cuarto: descle el cielorraso de la habitación, un ojo electrónico registraba cada una cJe sus
- El ProPÓsito es sernbrar el Pá-
palabras sin que Jarpo Io sospechara, claro. flomo tampoco sos¡rechó que sus diez paginitas destinadas aZ¿ldafueron sustituidas flor otras diez _dentro del mismo sobre--- pocos rninutos antes de que él partiera rurnbo a "Inter-Educa".
I-as palabras de Jarpo nnnca llegarán a la niña, en ia escuela-- le entrega ei so-ya cle que no lo abra bre con la recomenclación hasta etr mediodía sisuiente. Et ojo elecfrónico de su ernbajada ha sido el iini_ co destinatario rjel manuscrito de Jarpo. El ojo electrónico ha leído lo siguiente: ¿lunque éi lo ignora y
# Informe para Zelda, nativa de la República de ffiurga!a***
"
Página 1 "
* Zelda: Lamento el doior que voy a causarle pero no puedo evitarlo. Soy un robot. Mañana
nico Y la incertidumbre en todo el nrundo. La insegurtdad.
' La Unión de
Estados Urbílicos
no se hará resPonsable de
los
desmanes sino dentro cle un año, cuando sucesos conno éste --Y de toda índole- a cargo de robots, hayan cumPlido con ias distintas eiapas del ProYecto, euyo objetivo es la guerra final Y la dominación absoluta del Pianeta Por Parte de los urbilos. Página 2 " . L-a U.D.E.U. es la Potencia tecnológicamente rnás avanzada del mundo.
* Con distintas acc¡ones
-slern-
pre a cargo de robots* demostrará que ningún País está en con-
l3r los pueblos de la Tierra, se dará cuenta usted de la excelencia de
130
diciones de resistirla y así *pron, to- todos se convertirán en sus esclavos.
* Han fabricado ei material bélico y aun impensabie para cualquier científico fuera de Urbilia. Robots como yo ejemplo- a los que no es -por posible detectarles ninguna diferencia con los setres hurnanos, como usled misma comprobó. nnás sofisticado
nuestra factura.
- Página 4 .
* Una vez que superarnos el exarnen de calidad en la fábrica de en Urbilia-- ia oilgen
-allá abandonarnos dirigidos por control remoto y accionados Por un chiP' de seguridad que allí mismo nos colocan. Poco desPués, estamos listos para autocomandarnos'
"
Somo$ computadoras perfectas -creadas a imagen y semejanza del hombre- a firr de pasar totalmente inadr",ertidas er'¡tre la oen-
' A cada irno se nos Provee delerrninada cantiilad de diminutcs chips, Programados de acuerdo ccln lo que se e$Pera cJe cada cual" Están ordenados en clave para sL¡ uso sucesivo, dtlrante el tiernpo que dure nuestra misiÓn'
te.
Página 3 .
. A mí me programaron eomo r0-
bot destructor igual que do-al pero cenas de otrossomos millones rJistintos n¡odelos-de
ap!icados
distintos objetivos.
-también-
a
" $omos millcnes con apariencias de bebés, de niños como yo, de adolescentes, de jóvenes, cie adullos, de ancianos. Son'los millones, infiltrados ya entre la gen-
verdadera y preparados para cumplir con muy diversos roles. Con decirle que existe un farnoso presidente que es robot, varios importantes rnilltares y ministros diseminados por la U.D.E.U. en
te
"
Fágina 5 " * Hn la zona de la nuca -*oculta pon el Pelo- tenemos una Peque-
ña
aPertura
chlPs
para introducll'los
"
. La oPeración es sencilla Y auto-
mática {corno ia de las video"caseteras que usted conoce' aunque nuestra fuente de alimentaciÓn es nuchísirno rnás pequeña --ctrviamente- v silenciosa)' Mitlc
compacto ' CTIIP: Pequeño circuitt'r electrónico completamente posible pr(rllr¡ilesde medio centírnetro por tres hasta ocho por tres' Es y t¡ttt: tnaherablt peÍnflnece que marlo a fin de registrar inforrnación circuitos. por ot¡os puede ser leída
t$ll
l3!
si Pasaba sin él unos mlhubiese quedado abmás, nL¡tos solutarnente ¡nerte' En la escuela *entonces- hubiesen Pensado que Yo había sufrido urr síncoPe
" ¿Por qué le revelo este secreto? Sospecho que algo está fallando
mado,
también me haya sido prograrnada, eslando -*como se está- en ia etapa experimental del proyec-
o aigo así, fulminante Y Pronto habría sldo disPuesto mt funeral Por c0rn0 se Parte de los urbilos, tal Procede c0n cualquier Per$ona
en mi nrecanismo o -tal vez* esta posibilidad de comportamiento
to...
