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A mis abuelos, partícipes desde algún lugar en el cielo. A Alejandro Díaz, por invertir su valioso tiempo en mí. A Bea de los Ángeles, compañera en este viaje literario. Y a mi mujer y mi hija, inspiración para crear todo lo anterior.
Prólogo
ACTA DE RECEPCIÓN DE DENUNCIA VERBAL Nº 041-2020 POR DESAPARICIÓN DE PERSONA
--- En el Puesto de Soria siendo las 21:17 horas, del día 11AGO2020, se presenta a esta Comandancia de la Guardia Civil la persona de Adán PERALES REIG, de 27 años de edad, natural de Valencia, estado civil casado, ocupación Industria, identificado con DNI 53752040 letra C y con domicilio en Calle Padre Méndez s/n de Torrente (Valencia), denunciando que: El día 11 de agosto del año en curso a las 20:30 horas aproximadamente, su hija, de nombre Sara IBÁÑEZ PERALES (siete meses), habría desaparecido en circunstancias desconocidas encontrándose en las inmediaciones de Villaverde del Monte en el término municipal de Cidones (Soria) en compañía de su mujer Aitana IBÁÑEZ PERALES dando un paseo por los alrededores de la casa rural en la que están alojados. Situado Adán PERALES REIG en el jardín interior de la casa, declara: he visto entrar por la puerta a mi mujer Aitana IBÁÑEZ MARTÍNEZ llorando, muy nerviosa y sin el carro de bebé de Sara IBÁÑEZ PERALES. Aitana IBÁÑEZ MARTÍNEZ se ha abalanzado sobre mí y he conseguido entender que decía que la niña no estaba. No dejaba de repetir una y otra vez que Sara IBÁÑEZ PERALES estaba muy dormida. Aitana IBÁÑEZ MARTÍNEZ había dejado el carro en el camino con ella dentro por no despertarla y se adentró unos metros en el bosque a recoger hojas y texturas para hacer manualidades. Cuando ha vuelto al sendero, el carro estaba vacío y la niña no estaba allí. En un acto reflejo y sin dudarlo, la he agarrado del brazo y la he seguido corriendo hasta donde decía que había ocurrido todo. Cuando llegamos, allí no había nadie. Buscamos entre la maleza de los lados del camino sin encontrarla. Le dije que se callara para que estuviera todo en silencio por si oíamos algo, pero tampoco escuchamos nada. Así que hemos vuelto lo más rápido posible a la casa. Yo me he adelantado, he cogido las llaves del coche y en cuanto mi mujer llegó, hemos venido a comisaría.
Agrega el denunciante: ---Que en el momento de la desaparición, Sara IBÁÑEZ PERALES viste pañal. Siendo su descripción física piel pálida, pelo corto de color claro, y ojos grandes y azules. --- Que no dio constancia de lo ocurrido a los servicios de emergencia debido a que su móvil personal dejó de funcionar por avería horas antes de la desaparición y el móvil personal de Aitana IBÁÑEZ MARTÍNEZ fue olvidado en su vivienda habitual de Valencia. --- Que el lugar de los hechos se encuentra aproximadamente a mil metros de su alojamiento siguiendo el camino que tiene su origen en la parte trasera de la casa rural. --- Lo que denuncia ante la policía para los fines consiguientes, firmando e imprimiendo su dedo índice derecho en señal de conformidad la presente Acta en presencia del Instructor que certifica.
