El Joven Seductor: Marqués De Sade. Sexta Parte w4eq

Título

El joven seductor: Marqués de Sade Sexta parte

Por

Erika Sanders

Serie

El joven seductor Vol. 6

@ Erika Sanders, 2021

Imagen portada: @inna mikitas - pixabay, 2021

Primera edición: Abril, 2021

Todos los derechos reservados. Prohibida la reproducción total o parcial de la obra sin la autorización expresa de la propietaria del copyright.

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Sinopsis

El joven seductor: Marqués de Sade es una nueva serie basada en la vida y las obras del Marqués de Sade.

Alphonse es un joven aristócrata que, al ser su padre tan protector y no dejarlo salir de los muros del castillo donde viven, en su adolescencia aún no ha conocido los frutos del amor.

Con la llegada de un tío, acompañado de sus hijos, de visita al castillo para ver a su padre, todo va a cambiar.

Los primos, expertos en las artes amatorias, le comienzan a enseñar todo lo que se ha perdido…

Esta serie está basada en la recopilación y estudio de escritos eróticos anónimos del siglo XIX y adaptados a la visión que tiene la escritora de la vida y la obra del Marqués de Sade.

Nota sobre la autora:

Erika Sanders es una conocida escritora a nivel internacional que firma sus escritos más eróticos, alejados de su prosa habitual, con su nombre de soltera.

Página web de la autora:

https://www.instagram.com/erikasamanthasanders/

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EL JOVEN SEDUCTOR MARQUÉS DE SADE SEXTA PARTE POR ERIKA SANDERS

CAPÍTULO 1

Lo primero que hice después de un día de descanso fue dirigirme personalmente a cada uno de los eunucos y mudos que había traído conmigo del viaje a Estambul para decirles sus tareas, asignándoselas de forma separada.

Estas tareas consistían únicamente en vigilar y atender en lo que necesitaran a las mujeres, ya sea cuando estaban en su departamento o cuando deambulaban por el jardín o los bosques adjuntos al castillo, y para que nunca perdieran de vista a ninguna de las esclavas.

Después de hacer estos arreglos, hice los preparativos para darles un gran entretenimiento al capitán y a la tripulación del barco.

Estos se habían comportado a mi entera satisfacción durante el viaje, sin haber interferido en mis negocios, ni haber infringido ninguna norma que les había asignado, actuando siempre con gran delicadeza y profesionalismo.

En la noche que pasamos en el Mediterráneo y que dispuse a las mujeres en la cubierta para bañarse, los marineros se habrían retirado todos abajo si no los hubiera enviado a los botes para que cuidaran de que las damas no tuvieran problema alguno en el agua.

Así que ahora decidí devolverles su buena conducta dándoles un entretenimiento digno de los príncipes arábigos.

CAPÍTULO 2

Por la tarde envié un mensaje al capitán y a la tripulación para que acudieran al castillo.

En media hora fueron itidos y habiendo mandado a las mujeres a sus apartamentos fuera de la vista, les mostré el jardín y los bosques aledaños.

Todo lo que vieron les dejó con asombro, alabándome por la riqueza y el gusto exhibido en el montaje del castillo de las ninfas, como así lo llamaron.

Alrededor de las seis en punto, un criado hizo su aparición diciendo que la cena estaba lista.

Había ordenado que sirvieran la cena en la sala de las fuentes y conduje a mis invitados allí.

Entramos y nos sentamos en las mesas.

Las mujeres de mi harén entraron en la sala y se sentaron directamente frente a los hombres como les había ordenado antes.

Después de que terminó la cena, Aysel y algunas de las otras mujeres que había traído de Turquía tomaron los instrumentos que había comprado allá y nos dieron un concierto de música oriental.

Luego Brigitte fue al piano y Rose se sentó para tocar el arpa y nos deleitaron con algunas piezas brillantes y animadas de música sa, italiana y griega.

Ante lo cual, aquellas de mis adoradas esclavas que pertenecían a las islas griegas se levantaron y bailaron las danzas peculiares del país.

