El Viaje 684v16

Contenido

CAPÍTULO 1 CAPÍTULO 2 CAPÍTULO 3 CAPÍTULO 4 CAPÍTULO 5 CAPÍTULO 6 CAPÍTULO 7 CAPÍTULO 8 CAPÍTULO 9 CAPÍTULO 10 CAPÍTULO 11 CAPÍTULO 12 CAPÍTULO 13

Primera edición, 2021

El viaje

© Gustavo Campos Osorio

Prohibida la reproducción total o parcial por cualquier medio

sin autorización escrita del titular de los derechos patrimoniales

Características tipográficas y de edición.

Todos los derechos conforme a la ley

EL VIAJE

Gustavo Campos

La muerte es un viaje de regreso

la vida es el trayecto.

El autor.

Gustavo Campos

Mexicano.

Titulado como Químico por la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla

Es también Escritor y Poeta. El VIAJE es su primer novela y su segunda obra publicada, seguida por LA VIDA ES UN POEMA obra poética en la que aborda temas de corte universal.

Ha participado en diversos festivales culturales en la región de Tecamachalco Puebla que es donde radica actualmente.

Índice

CAPÍTULO 1 CAPÍTULO 2 CAPÍTULO 3 CAPÍTULO 4 CAPÍTULO 5 CAPÍTULO 6 CAPÍTULO 7 CAPÍTULO 8 CAPÍTULO 9 CAPÍTULO 10 CAPÍTULO 11 CAPÍTULO 12 CAPÍTULO 13

CAPÍTULO 1

Tus ojos brillan y se mueven como gatos asustados en la opaca luz que los envuelve. Las sirenas de patrullas que rodean la tienda la han convertido en el centro de atención de vecinos y algunos curiosos que vagan somnolientos esa madrugada. Hay un tiempo muerto antes que los oficiales intenten acercarse al establecimiento, y entonces piensas, te preguntas, ¿cómo llegaste hasta ese momento? sí solo era una fiesta, una como tantas con tus amigos de siempre; excepto uno, el del tatuaje en el hombro; pero, ¿con quién llegó?, nadie lo conocía, tú mismo no reparaste en su presencia hasta ese momento. ¿Quién lo invitó? ¿Cómo fue que se mescló con ustedes? Eso ya no importa, solo sabes que fue él quien amago al tendero con esa arma para robarle el dinero y convertirlos a todos ustedes en cómplices de su crimen. Si el tendero hubiera accedido, si no se hubiera resistido nada de eso hubiera pasado; pero ya es demasiado tarde, todo sucedió en un instante y en ese instante la vida que conocías, tu vida, cambio para siempre.

Todo lo que habías hecho, lo que pensabas hacer con tu vida, la educación de tu padre, los valores inculcados, todo se fue por la borda, y tu integridad quedó reducida a la vergonzosa situación de un acto vandálico. Sonríes irónico pensando, tal vez, en el momento justo en que decidiste fugarte de tu casa para asistir a esa fiesta. Ya antes lo habías hecho sin mayor consecuencia que un regaño de tu padre cuando te descubría, pero después de eso la vida seguía como si nada. En cambio, ahora todo se ha vuelto un caos alrededor tuyo por la estupidez de un extraño que sin conocerlo te ha convertido en un criminal.

No sabes qué hacer, miras tu entorno y piensas en el drama de ese momento; jamás habías visto de cerca un arma y en un instante viste hasta lo que es capaz de hacer: un sórdido disparo, un grito agonizante y un chorro de sangre que salpicó en todas direcciones y después rodó por el piso envolviendo la tienda con un silencio sepulcral. Nadie dijo nada, tan solo una pausa y después todos huyen, todos excepto tú, el miedo se apoderó de ti antes de pensar en escapar. Miras

fijamente el cadáver y sientes como si ese muerto se levantara para reclamarte por el crimen. El miedo te lleva hasta un rincón, que desde siempre ha sido la salida más segura a tus temores. Te desplomas traicionado por tus piernas que deciden no apoyarte más y no tienes otra opción que esperar.

Te llevas las manos al rostro para no ver más el cadáver, pero entonces comienzas a escucharlo. Inventas una voz, una voz que a gritos te reprocha y te condena. Sientes desmayarte, el miedo se vuelve incontrolable, quieres llorar, pero no puedes, intentas gritar, pero el muerto se ha robado tu voz; ahora sabes que no la inventaste, es tu voz la que usó para hablarte y ya no sabes si lo que estás viviendo es real o es una pesadilla. Tu mente se confunde, tu cabeza da vueltas y cuando estás a punto de desmayarte se abre la puerta de forma violenta, se rompen algunos vidrios y en un parpadeo la tienda queda totalmente iluminada facilitando el trabajo de los oficiales que entran en bloques asegurando el lugar. Tus ojos vuelven a moverse como gatos asustados y en un impulso presionas tu mochila contra tu pecho como si quisieras aferrarte a tu vida de siempre y al mismo tiempo trataras de borrar ese suceso.

Los oficiales te levantan bruscamente para someterte. En el forcejeo, de ellos, porque tú no opones resistencia, tu mochila cae al piso dejando ver algunos cuadernos y plumas que ruedan descompuestas por el suelo; tratas de recogerlos, pero un golpe acompañado de una frase amenazadora te lo impiden. – Estás perdido cabrón – es lo único que viene a tu mente mientras eres ingresado a la patrulla.

– Tienes derecho a una llamada – es lo que pudiste asimilar de todo el discurso que te dijo el oficial que leyó tus derechos. Sabes a quién debes llamar, lo que no sabes es lo que habrás de decirle, ¿Cómo le dirás a tu padre? ¿Cómo le explicarás que después de desobedecer sus órdenes para no ir a esa fiesta ahora te encuentras en prisión acusado de asesinato? Quisieras morir, quisieras no haber nacido, pero ya todo es inútil, debes enfrentar los hechos y lo primero es hablar con tu padre.

Ni una sola frase de consuelo, todo fue reproche, todo fue una felicitación irónica de tu padre por tu gran hazaña. Tú no dices nada solo escuchas y esperas que después del regaño te ofrezca su irremediable ayuda. Hubieras preferido no molestarlo, pero el pánico que sentías por llegar a prisión te obligó a tragarte tu orgullo y pedirle, casi suplicarle su ayuda.

Tan cerca y tan lejos estas de tu familia, es apenas una reja la que los separa; y, sin embargo, sientes como si fuera un abismo inmenso que los va alejando y los coloca en extremos opuestos de una misma realidad. Jamás imaginaste que en algún momento de tu vida sentirías la necesidad protectora de tu padre; es extraño, pero en ese momento quisieras que la relación con él fuera de otra manera, más estrecha porque nunca lo ha sido y ahora necesitas mucho apoyo no la frialdad con que tu padre te trata.

Desde que tu madre murió se convirtió en un ser solitario y aislado de todo el mundo, le afectó demasiado la perdida, no supo cómo enfrentar realmente aquel suceso y la tristeza lo fue consumiendo hasta casi secarlo. Todos los sentimientos que alguna vez vivieron en él se fueron muriendo junto con el recuerdo de tu madre. Decidió refugiarse en su soledad olvidándose que también ustedes habían perdido algo. Su dolor les causó otra perdida pues desde ese momento dejaron de contar con él, se limitó solo a proveer lo necesario para la subsistencia del resto de la familia pero se olvidó de lo más importante, el afecto, un afecto que de haber existido habría resuelto más problemas que muchas despensas juntas, pero a él se le olvidó cómo demostrar ese afecto, a pesar de que nunca dejó de sentirlo pues en más de una ocasión lo viste llorar a escondidas de impotencia por algo que nunca dijo, no tenía que hacerlo, era obvio que su desesperación tenía que ver con su proceder, el de no saber si educarlos y alimentarlos era suficiente ocultando para ustedes el dolor, su dolor; tal vez nunca supo que al ocultar esos sentimientos les robaba sin querer una parte fundamental de su vida, algo que les permitiría conocer la sensibilidad y le daría, paradójicamente, más fuerza a su carácter, pero él se negó a hacerlo.

Aun lo recuerdas escondido en algún rincón de la casa hablando con un recuerdo

y reprochándole su ausencia. No sabías lo que le pasaba, la muerte no era precisamente un suceso cotidiano y la de tu madre te llegó por sorpresa, sabías de su ausencia, pero no comprendías por completo la razón de ella. La casa de pronto se puso de cabeza, nadie te despertaba para la escuela, no había desayuno en la mesa, la ropa sucia mezclada con lo que quedaba de ropa limpia y un caos total rigiendo los días posteriores a su muerte.

Solo tu hermano mayor quien tenía más conciencia de lo que estaba pasando, trataba de ayudar con el orden; aunque poco podía hacer, lo recuerdas sacudiendo los uniformes sucios para volvérselos a poner e ir a la escuela, lo recuerdas también tratando de partir un pan duro para que ambos pudieran desayunar, y al regreso de la escuela, era común pasar a casa de doña Lola para que les diera algo de comida; no siempre había suerte, a veces no estaba, otras veces salía su marido enojado y los corría. Tú lo recuerdas con gracia porque no tenías conciencia de lo que estaba pasando, de echo te divertía cuando salían huyendo porque entonces pasaban por el huerto de don Hugo Porras a robarse los duraznos o las peras verdes, ese fue su alimento en muchas ocasiones, y esa fue quizás la etapa más cercana que viviste con tu hermano.

Vagos recuerdos te quedan de aquellos días en que sufriste sin saber que sufrías, hasta que tu padre poco a poco fue recobrando la cordura y comenzó a voltear hacia ustedes. Eso fue mucho más reciente, algo que recuerdas con detalles cercanos y de lo que resalta sin duda el carácter fuerte y seco de tu padre. Él no era así, recuerdas como un flashazo de tu memoria que llega a tu presente, ahora comprendes muchas cosas, todo lo que lo hizo cambiar y le llevó a convertirse en el hombre que es desde los últimos años. Ha sufrido mucho – piensas – y ahora tú le causas otra pena.

A pesar de sus reproches, sabes que es él quien se culpa por lo sucedido, su papel de padre no le permite culparte a ti, ¿de qué modo condenar las acciones de un hijo? Antes se impondrá el sentimiento de paternidad que protege instintivamente a los hijos aún si son culpables. Tú no lo eres, pero eso no sirve de mucho en una situación de duda y desconfianza provocada por ti y alimentada

con la saña encarnizada con que la policía intenta resolver el caso; tal pareciera que intentan condenarte a toda costa. Tu padre hará lo que sea para ayudarte, eso lo sabes. Por difícil que sea la situación él te sacará de ahí.

Después de setenta y dos horas de angustiosa espera, confías en que todo se haya aclarado, que la policía haya localizado al sujeto que disparó el arma y lo tengan ya tras las rejas. Estas casi convencido que tu padre conseguirá tu libertad.

– Es inútil, el esfuerzo de los abogados no fue suficiente y serás llevado a juicio.

Eso comenta tu padre después de múltiples intentos por sacarte de prisión. Ni el dinero ni las súplicas fueron suficientes para convencer al ministerio público. No hay rastro del sujeto que disparó el arma y ninguno de tus amigos quiso declarar. Sus padres no quisieron comprometerlos para que no corran con la misma suerte que tú; a uno de ellos se lo llevaron de la ciudad y los otros dos se han negado, sus padres les han protegido, los cubrieron diciendo que estuvieron en casa aquella noche.

No puedes creer lo que tu padre acaba de decirte, tus compañeros, tus amigos, esos a quienes considerabas parte de tu familia te han dado la espalda; a nadie le importa la suerte que corras en prisión, todos te han abandonado.

– ¿Y qué hay de los otros clientes que se encontraban en la tienda? No éramos los únicos, había más personas en ese momento. Habrá que localizarlos, tal vez ellos puedan ayudarme, búscalos papá, tienes que encontrarlos, ellos son mi última esperanza, búscalos por favor, has que vengan a declarar.

Nadie quiere estar involucrado en un homicidio, ninguno de los clientes que

presenciaron el homicidio se ha hecho presente, no hay forma de localizarlos pues todos eran extraños. La única opción es hablar de nuevo con los abogados para que revisen una vez más el caso, lo reestructuren y puedan preparar una nueva defensa. Por el momento no hay nada más que hacer, a los ojos del ministerio público tu culpabilidad es inminente y han decidido trasladarte al reclusorio.

– No desesperes – dice tu padre – haremos todo lo que sea necesario para demostrar tu inocencia. Tal vez podamos demostrar que fuiste una especie de cómplice accidental, alguien que estuvo en el lugar equivocado en el momento equivocado. No será fácil, de cualquier modo, lo intentaremos. Veras que tu estancia en el reclusorio no será por mucho tiempo.

Sientes que la vida se hunde y se lleva lo mejor de ti mismo, como sucedió con tu padre cuando tu madre murió; no deseas verlo, aunque él quiere despedirse la vergüenza que sientes no te permite verlo a la cara, sabes que lo has defraudado y no tienes derecho de mirarlo a los ojos. Él no insiste, tal vez porque entiende tu dolor o quizás porque prefiere adoptar su papel de padre indignado y frío como siempre ha sido.

En cada paso, en cada reja que se abre para llevarte a lo más profundo de la prisión, se van desvaneciendo tus sueños como rayos de luz que se pierden en lo infinito del universo.... escritor... alguna vez soñaste con ser escritor, siempre tuviste iración por la mente de esos hombres que guardaban dentro de sí historias fantásticas que hacen soñar al mundo entero. Tenías especial iración por la sutileza en las palabras de aquellos genios que con gran simplicidad resolvían los complicados enredos de la vida. ¿Qué frase podría describir lo que en ese momento estás viviendo?, tal vez una como: “no hay nada más fácil que complicar nuestra propia existencia”. Sí, esa es la mejor frase, hace apenas unos días eras un estudiante de preparatoria, normal como cualquier otro, con todas las posibilidades de realizar tus sueños; y en un parpadeo te convertiste en un delincuente a punto de ser procesado por homicidio. ¡Qué rabia sientes de ti mismo! Acabaste no solo con tus sueños también lo hiciste con los

sueños de tu familia. Eso es imperdonable.

Te desplomas en un rincón de tu celda llorando de impotencia, has pensado en suicidarte, pero una leve luz de esperanza te mantiene con vida; es posible que no te condenen, al menos no por homicidio, tal vez el juez considere tu condición de solo cómplice y entonces podrías salir en poco tiempo. Mientras eso ocurre, tendrás que pasar algún tiempo en aquel deprimente lugar, dormir en una celda oscura y fría en medio de tantos delincuentes. Lo más preocupante, sin embargo, es lo que ocurrirá afuera, tus amigos, tu familia, todos hablarán de ti. Una nota como esa no pasará desapercibida. Son tantas cosas las que saturan tu mente que finalmente se rinde. Más que un pesado sueño es una perdida temporal del conocimiento que te evitará sentir el frío de tu primera noche en prisión.

Fueron varias horas de sueño que pasaron como un parpadeo. Tus problemas y el frío de la madrugada parecen conspirar en contra tuya para torturarte y hacerte despertar en medio de aquel deprimente lugar. Te miras abandonado a tu suerte, abofeteado por el intenso frío y una sensación de soledad que jamás habías sentido. Todo está en silencio, y es el silencio el que hace más fría tu celda y más angustiosa tu soledad. Pensar tal vez en una oscuridad eterna que evite tu encuentro con la realidad es una opción remota, pero un consuelo oportuno para ese instante. De cualquier modo, las cosas no pueden ponerse peor, salvo por el frío que se hace más intenso acompañado por los primeros rayos de luz que poco a poco van iluminando cada rincón de aquella cárcel evidenciando tu realidad.

Con el frío de la madrugada se va despertando la vida descubriéndose ante ti con los primeros rayos del sol, los primeros murmullos de los reos que al igual que tú pasaron mala noche. El reproche de tu espalda que reclama la comodidad de su cama se hace sentir con un dolor intenso consolable apenas con el alivio de ponerte de pie. No sabes la hora, pero la voz del custodio que da la orden para levantarse y dar inicio con las labores del día te da una idea aproximada, tal vez las cinco o las seis. Probablemente tengan un horario, un rol de actividades; no lo sabes, te enterarás cuando el custodio les de la segunda indicación pues la

primera ha sido formarse en el patio para el pase de lista.

Pase de lista y lectura del reglamento para los nuevos internos son las primeras actividades del día, podrás ocuparte en alguna actividad productiva si lo deseas, pero no tienes la mínima intención de hacerlo. Asumiendo que tu estancia ahí dentro no será prolongada, decides ocupar tu tiempo en vagar por los alrededores del patio en espera de que el tiempo pase rápido – Ignoras que esas serán las horas más lentas de tu vida. Algunos minutos después escuchas el aviso de un custodio para pasar al comedor, tomas ese aviso como una orden por cumplir y te diriges hacia el comedor cuanto antes, no quisieras tener un roce con los custodios por desobediencia. Te aproximas temeroso por tu charola de comida y buscas un lugar donde sentarte. Recorres lentamente con la mirada el comedor, no sabes dónde sentarte, todos te dan miedo, todos son criminales – como si tú no lo fueras – reprocha tu conciencia enfurecida. Escoges un lugar que en apariencia se veía seguro, sí, parecía el más seguro. Un hombre te observa con mirada de intruso, pero no dice nada, tú tratas de ignorar el gesto de ese hombre y procuras concentrarte en lo tuyo, solo quieres comer, a nadie debe molestarle eso.

Transcurren sólo unos segundos, apenas intentabas probar tu comida, cuando de pronto un gemido al lado tuyo te sacude como un terremoto anunciando más problemas, alguien cae herido de muerte con un objeto clavado en el pecho, otro sujeto enfrente te mira y sonríe complacido. Parece ser el líder, si es que las prisiones de verdad son como las de las películas porque solo así las conocías. Los reos se apartan y los custodios entran aprisa asegurando el lugar. Un suspiro de miedo te hace pensar en un problema más. Uno de los custodios se dirige a ti para interrogarte, sientes que las piernas no te responden y por un momento crees desmayarte cuando te pregunta ¿quién fue? No sabes que decir y te quedas callado, presiona tu cuello con su tolete hasta casi asfixiarte y a ti solo se te ocurre llorar; comienza a golpearte en busca de tu confesión, pero sabes que de hablar te meterías en un lío mucho más grande y resistes. Los golpes continúan hasta que uno de los reos se acerca, parece tener influencia también sobre los custodios – él no vio nada – dice con serenidad al custodio – estaba conmigo cuando pasó todo – Entonces, como si hubiera sido una orden el custodio deja de golpearte, con voz de mando indica a todos volver a sus celdas y a ti te mira con

desprecio. En tu dolor tratas de incorporarte y ves el rostro del reo que te ayudó, es el mismo que sonrió contigo cuando asesinaron al otro. Vuelve a sonreírte y después se marcha.

Pasas el resto del día confinado en tu celda sin moverte de ahí, temblando de miedo y llorando a momentos por lo ocurrido. ¿Cuándo acabará esa pesadilla? Te preguntas exhausto al borde de la locura; ya no quieres ver más violencia, ya fue suficiente castigo y gritas con furia tu deseo de volver a casa, pero eso de nada te sirve, a nadie le importas ahí dentro. Lejos de inspirar lástima solo consigues el enojo de muchos de tus compañeros que además aplauden a los custodios por la paliza que te dan para controlarte – estarás mucho tiempo con nosotros, así que será mejor que te vayas acostumbrando niñito.

La mañana siguiente no es diferente de las últimas que has pasado, el frío de la celda, que trae al instante todos tus miedos más recientes, parece atarte a la cama con cadenas de miedo que no te dejan levantar – Es una orden – te dice alguien. Si no quieres tener problemas será mejor que obedezcas.

Te levantas y caminas unos pasos fuera de tu celda, vuelves la mirada hacia atrás como queriendo regresar, pero el custodio que se mantiene cerca te obliga a continuar avanzando. Te sientes presa de las miradas vigilantes de todos los reos, algunos se ríen, otros te dicen frases intimidantes y el resto solo te ignora; aun así, sientes que los ojos de todos están puestos sobre ti. Deambulas por unos minutos lo más cerca de la puerta que te sea posible, piensas que si ocurre algo como lo del día anterior serás el primero en ponerte lejos de cualquier zona de riesgo, eso te relaja un poco.

Se llega la hora del almuerzo, una campanada acompañada del grito de un custodio se los avisa. Tendrás que moverte con rumbo del comedor como lo hacen todos, vuelves a sentir miedo, no sabes qué va a pasar, a quién matarán esa mañana. En los últimos días el miedo se ha convertido en tu inseparable acompañante y pareciera que jamás se alejará de ti. Recoges la charola con tus

alimentos y buscas un lugar para sentarte. Recuerdas entonces al sujeto que te ayudo el día anterior y tu miedo hace una pausa para dejarte pensar, reflexionas animado pensando que esa será una situación segura, este día no es como el anterior, en esta ocasión sabes a quién buscas, sabes con quién debes sentarte para no correr riesgos.

Lo miras hasta el fondo acompañado por dos reos más, parecen guardaespaldas suyos. Te diriges lentamente con las piernas temblando porque no sabes qué va a pasar, no estás seguro que aquel tipo te permita acercarte a él. Caminas tropezando con algunos reos que reaccionan empujándote aún más fuerte y otros te gritan para asustarte aún más. Tratas de no hacer caso y continúas avanzando. Alguien se cruza en tu camino y te dice con un gesto amistoso:

– Nadie puede acercarse al Maestro.

– ¿El Maestro? – preguntas intrigado.

– Sí, el que está allá, el que te salvó el pellejo ayer es el Maestro y nadie puede acercársele, nadie que quiera conservar su vida.

Pero tú insistes, tienes que hablar con él, quieres agradecerle por lo que hizo, no cualquier persona hace algo como lo que hizo él, más aún, sin conocerte, sin saber siquiera quién eres, sin saber si tienes dinero para pagar ese tipo de favores, porque crees, y con razón, que todas esas cosas que los reos hacen para ayudarse tienen un precio.

– Él te dirá cuando necesite que le pagues el favor, por lo pronto siéntate en mi mesa, aquí estás seguro.

Elocuente y simpática, así es la personalidad de ese chico, el paisa. Un bufón haciendo gracias en el circo del terror. Manuel es el nombre, pero todos le dicen el paisa porque es originario de la costa. Con su carácter amigable y su peculiar acento, típico de los costeños contagia de alegría a quien esté cerca, siempre le arranca una sonrisa hasta al más serio y convierte un momento tenso en un alboroto de risas que calman los ánimos más candentes. No tiene problemas con nadie, ni siquiera parece delincuente.

Ese es el paisa, contando su historia de desgracia como una picara y graciosa comedia que nadie cree, pero de tantas veces que la ha contado ya todos la conocen: Por robarse unos cuantos plátanos, que de hecho no los había robado él. Cuando llegó a la capital en busca de una mejor oportunidad para vivir, fue víctima de un asalto a unos cuantos metros de la central camionera. Le quitaron dinero, maleta y hasta su viejo celular en el cual guardaba los números telefónicos de amigos y familiares, jamás memorizo algún número, mala costumbre de mucha gente que no contempla un suceso como el de extraviar el celular. Ese mal hábito hizo que no pudiera ar a algún conocido para que lo ayudara cuando lo detuvo la policía.

Después del asalto caminó sin rumbo buscando nada y encontrando una nueva hazaña en contra suya. Justo antes de llegar a una esquina un hombre aparece corriendo con una penca de plátanos en las manos, al pasar junto a él se los aventó y siguió corriendo; fue tan rápido que no tuvo tiempo de agradecerle el gesto. Apenas comenzaba a revisar de lo que se trataba cuando aparece por la misma esquina una turba de gente que venía persiguiendo al otro tipo. Alguien identifica el cuerpo del delito y se echan todos sobre él pesando que se trataba del ladrón.

Vaya que resultó la estrategia del ladrón, el paisa se llevó la paliza de su vida y el título de ladrón de plátanos. Lo que siguió a ese hecho fue consecuencia de lo primero, una reacción en cadena de una serie de sucesos que llevaron al paisa directo al reclusorio.

Jamás imaginó el tamaño de su mala suerte, pues nadie llega al reclusorio por un delito tan simple como ese; pero la mala suerte y los modales del paisa a la hora de defenderse ayudaron mucho para encaminar su destino. El lenguaje altisonante conque el paisa trataba de argumentar su inocencia, la falta de identificaciones, pero por encima de todo por falta de dinero para poder negociar su libertad, fueron las principales causas, por no decir que son las causas comunes de los desgraciados que no cuentan con dinero para negociar su libertad. Así fue como el paisa conoció el reclusorio, víctima de una serie de circunstancias que se juntaron y lo llevaron directo a prisión.

El resto ya es historia conocida. Después de cumplir la condena y quedar en libertad, sólo fue cuestión de elegir el delito para regresar a la cloaca de donde había salido. No fue difícil tomar la decisión de robar nuevamente, más bien fue cuestión de hambre. Después de varios días de vagar por las calles buscando un empleo para conseguir dinero y así poder resolver sus necesidades más indispensables, se topó con la amarga experiencia de que nadie quería darle trabajo a un ex convicto. De modo que no tuvo opción: sólo, sin dinero, sin oportunidades y con el estómago vacío, lo único que se le ocurrió fue robar y hacerse descubrir para que la policía lo regresara al reclusorio, ahí por lo menos la comida es segura.

Parece un buen tipo – piensas – tal vez él pueda protegerte o por lo menos ayudarte a identificar los peligros. Tipos como él son amigos de todo el mundo, quizás pueda ayudarte a conseguir lo que necesites, aunque solo quieres conocer al Maestro, él te ayudó y ahora quieres agradecerle. El paisa es la persona indicada para conocerlo, además, parece que son amigos.

Con dos días ahí dentro no son suficientes para acostumbrarte, pero lo han sido para tranquilizarte un poco, después de todo aún sigues vivo y has descubierto que no todos los reos son gente de temer. Las historias graciosas del paisa y las carcajadas de sus amigos te han relajado por un momento y sientes que al fin descansas de aquellos días interminables de tensión.

El siguiente día se antoja más tranquilo, has dejado de pensar en la pena que te agobia y te perfilas a conocer más acerca del lugar. Ya sabes que la cárcel tiene un dueño al que todos le deben algo y un reglamento más estricto que el del mismo director. Ya te irás acostumbrando a esa forma de vida, aunque te mantiene en pie la esperanza de que no será eterna. Tu padre se preocupa tanto que ha dejado hasta su trabajo para dedicarse por completo a resolver tu situación. Tú tratas de animarlo diciéndole que te encuentras bien, que el ambiente de la prisión no es como se ve en las películas, incluso le cuentas que ya tienes un amigo. Él no dice nada, solo te escucha y luego se marcha.

A sus espaldas deja un hijo derrotado, abandonado a su suerte, a expensas de criminales, inmerso en un mundo al que no pertenece; culpable o no, él sabe que no mereces estar ahí. Daría todo por cambiar la situación, quedarse en tu lugar y liberarte a ti; quisiera llevarte en ese momento consigo y comenzar de nuevo. Eso no es posible, tendrán que esperar, seguir el proceso que dicta la ley y confiar en que la justicia llegue pronto a ti.

Otro día más de sombras en tu joven existencia, las horas se atoran en el reloj de tu vida y cada segundo comienza a parecerse a una pequeña eternidad, no sabes qué hacer, hacia donde moverte. La desesperación comienza a llevarte a un camino que nadie quisiera recorrer, muchos lo han hecho y lo único que consiguieron fue llegar al borde de la locura. Solo el paisa parece comprenderte y te ofrece compañía, tal vez platicar sea una buena terapia, piensas y te embarcas con él en una plática fría que, poco a poco va tomando sabor y termina por devolverte un poco de tranquilidad. Entre la plática y el recorrido que hacen mostrándote los rincones de aquella prisión terminas por considerarlo un buen tipo, un amigo. Es curioso, cuando viajabas en la patrulla camino al reclusorio, imaginaste muchas cosas, horribles todas, pero jamás que encontrarías ahí a un amigo, el paisa lo es y eso te da confianza. Te ha mostrado todos los rincones de la cárcel y te ha explicado las reglas que rigen ahí, no las del director, las reglas que importan y pueden mantenerte a salvo. Te ha dicho de quién cuidarte y con quién no debes meterte, las cosas que no debes mirar y las cosas que debes recordar; es un experto, sabe cómo tratar a cada uno de los reos para evitar los

problemas. Te sacará de muchos apuros.

Como parte de tu instinto de adaptación o supervivencia, comienzas a indagar en un mundo totalmente ajeno al tuyo, no quieres tener problemas con nadie, ya no. Te preocupa la actitud que debes adoptar para estar seguro. Pensaste en aislarte por completo de esos delincuentes que te asustan, pero pronto desistes de esa idea pues con eso solo lograrás que la espera se haga más larga; además, tienes una deuda con el Maestro y quieres cuando menos agradecerle.

Comienzas a relacionarte con otros reos para huir de la soledad y la monotonía de tantas horas idénticas que van haciendo más largos los días, tal y como lo habías previsto. No hay muchos temas de que platicar, ninguna de esas personas pertenece a tu mundo, los temas que son de interés para ti para ellos son ridiculeces. Se te ocurre entonces preguntar acerca del Maestro, una segunda opinión no estaría mal para conocer más de aquel enigmático personaje que parece un Dios en medio de tantos delincuentes. Te gustaría saber quién es y por qué es intocable; sin embargo, nadie sabe nada, nadie dice nada. Es una ley entre los internos protegerse unos a otros de los espías y tú podrías ser uno.

Sin saberlo, has puesto en riesgo tu vida por tantas preguntas que no se permiten ahí. Por fortuna nadie habla más de la cuenta, solo te dicen lo que tú ya sabes que es el líder de la prisión y que tiene poder incluso en algunos custodios. Esa información no es nueva para ti así que no te sirve de nada. Recurres al paisa para que te entere de algo nuevo y siempre te saca la vuelta con otro tema, no quiere contarte, no debe contarte y cuando insistes demasiado su molestia es evidente y te reta a que le preguntes personalmente. Sabe que no lo harás, pero es una buena forma de hacerte desistir en tantas preguntas y limitarte a saber sólo lo que quieren que sepas, siempre es así.

En varias ocasiones lo has visto reunido con sus amigos en actitudes extrañas, seguramente bajo el efecto de alguna sustancia, pues es evidente que su estado de conciencia no corresponde al de una persona normal. En otras ocasiones lo

has visto hablando misteriosamente con su gente planeando, sin duda, algún negocio ahí dentro; a veces te mira y comenta cosas con alguno de sus acompañantes, casi estás seguro que han hablado de ti. Le preguntas al paisa si el Maestro le ha mencionado algo acerca de él. Siempre lo niega, dice que hablan de negocios, de cosas que no te interesan por lo tanto no tienes porqué saberlas. Los comentarios del paisa no son muy convincentes, sabes que ocultan algo y te intriga saber qué es; no sabes ni siquiera porqué te intriga tanto la identidad del Maestro si solo quieres agradecerle un favor, tal vez porque no tienes otra cosa en que ocuparte, y la duda por saber quién es te parece un buen pretexto para mantenerte ocupado.

Con forme pasan los días has visto muchas cosas y has aprendido otras más. Ya sabes cómo comportarte ahí dentro, has incluido en tu lista de amigos algunos más aparte del paisa, y el miedo que no se alejaba de ti ha desaparecido casi por completo. Las visitas de tu Padre que al principio fueron casi diarias se convirtieron en visitas esporádicas y con prisa por las múltiples ocupaciones que le genera tu situación y el nuevo trabajo que tuvo que buscar para juntar más dinero. En los pasillos de la cárcel los reos caminan a tu lado como si fueras uno de ellos, los guardias te identifican perfectamente y en ocasiones escuchas los murmullos de sus risas cuando se recuerdan entre ellos tus sollozos del día que llegaste. Solo sonríes, no te queda más por hacer.

Dentro de tus nuevas costumbres y casi sin darte cuenta cómo sucedió, las veces que te has encontrado cerca del Maestro te lanza una mirada de aprobación o saludo, no sabes exactamente que es, pero sin duda se trata de un gesto amistoso. Puedes apostar que en cualquier momento permitirá que te acerques para hablar con él.

Una noche de esas, de las que el insomnio te roba hasta los pensamientos, te encuentras dando vueltas en la cama tratando de atrapar algo: un pensamiento sensato, el ritmo de alguna canción que te lleve buenos recuerdos o por lo menos el sueño que te ayude a pasar aquella pesada noche. Esa noche, el paisa irrumpe silencioso en tu celda para despertarte, sin saber que no estabas dormido tu

reacción de miedo te lleva al borde de un grito que logras ahogar en la penumbra de la oscuridad cuando descubres de quien se trata. Casi despiertas a tu compañero de celda, así que tienen que esperar algunos segundos hasta que vuelvan a escuchar sus grotescos ronquidos.

– El Maestro quiere verte, date prisa.

Te incorporas tan pronto como puedes aún trastornado por la forma misteriosa con que el paisa se comporta. Caminan despacio tratando de hallar el camino entre la oscuridad. No estás seguro de querer seguirlo, pero una vez fuera de la celda no tienes otra opción que confiar en él, si regresas podrían descubrirte y provocar un problema serio, así que decides continuar. La noche es muy oscura y te dificulta desplazarte entre penumbras, de modo que prefieres caminar detrás del paisa para no tropezar.

Llegan a una reja, la observas y recuerdas el lugar, sí es la reja que conduce al patio trasero, no debería estar abierta a esa hora – piensas – pero no dices nada, decides confiar en el paisa, él sabe lo que hace. La siguiente reja también está abierta, eso sí es extraño ningún reo tiene al espacio que hay al otro lado de esa reja. Te detienes de golpe dejando ver tu pánico al encontrarte ahí en un lugar prohibido a mitad de la noche con la única certeza de que todo lo que están haciendo va a meterte en un lio mayor.

El paisa se detiene a tu lado y, sin ningún afán de calmar tu miedo sólo te dice:

– si no haces lo que te digo nos meterás en un verdadero problema que tu vida alcanzará para pagar las consecuencias.

No reparó en ver tu reacción, continuó avanzando con la certeza que tú vendrías detrás, y así lo haces. Lleno de miedo, como pocas veces sigues al paisa sin decir una palabra más.

Avanza con tal seguridad como si fuera un sitio conocido para él, tú lo sigues en silencio, con la cabeza llena de ideas y el estómago revuelto a punto de expulsar la cena; sin embargo, continúas avanzando, ya decidiste seguirlo y ahora es tarde para arrepentirte. Hay alguien más adelante, vez la silueta, pero no logras identificarlo, debe ser el Maestro – piensas – al llegar junto a él te das cuenta que se trata de uno de sus guardaespaldas. No les dice nada, hace un movimiento con la cabeza como indicándoles la ruta que deben seguir. – El Maestro nos espera – te repites varias veces para darte seguridad y continúas avanzando.

Más adelante ves una especie de alcantarilla aparentemente clausurada. A lado se encuentra el Maestro, respiras aliviado y te sientes a salvo. Aun no recuperas el aliento cuando El Maestro, que sostiene la tapa, te invita a que lo hagas tú, lo haces sin preguntar, es el Maestro, qué podría pasar. De inmediato empiezan a meterse por el agujero algunos reos, son seis en total, pudiste contarlos, los reconociste incluso, pero sabes que debes olvidarlo, debes olvidar quienes eran, nadie te dice que lo hagas; sin embargo, tú sabes que debes hacerlo. El Maestro detiene ahora la tapa y te invita a entrar al agujero – es la puerta a la libertad – puedes irte si quieres, pero no aceptas, prefieres quedarte y cumplir tu condena, no deseas ser un delincuente toda tu vida. El Maestro sonríe y después da la orden para cerrar el lugar. Te quedas inmóvil, no sabes qué hacer, no sabes si al rechazar la oferta del Maestro lo ofendiste o terminaste por agradarle.

– Es hora de dormir – dice el paisa sin darte mayor explicación.

Esa fue quizás la noche más larga de tu existencia, al menos en prisión. La incertidumbre de tu imagen ante el Maestro aunada a la complicidad de la que fuiste parte durante la fuga de esos reos no te dejó cerrar los ojos en muchas horas. ¿Le habrás agradado o estará furioso por no aceptar su propuesta de huir

junto con los demás?, ¿Y la policía, ¿harán una investigación por la fuga?; ¿y si lo hacen? ¿y si te encuentran culpable? no quieres ni pensar en lo que pasaría si eso sucede.

Con ese pensamiento llegaste despierto hasta la mañana siguiente, no tenías espacio para otra cosa en tu pequeña cabeza; olvidaste todo, como si el exterior de aquella cárcel no existiera, cero familia, cero pasado, cero vida hasta antes de ese momento. Inconscientemente dejaste de pensar en el pasado o es que quizás esa vida comienza a absorberte arrastrándote a lo más bajo de ella misma. Con un sobresalto reaccionas y te aterras de pensar en ello, en la simple y llana posibilidad de terminar como todos ellos – convertido en un delincuente de verdad.

Tu mente parece aterrizar y tus pasos se vuelven más firmes cuando esa mañana tu padre, acompañado de tu hermano que jamás te había visitado en prisión, está ahí para felicitarte por tu cumpleaños y entonces los recuerdos de la noche anterior se vuelven solo eso... recuerdos, pesadillas de una mala noche.

– Las cosas van por buen camino – comenta tu padre en un intento por devolverte un poco de tranquilidad.

– Esperemos que no permanezcas en ese infierno más tiempo. Los abogados están trabajando duro y han prometido sacarte de aquí antes de un año.

Tú sonríes agradecido sintiendo; sin embargo, sabes que las palabras de tu padre no son sinceras, está muy tenso, a leguas se nota el esfuerzo que hace para mentirte y tampoco te atreves a preguntar nada, volteas hacia otro lado y te encuentras con el rostro de reproche de tu hermano que tampoco dice nada, solo te mira, y en el fondo sientes esa mirada como un reproche, como una maldición por la pena que le causas a tu familia. Tú también lo miras sin decir nada, su

mirada condenante no te deja hablar. Tu padre hace una pausa, toma aire y luego se levanta en dirección al baño quizás con la intención de que no le veas llorar.

– Ha vendido ya la casa – comenta entonces tu hermano con la cabeza mirando hacia tu padre.

– ¿qué dices? – Preguntas asombrado.

– Sí, vendió la casa para pagar a los abogados y lo peor es que quien sabe si valga la pena.

Ese reproche te hace sentir miserable. Sientes que arrebatas el patrimonio de la familia por una estupidez y no puedes hacer nada, te quedas callado mirando a tu padre que se aproxima nuevamente a la mesa. No encuentras un lugar donde esconder la vergüenza de tu rostro y volteas nervioso hacia todos lados en busca de un buen objetivo donde poder descansar la mirada. Quisieras decirle que deje todo, que se olvide del caso y te deje podrirte en esa maldita prisión, tal vez te lo mereces, quisieras decirle que no vale la pena tanto sacrificio. El miedo que sientes al saber que podrías pasar muchos años de tu vida ahí encerrado es más fuerte que tú y callas.

– Tenemos que irnos, quedé con los abogados para que me entreguen hoy el último reporte de tu situación.

Sonríes con una sonrisa fingida que oculta tu miedo y tu cobardía por la noticia que has recibido, con esa misma sonrisa agradeces la visita pidiéndole que no se preocupe, que no ha sido tan malo estar ahí; también hay gente buena – le dices – y te despides con un abrazo. Mientras lo abrazas miras a tu hermano con

mucha vergüenza, como disculpándote por las molestias que les causas.

Ahora ya no sabes que pesadilla es peor. La confesión de la venta de la casa se convirtió en otra pesadilla que, junto con la de la noche anterior aturden tu mente sin dejarte pensar con serenidad. Has pensado en quitarte la vida, pero eres demasiado cobarde como para hacerlo, jamás lo harías, aunque sientas que no hay salvación, preferirás cerrar los ojos y esperar que algo suceda, que alguien haga algo porque tú no lo harás.

CAPÍTULO 2

El destino es embustero, sabe perfecto como envolvernos y luego echarnos al ruedo con una suerte nueva. Aún no dejabas de pensar en todo aquello cuando un paquete cae en tus manos sin saber de dónde. Mientras lo revisas buscas apresurado entre la multitud para saber de quién es – El Maestro quiere que se lo entregues al Negro – dice una voz antes de perderse entre el murmullo de los demás reos.

No necesitas revisar el contenido para saber de lo que se trata, así que lo proteges con tu camisa y lo llevas hasta tu celda, ahí tendrás tiempo para pensar lo que debes hacer.