EL INSTRUCTOR EL DENUNCIANTE
Capítulo I
Martes, 9 de octubre de 2018
Su móvil comienza a vibrar acompañado de una melodía casi imperceptible de no ser porque está todo en absoluto silencio. Lo apaga rápidamente estirando el brazo y de un salto se pone en pie. Mientras se frota la cara con las manos, con los ojos cerrados es capaz de ir hasta la cocina, que está nada más salir de su habitación. Sabe que apenas tiene diez minutos para desayunar, asearse y vestirse antes de coger el coche para ir a la residencia y empezar una jornada más de trabajo, pero para ella es tiempo más que suficiente. Abre la nevera y coge un tetrabrik de leche. Llena un vaso casi hasta rebosar y le pone dos cucharadas del bote de Cola Cao a punto de terminarse. «Aitana, definitivamente tienes que ir al supermercado», dice para sí misma. Sabe que si no lo apunta en la lista de la compra se le olvidará, pero tiene el tiempo justo. Calienta el vaso de leche un minuto en el microondas. Lo coge con dos dedos y con cuidado, más por lo mucho que lo ha llenado que por lo caliente que está. Lo remueve despacio y se lo toma en tres tragos grandes. Abre la despensa y se pone de puntillas para ver si su vista alcanza un poco más al fondo del armario hasta que consigue ver el último paquete de magdalenas. Alarga el brazo para cogerlo y lo mete en el bolso del trabajo para comérselas por el camino. Está lista. Coge su mochila, las llaves del coche y sale de casa.«Joder, lo que faltaba, el ascensor estropeado», reniega. Es un quinto piso y no tiene otra opción que bajar rápido por las escaleras. En cuanto llega abajo, saluda a un vecino que entra en el rellano pero no se para ni a mirar quién es. Se sube al coche, arranca y sale quemando ruedas.
Faltan dos minutos para las siete de la mañana y el sol empieza a asomar en el horizonte de la playa de Gandía reflejando su color cobrizo en el mar tranquilo como una balsa de aceite. Aitana llega a trabajar como siempre: justa pero a tiempo. —¡Buenos días! —exclama su amiga y compañera Victoria mientras se fuma un cigarro. —Buenos días —contesta ella algo menos efusiva. —Tía, más alegría —replica. Pero Aitana no está de humor y menos tan de buena mañana, así que pasa de ella. Ambas entran en la residencia y se dirigen a la máquina de café, donde se encuentra la encargada. —¡Hola, buenos días! —saluda Aitana, esta vez sí, un poco más animada y casi al unísono con Victoria. —¡Buenos días, chicas! Encima de mi mesa tenéis las carpetas con los residentes asignados para hoy. Especial atención a las entradas y salidas de familiares. Tened en cuenta que hoy es festivo y la puerta se va a estar abriendo y cerrando sin parar. —Bueno, al menos si se escapa algún abuelo puede ir a dar un paseo por la orilla de la playa —improvisa Victoria intentando hacerse la graciosa, aunque cambia su cara al ver el rostro serio de la encargada. Aitana directamente hace como si no hubiera escuchado nada. Y es que, aunque ellas son las auxiliares más jóvenes de la residencia y a simple vista las que más cosas en común pueden tener, Aitana empieza a no tragar a Victoria y comienza a darse cuenta de su juego a dos bandas. Su compañera solo piensa en sí misma y le da igual hablar mal incluso de su «amiga» a otras personas con tal de quedar por encima, a pesar de que ni ella misma se cree sus propias mentiras. Tal y como ha avisado la encargada, hoy es fiesta en la Comunidad Valenciana y hay mucho trasiego de entrada y salida de familiares. Los residentes no entienden de domingos ni festivos. A Aitana le gusta su trabajo y se siente cómoda. Con gusto los cuida, los atiende, les da cariño, les hace compañía, los
hace reír y se divierte con ellos. Trabajar en una residencia de ancianos no se limita a limpiar culos, y aunque sea de broma, le da mucha rabia cuando alguien lo dice. Hoy le tocará pasar la jornada de trabajo casi completa con Victoria y eso es algo que no le hace ninguna ilusión. En la hora del almuerzo, Aitana necesita salir al jardín a tomar aire fresco. Coincide con el cocinero, quien acaba de entrar por la puerta y se dispone a comenzar su turno, pero no sin antes hablar con ella al verla sentada en el césped, todavía húmedo del rocío de la mañana. —¡Aitana! ¿Qué tal? ¿Cómo vas? —pregunta Andrés muy simpático. Él sí que ha sido siempre así de amable. Puede tener sus días buenos y sus días malos, como todos, pero es de esas personas de