Les siguieron Aysel y otras dos mujeres caucásicas, vestidas con los trajes de su tierra natal, y bailaron algunas de las danzas nativas de allá.

A su vez, estas fueron seguidas por las rusas, después de lo cual vino mi hermosa amante, la africana, con un vestido de gasa fina y azul vestida que le llegaba hasta las rodillas.

Su baile fue salvaje y excitante, ya que, cuando se arrojaba sobre el piso, se apreciaban claramente sus piernas desnudas, mostrando a veces sus muslos, sus nalgas, sin nada que las cubriera bajo la falda del vestido, y, a veces, su entrepierna negra, espesa de vello.

Rose y Brigitte se levantaron y fueron al centro de la sala a bailar, por lo que Odette se sentó al piano.

Estaban adornadas con unos vestidos de faldas cortas, al igual que la africana, y realizaron algunas danzas lascivas, mostrando de forma clara a todos los presentes cada encanto con el que la naturaleza las había dotado.

Los oficiales y la tripulación del bergantín aplaudieron mucho este baile.

Alrededor de la medianoche envié a los marineros rasos de vuelta al barco, permitiendo que se quedaran en el salón solo a los oficiales, cinco en total.

Después de que los marineros nos abandonaron, el grupo se mezcló.

Los oficiales se sentaron en medio de las mujeres, algunas de las cuales no había jodido durante mucho tiempo.

Y quedó muy claro para mí que miraban con melancolía y anhelo a los hombres que las rodeaban.

Y, si no estuviera yo presente, seguro que pronto se dedicarían a los placeres deliciosos del amor.

Aplaudí y entraron un par de eunucos y señalando a Catherine, Laurent y Juliette, y a otras dos, los llevaron a otra sala que yo había equipado con camas.

Cuando regresaron, me despedí de los oficiales, y los eunucos salieron de la habitación con ellos para llevarlos a donde habían dejado a las cinco chicas.

Después de que los hombres se fueron, envié a todas las mujeres a sus aposentos, excepto a una rusa encantadora, y me la llevé conmigo a un departamento contiguo donde estaban las otras cinco parejas.

Aquí, sobre la pared común a la otra sala, tenía un tan bien construido que podíamos ver todo lo que sucedía en la otra habitación sin ser vistos.

¡Qué agradable sorpresa fue para ambas partes!

Los hombres por encontrarse las camas ocupadas por las cinco ninfas y las ninfas por encontrarse con el mismo número de hombres por lo que estaban a disposición uno para cada una de ellas.

Oh, cómo jadearon con el placer de la vista.

Al instante ya sabían por qué los había enviado a ese departamento.

Después de que los hombres entraron en la habitación, cada uno fue corriendo hacia una de las camas para acariciar y abrazar a las mujeres atrayéndolas contra sí mismos.

Pero estas, que ya estaban desnudas, saltaron de la cama y comenzaron a desnudar también a los hombres, que rápidamente las ayudaron a despojarse de toda la ropa.

¡Entonces qué escena de amor en grupo siguió a todo esto!

Los hombres arrojaron a las chicas sobre las camas, a veces dos o tres en la misma cama.

Estas abrieron de par en par sus muslos cuando cayeron sobre las camas.

Luego los hombres saltaron sobre ellas con sus ya bien rígidos como barras de hierro candente, penetrando los dulces pliegues tiernos de los coños bajo ellos, enviando alegría y placer a sus compañeras de amor.

Se lo estaban pasando muy bien a juzgar por las exclamaciones y las sacudidas, por el movimiento de las partes posteriores de ellos y los besos calientes y las mordeduras amorosas en los cuellos de parte de ellas.

Alguna incluso recibiendo doble o triple dosis del semen caliente de varios hombres a la vez.

Creo que nunca vi a hombres y mujeres follar con mayor entusiasmo, y obtener más placer y lascivia de los juegos realizados entre ellos.