Algo más que droga contiene ese paquete, contiene un desafío nuevo, la opción de convertirte en delincuente de verdad, la opción de entregarlo al director del reclusorio y quizás, remotamente, ese acto signifique que condonen tu delito y te dejen salir de prisión. Cualquiera que sea tu decisión habrá de cambiar tu vida a partir de ese momento, la pregunta es cómo. Reflexionas, la imagen del Negro cruza por tu cabeza de forma involuntaria y se te muestra tal cual lo has imaginado. Él ha sido el único de los reos que te causa pánico, igual que en la mayoría de ellos, no sabes qué es lo que hace ahí dentro, pero su simple presencia es una mezcla de asco, miedo y desconfianza – como si se pudiera confiar en alguien – que convierte el ambiente en algo inseguro y sucio. Cada que lo vez, siempre desde lejos por supuesto, piensas en uno de esos callejones de los barrios bajos donde se encuentra lo más ruin de la delincuencia. En realidad, le temes, pero temes más involucrarte en ese ambiente del que tanto has huido. En el tiempo que llevas ahí dentro te has mantenido al margen de lo que sucede, jamás se han metido contigo porque saben que el Maestro te protege, qué curioso, tú no lo sabias, lo supiste hasta el momento en que recibiste el paquete. El paisa alguna vez comentó que no cualquiera podía ser mensajero del Maestro y tú ya lo eres, la pregunta es si quieres serlo. No, esa ya no es una pregunta, ya no es algo que puedas decidir, el Maestro decidió por ti.

Abandonas la celda para tomar aire fresco y aclarar tus pensamientos. Mientras das varias vueltas alrededor del patio pensando cómo entregarás el paquete al Negro, tu mente ha dado mil vueltas a tu vida entera, ¿qué pasará después? No lo sabes, quizás sea solo un favor, aunque puede tratarse también del inicio de una vida criminal. Lo segundo es lo más probable y es en lo que menos quieres pensar, prefieres creer que se trata solo de un favor, tal vez el mensajero no pudo entregar el paquete ese día y el Maestro quiso que lo hicieras tú. Después de todo es un favor que le debes, sería un buen momento para pagarle.

En eso pensabas cuando una nueva idea ilumina tu mente. Se te ocurre que el Maestro puede ayudarte a salir de prisión, así tal vez puedas ahorrarle muchos problemas a tu padre, y quizás puedas también recuperar la casa. Sin pensarlo más esperas el momento oportuno para hacer la entrega, sabes que debes ser discreto y preciso para evitar cualquier problema, de eso depende que puedas pedirle ayuda al Maestro.

Eliges el trayecto a los separos como el mejor lugar para hacer la entrega, el momento en que los reos se amontonan para dirigirse a sus celdas, en ese momento podrás acercarte al Negro sin despertar sospechas.

Avanzas con sigilo trazando una ruta imaginaria que te lleve hasta el Negro. Tu nerviosismo es tal que en cada paso vas sintiendo las miradas vigilantes de la gente como si quisieran robarte el paquete. Debes controlarte – piensas – se trata solo de tu imaginación, ella es la que te hace sentir tanto miedo.

El Negro no te ha visto pero sus hombres ya te vigilan, con la misma discreción que tú se encuentran preparados para actuar en contra tuya por si tratas de agredir a su jefe. Ninguno te cree capaz de hacerlo, pero su trabajo es protegerlo de todos incluyendo una amenaza tan insignificante como tú. Te hacen una valla discreta para que puedas pasar. No has visto sus manos porque las ocultan entre

ellos mismos, aun así, sabes que están armados, al asecho, esperando un movimiento en falso para destrozarte. En medio del pánico quisieras levantar tus manos para enseñarles lo que llevas o cuando menos decirles que solo eres el mensajero. Ellos lo saben, es por eso que no te detienen.

Con la ingenuidad propia de un novato que hace su primera entrega, te posas frente al Negro queriendo darle el paquete. No sabes ni que decirle así que solo estiras la temblorosa mano esperando que lo tome, pero él te rechaza, de inmediato te empuja para evitar cualquier o contigo y se aleja. No entiendes lo que pasa, aun así, sabes que algo no está bien. Sin mirarte hace un comentario entre dientes que apenas puedes escuchar:

– Discreción bato, que puede ser tu última entrega.

Te quedas en suspenso pensando si alguien se dio cuenta, tal vez algún custodio te haya descubierto; pero no, al parecer nadie lo notó, entonces vuelves a intentarlo con más discreción. En esta ocasión no buscas su rostro, llegas por un costado y, mirando hacia otro lado con tu mano temblorosa alcanzas la suya. Sin revisarlo, toma el paquete y continúa avanzando. Tú exhalas un suspiro de alivio que se interrumpe por el golpe de un custodio que te obliga a avanzar. Por un momento pensaste que te habían descubierto, el susto prolongó el temblor de tu cuerpo hasta el día siguiente.

Fue tan solo una entrega, la primera de tantas entregas que en poco tiempo te darán a conocer entre los reos y los custodios, porque también ellos forman parte del juego, brillante noticia, de haberlo sabido no te habrías preocupado tanto a la hora de la entrega. La duda ahora es ¿Por qué entonces tanto misterio para repartir la mercancía? – por los espías muchacho – te dice el paisa cuando tiene oportunidad de felicitarte por el trabajo. En todos lados hay espías, nunca sabes cuándo serás el objetivo de alguna investigación encubierta. Algunos son policías en busca de pistas para atrapar a los peces gordos, otros pertenecen a grupos que pretenden hacer competencia al Maestro, por eso la exigencia a la

hora de seleccionar el personal que hará las entregas.

No estás seguro de cómo debes sentirte en ese momento, ya eres hombre de confianza del Maestro y ese debiera ser motivo de satisfacción, muchos quisieran estar en tu lugar, algunos han muerto por conseguir ese puesto; pero tú no estás seguro de querer estar en ese sitio, eres hombre de confianza del líder de una prisión, significa entonces que ya eres un criminal, no quieres convencerte de ello, no quieres siquiera imaginar las consecuencias que eso puede traerte. Se trata de un delito y lo sabes, un delito que justificas pensando que lo haces para librarte de una condena injusta; eso es lo único que te queda por pensar. En adelante, solo dejarás que transcurra el tiempo, cumplirás con las entregas y esperarás la oportunidad para salir de ahí. Cuando te corroa la culpa por envenenar a tantas personas con esa porquería, volverás a refugiarte en la soledad, querrás renunciar a ese grupo de delincuentes y desearás nuevamente morir para no seguir sufriendo. Desafortunadamente ese sentimiento de culpa será pasajero, será solo parte de un proceso de adaptación, siempre estará el paisa consolando tus penas, ayudándote a superarlas y asegurándose que estés preparado para la siguiente entrega, como siempre, con la lealtad y con la disciplina propia de un hombre que está a punto de pedir un favor, el paisa se encarga de que lo tengas presente. No hay mejor sirviente que aquel que se siente en deuda con el Maestro.

Tu esfuerzo por mantenerte aislado de ese ambiente poco a poco va siendo desplazado por el esfuerzo que haces para entregar los paquetes sin meterte en problemas, como consecuencia de tu eficiencia, el Maestro ha mostrado su agrado hacia ti y hacia lo bien que te desempeñas. Algunos celan tu posición, y tú, que sigues sin convencerte de querer ser parte de ellos, solo buscas en lo oscuro de tu pobre horizonte la oportunidad de hablar con el Maestro para pedirle ayuda. Mientras tú piensas en la oportunidad de salir de ahí, el resto de la banda cree que pronto te ascenderán de puesto, eres discreto y poco conflictivo, tu personalidad encaja perfecto en el perfil de la gente cercana al Maestro. Tú no estás satisfecho, mucho tiempo luchaste para no dejarte arrastrar por ese ambiente hostil del que ahora eres parte, solo querías salir de prisión, solo querías hacer un favor al Maestro para que él te ayudara a abandonar ese infierno. Nunca estuvo en tus planes involucrarte demasiado ni convertirte en lo

que la mayoría piensa ahora de ti.

El Maestro también lo cree, de hecho, lo ha decidido así. Considera que estas preparado para hacerte cargo de asuntos más importantes como manejar parte de las finanzas; sin embargo, ha notado tu incomodidad y entonces desiste de eso, no le agrada la gente indecisa y prefiere esperar un poco más. Intuye la razón de tu indecisión y decide tomar cartas en el asunto. Sabe que necesitas algo, todos ahí dentro quieren algo y él es el único que puede ayudarlos. En esta ocasión se trata de ti, y él asumirá su posición de poder para darte lo que necesitas.

Uno de esos días te manda llamar con el paisa, quiere hablar personalmente contigo, es un privilegio más que, sin que lo supieras, también te has ganado.

– ¿Cómo estás muchacho?, te han notado nervioso y distraído, tu amigo el paisa me ha dicho que algo no está bien contigo. Así que dime: ¿Qué puedo hacer por ti?

No te sientes seguro de contarle lo que necesitas y terminas por hacerle creer que todo está bien, tus nervios son solo por la presión del trabajo, nunca habías tenido tanta responsabilidad y eso te quita el sueño con frecuencia.

– ¿Y por eso estas así? Caramba muchacho, eso se resuelve fácil.

Con un gesto ordena a uno de sus guardaespaldas que le alcance un pequeño envoltorio cuyo contenido conoces perfectamente.

– Tómalo y date gusto, con esto se te van a quitar todas las preocupaciones que tengas.

Tú rechazas la oferta, nunca lo has hecho y no será ahora; a pesar de todo, tus ideas están claras y tu objetivo perfectamente definido. No quieres drogarte. Lo único que quieres es salir de prisión.

Como un grito delirante se lo dices al Maestro pensando que tal vez te mate por ello. Nadie renuncia en este negocio, quien lo hace solo conoce un camino. Te lo dijo el paisa en muchas ocasiones, pero tú no pudiste contener ese grito y terminaste por decirlo.

Se hizo un silencio en la celda, esperando todos, la reacción del Maestro. Con una carcajada que rompió el silencio que a ti te ahogaba, continuó sin mucha preocupación.

– ¿Por qué no lo dijiste antes? Ya hubiéramos hecho algo para resolverlo. Antes déjame explicarte algo, porque temo que estas un poco confundido. Verás, en este lugar puedes conseguir muchas más cosas de lo que hay allá afuera.

Hace una señal al mismo guardaespaldas y este le acerca un platón lleno con muchas dosis de droga, es mucha y de varios tipos. El Maestro toma dos envoltorios de ese polvo blanco, los vacía en la mesa y después, con una tarjeta lo extiende en línea recta y lo inhala.

– Con esto puedes ser el rey del mundo – te dice –mientras hace algunas muecas por el efecto de la inhalación y luego con la voz entrecortada completa la frase.

– El secreto está en saber controlarla –

Con un ademán te invita a que hagas lo mismo. No aceptas, eso no es lo que quieres y se lo haces saber. El Maestro se ríe de tu inocencia y termina por aprobar tu petición.

– Está bien, voy a ayudarte para que te regreses a tu casa. Para eso están los amigos.

Da la indicación a uno de sus guardaespaldas de poner a tu alcance todas sus influencias para ayudarte a salir. Sabe bien como mover sus piezas, sabe que una promesa como esas será un buen estimulo en tu trabajo, le devolverá el entusiasmo a las actividades que vienes desempeñando y le serás útil por un tiempo más. Tú no eres capaza de pensar en malas intenciones, asumes que su ayuda es sincera, de amigos, así te lo ha hecho sentir, por lo menos eso crees, – ¿qué estás pensando? – Por supuesto que quiere ayudarte, es lo único que ha hecho desde que llegaste ahí. Jamás te haría daño, es tu amigo, matarías por él. – …matar – reflexionas, por matar sin matar estas en ese lugar y ahora matarías por salir. Sonríes con la ironía que has adoptado en tiempos recientes por cada cosa absurda que te sucede. No lo harías, no tienes el valor suficiente como para matar a alguien, todos ahí dentro lo saben. Si muestran algún tipo de respeto hacia ti es por el Maestro, todos saben que él te protege, tú lo sabes y ahora sabes también que ha decidido ayudarte. Solo debes ser agradecido.

A partir de ese día las actividades diarias se vuelven un compromiso más serio que antes. La promesa del Maestro para ayudarte a salir surtió efecto y te ha dado un nuevo brío en las tareas que realizas. Debes ser agradecido, piensas, mientras te vas involucrado mucho más que antes en esa banda. Ya no tienes tiempo de extrañar a tu familia como antes, ya no piensas en salir con la misma desesperación de inicio. Cada entrega exitosa viene acompañada de elogios,

vanas fantasías acompañadas de una “recompensa” que te va atando más a la organización. Sin percatarte cómo sucedió, ahora te sientes parte de ellos, asumes que el Maestro te necesita, así te lo ha hecho sentir, eres indispensable para la organización. Tu deseo de salir de la cárcel solo aparece cuando vez a tu padre preocupado en los días de visita. Él siente, él sabe que te absorbe el ambiente, que empiezas a ser parte de esa prisión.

– ¿Has probado drogas? – pregunta con ese tono deprimido de no querer saber la respuesta que ya intuye.

– ¡Déjalas, no destruyas tu vida!

No dices nada, solo agachas la cabeza y con un movimiento lento dices que no, pero a él no lo engañas, tampoco puedes decirle que lo que haces no es consumir sino repartirla entre los reos, sería peor si se lo dices, prefieres guardarte eso y dejar que piense que las consumes, es lo mejor, ya habrá tiempo de justificar, ya habrá tiempo de explicar que lo hiciste para salir de prisión – si supieras que lejos de salir te estas metiendo mucho más y que pronto te verás en un callejón sin salida.

El sentimiento de culpa que amenazaba con atormentarte por más tiempo desaparece al momento que el paisa te da la gran noticia: el Maestro quiere verte, te espera en su celda. Deben ser buenas noticias – piensas – tal vez ha llegado el momento que estabas esperando, por fin te iras a casa. Acudes al llamado cuanto antes, no puedes esperar para escuchar la noticia.

Es una buena noticia, no hay duda de eso; sin embargo, no es la noticia que tú esperabas.

– Te has ganado un premio – dice el Maestro y luego te entrega un paquete con dinero.

Miras el paquete con detenimiento, no sabes cuánto es, pero sabes que es mucho dinero, no puedes aceptarlo, tus principios no te lo permiten. Piensas devolverlo, pero cambias de opinión de inmediato, puedes guardarlo y dárselo a tu padre en la próxima visita, será una buena oportunidad para devolverle un poco de lo mucho que ha gastado por tu culpa. Antes de retirarte le pides que no olvide su promesa de ayudarte a salir de ahí, incluso le ofreces devolverle el dinero, que ya has guardado en tu bolso, a cambio de que te ayude a salir de prisión.

Sonríe motivado por tu angustia y luego te señala la salida. Te alejas desconcertado y antes de llegar a la puerta te lanza un latigazo de esperanza al decirte: – ya estoy trabajando en eso – le devuelves una sonrisa espontánea y te retiras con rumbo hacia tu celda.

Tu sonrisa vuelve a ser la misma de hace meses, esa sonrisa expresiva que, según tus parientes, heredaste de tu madre hoy vuelve a florecer en tu rostro por la certeza de que pronto estarás de regreso en casa. Atrás se quedó el dolor que pasaste aquellos meses y piensas en lo importante que ha sido el Maestro en tu vida; valió la pena involucrarte con él, bendices la hora en que aceptaste ser mensajero y formar parte de su organización, porque ahora será él quien te ayude a salir.

Sin proponértelo, comienzas a pensar en tu futuro, los planes postergados, por fin tendrán continuidad ahora que estés fuera del reclusorio. Terminarás la escuela, buscarás un trabajo para devolverle a tu padre todo lo que gastó en ti, trabajarás duro para recuperar la casa, en fin, les harás olvidar uno a uno cada momento de tristeza que les hiciste pasar.

Con el respaldo del Maestro, las cosas son más fáciles y tu liberación es prácticamente una realidad. Eso te hace pensar en una cosa: si fue tan fácil para el Maestro sacarte de prisión, ¿por qué no hace algo por sí mismo? ¿por qué no utiliza su poder para salir de prisión? Jamás habla de eso, nadie habla de eso, pero qué importa si para ti ha sido como un Ángel que te puso Dios para protegerte en la cárcel – Si alguien te dijera que es un Ángel del infierno no lo creerías, es más, habrías asesinado a quien lo hubiera dicho.

El agradecimiento que sientes es tal que trabajas jornadas extenuantes para compensar la valiosa ayuda de tu amigo, ya no tienes tiempo para otras cosas, apenas puedes hacer las entregas, y organizar los pedidos para el día siguiente, descansar es un privilegio que no puedes darte. El paisa se mantiene a distancia, observando tu desempeño, porque para eso está, en ocasiones te ofrece ayuda a cambio de algunas monedas o de la dosis que siempre sobra y que no será fiscalizada por el Maestro. Tu padre ya no te visita como antes, ha dejado que tus nuevos amigos te ayuden, prefirió mantenerse al margen de esos delincuentes que para ti solo han sido amigos dispuestos a ayudarte. No te preocupa, ni siquiera lo habías notado. En esos días has trabajado tanto que no dejas tiempo para preocuparte por cosas como esas. Quieres dejar todo en orden para cuando te vayas, quieres dejar adelantado el trabajo para que el Maestro no tenga problemas cuando ya no estés. Eso le agrada, por eso, sin que lo supieras ha ordenado a sus abogados retrasar tu liberación, por un tiempo más, dos meses, es lo que podrás aguantar trabajando a ese ritmo; y aguantarás, dos meses significan nada para ti en una espera ya de por si angustiosa.

Tal vez te extrañen cuando ya no estés – piensas antes de acostarte – en la penumbra de tu celda los recuerdos melancólicos se hacen presentes recordándote que, pese a muchas cosas, eres un sentimental. Aún no abandonas el reclusorio y ya comienzas a extrañar muchas cosas, a mucha gente, al Maestro; te ganaste su confianza igual que la de muchos reos a quienes ayudabas cuando podías hacerlo. En algún momento la pesadilla de estar en ese lugar se convirtió en parte de tu vida, sin darte cuenta, te fuiste convirtiendo en un delincuente como que ellos, con tus propios argumentos para justificarlo, pero delincuente al fin. Por fortuna, todo está a punto de terminar, dejaras atrás las páginas turbias de esta historia y comenzaras a escribir una nueva, más digna,

más tuya. De tus aptitudes de buen mensajero solo se acordará el Maestro y sus socios consumidores.

Poco intuyes de los planes del Maestro. La libertad que te prometió es ficticia, se trata solo de un descanso para calmar tu ansiedad. El Maestro sabe cómo tratar a tipos como tú, solo quiere darte “vacaciones” relajarte un poco; hacerte ver y todos los reclusos que su poder es tal que puede hacer que te liberen cuando él lo diga, luego te hará volver, porque también tiene poder para eso, ya le perteneces.

Es una pena, jamás pasará por tu mente las verdaderas intenciones del Maestro, vivirás y morirás pensando que se trata de un amigo, un ser que entendió tu pena y te ofreció su ayuda incondicional para sobrevivir en la prisión. Tu mente es demasiado pequeña e ingenua para pensar en maldad, se limita solo a cumplir con sus actividades porque la libertad está cerca. Quieres que el Maestro conserve el mejor recuerdo de ti como agradecimiento por su ayuda porque probablemente no lo vuelvas a ver – Él se encargará de que no sea así.

Una mañana de viernes cuando menos pensabas en salir, el Maestro te manda llamar:

– Has trabajado muy duro y he decidido que puedes irte, ya mis abogados concluyeron con el proceso. Eres libre.

No lo puedes creer, miras a tu alrededor esperando que sus guardaespaldas te confirmen la noticia, no lo hacen, solo te miran y continúan en lo suyo. El Maestro le da instrucciones a uno de ellos para que le hagas entrega de los asuntos que atendías. No será difícil instruirlo, todo lo tienes en orden y preparado porque sabias que en cualquier momento tendrías que entregarle el cargo a alguien más.

La emoción es inmensa y las lágrimas no se hacen esperar, son pocas, pero emotivas, las últimas gotas de amargura que había en tu corazón y que hoy se exprimen al saber que terminó la pesadilla. No sabes que decir, es tanta tu emoción que hasta quisieras quedarte, pero no, luchaste tanto para salir y ahora debes irte.

– Búscame afuera en el barrio Lobo, con las Pirañas

Esa es la última indicación del Maestro antes de darte la indicación para que te retires.

¿El barrio Lobo? piensas intrigado, ese es uno de los barrios más peligrosos y sanguinarios de la ciudad, no puede ser que el Maestro viva en ese lugar, no, no es posible, así que lo tomas como una broma, sí, una broma del Maestro. Si algún día tuvieras que buscarlo, ese sería el último lugar donde lo harías. Tampoco tomas en serio la orden de buscarlo afuera, para ti solo se trata de una frase que intenta dar continuidad a la amistad; ni siquiera se te ocurrió pensar que el Maestro saldría también de prisión. Para ti la pesadilla terminará en el momento que cruces la última reja y abandones ese horrendo lugar. Al comentario de buscarlo afuera no le das importancia, en realidad era una orden, pagarás caro haberla ignorado.

El pasillo que conduce a la salida se encuentra completamente vacío, solo el custodio en turno, que se mantiene inmutable a lo que ocurre más adentro, espera que pases para luego asegurar la reja, contemplas esa acción con sentimiento y en tu mente pasa el deseo de que esa puerta jamás vuelva a abrirse para ti. El vestíbulo también está vacío, ni tu padre, ni tu hermano, nadie; solo uno de los abogados del Maestro te espera para entregarte tus cosas ¿tus cosas? Pero si todo se lo había llevado ya tu padre, en fin, recoges la maleta y el sobre que te da en las manos.

– El dinero del sobre es para ti y la maleta la entregas en la dirección que lleva anotada, es un último favor que te pide el Maestro, no puedes negarte.

La luz del sol te deslumbra como si hubieras salido de un calabozo, es curios, solo una pared te separaba de la calle y en cambio, sientes que el sol es otro, que su luz ya no quema, ahora te ilumina.

A medida que te alejas del reclusorio vas sintiendo a cada paso ese sentimiento de libertad que casi olvidabas. La gente y sus rostros con todo tipo de expresiones; los olores en las casas, en los negocios, detalles que en otras circunstancias hubieran sido insignificantes, en ese instante te van inyectando pequeñas gotas de vida. Hasta los ruidos que en otro tiempo aborrecías los sientes como un recuerdo agradable.

Te mueres de ganas por llegar a tu casa y sorprender a tu padre, sin duda se pondrá feliz y cómo no si al fin podrá abrazarte fuera de ese horrible lugar; después de cuánto tiempo podrán sentarse juntos a la mesa y compartir los alimentos. Pocas veces sucedió de esa forma, aun así, también extrañas esos momentos.

Te mira desde lejos un tanto preocupado, pero en el fondo feliz de saberte libre. Te abraza con fuerza y de inmediato brotan las lágrimas de ambos por la emoción, no te dice nada solo te mira y vuelve a abrazarte porque estás libre, porque te tiene cerca, porque presiente que jamás volverá a abrazarte.

Consciente del arrebato de emoción que experimentó al verte de vuelta en casa, hace una pausa y después vuelve a la frialdad de su carácter para hacerte sentir su incomodidad y molestia por lo que tuviste que hacer para salir de prisión.

Jamás aceptará tu nexo con aquellos delincuentes. Él no es tan ingenuo como tú y sabe que tanta ayuda no pudo ser desinteresada.

– ¿Y esa maleta? – pregunta retomando su aspecto frío que lo caracteriza.

– Es de un amigo, me pidió que se la entregara a su familia.

No pregunta que es, no quiere saber, no quiere confirmar que lo que llevas en esa maleta es droga. Tiene miedo descubrir la huella imborrable que te ha dejado el encierro. Te mira como a un extraño, él mismo se siente como un extraño ante ti. Las palabras de afecto han tomado un matiz diferente, parecen ser un sentimiento distante, inexistente entre ustedes. En la brevedad de ese silencio que ambos utilizaron para definir su posición llegaste a pensar que a tu padre no le agradó la idea de que estés libre, pero es ilógico pensar eso, se trata de tu padre, cualquier cosa en beneficio tuyo debe alegrarle, y le alegra, aunque también le preocupa pensar en el precio que habrás pagado por esa libertad. Eres el único que desconoce una de las leyes fundamentales de la vida: “todo tiene un precio”, no quiere saberlo, no quiere descubrir el nuevo rostro de su hijo educado en la mejor escuela de delincuentes.

Nadie se atrevió a romper el silencio, no había palabras para el momento, prefiere tu padre trasladar la batalla a otro lado. Te da la espalda encaminándose hacia su sillón en esa casa que ya no es su casa, ahora es un inquilino de esa que, por tres generaciones, fue la casa de la familia. Solo entonces rompe el silencio con un tema diferente para marcar los límites de una tregua.

– ¿Te quedarás en la casa?

Tu elocuencia en la respuesta es un intento por contagiar a tu padre con esa alegría que te da el estar libre, la posibilidad que tienes de recuperar tu vida, a tu familia; de olvidar los malos ratos y cambiarlos por vivencias nuevas, dignas de un hombre como tú:

– Sí, volví para quedarme. Quiero regresar a la escuela, graduarme y recuperar todo el tiempo perdido, vas a ver que todo será como antes.

No dice nada, se acomoda en su viejo sillón y entrelaza las manos junto a su frente como preparándose para pensar, para imaginarte en medio de una nueva realidad, conviviendo en una sociedad que se había olvidado de ti. Reclamarás tu lugar, lo sabe y eso no le preocupa, le preocupa el rechazo de esa sociedad y le asusta pensar que causen en ti un daño mayor, no puede permitirlo, se esforzará como lo hizo para ayudarte a salir de la cárcel y luchará contigo esa batalla que se anuncia difícil, reivindicar a su hijo como lo que es: un estudiante que intenta ser alguien en la vida. Eso también tiene un precio que hay pagar y él lo hará contigo. – no sabías que recuperar tu vida tiene un precio – No debe ser tan alto como el que tuviste que pagar por un crimen que no cometiste – piensas – y le muestras a tu padre la mejor cara, lucharán juntos y saldrán victoriosos.

Lo que menos quiere es que te conviertas en un holgazán, así que la mañana siguiente inicia las gestiones para que te acepten nuevamente en la escuela. Él también desea que continúes con tu vida normal y que pronto olvides ese oscuro pasado, si es que aún hay tiempo.

Después de muchos trámites y visitas suplicantes de tu padre para convencer al director, finalmente han decidido devolverte tu matrícula escolar. Esa es otra buena noticia que sigue fortaleciendo tu joven espíritu y hace que vayas sintiendo como la vida te devuelve poco a poco lo que te arrebató. El rechazo y marginación que puedas encontrar son simples piedras en el camino que será fácil quitar. Nada es más grande que tu deseo de vivir, ni siquiera la etiqueta de delincuente juvenil que algunos te han impuesto podrá detenerte.

Estarás en estricta observación, jamás se había aceptado a alguien con antecedentes penales y no quieren correr riesgos, de modo que a la primera señal de alarma serás expulsado sin contemplación alguna. Eso no te incomoda, de echo estabas preparado para algo así, nadie dijo que sería fácil convencer a todo el mundo de que no eres una mala influencia, así que no le das demasiada importancia, prefieres concentrarte en lo verdaderamente importante como es el regresar a la escuela para escalar un peldaño más en tu lucha por reivindicarte.

Otra de las prioridades que no pueden esperar es la de buscar un trabajo, casi te has acabado el dinero que te dio el Maestro y no quieres molestar a tu padre dándole una carga que ya no le corresponde; él no lo siente así, pero no insistirá, entiende que es una prueba más en tu deseo de superación y se mantendrá al margen, dejará que te esfuerces y te demuestres a ti mismo que puedes salir adelante.

La mañana siguiente llegó un poco retrasada a tus deseos de comerte al mundo, la costumbre de madrugar en el reclusorio te acompaño hasta tu casa y las cinco de la mañana que para ti era el inicio del día, ahí fuera es apenas una hora más de la madrugada que vela el sueño de las conciencias tranquilas. No obstante, aprovechas el silencio de la ciudad que duerme para comenzar a hacer tus planes, ¿qué harás durante el día? Buscar trabajo es la prioridad número uno.

Sales muy temprano con la intención de recorrer las calles y respirar el aire de libertad; quieres pasar por los lugares que te traen buenos recuerdos y después irás hacia el centro, tal vez alguien necesite un ayudante. Caminas lento a veces y otras corres, en ocasiones saltas tratando de alcanzar la rama de algún árbol o te agachas para recoger alguna piedra que después lanzas hacia el frente. Nada se compara con la libertad, lo sientes ahora, lo aprecias ahora. Siendo libre puedes ir a cualquier lugar, caminar en busca de lo que se te ocurra o simplemente dejar que la casualidad de un momento te lleve a lo inimaginable; tal como sucedió esa mañana donde la casualidad te llevó directo a la presencia de Andrea. Hace mucho que no la veías, hace mucho que ni siquiera pensabas en ella. Sigue

siendo hermosa, sigue siendo la misma Andrea que hace temblar tus piernas cuando la vez. No te saluda, aunque sientes en ella una evidente alegría cuando te ve. Sí, ella sabía que estabas preso y sin duda le alegra verte libre, lo notaste en su rostro.

La sorpresa de encontrarte con ella sacudió todo tu ser y te hizo olvidar incluso los planes inmediatos que tenías para ese día, prefieres ir a casa de Paco, aquel excompañero tuyo que vive a unas cuadras de la casa de Andrea, tal vez pueda decirte cosas de ella, ¿tendrá novio? No lo sabes, sería bueno saberlo, sería bueno saber si alguna vez preguntó por ti durante el tiempo que estuviste preso, sería bueno saber si aún te recuerda.

Poco puedes sacarle a tu amigo acerca de Andrea, en realidad sabe poco del resto del mundo, él gusta más de encerrarse en su cuarto y pasarse las horas frente a su computadora en actividades que le parecen mucho más interesantes que andar por ahí enamorándose de personas extrañas.

– ¿Por qué no vienes más seguido?, podría enseñarte a manejar la computadora como todo un experto, veras que eso es más interesante que tu amiga Andrea.

Sonríes y luego aceptas, será una buena excusa para estar cerca y verla más seguido.

– Claro que sí Paco, desde mañana me tendrás a la puerta de tu casa para practicar en tu computadora.

A veces en casa de Paco, otras en la escuela, el caso es que siempre encuentras un momento para verla. Ella ha notado las casualidades forzadas en que se han

topado y parece que han sido de su agrado. Sus amigas también han notado tu interés por ella y se han vuelto cómplices de esas casualidades creando incluso la casualidad de encontrarse de frente sin más opción que la de tener que decirse algo. Las palabras se te esconden entre la timidez y el deseo de hablarle, no le dices mucho, ella no contesta nada, aun así, acepta que la acompañes hasta el salón de clases. Se despide con una sonrisa y tú, casi mudo por los nervios que te provoca el estar cerca de ella logras pedirle su número telefónico, quizás por teléfono puedas hilar una conversación sin titubeos.

Es un hecho que por teléfono los nervios se controlan mejor, no tienes que lidiar con miradas, con gestos o con esencias que hipnoticen tu ser y te roben la poca cordura que conservas. El tema es lo de menos, cualquier cosa puede dar pauta para una larga conversación. La afinidad es buena. Andrea comparte algunos de los ideales que a ti te mueven y a ti te agrada mucho de lo que a ella le gusta. Es otra señal. Una señal más de que vas por buen camino en esta empresa de recuperar tu vida.

En pocos días la relación con Andrea se ha vuelto tan intima que tu presencia en su casa es ya de lo más normal. Sus padres no te aceptan por completo, aunque el hecho de saber que estás de vuelta en la escuela y el haber conseguido trabajo en la tienda de mascotas te ha dado puntos a favor. Tu relación con ella ha sido un soporte importante en tu lucha por reivindicarte en la sociedad, sentirte querido y acompañado fortalecen la seguridad que poco a poco vas recuperando, el panorama se proyecta alentador, como si de pronto los problemas se hubieran olvidado de ti, así te sientes, ignoras por completo que solo tomaron un respiro para embestirte con más fuerza.

CAPÍTULO 3

Son ya varios días que notas en tu padre cierta preocupación, como si quisiera decirte algo, pero no se atreve; no intentas preguntarle, prefieres dejar que sea él quien hable primero, si es importante te lo dirá. Su relación siempre ha sido distante, porqué habría de cambiar su actitud ahora – piensas –. Sería inútil preguntar, no te dirá nada. Y no lo habría hecho de no haberse preocupado de verdad, son muchas cosas sospechosas en tan poco tiempo, que tu padre se encuentra confundido y preocupado, pensando si tú estás al tanto, y si no lo estas, debe prevenirte.

Una tarde lo encuentras frente a la ventana con mirada vigilante como esperando que algo malo ocurra. Su aspecto hecho con una mezcla de miedo y preocupación lo hacen dar de vueltas alrededor de la sala y deteniéndose siempre en la ventana. Al escucharte entrar siente un profundo alivio que sin decírtelo la ha devuelto el alma al cuerpo. Un tanto sorprendido por su expresión intentas contarle como estuvo tu día, pero no te deja tiempo de decir nada, te lleva hasta su viejo sillón y comienza a contarte sus sospechas.

– Un vehículo ha rondado la casa los últimos días. ¿lo has notado?

– No – contestas con una agitación repentina que casi te impide respirar, no quieres pensar en problemas, pero es lo primero que llena los huecos de tu mente.

– Estás seguro Papá – le preguntas con la ilusión de esperar un no por respuesta.

– No lo sé con certeza, pero ese auto ha pasado varias veces en los últimos días, justo frente a la casa baja la velocidad y pasa lento como si buscara algo o a alguien. Creí que sabrías algo al respecto.

No sabias nada, de echo prefieres aprovechar las dudas de tu padre para restarle importancia, muchos vehículos pasan por esa calle, sería imposible reconocer alguno que pase más de una vez. Debe ser su imaginación, no obstante, procurarás estar alerta, eso le comentas a tu padre antes de abandonar la conversación y disponerte para cenar.

La mañana siguiente un auto sospechoso recorre la avenida donde se encuentra la tienda de mascotas, al aproximarse disminuye su marcha casi haciendo alto total, pasa lento frente a la tienda y luego acelera hasta perderse en la siguiente esquina, sales de prisa tratando de reconocer a alguien, pero no logras alcanzarlo. Más tarde vuelves a verlo rondando por la escuela, es el mismo auto, no te queda duda.

Dos días consecutivos ese auto sospechoso ronda de la tienda a la escuela y viceversa, no hay duda de que te vigila, a quién habrá de interesarle conocer tus movimientos.

Finalmente, y después de asegurarse que lo has ubicado perfectamente, el vehículo se detiene frente a la puerta de la tienda y un rostro conocido asoma por la ventana. Es uno de los abogados del Maestro, lo recuerdas perfectamente, fue él quien llevo tu caso para que pudieras salir de prisión, y fue el mismo que llevaba los paquetes con droga al reclusorio, cómo olvidarlo. Te saluda con un pobre intento de ser amistoso, mismo que asumes tal cual, más que amistoso sientes en su presencia aquel aire sombrío que acompaña a esa clase de sujetos. No te agrada verlo; sin embargo, contestas el saludo con el fallido intento de no verte sorprendido. Se justo frente a ti y luego comienza a caminar al interior de la tienda, toma un puñado de croquetas para perro y comienza a llevárselas a la boca como si fueran galletas, te quedas un tanto sorprendido por la acción y él

solo te devuelve una mirada retadora. Continúa caminando y mientras observa las mascotas te comenta que el Maestro quiere verte, ha revisado las cuentas de la droga que distribuiste en prisión y existe un faltante considerable que tienes que pagar. No le das importancia, debe tratarse de una broma, una broma de ese abogado que ahora quiere intimidarte por alguna razón que desconoces. Tal vez él mismo se robó la droga y ahora está buscando alguien a quien cobrarle. Es posible que el Maestro no esté siquiera enterado de esto. El tipo siente tu indiferencia y te lanza una advertencia muy al estilo de ellos; después de eso se aleja en su auto, no sin antes clavarte la mirada inquisidora con la que se asegura que el mensaje ha quedado claro.

Cuando todo se acomodaba nuevamente en su lugar vuelven los pecados de tu pasado para recordarte que aún tienes cuentas pendientes, que allá en el fondo del infierno de donde habías salido alguien espera por ti para ajustarlas.

Le das vueltas al asunto analizando las posibles razones por las que el abogado del Maestro te hizo aquella amenaza, es mentira que le debas dinero, tú sólo eras el mensajero, jamás viste el contenido de los paquetes, ni cuando llevaban droga ni cuando llevaban dinero, tal como los recibías los entregabas a la gente del Maestro; debe tratarse de una broma de mal gusto de aquel individuo, o es acaso la primera idea que te vino a la cabeza de que quiere sacar dinero por cuenta propia. El Maestro ocupa en tu mente un concepto más elevado que el de un vulgar extorsionador, él jamás recurriría a métodos tan bajos como ese para obtener dinero.

Te consideras un hombre en proceso de sanación, recuperándote de una mala experiencia, sanando heridas que nunca debieron abrirse y que estas superando. No tienes ni la más remota idea que las heridas de esa mala experiencia están a punto de abrirse. Prefieres olvidar el mal rato y convencerte que fue solo eso, un mal rato. Ojalá que no vuelva.

A pesar de restar importancia a la visita del abogado del Maestro, su presencia

surtió el efecto que él deseaba; desde entonces una dosis de angustia e incertidumbre se fue apoderando de ti, el delirio de persecución también se suma a tus nuevos sentimientos y ahora en cada cliente que entra en la tienda vez a un posible enemigo, alguien que quiere hacerte daño. En la calle vez el rostro de aquel abogado en cada persona que te encuentras, el sonido del teléfono, el timbre de la puerta, los gritos de los vendedores ambulantes; el mínimo ruido es una señal de alerta por la llegada del enemigo. Por la noche, antes de acostarte, pasas un buen rato en la ventana tratando de ver algo extraño, aseguras la puerta y dejas cerca de tu almohada un cuchillo por si acaso alguien entra.

Una mañana de esas sales de tu casa con los ojos hinchados y el cuerpo entumecido por la mala noche que pasaste. Caminas y volteas a tu alrededor esperando descubrir a alguien que te siga, alguien que te observe desde algún vehículo, desde la ventana de alguna casa, pero no tienes éxito en tu búsqueda, es solo tu imaginación que le ha puesto intenciones malas a todo aquel que pasa cerca de ti, eso asumes, eso quieres creer.

Estabas casi convencido de que todo era producto de tu imaginación cundo descubres a un sujeto sospechoso merodeando por toda la avenida. Hiciste un esfuerzo por ignorarlo, entonces él se esforzó más porque notaras su presencia; camina de un extremo a otro, de pronto se detiene y espera a que lo veas, tú lo miras sin querer y volteas en otra dirección queriendo olvidarlo, tratando de analizar la situación y convencerte a ti mismo que él se detuvo porque tú lo mirabas y no porque quisiera que lo miraras. No quieres relacionarlo con el abogado del Maestro, debe tratarse de algún ladrón en busca de una oportunidad para hacerse de algo fácil y en ese caso no serías tú su víctima, hay en la cuadra negocios con mayor movimiento de dinero que, pensar en asaltarte a ti sería realmente una locura, o sería un ladrón muy estúpido. Aun así, sabes que debes estar alerta.

Una semana completa y la presencia de ese tipo parece ya ser parte del escenario de tu calle, tan normal se volvió su presencia que esa mañana que no estuvo cuando abrías la tienda realmente lo extrañaste. Mientras levantas la cortina

recorres con la mirada la acera en ambas direcciones tratando de encontrarlo, pero no está. Vuelves tu mirada hacia el interior de la tienda y descubres los destrozos que hay ahí dentro. Todas las mascotas descuartizadas en el piso. La sangre corre por toda la tienda y por un instante te quedas en shock. Cierras los ojos sin saber exactamente lo que ocurre y de pronto te encuentras en la tienda donde mataron a aquel hombre, vuelves a vivir ese terrible momento, confundido te arrojas a un rincón como reviviendo el fatal suceso. Aquel día era el cadáver de un hombre el que te condenaba, ahora eran ladridos y aullidos de perros y gatos brutalmente asesinados que de pronto se levantan y caminan hacia ti. Puedes verlos, perros sin cabeza chorreando sangre, gatos descuartizados que se arrastran hasta llegar a ti. Una mano toca tu tembloroso cuerpo y con un sobresalto te incorporas tratando de salir huyendo, ella te presiona con fuerza en un intento fallido por tranquilizarte. Es Andrea, se dio cuenta de lo que pasaba y se acercó para ayudarte. La abrazas aterrado y le pides que te saque de ese lugar. Ella se asusta, jamás te había visto tan alterado, trata de calmarte, forcejean y tú caes de espaldas sobre una de las vitrinas; los vidrios se rompen incrustándose algunos en tu cuerpo y comienzas a sangrar igual que los animales de la tienda, tu sangre se confunde con la sangre de los animales asesinados volviendo más crítico tu estado.