las que a cualquiera le gusta tener a su alrededor buscando contagiarse un mínimo de su positividad. —¡Hola, Andrés! Ahí voy… —responde ella con un tono de voz que va de más a menos. —¡Uy! ¿Y eso? ¿Te pasa algo? —Bueno, estoy un poco saturada de todo: el piso nuevo, el trabajo, las amigas… —Eso quería comentarte —interrumpe Andrés—. ¿Qué tal estás con Victoria? —pregunta imaginando la respuesta. Aitana toma aire. —Pues la verdad es que no sé a qué juega conmigo. Se piensa que soy gilipollas y no me entero de las cosas, pero soy consciente de que habla de mí por la espalda e intenta dejarme mal. —Precisamente eso quería comentarte. —Se agacha y se sienta al lado de ella para que nadie pueda escuchar nada a pesar de que están solos—. El otro día, mientras preparaba la comida, entró Victoria a la cocina. Aun sabiendo que había sido ella la culpable, le pregunté quién había dejado todo el suelo sucio de restregones de cuando se sacó la basura al contenedor de la calle y ella me dijo que habías sido tú. Yo flipaba viendo como me estaba mintiendo en toda la cara cargándote con la culpa cuando vi con mis propios ojos ¡que había sido ella! Tú
no se lo digas o sabrá que te lo he contado yo. Simplemente lo digo para que tengas cuidado con ella, ¿vale? Conforme acaba de hablar, Andrés se levanta, le guiña un ojo y se va para adentro a trabajar. Ella se queda con la boca entreabierta y sin parpadear; perpleja por lo que acaba de oír y con la mirada fija puesta en el frondoso seto que cubre el muro exterior.
La jornada de trabajo está a punto de terminar. Aitana ha conseguido sobreponerse a lo que le había contado horas antes Andrés y no ha tenido más remedio que fingir buena cara cuando estaba con Victoria, aunque ya está acostumbrada a hacerlo porque algo intuía. Menos mal que mañana empiezan sus vacaciones y la perderá varios días de vista. Después de llegar a casa, ducharse, comer y dormir una larga siesta, que falta le hacía, comienza el dilema de qué ropa ponerse, ya que ha quedado con su amiga Noelia para ir a tomar algo a un chiringuito de la playa. A pesar de estar en octubre, el tiempo acompaña. Noelia sí que puede considerarse su amiga. Su mejor y única amiga. Siempre ha estado ahí, siempre la ha apoyado. Digamos que Aitana no tuvo la infancia ideal para cualquier niña; su ámbito familiar pasó por dificultades y todo eso al final siempre lo acaban pagando los hijos. Tuvo que buscarse pronto la vida fuera de su hogar. Su pareja de entonces la ayudó, y aunque con buena intención, quizás no supo estar a la altura. Pero Noelia estuvo a su lado de manera incondicional, para lo bueno y para lo malo, que sin duda lo hubo. Si no hubiera sido por ella, Aitana nunca habría sido capaz de abrir los ojos. Le hizo ver la diferencia entre amor y cariño, la empujó a ser valiente, a seguir ella sola adelante, y lo consiguió.
Ha llegado la hora. Se siente radiante, pero va sencilla. Viste con un mono corto de color rojo, una chaqueta vaquera, su melena rubia suelta al viento, un poco de colorete y los labios pintados de carmín. No le hace falta más. No puede evitar dar un grito cuando a lo lejos ve a su amiga. —¡Noelia!
—¡Aitana! —responde mientras las dos van corriendo para fundirse en un abrazo. —¿Qué tal, tía? ¡Qué ganas tenía de verte! Vaya mierda de día… —¿En serio? No te preocupes que ahora pedimos un Puerto de Indias y te desahogas todo lo que quieras.
Ya en el chiringuito, Aitana le cuenta cómo ha sido su día, incluido lo que le ha comentado Andrés. Noelia alucina, pero le quita importancia al asunto porque están ahí para pasarlo bien y no para amargarse, de manera que se centra más en otros temas. —¿Y qué tal te va la vida viviendo sola? —pregunta Noelia. —Bien. —¿Bien? ¿Ya está? —Sí, bien. No sé… —suspira. —Aitana, no soy tonta, ¿qué pasa? —dice cambiando su rostro a uno más serio. —No lo sé, es por todo un poco. No estoy contenta en el trabajo, no soy feliz viviendo sola… Necesito llegar a casa y que alguien me pregunte cómo ha ido el día y se preocupe por mí. —Pero me puedes llamar al móvil cuando quieras, lo sabes, ¿verdad? —le corta ella. —Sí, pero no es lo mismo… —Creo que ya sé lo que quieres decir, pero ¿te ves preparada para empezar otra relación? —¡Pero qué relación, si no conozco a nadie! —exclama Aitana. —¿Y por qué no te haces un perfil en alguna aplicación de citas? Tengo amigas que han conocido chicos de esa manera.