Mirarlos tuvo tal efecto en mí y en mi compañera que nos vimos obligados a retirarnos mis aposentos con el fin de disfrutar de la misma manera.

CAPÍTULO 3

Al subir el tramo de escaleras, mi esclava tropezó y se cayó lastimándose, de modo que tuve que entrar en la habitación ocupada por las esclavas para buscar a otra a la que verterle en su cueva maravillosa mi licor acumulado.

Este estaba a punto de salir por el exceso de bombeo que había realizado sobre mi pollón en la habitación de abajo viendo como follaban las otras cinco parejas.

La primera cama en la que eché un vistazo estaba ocupada por la lujuriosa esclava africana, así que decidí ofrecerle al dios del amor su doncellez como ofrenda por un día tan especial.

Acercándome, le indiqué que se levantara y que me siguiera a mi dormitorio hacia donde yo me dirigía inicialmente con la muchacha rusa.

Nos subimos juntos a la cama, ambos ya completamente desnudos, y colocándola de inmediato en una posición favorable con un cojín debajo de su gran y gordo trasero, coloqué mi erecto y ansioso miembro sobre ella.

Guié la cabeza de mi polla tratando de insertársela entre los labios de su raja, pero, de tan ansioso que estaba, no pude tener éxito.

Me levanté y, engrasándomela bien con un ungüento balsámico y suavizante, volví al ataque y esta vez logré entrar y romper las barreras que me impedían disfrutar de su doncellez.

¡Y me encontré con un plato solo apto para los Dioses del Olimpo!

Cielos con qué transportes de deleite la apreté en mis brazos mientras empujaba mi flecha de lascivo amor hacia el más profundo recoveco de la deliciosa cueva temblorosa después de haberle forzado la entrada.

A pesar del dolor que debió haber causado mi impetuosa entrada forzada en ella, en el momento en que comencé a trabajarla, Shaira, el nombre que le había dado, comenzó a unírseme a mí con vigor, elasticidad y una sensación de placer completamente imposible de no dejar mirar tal y como estaba yo en agitada situación.

Como era joven, tenía una pequeña cueva tan deliciosamente apretada que incluso después de entrar en toda mi longitud, fue con la mayor dificultad que pude trabajar dentro y fuera de ella.

Pero con la emoción causada por la tensión con la que mi carne trabajaba en rededor del estrecho túnel del amor, pronto abrí la compuerta de mi depósito de amor y de mi polla brotó una gran corriente de fluido ardiente que empapó por completo sus partes más profundas, causando un escalofrío de placer recorriendo por todo su cuerpo.

Por lo que a su vez me proclamó que estaba a punto de dar rienda suelta de la alegría y el éxtasis con el que había recibido de mí el terrible empuje de mi lanza.

No acabar de decirlo que ya estaba derramando la esencia de su alma a través de la abertura de su orificio.

La lubricación que en sus partes había recibido del flujo mutuo de nuestro esperma hizo que la entrada fuera ya algo fácil, pero aún muy apretada.

Ya más tarde comenzó a darse cuenta del disfrute pleno del placer delicioso de estar bien excitada ya que los pliegues de su coño por la fricción constante se habían estirado un poco más, causando no más que una deliciosa opresión, perfectamente agradable para mí y que mejoró enormemente el placer.

Aunque las primeras tres o cuatro veces que entré en ella, lo encontré demasiado apretado para disfrutar plenamente de la felicidad perfecta, ya que casi me arrancó el prepucio de mi polla al entrar, causándome algo de dolor que me quitó el placer.

CAPÍTULO 4

Por la mañana, cuando bajé a la mesa del desayuno, encontré a aquellas muchachas a quienes había enviado a pasar la noche con los oficiales del bergantín, tan doloridas que apenas podían caminar por la tremenda paliza que habían recibido de sus compañeros durante la noche.

Cabalgué por el país circundante durante el día y, a mi regreso por la noche al pasar por una de las habitaciones, escuché un susurro considerable, y al prestar atención, escuché a una de las mujeres conversando con algunos hombres.