El escándalo atrajo a los vecinos curiosos para enterarse de lo que pasa, alguien ha llamado a la policía, alguien más comienza a hacer comentarios en tu contra y otros solo miran. Finalmente logras calmarte, Andrea trata de hacerte volver en ti para convencerte que no hay peligro, solo son animales, no hay ningún hombre muerto, todo fue producto de tu imaginación, un ataque de nervios que ya pasó. Te toma del brazo y te lleva hasta su casa para alejarte de ese lugar, tal vez así puedas calmarte. La gente en las calles te mira, sus miradas son como reproches, como la confirmación de sus sospechas: un delincuente siempre traerá problemas. Los que están más cerca se asustan cuando pasas con tu cuerpo aun temblando y dejando una marca de sangre por toda la acera.

El rinrineo del timbre vuelve a asustarte justo cuando Andrea está terminando de curar tu mano herida. Es la policía, alguien les dijo dónde encontrarte y fueron en tu búsqueda para hablar contigo. No hay más sospechoso que tú. Te interrogan, revisan tus manos, te revisan todo sin encontrar pistas, sin embargo,

no quedan satisfechos. Parecían saber lo que buscaban, de hecho, la expresión de los oficiales parece de decepción al no hallar ninguna prueba incriminatoria. Finalmente, uno de los efectivos te reduce el protocolo de investigación a un solo comentario:

– Hallaron un cuchillo en el basurero de la esquina, tiene sangre y parece que tiene marcadas las huellas de alguien, quedarás detenido hasta que esa arma sea analizada.

Por un momento creíste que se trataba de un anzuelo para hacerte caer en una trampa, pero luego otro oficial te coloca las esposas y se dispone a salir contigo. No dices nada, no te sorprende la decisión de los oficiales, lo único que te apena es haber sido arrestado en casa de Andrea, si hubiera sido en otro sitio habría sido menos vergonzoso. Andrea intenta defenderte, trata de explícales lo que sucedió, aunque sus argumentos son ligeros, insuficientes para convencer a los oficiales y no logra evitar tu detención. Ahora eres tú quien intenta calmarla, te sabes inocente y tienes la certeza que en cuanto se aclare todo podrás salir libre.

– Las cosas se van a arreglar – le dices mientras los efectivos te llevan a la patrulla.

Los oficiales te suben a la patrulla y se enfilan rumbo a la comandancia, no hacen ningún comentario, te dan una tregua implícita compartiendo contigo el silencio que decides adoptar. Uno de ellos te observa con discreción quizás buscando tu lado criminal, o tal vez solo te vigila, aunque son intuitivos y saben que no intentarás huir, tu mente está ocupada en otras cosas, pensando quizás cómo saldrás de esta. Aunque eres inocente sabes que este hecho quedará asentado como un crimen más del delincuente que eres. Se harán efectivas las predicciones de los pesimistas que no apostaban por tu reformación. Tu expediente en la escuela quedará expuesto como el error de un director al intentar darle una nueva oportunidad a alguien que no la merece. Era bien sabido que tanto en la escuela como en el empleo estabas bajo estricta observación y tu

permanencia condicionada a un buen comportamiento. Todo se irá por la borda – piensas – y reprochas a todo el mundo por lo que te sucede, no puedes creer que todo lo malo te pase a ti habiendo tantos delincuentes de verdad que viven libres, impunes a sus crímenes.

Aunque el arma no ha sido analizada no existe otro sospechoso, los candados no fueron forzados, no falta ningún artículo que pueda considerarse de valor y las únicas huellas encontradas en la escena del crimen son las tuyas; además de eso, salta a la luz de las autoridades que eres un hombre con antecedentes penales y eso reduce tus posibilidades de inocencia. Tu condición de exconvicto es una razón suficiente para que el dueño de la tienda ponga la denuncia correspondiente haciéndote responsable por lo sucedido. No lo puedes creer, por segunda vez iras a prisión, por segunda vez sin ser culpable.

CAPÍTULO 4

En algún lugar cercano a ti alguien festeja por un plan consumado, tu pena es su gloria y tu infierno su arma de manipulación. Así lo planeo y así está sucediendo. En cualquier momento tendrá el gusto de verte frente a él, derrotado, con la única oportunidad de vida que es la que él te dé: continuar con una labor que dejaste pendiente cuando abandonaste el reclusorio.

No lo sabes aún, pero hay un lugar en el reclusorio que te espera desde el día que saliste. Te persiguió sigilosamente por mucho tiempo, hasta que finalmente te acorraló, te llevó al punto más vulnerable donde te dio el zarpazo final, planeado con precisión para hacer de ti el culpable perfecto; sembrando dudas incluso en las personas más cercanas a ti. No te das cuenta que alejándote de las personas que te quieren te convierte en presa fácil de propósitos ajenos.

El juez facilito las cosas y en tiempo récord ha encontrado evidencia suficiente para declararte culpable. No sabes cómo se dio ese procedimiento, cómo fue la investigación que duró poco menos que lo indispensable para juzgarte. No sabes de qué modo tus huellas aparecieron en el cuchillo que utilizaron para acecinar a las mascotas de la tienda; esa se muestra como la prueba más contundente de tu culpabilidad. A menos que pagues la fianza serás trasladado al reclusorio. Tu padre se ofrece a pagar, conseguirá el dinero, pero mientras lo hace tendrás que esperar recluido en aquella sucia celda. No consigues explicarte lo que sucede. Miras los rostros decepcionados de Andrea y de tu padre tratando de hallar en ellos una pizca de confianza, la necesitas, necesitas saber que no estás solo, que aún existe alguien que cree en ti. Ellos te apoyan, aunque no están seguros de tu inocencia, a pesar de eso se mantienen a tu lado, harán lo posible por conseguir tu libertad.

Queda poco por hacer en ese día, habrá que esperar a que el abogado meta un

recurso de impugnación a la sentencia y logre revertir el veredicto; es difícil, pero quizás lo consiga, ya ha sucedido antes. Andrea y tu padre se van a casa envueltos en un silencio absoluto, cobijando esa mínima esperanza y luchando contra el mundo de dudas que los asaltan en medio de ese silencio: ¿y si en verdad eres culpable? todo te acusa, todo está contra ti.

La noche también se ha vuelto contra ti, un verdugo más que facilita las cosas para culminar tu condena sin encontrar oposición. Esa misma noche, sin una orden firmada y en una situación llena de abuzo de poder, un grupo de efectivos te sacan de la celda para llevarte a una patrulla, te esposan y te colocan en el piso de la patrulla para que nadie te vea o para que no descubras hacia donde se dirigen. Preguntas qué sucede y solo recibes golpes como respuesta – es un error – les dices tratando de aclarar la situación – gritas tu nombre en voz alta una y otra vez para que se den cuenta de su error, se equivocan de persona insistes sin éxito. La patrulla inicia su marcha y no te queda más opción que poner en alerta todos tus sentidos para tratar de ubicar una ruta que, al principio se te hace confusa, pero que poco a poco comienzas ubicar, comienzas a reconocer lugares guiado por los sonidos y el ruido de cosas tienes identificadas. El ruido de los carros se convierte en la guía más de ubicación más importante, te dice cuando circulan por alguna avenida transitada y eso facilita la posibilidad de ubicar hacia donde se dirigen.

Después de algunos minutos de camino el auto se detiene, hace una pausa y luego continúa haciendo un giro en otra dirección. El ruido de los otros autos se va perdiendo a lo lejos y concluyes que han ingresado a algún lugar. Escuchas algunos perros ladrando y el rechinido de un zaguán, seguido de los golpes a una reja, se te hacen familiar – es el reclusorio – concluyes y por un momento te sientes aliviado.

En el trayecto tuviste tiempo de pensar y resignarte a tu futuro inmediato, alguien tuvo que haberlo planeado, alguien te quiere de regreso en prisión, sin que precises cual sea la razón alguien te quiere tras las rejas. Poco a poco comienzas a atar cabos y el panorama se empieza a aclarar, sí, todo fue planeado

para hacerte volver al reclusorio. El auto misterioso, la visita del abogado del Maestro, el extraño que merodeaba la avenida donde trabajabas y por último el robo en la tienda que, en realidad no pudo tratarse de un robo, jamás hay cantidades de dinero importantes en la caja, fue solo un pretexto, alguien lo planeo para culparte a ti. El Maestro es el primer nombre que viene a tu cabeza, sin embargo, te resistes a creerlo, aun crees que él es tu amigo, debe tratarse de alguien más, tal vez el padre de Andrea que sigue creyendo que eres una mala influencia para ella y así quiso separarlos, o el dueño de la tienda que quería deshacerse de ti y esa fue la única forma que encontró para hacerlo; también pudo ser el director de la escuela, o alguno de tus compañeros a quien no le agradas.

Son tantas personas las que pudieron haberlo planeado. Continúas divagando en busca de un responsable cuando la patrulla detiene su marcha, alguien se acerca, escuchas sus pasos y tu corazón se acelera, tal vez sea el culpable que buscas. Llegan tarde, dice una voz desconocida, hace una hora que deberían estar aquí. No escuchas respuesta, pero identificas la voz, es Rojas; ese es uno de los custodios que estaban al servicio del Maestro. Un mundo de pensamientos se desborda por tu mente en el instante que la patrulla avanza para ingresar al reclusorio, ¿por qué estás ahí? ¿quién preparó esa trampa y el único nombre que vuelve a rondar por tu cabeza es el Maestro, él tuvo que haberlo hecho, poco a poco se van aclarando las ideas en tu mente y la historia comienza a tomar sentido. El Maestro te dio la orden de buscarlo en el barrio lobo, después el mensaje que te mandó con el tipo de la tienda, todo encaja, él es el responsable de que estés de regreso. En cierta ocasión el paisa te dijo que nada ahí dentro es lo que parece y ahora lo comprendes, sin duda se refería al Maestro. Tal vez quiso prevenirte para no idealizarlo como lo habías echo, esa debe ser la razón de su comentario, ahora ya no tienes dudas de que el Maestro está detrás de todo, quien más que él tiene el poder para hacerte volver al reclusorio. Lo buscarás en cuanto los guardias te dejen en tu celda, tendrá que explicarte muchas cosas.

Sin darte cuenta, el miedo por regresar a la cárcel se convirtió en ira contra un hombre por hacerte volver. Nuevamente los hilos de un destino que no controlas vuelven a ponerte en una posición que no es la tuya, no lo notas, prefieres que los impulsos controlen tu actitud y te lleven a la piel de un hombre violento,

alguien que quiere cobrar venganza por las cosas que le suceden, no lo sabes, la ira no te deja razonar, en esas circunstancias eres un animal que solo responde a sus instintos, tal como el Maestro te necesita.

Decidido a enfrentarlo cruzas los pasillos que te van internando a lo más profundo de aquel reclusorio, apenas unos segundos antes implorabas por que sucediera algo que evitara tu regreso al reclusorio, y en estos momentos te vas deshaciendo de cualquier obstáculo que te impida llegar a lo más profundo de él. Alguien tiene una cuenta pendiente contigo y no puedes esperar para cobrarla.

Algunos custodios casi te han olvidado, otros parecían esperarte. Irónicamente te dan la bienvenida y te abren las rejas para dejarte pasar. Pateas ansioso la última reja y de inmediato te diriges a la celda del Maestro, los demás reos te observan y te abren paso, saben a quién buscas y despejan el camino para dejarte pasar. Llegas hasta su celda como perro rabioso decidido a enfrentar a quien se interponga entre él y tú.

No está, en la celda vacía solo encuentras un letrero que dice: “Bienvenido” aún no sabes si el mensaje es para ti cuando un golpe por la espalda te derriba. Una voz amenazante te reclama:

– ¿Con qué autorización entras a mi celda?

Aún no identificas la voz cuando un segundo golpe te impide voltear hacia él; después, un grupo de reos entran a la celda para ejecutar la orden de hacerse cargo de ti. La paliza que recibes debe quedar como lección para todo aquel que intente desafiar al Maestro. Te exhiben ante los demás reos y te llevan a rastras hasta el patio para que todos vean el poder de tus verdugos. En poco tiempo tu cuerpo cede a la tortura de que es objeto y poco a poco vas perdiendo el conocimiento. Nunca supiste que el Maestro estuvo cerca presenciando todo, que

fue él quien autorizo a los custodios para llevarte a la enfermería No pudiste ver su rostro de satisfacción al verte ahí, a sus pies, con todo el rencor del mundo, pero a sus pies, tal como lo había planeado.

Así es como debe mostrarse el poder en medio de tantos criminales, amigos y enemigos deben recibir el mensaje, esa es la suerte que correrá quien se meta con él. Complacido por la escena que acaba de presenciar, se levanta, gira la cabeza para observar el rostro de miedo de los que están cerca; luego hace una señal, alguien le acerca un envoltorio, él pide otro y luego otro, ordena que los extiendan a lo largo de una pequeña tabla que uno de sus hombres coloca cerca él, con desenfado la inhala frente a todos. No dice una sola palabra, solo sonríe y después, con un movimiento de cabeza da la orden para retirarse. Lo demás todos lo saben, saben que el maestro te hizo regresar, saben que te necesita para continuar con tu labor de mensajero, que le perteneces, que llegó el momento en que necesitó de tus servicios y entonces decidió mover sus piezas como lo ha hecho siempre y, en esa jugada te tocó volver al reclusorio. Así es el poder del Maestro, con alcances más allá de las rejas de esa prisión.

Al amanecer, poco antes de recibir la visita del paisa en la enfermería, has analizado las consecuencias de tu arrebato, lejos de pensar en arrepentirte, piensas que hubiera sido mejor morir, jamás podrás vencerlo así que lo mejor es pararte frente a él y esperar el tiro de gracia. Tratas de incorporarte para salir en su búsqueda, pero el paisa que, en ese momento entra a la enfermería, te lo impide. Aun estas muy débil y haces poco esfuerzo por resistirte. Vuelves a tu cama y te sueltas a llorar frente a tu amigo.

- ¿Por qué lo hizo? Le preguntas - ¿por qué el Maestro quiere matarme?

El paisa no dice nada, solo te escucha, hay algo de afecto de él hacia ti y eso le hace titubear en la nueva orden que tiene para contigo. Las cosas cambiaron de momento, el plan original tendrá que esperar pues las piezas de otro ajedrez, uno más importante, también se movieron. Es el juego de un político de alto rango

que, en su necesidad de reacomodar sus piezas para continuar disfrutando ese mundo de privilegios tuvo que remover al director del reclusorio. Ya pesaban sobre él muchas acusaciones de abusos y de generar un ambiente polarizado entre la opinión pública y la istración del reclusorio.

Esa decisión vino a darle un giro a los planes que el Maestro tenía no solo para ti sino para todo el negocio ahí dentro. Es preciso moverse, no sabe quién tomara las riendas del reclusorio ni cuánto tiempo le lleve negociar con él para seguir manteniendo el control. Si se queda ahí dentro estará en un riesgo latente, no solo el negocio, su propia integridad estaría en peligro; aunque es el más poderoso de todos no es el único que tratará de negociar con el nuevo director, alguien puede sorprenderlo y echar abajo el imperio que ha construido. De modo que ausentarse es la mejor decisión, ya habrá tiempo para negociar y retomar el mando.

En lo que respecta a ti, la orden es simple. El paisa debe convertirte en drogadicto, de esa forma será más fácil controlarte, el Maestro no tiene intenciones de ser condescendiente en esta ocasión, ahora te quiere completo y sin reservas, él sabe que la única forma de lograrlo es robándote la posibilidad de decidir; hacerse dueño de tu vida a través de las drogas es como el Maestro ha controlado a la mayoría de su gente.

Será muy arriesgado para el paisa cumplir con las órdenes del Maestro y al mismo tiempo cuidar de su propia vida. Quien quiera que surja como el nuevo líder sabrá que el paisa es parte de la organización del Maestro y es posible que esa no sea una buena carta de presentación. Su condición de gran negociador será puesta a prueba durante este tiempo; en este trance morirá mucha gente, lo sabe, su deber será negociar con quien se perfile como el nuevo líder del reclusorio para preservar la vida.

El paisa te aprecia más que al resto, eres ingenuo, pero confiable, esa es una virtud que se valora en un lugar como ese, le conviene mantenerte cerca, aunque

necesita ganar tu confianza nuevamente, será más fácil sobrevivir estando juntos y confiando el uno en el otro.

Esa no fue una orden del Maestro, pero el paisa decidió ocultarte lo que sucedió la noche anterior, es mejor buscar otro culpable. Si conserva la imagen del Maestro como amigo y protector será más fácil conseguir que vuelvas a confiar en él.

Desde ese momento las habilidades del paisa comienzan a aplicarse. El culpable que busca está cerca, merodeando por los alrededores de la enfermería, en los pasillos de las celdas, en cada rincón del reclusorio. El Negro ha comenzado a sembrar el miedo y a eliminar a quien se oponga a sus órdenes. Se convierte en el primer candidato para ser el sucesor del Maestro.

– Fue él quien ordenó la golpiza que recibiste la noche anterior.

Esa es la verdad que el paisa decidió contarte. No le crees, el Negro no tiene motivos como para torturarte de esa manera, mucho menos tiene las influencias como para hacer que te traigan de regreso al reclusorio. Por si eso fuera poco, la persona que te acoso en las calles y en la tienda de mascotas, a quien responsabilizas de tenderte la trampa para hacerte regresar a prisión, era uno de los abogados del Maestro. Todo apunta hacia él. Sin duda el paisa lo está protegiendo.

Al paisa no le preocupan tus dudas, sabe que afuera, en los pasillos, en las celdas y en los patios del reclusorio están ocurriendo las cosas necesarias para que te convenzas.

A escasos dos días de haber llegado al reclusorio, te has ocultado más veces que todo el tiempo que estuviste recluido la primera ocasión. Has corrido con suerte, a la fecha han desaparecido tres de los hombres del Maestro, solo el paisa ha sido capaz de sortear las palizas que el Negro ordena para interrogar a sus enemigos y hacerlos confesar sus planes en contra de él, siempre tiene algo que compartir a cambio de inmunidad, tienes mucho que aprender de él. En cambio, tú y muchos como tú deben cambiar de escondite con frecuencia, evitas visitar el comedor, y si lo haces procuras el perfil más bajo para pasar desapercibido. Es cuestión de tiempo, lo sabes, en cualquier momento los hombres del Negro te encontrarán, tal vez te maten, tal vez sea mejor si lo hacen – piensas.

Una visita inesperada le recuerda al Negro que existes. La voz del custodio que grita tu nombre anunciando que tienes visitas retumba por todos los rincones del reclusorio, sientes que todos lo escucharon, en realidad no todos, solo algunos, amigos unos y otros enemigos, los últimos se ponen alerta para no perderte de vista.

Ocultar tu miedo detrás de una leve sonrisa es lo primero que se te ocurrió, no quieres que Andrea o tu padre se preocupen por algo que aún no sucede, es mejor fingir que todo está bien, que todos te recibieron como a un amigo y que anhelan que tu situación se aclare lo antes posible para que puedas salir.

Las noticias, sin embargo, no son lo que esperabas. Nadie se explica cómo fue que tu expediente haya desaparecido, no alcanzan a comprender como fue que llegaste al reclusorio con otro apellido, tú mismo estuviste desaparecido a los ojos de las autoridades y de tu familia, no sabían dónde buscarte, llegaron a pensar que te habías escapado, que tal vez ese amigo poderoso del reclusorio te ayudo a escapar de los separos. Fue un golpe de suerte que te encontraran, una ocurrencia de Andrea para buscarte en el reclusorio con tu nombre real y con las variantes posibles que pudieran arrojar algún dato sobre ti.

No fue posible hallarte con tus datos verdaderos, pero una fotografía tuya

etiquetada con otro nombre corroboró las sospechas de Andrea, eras tú, seguramente por alguna confusión te llevaron al reclusorio. Ahora tendrán que aclarar tu identidad para que puedas salir cuanto antes. No dices nada, prefieres que sigan creyendo que fue un error del sistema el que te trajo de regreso al reclusorio. Tú sabes perfectamente que no es así, que alguien planeo todo para hacerte volver. Decides dejarlos con esa idea, no tiene caso preocuparlos más. Se despiden con un frio adiós que refleja el cansancio que han sufrido en las últimas horas. Volverán mañana, te dicen.

Caminas de regreso a tu celda divagando aún con la conversación de Andrea y tu padre, cuando alguien te sorprende con un golpe en las costillas, tratas de sostenerte de los barrotes, pero una patada en la pierna te manda directo al suelo. Una carcajada seguida de un grito irónico de “sorpresa”, hacen la pausa antes de seguirte golpeando. Reconoces la voz al instante, es el Negro. Intentas levantarte y un golpe más te somete y luego, algunos de sus hombres se echan sobre ti golpeándote sin la menor contemplación. Te arrastran al pasillo para estar más cómodos, para mostrarles a todos que el Negro es ahora el amo y señor del reclusorio. Todos los que alguna vez estuvieron con el Maestro van a morir, pero no será una muerte simple, antes sufrirán como sufrió la gente del Negro cuando el Maestro era el líder.

Te golpean contra la reja, contra el piso, te sujetan del cuello con un cinturón y luego te arrastran por las escaleras para llevarte hasta el patio trasero de la cárcel donde el Negro les ha ordenado que te coloquen. Como fieras salvajes golpean tu cuerpo queriendo hacerte pedazos. Suplicas inútilmente, parecen no escucharte, la golpiza sigue y poco a poco te vas desvaneciendo hasta perder el conocimiento. Algunos reos gritan que te maten y otros solo observan, tal vez pensando que ya estás muerto. Nadie se atrevió a ayudarte, ni siquiera el paisa a quien alcanzaste a ver entre la multitud. Ni los custodios que ya se habían percatado de los disturbios acudieron para frenar esa masacre. Nadie se apiado de ti. Pareciera que nadie recuerda que a muchos de ellos les salvaste del abismo con alguna dosis reglada porque no tenían para pagar. Te dejaron solo, a pesar de que muchos de ellos te debían favores; pero esa reflexión ya no la hiciste tú, la hicieron algunos de los reos que presenciaron el suceso y que vieron en ti su propia humanidad mutilada por una banda que clama sed de venganza. Ya no

tuviste tiempo de reflexionar en eso, tu conciencia fue perdiendo la noción de todo, dejando tu cuerpo a un paso de la muerte.

Después de algunas horas escuchas entre sueños una sonrisa y una voz que te habla, lejana y confusa te va diciendo palabras de apoyo para ayudarte a despertar. Es el paisa, lo reconoces después de varios segundos de haberlo escuchado. Cuando logras abrir los ojos, lo vez junto a tu cama con aire de preocupación. Estuvo cerca, te dice. Asientes con la cabeza y ese movimiento te recuerda el terrible dolor que aun sientes. Él te cuidó en la enfermería todo el tiempo que estuviste inconsciente. Sin duda gracias a eso es que sigue con vida. Te sonríe y tú, contestando la sonrisa, tratas de levantarte, pero él no te deja, estarás mejor así. Te acerca un poco de agua, acomoda la almohada y te cubre hasta el pecho con la sábana para calentar tu cuerpo.

Ya lo habías olvidado, el frío de las celdas, el olor fétido de los sanitarios que se cuela hasta la enfermería y la luz sombría que existe en cada rincón de la cárcel. También habías olvidado los métodos tan “sutiles” con que se somete a los débiles, todo eso era ya parte de tus recuerdos, los mismos que creíste haber sepultado bajo el sueño de una nueva vida; por desgracia hoy todo vuelve a aparecer como el reproche de otra vida que reclama tu presencia en un mundo al que perteneces. Tan solo pensarlo resulta doloroso, peor resulta saber que ese sueño se irá desvaneciendo en el fango de aquella prisión como la luz en la oscuridad.

Cuando visitaste la cárcel por primera vez, creías haber llegado al infierno y no pasó por tu cabeza que ese infierno podría ser peor, ahora lo sabes, aquellas noches de fría soledad no tienen comparación con lo que acabas de pasar. No fue solo el miedo de regresar a esa prisión, fue la desilusión, el pavor de hallar todo diferente: la prisión en manos de criminales sanguinarios, que avasallan y matan sin la menor contemplación, sin el menor respeto por la integridad, por la vida. Muchos de tus amigos ya no están. No hay una razón que explique un cambio tan radical en la vida de aquella prisión. El Maestro tenía todo bajo control, cómo pudo permitir una atrocidad de tal magnitud, dejarse despojar de su

territorio, de su poder, no es lógico, a menos que haya sido una negociación o la turbia influencia de alguno de sus hombres, sí, una traición, eso lo explicaría todo.

Después de un suspiro vuelves a tomar aire para devolverle a tu cuerpo el alma y continuar atando cabos, buscando pistas que te ayuden a descifrar el acertijo que borró del escenario al Maestro y dejó en su lugar a un sanguinario que desea matarte.

- ¿Qué pasó aquí Paisa, dónde está el Maestro?

- Nadie sabe de él amigo, se lo tragó la tierra.

- Nuestra única opción es hacer lo que están haciendo todos: aliarnos con el Negro, buscar un lugar en su banda para mantenernos con vida.

Miras al paisa con asombro, no puedes creer lo que acaba de decir, no puedes creer que, siendo él uno de los más cercanos colaboradores del Maestro y que parecía le sería fiel hasta la muerte, te esté proponiendo aliarte con el enemigo. Esperabas otra cosa, esperabas que tuviera un plan, que tuviera al menos la intención de mantener a la banda unida para darle pelea al Negro y mantener a salvo el lugar del Maestro. No aceptas esa propuesta, no imaginas siquiera la posibilidad de pertenecer a la banda de quien se ha manifestado desde siempre como el peor enemigo del Maestro. Ignoras que no es una propuesta si no una orden, ese es el nuevo plan; las cosas no son como parecen, pero siempre te has negado a aceptarlo y por esa ingenuidad pagarás un precio muy alto.

Tu negativa es rotunda, jamás te aliaras con el Negro y el paisa no se atreve a

ponerte las cosas claras, si lo hiciera, estaría comprometiendo su propia vida y él ya ha aprendido la lección, nada es más importante que la vida propia.

Dos días después sales de la enfermería con rumbo a tu celda, llevas oculto entre tu camisa una jeringa llena con alcohol que robaste de la enfermería, de algo te servirá si te topas con los hombres del Negro. En el trayecto, lento y sigiloso para evitar ser visto por el Negro y su gente, vas maquinando un plan, uno que te ayude a mantenerte con vida mientras averiguas el paradero del Maestro, crees que si lo encuentras y lo ayudas a recuperar su lugar las cosas volverán a la tranquilidad que tu conociste. Primero tienes que aclarar muchas cosas, hallar la respuesta a tantas preguntas y al mismo tiempo ir identificando quien estará de tu lado. El paisa te sugiere tomar las cosas con calma, pero tu paciencia es limitada, no puedes tomar las cosas con la calma que él te pide; es muy probable que el Maestro esté en peligro y tienes que ayudarlo, tienes que recabar cualquier dato que sea importante en esa aventura de rescatar a un amigo y devolver al Negro al fango al que pertenece.

Aunque el método es arriesgado, la empresa vale la pena, no hay nada más importante que ayudar a un amigo en apuros, y en este momento el Maestro te necesita. Tal vez entre tantos reclusos haya alguien que sepa de su paradero.

– Desapareció, así de pronto dejó de escucharse su nombre en este lugar. Un buen día al amanecer nos topamos con que el Negro era el nuevo jefe, y del Maestro nadie supo más, algunos lo buscamos, pero fue inútil, nadie nos dio razón, como si se lo hubiera tragado la tierra o peor aún como si no hubiera existido porque, así como desapareció él, igual fueron desapareciendo la mayoría de los de su banda.

Todos dicen la misma historia, todos rezan las mismas palabras para explicar la ausencia del Maestro. El paisa te ha vigilado y está al tanto de todo lo que haces. Complacido ha escuchado detrás tuyo a cada reo cuando los interrogas, y él vuelve a decirte lo mismo que todos: el Maestro ya no existe, lo más probable es

que esté muerto como todos los demás.

– ¿Y cómo es que tú sigues vivo?

– El Negro me necesita para ar con los clientes y con algunos de los proveedores del Maestro, por eso me mantiene con vida, pero mi hora está marcada, en cualquier momento me hallarán frío en algún rincón de este maldito infierno. El día que el Negro decida que ya no le soy útil, ese día me hallarán ahorcado o apuñalado por la espalda.

No sabes si es resignación o deseo, pero las palabras del paisa parecen sinceras, como si estuviera seguro de su destino, seguro de que nada podrá cambiarlo. Aun así, no justificas su comportamiento. Olvidas que el paisa es el mejor negociador de ese lugar, ignoras también que desde que el Negro se perfiló como el rival más fuerte del Maestro trato de mantener una relación “diplomática” por si algún día se ofrecía. Y ese día llegó, entonces valió la pena arriesgarse al pasar alguna información al Negro o dejarle un poco de droga, cuando su proveedor no llegaba a tiempo, en fin, fue preparando el terreno, por si acaso. Esa es la verdadera razón por la que el paisa continúa con vida.

Insistes en que te apoye, no puede rendirse tan rápido, eso es signo de debilidad, él mismo te lo enseño.

– El Maestro no merece una traición, y con tu actitud solo dejas ver un carácter cobarde, desleal. Te comportas como un verdadero traidor.

– No entiendes nada, crees que estás en un monasterio donde todo es pureza y lealtad, pero no tienes la más mínima idea de lo que es en realidad la vida. Aquí

nada es lo que parece, a nadie le importas estando aquí dentro, sobrevives si tienes suerte, los amigos te ayudan si no les causas problemas, pero en cuanto te conviertes en un riesgo te abandonan sin importar quien seas, ni siquiera el Maestro se detendría a ayudarte.

Sus palabras te han dejado mudo. De verdad creerá todo lo que dice o es el miedo de morir el que lo hace hablar así. Es cierto, nadie te ayuda estando encerrado, los que lo hacen es siempre a cambio de algo: dinero, droga, favores que van creando una reputación y te van dando una identidad nueva en ese encierro; por eso está el que consigue la droga, el que siempre tiene comida para variar el menú del día y descansar un poco de la basura que sirven ahí dentro. El mismo paisa, conocido por su gran habilidad para conseguir lo que le pidan, en fin, él tiene razón excepto por una cosa, el Maestro jamás te pidió nada a cambio, al menos es lo que crees. Ignoras que todo es parte de un mismo juego, que eres pieza de un ajedrez que el Maestro mueve a su antojo según le convenga. Y el tiempo que estuviste ausente tratando de recuperar tu vida fue solo porque el Maestro te uso como peón de sacrificio en alguna jugada, pero empieza otro juego y ha decidido juntar todas sus piezas. No imaginas, nunca lo harás, pero estás ahí por el Maestro, él mandó por ti.

Después de analizar las cosas con la perspectiva que el paisa te mostro concluyes que hay mucha razón en ello y te disculpas con él. Es comprensible su actitud, después de todo él no ha conocido la libertad en años y tal vez a eso se deba su actitud tan negativa. No le importan tus disculpas, tampoco le importó tu agresión, las ha pasado peor, él también entiende tu ingenuidad, por eso sigue ahí ayudándote, resolviendo tus problemas y compartiendo su espacio contigo, a pesar de todo te estima y extrañaba un amigo como tú. Ignoras que se encuentra ahí cumpliendo un doble trabajo: cuidando de ti por si el Maestro regresa. El plan, antes de que desapareciera, era hacerte regresar, convertirte en un consumidor para poder controlarte mejor y de esa forma te olvidar por completo de salir del reclusorio. Después de conseguirlo, el siguiente paso sería ampliar el negocio, explotar tu condición de buen mensajero para mejorar los ingresos; pero, ahora que el Maestro no esta y tuvo que aliarse con el Negro, también se encuentra vigilándote por órdenes suyas, el Negro sospecha que sabes el paradero del Maestro y ordenó al paisa estar cerca de ti por si confiesas. Él sabe

perfecto que eres el más ingenuo del mundo y que ignoras por completo todo el enredo que se ha generado; pero, ese es el tipo de información que él istra a la perfección para garantizar su supervivencia, jamás se lo contará al Negro.

Debes reorganizar a los hombres del Maestro y dar la pelea contra el Negro, la única opción que tienes para sobrevivir es recuperando el territorio, quizás entonces el Maestro aparezca. Aunque su presencia sea imaginaria por el momento, el objetivo es claro, cumplir con sus órdenes, sabes cómo le gusta que se hagan las cosas y estas decidido a hacerlo por él. Antes debes conocer más detalles, ¿cuál fue la razón de su partida?, ¿de quién se está escondiendo? Tal vez de ti, tal vez sabía que lo culparías por tu regreso a la cárcel, luego recapacitas, el Maestro no necesita esconderse de nadie, mucho menos de alguien tan insignificante como tú.

No será fácil reagruparlos, tu figura no impone como la figura del Maestro, y tampoco infunde el miedo que infunde el Negro, es posible que nadie acuda a tu llamado, no tienes nada que ofrecer, solo tus sueños guajiros y tu discurso de lealtad que de nada les sirve ahí dentro. Nadie querrá arriesgarse, nadie quiere tener al Negro de enemigo. Solo son el paisa y tú, a veces solo tú pues el paisa sabe perfecto cuando ocultarse y evitar que lo relacionen con un alborotador. No obstante, mantienes firme tu idea de recuperar el territorio, se lo debes, él hizo mucho por ti y ahora te toca corresponder. Ignoras una realidad que de saberla podría significar un golpe mortal para tus valores, esos que te han mantenido en pie a pesar de tantas adversidades, afortunadamente, no eres capaz de dudar, jamás pasará por tu mente una traición por parte del Maestro. No se te ocurrió pensar que él estuvo en prisión solo cuidando su negocio y que mandó por ti para seguirte utilizando. Jamás pensarías eso, menos ahora que el Negro se convirtió en el dueño de esa prisión, solo esperó a que el Maestro saliera para tomar el mando y nadie podrá detenerlo, los que lo intentaron están muertos. Él sabe que tú eres fiel al Maestro por eso está de tras de ti. Torturarte, hasta que confieses donde se encentra su enemigo y luego asesinarte es el mensaje más certero para quien se atreva a desafiar al nuevo líder.

En tan solo unos días has vivido las peores experiencias que se pueden vivir ahí, la tortura física, la tortura emocional y finalmente la muerte, eso es lo único en común que tienen los enemigos del Negro. Acostumbrarse es una opción, dar pelea es otra, quizás la peor. Tu elijes la peor, quizás porque es el camino más corto a la muerte, quizás porque tu anhelo de salir de prisión se aleja cada vez más.

Ahora te encuentras ahí luchando con delincuentes para ayudar a otro delincuente, en qué momento te convertiste en uno de ellos, no lo sabes, ni siquiera has reparado en ello. Solo piensas en rescatar a un amigo y devolver la tranquilidad a un infierno que los va quemando cada vez más, que va consumiendo los pocos sueños que celosamente guardaban para realizarlos tan pronto estuvieran fuera, perdiendo la esperanza en un mundo de por sí desesperante y muriendo en cada momento. Siendo testigo fiel de cómo se consumen la vida con cada inhalación, consumiendo muerte para exhalar vida y convertir el cuerpo en algo inerte, ajeno a cualquier forma de sentimiento.

Aún te cuestionas que existan hombres tan mediocres que se arrojen a la perdición y se resignen a vivir en el tiempo y en la forma que un criminal lo decida, tú jamás lo harías por eso estás decidido a enfrentar al Negro.

Alguien más tendrá que pensar igual que tú, no es posible que seas el único, sabes que de algún lugar saldrán más reos que se conviertan en aliados, gente confiable que quiera recuperar la “libertad” que les ha robado aquel sanguinario. Estás decidido a lograrlo, pese a que la prisión se haya convertido en un caos como lo describe el paisa, tú estás decidido a dar la pelea, un guerrero jamás se rinde, y tú crees que eres uno.

El paisa te ve muy decidido, él puede ver el peligro inminente y se esfuerza por hacerte desistir, sabe que vas a una muerte segura.

– No vale la pena – dice – El Negro se ha convertido en algo invencible, es mejor aliarse con él, esa es la única posibilidad que tenemos para sobrevivir.

No comprendes porque lo dice, tal vez por miedo de morir, tal vez para protegerte pensando que no vale la pena morir por un motivo en el que solo tú crees. Todos saben que la prisión es así, lucha y muerte mientras alguien toma el poder, después viene un tiempo de calma hasta que aparezca otro rebelde que reclame el territorio, eso no lo has comprendido aún, ingenuamente esperas hallar aliados que estén dispuestos a dar su vida por el Maestro sin saber que todos estarán con quien les brinde más seguridad, aunque eso signifique estar del lado del Negro, no entiendes eso, aún te faltan muchas experiencias por vivir.

Nada de lo que el paisa diga te hará cambiar de opinión, la siguiente noche te encuentras listo para ayudar al Maestro, nadie puede interponerse en tus planes, quien quiera que se haya atrevido a fastidiar a un hombre tan justo como el Maestro lo debe pagar. El plan es sencillo: convocar a todos los que pertenecieron a la banda para organizarlos y darle pelea al Negro. Es posible que entre ellos exista alguien que pueda darte información nueva. Recuerdas entonces a uno de los custodios, el que introducía la droga a la prisión, quizás él sepa algo.

Las vacaciones de aquel custodio te obligan a hacer cambio de planes, será muy arriesgado andar a oscuras sin información fresca que permita organizar una resistencia solidad. Además, eres el único que confía ciegamente en el Maestro, los demás son reos experimentados que saben que eso pasaría, ya ha pasado antes y seguirá pasando. Esta es sólo otra partida, ya antes hubo otros que como llegan se van, sin una pista, abandonando todo lo que construyeron tan solo por cambiar de planes. De modo que tu labor de líder rebelde tiene una encomienda más, la de convencerlos para confiar nuevamente en un hombre que ya no existe.

La empresa es complicada, sin embargo, tu obstinación por recuperar el territorio del Maestro es más grande, y eso te da fuerzas para aguantar una situación de

alto riesgo. No puedes caminar con libertad por los pacillos de la cárcel; para dormir, necesitas usar señuelos pues no puedes confiar en las sombras de la oscuridad que se mueven sigilosas e invisibles al servicio del más fuerte. Ni el mismo paisa se arriesga a permanecer todo el día a tu lado, siempre se protege como si escondiera algo, como si perteneciera a los dominios del Negro y estuviera a tu lado sólo para vigilarte, sospechas. Esa es una verdad muy dura de aceptar incluso para el mismo paisa que en momentos se siente desorientado y pierde la proporción del momento, cooperando con los dos en momentos, y en otros, dejando que ambos se hundan entre sus mismas dudas como enemigos desconocidos cuya única certeza es el odio mutuo.

En cuatro días de espera a que el custodio regresara de sus vacaciones han desaparecido dos hombres más, uno de ellos, por cierto, había platicado contigo para negociar su apoyo hacia ti, tal vez al Negro se le hizo caro el precio, porque también trato de negociar con él y por eso desapareció. Del otro sujeto poco se sabe, quizás tenía sus propias deudas con el Negro.

El hombre clave ha vuelto, después de cuatro días el custodio regreso y en cuanto puedes tratas de concertar una charla con él. Con la suerte de tu lado, como lo evaluaste, ese custodio regresó para cubrir el turno de noche. En penumbras las cosas fluyen con más calma, los planes, las acciones, todas las cosas importantes se realizan de noche, y ese custodio esta aquella noche cubriendo una guardia en espera de realizar una labor adicional, como siempre lo ha hecho.

– ¿Qué sabes del Maestro? – preguntas sigiloso ocultándote de los espías del Negro.

– Nada, todo está revuelto, pero aquí no podemos hablar, te espero en el patio trasero a la media noche.

Será sencillo poner en su lugar al Negro – piensas para ti – mientras te diriges al encuentro, solo es cuestión de tiempo para que las cosas retomen su rumbo y conviertan esa turba en un simple brote de rebeldía que se puede controlar.

Saltas la reja cuidándote hasta de tu sombra, tantas recomendaciones del paisa te han puesto más nervioso de lo normal. Avanzas con prisa, pero en silencio hacia la silueta que vez al fondo, seguro de encontrarte con aquel custodio no se te ocurrió llevar nada más que tu humanidad, la traición no estaba contemplada.

– ¿No te siguió nadie? – pregunta para asegurarse de que cumpliste con la indicación.

– No, nadie.

– ¡Qué lástima! – continúa con una expresión de burla.

Y entonces, de entre las sombras comienzan a salir los hombres del Negro. El maldito custodio también está de su lado. Tal como lo dijo el paisa “no quedan amigos en ese lugar”. No dices más, te preparas para recibir otra paliza.