—¿Por una aplicación de móvil? —pregunta reacia—. ¿Estás loca? Ahí los tíos van a lo que van. —Puedes probarla unos días, y si no te convence, la desinstalas. —Bueno, déjame que lo piense. Aitana toma un trago de su cubata y pierde la mirada en la puesta de sol, mientras desaparece por el horizonte.
Unos kilómetros más al norte, pero siguiendo la costa valenciana, dos buenos amigos se encuentran disfrutando del mismo atardecer sentados en la arena de la playa de Pinedo con la suave brisa mediterránea soplando en sus caras, tan relajante que es difícil no ser capaz de desconectar del día a día. Héctor abre los ojos y ve como Adán, cabizbajo, juega con un puñado de gravilla que deja caer poco a poco como si fuera un reloj de arena. —¿Cómo lo estás llevando? —pregunta Héctor. Tras una breve pausa, Adán levanta la cabeza y mira las olas rompiendo en la orilla del mar. —Bien, haciéndome a la idea —murmura. —No hay que venirse abajo. Conocerás a alguien mejor y que te haga más feliz. —Ya. Si de eso estoy seguro, pero lo que me ha jodido es tener la vida planificada y ahora volver a empezar de cero otra vez. Héctor mantiene su mirada en los ojos de su amigo sin obtener o visual por su parte y zanja la conversación. —Piensa que todo pasa por algo. Adán lo mira por primera vez como si de un déjàvu se tratase y suspira. —¿Nos vamos? —dice él.
—Sí, venga. Pamela tiene que estar esperándonos para hacer la cena. Héctor se incorpora primero y le tiende la mano para ayudarlo a levantarse, pero lleva varias semanas ausente y viviendo en otro mundo distinto al del resto de personas. No se da cuenta y se pone en pie por sí solo.
La pesadilla de Adán comenzó a principios de verano durante un viaje al Pirineo aragonés con la que entonces era su pareja. Ella no estaba bien; no sabía si con su novio o consigo misma, pero no era feliz. Él trató de encontrar una solución. Después de siete años juntos no podía tirar la toalla tan fácilmente hasta el punto de proponerle acudir a terapia de parejas, algo que ella en un principio aceptó, pero es muy difícil perseverar por algo en común cuando esa lucha no es conjunta. Al volver del viaje, una noche antes de ir a dormir, tuvieron una conversación. Las almohadas absorbieron muchas lágrimas derramadas, y aunque los dos fueron valientes, el verdadero paso lo dio Adán. Fue el último empujón que necesitaban y entendía que si ella no era feliz, él tampoco podría serlo. Tendrían que rehacer sus vidas, pero sabían que con el paso del tiempo lo iban a conseguir. Desde entonces, Adán hace todo lo posible por no saber nada de ella; incluso la eliminó de todas sus redes sociales, pero es mucho más complicado olvidar a una persona cuando no sale de tu mente.
Los dos amigos ponen rumbo a de casa de Héctor, que se encuentra a escasos cuatrocientos metros de la playa. Ya es casi de noche, pero aún hay la suficiente luz como para poder ver por donde pisan. El camino es bastante pedregoso, de tierra, con acequias a los lados, y rodeado de enormes huertos ahora vacíos, ya que no es temporada de cultivar nada. —Huele un poco a mierda, ¿no? —dice Adán con cara de asco. Héctor no responde cansado de oír el mismo comentario cada vez que alguien va a su casa y solo le devuelve una sonrisa sarcástica. Es lo que tiene vivir cerca de una depuradora. ¿Cómo quieren que huela? Adán nunca viviría ahí. Reconoce que el sitio tiene su encanto: un patio interior
con vistas a la huerta valenciana y cerca del mar, pero es una casa muy vieja con mucho trabajo por hacer y demasiadas cosas que arreglar. Tiene claro que a su amigo, más bien urbanita, le pasa lo mismo y sabe que no es el lugar idóneo para vivir ni para formar una familia. Quizás se pueden permitir algo mejor, pero en casa de Héctor la «jefa» es su novia y manda Pamela. Se hace lo que ella dice, y ella es de campo.