Abrí la puerta astutamente e imaginen mi asombro al ver a Brigitte, Rose, Giselle y Odette en compañía de cuatro bobos del servicio que había contratado para el castillo.

Todos estaban tendidos en el suelo, las chicas con la ropa puesta hasta la cintura, los hombres con las pollas fuera del pantalón y las chicas jugando con las pollas, tratando de infundir nueva vida y vigor en los instrumentos caídos que aparentemente habían ya hecho un buen servicio.

Al no ser visto por ellos, me retiré, cerrando suavemente la puerta, para meditar sobre lo que debería hacer con los culpables.

Después de reflexionar sobre el tema durante un tiempo, llegué a la conclusión de que no tenía derecho a hacer o decir nada sobre el tema, sabiendo que era el instinto de la naturaleza lo que las llevó a actuar como lo habían hecho, aunque recordé que había hecho prometer a cada una de ellos que nunca deberían desear eso, algo a lo que se estaban deleitando a sí mismas.

Decidí no decir nada sobre el asunto a menos que les diera a todos un castigo severo.

CAPÍTULO 5

Después de la cena, mientras estaba sentado en medio de mis chicas en la sala de las fuentes, observando a algunas de las mujeres griegas mientras bailaban con movimientos voluptuosos, al ritmo de la música de la guzla, aplaudí con mis manos y cuatro mudos ingresaron.

Señalé a las cuatro que había cogido jodidamente con los sirvientes y ordené a los mudos que las capturaran.

Les ataron las muñecas con fajas de seda y me las llevaron.

Puse un ceño salvaje y los acusé de haberse degradado a los abrazos de los sirvientes.

Esto lo negaron y persistieron en negarlo.

Ordené a los mudos que las despojaran y, tomando un látigo delgado, comencé a golpear a Rose con él en sus nalgas desnudas muy ligeramente para hacer que se sonrojaran hasta que se convirtieran en un hermoso tono carmín.

Después de eso las cuatro se arrodillaron ante mí y reconocieron su culpa.

Entonces les dije que exigía un castigo más serio y que deberían recibirlo.

Entonces ordené que se localizaran en el pueblo a cuatro de los campesinos robustos más elegantes que se encontraran, e hice una señal a los mudos que salieron y regresaron guiándolos con los ojos vendados.

Después de que me los trajeron a la habitación, conversé con ellos y pedí que les sirvieran un chocolate que había preparado con ciertos medicamentos que causarían que sus propensiones amorosas aumentaran continuamente durante cuatro horas.

Estaban completamente desnudos y, poco después de beber, sus lanzas se erguían contra sus vientres.

Luego desaté las muñecas de las cuatro chicas y les dije que se acostaran sobre cojines preparados para ese propósito.

Luego llevé a un hombre a cada una y los puse en los brazos de la otra, diciéndoles a los hombres que entraran.

Los hombres montaron instantáneamente a las mujeres y durante tres horas las mantuvieron trabajando en un calor mortal.

Catorce veces esos hombres eyacularon sobre las mujeres debajo de ellos, cambiándose a las mujeres de vez en cuando.

Al principio, las mujeres lo disfrutaron mucho, pero al final se cansaron hasta la extenuación, perfectamente desgastadas, maltratadas y magulladas en pedazos, con los labios de sus hendiduras abiertos, flácidos e hinchados, y con un pequeño lago blanco de esperma entre los muslos.

Tan pronto como vi que el chocolate comenzó a perder el efecto sobre ellos, los saqué de allí y ahí se quedaron las chicas bien jodidas y apenas podían mover las manos o los pies.

Yo mismo no estuve inactivo durante el espectáculo, ya que me había descargado tres veces en la esclava negra.

Pasé la noche en sus brazos, levantándome por la mañana con la intención de conservarme por un par de días, para poder hacerle justicia a la doncella de Aysel, que tenía la intención de sacrificarse a mis deseos más amorosos y feroces.

CONTINÚA EN LA SÉPTIMA PARTE