Como jauría de lobos devorando a su presa todos se van sobre ti. El dolor ha superado tu conciencia, a pesar de eso continúan golpeándote sin descanso. Ya no sientes, tampoco pudiste ver cuando el Negro dio la orden al novato para matarte; parece ser el final, pero no es así, no será esa noche, el novato no se atrevió, tuvo miedo, lo superó el único sentimiento que no es permitido en ese lugar porque puede ser causa de muerte, y por eso murió el novato, un disparo letal en la cien a manos del Negro que no acepta titubeos. El disparo puso en alerta a los demás custodios obligando al Negro y a sus hombres a marcharse sin

terminar contigo.

Inconsciente por los golpes no sabes lo que pasará después, tal vez sea el fin, no lo sabes. Una voz interior comienza a hablarte para tranquilizar tu exaltación: volverás a la enfermería – dice esa voz –. El paisa te llevará y te pondrá en tu cama para que seas atendido. Los médicos jamás sabrán que pasó. Sí lo saben, pero no dirán nada, siempre se mantienen al margen de los problemas entre los reos. A nadie le agrada la idea de involucrarse con asesinos y traficantes, por eso solo se limitan a cumplir con su trabajo, curarán tus heridas; si les inspiras lástima quizás te den alguna frase de aliento. No dirán nada más, por lo otro tampoco tienes que preocuparte, estando en la enfermería no serás relacionado con el muerto; de cualquier modo, nadie reclamará el cadáver.

– Sobrevives de milagro – Te dice el paisa cuando despiertas.

Lo miras y después vuelves a cerrar los ojos esperando, tal vez, que al abrirlos te encuentres en casa, lejos del peligro, lejos de ese desagradable escenario que representa la enfermería: una vieja cama que rechina con cada movimiento tuyo y en ella tu cuerpo mutilado pidiendo en silencio la muerte. El paisa te observa con el único sentimiento que puedes inspirar: lástima. Es tan deprimente tu apariencia que aún a pesar de tu eterna negativa para no probar drogas te ofrece un poco para aliviar tu dolor.

– Tómala, te va a ayudar.

Observas el contenido del paquete y descubres los sobres, ese inconfundible polvo que ha vuelto locos a tantos y mandado al infierno a muchos más. Tú mismo has sido testigo de los estragos que esa droga es capaz de hacer. No los quieres, no los necesitas; entonces te ofrece un puñado de cigarrillos fabricados de una forma extraña y con un olor también extraño, aunque no para ti, ese olor

lo conoces desde hace mucho, lo conociste ahí mismo, pero jamás lo habías probado; no quieres hacerlo ahora y los rechazas también. Lo miras a los ojos y vuelves a ver los sobres y los cigarrillos, jamás te has drogado, él insiste, es la única opción que te queda para aguantar las palizas del Negro. Te quedas callado un largo rato y luego lloras en silencio. Dentro, muy dentro de ti prefieres morir antes que probar una sustancia de esas. No te educaron para eso.

Es curioso, siempre tuviste en mente que las drogas destruyen, y hoy te la ofrecen como una oportunidad de vida, quizás la única en un infierno como el de esa prisión. ¿Qué pecado es más grande? – piensas - Consumir drogas para conservar la vida o resignarte a morir a manos de unos delincuentes que no tienen derecho de hacerse con ella. Es una pregunta complicada y la respuesta comienza a cocinarse en el fuego de la duda, la angustia y el miedo; pronto la sabrás.

La enfermería ya no es un lugar seguro, ahora cada rincón de la prisión pertenece al Negro y él te está buscando, terminará contigo en cuanto pueda, lo sabes, la muerte ronda muy cerca de ti. Esa misma noche dos tipos te sorprenden en la enfermería, tratan de llevarte con ellos, pero tú te resistes, te escabulles entre los rincones hasta que logras salir. Corres sin saber hacia dónde dirigirte, solo corres tratando de alejarte y buscando protección de alguien o de algún lugar donde puedas resguardarte. Nadie se apiada de ti, el único con poder en ese lugar es el mismo tipo que quiere matarte. Nadie se atreve a revelarse contra el Negro. La prisa de tus pasos te lleva por inercia a los pasillos más despejados. Como si fuera una trampa, ese laberinto que se va formando en la carrera definido por pasillos y vallas humanas que se aglomeran en cualquier hueco, te va llevando al espacio más cerrado de la prisión: los baños.

Entras tan rápido como puedes y tratas de asegurar la puerta con un tambo lleno de agua que utilizan para el aseo, por falta de una alimentación apropiada en el servicio de agua. Buscas algún objeto conque defenderte, alguien que pueda ayudarte, y lo encuentras ahí, ajeno a la prisa y a la excitación del momento, es el paisa que te mira con la tranquilidad de un día cualquiera, sabía que llegarías

hasta él, solo fue cuestión de tiempo para cumplir uno de los encargos que le encomendó el Maestro. Como flotando en el sucio aire de aquel reducido lugar, te observa apacible y sin prisa, espera a que te acerques. Su actitud misteriosa te causa desconfianza, pero no tienes muchas opciones. Caminas hacia él con la certeza de lo que está a punto de pasar.

Tomas el envoltorio con tu mano temblorosa y tratas de abrirlo, el temblor de tus manos no ayuda mucho y tiras un poco de ese polvo contenido en el envoltorio; llevas a tu boca el resto y el paisa te corrige: por la nariz es mejor. Los hombres del Negro golpean la puerta sin cansancio, casi logran derribarla, uno de ellos te mira por un hueco que se ha formado entre la puerta y la pared, ríe con una carcajada intimidante y te lanza una amenaza mortal.

El paisa observa y sonríe, no sabes por qué sonríe, tal vez le da gusto saber que no morirás esa noche. Transcurren solo unos segundos antes que la gente del Negro invada los baños en tu búsqueda. Demasiado tarde para ellos; aunque tu cuerpo aún permanece ahí, tu mente ya se ha ido, se embarcó en un viaje desconocido, sombrío y extraño, un viaje del que esperas ponerte a salvo a tu regreso. Una extraña sensación se va apoderando de ti confundiendo tus sentidos, no puedes describir que es, salvo un resabio de angustia que se coló contigo antes de iniciar el viaje. Tu sensibilidad ignora el significado de lo que sientes porque ya no sientes, algo, alguien te va llevando a un lugar lejos de ti mismo.

Dos sujetos arrastran tu cuerpo adormecido hacia uno de los pasillos donde te espera el Negro para presenciar la golpiza de ese día. Cada vez son más sanguinarios, cada día con más odio que expresan con la fiereza al golpearte; pero hoy lo ignoras todo, no sientes dolor. Tu cabeza se mueve lento obedeciendo a los gritos y movimientos del Negro, gira casi por inercia tratando de ubicar tu cuerpo mutilado en su totalidad y con una brutalidad tal que, en condiciones normales, podrían causarte la muerte. Puedes ver tu mano en el momento justo en que la bota del Negro la presiona y arrastra por el piso. Con un poco de horror miras como se va deformando por la tortura que recibe.

Imaginas el dolor, pero solo lo imaginas porque no puedes sentirlo, te encuentras perdido en ese viaje, ausente de tu cuerpo, ausente del dolor, ausente de la vida.

Despiertas en una camilla, aturdido por un dolor inmenso en todo el cuerpo. Miras la habitación, parece conocida, sí, es el lugar donde más tiempo has pasado desde que regresaste a prisión: la enfermería. Sin duda, algún milagro ocurrió que impidió tu muerte ese día. Con la mirada recorres cada parte de tu cuerpo para valorar las heridas, mientras lo haces, vas meditando, te vas arrepintiendo por lo que hiciste. En ese momento no sabes si agradecer al paisa por la droga que te mantuvo vivo o maldecir por prolongar tu agonía, por hacerte morir en vida de una forma tan trágica e irremediable. Y piensas en tu padre, tendrá que darse prisa si quiere rescatarte con vida. No quieres drogarte nunca más, desafortunadamente, de continuar ahí, tu vida estará condenada a perecer por las palizas del Negro o por esa droga que poco a poco se ira haciendo de tu vida. No sabes que pensar, no sabes si tienes ganas de salir o de que te maten de una vez. No sabes si tienes aún ganas de vivir, no lo sabes. Presionas con fuerza un paquete de cigarrillos, de esos que el paisa prepara para los que no les alcanza para comprar algo mejor, y te resignas a esperar lo que ha de venir, sin duda más intentos del Negro para matarte; pero ya no importa, dejarás que te encuentren y no opondrás mayor resistencia. Eso piensas, eso dices para ti mismo, sin embargo, el miedo a la muerte es mayor, siempre en el último momento preferirás drogarte para evitar el dolor. Seguirás drogándote con la excusa de sobrevivir hasta que salgas de prisión o finalmente acaben por matarte.

Los ánimos no son suficientes como para seguir cuidando tu vida, una inesperada debilidad se apoderó de cuerpo y no eres capaz siquiera de levantarte. Es necesario que el paisa se encargue de ti, de tu seguridad; te cambia de lugar por las noches en la enfermaría, verifica con los médicos que los medicamentos que te aplican sean los correctos. Gracias a eso, se han desechado varios frascos, y se han encontrado perforadas varias de las almohadas que el paisa coloca en tu cama cuando te cambia de lugar.

A penas tienes fuerzas para respirar. El Paisa te lleva a una celda segura, por

suerte aún quedan sin descubrir algunos escondites del Maestro y son bien aprovechados por el Paisa que te cuida con tal dedicación que sientes que le debes la vida a cada momento. Siempre que puede, te comparte del polvo que guarda para su propio consumo, cuando no tiene, te deja un puñado de cigarrillos, que a la postre se convertirán en inseparables tuyos.

En ocasiones, cuando enciendes uno de esos cigarrillos, sientes remordimientos por lo que haces. Al inhalar aquel veneno del que huiste por tanto tiempo sientes que traicionas a tu familia que te traicionas a ti mismo, pero no puedes detenerte, no ahora, es la única forma de mantenerte con vida. Esa es la primera de un sin fin de excusas que usarás para justificar el vicio que, sin planearlo, estas adoptando.

CAPÍTULO 5

Cuanto ha cambiado el reclusorio desde que el Maestro desapareció. Su peor enemigo tomo el poder, muchos de sus hombres han muerto y tú, el más ingenuo, quizás el de mejor potencial para regenerarse, te has convertido en un vulgar drogadicto. El Maestro no volverá, eso ni el Paisa lo sabe, por eso continúa con su tarea y no parará hasta hacer de ti un drogadicto como estaba planeado. Él mismo ha ingerido droga casi hasta el límite, es tal vez su resistencia o el destino que gusta jugar con las personas el que lo rescata cuando está a punto de morir y vuelve a la lucidez conciliadora de drogarse solo lo necesario – como si drogarse fuera una necesidad – más aún, al estar encerrado entre tantos criminales se vuelve una obligación de la que nadie queda exento, ni siquiera tú que te esforzaste tanto por vivir al margen de aquella vida deprimente de los drogadictos. Ahora eres uno más, por necesidad, por medicina, por lo que sea que justifique la acción, ya eres un drogadicto.

El sentimiento de culpa es tan grande como tu necesidad por ese lugar. Ahora empiezas a confundirte con las excusas de que te vales para inhalar o fumar tus cigarrillos y esa angustia por sentirte culpable se va desvaneciendo con cada paliza del Negro, con cada viaje, con cada retorno. Sin darte cuenta comenzarás a sentir placer al drogarte, en poco tiempo el placer se convertirá en necesidad; llegará el momento en que olvides como comenzó todo, solo pensaras en disfrutar de un viaje más. Buscarás cualquier pretexto para continuar, ignorarás los retornos, no pensaras en la palabra regreso en ninguna de sus formas. Solo desearás iniciarte en un nuevo viaje que relaje tus nervios, que calme la ansiedad; porque sí, la ansiedad será uno de los verdugos más crueles que azoten tu débil carácter.

Por el momento sigues sintiéndote culpable y rogando a Dios que tu padre consiga el dinero de la fianza, que logre aclarar tu identidad ante las autoridades del reclusorio y puedas salir de ahí. Aún estás a tiempo de librarte de ese infierno, sabes que aún puedes dominar ese vicio, puedes dejarlo cuando lo

decidas; lo que no sabes es cuanto durara tu resistencia, esa fuerza de voluntad se ve amenazada a cada momento. Tu mente es fuerte, pero la ansiedad aumenta, se cuela por tus deseos más reprimidos y pide cada vez más una dosis. Te resistes, has pensado en rendirte y dejar que el Negro termine su trabajo. Eso no sucederá, antes se impondrá la ansiedad.

No recuerdas cuantas veces te has drogado, han sido muchas. Todas ellas por estricta necesidad, para soportar las palizas del Negro y el infierno en el que te encuentras, de no ser por esos viajes probablemente ya estarías muerto. Sin embargo, este día te sientes diferente, esta tarde no corres peligro, parece que el Negro se ha cansado y te da una tregua. La ansiedad también se encuentra pasiva, no te atormenta, deja que te relajes. En esta tarde tranquila que sólo respiras tranquilidad, sientes ganas de una dosis, sientes curiosidad por experimentar un viaje sin la prisa de siempre, sin la necesidad de hacerlo por salvar la vida. Quieres explorar ese viaje para conocerlo a fondo y terminar de odiarlo, o sentir ese placer del que todos hablan, y lo sentirás porque esa dosis tiene el poder de hacerte volar, de explorar un estado de conciencia diferente al que conoces.

Preparas tu dosis, la distribuyes con mucho cuidado para evitar que se disperse, es la primera vez que dispones del tiempo para prepararla correctamente, como te dijeron que es correcto prepararla: una línea delgada en una superficie plana, así aprovecharas al máximo el contenido y no tendrás perdidas. Lo único plano que encuentras es la pasta de un libro que jamás terminaste de leer. Comienzas a inhalarla, poco a poco te vas relajando y comienzas a sentir tu cuerpo adormecido, un poco distante de ti, como si estuvieras entrando en otra dimensión. El viaje comienza, la pista es hermosa, eso es lo primero que vez, las curvas espectaculares son perfectas para forzar la máquina y hacer malabares. No hay peligro o al menos así parece, sí porque tú así lo sientes. Como si estuvieras sujeto a un riel que te guía y que impedirá que pierdas el control. Puedes con toda seguridad irar el paisaje, las nubes de colores, hermosas; miras como una y otra se sobreponen majestuosas para mostrase ante ti, para ti, son tuyas, casi puedes acariciarlas. Un arco iris de colores te deslumbra, colores que se mezclan para hacerse uno sólo, ¡qué bello! es azul si quieres verlo azul o verde si así lo prefieres y de pronto se desvanece y luego vuelve a mostrarse en

todo su esplendor. Juguetea contigo y tú con él – ¿qué lugar es este? – no hay ruido solo el necesario, todo es trivial y extraordinario a la vez, todo es necesario y nada indispensable. Las nubes siguen contigo, cada vez más cerca, cada vez más bellas. Han teñido ya la pista y el campo, ahora hasta el aire tiene color. Hay un retorno próximamente, eso decía el letrero opaco y maltratado que en nada encaja con el resto del paisaje, de no ser por ese letrero no habrías notado el retorno. – Qué locura – piensas – ¿quién querrá regresar tan pronto? Ya habrá otros retornos más adelante – sin duda los habrá, pero el viaje se tornará cada vez más bello que, en cuanto más avances, más difícil será encontrarlos, aunque todos sean idénticos al primero. Eso no importa, por ahora solo quieres seguir disfrutando de ese paisaje.

La curiosidad es grande y a medida que va pasando el efecto de la droga comienzas a encontrarte con más retornos, tal vez sea una señal y te preguntas: ¿qué hay en cada retorno? observas, tratas de descubrir lo que contienen, no logras ver nada y entonces intuyes: debe ser la salida, esa debe ser la puerta para renunciar a esta vida y continuar como al principio. Parece sencillo, no lo entiendes, ese es el problema con los viajes como ese, todos creen que es sencillo renunciar. No encuentras una relación aparente entre los elementos de ese retorno y el entorno de ese viaje. Espacios vacíos, ternura escondida, rincones ocultos de una fe perdida que te hacen pensar ¡que duro es el mundo y que injusta la vida! después de luchar por las causas perdidas vuelves a caer a un abismo que puede atraparte; un agujero que está lleno de tragedia, indiferencia y rencor.

No te atreves a reconocer que en cada retorno está tu verdadera identidad, tus miedos, tus culpas; todo aquello de lo que has huido se encuentra en esos retornos, junto con tu vida, la verdadera, la que te da la opción de elegir. Solo necesitas valor para atreverte y desafiar a la vida misma.

El viaje es engañoso y traicionero y la resaca no ha cobrado aún su cuota, por eso la confusión, por eso es que ahora solo sientes placer. Es preciso que te encuentres en un momento de desesperación tal como el que te llevó a caer en la

trampa para probar las drogas y así entender el significado de los retornos. Solo entonces comprenderás lo difícil que resulta tomar uno de esos retornos. Descuida, ese momento llegará.

Como si hubieras despertado de un sueño, te resignas y adoptas una actitud incomoda. Sin saberlo comenzaste la primera etapa de un vicio crónico que después se transformará en enfermedad. Trazas de veneno que tú mismo dosificas. Sí, es un suicidio, una muerte dolorosa que empieza a acompañarte aún en vida; la maquillas, la adornas y la disfrazas para esconderla de ti mismo en un síntoma más de un extravío que te llevará a una muerte segura. Pero, cómo ibas a saberlo, si es un éxtasis total, un placer absoluto y una autosuficiencia para lograrlo todo. ¿A quién culpar, acaso al destino?

Esa mañana te levantas con un brío renovado, la experiencia del viaje anterior te hiso reflexionar, y con el ánimo de renunciar a esa vida y recuperar la tuya, la verdadera, estas decidido a enfrentar al demonio mismo si es necesario. Quieres terminar con tanto miedo, aunque para lograrlo tengas que enfrentar al Negro. Lo mejor es terminar de una vez por todas, matarlo y así liberar a todos los reos que se han esclavizado a su servicio; eso es lo que harás, aunque lo único que consigas sea el tiro de gracia frente a todos, pero no te importa, si lo hace podrás demostrarles que eres un hombre valiente cuyo único pecado fue asistir a una fiesta sin el permiso de tu padre.

Caminas hasta el patio con la intención de encontrarte con él, cuando lo ves, hasta el fondo rodeado de sus secuaces, como lo hacía el Maestro, un miedo aterrador te sube por los pies recorriendo todo tu cuerpo hasta llagar a la cabeza y vuelve a bajar con la misma rapidez duplicando el miedo de inicio; comienzas a destilar un sudor frío y tu cuerpo helado se paraliza en una sola posición. Ya no puedes avanzar, el miedo se hace más intenso y solo viene a tu mente que eres un perfecto cobarde. No te atreves. No lo harás. Así como llegaste, das media vuelta y sales huyendo. Nadie dijo nada, los que te vieron se mantuvieron en silencio pensando en los muchos hombres que han estado en tu situación, no eres el único, antes de ti han pasado muchos más en busca de su propia identidad, esa

que van perdiendo sin remedio en cada dosis de droga, en cada viaje.

Llegas hasta tu celda sollozando por el episodio reciente y sin reparar en la acción te descubres buscando una dosis de polvo para calmar tu miedo; no encuentras, ya no tienes polvo, solo unos cuantos cigarrillos salen al paso, suficiente por el momento – piensas – El primero cae al piso víctima del temblor incontrolable de tus manos, no reparas en buscarlo, tomas otro y lo enciendes con más cuidado. Cada inhalación, violenta como tu miedo, es un reproche a tu cobardía, a la vida, a ti mismo por no saber cómo librarte de ese instante de terror que se va haciendo eterno. No estaba el Negro, no había peligro, pero tu necesidad por drogarte era superior a cualquier razón o pretexto, solo querías olvidar ese momento bochornoso que te puso en evidencia contigo mismo. Eres un cobarde te repites constantemente mientras vas terminando los cigarros que debían durarte varios días. Tu cuerpo lo sabe, comienza a reaccionar de forma extraña, pierdes la noción de espacio–tiempo y sin sentir, caes al piso convulsionado por el efecto de la droga.

Una sobredosis te pone al filo de la muerte, esta vez ni el Paisa puede ayudarte, todo está en tus manos, si quieres vivir tendrás que luchar para superar ese estado de inconciencia que te ha separado de la realidad. El médico hace solo lo necesario, cumple con el protocolo de tratamiento sin preocuparse más de lo normal. Tu caso ya no lo conmueve, eres uno más, uno de tantos drogadictos que cayó en un viaje posiblemente sin retorno. Si alguien les dijera que es un error, que todo eso que está sucediendo es un error; que tú no debiste llegar a prisión, que no debiste consumir drogas, y que esa sobredosis fue tan solo un arrebato de histeria que te llevó a drogarte no por placer sino por desesperación. Querías mutilar tu cuerpo y tu mente para librarte de una realidad que no debió existir. Pero nadie lo supo, solo tú, solo tú conoces la verdad de tu historia, y aunque no debes, deseas la muerte para descansar.

Aún no te toca, por algún capricho del destino, tu organismo se repuso a las atrocidades de aquella sobredosis impidiendo murieras. Lejos de desearlo comienzas a recuperar la conciencia, la sensación de vida vuelve a tu cuerpo

después de haberse extraviado en un instante del tiempo. La experiencia sobre natural que viviste, el viaje en el que te embarcaste y todas las cosas que te sucedieron en ese profundo sueño quedarán olvidadas. Nunca recordarás que en ese sueño viviste una vez más el drama de tu vida, y será la “experiencia” de drogarte constantemente la que te enseñe a identificar cada viaje, los momentos, los retornos, la expresión gráfica y explicita de un cuerpo condenado al placentero sufrimiento de drogarse.

En poco tiempo cambiaras el sentimiento de culpa por la necesidad de hacerlo, justificarás tu actitud con cualquier pretexto que te ponga delante de una dosis sustanciosa para subsanar las heridas. Ahora solo te preocupa la actitud que debes adoptar: ¿miedo o vergüenza? no lo sabes; lo único que sabes es que estás vivo y en la confusión no sabes si debes alegrarte por eso.

Aún no recuperas del todo la conciencia, vas reaccionando lentamente, con un terrible dolor de cabeza. Por primera vez estas sintiendo el peso de la resaca. Ese dolor de cabeza acompañado de un debilitamiento que indirectamente pide más droga para recuperar las fuerzas. Se lo dices al Paisa, él debe tener polvo para ayudarte, cuando menos un cigarrillo, él se niega a dártelo, – ya te has drogado demasiado – dice – de milagro estas vivo – y luego, excusa su negativa con un consejo de superación, ajeno a los comentarios vulgares y frívolos que suele hacer. Sabes que las drogas son un arma mortal que destruyen a quien las consume, sin embargo, tu ansiedad supera la razón y no descansarás hasta conseguir una dosis.

Esa misma noche sales de la enfermería en busca de droga, polvo o cigarrillos, no importa. Conoces a todos los drogadictos, tú les repartías la droga en tiempos del Maestro, nadie te negará un cigarro ahora que lo necesitas.

– Tendrás que hacer mi trabajo por toda una semana si quieres el cigarro – Te dice un reo que ha notado tu ansiedad.

Es fácil someter a alguien cuando está bajo el efecto de la ansiedad, cualquier cosa es posible mientras consigas un cigarrillo. Lo tomas y vuelves a tu cama, ningún medicamento es tan efectivo como el que acabas de conseguir. La calma vuelve a ti con tan solo sentir en tus manos ese cigarrillo, lo valoras como un tesoro preciado, como una llave a la tranquilidad. Poco a poco te vas relajando con cada inhalación hasta quedarte profundamente dormido.

Al día siguiente las cosas parecen mejorar, has superado la resaca y el dolor de cabeza casi desaparece. Miras al Paisa que se encuentra a lado tuyo. Piensas que le preocupa tu salud, pero no es así; le preocupa lo rápido que te va llevando ese vicio, si continuas a ese ritmo no servirás de mucho para los planes futuros. Sientes remordimiento creyendo que se preocupa por ti. Ahora que estás cuerdo puedes evaluar la magnitud de los daños que te causaste con esa sobredosis y te arrepientes de haberlo hecho. Vas a tu celda en busca de los cigarrillos para destruirlos, pero no están, se te olvidó que terminaste con todos y que por eso estuviste a punto de morir. Por un momento te alegras de que haya sido así, por lo menos terminaste con todos, ese gusano de volverte a drogar se quedará atado largo rato hasta que suceda algo que requiera una dosis para mantenerte a salvo.

El óseo no es precisamente algo que disfrutes y en esa tarde soleada y sin nada importante por realizar, la encuentras propicia para olvidarte de tus problemas y analizar un poco tu vida, pensar en la libertad, esa que se va pareciendo cada vez más a un sueño inalcanzable, a pesar de eso, aún te quedan ganas de salir de prisión. Te sientas en una banca, justo a mitad del patio principal, pensando en el tiempo que ha pasado sin que disfrutaras de un día como ese.

Cuando estas a punto de convencerte que esa tranquilidad se prolongará por el resto del día, un golpe muy al estilo del Negro te sorprende y te arroja al suelo, volteas resignado para recibir la golpiza de ese día y descubres que no es él, por primera vez desde que entraste a la cárcel te golpeó alguien diferente del Negro. Olvidaste tu compromiso con el reo que te dio el cigarrillo a cambio de hacer su trabajo, ahora lo recuerdas, pero el castigo será doble, ya no será una semana

sino dos las que tendrás que hacer su trabajo, y no tienes otra opción que aceptar.

Solo es una mala racha te dice el Paisa que te acompaña cuando realizas la limpieza de los sanitarios. Bromea un poco con tu situación al tiempo que se ocupa de acercarte la cubeta con agua, de sacudir el mechudo, y en ocasiones de ensuciar más para fastidiarte el momento.

– Debes tomar las cosas con calma – te dice

– No sirve de nada amargarte la vida con algo que no puedes remediar.

Es cierto, nada, excepto una buena actitud podrá ayudarte a resistir, de cualquier modo, no podrás evitar lo que te ocurra ahí dentro.

A veces recuerdas a tu padre y a Andrea que se encuentran afuera consiguiendo dinero y luchando para aclarar tu identidad. Otras veces solo piensas en cómo harás para conseguir otra dosis. El Negro se ha convertido en una prioridad secundaria igual que tus ganas de salir de prisión. De pronto tus pensamientos se mueven a una velocidad que no puedes controlar, como si vivieras con el acelerador a fondo. Lo grave de esto es que solo son tus pensamientos, la realidad es otra, tu vida se consume poco a poco sin que te des cuenta. Alguien tiene que hacer algo pronto, de lo contrario tus días ahí dentro están contados.

CAPÍTULO 6

No queda nada por vender, no hay de donde sacar dinero para ayudarte. Tu hermano se ha preocupado por juntar un poco haciendo colectas entre amigos y algunos vecinos que se compadecen de ellos, Andrea y tu padre han conseguido un poco más entre sus colegas del trabajo y alguna fundación de apoyo para personas en tu condición. Agradecen el apoyo y prometen devolverlo en cuanto pueda. Sin duda esas personas saben que jamás recuperarán su dinero, aun así, aportan lo que pueden, y no lo hacen por ti, lo hacen por el viejo, no hay situación más dramática que ver a un padre perdiendo la vergüenza y pedir limosna para ayudar a un hijo. Esa misma lástima tiene tu hermano, a él no le complace para nada tu situación, sin embargo, no puede abandonar a tu padre, le ha visto sufrir, morir poco a poco culpándose por lo que te pasa, no lo sabes, no tienes tiempo de pensar en eso. Tu vida está confinada a un encierro en el que debes luchar por sobrevivir a cada segundo porque la compasión y el respeto son una moneda que no se acuña en ese lugar. Ahí sólo existe el poder, la fuerza, todo aquel que tenga dinero o posea una fuerza descomunal puede dormir tranquilo, los demás deben encomendarse al creador, cerrar los ojos deseando despertar al siguiente día.

Despertaste, tuviste la fortuna de abrir los ojos y recibir aquella mañana la visita de tu padre, no lo recordabas, pero soñaste con él, quizás tu sueño lo atrajo y lo llevo a visitarte después de varios días de no hacerlo. Se ve preocupado, trata de ocultarlo reprochando tu apariencia.

– Te vez muy demacrado hijo, ¿acaso no has comido, estás enfermo? Mírate nomas, de menos has bajado cinco kilos.

– Sigo igual pa` es solo que el uniforme es una talla más grande que la mía y para colmo hoy no hubo agua para bañarnos, pero estoy bien. Mejor cuéntame

de ti, cómo estas, tu si te vez cansado. No te preocupes tanto pa`, has las cosas con calma que yo puedo esperar.

– ¿Qué sabes de Andrea, por qué no vino contigo?

– Me ha ayudado mucho, pero sus papas no la dejan venir aquí, dicen que no es un lugar para ella, cuando lo hace es porque se escapa.

Tienen razón, este no es un lugar para ella, ni para ti. Perdóname por favor, no debí causarte esta pena.

Un silencio entre ambos consume los últimos segundos de la visita, poco pudo decirte tu padre acerca de tu situación, camino hacia la puerta solo alcanza a comentarte que todo estará bien, que pase lo que pase logrará sacarte de ahí.

Degradado y humillado, esa es tu condición, así te sientes, así te ves; un despojo de algo que alguna vez quiso ser alguien, ya ni el Negro se ocupa de ti como antes. Vacío por dentro, resignado a realizar las labores propias de un mendigo entre mendigos. Huyendo de todos porque todos te humillan, todos te golpean solo por placer, para sentirse superiores o para sacar sus frustraciones y sus propios miedos. Siempre es más confortante sentirse superior a alguien y lo demuestran golpeando y humillando al más débil. En ocasiones, el Paisa opta por dejarte solo para no intervenir en las golpizas que se han convertido en el pan de cada día para ti, no tiene caso involucrarse, de hacerlo solo conseguirá que en lugar de uno sean dos los heridos. Prefiere esperar a que se cansen de golpearte para luego llevarte a la enfermería o a tu celda según el estado en que te dejen.

Entre tanto, te sientes afortunado, por lo menos el Negro se ha olvidado de matarte, la opción de ser la piedra en el zapato le place más, disfruta ver cómo te humillan sin que opongas resistencia, Ya no quiere que mueras, prefiere verte así, tal vez en ti refleja la imagen del Maestro a quien no tuvo la oportunidad de matar.

Las dos semanas que debió durar tu tarea de asear los sanitarios se prolongó indefinidamente. No te atreves a recordarle al responsable que ya no es tu obligación hacerlo, si lo enfrentas, te ganarás otra paliza adicional a las que recibes a diario como rutina. Prefieres tomar las cosas con calma y controlar el carácter que nunca has tenido, es mejor mantenerte ocupado en algo para no aburrirte todo el día; además, entre tantas cosas que te ponen a hacer consigues uno que otro cigarrillo para conciliar por las noches el sueño. Siempre es bueno acostarse con la certeza que al despertar habrá junto a ti un cigarrillo al menos, es a lo único que puedes aspirar, has perdido categoría y ya nadie te da cocaína.

El Paisa te lo hace ver y te motiva para que recapacites, no le sirves de nada si no moderas tu forma de drogarte. Un tipo en esas condiciones o con la debilidad que te queda después de un viaje no es una compañía deseable para nadie. A veces escuchas, aunque pocas veces muestras intenciones de cambiar, prefieres ignorar sus recomendaciones y continuar negociando pequeños favores por migajas de droga. Así como un mendigo.

No queda otra opción que someterte, encerrarte en uno de los rincones abandonados del reclusorio, donde nadie revisa, para alejarte un poco de aquel vicio que te calló de golpe y por esa razón no sabes controlar. Algunos días ahí encerrado serán suficientes para hacerte reaccionar. Sin alimento, solo con un poco de agua que el Paisa te lleva para que no mueras deshidratado habrán de ser la justa penitencia hasta que vuelvas a estar lúcido.

Con una semana de encierro bastó para obtener el resultado esperado, definitivamente el Paisa sabe hacer su trabajo y no te queda más que agradecerle

una vez más por rescatarte, te sientes renovado y listo para continuar con lo tuyo. La ansiedad que produce la resaca se ha quedado dormida en aquel rincón en el que estuviste encerrado. Te sientes ligero y con ganas de agradecer al Paisa lo que hace por ti. Él lo sabe y te ofrece cambiar de actividad; lavar los sanitarios ya no será tu obligación, de algún modo negoció con el responsable y esa tarea ha quedado asignada a otro reo menos afortunado, alguien que no cuenta con la amistad del Paisa.

Lo tuyo a partir de ese momento será mantenerte al servicio del Negro. Tu muestra de asombro al escuchar la nueva encomienda no se hace esperar y lo consideras como una broma pesada del Paisa. No es broma, el Paisa ha negociado con el Negro para que te conviertas en mensajero, fue el único modo que hayo para protegerte, convirtiéndote en uno de ellos, así tu vida ya no correrá peligro.

No estás seguro de aceptar, has pensado incluso que el Negro pidió tu cabeza y el Paisa ha accedido a entregarte para salvar su propio pellejo; sin embargo, el margen de confianza en alguien más ahí dentro es mínimo o nulo, y no te queda otra opción que confiar en el Paisa, después de todo le debes la vida tantas veces que si ahora te entrega solo estarías pagándole una de tantas. Aceptas el puesto y te pones a las órdenes de la banda, presientes que tu vida terminará pronto, aun así, es la única opción que te queda.

Los primeros días son un delirio total, sientes que te vigilan, que en cualquier momento alguno de esos tipos te clavará un puñal por la espalda, total ahora conviven juntos, nadie sospecharía. Afortunadamente eso no ocurre, los días transcurren sin mayor novedad, tu labor es buena y en poco tiempo comienzas a sentirte cómodo otra vez. Definitivamente un trabajo más “decoroso” con más estatus que el anterior. A cambio recibes dinero como pago, o comida de la que ellos disfrutan, no de la asquerosa comida del reclusorio. Indirectamente disfrutas privilegios de los que ellos disfrutan; eventos importantes, exclusivos para los reos influyentes como peleas de box de campeonato, partidos de futbol, y en más de una ocasión hasta has degustado de otra variedad de droga, el

desperdicio que olvidan los hombres importantes son la botana perfecta para ayudar al estímulo que producen tus cigarrillos, por cierto, cada vez más insignificante.

Sin darte cuenta, el Paisa se encargó de que volvieras a realizar las actividades que hacías con el Maestro, sólo que ahora lo sientes como una verdadera oportunidad de trabajo, algo a lo que pocos ahí dentro pueden aspirar. No sabes cómo ocurrió, creíste que eso jamás pasaría mientras el Negro mantuviera el control del reclusorio; sin embargo, ahora perteneces a su banda, estás al servicio del hombre más influyente del reclusorio, y sin proponértelo, tienes a los lugares más restringidos, aquellos lugares a los que sólo los reos importantes pueden entrar.

En una de esas guaridas te topas de frente con el Negro, un sudor frío recorre todo tu cuerpo y te hace pensar en lo peor. Él solo te hace una mueca como haciéndote saber lo afortunado que eres, ordena a uno de sus secuaces que le alcance algunos envoltorios de los que llevas y luego te da la espalda. Tus piernas temblorosas se niegan a moverse hasta que el Paisa te hace reaccionar con un manotazo en la cabeza y te exige mejor actitud que la casa pierde. Creíste que por fin se te había llegado la hora.

Lo mejor de atender aquellas reuniones es levantar el tiradero del día siguiente, comida que, en otras circunstancias, no degustarías ahí dentro las encuentras como deliciosos manjares que representan una buena recompensa por tu trabajo. Lo mejor de todo, además de la comida, son las cantidades de droga que pueden aparecer tiradas en el piso, entre las hendiduras de los sillones o incluso puestas en alguna tarjeta a punto de ser inhaladas y por alguna razón se quedaron olvidadas para deleite del vicio propio. Será fácil acostumbrarte a esa vida – piensas – mientras inhalas dos dosis seguidas de polvo y retas al Paisa a que haga lo mismo.

Los excesos de tus nuevos jefes aceleran tus propios excesos, cada vez más

droga, cada vez más lejos de tu objetivo de salir de prisión; y peor aún, cada vez menos útil por culpa de aquellos excesos, así no sirves para el puesto y el Paisa toma cartas en el asunto, te relega del cargo y te manda a otras actividades mucho menos decorosas hasta que reacciones. Lavar baños otra vez, lavar la ropa, en fin, se asegura de que la droga este lejos de tu alcance, él sabe cómo hacerlo. Ha entrenado a muchos como tú.

Así de rápido cambia la vida de un adicto, un día es el rey del mundo y al otro apenas un hilacho de algo que alguna vez fuiste. Tu apariencia de los últimos días, mutilado, harapiento, oculto en un rincón para fumar un cigarrillo que el Paisa te obsequia para calmar tu ansiedad y que debes cuidar como un regalo preciado porque alguien en tus mismas circunstancias te lo puede arrebatar. Tu expresión física es idéntica a la de cualquier vagabundo de esos que encontrabas en las calles de la colonia y que preferías evitar para no toparte con ellos por el asco que te causaban. Si tuvieras un espejo en el cual reflejar tu apariencia no creerías que esa imagen sea la tuya, pero qué puedes hacer, así es la vida.

Probablemente el cansancio, la inanición, o la constante de drogarte con frecuencia te hicieron caer en un profundo sueño que hacía mucho no disfrutabas. Te olvidaste del lugar y de la vida tormentosa que hasta ese momento has llevado para disfrutar de aquella extraña sensación. Tardas en descubrirlo, parece un tanto confuso, pero al final te das cuenta que se trata de un viaje, sí un viaje como los muchos que has tenido con la diferencia que este parece placentero. Has visto los mejores momentos de tu vida pasar frente a ti y no sabes si es un recuerdo de antaño o un anhelo que quisieras alcanzar. La confusión te aturde un poco, sientes un ligero mareo y de inmediato reflexionas, piensas en disfrutar de ese momento. Ves a tu hermano, y por primera vez en uno de tus sueños encuentras a tu madre, ya habías olvidado cómo era, solo la recordabas en vieja fotografía, pero esa imagen no le hacía justicia a su belleza – piensas – Después, aparece tu padre y te dice algo, no logras descifrar su mensaje, es confuso y muy lejano. Las palabras del viejo parecen ser un consejo y en el sueño intentas aceptarlo. Es curioso, jamás habías sentido tanto apego por tu padre, lejos de eso la relación siempre fue fría, en cambio ahora sientes su mano protectora y una angustia en el rostro que tal vez no disipe, quisieras ayudarlo, quisieras que él estuviera teniendo el mismo sueño para abrazarlo y

decirle que todo estará bien.

Quizás ese sueño se trató de una premonición. Al día siguiente recibes la visita inesperada de tu padre quien te lleva la noticia de haber completado el dinero para la fianza y de resolver la situación de tu identidad. Saldrás de prisión te dice, a más tardar mañana estarás de regreso en casa. No sabes qué decir, en principio no te agrada la noticia, ya empezabas a acostumbrarte al ambiente del reclusorio y no te ilusiona tanto abandonarlo. Tu padre ve con tristeza tu actitud y piensa que tal vez es demasiado tarde, tal vez el ambiente del reclusorio se impuso y te has convertido en uno de ellos, se niega a creerlo; sin embargo, todo parece indicar que eso ha sucedido.

Qué será de ti ahora que salgas – se pregunta – Tu coraje contra el mundo trastornará tu vida, tus valores cambiarán y tus prioridades también serán otras. Llevarás tu vida del reclusorio a las calles como lo han hecho muchos como tú. Conseguir dinero fácil, distribuir y consumir droga serán algunas de las tantas causas que den inicio a un constante peregrinar de la calle a la cárcel una y otra vez hasta perder la cuenta. Llegará el momento en que ya ni siquiera agradezcas la labor de tu padre para sacarte de prisión, será una situación tan común que se volverá rutinaria. El cariño de Andrea también quedará relegado a una prioridad secundaria, quedará perdido en una vaga idea de felicidad.

Cuando ambos vuelven a la realidad del momento, después de ese sobresalto, tu padre te pregunta lo que harás con tu vida. No estás seguro de lo que harás. Ni siquiera has pensado volver a casa, no hay una sola razón que justifique tu presencia en ese lugar; sientes que ya no existe un lazo que te mantenga a lado de tu familia. Todo se desarrolla con la inercia de una vida lastimada por las injusticias y la falta de cordura para aceptar las cosas como son. Ya no tienes ganas de luchar, ya luchaste demasiado y lo único que conseguiste fueron penas, también una condena injusta por culpa de un extraño.

El Paisa es la única persona que se acerca para despedirte, se siente feliz por

saber que estarás a salvo del Negro. Afuera solo son Andrea y tu padre los que te esperan con el deseo inmenso de mostrarte su cariño. Es poca la gente y también es poco el cariño, aunque no te afecta, de sobra sabes que no le importas a muchos. En el entorno de tu vida, en el pequeño universo que construiste para ti solo guardas espacio para pensar en drogas y saciar una ansiedad cada vez más grande, la gente puede quedarse con su afecto si así lo quieren, no lo necesitas; hay cosas más importantes que merecen tu atención como lo es el hecho de no saber dónde podrás conseguir droga ahora que estés fuera.