Página 6 . . Es probable que intenten evaluar las modalidades y las corrsecuencias de la delación... hlo sé. Lo cierto es que necesito contarle todo -Zelda* ya que mañana voy a tratar de huir lejos de ia escuela cuando ernprece a sentir que nne llega el mr:rnenlo de
rnuerta.
Tuve que oont¡nuar aciivo Y Planear otra r'¡lanera de eludir ei nnandatc de la U.iJ'E'U'
n
. Fágina I " lrlo tengo ctra alternativa que estallar, Ya qL¡e el últimei chiP -que es el que ahora rna esta Pcr'
expNotar.
* Me sorprendo resistiénoorne
¡'nitiendo
Fágina 7 ' * ¿Flecuerda el episodio del parque, Zeida? Fue mi primer conato de rebeiión, pero usted vio. Sin mi chip incorporad0 ffie estaba convirtiendo en iln muñeco inani-
mismcr
que accionará rnanana Para que se Produzca rri exPiosiÓn' Y a este últirno chip se io qiiseñÓ de rnoda tai qL¡e ya rne resulta intpos'ble qriitármelo.
a
cunrplir con la misién qr.re me fue encomendada. Voy a intentanfo _al menos* a{,¡nque parezca ridículo c inutil ya qrie y0 no pienso par rní misn¡o, sinc gracias a esas pequeñas casetes que u*ted conoce y qile creía q*e pertenecían a un inofensivo jueguito eleetrónice: de los que actualnnente hay tantís¡mos, p0rque ignoraba la invención de los chips.
escribirle- es el
-
puedo Prorneterle otra cosa que mi intento Por evitar la catástrofe mayür'
-
fnlo
. Págir:a I * Ahora tiene usted este informe erl su P*der, Ya verá qiré Puecie iraeerse con él'
" 0ialá
t0rnen en consideraciÓn las Palabras de una ¡¡6s"' Y las de alEuien al que suPusieron un niño...
t¡o
ffi "
Página 10 ' ' ¿Sabe, Zelda? En este últ¡rno chiP que estoY usando encuentro en algunos de lob anlerio-corno que me tocÓ usar durante las res semanas que compariir¡'los- cie¡'tos imPulsos Para la ma¡rif estaciÓn cle sensaciones sennejantes a las Ce los hombres.
.
El sentirme aPegado a usted por ejemPlo-*; el exPerimentar aigo extraño Y que Podría denominarss "angustia' al saber que deberemos sePalarn0s Para siempre; el tener la necesidad de decirle que nunca hubiera invenlado un engendro eorno Yo, de haber tenido ei Privilegio de la vida, de haber sido Yo un ser humano corno todos los que me fue daelo conocer en este brevísimo Período de mi existencia artificial.
* Se ms acabi¡ ia energía disPonible Para esta escrilura. Adiós, Zelda. Zelda Zelda. Jarpo/Moclelo XVZ-9'l Esa jomada escolar concluye como tantas otras' de bajar del bus que lo [,a única diferencia es que -antes vuelta y busca la rnida se dcmicilio*"Jarpo regresa a su rada cle Zelda. Ella ie guiña un ojo' Con ese gesto quiere recordarle que sí, que ya enconiló su cafia y que recién va a abrirla al rnediodía siguiente, tal como él le solicitó'
Jarpo se'demora un poÜo en el estribo, sostenicn do la mirada de su amiga hasta que la voz del conductor lc: indica que se baje de una buena vez' Desciende ---entonces* y se queda parado en la vereda de su residencia, con la vista clavada en la ventanilla desde donde le sonríe la carita de Z'elda, hasta que el transporte escolar Parte. duras p€üas* la tenEsa noche, Zeldaresiste -a tación de abrir ei sobre cor¡ el mensaje $ecreto' I'o colc'ca adentro de la funda de stl atrrnohada. Le cuesta donninse, intrigada corno está por el contenido de esa carfa. habrá Jarpo decidido a decirme que sonnos -¿Se xrovios? Seguro que sí, que de eso se trata' ¡Qué enroción! Finaknente, se queda dormida alrededor de la una cie la rnadrugada.