Son el recuerdo y la droga las medidas que definen tu nueva personalidad, desafiante, rebelde, poco interesado en los deberes de la casa, y mucho menos preocupado por las peripecias que pasó tu padre para sacarte de prisión. Antes pensaste en pagarle sus esfuerzos y en trabajar para recuperar la casa que por tu culpa vendió; ahora ese pensamiento se reduce a una simple nimiedad que pronto olvidarás, tus preocupaciones serán otras: conseguir droga, conseguir dinero para comprarla, esconderla bien para que nadie las encuentre. Estás libre, vuelve a decirte tu padre, esperando una reacción más eufórica como la primera vez que saliste de ahí. Tu expresión no dice mucho; de hecho, no estás seguro si salir de prisión es del todo bueno o una complicación más en tu vida porque ahora será más difícil conseguir la droga, no lo sabes, pero eso, como muchas otras, cosas se suman a la actitud de indiferencia que has adoptado y decides no pensar más.

Los primeros días fuera no tienen mayor relevancia. Pasan indiferentes para ti, como si no hubieran pasado, como si te diera lo mismo estar libre que estar en prisión. No tienes el menor interés en trabajar, ni te preocupa ya tu situación en la escuela – seguramente estás expulsado – Tu padre empieza a preocuparse y cuando trata de intervenir comienzan las discusiones. Esos enfrentamientos se vuelven cada vez más constantes y tocan fondo cuando se entera que has cambiado a tus amigos, que tus excompañeros de la escuela ya no te visitan porque ya no tienes tiempo para ellos, para sus “tonterías” como les llamas tú. Ahora frecuentas otra clase de amigos, delincuentes conocidos y fichados por la policía por su conocido pasatiempo. Son vándalos dedicados a drogarse en las esquinas, algunos vecinos se han quejado de agresiones y hasta de robo por esa banda de mal vivientes a la que te has integrado con el único interés de

conseguir droga para satisfacer un antojo que se va convirtiendo en vicio.

La necesidad de drogarte te llevó a lugares que jamás imaginaste, a conocer gente importante con la que puedes relacionarte para conseguir droga. En tiempos de austeridad, vuelves a tus cigarrillos de siempre pretendiendo saciar un vicio que ya no se conforma con eso, necesita droga más fuerte, necesita estar más tiempo bajo el efecto de aquellas alucinaciones que confortan tu vida y relajan tu carácter que cada vez se vuelve más agresivo. Algunos distribuidores se compadecen y te dan la oportunidad de trabajar con ellos. Fuiste amigo del Maestro, trabajaste con él distribuyendo droga en la cárcel; esa es una buena referencia para conseguir buenos trabajos. – No cualquiera puede ser mensajero del Maestro – te decían en aquellos tiempos. Es curioso, alguna vez te sentiste avergonzado por realizar aquella labor y ahora agradeces y te sientes orgulloso por haber sido amigo del Maestro.

En poco tiempo te has adaptado a tu nueva vida en las calles, te has alejado casi por completo de tu familia, ya no te preocupa la opinión de tu padre, de cualquier modo, casi no lo vez. Esa ausencia no borra su preocupación al saber que te estas involucrando en el mundo de las drogas. Le han llegado noticias vergonzosas acerca de tu comportamiento. Tu propio hermano descubrió un paquete oculto bajo tu cama, es droga, él no la consume, sin embargo, sabe perfectamente de lo que se trata. Un compañero de tu padre pareció identificarte en una colonia cercana a su casa mientras discutías con algunas personas, la discusión subió de tono muy rápido y en unos instantes te estaban golpeando. Prefirió retirarse para evitar el peligro, ni siquiera pensó en ayudarte, se alejó de prisa con la duda de saber si eras tú. En alguna ocasión le comentó a tu padre, irónicamente tu padre prefirió decir que no eras tú, que tú estabas aun preso; le pareció más digno decir eso que aceptar ante sus ojos que te habías convertido en un drogadicto. No tendrás que darle explicaciones, él sabe que eras tú, solo le pide a Dios que no te maten.

Aunque no te interesa explicar lo que sucedió, justificada los golpes como un accidente al bajarte del colectivo. Nunca sabrás que él conocía la verdad, que

moría poco a poco con cada acción tuya, con tus salidas por las noches, con ausencias repentinas de varios días que por asares del destino pasabas en la cárcel. Ya no era tu padre quien te salvaba, cada multa era pagada por alguno de tus tantos amigos, compañeros de viaje a los que les repartías droga. Tu padre, apenas podía mirarte alguna mañana, trasnochado, con el cuerpo tan débil como el ánimo por la acción destructiva de la droga.

Pese a eso él se resiste a esa vida, no está dispuesto a dejarte en poder de ese vicio que te está matando lentamente; por desgracia, ya no tiene recursos y las fuerzas se le están acabando. Ha pensado en tantas cosas para ayudarte, pero es imposible si tú no lo permites. Internarte en alguna clínica de rehabilitación sería una buena opción, desafortunadamente no cuenta con recursos económicos para hacerlo y todo queda en un deseo frustrado por la miseria económica en la que quedo. Esperar a que recapacites es lo único que puede hacer por el momento, tal vez encuentres algún motivo que te inspire y decidas cambiar.

Son pocas posibilidades de que suceda, él lo sabe; camina por las calles extraviado de sí mismo, sin aspiraciones. Apenas duerme y lo hace casi por costumbre; al día siguiente, derrotado toma sus cosas, un fólder que guarda en un viejo portafolios, descuidado como él mismo y se marcha al trabajo. Era una solicitud de empleo que elaboró para ti. Su antigüedad, su nobleza y tanta insistencia le valieron el respaldo del gerente para emplearte en la fábrica; soñó con estar junto a ti, trabajar hombro con hombro para resarcir los daños, para ponerle un parche a la vida y continuar viviendo como antes. Pero todo fue un fracaso, todo se quedó olvidado en un viejo portafolios que conserva solo el recuerdo, una solicitud de empleo que empieza a deteriorarse con el polvo corroyente del olvido. Cuando tiene tiempo, se pierde largo rato contemplando aquel papel que aseguraba tu porvenir, es una pena que no te hayas dado la oportunidad de acercarte a tu padre, de acercarte a ti mismo y volver a vivir.

La soledad es el común denominador de ambos. Perdidos los dos en su propia soledad, ni la compañía de tus clientes en los bares o el calor de sus amigos en la fábrica, alcanza a llenar el vacío que los constituye. Tu padre se siente culpable,

tú sientes ansiedad por drogarte; tu padre muere por saberte drogadicto, tú mueres si no tienes al alcance una tableta, una “línea” o cuando menos un cigarrillo que calme la ansiedad. Sin remordimientos, sin ilusiones vagas por las calles distribuyendo y consumiendo droga con absoluta desfachatez, sin el menor rasgo escrupuloso que impida tu labor destructiva de envenenar gente. Eso no es relevante, no tanto como la hora de la paga: dinero, droga y alcohol que sacian aquel enfermizo placer de atentar contra tu propia vida.

Con todo y eso existe un vacío inmenso que te asalta con frecuencia al regreso de cada viaje. No hayas como explicarte aquella sensación de vacío, de soledad, de insatisfacción. Te aturde recordar las imágenes que aparecen en cada viaje, vivencias todas tuyas olvidadas en algún rincón de tu mente, aguardando el momento en que decidas rescatarlas. Desafortunadamente es más grande tu rencor por aquellos momentos que te arrastraron a una vida diferente que prefieres enclaustrarlos en el espacio de la resaca, en los pocos segundos que tienes de lucidez y que solo sirven para hacerte pensar en más droga. Será el tiempo el que te lleve a extrañar aquellos momentos, y ese el pretexto perfecto para seguir drogándote. Las imágenes de aquellos viajes se convertirán en anhelos, en remordimientos de tu conciencia que nunca dejó de buscar un espacio para expresarse.

Lejos de cambiar, continúas con esa actitud negativa que nada bueno te ha dejado; has perdido la vergüenza y olvidado el respeto que guardabas por la imagen de aquel senil hombre, del que a veces recuerdas es tu padre. Ahora, es común verte llegar a casa perdido de borracho, con los brazos lastimados por el titubeo a la hora de inyectarte la droga, porque también tus venas han sufrido la atrocidad de recibir droga con una jeringa. Es deprimente la apariencia de tu cuerpo olvidado en la banca de algún parque, en el basurero de algún Bar donde se tira el desperdicio de la noche anterior.

Has tocado fondo, tu actitud empecinada por acabar con tu vida te ha llevado a los brazos de tu padre, inconsciente, sin más signo de vida que aquel débil instinto de respirar que aún no has olvidado. Así te recibió aquella madrugada

cuando una amiga de Andrea te descubrió semidesnudo tirado a mitad de la calle. Probablemente algún indigente con más frío que tú, te despojó de tus ropas para soportar la inclemencia del tiempo. Te estás muriendo en vida por culpa de ese maldito vicio, tu padre no puede permitirlo, vuelve a tocar las puertas de los vecinos para pedir más dinero, necesitas ayuda profesional, no es justo que un joven como tú muera por causa de las drogas.

Dos días después abres los ojos y te descubres en una habitación extraña, no es tu casa y tampoco ninguno de los lugares donde acostumbrabas dormir. Es un hospital, tu padre te rescato y te internó ahí para evitar que murieras. No sabes si agradecerle o reclamarle por interrumpir tu carrera contra la muerte. A él no le importa tu reacción, después de todo, sabe que no eres tú, que eres una víctima de un vicio, que una bestia infernal te atrapó entre sus garras y se ha metido dentro de ti para destruirte.

Tratas de moverte, pero no puedes tus brazos y tus piernas están sujetados a la cama para evitar que te lastimes tú mismo. Eso no te agrada, comienzas a jalonearte con las pocas fuerzas que te quedan pero es inútil, no logras desamarrarte, eso provoca una ansiedad mayor y comienzas a gritar desesperado para que alguien te ayude, tu padre se acerca tratando de calmarte, lo vez a los ojos y le pides ayuda, quieres que te libere, le suplicas que te libere y él te dice que es por tu bien; entonces tus gritos se vuelven más violentos, maldices y condenas a tu padre, a los médicos, a todos los que te han encerrado en ese lugar. Gritas con desesperación sintiendo el abandono de tu familia y deseando que estuviera alguno de tus amigos, ellos no te habrían dejado solo. En ese momento lamentas el no contar con más droga para liberarte, la fuerza descomunal que te proporciona una dosis habría bastado para poner en su lugar a esos hombres que pretenden lastimarte; pero no tienes, acabaste con ella como siempre sucede, desde hace algún tiempo dejaste de preocuparte por el futuro, solo importa el momento y en cada momento es necesaria una dosis para sentirte vivo, ahora necesitas una y la ansiedad te lleva al borde del delirio.

El esfuerzo por liberarte de aquellos nudos, y la ansiedad por tener una dosis de

droga te hacen perder el conocimiento por varios minutos, suficientes para que te apliquen un tranquilizante. Tu padre camina desesperado por los pasillos de aquel hospital lamentándose por no haber actuado antes, tal vez habría evitado que calleras tan bajo; ahora tendrá que luchar contra la corriente si quiere rescatarte de ese infierno, está solo, no cuenta ni siquiera con tu apoyo, pues las acciones que él hace para rescatarte, para ti solo son muestras de agresión contra ti mismo, tú no quieres ir a ninguna clínica, tú no quieres rehabilitarte, tú solo quieres una dosis.

Los gritos desesperados que son una mezcla de dolor y angustia se te hacen un tanto familiar, son idénticos a los tuyos, en ese lugar hay muchos más como tú que luchan contra el mundo tan solo por una dosis. Quisieras cerrar los ojos y no abrirlos hasta que todo haya pasado, hasta verte nuevamente en las calles al alcance de una dosis de droga. ¿Tanto odio sentirá tu padre por ti que quiso entregarte a tus enemigos? – piensas – ¿Qué infierno será ese donde todos lloran, donde todos suplican la muerte como única salida?

Después de varios minutos en los que has imaginado el peor lugar del planeta, abres los ojos con muchas reservas, es probable que el Negro esté ahí esperando para torturarte. Por fortuna la imagen que habías formado en tu mente no corresponde con la realidad que tienes enfrente, esos no son reos ni los hombres de blanco custodios; lo que deberían ser celdas son habitaciones blancas llenas con camas que albergan a muchos como tú. La apariencia del lugar y la prisa de los muchos hombres de blanco caminando por un pasillo cercano al cuarto donde te encuentras te hacen pensar en un hospital. Una duda asalta tu pensamiento que aún se encuentra desorientado: ¿entonces por qué tantos gritos? en un hospital no tratan así a la gente.

Dejas que el resto del día se escape por la ventana con el descaro del óseo al que estás acostumbrado, qué más da que se te vaya la vida así, después de todo, estas atado a una cama sin poderte mover. Nadie te visitó ese día, no se te hizo extraño, quien querría visitarte. Los días siguientes fueron igual de sombríos que el primero, la ansiedad incontrolable y esos sudores fríos que cubren tu cuerpo

haciéndote sentir que se te escapa el alma en busca de una dosis fueron tus únicos compañeros por semanas enteras. Sin razonarlo plenamente te encontrabas sólo luchando contra ti mismo por salir de un vicio que, en un principio, no querías abandonar.

Una mañana, después de varios días deseando que alguien preguntara por ti, se abre la puerta de tu habitación y vez entrar a tu padre. Tu rostro no puede ocultar la añoranza y la vergüenza que sientes, tus ojos se llenan de lágrimas y tratas de esconderte entre las sabanas para no verlo a la cara.

– ¿Cómo te sientes?

No contestas, no sabes que contestar, ahora tu mente esta lúcida y sabe perfectamente de lo que es culpable.

– Me dice el doctor que has evolucionado bien, que de seguir así podrás rehabilitarte favorablemente.

Continuas en silencio, no te atreves aún a levantar la cara y mucho menos a entablar una conversación. No sabes que decir, tendrías que pedir perdón por muchas cosas antes de contestar las preguntas de tu padre, pero eso es tan difícil aún que prefieres continuar en silencio.

Tu padre no insiste, piensa que tal vez no estás del todo lúcido, que tal vez no lo identificas aún. Se despide diciéndote que volverá mañana, que ya han autorizado las visitas y piensa aprovecharlas para apoyar en tu rehabilitación.

No sabes cómo te sientes, en ocasiones crees que puedes mantenerte sin droga, pero luego la ansiedad despierta como fantasma y te atormenta pidiéndote una dosis. Tratas de ocultarla para evitar que vuelvan a amarrarte a la cama y entonces aparece ese sudor frío que sientes como un manto de desesperación que se suma al grito interno de tu ser pidiendo una dosis. La confusión comienza a aparecer forzando tu mente a anexarla a la lista de cosas que debes superar. Ya no estás seguro de que sea buena idea una dosis de droga, ahora comienzas a razonar que puede ser nocivo vivir de ese modo, con todo y eso tu cuerpo sigue suplicando por ella.

Con algunos pacientes, los más dependientes, es necesario aplicar dosis pequeñas para controlarlos. Contigo eso no ha sido necesario, aunque la angustia y la ansiedad te han mantenido despierto con el cuerpo bañado en sudor, tú mismo vas controlando ese deseo y vas tomando conciencia de lo que te pasa. Aún no te convences de que eres dependiente, aunque reconoces que tu comportamiento no ha sido el más deseable y sin duda es a causa de la droga. Piensas en tu padre, por primera vez en mucho tiempo piensas en él con un sentimiento de vergüenza, no merece tener un hijo como tú. La sensación de vacío y abandono que te embarga encerrado en esa clínica te hacen reflexionar en tus actos; no es un auto análisis, es tan solo una breve reflexión de ti mismo que te pone a expensas de la razón y la culpa. Te avergüenza saber en lo que te has convertido y al mismo tiempo lamentas no haber consumido suficiente droga para morir en un viaje, le habrías evitado a tu familia la vergüenza de tenerte. Por desgracia eso no es posible, te encuentras literalmente maniatado en una clínica donde no eres libre de ser tú mismo, donde no puedes conseguir droga para embarcarte en un viaje sin regreso y terminar de una vez por todas con lo que iniciaste; de cualquier modo, no tienes la suficiente experiencia como para embarcarte en un viaje así, aún hay miedo en ti cuando te drogas, y ahora también vergüenza.

No tienes otra opción que acatar las indicaciones de los médicos, si quieres tener un poco de libertad tendrás que escuchar la charla del psicólogo, realizar las actividades colectivas y fingir un deseo de cambiar consigues dádivas que te van liberando de aquellas horas de ansiedad en las que habrías matado por un cigarro. En poco tiempo has recuperado la lucidez casi por completo, las

actividades a que eres sometido resultan cada vez más fáciles de realizar y comienzas a mostrar enfado por ello. Ese es un buen indicio de recuperación. No obstante, a ti te parece una pérdida de tiempo, consideras que ese tiempo podrías aprovecharlo para algo de más provecho, tal vez trabajar o hacer algo por tu papá, algo conque agradecer por todo lo que ha hecho por ti. Pensar en algo más que no sea drogarte es también un buen indicio, es parte de tu recuperación y hasta ese momento vas reaccionando favorablemente.

Sin que alguien te lo pida, comienzas a dedicar parte de tu tiempo ayudando a médicos y enfermeros con pacientes en tratamiento. Los donativos y la ayuda que aporta el gobierno no son suficientes para que una clínica de asistencia social atienda a tantos pacientes. Ni la cooperación de familiares que internan a sus pacientes es suficiente para cubrir tantos gastos, considerando además que muchos los abandonan a su suerte y no vuelven por ellos, los dejan morir como animales, como extraños de todos, de ellos mismos, porque así es como terminan. Así conociste a mucha gente, algunos sin el menor rasgo de memoria que los oriente y lleve a buscar algún familiar, otros, como el “Husky” y el “Vidrio” conservando aún un poco de dignidad y sintiéndose ofendidos por estar internados ahí - Si ni era tanto lo que le metía – decían a veces. Como ellos o como tú se escuchaban muchas historias, algunas increíbles, otras cómicas como la tuya, en verdad nadie podía creer cuando les contabas que caíste en ese vicio por mero accidente.

– Jaja, por accidentes caerías, pero por gusto le seguiste, no quieras engañarnos – decían algunos cuando se sentaban a compartir experiencias.

Conversaciones como esa eran el común denominador en esa clínica, lo importante era mantenerse ocupado, de ese modo podían engañar a la mente y olvidar un poco la ansiedad que solía aparecer cuando menos la esperaban.

Es curioso, en lo que al principio creíste, sería un infierno, has hallado un motivo sano para seguir viviendo, si tu padre te viera, se sentiría orgulloso de ti.

Desafortunadamente, él también ha perdido la fe, y el ánimo que le queda es tan poco que apenas tiene tiempo de llegar a casa y ofrecer una oración por ti antes de acostarse. No lo sabes, pero el viejo se está muriendo en vida, comenzó a morir desde el primer momento en que pisaste la cárcel. Nunca lo supo con certeza, quizás sospechaba que eso sería la causa de tu perdición.

Los remordimientos te corroen, el único alivio sano que has encontrado está en la ayuda altruista que ofreces a otros drogadictos, se te olvidó que afuera hay una familia, una vida esperando por ti para seguir viviendo. Piensas en Andrea, no supiste en qué momento se convirtió en la mujer sumisa y abnegada que cambió su vida por dedicarse a ti, si supieras lo que ha tenido que enfrentar para seguir a tu lado no bastarían todas las palabras del mundo para pedirle perdón; sin embargo, ahora envuelto en el manto del arrepentimiento quieres volver para dedicar tu vida a ellos porque se lo merecen, es tiempo de cambiar los momentos de amargura por momentos de alegría y esperanza.

Aún no estás rehabilitado por completo, faltan muchos meses más y otros tratamientos que complementen tu recuperación, pero tu necesidad por salir se hace cada vez más fuerte, casi como la ansiedad que sentías por una dosis de droga, y en un momento de arrebato decides huir.

Con la misma energía conque saliste de la cárcel la primera vez, de igual forma abandonas la clínica queriendo devorarte el mundo. Quieres enderezar el camino y darle a tu vida la oportunidad de ser alguien. No sabes por dónde empezar, a quien recurrir, solo sabes que estás decidido a darle la sorpresa a tu padre. Volverá a sentirse orgulloso de ti y te abrirá las puertas de su corazón para cobijarte como antes, como siempre. Andrea se pondrá feliz al verte, ha esperado tanto ese momento que sin duda apoyará tu decisión de escapar de la clínica.

Nada resulta como lo esperabas, la cara de preocupación de tu padre y la desilusión de Andrea te lo dicen todo, ellos querían que continuaras con tu rehabilitación, saben de los riesgos que corres si abandonas el tratamiento antes

de tiempo, te lo recuerdan una vez más, porque también lo sabias. No dices mucho, esperabas un recibimiento diferente, esperabas que se iluminaran sus rostros al verte y que se sintieran orgullosos por tu regreso. Un sentimiento de coraje invade tu ser y por un momento te hace sentir una necesidad que creíste superada, no le das importancia, haces un esfuerzo por pensar en otra cosa. Les pides perdón por la decisión tan abrupta que has tomado y les prometes, como antes, como siempre, que las cosas van a cambiar, que has superado ese vicio y a partir de ese momento serás un hombre nuevo. Olvidas que tus promesas han perdido credibilidad en los oídos de tu padre, de Andrea y de tanta gente a la que has defraudado. De algún modo se acomodarán las cosas – piensas – y luego te sientas en silencio a lado de ellos.

Lo poco que queda de tu padre se va disolviendo en el corrosivo líquido de la angustia que le causas, se ha hundido en una depresión fatal que le va robando las ganas de seguir adelante, no tiene ya motivos para continuar, ni siquiera la noticia de saberte rehabilitado, como dices, le entusiasma como antes. Solo entonces sientes el poder destructivo de aquel veneno que te arrebató gran parte de tu vida y aniquiló en tu familia la esencia de ser eso, una familia verdadera. Ahora, con tu padre sufriendo los mismos embates de demencia y extravió que tú sufriste a causa de las drogas tan solo por su desesperación – te equivocas – es también la droga la que destruyó la vida de tu padre – Haces una pausa reflexiva y luego te marchas, no puedes quedarte en casa, ya no es tu casa, ya no es la casa de tu padre y tú tampoco te sientes ya parte de la familia.

CAPÍTULO 7

Tratas de colocarte en algún empleo para conseguir dinero, necesitas un lugar para vivir, ropa, comida; en fin, necesitas una nueva vida. Buscas a tus amigos, los de antes, los de la escuela, tal vez alguno pueda ayudarte. Es grande el interés por reintegrarte a la sociedad que no te importa dormir en la banca de algún parque, o comer los desperdicios de alguna fonda mientras encuentra un trabajo decente, no sería la primera vez que lo haces. Consideras incluso que es una buena penitencia por tanto daño que has causado, cualquier humillación es un justo castigo que bien puede soportar la conciencia de un hombre arrepentido.

El tiempo pasa y las cosas no se componen, nadie está dispuesto a arriesgarse contigo, tu condición de drogadicto y tu historial delictivo son una loza muy pesada con la que nadie quiere cargar. Es menos arriesgado darte una palmada en la espalda para felicitarte por tu decisión de cambiar, te obsequian algunas monedas y literalmente te indican por dónde está la salida. También eso es humillante pero no le das importancia, las monedas valen lo mismo. Caminas sin rumbo, hacia la nada, no tienes un lugar a donde llegar y nadie quien te espere, solo te tienes a ti perdido en tu misma ciudad, en las mismas calles que conociste desde siempre, pero ahora sin saber qué rumbo tomar. En realidad, sí hay quien te espere, sí tienes a donde llegar, es tu soberbia la que te cierra los ojos y te impide pensar con humildad, tanto tu padre como Andrea estarían dispuestos a cobijarte y continuar apoyándote para salir adelante.

Sin empleo, sin hogar, por esa necedad tuya de no querer volver a casa hasta que tengas algo que ofrecer; sin embargo, lejos de conseguir algo solo vas encontrando puertas cerradas, desprecios y poco reconocimiento a tu inminente deseo de cambiar. En algún momento de desesperación tu cuerpo se baña con ese sudor frío que te hace sentir que tu alma se desprende de él en busca de algo, algo que te niegas a aceptar, haces un esfuerzo sobre humano para superar esa crisis y continuas en tu búsqueda tratando de hallar algo digno, algo que le dé un respiro a tu vida y te haga sentir que tanto esfuerzo vale la pena.

Los días siguen pasando y se ha convertido en meses de una austeridad casi total, las oportunidades se ven cada vez más lejos. Irónicamente esa búsqueda te va llevando por un camino muy peligroso: las calles vacías y los callejones abandonados, donde muchas veces pasaste las noches y donde tantas veces encontraste el alivio de una dosis. Guaridas de delincuentes y refugio de tantos desafortunados como tú que asoman por la hacer tratando de hallar a alguien quien les resuelva el momento con una moneda o con un cigarrillo. Quieres resistirte, pero la vida es demasiado cruel, mucho más que la prisión. Te cierra todos los frentes dejándote a mitad de la desgracia, con tus anhelos, con tus miedos; con todo lo que tienes que en suma resulta nada para una sociedad que no da tregua, que juzga, que condena, que convierte en villano a todo aquel que ha pisado el lado oscuro. Cada falta es un reproche potencializado al grado de no merecer la exoneración, no hay oportunidad para alguien como tú, si quieres comer, si quieres ganar dinero tendrás que recurrir a tu antiguo oficio, no quieres hacerlo, pero el hambre te recuerda los reproches de la gente que se empeña en negarte la oportunidad de cambiar.

En contraste con tu ánimo por no poder resistir más el hambre y las humillaciones, a tus amigos les alegra tenerte de regreso, necesitan droga, los líderes necesitan un mensajero confiable y tú necesitas trabajar. Es el triángulo perfecto para complementar una alianza en la que todos dependen de todos, en la que el instinto es más importante que el raciocinio, y la necesidad de drogarse se impone ante cualquier prioridad. Te sientes incómodo, pero en poco tiempo te habrás acostumbrado nuevamente. Los sentimientos de culpa no tienen cabida en un lugar donde no existen los sentimientos, y cuando llega a tu mente la idea de sentirte culpable, solo tienes que recordar que la sociedad te cerró las puertas, prescindieron de ti como algo obsoleto, y esa es una humillación más que justifica tu actitud.

Son muchos los intentos por mantener tu cuerpo alejado de las drogas, no tienes ansiedad o al menos no te domina como antes, esa etapa la superaste en el hospital, aunque a veces, cuando las cosas no salen como esperas o algún cliente no paga a tiempo, ese sudor frío vuelve a cubrir tu cuerpo y te recuerda una vez

más que existe algo conque controlarlo. Limpias tu frente con el antebrazo, haces algún gesto extraño y tratas de continuar con tu trabajo. Has sobrevivido varios meses limpio y deseas continuar así.

A veces, cuando ves a tus amigos drogándose recuerdas el tiempo en que la consumías, vuelve a rondar ese gusanito de la ansiedad por la droga y la muerte silenciosa que estuvo a punto de sorprenderte te observa desde lejos. Fueron momentos de debilidad que nunca volverán porque ahora estas seguro de ti mismo, te sientes capaz de dominar ese vicio, y con esa seguridad rechazas una y otra vez a todos los que te la ofrecen.

Mantenerte ocupado es una buena terapia para ahogar un deseo que, si bien no existe en ti, se encuentra a la vuelta de la esquina acechándote, esperando un descuido tuyo para absorberte como lo hace con todos. Por el momento estas seguro, prefieres ocupar tu tiempo en conocer clientes nuevos, aprender rutas de escape por si la policía anda cerca, a volverte invisible en medio del tumulto urbano que de por si te ignora.

Tu peculiar habilidad, que por cierto le debes al Paisa, para relacionarte fácilmente con gente nueva en el negocio, igualmente con los viejos conocedores y dueños de las zonas más comerciales te colocan a en una mejor posición por encima de otros mensajeros cuya antigüedad es mayor. Hay muchas organizaciones que requieren tus servicios, pero a ti no te interesa, estas a gusto donde estas, no se puede jugar con algo como eso, pues tu vida es el precio por una traición. Recorres la ciudad de norte a sur, de este a oeste repartiendo droga de todas clases. De todas clases son también tus clientes, y son tantos que te das el lujo de clasificarlos, te quedas con los que más consumen, con los que siempre pagan sin importar el costo, a los novatos les dejas los demás, así empezaste tú, así empiezan todos.

Te sientes como agente de ventas en un negocio cualquiera, as clientes, levantas pedidos, cobras y gastas dinero como cualquier empleado en su trabajo.

Las comodidades que te brinda el puesto te dan la oportunidad de regresar a casa, quieres compartir con tu padre y con Andrea una vida mejor, sin preocupaciones económicas, con las comodidades propias de un hombre adinerado, como te sientes. Tu padre no acepta, rechaza cualquier ayuda que tenga que ver con ese sucio negocio. Andrea tampoco acepta, pero te ama, su posición es más difícil que la de tu padre, ella no quiere estar sin ti, aunque tampoco quiere ser la mujer de un delincuente, se encuentra en un dilema hasta que tú le ofreces cambiar; sí, le prometes que esa vida no será eterna, que solo necesitas juntar para la casa, para los muebles, para asegurar una vida digna, cuando lo hayas conseguido dejarás todo, pondrán un negocio y tal vez compren un rancho en provincia para retirarse a descansar. Son muchas las promesas, pero es más la fe, ella no está convencida de lo que le dices, aun así, está dispuesta a arriesgarse.

Es un grave error confiar en un ex convicto que vuelve a las andadas, no se puede confiar en alguien que sigue en el mismo negocio; peor aún, no se puede confiar en un mensajero cuya única prioridad es cumplir con la entrega. Ambos pensaron que sería fácil lidiar con eso, pero no es así, había que vivirlo de cerca para darse cuenta que es una bomba de tiempo que puede explotar en cualquier momento. La presencia de Andrea encendió las alarmas y vino a complicar las cosas, por un lado, los clientes no quieren comprar si hay testigos y por otro lado ella trata de hacerte ver el peligro al que estas expuesto en todo momento. Los conflictos comienzan a hacerse presentes, la presión no es buena para ninguno de los dos, pero nadie quiere ceder. Verdaderamente estas en un peligro y Andrea no piensa ignorar esa situación. Intentas hacer caso omiso a los reclamos con la misma frialdad fingida con que pretendes mirar las consecuencias de tu devastador empleo. Todo eso junto comienza a hacer mella en tu carácter que también se revela. ¿Perteneces o no perteneces?, esa es la pregunta inteligente. No se puede ser parte a medias de una forma de vida. No se puede pretender ser un empleado ejemplar en un empleo donde el trabajo consiste en envenenar gente. Andrea te reprocha, tú mismo no lo aceptas, y eso te lleva a un delirio y una angustia que solo puede ser controlada con una dosis de droga, no quieres hacerlo, pero es la única salida.

Resististe por mucho tiempo, tantas veces tuviste la oportunidad y la habías

desechado, creíste erróneamente que no volverías a necesitar de ella nunca más, que sería fácil superar tus problemas sin necesidad de ingerir absolutamente nada, ahora la ansiedad se ha hecho más fuerte y ese sudor frío que cubre tu cuerpo y no te deja ser tú mismo te acorralan en un callejón sin salida. Estas a punto de cruzar la línea que puede llevarte a la destrucción total.

Es evidente que te encuentras bajo el efecto de un mecanismo de ansiedad que no sabes cómo detener. Tu convicción reducida a una duda, parece apenas como un tenue velo en la delgada línea de tu existencia. Es fuerte tu apego a la idea de mantenerte inquebrantable ante la droga, pero es más fuerte la ansiedad… y caes… un cigarrillo vuelve a ser la causa de tu derrota. Solo uno – piensas – pero al terminarlo te das cuenta que no es suficiente y fumas otro, y luego otro; no tienes que esperar mucho antes de que alguien, feliz de verte de vuelta “a lo tuyo”, te ofrezca una línea con polvo de primera, del que tu vendes. Caes al piso en la expresión perfecta de un hombre doblegado ante sus propias debilidades, ante sí mismo.

Ausente de ti, casi con el alma fuera de tu cuerpo, te descubres encerrado en una habitación oscura; tardas en darte cuenta que se trata de un viaje, un viaje que habrá de llevarte a los rincones más obscuros de ti mismo, donde se encuentra tu verdadera identidad, los instintos que has mantenido atados durante tanto tiempo hoy se liberan para destruirte. No existe nada más aterrador que los temores propios, los miedos ocultos que en cualquier momento pueden hacerte pedazos. Tratas de huir, pero es inútil, es como huir de ti mismo. Continúas corriendo en medio de esa oscuridad queriendo ponerte a salvo, a salvo de ti. Tu último pensamiento cuerdo era el temor por caer de nuevo en las garras de las drogas, ese es quizás el fantasma del que huyes en ese viaje.

Junto con tus anhelos por volver a casa y abrazar a Andrea está tu frágil voluntad que se deja alcanzar por aquel veneno, sabes que es malo y eso vuelve más escalofriante el viaje que ha desnudado tu alma y puesto a merced de ti mismo tu propia vida. Como si fueran dos seres distintos miras tu cuerpo tendido en el piso a punto de ser victimado por una fuerza superior que no viene de ti, aunque

manipula tu voluntad, controla tus pensamientos y te hará atentar contra tu propio ser en el momento que lo decida. Jamás habías visto tan explícita la muerte causada por tu propia mano. Es demasiado confuso y en la ansiedad caes en un sueño profundo que te pondrá a salvo de esa pesadilla.

Despiertas en una calle desolada, con el alma hueca y un sentimiento de culpa casi tan fuerte como el dolor de cabeza. Caíste – te repites una y otra vez – caíste y ahora eres una vez más el drogadicto del que Andrea se había olvidado, vuelves a ser el fracaso en persona y a tener esos sentimientos de culpa que habrán de arrastrarte lentamente al infierno que una vez dejaste. Alguien debe ser culpable – piensas – La idea de hallar un responsable es una buena terapia para ponerte de pie y encaminarte rumbo a casa, ya pensarás en algo mejor.

Entras a la casa con la cabeza gacha, el alma tan herida como tu cuerpo por los efectos de la droga. Ahí está ella, Andrea, esperando, queriendo descubrir en ti un rasgo de inocencia, algo que le dé la posibilidad de compadecerte. Decepcionada, te mira con un sentimiento no de odio, no de coraje, es algo más intenso, un sentimiento de lástima que te hace sentir peor de lo que ya te sientes. Ambos saben que es el principio de una nueva agonía, un nuevo calvario que tal vez signifique el fin. No repara en decirte una sola palabra, ¿para qué?, nada te hará cambiar. Tal vez si regresas al hospital para terminar con tu rehabilitación, pero eso ni tú mismo te lo crees, no tienes ganas, no tienes valor para hacerlo.

Los reproches ahora son de ella y para ella, no puede perdonarse que la hayas arrastrado contigo al fondo de un infierno que jamás debió conocer. No quiere rendirse, de hacerlo, adónde quedaría el sentimiento, el esfuerzo que hizo para desafiar a su familia e irse contigo. Apostó todo por ti, y ahora está a punto de descubrir que no valió la pena, solo es cuestión de tiempo.

La realidad de ese momento, vista ahora desde el punto de vista de ser culpable te hace recordar el reciente viaje, la misma angustia, la misma ansiedad y la misma incertidumbre que te ponen al borde de un abismo al que puedes caer si

tomas una mala decisión. Es increíble, pero en medio de todo te sientes como un niño incapaz de tomar una decisión. Ya antes lo habías sentido, pero no lo recuerdas. Ese es el primer paso que habrá de llevarte a la perdición total; primero el miedo, luego la indecisión y por último la voluntad resignada que habrá de someterte a los estragos de ese maldito vicio. Intentarás resistirte, luego querrás justificarte buscando culpables como pensaste hacerlo ahora. Será un buen pretexto cobijarte con la injusticia que cometió la sociedad; ellos serán los culpables por hacerte pagar un crimen que no cometiste, culpables también por negarte la oportunidad de reivindicarte, por arrojarte sin piedad a las garras de un vicio que envenenó tu alma y que te está matando poco a poco. Tú eres inocente, los culpables son ellos.

La mirada de Andrea y el sentimiento de culpa por haberte drogado son suficiente castigo por la acción, así lo consideras. Aunque extraviar el dinero de la droga que repartiste el día anterior te inquieta, no es tanto como para robarte el sueño; quieres dormir por muchas horas, tantas como sea posible, hasta olvidar todas tus culpas, hasta convencerte que aquel día nunca existió. Mañana será uno nuevo, todo estará más tranquilo, más relajado para retomar el camino. Es una buena ilusión, por desgracia carece de voluntad, es apenas eso, una ilusión que se quedará en palabras porque tus amigos ya te esperan, ellos saben que has vuelto a drogarte y ahora no hay pretexto para negar otra dosis. En otras circunstancias lo habrías manejado mejor, pero ahora solo basta con la primera dosis para seguir hasta perder el control, tienes miedo de ti mismo y no es para menos, tus intenciones son buenas, pero la voluntad te traiciona, tus actos se condicionan a un estado mental que ya no controlas.

Debes drogarte como lo hacen todos, eso ya no lo puedes evitar, así que intentas sacar provecho; siempre es más fácil venderle a los que están drogados, ellos no regatean ni escatiman la dosis. Aumentarás las ganancias, podrás comprarle un regalo a Andrea, y posiblemente te retires antes de lo previsto. Suena bonito, desafortunadamente eso también es una ilusión. A partir de ahora será la droga la que tome las decisiones, será tu jefe el que ponga el precio de tu trabajo, y será la ansiedad la que te doblegue para obedecer sin replicar. Volverás a la vida de excesos para vivirla al mismo tiempo que tu muerte.

CAPÍTULO 8

Como cambiar la hoja de un libro, así cambió tu vida. En un instante el libreto de la novela de superación que protagonizabas se convirtió en un drama deprimente, enriquecido con tus sentimientos de culpa y justificado por la saña encarnizada con que la sociedad te negó la oportunidad de ser un hombre nuevo. ¡Ellos son los culpables!, tú tan solo eres una víctima, víctima de las drogas, de la sociedad, de ti mismo. No existe sobre la faz de la tierra una sola razón que te haga cambiar; tu nueva actitud de venganza, de reto contra el mundo ha contaminado tu alma. Has olvidado las cosas sensibles que te mantenían del otro lado de la vida; asumes que la presencia de Andrea en tu vida es por obligación suya y no por amor a ti, que la dignidad es un estorbo que obstruye el crecimiento, y que la única verdad existente es que nadie está de tu lado.

Esa actitud te ha llevado a olvidarte de las cosas importantes, de tu devoción por Andrea, de tu lucha por lograr un lugar en la vida que motive el orgullo de tu padre, ahora hasta de él te has olvidado. Ya no piensas en él, ya no te preocupa lo que le pase, esto fue apenas un tropiezo, un hallazgo accidental en el sótano de tus recuerdos mientras te deshacías de los malos recuerdos. En tu descaro conviertes todo eso que alguna vez te dio un lugar importante en el núcleo de una familia en estorbo para ti; esos recuerdos no te sirven a dónde vas, y los desechas. Te conviertes en ermitaño de tu propia vida donde solo existes tú. Recorres la ciudad llevando droga a quien te la solicita, te pierdes en la inmensidad de esa urbe y en el diminuto tamaño de una dosis que bloquea tu mente y te hace perder la noción de la vida, olvidas momentos importantes como regresar a casa por las tardes porque una mujer te espera. Ya todo es diferente – piensas – pero ignoras que el único diferente eres tú, que las cosas podrían cambiar si lo quisieras, desafortunadamente no quieres. Prefieres continuar con esa vida de tormentos a cambio de unos segundos de placer.

Es un buen intento buscar placer en las miserias de la desgracia. Enorgullecerte por ser el mensajero más efectivo es un incentivo suficiente para premiarte con

una dosis, o disfrutar con el sufrimiento de los que suplican por un cigarro cuando menos porque no tienen dinero para saciar su ansiedad, eso también motiva un corazón que ya no late, que vive por la inercia de una dosis y muere con la ansiedad de la misma, cobijado con algún trozo de cartón en un basurero, o la ilusión de soñar con una vida de comodidades mientras pasas la noche temblando de frío en la banca de un parque. Esa es la verdadera imagen que proyectas, lástima, abandono, repugnancia por la vida cuando tú crees que vives, pero no es así, mueres en cada segundo sin darte cuenta porque siempre estas bajo la influencia de la droga, ahora ya no hay horario, la consumes cuando la necesitas, y cada vez la necesitas más. La ansiedad por ese veneno te ha llevado a perpetuar un sin número de delitos, invariablemente son también constantes tus visitas a la cárcel donde sufres las golpizas de un verdugo que volvió a descargar su odio contra ti desde el día que saliste del reclusorio, eso no lo decidías tú, tuviste que avisarle para contar con su aprobación.

Con el cuerpo tan mutilado como pocas veces, solo te queda soñar, imaginar tras las rejas de aquella cárcel el ideal de un mundo para ti, sin problemas, sin decadencias, sin el Negro. Es posible que el mundo fuera distinto sin la existencia de aquel villano que disfruta torturándote, como si solo hubiera nacido para eso. ¡Qué diferente sería el mundo sin él! – piensas – y le das la espalda a la reja para alejarte de ella, para internarte por enésima vez en el fango de la vida en la expresión perfecta de un hombre derrotado. Alguien se acordará de ti y pagará la multa, mientras lo hacen, ocupas tu tiempo escondiéndote del Negro, sufriendo la ansiedad de un vicio que no te abandona. Ese es el castigo de tus jefes, semanas de abstinencia para hacer de ti un mensajero útil y luego devolverte a las calles a continuar con tu trabajo. Eres una marioneta de la organización. Los iras y adulas cuando te dan droga, y los maldices cuando te olvidan en prisión. Los fríos pasillos de aquella cárcel son los únicos testigos del sufrimiento desmedido y de las ganas inmensas que sientes de morir.

Como lo has hecho en muchas ocasiones cuando no puedes superar tu propia verdad y no eres capaz de aceptar en lo que te has convertido, das la vuelta a la hoja y huyes. Prefieres pensar en algo más práctico, como la manera en que harás para librarte del Negro ese día, o en buscar una forma para comunicarte con tus jefes y puedan sacarte de ahí. Cualquier salida es buena con tal de evitar

una depresión mayor que en nada te beneficia.

Es difícil superar la soledad sin el apoyo de una dosis o sin la compañía de algún amigo con quien compartir las penas. Desde que el Paisa salió de la cárcel no volviste a confiar en nadie más, todos son aliados del Negro, todos están en contra tuya. Prefieres ocultarte entre las sombras o en los rincones más ocultos para mantenerte lejos de él. No sabes porque vives si no tienes una razón, pero tampoco quieres morir a manos de un criminal como el Negro, a pesar de ser lo que eres, mereces una muerte más digna.

En efecto, una vez más lograste escapar de las garras del Negro. Andrea volvió a liberarte, la excusa de que te atraparon por equivocación no la convenció; aun así, hizo un esfuerzo sobrehumano para no dejarte olvidado en prisión. Ya no tiene esperanza de que cambies, pero al igual que tú, piensa que mereces una muerte más digna. Quiso darte la libertad para que seas tú el que escoja el camino, el que decida en qué momento y de qué forma morir. Ambos ignoran que ya estás muerto, que de ti solo queda el recuerdo amargo en la memoria de Andrea, un recuerdo que se resiste a partir, que se mantiene persistente atrayéndolos una y otra vez. Ni siquiera ustedes saben la razón por la que siguen juntos, tú ya no piensas en ella; y en tus condiciones, es imposible que ella sienta algún tipo de afecto por ti. Parece más la actitud de una madre cuidando las travesuras de su hijo, o el sentimiento de lástima que puede sentirse por cualquier mendigo; y tú, más que hijo pareces un pillo vividor que abusa de un cariño inmerecido que no va a durar mucho, lo sabes, por eso en ocasiones intentas reflexionar y tratas de valorar lo poco que te queda.

Es difícil entender tu actitud cuando estás drogado, más aún resulta imposible convivir así. El cariño que Andrea sentía por ti terminó por extinguirse entre tantas decepciones que le causaste. Con todo y eso no se da por vencida, continúa luchando por sacarte de ese vicio, por eso las discusiones, los reclamos, la incansable frase de todos los días: – deja las drogas, te están matando – Cuando sus reclamos te hartan, abandonas todo, te ausentas de la casa a esperar que pase el enojo, a esperar que pase la vida y muchas veces regresas sin

recordar cual fue el motivo de tu ausencia.

Tres días sin llegar a casa son insignificantes para ti, tanto como lo son para algunos de tus compañeros viajantes que ya no miden el tiempo por horas, lo hacen por el placer que produce la droga, por la ansiedad que deja su ausencia, por el hambre que rara vez sienten después de varios días de no probar bocado. Lo único lúcido en ti es la visión nítida e intacta de tus compañeros, vueltos menos que nada, un montón de fracasos envueltos en cuerpos sin vida que deambulan por las calles con la única ilusión de conseguir una dosis, un cigarrillo que sea capaz de calmar la ansiedad; y en momentos como esos en que puedes mirar los estragos que no ves en tu propio cuerpo, decides votarlo todo y refugiarte en la ternura inviolable de Andrea. A veces estás a punto de lograrlo, pasas semanas lejos de las drogas, trabajando en casa, apoyando con las labores que puedes hacer, incluso parece que puedes controlar la ansiedad. Y cuando parece que lo has logrado, aparecen ellos, los jefes de la banda – se acabaron las vacaciones dice alguno – es hora de volver a la vida. No puedes negarte, les perteneces. Cuando intentas hacerlo entran por ti y ponen de cabeza la casa hasta llevarte con ellos; ellos mismos te ponen la dosis que negaste por mucho tiempo para ponerte a tono, cuando reaccionas no te dan tiempo de sentir la resaca y te festejan con otra dosis; después todo es más fácil, adoptas tu papel de siempre y vuelves a las calles para continuar con tu vida.

Los excesos se convierten en la rutina del día, a pesar de las exigencias de los jefes por aumentar las ventas, tienes tiempo para disfrutar con tus amigos. Drogarse ya no es suficiente, y empiezas a descubrir el placer de robar como lo hacen ellos, a veces por necesidad y otras tan solo porque te gustó la prenda de alguna de tus víctimas. Poco a poco tu carácter se va curtiendo con la forma de vida que llevas, con la imagen que según tus jefes debes reflejar a los clientes. La violencia ya no es una desgracia ahora es una actitud que te identifica y además te da personalidad.

Y mientras en casa, Andrea se la pasa sufriendo la soledad de la vida, extrañando la ausencia de un hombre que ya no existe. De aquel hombre noble y tímido que

le robó el corazón ya solo queda el esqueleto y algún sueño frustrado que se hace presente en momentos de ansiedad, como el resultado de un viaje que pone a flor de piel una identidad oculta. Aquella ternura fue sustituida por agresión y violencia, las caricias se convirtieron en golpes y las palabras de ternura en amenazas que hieren más que los mismos golpes. Ya no hay un hogar, ahora es guarida de drogadictos que huyen de la justicia, el espacio de las cuatro habitaciones por las que normalmente camina se reduce al incomodo refugio de un closet mientras pasa el efecto de la droga o hasta que todos se han marchado. Antes había una disculpa, ahora es una orden para limpiar el tiradero y preparar comida para cuando vuelvan, si es que vuelven.

Afortunadamente para Andrea, ese calvario terminará pronto. Tú y todos tus amigos han sido fichados por la justicia, en breve serán detenidos y condenados por sus delitos. La protección de los oficiales que resguardan esas calles perdió autoridad por el descaro con que se comportaban todos; antes, esperaban la noche para actuar, bastaba con dar su respectiva comisión a los patrulleros en turno y después eran dueños de la colonia entera. La desfachatez en su comportamiento ha encendido las alarmas, se han convertido en un problema que no puede ocultarse más y ha llegado a los oídos del alcalde la noticia de una banda de drogadictos que opera en cierto lugar. Es preciso actuar con todo el peso de la ley, ordena entonces al departamento de policías que de inmediato resuelvan ese problema.

A ti no te mortifica el hecho de volver a la cárcel, creo que a ninguno de tus amigos les preocupa, lo único grave de eso es que vuelvas a encontrarte con el Negro, hasta ahora no existe sobre la faz de la tierra una persona que te intimide tanto como él. Los golpes duelen más si te los da él, sus amenazas son las únicas que te trauman y te dejan días enteros sin poder pensar en otra cosa que no sea en él. A veces piensas que la vida en prisión sería perfecta sin la existencia de un tipo tan despreciable como es el Negro. Si no existiera, posiblemente ese sería el lugar más seguro para ti, para escapar de tus amigos, de tu familia, de ti mismo porque estando fuera no eres ya capaz de controlar tus actos; tú mismo te sorprendes de lo que en ocasiones haces por la ansiedad y por el delirio de la droga. En esos momentos en que la ira te ciega te hace pensar en cosas tan descabelladas como la de matarlo. Nunca has matado a nadie, tu demencia tiene

un límite y lo has sabido respetar por encima de tu necesidad de existir sin el Negro y esa absurda ansiedad de sentirte superior. El Negro debe morir – te dices convencido – no sabes si a manos tuyas o de alguien más, pero debe morir.

Pensamientos como ese ocupan tu mente siempre que estas cerca de caer en prisión, es algo así como una premonición que te va preparando para el momento en que los oficiales decidan cargar contigo y con todos tus cómplices; siempre sucede, los van rolando para que todos visiten la cárcel, para que los vecinos de aquellas calles descansen de ustedes por algunos días. Todos han caído en lo mismo, es un círculo vicioso que enriquece a los policías, y a ustedes los deja trabajar en lo que mejor saben hacer. Pronto visitarás la cárcel, ese momento está cada vez más cerca.

No pasa mucho tiempo antes que ese presentimiento se haga realidad, la agitación de aquella tarde fue la entrada perfecta para el gran banquete que la justicia se dará por la noche. Una redada por varias cuadras con agentes de todas las corporaciones convierte la colonia en un campo de batalla. Personas resguardándose en sus casas, pandilleros corriendo en todas direcciones tratando de ocultarse de los oficiales. En dos horas hicieron una limpia completa por las calles de la colonia. Muchos de esos pandilleros fueron detenidos y puestos a disposición de las autoridades para ponerlos tras las rejas. Los que lograron escapar se encuentran lejos de aquellas calles y pasará mucho tiempo antes de que regresen. A los menos afortunados les espera una buena temporada en el reclusorio, esta vez, por indicación del alcalde, el castigo debe ser ejemplar.

CAPÍTULO 9

Horas después de la redada, cuando el efecto de la droga ha disminuido, comienzan a recobrar la lucidez y se van descubriendo en los separos, aturdidos, fatigados y comenzando a sentir el dolor de la golpiza que les propinaron los efectivos. Algunos tratan de justificar su inocencia argumentando que solo pasaban por ahí cuando la redada, otros preguntan por sus pertenencias y a ti solo te preocupa saber si los van a trasladar al reclusorio. No te preocupa una condena larga, te preocupa saber que en el reclusorio se encuentra tu peor enemigo, tal vez en esta ocasión logre matarte. El miedo es el primer verdugo en hacerse presente, después comienzas a analizar la situación y te das cuenta que en esta ocasión no te encuentras solo, muchos de tus amigos te acompañan y entonces comienzas a planear una estrategia para acabar con él. Uno de los dos va a morir y no quieres ser tú.

Llegas hasta el patio decidido a hacerte con su vida o que él tome la tuya, nunca más sentirás miedo de él. Antes de ejecutar tu plan tratas de ubicar al Paisa, él puede darte pormenores confiables de la ubicación del Negro o de algún cambio que haya sucedido en tu ausencia. La primera sorpresa del momento es enterarte que el Paisa ha abandonado el reclusorio, alguna razón importante lo motivo a salir de ahí o tal vez el Maestro mandó por él… el Maestro… hacía mucho que no pensabas en él, tal vez ya esté muerto – piensas – y continuas con tu plan de inicio. Tus amigos se colocan en puntos estratégicos como les indicaste a la espera de actuar si es necesario. Llegas hasta su celda creyendo erróneamente que ahí lo encontrarías. El lugar está vacío, prácticamente abandonado, nada de lo que vez ahí corresponde con lo que era la guarida del Negro. Algo ocurrió en tu ausencia que las cosas ya no están como antes, probablemente alguien se te adelanto y lo eliminó por ti. Eso sería una extraordinaria noticia, una noticia que debes comprobar antes de celebrar.

– Ya no existe – comenta un custodio que pasaba haciendo su ronda. – El Negro está muerto, lo mató alguien más, alguien que si tuvo las agallas para hacerlo.

Ahora la cárcel pertenece a un desconocido.

Los planes han cambiado le dices a tus amigos, ahora es preciso saber quién es el nuevo jefe, pues de ello depende aprovechar las oportunidades. Es el momento de mejorar las condiciones y ponerse al servicio del nuevo líder. Es lo que todos hacen, ponerse a disposición de una nueva organización para acatar nuevas órdenes, para mejorar la posición de antes. Y así será hasta que llegue alguien más poderoso a eliminarlo.

No pasa mucho tiempo antes de que alguno de los reos que ya te conoce te informe acerca del nuevo líder, es igual que todos, tendió su red a lo largo y ancho del reclusorio y se ha hecho “dueño” de todo lo que ahí existe, incluyendo algunos custodios, cuyas opciones de elegir son también limitadas. La cacería está enfocada en los hombres del Negro, pretende borrar cualquier vestigio del antiguo líder para no correr riesgos, todos lo hacen. Tú estarías en la lista de no ser por el trato que recibiste durante tanto tiempo, el hecho de convertirte en mensajero del Negro fue entendido como un convenio para evitar que te acecinara. Sí, el nuevo líder tiene información de los nuevos reclusos, sabe quién es nuevo y quien reincidente en aquel lugar; tu historia es del dominio común ahí dentro. Por el momento tu vida no corre peligro con el nuevo líder.

El Rengo, como se hace llamar el nuevo líder, no tiene empacho en contratar tus servicios, te ha observado por algún tiempo, ha notado que todos te conocen y que tienes influencia en muchos de ellos, sabe que sienten por ti cierto respeto, nadie soportó tantas palizas del Negro como lo hiciste tú; mejor aún, nadie ha mostrado los modales y la forma tan sutil de manejarse entre tantos delincuentes, a excepción del Paisa, quien fuera tu mentor en esos asuntos.

La habilidad que tienes para manipular a los reos comienza a rendir frutos rápidamente, la mercancía del Rengo se distribuye sin contratiempos gracias a tus habilidades. La retribución por tu trabajo es también sustanciosa y en poco tiempo vuelves a ocupar un cargo distinguido en l organización, tienes a

muchas cosas de las que solo pueden disfrutar algunos de los más cercanos al Rengo; en esta ocasión, hasta una celda privada te han proporcionado. Ahora que el Negro ya no está, cambia por completo tu percepción de esa cárcel, ves en el interior de aquella fortaleza un refugio en el que puedes huir del azoro de una ciudad que te persigue como perro rabioso. No eres bienvenido a la tranquilidad de una tarde lluviosa, al silencio de una noche llena de estrellas; eres, en medio de todos, la compañía menos deseable, el pecado de una sociedad discriminadora que no da espacios a personas como tú. Es en la cárcel, vacía de tu verdugo, donde puedes olvidarte del delirio de persecución que te acosa cuando estas libre. Irónicamente, ahora que el Negro ha muerto, te sientes más seguro en prisión, eso relaja tu carácter, te vuelve pasivo, susceptible y presto para reflexionar o simplemente para platicar con alguno de tus compañeros cuando tienes tiempo.

– ¿Por qué te apresaron esta vez? – pregunta uno de tus nuevos compañeros mientras esperan la oscuridad para repartir la droga.

– Casi nada, nos tocó una redada en la colonia, ya nos habían puesto el ojo. Algunos de mis cuates se pelaron, pero a la mayoría nos tocó bailar las calmadas, a mí me agarraron al final del viaje y ya no tuve fuerzas para escapar, así que me guardaron otra vez.

– ¿Y no tienes familia para que vengan por ti?

– Mi vieja es la única que me visita, me trae de comer y a veces junta para la fianza. No sé ni porqué sigue conmigo, tal vez me tiene lastima, o quién sabe. Se llama Andrea. Ella es lo único que me queda de cuando era decente... mi Andrea... ni modo, seguirá conmigo hasta que se harte.

Tu indiferencia por lo que ha sucedido contigo te llevó a una soledad aterradora

que arrastro también a Andrea; cada vez con menos fuerza para seguir, cada vez más sola. Siempre te lo dijo, pero tus oídos fueron sordos a sus palabras; desde que volviste a drogarte, nunca hubo tiempo para ella, solo para tus clientes y para drogarte. Dentro o fuera de la cárcel ya no hay diferencia, siempre eres el mismo. Apenas sales y ya te esperan tus amigos para pedirte droga, a veces les ayudas consiguiendo polvo o lo que sea con alguno de tus os, otras veces te aíslas buscando olvidarte de todo. Te aferras a Andrea y haces intentos por cambiar; sin embargo, nunca dura, siempre caes, siempre hay una razón para volver y un delito para encarcelarte.

Esta vez te dieron dos años; pero ese no es el problema, el problema es tu actitud, ya no te importa ser detenido, tu cinismo ante esas cosas es tal, que has llegado a sentirte orgulloso por tantas veces que has reincidido. Eres dueño de ese récord y de muchos otros. Ser delincuente ya no es un accidente, ahora es un hábito, una forma de vida con la que te sientes cómodo. Andrea no está dispuesta a soportarlo, ya no, menos ahora que se ha enterado que espera un hijo tuyo, tiene que hacer algo, ha perdido el apoyo de su familia y contigo ya no puede contar. En una de sus visitas te confiesa entonces de su antiguo pretendiente, el tipo calvo que tiene su negocio en la central de abastos. Es un poco mayor, pero le ha ofrecido un hogar y un apellido para el bebé. Así te lo dice esperando una respuesta que apruebe su proceder o un milagro en el que pueda escuchar que cambiaras por tu hijo. Tú no sabes que decir, no esperabas una confesión así. Inclinas la cabeza como si buscaras algo, una respuesta que penda tal vez de tu solapa; pero no la encuentras, eso te obliga a pensar, ¿pensar qué? no hay nada que pensar, es mejor renunciar. Ella, aunque no te exige necesita apoyo, protección, alguien que le de la seguridad que tú jamás le darás. Aún espera una respuesta, no hay una, tu silencio es la respuesta, no apruebas su decisión, pero tampoco estas en condiciones de ofrecerle algo mejor. Te consuelas pensando que tal vez él sabrá cuidarla mejor que tú, y que a tu hijo le dará el hogar que tú nunca podrás darle. Te observa triste y un poco apenada, ha notado que a pesar de todo aún tienes sentimientos por eso no quiere herirte más.

– Ojalá salgas pronto – dice mientras se levanta.

– ¿Me dejarás conocer a mi hijo cuando nazca? – preguntas como un grito de desesperación. Ella, con una sonrisa bañada en lágrimas asiente con la cabeza y después se marcha.

Lo traerá, estás seguro. Esperarás en prisión hasta que Andrea te lleve a conocer a tu hijo, es lo más digno que puedes hacer por el momento, esperar. La mejor medicina para la espera es mantenerte relajado, sobre todo después de una confesión como la que acabas de recibir, has estado muy tenso y una dosis te ayudará a conseguir la calma, por desgracia no tienes el polvo mágico que alivia tus penas; buscas entonces detrás de tu cama los cigarrillos que tienes ocultos y te dispones para un viaje más. Es tan grande tu deseo por conocer a tu hijo que eres capaz de manipular el viaje para ver solo lo que deseas ver: a tu hijo, la única razón de vida que te queda y por eso esperarás pasivo en la cárcel hasta que lo conozcas. Pensaste disminuir la dosis de droga para estar consciente cuando Andrea te lo lleve a conocer; pero eso será después, ahora solo quieres disfrutar de un viaje que te vuelva a la tranquilidad que extrañas.

Una ilusión te mantiene en pie, conocer a tu hijo es la única razón por la que has hecho a un lado esa vida de excesos y desenfreno que te va consumiendo en vida. De no ser por él a estas alturas ya no serías capaz de soportar un día sin droga, la resaca y la ansiedad al regreso de cada viaje se convirtieron en un reto casi imposible de superar, sin embargo, lo estás consiguiendo, has logrado avances importantes, llegaste incluso a pensar en dejarlo todo y comenzar de nuevo con tu fuerza de voluntad como única arma.

Tu reservada actitud para llevar a cabo tus tareas de mensajero complica ese propósito tuyo de resistirte a la dosis diaria; no obstante, el esfuerzo que haces por mantenerte firme a tu decisión de cambiar aún se mantiene firme, te sientes en un peligro inminente, como una basura ligera que está a las márgenes de un río, cualquier cambio en la corriente del viento la pondrá de nuevo en el agua para sufrir los embates de aquel río. Esa es tu posición, una delgada línea que te separa de la violencia, del éxtasis; de todos aquellos excesos que después de un tiempo consideras placenteros. Mientras los reos te exigen droga, tú te exiges

cambiar, renovar no solo de cuerpo sino también de alma, ponerte en el camino de un hombre ejemplar que espera con ansia la llegada de su hijo.

Es difícil resistirse, no se puede caminar sobre llamas sin quemarse, no se puede pretender abandonar un vicio como ese con la única voluntad. Siempre existe el riesgo de caer. La única forma de ser un hombre ejemplar es llevar una vida ejemplar, y eso es lo único que no sabes hacer. Todo a tu alrededor está rodeado de maldad, como una maldición que te persigue, que te acorrala y te pone siempre donde te necesita. En medio del fango, ese es tu lugar, con una buena cara para entregarle cuentas a tu jefe, y una pesada expresión a la hora de repartir la droga, solo así has podido mantener el control entre tantos drogadictos que constantemente se revelan; y cuando eso sucede tienes que olvidar tus buenas intenciones, a un lado se quedan los deseos de cambiar, los sueños de crear un mundo especial para tu hijo, en esos momentos la única realidad está en tus puños para defenderte, y en los gramos de droga que tengas para controlar a los rebeldes.

Cada paso ganado en tus intenciones por cambiar, son dos pasos de retroceso en tus acciones. Lejos de regenerarte, sigues hundiéndote siguiendo la ruta de una luz sublime que no es precisamente la gloria, es en realidad la luz alucinante de una dosis que habrá de embarcarte en un viaje más para confundir tus deseos con tus instintos, para matar por enésima vez una ilusión que trata de reconstruirse con la esperanza de un hijo. Y ves en ese viaje tu vida hecha pedazos, como un rompecabezas antes de armarse, sabes que puedes hacerlo, que puedes levantar tus despojos y reconstruir tu vida, pero la confusión te va quitando las ganas y dejas que en ese viaje se escape un pedazo más de tu vida, ¡ya habrá a quien culpar después! – piensas – y vuelves a la realidad de tu viaje en busca de un sentido diferente, en busca del placer infinito que te da ser el mensajero estrella, el que decide a quien vender y a quien no, esa es la grandeza de tu trabajo que has llevado hasta la intimidad de un viaje con el único fin de consolar tu falta de carácter y tus pocas ganas de cambiar.

Poco a poco fuiste olvidando la razón por la que decidiste quedarte en la cárcel y

ya no salir a las calles como antes lo hacías. Las actividades, cada vez más riesgosas y más violentas se fueron imponiendo por encima de la ternura de un hijo que en algún momento deseaste conocer. Ahora ya no lo sabes, no estás seguro de que vas a ser padre, de que Andrea se comprometió a llevártelo a la cárcel para que pudieras conocerlo. Ya no sabes si todo eso es real o la simple alucinación de un sueño que en los límites de alguna resaca te hizo pensar en cambiar, como un pretexto cualquiera de los que a veces te vales para dejar por un tiempo las drogas y todo lo que hay a su alrededor. La idea de pensar en un hijo es un pretexto de mucho peso, lo grave es que en esta ocasión se trata de algo real, algo que sucedió en el pasado y que seguirá existiendo en el futuro con o sin tu consentimiento. Lo sepas o no, ese hijo nacerá y para fortuna suya habrá de crecer lejos, muy lejos de ti donde la vergüenza de tu vida y la influencia de tus actos no puedan alcanzarlo. Tú mismo desearás no verlo cuando en la conciencia de tu prolongada agonía recuerdes que tienes un hijo.

Las exigencias de una ocupación que reclama tu atención las veinticuatro horas del día te obligan a interrumpir aquel instante reflexivo después del viaje. Hacía mucho que no te extraviabas en ti mismo por la confusión de un sueño con un hecho real. Se trata de un reclamo de tu conciencia por los excesos con los que te riges. Siempre que abusas de tus posibilidades aparece algún sentimiento de reclamo que trata de poner un alto a esos excesos, a veces funciona; pero otras, como en esta ocasión, solo sirven para confundirte aún más dejándote en medio de un abismo sin respuestas, como una puerta que se abre para alejarte más de la realidad. Y en la ansiedad de aquella confusión, sigues abriendo puertas hasta que llegas a algo más palpable: la fría soledad de tu celda que más bien parece el lúgubre sepulcro de un desconocido. Es increíble que puedas sentirte seguro estando ahí dentro, que prefieras la soledad de esa celda a la realidad de una vida a lado de tu familia – tal vez lo haces porque eso es lo más próximo a la realidad, lo otro es tan solo un sueño –.

CAPÍTULO 10

Tantos meses de espera y al final lo echaste a perder. Andrea te ha llevado a conocer a tu hijo, pero no estas en condiciones, te encuentras ausente de tu ser, y no sabes ni qué que decir. En el fondo pareces saber de quién se trata. Adoptas un mutismo absoluto que pone en evidencia los lapsos de demencia que te hacen olvidar la realidad de tu vida. No se te ocurre nada, solo observas a ese pequeño que de forma extraña te transmite una sensación de paz, de relajamiento; nada comparado con lo que provoca la droga, no, esto es diferente, mucho más tranquilo, mucho más seguro, es una desgracia que la inconciencia en que te encuentras no te permita valorarlo. El sentimiento de padre que albergaste por tanto tiempo es apenas un vago recuerdo, vaga también será la imagen que guardes de tu hijo porque jamás lo volverás a ver.

Ella siente pena por ti, a pesar de todo no te guarda rencor, tu semblante no inspira eso; eres apenas la imagen sombría de alguien que alguna vez significó algo en su vida y que ahora solo le inspira lástima. No volverá a buscarte, aunque tampoco se ocultará de ti. Sin decir una sola palabra, envuelve a su hijo en el cobertor que le compró su nuevo esposo y se marcha. La miras partir y la sigues con la mirada hasta donde el cristal te permite ver, te quedas observando la puerta por donde salió, esperando quizás que llegue a ti un sentimiento de arrepentimiento o algo que lastime tu actitud porque sabes que mereces un castigo; tampoco llega, en poco tiempo cortarás con un “ya ni modo” estimulado por el efecto de una dosis que alguien te comparta antes de continuar con tus obligaciones.

No hay una razón ya para continuar en la cárcel. Hace tiempo el jefe te propuso hacerte cargo de repartir mercancía fuera de la prisión, con clientes más distinguidos que exigen buen servicio. Aceptarás, cambiar de aires te servirá para continuar tu vida con menos amargura, encontrarás placer en otros lugares y tendrás otras formas de entretenimiento, parece una buena decisión salir del reclusorio.

Como perro faldero tras de su amo buscando una migaja, pasas los días implorando al Rengo por la oportunidad que te ofreció días atrás, necesitas salir de ahí, algo dentro de ti te dice que ya no es tu lugar y le ofreces tus servicios fuera, como él te lo propuso en alguna ocasión. No quieres morir ahí dentro y si te quedas más tiempo sabes que eso va a pasar. Desafortunadamente tu condición no es como para confiarte el negocio de mensajero afuera del reclusorio y el Rengo prefiere ordenar una sobredosis para mandarte a la enfermería, prefiere deshacerse de ti antes que poner en tus manos a sus clientes.

Son tantas las limitaciones que tiene una enfermería de reclusorio que no pueden mantenerte mucho tiempo ahí; el médico ha pedido tu traslado a un hospital con un diagnóstico poco prometedor, de no hacerlo, las posibilidades de que sobrevivas se reducen al mínimo. El traslado se hace pronto, el director no quiere cargar con la muerte de un drogadicto, pues eso pondría en evidencia los métodos con que se rigen los reos en esa cárcel y podría terminar con el patriarcado de un líder que alimenta la adicción de los reos y el bolsillo de los directivos. A nadie le conviene que mueras dentro del reclusorio. De modo que, perdido en el excesivo consumo de droga que te ha dañado las neuronas al grado de no tener la más mínima conciencia de lo que sucede contigo eres trasladado a un hospital que proporciona apoyo a los reos que no pueden ser atendidos en la enfermería de la cárcel.

Atado a una cama, deliras por el placer infinito que produce una dosis, quizás la austeridad de tu economía o el grato recuerdo de tu primer viaje sean la causa que te lleva a pensar en un cigarrillo al menos. Hace mucho tiempo que no pruebas uno, con todo y eso, es el recuerdo de un cigarro el que ronda por tu mente inyectando en ti la esperanza de amanecer un nuevo día y poder disfrutar de un viaje.

Parecen eternos los días atado a los extremos de esa cama, esperando siempre un nuevo día y que en él llegue la agradable noticia de una dosis, es lo único que puede levantarte el ánimo en medio de tantos desconciertos. Nadie te visita,

nadie pregunta por ti. Pareciera como si tu familia se hubiera olvidado de tu existencia, como si tus amigos de la cárcel nunca se hubieran enterado del lugar donde estás. Conforme pasa el tiempo y vas tomando conciencia de la realidad de ese pasaje de tu vida, descubres que te encuentras completamente solo. Los momentos de ternura y compasión de tu familia quedaron enterrados en el mismo lugar en el que decidiste seguir con las drogas; la importancia que tenías entre los reos de la cárcel terminó cuando el Rengo le dio a otro tus responsabilidades de mensajero. Y ahora, en la soledad de esa habitación sin esperar nada, solo la visita del médico que hace su ronda cada ocho horas, te sientes como un grano de arena en el desierto, insignificante; en nada le afectaría al mundo tu ausencia, al igual que el grano de arena en el desierto, tu existencia en la humanidad es tan poco relevante que no deja espacio para las ilusiones como antes y te resignas, en realidad te abandonas, no puede ser resignación el acto de no luchar más, de permitir que sea alguien más y no tú quien haga algo por sacarte de ese infierno.

Aún en lo más bajo de ese mundo, donde pareciera que la buena voluntad y el altruismo no llega, existen benefactores que aportan recursos para apoyar a los más desvalidos. Esa suerte te alcanzo para aguantar la abstinencia, de no ser por esos apoyos, tal vez tu vida ya habría terminado; por fortuna alguien se apiado de ti y en respuesta has mostrado un síntoma prometedor de recuperación. Hacía tan solo unos días, dependías por completo de la droga, nada en el mundo tenía sentido si no estabas en órbita, perdido en uno de tus tantos viajes viviendo una realidad ficticia. Poco a poco los instintos vuelven a tener sensibilidad y comienzas a identificarte y a reconocer los despojos de tu desgastado cuerpo. Irreconocible como si no te hubieras visto en un espejo por meses enteros; sin embargo, no te arrepientes, estás consciente de lo que has hecho y quizás vuelvas a lo mismo si tienes oportunidad – descuida, eso es lo único que no te faltará – Si tu voluntad fuera otra, este sería el momento de comenzar de nuevo, serías un ejemplo de superación para muchos como tú, por desgracia, la voluntad también te ha abandonado.

Los médicos continúan luchando, ellos no han decidido rendirse como lo has hecho tú; la increíble recuperación que muestras es prueba fiel de que se puede salir del fango si se tiene voluntad. Eres un ejemplo digno de exhibir entre el

resto de los pacientes de ese hospital, pues pocos logran una recuperación como la tuya. Con los avances que has mostrado hasta ahora, es muy posible que puedas superarlo, quizás en un futuro cercano las drogas pasen a formar parte del pasado. Desafortunadamente, esa es una meta de los médicos no tuya, tus ganas de cambiar se escaparon por las rendijas de una celda, en cada visita a la cárcel, dejando tan solo el resabio de una vida amarga que te recuerda en todo momento que lo único que vale la pena es saciar la ansiedad.

Debes fingir un cambio de actitud para mostrarte ante los médicos como un hombre nuevo, ellos no entienden tu perspectiva del mundo, te ven como un logro profesional. Eso ya no te sorprende, desde hace mucho descubriste que para el resto del mundo eres indiferente, apenas un error de la naturaleza que engendró un ser como tú.

No hay nada peor que una mala actitud – dijo alguna vez un médico en el hospital cuando trataba de convencer a algún paciente de cambiar su forma de pensar. Si pudieras cambiar la tuya, cabría alguna posibilidad de reintegrarte al mundo; pero no quieres, ahora mismo solo piensas en la forma de continuar con tu vida de siempre, para cambiar segundos de vida por minutos de muerte disfrazados con la ingenua y casi inofensiva imagen de un viaje que, sin tú saberlo, se va alimentando con tu propia vida.

Es cruel la vida a veces, y otras también embustera, te pone trampas y maquilla las desgracias con buenas noticias como sucedió en el momento en que sin aviso eres llevado de regreso a la cárcel. Un grupo de reos se ha fugado, y el director se ha empeñado en capturarlos lo antes posible. Mientras lo hace, asegura su puesto llevándote como uno de los fugitivos reaprendidos para guardar las apariencias ante los medios de comunicación. Aunque no lo planeaste, esa decisión te puso de nueva cuenta en tu territorio, con los tuyos, cerca del Rengo para continuar con los proyectos que quedaron pendientes.

– Tienes agallas – comenta cuando te ve caminando tranquilamente en los

pasillos de la cárcel.

– Creí que no la brincabas, y ahora mírate estás frente a mí esperando órdenes.

– Así es esto – comentas sin darle mayor importancia al logro conseguido.

– Ahora si estas listo para moverte afuera, vas a ver que en poco tiempo te harás de un afortuna que ni tú te imaginas.

Podría ahorrarse sus palabras si quisiera, esas frases ya no te motivan. Lo único que tal vez pudiera alegrarte es cambiar de aire, solo eso. Los proyectos pendientes que te interesan, no son en realidad tus proyectos, son la ventana de escape, la puerta para salir del reclusorio con un estatus de poder y económico que te mantenga a salvo de la miseria que viviste la etapa anterior.

¡Qué mejor oportunidad para salir que esta! Todos se preocupan por los que ya se fueron, delincuentes peligrosos, la mayoría con un historial delictivo tan grande que no se puede ocultar su fuga a los medios de comunicación, información como esa llega a la prensa antes que al propio director de la cárcel. Por eso tanto escándalo. Si tu fuga logra consumarse, nadie lo notará, nadie le dará importancia, después de todo, a los ojos de la prensa, acaban de reaprenderte, sería una vergüenza que a tan solo unos días de consumarse una fuga vuelva a darse otra en la misma prisión y del mismo reo. Eso pondría en riesgo el puesto del director y con ende las utilidades tan generosas que obtiene del reclusorio.

Todo está arreglado, te irás por la tarde cuando termine la hora de visitas. Las indicaciones son precisas, el nombre de quien te espera afuera lo llevas grabado

en la mente junto con las direcciones y el segundo refugio por si algo sale mal. El plan ha sido diseñado para que esa misma noche hagas tu primera entrega, las recomendaciones del Rengo son suficientes para encaminarte a una serie de actividades de gran importancia, estás preparado para eso y para mucho más; ya antes habías recorrido las mismas calles en circunstancias tan parecidas que no hay razón para confundirte. Es lo mismo de siempre solo cambiaste de jefe.

Con poco asombro y mucho menos interés te incorporas a tu nueva tarea, con viejos conocidos, con más droga, vuelves a contar con el poder económico que ya habías probado antes. Tu carácter agresivo se fue puliendo con tal delicadeza que ahora infundes tanto miedo a tus clientes, como en alguna ocasión lo hiciera el Negro contigo; de igual forma puedes ocultarlo con facilidad aprovechando tu esencia gentil con la que naciste, esa actitud discreta y observadora le da un matiz diferente a la figura temeraria de aquel drogadicto que meses antes caminaba a mitad de las calles sintiéndose dueño del mundo. En apariencia eres un hombre diferente, pero en realidad se trata de un camuflaje muy recurrente para ocultar la verdadera identidad, llena de violencia, de poder, esa que tiene la convicción de mantener todo bajo control a costa de lo que sea. Nadie lo nota, solo ven en ti al mensajero que realiza sus sueños con la magia de ese polvo prominente, y en el peor de los casos con el sabor de un cigarrillo torpemente preparado que es muy común en los que no cuentan con suficiente dinero.

Una de las ventajas de ser mensajero es sin duda las relaciones y los os que logras en el medio; eso incrementa tu popularidad abriéndote puertas para conseguir droga donde pocos lo hacen. La calidad de la mercancía también cumple su función afianzando la amistad de muchos clientes que en ocasiones comparten el viaje contigo. Las fiestas clandestinas a las que llevas droga en muchas ocasiones, ahora abren sus puertas para hacerte parte de ellas, nunca imaginaste que en tan poco tiempo lograrías hacerte partícipe de una de esas fiestas exclusivas. Lo único por lo que debes preocuparte es por llevar suficiente droga, y de la mejor porque los invitados son exigentes.

Llegas temprano, los únicos que están en la casa son los anfitriones a quienes

saludas y les ofreces tu ayuda para los preparativos. Uno a uno van llegando los invitados y, tú apurado con los últimos detalles, te vas confundiendo entre ellos. Sin un comienzo oficial, vez circular el alcohol y en poco tiempo la droga entre los invitados que han llegado. Puedes ver como se deleitan con cada dosis, hay para todos los gustos y necesidades, eso es algo que deben agradecerte. Unos saben lo que buscan, otros experimentan con alguna nueva o por lo menos con el método de consumo. Observas desde un rincón y mientras prendes un cigarrillo, vas mirando el ansia con que devoran esa droga. Parecen hormigas aferradas a un trozo de piloncillo. En poco tiempo se agota la primera dotación que colocaron en la mesa. El anfitrión te pide que vuelvas llenar la charola y tu accedes de prisa para que la fiesta continúe. Alguien toma un envoltorio y te lo lanza, lo tomas aceptando la invitación y lo inhalas como todo un experto; ahora eres parte de la fiesta, tomas una copa y comienzas a convivir con varios de los asistentes. Solo hablan de viajes increíbles y de regresos milagrosos, de aventuras y de retos que solo en un estado de conciencia como el que da una dosis son capaces de hacer. Tú no hablas mucho, en realidad ha sido poco el placer que los viajes te han proporcionado, o es que ese placer no ha sido precisamente lo que a ti te llena. Escuchas sus historias y te sientes importante por ser tú quien les provee el combustible para mantenerse en órbita.

En solo unas horas los más débiles se han quedado dormidos, otros comienzan a elegir a su pareja que, casi nunca es con la que llegaron a la fiesta, y comienzan a apartarse en las diferentes habitaciones. Tú por supuesto haces lo mismo, te encierras con una desconocida, una dosis más es el regalo perfecto para que acceda al siguiente nivel. Al cabo de unos minutos, alguien entra intempestivamente al cuarto y comienza a golpearte, cuando estás a punto de defenderte, la chica lo calma, lo abraza y se arrojan a la cama; ella te toma de la mano y te lleva con ellos, él no dice nada, parece gustarle, tal parece que le excita compartir a su chica. Alguien más entra al cuarto, los invita a salir a la sala, el ambiente está mejor afuera. No te sorprende ver en la sala fornicando a casi todos, cambiando una y otra vez de pareja; ya ni siquiera es placer, se ha convertido en un vicio más que siguen por mera inercia casi hasta el delirio.

La violencia es inevitable, es un síntoma más de la perdición y el extravío en que se encuentran sumidos. Las reacciones también son diferentes, algunos disfrutan

ver como se apalean, ver la sangre chorrear del rostro del más débil; otros se deleitan con el placer de ver una riña salvaje, brindan por los más fuertes y en ocasiones terminan apaleando todos al perdedor, parecen bestias salvajes – peor que eso – La escena es agitada, peleando unos contra otros, y otros como tú, peleando consigo mismos.

Comienzas a sentirte mareado, a perder el sentido de la realidad y comienzan a aparecer monstruos, seres extraños que te amenazan. Los ves entrando por las ventanas, por las puertas, por todos los rincones donde existe un hueco. Un ejército de insectos gigantes invade también la habitación desplazando la imagen anterior. Ahora los sientes dentro de ti; saliendo por tu nariz y luego entrando por tu boca, son escarabajos, arañas y toda clase de insectos que te causan fobia. En la desesperación, tu mente busca una salida, y entonces te topas con un retorno. Lo ves con detenimiento, parece seguro, algo de él te parece familiar. Es curioso, en cada retorno siempre hay algo que te atrae, algo que ha sido importante en tu vida, pero no lo habías notado hasta ahora. Es como el llamado de un ser o un suceso que marcó una etapa en tu vida; o es tal vez la puerta a la renunciación, la línea que marca el rechazo o la aceptación a tu vida pasada para tomar otro rumbo. Así lo has hecho en cada viaje, poco a poco has ido cortando tu vida pasada al grado de recordarla solo en cada retorno. Los retornos son la única opción de cambiar, son la diferencia entre el sí y el no, entre lo bueno y lo malo de lo que obviamente has elegido lo malo – No te angusties, en realidad ya no eres capaz de elegir.