Cuando la mamá la despierta -*par¿r ir a lil csc:trt:la_- no soporta más la curiosidad: abre el sohrc iutlcs tlt:
ir
a tomar el desaYuno. Des¡Je la cocina' la madre la ll¿una varias vc(cs.
*¡Se te hace tarde, nena! ¡['a
leche sc enli-í;rl haciendo'i" estás ¡vas a pe rtlt'r ¡Zelda, a desayunarl ¿,Qué el rnicro! ÍJe rodiilas ell su carna -
Más tarde, el bus pasa a buscarla, comc siempre'
l¡ü
137
Zelda avisa al chofer que está un poco demorada, que su mamá la llevará esa mañana. Muy seria, le pide a Nuria que favor- disimule su antipatía por Jarpo -por durante un ratito y le entregue esa carta, no bien el muchacho suba al transporte. Nuria acepta con un gesto de desagrado y otro de resignación, corno si su arniga le hubiera encornendado escalar una cnrdillera. El conductor escucha a rnedias el diáiago entre las chicas y ---entonces- le cornunica a Zelda, mientras controla la hora en su rel
-Jaqpo nearon de su embajada
-bien
temprano- para avisarme
que no fuera a recogerlo, que un empleado se iba a oüupar de trasladarlo personalmente.
No; no creo r{ue haya pasado nada malo, nena. Lo rnás probable es que su padre haya recibido orden de viaiar a otro país o a la U.D.E.U. de regreso y ese mo-
-por
tiv+--
necesiten hablar con la dire. ". Zelda entra a su c,tsa co¡nc¡ atontada, tras escuchar las palabras del chofer y decidir que la carta se la dará ella rnisma. ¡,trrse? ¿Jarpo va a abandonar Burgala? Oh, ¡no! Vueive a tragarse las lágrimas. Entrelanto, en la sala de la clirección de la escueia "Inter-Educa" se desarrolla esta cscena: la clirectora, la
vice y las tres secretarias --que suelen ocuprar sus puestos media hora antes de que ernpiecen a liegar los niños--- están atareadas con la preparación de las actividades del día. Unos pocos alumnos juegan en el patiei central, a la espera de la iniciacién de las clases. .r\parece Jarpo.
Seno, con movimientos rígidos, se aproxima a las cinco mujeres y les dice, con inquietante convicción: '_Soy un robot. Soy un robot. Dentro de unos instantes, voy a estaliar. Mi cabeza es una bomba. ¡kli cabeza es una bclmba" una bcmba! ¡No se me acerquenl ¡l.,lo traten de detenerrne! ¡Lejos de mí!
antes de que ias asombradísintas scll()l¡15 ¡lt(' lt' ltit rtan atinar a sujetarlo _-ya que creen que al ¡rtlbrt:cilo dado un súbito ataque de locura-- Jarpo sale rlisJrlttltttrhr hacia el parqlle. Cone como impulsailo pclr una' encr¡1ía solrrclttt
Y
rnana. Insólito.
lo' Cuando Ze\day sil mamá llegan a l¿r escucllt' d()cctrlo y clos se encuentran ya en el parque' Persclnal alrinlnoi. pregufltan tll¿dt'c --¿Quó habrá pasado? -*se
t:
htja.
Mediante altavoces. los psicólogc¡s de la institrr ha tlct¡l ción tratan de dialogar con una criatura que se la Pilclrr rlc far.lo entre la arboleda que crece deüás l:le nata*ión. rogamos .-por déci¡na vez-'-- quo rcg'rc:s;ci ! aquí! ¡For favor, danos una opoÉilnidaci de dialogar ¡[rJrt tiie va a hacerte daño! Pue,Je oírse ---entonces-- Ia voz de Ja4ro-*-dcs
--iTe
úllirno gritc* ai responclcr: **ibt iní¡til! ;No se rne acorquenl ¡Vcy a eslitahora! --'Una poderosa expk'rsión sacude el edificirr
cte te."!os--'tluebrándcse en urr
llar...