Miras nuevamente el retorno. Ahora es ella, el amor de tu vida, la madre de tu hijo, el recuerdo del amor puro consagrado en una unión carnal de la cual nació ese hijo que no tuviste oportunidad de cargar; y aun lado los cuerpos desnudos y exhaustos de los viajantes que compartieron la noche contigo. Te sientes sucio. No puedes tomar el retorno en esas condiciones. Un retorno cuya imagen pareces haber manchado con tu comportamiento – como si eso te importara – Sí te importa, por primera vez en mucho tiempo sentiste la necesidad de tomar el retorno y ahora te sientes como en una balanza, por un lado, Andrea con tu hijo y por el otro tus compañeros viajantes de esa noche respaldados por la vida de excesos a la que perteneces, a la que te debes y que nunca te dejará libre. Una vez más la decisión no la tomas tú. Resignado te refugias nuevamente en la

pesadez de un sueño que habrá de recuperarte las energías que te quitó el viaje.

La noche fue demasiado larga. El cansancio y la debilidad acabaron con todos mucho antes del amanecer. Ahora el silencio es total. No existe ningún ruido salvo el del aire que entra y sale pasando por los pulmones de casi todos los que se encuentran ahí. Uno de ellos se perdió tanto en el viaje que se olvidó hasta de respirar. A nadie le importa. No esa noche. Mañana todo se olvidará, todos volverán a ser amigos, acompañarán al sepelio del caído y después alguien organizará otra fiesta.

No hay espacio para lamentaciones, cada quien es responsable de su propio cuerpo y si alguien muere no es culpa tuya. De cualquier modo, aunque quisieras no tienes tiempo de arrepentirte, hay otra fiesta programada para la siguiente noche y debes cumplir como siempre llevando suficiente droga. También tienes un pedido para el reclusorio y otro más para una cantina en las afueras de la ciudad; apenas tienes tiempo de conseguir la mercancía. No cabe en tu mente un momento de tranquilidad en el que puedas reflexionar sobre la vida desenfrenada que llevas, la presión de la organización y las constantes dosis que utilizas para aguantar las noches sin dormir y los días sin comer no te dejan tiempo para eso. Y si no tienes tiempo de pensar en ti menos lo tienes para pensar en muertos desconocidos.

Resuelves tu vida con la tranquilidad de una dosis, y el hueco en tu estomago por los días sin comer lo consuelas con otra igual. No hay un orden sensato en tu vida, a veces fiestas, otras veces soledad y tristeza. En ocasiones la casualidad te lleva a toparte con algún conocido de tu familia, con algún maestro de la escuela, o con lugares que te recuerdan cosas agradables, pero todos indiferentes hacia ti. A veces te preguntas si habrá alguien en el mundo a quien le importes un poco y tu mente se llena de los recuerdos de Andrea y tu padre, a ellos les importas, fuiste tú quien decidió alejarse de ellos, fue a ti a quien dejo de importarte, no reparas en analizarlo, solo fue un pensamiento fugas de esos que deja la resaca después del viaje. Nada es importante en esas circunstancias, salvo el remordimiento de una conciencia que suele aparecer en cada retorno y se

encarga de devolverte a la oscura realidad a la que perteneces.

Quizás ese sentimiento de culpa sea el responsable de prolongar tu agonía; cuando aparece, vuelves a moderar tu comportamiento, tus excesos se moderan un poco, las fiestas se suspenden, al menos para ti. Te enfrascas en una absoluta calma, pasividad que no reclama otra cosa más que silencio, ni apetito, ni descanso, solo silencio para sentir o tal vez para no sentir que estás vivo, que poco a poco vas muriendo; y te arrojas a una soledad que te absorbe y se alimenta con cada una de tus atrofiadas neuronas.

Después de semanas enteras de ausencia y cuando reaccionas, como en esta ocasión, te vez con las bolsas y el estómago vacío, con la ansiedad al límite y la única opción es volver a lo mismo. Buscas a tus amigos, as de nueva cuenta a los proveedores y continúas con tu trabajo, ahora con un brío renovado. Recuerdas todo nuevamente hasta tu necesidad de comer, primero debes ganártelo, nadie regala nada a un drogadicto que solo sabe dar problemas.

Problemas, eso es lo único que sabes dar, así te lo hacen saber los responsables de la mercancía, no se arriesgarán contigo hasta que demuestres que se puede confiar en ti. Debes recuperarte primero antes de pensar en recuperar tu puesto de mensajero, lo intentarás, eso es cierto; pero ahora necesitas dinero para tus gastos más indispensables, tiene hambre y no tienes efectivo para moverte. Ese no es problema de ellos.

Le das vueltas al asunto y no encuentras más opción que recurrir a la única persona que puede ayudarte, sabes bien de quien se trata. Levantas tu atrofiado cuerpo y te echas a caminar con dirección a la casa de Andrea. Jamás fue un acuerdo, pero cuando necesitas dinero ella te lo da; si se lo pides, también te da comida como piensas hacerlo en esta ocasión pues no cuentas con un solo centavo para alimentarte, hace días que no pruebas bocado y la ansiedad te tortura tanto que te hace olvidar la vergüenza. Aprovecharás la ocasión también para ver a tu hijo, él fue el único ser que estuvo a punto de cambiar tu vida, casi

dejas el vicio por él, ni siquiera recuerdas que te hizo caer de nuevo. A veces sientes que lo extrañas, también extrañas a Andrea; en esos instantes de esporádica lucidez sientes su ausencia y te reprochas por el inmenso cariño que les debes, no merecían el abandono.

Se escuchan voces en el jardín, deben ser ellos Andrea y tu hijo. Antes de llegar a la puerta buscas algún hueco para verlos, los extrañas, esa es una buena oportunidad para verlos, aunque sea de lejos. Te ocultas tras las enredaderas que envuelven la reja y que apenas dejan algún hueco para mirar hacia dentro. Hace cuanto que no mirabas a Andrea, no lo recuerdas. Buscas con desesperación a tu hijo, pero no está – debe estar durmiendo – concluyes – y vuelves entonces tus ojos hacia ella. Desde ahí puedes contemplar la felicidad de Andrea, tu Andrea y te reprochas por no haber sido capaz de proporcionarle tú esa felicidad. Sientes celos, en ese instante quisieras ser el esposo modelo que siempre deseó y que ahora tiene pero que no eres tú. Te deprime saber que lejos de ayudarla como alguna vez se lo prometiste sólo le causaste problemas y casi le destruyes la vida.

Fue una buena decisión dejarla libre, dejar que continuara sola para realizar sus sueños, sueños..., sueños..., repite tu conciencia una y otra vez y entonces te preguntas ¿Alguna vez luchaste por un sueño? No lo recuerdas. Hubo muchos en tu vida, sin embargo, no recuerdas haber luchado por alguno, al menos no como se lucha por los sueños. El más reciente, quizás el último, desapareció justo antes de iniciar el viaje y tampoco luchaste por él. Tus ojos se empañan y tu alma se queda en silencio por un instante mientras piensas – Nunca has sido dueño de tu vida, siempre dejaste que te arrastraran las circunstancias, que la vida le diera forma a tu propia vida..., a tu vida que no es tu vida porque esa vida no pertenece a ti, eres tú quien pertenece a ella – Esa reflexión te ha hecho sentir desde lo más profundo de tu ser un sentimiento de lamento, es muy débil, tanto que, así como aparece vuelve a desvanecerse sin dejar huella. Tu mente queda en blanco extraviada de sí misma por la contradicción de sus pensamientos, y en las ansias por recobrar su lucidez se revuelve en un arranque de demencia total buscando el consuelo de su realidad, su pobre y frágil realidad.

– ¡Qué locura! – dices en voz alta tratando de fingir tu extravío.

Te sacudes metafóricamente el polvo que, según tú, ensució tu mente y te aproximas a la puerta para llamar. En la casa saben de quién se trata, tu peculiar forma de llamar te delata. En esta ocasión no es Andrea quien te atiende, solo la muchacha que con mucho temor se acerca a ti para entregarte dinero y la comida que le has pedido. Te deleitas con el miedo de esa chica cuando se acerca para entregarte las cosas, y procuras asustarla más al sujetar su mano en el momento que se despide. Tu risa “aguardientosa” la aterra aún más y termina huyendo hacia la casa.

Aún no dejan de escucharse los gritos de la muchacha cuando tú has terminado de contar el dinero, necesitas saber cuánto es para estar seguro de lo que vas a comprar, quisieras una dosis al menos. Nunca imaginaste que terminarías así, que la mujer que más amaste acabaría manteniendo tu vicio. No sabes porqué lo hace, tal vez aún te ama – Que estupidez – respondes de inmediato, debe ser para que no la molestes. Si te lo pidiera no volverías a esa casa, no volverías a pedirle dinero; pero qué más da, el dinero es de su marido.

Una vez saciado tu apetito y recuperado las energías, intentas regresar a tus actividades de antes. Buscas a tus amigos para continuar con tu labor de mensajero, tienes un poco de efectivo que ofreces como garantía para que te liberen la mercancía. Causa gracia tu actitud y la miseria con la que pretendes comprar la mercancía.

– Ven aquí – te dice uno de ellos.

– Si logras vencer a este panzón te doy la mercancía gratis.

Y te señala a uno de los sujetos que custodia la casa, los demás se ríen a carcajadas por la propuesta tan ridícula que te han hecho, saben lo que te espera.

Aun no decides aceptar cuando un golpe en la mandíbula te manda al piso. Las risas aumentan mientras otro golpe te hace rodar por el piso. No puedes de incorporarte, tu rival te ayuda y después, con un golpe más te lanza sobre otro de los tipos que se ríen de ti. Eso lo molesta y en respuesta de devuelve a tu rival con más golpes. No muestras la mínima reacción, lo mejor que puedes hacer es quedarte en el piso y esperar a que dejen de golpearte.

– Creo que esta vez no será – te dice uno de ellos y cierran la puerta de la casa.

Los días pasan rápido y no has podido conseguir mercancía para tus clientes. La abstinencia hace estragos en tu propio cuerpo y no encuentras la manera de saciarla, apenas unos cuantos cigarrillos remedian tu ansiedad y te mantienen en pie para seguir buscando. Esa situación empieza a desesperarte, jamás habías tardado tanto tiempo sin trabajo. Las consecuencias de tus actos comienzan a cobrarte factura con más rigor, ya no confían en ti, has llegado demasiado lejos con tu vicio y no eres un mensajero seguro. Ahora serás señuelo, te usarán para despistar a la policía hasta que te aprendan, te maten o demuestres que aún puedes ser mensajero, ese es el único puesto disponible y no te queda más opción que aceptar. Tal vez mueras en el intento o tal vez logres convencerlos de que aún sigues siendo un buen elemento, la verdad es que nadie sobrevive mucho tiempo en ese puesto, eso no te importa, cualquier instante sin una dosis se vuelve una eternidad, qué más da el tiempo que dures ahí mientras tengas el estímulo que necesitas para continuar.

CAPÍTULO 11

Producto tal vez de la casualidad o del anuncio en el periódico que declaraba el desmantelamiento de una banda de jóvenes dedicados a la distribución de droga en el norte de la ciudad. No había foto tuya porque en esa ocasión lograste huir, pero sí de tus compañeros, algunos de ellos conocidos de tu familia. Y fue tu hermano el que se tomó la molestia de buscarte. Tu padre está muy grave, esa es la noticia, no puedes fingir tu indiferencia y entonces no te dice más, te deja la dirección anotada en un pedazo de periódico que levantó del suelo, irónicamente en la hoja donde aparece la fotografía de tus amigos detenidos, – Él quiere verte – dice y después se marcha. Sin levantarte sigues con la mirada el rumbo por el que se marcha. Con él se marcha también el último vinculo de familia que tenías; lo más parecido a ti en la familia era tu hermano, los mismos sueños, aspiraciones de grandeza y muchas otras cosas, pero ya no, él es un hombre formal y tú apenas los despojos de un hombre que alguna vez quiso ser alguien. Observas pasivo el pedazo de periódico y lo guardas en tu bolsillo; fumarás uno de tus cigarrillos, te toparás tal vez con un retorno y después dormirás sin prisa, quizás cuando despiertes pienses en tu padre, quizás no.

Un auto se detiene. Alguien baja, con mucha discreción te deja un recado y continúa caminando. Revisas el recado para asegurarte que se trata de un mensaje para ti. Lo sigues hasta la capilla que tienes al lado, según las instrucciones del mensaje, y ahí te da los detalles. Tienes que partir de inmediato, el pedido es grande y el plazo corto. Las circunstancias han obligado a la organización a recurrir a ti por falta de mensajeros – probablemente estén peor que tú – La suerte está una vez más de tu lado es muy probables que recuperes tu puesto, solo tienes que hacer la entrega sin contratiempos. Esa es una motivación suficiente para cumplir con la entrega en fecha y hora sin tener otra prioridad, ni siquiera tu padre ni su deseo de verte aplazará la entrega. Pasarán muchos días antes que la casualidad te lleve nuevamente cerca de él.

Preso de la monotonía, como lo eres también de ese maldito vicio, pasas los días

cumpliendo con las entregas y drogándote, aunque tratas de moderar el consumo, el efecto es cada vez más atroz, cada vez resistes menos, la resaca se vuelve mortal y tu cuerpo continúa cediendo. Es la inercia del trabajo la que te hace levantar por las noches para cumplir con una entrega más, no puedes detenerte, si lo haces ellos mismos se encargarán de que aparezcas en algún basurero con una bala en la frente o apuñalado por la espalda, como acaban todos los que no cumplen con su trabajo.

Esa situación te preocupa menos que quedarte sin droga, al parecer le temes menos a la muerte que a vivir sin una dosis, por eso te mantienes activo sin importar otra cosa que cumplir con las entregas y consentirte después con una dosis o por lo menos un cigarrillo. Esa es la única meta que cobija tu mente, nada que no sea embarcarte en un viaje importa, lo que ocurra a la par de eso es producto de la casualidad no de una búsqueda propia, es solo casualidad la que te va llevando a cosas o lugares, como sucedió ese día en que la casualidad te llevó a hacer una entrega en la misma colonia donde vive tu padre. Solo la casualidad podría llevarte hasta él y así fue. Tienes gravado en tu mente la calle y el número de la casa. Lo visitarás, lo harás después de hacer la entrega.

Esa es la calle, la casa está cerca, la buscas mientras vas recordando su deseo de verte; sí este es un buen momento, no estás drogado y tampoco tienes ansiedad. Aunque ya no te preocupa, prefieres que te vea lúcido, como si fueras alguien normal. Ahí está la puerta, tardas unos instantes antes de decidirte a entrar; solo entonces caes en la cuenta de que algo no está bien, hay demasiado movimiento en la casa, no es mucha gente, pero no hay razón para que estén ahí; ni siquiera en Navidad se reunía toda la familia. Avanzas poco a poco hacia el interior de la casa. Nadie te habla. Nadie te dice nada. Avanzas por el pasillo de una casa que no conoces; aun así, pareces saber hacia dónde te diriges, como si las miradas silenciosas de los presentes te guiaran a una habitación fría, ausente de vida, sólo el pálido cuerpo de un hombre que se durmió esperándote ocupa un espacio en el centro de esa habitación. Entras lentamente con una pesadez en tus pasos como si cargaras en ese momento todas tus culpas juntas. Observas el cuerpo inerte de tu padre que se durmió en la espera de tu llegada.

Acompañado de algunos amigos, conocidos y lo que queda de su familia, esa que alguna vez también fue tu familia, se encuentra el cuerpo sin vida del hombre que más luchó por ti; ni siquiera tú mismo te esforzaste tanto como lo hizo él para salvar tu vida de las garras de esa maldita enfermedad. Un reproche disfrazado de silencio y el olor a incienso convierten la imagen sombría de un drogadicto en la culpa mortal que cobró la vida de un hombre, de tu padre. Las miradas se concentran en ti, los que no te conocen se imaginan de quien se trata, pues todos saben cuál fue la razón por la que ese hombre que esta tendido dejó de luchar.

Nadie dice nada, solo te miran. Ojos llenos de ira despedazándose en gotas haciendo un esfuerzo inmenso por mantener el silencio y dejarte a solas contemplando lo que todos llaman “tu obra”. Ahí están todos cerca de tu padre; sin embargo, parece a nadie importarle, todos te miran a ti, todos te condenan a ti. A ti tampoco te importa, esas miradas ya las conoces, las ves siempre, en todos lados; así ha sido desde que empezó el viaje. Te pierdes por un momento en el fango de tu conciencia y casi olvidas el cuerpo de tu padre que hoy se vela.

Tu mente divaga una vez más, se confunde y finalmente se pierde arrastrada por ese dolor de cabeza que se hace más intenso. Necesitas una dosis, tu cuerpo exige con ansias una dosis de algo, polvo, cristal; un cigarrillo cuando menos. La ansiedad que, se agudiza en cada segundo, te hace olvidar el pasado inmediato y concentra las pocas neuronas que te quedan en hallar la forma de satisfacerla. ¿Dónde conseguirás una dosis en ese momento? Poco a poco ese pensamiento se convierte en obsesión, no sabes qué hacer, no sabes cómo lo conseguirás, pero necesitas una dosis... tu padre ha muerto, eso ya lo olvidaste.

CAPÍTULO 12

El silencio de la calle oscura se ve interrumpido por los gritos desesperados de una mujer al ver a su pareja forcejeando con un delincuente. Los gritos se vuelven más aterradores cuando mira como ese delincuente sin piedad hunde una y otra vez un puñal en el cuerpo de aquel hombre. Un brillo deslumbrante común en las llamas que súbitamente crecen para quedar casi al instante apagadas ilumina los ojos del agonizante hombre y entonces, su luz deja ver el rostro del delincuente, eres tú, lo sabes, te has visto en esos ojos y en un instante de lucidez, como si agonizaras con aquel hombre, te lamentas y piensas – ¡todo por un cigarro!

Tomas la billetera y, mientras huyes, vas limpiando el puñal en tus ropas para poder guardarlo. No tienes plena conciencia de lo que hiciste, en ese momento el único pensamiento importante es conseguir una dosis de droga. Tal vez después te arrepientas, tal vez razones la desgracia de ser un asesino, pero eso será después cuando hayas calmado la ansiedad que te consume.

A nadie le importa cómo consigas el dinero mientras lo tengas listo para pagar. Que importa si robaste, que importa si mataste o si una esposa abnegada te ayuda a mantener tu vicio, aunque sea por remordimiento, el dinero tiene el mismo valor. Eso piensa el tipo que te despacho los sobres con el polvo y el paquete de cigarrillos que te da como obsequio por tu compra generosa. Se dio cuenta de tu agitación, también vio tus ropas manchadas de sangre, sin embargo, no hace preguntas, solo revisa el dinero y te dice irónicamente, mientras estira y encoge la mano poniendo a prueba tus reflejos: que la disfrutes. Presionas con fuerza el paquete para que no te los arrebate y te retiras a prisa para inhalar cuanto antes la primera dosis.

Buscas un lugar para ponerte a salvo de algún intruso que intente robar tu

mercancía y de la policía que, a esta hora, ya deben estar buscando a un asesino. Lo mejor es aislarte del mundo en aquel escondite, lejos de la gente, en un universo que preparas solo para ti. El viaje continúa, por un momento toma el matiz de un viaje normal luminoso, lleno de colores mágicos que aparecen y desaparecen sin que sepas cómo sucede. Al cabo de unos minutos, el viaje comienza a cambiar, las imágenes luminosas que deleitan tu mirada comienzan a ser sustituidas por una presencia extraña, es aquel hombre, el que pagó con su vida por la dosis de hoy, lo miras como si estuvieras ahí frente a él luchando por arrebatarle la billetera. La imagen de pronto se vuelve difusa y para aclararla decides inhalar otra dosis, pro se han terminado, no reparas entonces en prender un cigarrillo, no quieres perderte el desenlace de aquella visión de la que no recuerdas que fue real, que te sucedió a ti. En cada inhalación sientes nuevamente el puñal que mortalmente se hunde en ese cuerpo, para ti desconocido y recuerdas el brillo en aquellos ojos agonizantes que iluminaron la calle entera y dejaron ver los cuerpos en lucha, vuelves a inhalar y sientes una puñalada más, en la confusión dudas, ahora crees que el cuerpo herido es el tuyo porque te sientes herido, sientes que agonizas, que las fuerzas se escapan de tu cuerpo y quedas tendido en el piso. Tu cigarro rueda por la banqueta dejando una leve marca de ceniza a su paso, brilla un poco antes de quedar totalmente apagado.

En esta ocasión el viaje te absorbió tanto que las imágenes quedaron exentas de él, fue más una pérdida de conciencia que un viaje. Horas después te despierta el dolor de cabeza recordándote que el efecto de la droga está pasando, cada vez dura menos – piensas – pasan algunos segundos antes de que comiences a ubicar el lugar, realmente no recuerdas donde estas. Comienzas a observar, es el viejo parque, las bancas oxidadas y la fuente seca terminan por confirmarlo. Te sientes seguro en ese lugar, de algún modo sabes, todos saben que ese lugar está reservado para gente como tú, no eres el único que lucha contra la resaca, a unos metros alguien delira, lucha contra sus propios demonios; más adelante otros continúan perdidos en la inconciencia del viaje, abandonados por completo al placer de las drogas parecen ausentes de su propio cuerpo, y entre ellos te encuentras tú, uno drogadicto más poblando aquel deprimente lugar. No te lamentas, ya no, ese sentimiento dejó de existir en ti un poco antes de que decidieras matar por una dosis.

Las ganas de levantarte se escapan con la debilidad que te provoca la resaca. Te incorporas como puedes y descubres tus ropas manchadas de sangre. Comienzas a recordar, sí hubo un pleito, revisas tu ropa con detenimiento y vuelves a ver las manchas de sangre que no es tuya, ahora ves tus manos que también están manchadas; te lamentas pensando que ahora hasta tu alma esta manchada con sangre. Los recuerdos se hacen más claro obligándote a pensar en lo que sucedió la noche anterior, haces una pausa contemplas tus manos manchadas de sangre y reflexionas: heriste a alguien, mataste a alguien, quisieras arrepentirte, pero el dolor de cabeza vuelve a hacerse presente recordándote que necesitas una dosis.

En la desesperación sabes que tienes que moverte, has matado a alguien y sin duda te estará buscando la policía. Necesitas protección ya no puedes estar solo, ahora necesitas a alguien que te proteja. Recuerdas al Maestro. Después de tanto tiempo vuelves a acordarte de él y a sentir en su nombre la protección que necesitas. Sí, él puede ayudarte, fue él quien te arrastró a este mundo y te convirtió en parte de su organización; él puede significar tu única oportunidad para sobrevivir, tienes que encontrarlo. Recuerdas entonces que cuando saliste de prisión la primera vez te dijo que lo buscaras en el Barrio Lobo.

Como puedes te deshaces de la ropa manchada de sangre y te vistes con los harapos que logras robarles a algunos de los vagabundos que aún se encuentran perdidos en su viaje. Te encaminas hacia el Barrio Lobo con la esperanza de encontrarlo tan grande como tu necesidad de protegerte. Solo un hombre con el poder del Maestro puede brindarle protección a un asesino, además él sentía cierto afecto por ti. Mientras caminas vas reflexionando en todo lo que has pasado los últimos años. Cómo fue que te dejaste arrastrar por ese vicio que siempre consideraste veneno para el cuerpo y para el alma. Y ahora ella se hace más fuerte; poco a poco te fuiste sometiendo a los caprichos de la Bestia... – la Bestia – te pierdes un instante, hacía mucho que no la nombrabas así, que no visualizabas los estragos que es capaz de hacer una bestia que te va absorbiendo lentamente hasta hacerse con tu vida, hasta convertirte en esclavo suyo y hacer todo en su nombre. Jamás te habías sentido tan insignificante como en ese momento.

Atrás se quedaron los rencores, aquella sospecha tuya de que fue él quien te hizo volver a la cárcel por segunda vez se esfumó por la misma puerta que se esfumó tu vida. Un pensamiento tan reflexivo en la mente de un drogadicto es síntoma de agonía, de saberse cada vez más cerca de la muerte, lo sabes de sobra, pero no puedes resistirte a los caprichos de la bestia. Con todo y eso, vuelve a tu rostro un brillo lejano que hacía mucho no mostrabas, ingenuamente pensaste que al encontrar al Maestro se acabarían tus problemas, que él tendría una fórmula mágica que pueda dominar a la bestia y tal vez recuperar tu vida, lo grave es que no estás seguro de querer hacerlo, ya no tienes ninguna motivación, no existe algo o alguien a quien le debas el cambio; solo se trató de una ilusión, la motivación tan grande que te produjo el recordar al Maestro y la oportunidad de resolver un poco de tu nefasta vida, porque así era él, siempre resolviendo la vida de su gente, así lo recuerdas, así pensaba aquel ingenuo chico que, por error, llegó al reclusorio.

No sabes cómo reaccionará, es probable que ni si quiera te recuerde, pero eso no te detiene, todo lo que quieres es estar cerca de él para pedirle protección, ya habrá tiempo de refrescar su memoria, de recordar los días en los que era amo y señor de la cárcel donde se conocieron. Quien iba a decirlo, es tan grande tu deseo por sentirte protegido, que eres capaz de idealizar un amargo momento en algo alentador y casi motivo de orgullo; es acaso que aquellos días significan eso comparado con lo que has vivido desde entonces. Si tuvieras un poco de conciencia sin duda repararías en el significado de tu actitud, lo dejarías todo para pedir ayuda a quien de verdad pueda ayudarte, pero esos sentimientos ya no son para ti, eres un pobre drogadicto que a veces sueña.

Exhausto por el recorrido que has realizado para llegar al barrio lobo decides continuar hasta encontrar la guarida del Maestro, tal vez tenga algún camuflaje pues a él no le gusta llamar la atención, caminas sigiloso, atento a cualquier movimiento extraño que te deje expuesto al peligro; seguramente la gente que vigila no te conoce y tu presencia puede representar un peligro para ellos. Te estás acercando, puedes sentirlo, hueles ese ambiente de peligro en la guarida de una banda de delincuentes que sin duda es la del Maestro. Alguien te recomienda alejarte de esas calles – es muy peligroso caminar por esos lugares – te dicen, y tú continúas, no puedes, no quieres detenerte, no tienes la certeza de que el

Maestro esté aún en ese barrio; sin embargo, quieres correr el riesgo, lo peor que puede pasar es que te maten.

Comienza a oscurecer y tú no desistes en tu búsqueda, las ampollas de los pies te piden un descanso, pero lo ignoras, no pararás hasta encontrarlo, ese es el barrio y el Maestro debe estar cerca. Llegas a un callejón visiblemente abandonado, no obstante, a lo lejos alcanzas a ver algo o alguien que se mueve, una ligera luz como de luciérnaga se pierde en la oscuridad y piensas: es un cigarro, alguien está observando tus movimientos. Avanzas lentamente, sientes una mirada vigilante que te sigue desde algún lugar del callejón, tratas discretamente de localizarla, pero es inútil la oscuridad no te deja ver nada. Sigues avanzado, ahora esa mirada está más cerca de ti. De manera extraña sientes que te vigila desde todos los extremos de la calle, sonríes y piensas a la vez – es mi conciencia – Un silbido rompe el silencio en el que te movías y casi al instante te encuentras rodeado por una docena de sujetos con toda clase de objetos en las manos: cadenas, tubos, chacos y una que otra navaja. Te detienes y buscas de prisa tratando de hallar entre la multitud el rostro del Maestro. Ellos se aproximan hacia ti, como lobos al acecho dispuestos a matar, invadiste su territorio y tu vida es el justo precio por la ofensa. Jamás pensaste en huir, confías que el Maestro sea uno de ellos, él te conoce sólo tiene que oír tu voz y estarás a salvo. Te apresuras para hablar, pero es inútil cada vez están más cerca y el Maestro no aparece. Retroceder ya no es una opción estas completamente rodeado y no existe el mínimo hueco por donde puedas huir. El tiempo se acaba, ellos solo esperan la orden del jefe para hacerte pedazos y tú esperas con ansia que aparezca el Maestro.

– “Cámara” – ese bato es de los nuestros.

Una voz salvadora por fin detiene a los vándalos, la reconoces al instante, es la voz inconfundible del Paisa. Sí, también el Paisa recurrió al Maestro para reconstruir la banda, o para mantenerse vivo, ¡qué más da el para qué!

Está casi irreconocible, ahora más flaco y visiblemente agotado, pero sigue siendo el mismo Paisa de siempre, el que te ayuda, el que siempre está para salvar tu pellejo. Jamás te habías alegrado tanto de verlo y exhalas un suspiro de alivio. Te aproximas a él mientras le dice a la multitud de quien se trata. Muchos de sus compañeros no quedan convencidos y te observan fijamente, vigilando cada uno de tus movimientos. Tú no los tomas en cuenta, sabes que estando a su lado estás seguro, olvidas por un momento que, a quien buscabas era al Maestro, eso no importa, la protección que estabas buscando igual la encuentras con el Paisa. Te da la bienvenida y te pide que lo acompañes para que conozcas a los líderes de la banda, tal vez sea el Maestro – piensas –.

No, no es él, son Ness y el Dandy los jefes, los dueños del territorio y dueños también de la vida de cada uno de sus “Pirañas”, así se hacen llamar, ese es el nombre con el que se conoce a esa banda. El Paisa te presenta con ellos y les da pormenores de tu relación con él. – Es muy servicial – concluye y los convence para dejarte quedar. Luego los despiden dejando al Paisa la encomienda de contarte cómo funcionan las cosas entre ellos.

– ¿Qué ha sido del Maestro? – le preguntas en la primera oportunidad que tienes a solas con él.

No te contesta, por el contrario, te exige mayor atención, pues si no aprendes puedes cometer errores y los errores con las Pirañas se pagan caro. Comprendes el mensaje y ofreces tu discreción como agradecimiento, no volverás a preguntar, esperarás paciente a que alguien te de una pista, tal vez el mismo Paisa termine por contrate lo que sabe.

Algo grave debe ser para que el Paisa se niegue a hablar del Maestro, ya no es el reclusorio, están libres, bien puede huir de ahí en caso de existir algún riesgo, sin embargo, no lo hace, se mantiene al servicio de Ness y Dandy como si algo les debiera. Quizás es una banda poderosa, quizás tengan secuestrado al Maestro, la zozobra te consume, pero debes ser paciente, primero tienes que saber que suelo

pisas y después moverte, las traiciones son muy comunes en un mundo como este.

Observas el lugar con cierto resentimiento, en tres días que llevas ahí casi no has probado bocado; peor aún, solo has fumado las colillas que Ness y el Dandy tiran. Un poco extravagantes, eso te parecen, sobre todo el Dandy, siempre acomodándose el cabello, usando corbatas, aunque no combinen con el resto de su atuendo. Te diviertes analizándolos y a ellos les divierte ver como los demás se pelean por las sobras que ellos les arrojan y que utilizan para manipularlos. No son buenos líderes, no tienen nada que ver con lo que fue el Maestro, él se preocupaba por los suyos, al menos así lo conociste en prisión. Esa actitud te va orillando a tomar nuevas decisiones, ya no estás seguro de que valga la pena continuar ahí; cuando estabas sólo te las arreglabas mejor para tener comida y sobre todo droga, tu propia droga. Sabías el momento oportuno para actuar y conseguir lo que te hiciera falta; en cambio aquí es diferente, debes obedecer sin preguntar y para Ness y el Dandy cuan mayor es el riesgo, más valiosa es la mercancía, sin importarles que en ello expongan a toda la banda.

Un solo motivo te detiene, mientras no sepas algo del Maestro no puedes moverte de ahí, si lo haces tendrías de enemigos a toda una banda, incluso al Paisa que fue quien intercedió por ti para que te quedaras. No te sientes a gusto entre ellos, no comprendes porqué el Paisa se mantiene en ese lugar, él tampoco es de ese tipo de gente, ambos saben que hasta en el fango existen reglas que deben cumplirse y que en esta banda se ignoran por completo. Ese par que están como líderes han hecho de las Pirañas una banda muy peligrosa, se han dedicado a reclutar traidores de otras bandas y los usan para robarles mercancía; esto los ha hecho acreedores al odio de las bandas más fuertes y peligrosas del lugar que solo esperan el momento para cobrarles. Tu cabeza da vueltas pensando en todo eso. Estás a punto de tomar una decisión cuando de pronto miras por el suelo rodar una colilla aún prendida, la levantas y sonríes, después de todo parece ser un día de suerte para ti.

Esa será tu suerte desde ahora, comer migajas, drogarte con las colillas que

alguien tire, si es que no te las arrebata alguien más, y vivir a la sombra de dos líderes que no tienen la más mínima idea de lo que eso significa. Les falta clase, – dices para ti – Cualquier cosa que hagan es una oportunidad para compararlos con el estilo del Maestro, él si era un líder. Pero ya no está, ahora son ellos, es su banda, y tú eres solo un servidor más que cumple órdenes, una vida de la que pueden disponer en cualquier momento sin importar que valga o no la pena; fue un error refugiarte con las Pirañas. Ahora sólo te queda aguantar mientras encuentras al Maestro.

La búsqueda es difícil sin aliados. Nadie recuerda al Maestro, todos se han olvidado de él con el mismo olvido con que tú dejas de cumplir con tus obligaciones por buscar alguna pista que te lleve hasta él. Los jefes han notado tu falta de interés por la banda. No les importa el Maestro, les importa que trabajes para traer mercancía que pueda servirles y no lo has hecho, no como el Paisa dijo que lo harías. Tendrás que andarte con mucho cuidado, ellos no avisan cuando van a desaparecer a alguien que no les aporta nada.

Una mañana de esas sin futuro y sin pasado, aparece Ness con ganas de pelear. El efecto de la sobredosis que ingirió lo hace divagar y recordar suceso pasados, nada claro, mezcla situaciones y conflictos pasados con los planes del día siguiente con la única intención de tener un motivo para pelear. Golpea a dos o tres y les reclama por cosas sin sentido, él mismo no recuerda porque les reclama, solo tiene ganas de pelear. Tratas de moverte del lugar para evitar una pelea más, pero se da cuenta y entonces encuentra en ti otro motivo para seguir peleando.

- ¿Dónde está la mercancía que te robaste ayer?

No sabes de qué habla y le contestas tan solo por seguirle la corriente:

- La entregué, toda la mercancía la entregué.

- Eso es mentira, seguramente se la vendiste por otro lado o te la metiste toda. Aquí te vas a morir maldito infeliz.

Se lanza sobre ti queriendo golpearte, aunque su condición apenas le permite dar unos cuantos pasos y cae al piso golpeándose la cabeza. El golpe debió ser fuerte porque no hace intentos por levantarse, dice unos cuantos balbuceos y luego se acomoda como para dormir.

No te asustó, hace mucho que no te asustan las peleas, te preocupo un poco que por tratarse del jefe alguien más de la banda se sumara a la pelea.

No puedes esperar más, tu vida corre peligro si te quedas más tiempo en ese lugar. Tienes que hacer algo cuanto antes, debes encontrar al Maestro o bien olvidarte de él si es necesario, pero debes hacer algo ya.

Habías decidido no preguntar más, las circunstancias, sin embargo, han cambiado y decides presionar de nueva cuenta al Paisa, tendrá que decirte lo que sabe. Lo buscas para contarle lo que sucedió con Ness y le dices que no puedes quedarte más tiempo, de algún modo le haces saber tu necesidad de dar con el paradero del Maestro para largarte cuanto antes. Insiste en que lo olvides, el Maestro es cosa del pasado, no vale la pena pensar en él. Te recomienda en su lugar ser más participativo con la banda, puedes recuperar la credibilidad si te lo propones, eso es lo que realmente debe preocuparte. Ya nadie piensa en el Maestro, a pesar de que Ness usa su brazalete, en lo que sí piensan es en ti y quién te recomendó, de modo que la suerte de uno es la suerte del otro y la tuya se está acabando.

Eso te da una idea para negociar con el Paisa, si realmente le preocupa la suerte de ambos en la banda, entonces tendrá que ayudarte a localizar al Maestro. A cambio le ofreces que te esforzarás para componer las cosas en la banda, harás lo necesario para que Ness y el Dandy vuelvan a confiar en ti. Es un trato.

Esa misma tarde se presenta la oportunidad para reivindicarte con la banda. Se trata de una operación suicida. Debes robar un paquete a alguien importante y traerlo a la guarida. Tú te ofreces como voluntario y por supuesto, nadie se opone, es una buena oportunidad para deshacerse de ti. No pides refuerzos, sólo un espía en cada esquina de la acera para informarte el momento preciso de dar el golpe. Nadie imagina cómo lo harás, es un convoy de dos vehículos y tú estás solo.

Mientras esperas el momento oculto tras los contenedores de basura solo piensas que debes ser cruel, eso le agrada a Ness y al Dandy, si lo logras ganarás muchos puntos a tu favor. Estás nervioso, pero eso no te hará cambiar de plan, serás cruel a la hora de enfrentar a esos tipos. Respiras hondo y controlas los nervios con una dosis especial de polvo que consiguió el Paisa para ayudarte. Concentras tu mente en el único objetivo importante del momento. La cuenta regresiva empezó, solo es cuestión de segundos. Llegó la hora, el silbido inconfundible del Paisa anunciando la llegada del convoy te pone en alerta, estás listo, excitado, esperando que los autos aparezcan.

Ahí está el primero. Te echas a caminar a media acera con lo que parece una botella de licor en la mano, aunque en realidad está llena de gasolina, en la simulación perfecta de un borracho vagabundo. Los autos disminuyen la velocidad, alguien dentro del auto grita para quitarte y tú tratas de iniciar una discusión, ellos te ignoran mientras tú, sin deshacerte de tu botella te aferras al auto que pasa. Esa actitud invita a que un tipo del segundo auto, donde viene el paquete, abra su ventanilla para empujarte cuando estés a su alcance. De espaldas a ellos continúas gritando al primer auto que ha dado vuelta en la esquina. El segundo auto se acerca, no volteas, agudizas tus oídos para ubicarlo y saber en qué momento debes voltear. Casi están sobre ti, lo sientes, enciendes

la botella de gasolina y volteas rápidamente sorprendiendo al sujeto que habría de empujarte, arrojas la botella al interior del auto al mismo tiempo que sujetas la mano del tipo que tienes a tu alcance y le destrozas la garganta con un puñal. El conductor, preso del pánico, acelera descontrolado hasta estrellarse en uno de los postes. Alguien sale de la parte trasera del auto envuelto en llamas con una maleta en las manos. Le arrebatas la maleta con facilidad y te das a la fuga. El primer auto ha vuelto, pero tú ya no estás ahí.

La narración que hizo el Paisa a los integrantes de la banda es tan emotiva que casi se olvidan del paquete. Fue un trabajo impecable y con el sello de las Pirañas comentan algunos; sin embargo, el Dandy no está satisfecho, deja pasar algunos días y una mañana te manda traer, te sube a su auto y se marchan con rumbo, para ti, desconocido.

Es un centro comercial. El lugar es concurrido y la actividad parece normal. Una camioneta se detiene frente a la entrada, alguien sale de su interior. El Dandy lo mira y después te dice – mátalo – tú lo miras pidiendo una razón y él solo te dice – mátalo – No hay una razón, es solo placer, debes con ese acto demostrar tu lealtad. No esperas más, avanzas y te paras frente a él, por tu apariencia pareciera que quieres disculparte, él no entiende, no sabe por qué lo detienes y te dice – buenos días señor – De inmediato descargas sin piedad el puñal sobre la humanidad de aquel desconocido una y otra vez, cada vez con más ira hasta que empiezas a sentir placer. Las gentes que te miran corren asustadas alejándose de la escena. Volteas hacia el Dandy quien te expresa una sonrisa de aprobación y después se marchan.

Con ese crimen lograste por fin convencer a los jefes de tu nueva actitud, por eso te han mandado llamar, te felicitan por tu buen trabajo el Dandy saca de su bolso un cigarrillo completo que te obsequia. Lo tomas con ansia como si alguien fuera a quitártelo. No sientes remordimiento, la primera vez que mataste también fue por un cigarrillo. El Dandy te invita a que lo enciendas, pero tú no aceptas, prefieres guardarlo para una ocasión especial – si es que alguna vez hay una – Por el momento solo quieres descansar, no piensas en otra cosa.

Pasaron solo unos minutos de haberte acostado, todavía sin conciliar el sueño, cuando el Paisa llega hasta ti en completo silencio, no quiere despertar a los demás, lo que ha de decirte solo te interesa a ti, primero te felicita por recuperar la confianza de Ness y el Dandy, con ello él mismo recupera la tranquilidad. Luego te hace un ademan indicándote que lo sigas, te levantas con el mismo sigilo de él y se alejan de la guarida. Una vez seguros de que nadie de la banda los escucha, vuelve a felicitarte y te dice:

– Esto es lo que realmente importa. Así es como debes comportarte, es la única manera de conservar la vida en este lugar.

No comprendes porque te sacó de la guarida si solo iba a felicitarte, agradeces sus comentarios y luego cuestionas la forma en que salieron de ahí.

– Hoy vas a despejar todas tus dudas con respecto al Maestro, después de hoy comprenderás que nada importa más que tu propio comportamiento, nadie vendrá en tu ayuda. Si cumples las ordenes seguirás vivo, si no lo haces tu vida es el precio, a nadie le importa lo que pasó antes, solo lo que ocurre en el momento y el momento es ahora y le pertenece a Ness y el Dany. Después de hoy sabrás que el Maestro es parte de un pasado que está olvidado.

No comprendes a que se refiere, solo entiendes que te llevará con el Maestro, eso te ilusiona, sientes que ahora si se acabarán tus problemas.

¿Cómo estará? No lo sabes, lo imaginas enclaustrado en algún sótano o encadenado en alguna casa abandonada por órdenes de Ness y el Dandy. Incluso lo imaginaste en alguna prisión donde su autoridad ya no vale, no sería la primera vez que pasa. Hasta llegaste a imaginarlo muerto y pensaste que el Paisa

te llevaría a su tumba.

Después de caminar varios minutos llegan hasta las márgenes del río, saltan el muro de contención y se dirigen hacia el puente, no entiendes por qué, supones que buscan a algún o que los lleve hasta él. Metros antes de llegar al puente se detienen – Ahí está – te dice el Paisa señalando hacia algunos vagabundos que se encuentran acostados bajo el puente. Miras al Paisa sorprendido y después avanzas para identificar al Maestro. No puedes creer lo que tus ojos miran. Ahí está, sucio, harapiento, sin más señales de vida que algunos jadeos espasmódicos y algunas frases entre cortadas que dice para sí mismo.

– Maestro – Le hablas en tono interrogante, él voltea sin mucha curiosidad.

– ¿Quién diablos eres?

– Soy..., soy..., – Es inútil, no te reconocerá.

– ¿Tienes polvo?, dame un poco de polvo.

No contestas, te has quedado helado al verlo en esas condiciones. En un instante se derrumbó el sultán, la leyenda que alguna vez conociste como el Maestro ya no existe. Tu mente sorprendida da vueltas tratando de hallar una explicación. La bestia los ha sometido a todos, y entonces concluyes resignado que no hay héroes en esta vida, solo hombres que luchan por sobrevivir hasta que lo logran o son superados por algo más fuerte que ellos, una bestia que los envuelve arrastrándolos a los niveles más bajos de su propia dignidad. El Maestro vuelve a pedirte un poco de polvo, aunque sea un cigarrillo. Sacas de tu bolsa el único

cigarro completo que tenías y que fuera tu premio por acecinar al tipo del centro comercial, se lo das sin mayor remordimiento y vuelves a quedarte inmóvil observando como el Maestro lucha contra el temblor de sus manos tratando de encender su cigarro.

– Ya lárgate – Dice mientras se recuesta para disfrutar su cigarro.

Sales de ahí atónito sin decir una sola palabra. El Paisa te sigue con la misma prisa para darte alcance.

– Te lo dije, el Maestro es parte del pasado, no vale la pena ya pensar en él, ahora son Ness y el Dandy, debes cuidar su amistad – como si la amistad tuviera algún valor en esas calles.

Continúas avanzando en dirección a la guarida fumando con desesperación todas las colillas que tienes, una dosis de polvo que el paisa te obsequia al ver tu ansiedad y un poco más que encuentras en el fondo de tu bolsillo. Ya no importa la dosis, quieres olvidar, quieres desaparecer, entablar un combate a muerte con la bestia, un combate del que sabes no saldrás con vida, pero no, el destino o el Dios en el que alguna vez creíste no te dejan partir, no en esta ocasión. El mareo y las náuseas te hacen delirar. Comienzas a hablar con tu padre muerto, ves a Andrea cargando a tu hijo y te ves a ti mismo en un precipicio. En el fondo hay una luz brillante, parece un retorno, pero es extraño, nunca se había ilustrado tan bello; extraño también es tu deseo por tomar ese retorno, jamás habías tenido el valor de tomarlo. Algo está mal. Ese no es un retorno, es la puerta al otro mundo, por eso tu deseo de alcanzarla. Tratas con desesperación de llegar hasta ella, pero se aleja con cada paso que tu das y así continúa hasta que la pierdes. En su lugar se han quedado todos tus temores juntos convertidos en serpientes, horribles insectos que te rodean y se apoderan de tus pensamientos, de tu cuerpo; algunos salen por tu boca y por tu nariz. No son amigos, eso es evidente, quieres luchar, pero es inútil, tratas de huir y caes al precipicio, tu cabeza da vueltas y de pronto todo se apaga.

Despiertas con un terrible dolor de cabeza como pocas veces lo has sentido, ese es el mejor indicio de que aún estas vivo, de que continuas en el mismo infierno en el que has estado desde hace varios meses. No es una grata noticia para ti, esperabas haber cruzado la línea y descubrirte muerto, a salvo de tantas cosas, a salvo de ti mismo. Es otro día cierto, igual de triste que los últimos que has vivido, igual de vacío, igual que tú. En el lugar hay mucho ruido, la agitación es tan obvia que la puedes oler, la puedes sentir y casi puedes tropezar con ella. Te levantas desorientado para enterarte de lo que sucede y descubres que todos se están preparando para pelear. Los HALCONES DE LA ONCE nos atacan – gritan algunos informando a los que aún no saben qué sucede. Buscas al Paisa para enterarte con más detalles y confirmas tus sospechas. Sí, Ness y el Dandy violaron el territorio de los HALCONES DE LA ONCE y ahora ellos buscan venganza. Han violado la única regla que importa entre las bandas y tendrán que pagar por ello. No sabes qué hacer, eres parte ellos y por tanto eres cómplice, debes ayudarlos a defender el territorio, concluyes. Mueves tu frágil cuerpo, apaleado por la resaca que hace estragos contigo. El Paisa te da una nueva dosis para que recuperes las fuerzas.

Comienzas a ayudar en las barricadas, deben quedar sólidas para evitar que pasen, a lo lejos se escuchan los gritos de los HALCONES que se acercan, se escuchan demasiados, no saldrán vivos de ahí –piensas – y decides mejor ayudar a los más débiles. Mujeres y niños deben ponerse a salvo, ellos no tendrán oportunidad de sobrevivir si permanecen ahí. Comienzas a guiarlos hasta una salida segura, no todos quieren huir, algunos, la mayoría, están seguros de quedarse, tú discutes con ellos para convencerlos de lo contrario y vuelven del momento algo mucho más confuso y agitado. El Dandy grita – prepárense para pelear – Ness comienza a revisar que todos estén listos para defender el territorio.

Es una batalla perdida, tú lo sabes, se los haces saber a ellos al tiempo que les dices: será mejor ceder el territorio y poner a salvo a la banda. Ellos no lo entienden así y te tachan de traidor. Ness te apunta con su arma. Tú no sientes miedo, de cualquier modo, sabes que morirás esa noche. Lo miras fijamente

esperando que tire del gatillo, pero es otra el arma que suena. Alguien cae herido, alguien más grita – ¡están aquí!, ¡están por todos lados! – Ness se olvida de ti y busca un lugar para esconderse. Tú vas hacia el refugio donde se encuentran las mujeres y niños, de inmediato les obligas a salir para ponerlos a salvo; algunas te hacen caso, otras te escupen y más se aferran a su lugar dispuestas a luchar por el territorio. Por un instante dudas, no sabes si lo que haces es un acto de traición o es simplemente un esfuerzo por evitar la masacre. No hay tiempo de contestar tus dudas, y continúas ayudándoles a escapar por la alcantarilla que los llevará a la siguiente esquina.

La pelea se vuelve sangrienta, los gritos se oyen por todos lados; en tu desesperación tratas de protegerte, aparecen heridos por todos lados. En poco tiempo las PIRAÑAS han sido superadas en número y saña. Miras con horror el sangriento escenario cuando un afortunado golpe con un tubo de metal te hace perder el conocimiento. Tu cabeza chorreando sangre y tu cuerpo inconsciente son la imagen perfecta de un cuerpo sin vida, eso te ayudó a sobrevivir aquella masacre.

La media hora que duró la pelea fue para ti una eternidad. Tiempo suficiente para borrar todo rastro de las PIRAÑAS. La gente empieza a dispersarse con el sonido de las sirenas de patrullas y ambulancias que llegan de varias direcciones para ayudar a los heridos – como si lo merecieran – Reaccionas aturdido por el golpe, pero no te levantas, sabes que si lo haces serás presa fácil de la policía, que, con más golpes, va sometiendo a los detenidos hasta llevarlos a las patrullas.

Todos están agotados, parece que ya nadie tiene ganas de pelear; ya ni siquiera les importa que HALCONES y PIRAÑAS vayan juntos en las patrullas. La tregua es obligada. En las calles la sangre corre mientras tú te arrastras hasta tropezar con el cuerpo sin vida de Ness, lo revisas con prisa por el temor a ser sorprendido por la justicia; una puñalada por la espalda – justo lo que merecía – no dudas ni un segundo que ese puñal haya sido de algún miembro de las PIRAÑAS. Sigues esculcando hasta encontrar las dosis de cocaína que guardaba

para su consumo y los cigarrillos preparados que tenía en otra bolsa, los tomas junto con el arma y te escabulles por la alcantarilla para ponerte a salvo.

Deambulas por las calles queriendo alejarte de aquel lugar que se convirtió en campo de batalla. Prendes un cigarro para devolverle a tu cuerpo la estabilidad que perdió por tantos golpes y así poder continuar con la huida. ¿Qué extraño? No eres el único que escapó y, sin embargo, no te has topado con nadie, ni Pirañas ni Halcones, como si hubieran huido en otra dirección o más simple, todos se ocultan de todos porque es mejor así, es más seguro huir estando solo.

– ¿Qué sería del Paisa? – Te preguntas al sentir la soledad de aquellas calles. – ¿Lo habrán matado?, ¿lo habrán detenido? – Nada de eso – Contestas tus propias preguntas. Debe estar oculto en algún lugar esperando el momento oportuno para salir de su escondite y valorar las pérdidas. Él siempre ha sido así, siempre ha librado los peligros que enfrenta. Ese es el consuelo más seguro para olvidar y borrar de tu mente a tu mejor amigo. Nunca más volverás a pensar en él.

De aquella muerte silenciosa que empezó a devorarlo poco a poco como una planta que se seca por falta de agua, no te enteraste; sin tú saberlo, aquel gran amigo se fue consumiendo, perdido en una soledad más lúgubre que la propia muerte. No quería morir solo, pero nadie quiso cargar con los despojos de un hombre condenado a muerte por una enfermedad contagiosa cuyo mayor trauma es el rechazo. Así se fue consumiendo el Paisa, lejos de todos, confundiendo su oscura vida con la oscuridad de las calles desiertas que de vez en cuando le regalan el maullido de algún gato para recordarle que sigue vivo, pagando una culpa que ya olvido, muriendo una vida que él mismo escogió a lado de delincuentes, de drogas, de un peligro constante que bien valía la pena para conseguir droga y sentirse útil en ese infierno.

Un periódico habla de su muerte con el mismo olvido con el que murió: una nota con letras pequeñas aludiendo el hallazgo de un cadáver no identificado cerca de un barranco. Solo un número identifica su cuerpo. Imposible reconocerlo,

imposible reclamar por alguien que ya había sido olvidado. Tan solo quedó la reflexión de algún columnista que sintió remordimiento por el desperdicio de la vida; y luego, el olvido, la indiferencia por circunstancias como esa que se van haciendo costumbre y que ponen en lista de espera a muchos como tú.

El Paisa fue solo uno de tantos hombres olvidados por Dios, olvidados por ellos mismos, que deciden ocultar sus miedos refugiándose en las drogas. La plenitud que alcanzan, el éxtasis que les produce instantes de felicidad es efímero como ellos mismos, se desvanecen después de cada viaje y terminan convertidos en nada, como una vela que arde, como un segundo que pasa, así arde y así pasa la vida quedando al final nada, ni siquiera el buen recuerdo o la anécdota compartida, solo el olvido va dejando su huella. Comienzan por olvidar los valores, los principios; después sus glorias, sus fracasos y terminan olvidando hasta su propio nombre. Algunos alcanzan la benevolencia de alguna asistencia social que los lleva a morir a algún hospital. Otros, como el Paisa, aparecen en los basureros de las grandes ciudades como un último reproche a la existencia.

CAPÍTULO 13

Molido por el cansancio y la necesidad de ponerte a salvo, caminas sin un sentido aparente, algo más bien instintivo porque estás bajo el efecto de la droga. Si calleras en manos de la justicia serias responsable por los muertos de aquella batalla campal, por eso es mejor huir, no tienes ganas de volver a prisión.

Con la lucidez que te da el miedo de ser atrapado, continúas caminando sin decidir qué dirección tomar. Tu mente atrofiada busca un lugar seguro, “Hogar”, ese es el último registro de lugar seguro que conserva tu mente y entonces, sin saber cómo, llegas a tu casa, la casa de tu padre, la casa de tu familia, esa que alguna vez fue tu hogar y que ahora quedó reducida a escombros por el abandono en que se encuentra. Jamás volvió a habitarse desde que tu padre la vendió, como si esa casa hubiera sido condenada para ser habitada solo por la familia y por eso el abandono, porque todos se han ido, cargaron con sus penas y recuerdos para empezar en otro lugar.

Caminas lento tratando de ubicarte y poco a poco comienzas a reconocer el lugar, pedazos de ti se aparecen entre las ruinas de aquello que vas descubriendo, pedazos de tu familia arrumbados junto a los escombros de esa pocilga. Sientes miedo, llegaste ahí buscando refugio y solo has encontrado vacío, un vacío inmenso como el que llevas dentro de ti mismo. Un silencio tétrico como de fantasmas aguardando a que te marches, eres un extraño, tampoco ellos te reconocen. Sabes que estas solo y a pesar de eso sientes que alguien te observa. Sientes miedo, pocas veces te da miedo el silencio, reflexionas, y vuelves dentro de ti tratando de hallar algo lucido entre tus pensamientos.

Te recuestas en el espacio donde alguna vez estuvo tu cama; ahora solo son

maderas carcomidas por la polilla y muebles podridos por la humedad. Lo único aparentemente conservado es el espejo que pende del viejo ropero; empolvado y cubierto de telarañas, como lo están todos los muebles que aún se sostiene solos, no obstante, el espejo se mantiene intacto, reflejando las ruinas en que ha quedado la habitación haciéndolo parecer también viejo y deteriorado. Cierras los ojos con una fatiga casi tan vieja como la casa y tratas de dormir un poco, quieres recuperarte del cansancio acumulado para después pensar lo que harás ahora que de nuevo estás solo.

Después de algunas horas, un ruido interrumpe tu frágil sueño. Vuelves la cara buscando y vez la puerta que tú mismo dejaste abierta, no lo recuerdas y te excusas culpando al viento que golpea tu cara. El ruido sigue, es un penetrante rechinido que al principio te molesta, quieres volver a dormir, pero ese ruido no te deja. Se hace más persistente y te recuerda en cada vaivén que la puerta aún está abierta. Decides no levantarte, prefieres oír el ruido mientras maquilas la forma para lograr que deje de molestarte. Es un rechinido fuerte y escalofriante cuando el viento empuja la puerta y se vuelve quedo, agonizante y menos frío cuando la puerta regresa. Siempre es igual, fuerte y quedo, fuerte y quedo formando un compás con un ritmo invariable, y entonces el ruido que al principio fue molesto ahora empieza a gustarte haciendo que vuelvas a tu tranquilidad de inicio. Suspiras suave y sin prisa, te sientes seguro, no hay agitación ni ansiedad, sabes que la bestia descansa. Una bestia que cuando quiere se apodera de ti, basta con un simple estímulo que ella misma te pide y que tú obedeces sin querer o tal vez sin poder negarte; pero, ¿en qué momento sucedió?, ¿cuándo?, ¿cómo la bestia fue apoderándose de ti sin que lo notaras? No lo recuerdas, nunca sentiste su llegada y te consuelas diciendo que tal vez siempre estuvo ahí, tal vez sólo despierta cuando algo le molesta; o algo peor, tal vez sea tu verdadera identidad. Haces una pausa y luego regresas, no quieres seguir pensando, prefieres refugiarte en ese momento que llegó con un halo de tranquilidad a tu puerta. Cierras los ojos, te relajas, quisieras tener el poder para borrar el tiempo, no quieres pensar en el ayer, no quieres que exista el mañana; en ese instante sólo deseas que ese silencio que te acompaña sea eterno.

Ya no escuchas la puerta, aunque aún sigue abierta, ahora escuchas el aire, pero no el que viene de fuera, es el aire que viene desde adentro, desde el rincón más

profundo de tus pulmones; como si estuvieras expulsando de tu cuerpo los malos recuerdos o como si tu alma, harta de los despojos de tu cuerpo, haya decidido abandonarte y entonces en cada exhalación sientes que abandonas tu cuerpo. Te vas sintiendo más débil poco a poco hasta quedarte dormido.

El ruido de unos gatos que merodean la habitación te despierta poco antes del amanecer, te observan como el intruso que invadió su madriguera, al principio te susto sentirte vigilado por tantos ojos brillando en la oscuridad, pero cuando descubres que son solo gatos los ignoras y tratas de volver a dormir. El dolor de cabeza no te deja, te recuerda que regresas de un viaje, uno cada vez más corto. Te resistes a aceptarlo, pero ya no es suficiente la droga que consumes; no solo eso, en cada regreso el desgaste es mucho mayor, hoy no tienes siquiera ganas de levantarte, das vueltas tratando de suavizar esa resaca insoportable que te murmura al oído que necesitas una dosis.

Buscas entre tus ropas algo que pueda mitigar la ansiedad y solo encuentras una colilla de cigarro, no tienes fósforos y entonces te la llevas a la boca para masticarla, algo de energía habrá de aportarte. Te incorporas como puedes y te encaminas a la calle en busca de algo, alguien que pueda rescatarte de esa resaca que te está matando. Caminas algunas cuadras, sin saber en qué dirección vas, sabes lo que buscas, pero no sabes dónde lo encontrarás. Intentas cruzar una calle con la torpeza de tu atrofiado cuerpo y un auto estuvo a punto de atropellarte. Te grita algunas groserías y se marcha pensando que no vale pena discutir contigo. Alguien te habla y te ayuda a subir la banqueta, te sonríe y te reta a que lo identifiques, te parece conocido, pero no eres capaz de identificarlo plenamente:

- Soy el vidrio

Haces un gesto de duda, no lo recuerdas. No te dice más, sería inútil, tu mente apenas puede retener recuerdos inmediatos, vagamente algo te dice que lo conoces, pero no, no puedes recordarlo. Te contempla con lastima, luego saca su

billetera y te da algunos billetes, esos sí los recuerdas, sabes para qué sirven, le sonríes y le das las gracias; se marcha moviendo la cabeza con un gesto de decepción por ver en lo que te has convertido. Observas como se marcha y vez a lo lejos que alguien lo espera, es una mujer y dos niños, su familia. Con algo de nostalgia contemplas esa imagen y piensas: esa pudo ser tu historia, pero preferiste un poco más, casi todos prefieren un poco más; la bestia sabe cómo seducirlos y mantenerlos en vilo hasta hacerse por completo de sus vidas.

En algún lugar de esos barrios bajos que conoces alguien te surte varias dosis de polvo y algunos cigarros. Las tomas con las mismas ansias que te consumen y buscas algún rincón para meterte la primera dosis, luego te encaminas un poco más tranquilo y decides volver a “tu casa”, consideras que es el lugar más seguro para continuar con el viaje sin que nadie te moleste.

Llegas a la casa embarcado en un viaje casi mortal que estimulaste con varias dosis, apenas pudiste llegar a los escombros de, esa que fue tu casa, no recuerdas ni como llegaste, pero al fin te desplomas dispuesto a terminar el viaje, tratando de hallar algo de placer en él, porque hace mucho que perdiste esa habilidad.

La bestia se impone a tus deseos y terminas por perder el conocimiento envuelto en el infierno que empezaba a atormentarte. Después de varias horas despiertas sintiendo aún el efecto del polvo, crees que aún estas en el viaje y tratas de hallarle forma a lo que tus ojos ven. De pronto sientes la mirada vigilante de alguien, te incorporas como puedes y lo vez ahí, justo frente a ti. Te sorprendes al verlo: la piel sucia, la ropa desgarrada, la barba enmarañada y los ojos enrojecidos; a pesar de la facha su rostro te parece conocido. La imagen un tanto borrosa por los efectos de la droga te impide identificarlo plenamente. Aún no decides tu reacción. Las miradas se cruzan y los pensamientos parecen competir en una lucha por el control. Ambos agresivos, ambos dueños de su espacio, como demonios de un mismo infierno que se enfrentan por un mismo motivo, pero con diferentes argumentos: él recriminando tu actitud, y tú, mirando en su apariencia la imagen del fracaso, idéntica a la tuya, y por tal razón sin ningún derecho de criticar; sin embargo, eso no parece importarle y comienzan los

atropellos, las críticas precisas que son como dedo en la llaga hiriendo tu integridad:

– ¿Para eso te ha conservado Dios la vida?

– Mírate, no eres nada.

Sus comentarios se tornan cada vez más agresivos logrando que empieces a perder la calma hasta obligarte a contestar, como siempre: impulsivo e irreverente:

– ¿Dios?, Dios no existe, de existir, mi vida no sería tormentosa y mis sueños serían más que eso; pero no, Dios no existe.

– Cobarde, no culpes a otros por tus actos. Eres tú y ese enfermizo placer tuyo de lastimar lastimándote, de castigar a otros con tu propio dolor.

– Eso no es cierto, yo me esforzaba, pero era en vano, cada vez que parecía superarlo algo ocurría que me traía de regreso a esta vida, como una maldición.

– Fue tu miedo, tu rechazo a la búsqueda, tu justificación al fracaso. Preferiste el camino fácil, sí, resultó más cómodo enfrascarte en un presente eterno que presagia para ti un solo final. Eres peor que un fracasado.

No tienes palabras para contradecir esas acusaciones; sin embargo, lejos de

humillarte, lejos de pensar en cambiar tu actitud con esos comentarios, te revelas con más ira y ahora eres tú quien lo ataca.

– ¿Con qué derecho criticas mis actos?, ¿quién demonios crees que eres?, ¡mírate, eres un pobre diablo igual o peor que yo!

No contesta, su rostro en cambio muestra otra actitud, una aparente satisfacción por hacerte perder el juicio. Después con un gesto de burla te dice:

– No eres mejor que yo.

…Y ríe, con una risa burlona que te aturde y se vuelve insoportable, como si esa risa fuera un resumen de todo lo que te hiere, todo lo que te humilla y te hace sentir como un gusano. No resistes más, en un impulso por callar esa risa te echas sobre él para atacarlo, lleno de odio golpeas su rostro con el único deseo de borrar esa sonrisa que te aturde. Los vidrios del espejo destrozado se dispersan por el suelo dejando ver una imagen incompleta idéntica a la tuya. La confusión se apodera de ti, ahora eres tú el que ríe, carcajeas con un sentimiento de desahogo, y esas carcajadas se van confundiendo con un llanto depresivo y lacerante que no es más que el reflejo de un miedo incontrolable que te va diciendo en susurros: el final está cerca. Te arrojas en un rincón de la habitación tratando de ocultarte de tus propios miedos, lloras y gritas sin control; esperas que de lo más profundo de tu ser alguien te escuche, tal vez tu padre, Andrea o tu hermano. Nadie llega, solo son fantasmas los que deambulan dentro y fuera de ti, a veces los identificas, algunos fueron víctimas mortales de tu mano asesina y sientes pena. No quieres ver más esas imágenes, quieres olvidar esos recuerdos que te delatan y prefieres dormir.

Del sueño brotan nuevas imágenes, más nobles que las anteriores y comienzas a contemplarlas, muchas de esas imágenes son de un pasado agradable, antes de

que te embarcaras en ninguno de esos viajes destructivos. Recuerdas lugares, momentos, cosas que te hicieron feliz en aquella infancia que, hasta ese momento habías olvidado. Cada imagen se va integrando como si fuera un viaje de regreso a casa. Lo disfrutas y buscas un lugar seguro para seguir contemplando aquellas imágenes. No lo sabes, pero esa experiencia no es otra cosa que tu propia agonía.

Esa breve agonía no fue suficiente para que dejaras este mundo, al cabo de unas horas de divagar te devuelve al mundo al que perteneces, ese mundo que no termina de cobrarte todo lo que le debes. Despiertas bañado en sudor como si hubieras permanecido sumergido en un río o por lo menos en algún charco de alguna avenida. Contemplas con desilusión la pocilga en la que te encuentras, en nada se parece a las imágenes que viste en tus sueños – qué más da – piensas.

No te queda más que continuar con lo que ha sido los últimos días de tu vida. Complacer esa ansiedad a quien le has dado vida y convertido en la compañera que te despide en cada viaje, es lo que mejor sabes hacer. La realidad, se ha convertido en algo más cruel que los placeres del viaje, por eso prefieres mantenerte drogado, lejos de ti mismo. En ese trance descubres un nuevo retorno, una calle obscura y silenciosa. Al final de la calle hay algo que te atrae, alguien que te llama, no sabes quién es, pero te piden que vuelvas y escuchas el llanto de un niño, tu hijo, es lo primero que viene a tu mente; sin embargo, el sentimiento es más añejo, más melancólico, como un recuerdo de antaño que te hace pensar en ti mismo, tal vez se trata del pasado que te extraña, que extraña verte como antes de iniciar el viaje, o tal vez se trata de tu imaginación que está harta de la soledad. Son muchas respuestas hipotéticas para una misma realidad, no deseas tomar el retorno, no ahora, quizás nunca. Vuelves a perderte en un sueño profundo producto de tu debilidad y tu deseo por huir de una realidad que te agobia.

El tiempo se vuelve una eternidad cuando no se tiene conque mitigar la ansiedad. Necesitas otra dosis, por desgracia para ti, el último sobre de polvo que te quedaba lo esparciste por el piso en medio del delirio y la locura. Tu cuerpo

comienza a temblar, en esos momentos desearías cuando menos un cigarrillo algo que te mantenga en pie. Dormir ya no es suficiente, debes regresar a las calles para conseguir una dosis pues la ansiedad se está devorando tu cuerpo entero.

Revisas tus cosas: una pistola y un puñal son tus únicos compañeros, tus cómplices más cercanos. Te enfundas en los harapos que llevas por ropa y sales a la calle decidido a conseguir droga, o dinero para comprarla.

Los primeros días la gente huía por el temor de verte armado, bastaba con mostrarles el arma para que te entregaran todo lo que fuera de valor. Dinero fácil, eso fue lo más cómodo, conseguir la droga fue más fácil aún, si tienes dinero no es mayor problema conseguirla.

La simplicidad que le diste a tu vida reducida solo a drogarte, dormir y a veces comer, permitieron que la bestia se hiciera más fuerte; cada vez pedía más droga, y tú, tan débil de carácter, como siempre, cedías a sus exigencias. Te fuiste entregando en sus garras hasta perder totalmente el sentido de la vida.

Ahora sin ambiciones, sin deseos, sin saber con certeza en que día de la semana te encuentras, recorres las calles de la ciudad como alma en pena en busca de algún consuelo: polvo, cigarrillos, lo que sea que calme tu ansiedad y pueda mantenerte en pie. Has perdido el sentido de la realidad y la lógica de la vida, sabes cuándo es de día porque puedes ver la luz del sol, pero ya no eres capaz de contar los días de la semana, la indiferencia por ti mismo te lleva a un abismo de perdición mental y física. Muchas de las veces no sabes el lugar donde te encuentras o el significado de algunas cosas, solo recuerdos vagos, pero no eres capaz de relacionarlo contigo, con la vida. Solo las cosas que fueron importantes en tu vida se aferran a permanecer grabadas en esa mente atrofiada que lo distorsiona todo y no eres capaz de hilvanar una sola vivencia por pequeña que sea. Aún recuerdas cosas importantes como a tu padre, a Andrea y a tu hijo, pero olvidas el nexo que tenían contigo.

Hoy es martes, eso crees, sí es martes, te lo han recordado los gritos del ropavejero que a veces te regala algo de ropa a cambio de que no lo sigas. Es martes, pero no sabes de qué semana, de qué mes, de que año. Y así seguirás hasta que olvides como se mide el tiempo, hasta que todo sea oscuridad para ti.

No has regresado a tu guarida, parece que también olvidaste como hacerlo, de cualquier modo, nadie te espera, tus demonios te acompañan siempre, pensaste que los habías olvidado ahí, pero ellos no se olvidaron de ti, te siguieron, te han acompañado desde el principio y lo harán hasta el final. Como un mal crónico has ido olvidando muchas cosas hasta que olvidaste la ubicación exacta de la guarida, esa que alguna vez fue el hogar de tu familia, de hecho, olvidaste que tenías una. Extraviaste la pistola o la vendiste, no lo recuerdas; el caso es que ahora en las calles quien siente lástima por ti te regala alguna moneda. Tal vez algún día olvides para qué sirve el dinero. Si te queda vida, terminarás pidiendo a la gente que en lugar de monedas te obsequien un cigarrillo, y si te lo dan prendido quedarás más agradecido mientras recuerdes el significado de la gratitud.

Qué pesada suele ser la ausencia cuando se ha perdido sensibilidad, cuando se acaban los motivos, cuando la única razón de vivir es provocada por la ansiedad. Ya no te queda nada por satisfacer, todo es inercia, consecuencia todo de algunas neuronas que se resisten a partir y continúan pidiéndote droga sin importarles que ya no existe placer, porque ya no sientes, se han perdido todos tus sentidos. Y ¿A merced de quién queda tu cuerpo entonces?, no lo sabes, no sabes si aún estás en él. Te has quedado en un mundo oscuro, y al mismo tiempo ausente de él, quizás porque ya nadie te extraña; pero qué más da, tampoco tú tienes a quién extrañar, no eres ya capaz de sentir la más mínima soledad, por eso no sabes que estás solo, que necesitas ayuda – como si alguien se preocupara por ayudarte.

De algún modo, no sabes cómo, pero conseguiste más droga. Quizás alguien te la dio, alguien que no ha caído tan bajo como tú, alguien que sabe de tu ansiedad y sabe también que la necesitas para vivir. ¡Que ironía!, la primera vez que te

drogaste fue para sobrevivir a las golpizas de un sanguinario, y ahora que te ha destruido la vida, que casi estas muerto por culpa de esa maldita adicción, necesitas más droga para seguir vivo, si a eso se le puede llamar vida. Con esa dosis, vuelven tus pasos a escucharse por las calles, torpes y casi sin sonido, como haciendo alusión a lo que eres, casi nada, tan solo un hombre que camina por impulso como una hoja marchita que se desplaza con el aire dando indicios de vida, pero desmoronándose a cada instante. Así se acaba tu vida, como una sombra borrosa que se aleja en la bruma de una densa oscuridad, como una telaraña arrastrada por el viento y se va quedando esparcida en cada lugar donde puede impregnarse para hacerse menos cada vez.

Algo incompleto, eso es lo que eres. Fuiste dejando cada pedazo de tu vida en los rincones de una cárcel, en los callejones de una ciudad que te dio la espalda, en cada dosis, en cada viaje. La incertidumbre de un futuro tormentoso fue cómplice también de una sociedad discriminante, y juntos hicieron de ti algo irreconocible. Nadie, ni tu padre si viviera, podría reconocerte; no solo es tu apariencia física, es la actitud, el vacío con el que alimentaste tu vida para convertirte en algo hueco. Un espectro de vida es lo que reflejas, casi inmaterial, apenas como un pensamiento en la imaginación tuya que se repite a sí misma que sigues vivo para no olvidarlo.

¿Cuánto tiempo más podrás aguantar así? Convertido en otra versión del fracaso, un riesgo para la sociedad, aunque de otro modo. Ya olvidaron y perdonaron tus crímenes, los días en los que fuiste un delincuente al que se le temía, forman parte del pasado. Ahora eres un vagabundo, un ser ignorado, ni siquiera despreciable, alguien al que nadie recordará; un estorbo y un riesgo para la sociedad porque ahora son ellos los que temen lastimarte. Tu falta de raciocinio te lleva a caminar a mitad de las avenidas sin importar que puedas ser atropellado. Es común que sorprendas a los ciudadanos con tus crisis depresivas que amenazan tu vida y la seguridad de ellos. Te convertiste sin sentir en un pobre diablo que pasa la vida arrastrando un cuerpo casi inerte, que se mantiene en pie por un mero capricho del destino, ese en el que nunca creíste, el que continúa poniendo en tu camino droga para que sigas sufriendo, para prolongar tu agonía – Descuida, ya no es agonía, es tu muerte.

Con un esfuerzo sobre humano llevas a tu boca el cigarrillo que te obsequió aquel oficial que te halló tirado en el basurero; aunque no es de los que acostumbras lo tomas pensando que con él podrás calmar la ansiedad. Es tan común en estos tiempos hallar gente como tú, y tan frecuente el trato con los oficiales que ellos ya saben cómo someterlos, basta con una pequeña promesa para calmar la ansiedad y después resulta mucho más sencillo trasladarlos al hospital. Tú no piensas en eso, solo inhalas recordando o buscando en ti algún vestigio de placer, algo que te haga sentir vivo porque ya no sabes si lo estás. Es tan grande tu ansiedad y tu necesidad por drogarte que ni siquiera te enteraste de tu traslado al hospital. Te extraviaste en un viaje confuso que no terminas de descifrar por ser tan solo el delirio de tu mente que por un engaño se sabe segura de haber probado una dosis más.

Todo está borroso, nada de ese lugar te parece conocido, es como si te encontraras en un lugar donde jamás hubieras estado. Tu expresión es también confusa, no sabes si tienes miedo o curiosidad, no sientes nada, solo agotamiento; una debilidad que te lleva al borde de la más mínima conciencia. Salvo algunos destellos de lucidez que llegan acompañados de aquel escalofrío te ayudan a reflexionar. Haces un esfuerzo por aclarar tus ideas. Poco a poco te vas relajando y le vas dando sentido a las imágenes, parece un retorno – piensas – y vuelves a quedarte ausente de la realidad.

Es un retorno, el último, tú lo sabes, pero está solitario y abandonado. Miras hacia atrás, es igual, también está obscureciendo, también se ve incierto el camino que has pasado. Si tuvieras que regresar no sabrías cómo; hacia atrás o hacia adelante es lo mismo, ya no hay diferencia, excepto una, hacia atrás la cuesta es hacia arriba, en cambio hacia delante la cuesta es hacia abajo. En ese momento, viene a tu mente un recuerdo que se presenta como un reproche: el momento del reto, el instante mismo en el que te topaste con el primer retorno y sentiste que tu poder era superior al de la bestia. Esa es la careta, la fórmula perfecta para hacerse de sus víctimas. Primero les da placer, luego con un instinto de superioridad les hace sentir poderosos y termina arrebatándoles todo, sometiéndolos como esclavos a depender de ella. Nunca lo supiste. Lo sabes

ahora. Por desgracia ya no tienes fuerzas para arrepentirte.

Una sensación de miedo te hace pensar en el retorno, por primera vez desde que inició el viaje sentiste la necesidad de tomar aquel retorno. Tantas cosas te detuvieron antes, tantos desafíos contigo mismo para sentir que podías tomarlo en cualquier momento; y ahora es solo impotencia, la falta de fuerzas, la resignación obligada que, más que opción, es la consecuencia de todo. Contemplas aquel retorno, pasivo, agonizante de alma y de cuerpo en una dimensión en la que ambos se encuentran separados observando ese retorno como un sueño distante.

En la habitación nadie sabe lo que sucede, el aire se mantiene casi intacto cobijando un cuerpo que ya no exige nada, todo se lo dan a fuerza. Mientras, tú sigues perdido en ese sueño sin entender aún que debes devolver a tu cuerpo el alma, y continúas observando el retorno. No pretendes hacer nada, pasaste de un ser de acción a uno de reacción. No te queda más que esperar, tal vez alguien por accidente pueda estimular tus moléculas y hacerte reaccionar. Un vago recuerdo del pasado parece invitarte a regresar, es una sonrisa de niño que empezó a acompañarte apenas dos o tres retornos antes; aunque no sabes si esa sonrisa es tuya o es la sonrisa de tu hijo al que solo pudiste ver desde lejos y detrás de una reja, no lo sabes. Esa sonrisa frágil e inocente se va incorporando como un instante de tranquilidad, como un soplo de aire fresco que llega perdido en el caluroso verano. Sientes que debes regresar, necesitas tu cuerpo para disfrutar de esa sensación acogedora y reconfortante. Jamás la droga pudo darte un momento como ese – piensas – Justo al borde de la muerte, vas descubriendo el verdadero rostro de la bestia y quieres retarla, tal vez puedas con ella; ya conoces su estrategia, sabes de que artimañas se vale para someter a sus víctimas y hacerse con sus vidas. Quizás puedas vencerla – piensas – Ignoras que esa percepción es la última etapa de tu encuentro con ella, te mostro su verdadero rostro por la certeza de que no puedes hacer ya nada, ya le perteneces.

Tu cuerpo vibra en un esfuerzo sobrehumano por reaccionar, pero es demasiado tarde. Es débil, no resistirá la cuesta arriba y resignado piensas: es mejor seguir

bajando. Una lagrima rueda solitaria por tu mejilla antes de retomar el camino. Te invade la tristeza y la desesperación porque sabes que ya no estás avanzando, ya no estás bajando; ahora caes sin control, sin poder detenerte. Un ligero sobresalto te hace sentir tu cuerpo y entonces te das cuenta que aún estás en él. Es una aguja que acaba de pinchar tu brazo, pareces despertar y miras algo lejano pero real, es una habitación blanca y a tu lado un hombre también de blanco que sonríe ligeramente cuando te mira despertar... blanco... reflexionas y expresas una sonrisa melancólica producto de una extraña tranquilidad que te hace sentir en casa. Sí, esa imagen blanca te recuerda tu casa, tu hogar, porque así era la vida antes de comenzar el viaje... blanca. No hay ningún conocido en la habitación; sin embargo, te sientes en casa. El hombre de blanco retira la aguja y hace un gesto un tanto preocupado. Ha visto en ti la imagen inconfundible de la muerte. Esa imagen en los rostros de tantos drogadictos como tú, es una señal inequívoca de que se ha llegado la hora.

Sí, has vuelto, él lo sabe, pero sabe algo más, algo que tú ignoras y que poco a poco vas descubriendo. Has vuelto solo para despedirte.

En un instante tu sonrisa se desvanece y tu mirada se empieza a nublar, tu mente divaga confundida como tratando de aterrizar en un lugar seguro. La imagen de aquella habitación blanca se va transformando y va dejando atrás la tranquilidad que reflejó al principio para convertirse en algo lejano y sombrío. Sin poder explicártelo, de pronto te miras abandonado en una habitación vacía, lúgubre, como un cementerio. Un ruido estrepitante que, en momentos se aproxima y en momentos se aleja se va apoderando de tus miedos como lo hizo antes la droga con tus sueños. Es una habitación con muchas puertas y grandes ventanales idéntica a la tienda donde aquella vez un desconocido asesinó al tendero, y a ti te culparon por eso. Como por arte de magia te transportas en el tiempo y en el espacio para volver a vivir aquel suceso infernal que cambió tu vida para siempre. Ese es sin duda el recuerdo más lastimoso de todos los malos recuerdos que ahora asaltan tu mente como fotografías en retroceso que muestran toda tu vida. Los demás son solo consecuencia del primero, el que viviste plenamente sin la influencia de la droga, el que te enseñó que la vida no es justa. El miedo se vuelve cada vez más intenso alimentado con ese ruido que quiere absorberte. Las ventanas están abiertas, pero no puedes ver nada hacia fuera. El ruido se escucha

cada vez más cerca, no sabes quién es, solo sabes que es algo amenazante porque sientes miedo, sientes que alguien va a entrar, que alguien se encuentra afuera al acecho tuyo, y tú te escondes en un rincón sin mirar nada porque ahora la habitación se ha vuelto oscura. Como una sombra que se arrastra por el suelo, la bestia fue llenando los espacios de esa habitación hasta dejarla en tinieblas. De pronto las puertas se cierran, los vidrios se rompen y la habitación oscura se hace cada vez más pequeña, tu cierras los ojos aterrados y nunca más los vuelves a abrir.

El viaje termina

cuando termina el camino.

La vida termina

cuando terminan los sueños.

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