ni cacl¿r
cora¿ón de lils Lxssiel¡tes'
tlc furodillad¿i en el pasto' abrazada a las pierntts puctlt: No su mamá" Zelda llora con rlesesperacion' [-iora'
hacer otra cosa que llorar' Casi todos la imitan' Los grandes ¡amL;ién bjslttpet'actos. FrofunrJamente conmcvidos' lll Cuando ----instantes tlespirés- los bc;mL¡cros v poiicía a¡i'itran a la escueia, sólo encuentrar! un extr:nclirltr Jar¡ttt' cíoc.rl" de céspe,J chal¡uscado ahí ckNrde estaba
Naciie se exPlica 1o sucedido'
Ni
siquiera ia einba.iacla de la Unión de lislrttk's
Urbílicos. país al riue Jarpo perte!"iecía' _-apareilt{jrnent0 c:ollslr'l lril SuS, representantes
d
t$t tarde-
lre que se realizará una ex-
-más har¡stiva investigación para descubrir
a los responsables de
l"iü
EPÍLOGO
#B lli$
sJd
tamaña tragedia.
rnonstn¡o habrá sido capaz de darle un ¿Y con qué móviles? La U.D.E.U., tomará severas medidas; este hecho no quedará impune. For cornprensibles razones de seguridad, los padres de Jarpo han regresado --de inmediato- a nuestro país. Agradecen todas las rnuestras de solidaridacl recibidas... Fc¡drán irnaginar su enorrne dolor..."
-"i,Qué explosivo a un niño?
Entre la arboleda que crece detrás de la piscina -*-escenario del llecho- y confundidc.¡ en el pasto entre tantos otlos tlesechos cofno tapilas de gaseosas, envoltcrios de alfajores y chocolatines, s*bres de figudtas... hay un dirninuto trouo de matedal plástico retorcido y al que nadie va a ver. Hn él puede leerse: MODEI-O XVZ-EI.
Ahrurs !e toe* *l turmo leer este relata.
s
in$Éed.,
que a*ahn de
¿Qué hmne? E[ ds denncstrnr¡rEe qwiém es nea[ma¡r4e. ¿U¡¡ ser hr¡msmo.". $ ¡$l roboü,".? ¿Me permite revis*rlo ln nuca? (Por ftss darda.$" ye ya estoy pidñerudo ¡fucomu!]
Esta última página es para qr're urr profunelo suspiro cle alivio" '
--jurrtoq--
Ssni6rs
irnagina...para estrecharnc¡s en un cáliclo abrazo ' compartido" rio, despuós de tanto escalofrío
...y para avisar que el que lo clesee pucclc "3c¡ihir stts propios rne. a fin tJe hacern¡e uuu*t* a mí' contándorltc miedos... ¿Por qué no? y valclr' dche Fues entonces, quien sunle ganas"' envial'su cariita
a:
Elsa Bcrnernann aic EDITOIU,AL AI-FACU¡\RA i'. Beazley 3860 Aires Buenos 1"tr37 R.ePública Argentina
(nornbre y ...sin olvidar la anotación de sus datos po$fal' etc')' lrictt apeltrido, domicilio, localidad" código claritos, al dorso dei sobre' F{ASTA LUEGO, tr{ASTA SIF]MPRI]'
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Ítüotce
EI-,SA BORNEh,{ANN
Nació en Buenos Aires y es Profesora en fetras, egresada de la Facultad de Filosofía y tr-euas de la Universidad Nacional de Buenos Aires. Escribe libras para niños y jóvenes desde hace treinta años, durance los cuales ha ganado el aprecio de numerosos lectores, que se van renovancio continua y generacic¡nalrnente. F{a recibido nurnerüsos premios entre los qr"re destacan: Faja de F{onor de Xa Sociedad Argentina de Escritores; Cuadro de Floncr del Prernic F{ans Christian Andersen, Xnternacicnal Board. af Book for Krung People (ItsBl|; Premio Argentares; The 1#/hite Ravens y Konex de Piatino.
Prólogo de Frankenstein
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Dedicatoria "colectiva"
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Primera parte .""."'" La del oflce "Jota" Manos
Los MriYins I-a casa vlva
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'...."""'
Segunda Parte
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Cr¡ento de los angelitos"""""'"" El h{anga.'." f,iunca visites MaladonnY Joichi, el desorejado """"""""" I
* Tercera parte ".'.'." '
Cuandá los pálidos vienen rna¡chando' A,quei cua¡iro Flombre de nieve."'
Modeio XVZ-ql
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