Al girar la esquina de la penúltima parcela de huerto ya se vislumbra la casa de Héctor. Adán puede adivinar a través de la mosquitera que el rostro de detrás de la ventana es la novia de su amigo esperándolos cual madre enojada. —¡¿Qué horas de volver son estas?!¿Dónde estabais? ¿Vosotros creéis que puedo estar yo aquí esperando para cenar? Mañana madrugo y no me quiero ir a dormir tarde. Por lo menos podríais poner la mesa… —Vaya tela con la sargento Pamela… —murmura Adán tan bajito a Héctor para que ella no se entere que apenas lo puede oír. Ambos se quitan las zapatillas deportivas llenas de polvo y arena y las dejan en la entrada del porche para no ensuciar la casa. —Estábamos en la playa hablando y se nos ha olvidado mirar la hora. Ahora te ayudamos con la cena —dice Héctor con la boca pequeña y el rabo entre las piernas si lo tuviera. —¡No! ¡Ahora ya no! Ya me ha tocado hacerla toda a mí —replica Pamela. Adán se mantiene al margen de la escena. No quiere entrar en una discusión que no le incumbe porque recibiría por algún lado, seguro. Y es que, desde que fue a pasar unos días con ellos, no deja de sorprenderse con el trato que recibe su amigo por parte de su novia. Parecen la pareja perfecta, pero las redes sociales engañan mucho y a los hechos se remite. Está de vacaciones y solo ha ido a quedarse tres días; aunque todavía tiene libre el resto de la semana, mañana volverá a su casa.
Por fin Pamela se ha ido a dormir. ¡Qué paz! Adán se queda a solas con Héctor
en el sofá viendo la televisión. Como no hay ningún programa ni película interesante, no tienen más remedio que sacar sus teléfonos móviles. Mientras uno juega al parchís en línea, el otro se pone en busca del perfil de alguna chica que le llame la atención en una aplicación de citas. —¡Mira! Estrella, veinticinco años, de Sollana. Tiene buena pinta, ¿no? —dice Adán enseñándole la pantalla del móvil a Héctor. —¿Qué pone en la descripción de presentación? —pregunta él sin mirar. —Nada, no sale nada. Solo tiene fotos. —A ver… —Se incorpora un poco para ver mejor—. ¿Estrella? ¡Estrella! ¡Si esa es una excompañera mía del restaurante! Pero si ella tiene novio, ¿por qué te aparece su perfil? —¿Tiene novio? Pues no lo sé. No habrá eliminado la cuenta… Estoy cansándome de la aplicación. La tengo varios meses y no he conocido a ninguna chica interesante. —Pero ¿tú estás listo para meterte de nuevo en una relación seria? —En principio no. No creo… Por ahora solo quiero conocer gente nueva, lo dice mi descripción. Tendría que ser un flechazo para que pudiera empezar algo serio con alguien. Se oscurece la pantalla: «Batería baja». Adán cierra la aplicación, bloquea la pantalla del móvil y lo lanza a la otra punta del sofá sin importar siquiera que pueda caer al suelo.
Capítulo II
Jueves, 11 de octubre de 2018
Hogar, dulce hogar. Adán llegó ayer a su casa. Un piso demasiado grande para vivir solo, pero cómo iba a saber que a los tres años de haber comprado y planificado el futuro con su entonces pareja iban a tomar aquella decisión y debían continuar sus vidas separadas. Al menos, Adán tiene a Tronca, su compañera de piso incondicional. Es una perrita mestiza que adoptó cuando con veintidós años se independizó. Ya no estaría su madre para prohibirle llevar animales a casa. —Tronca, ¿vamos a pasear? —Con esas cuatro palabras el animal levanta la cabeza, gira las orejas y sale disparada hacia el recibidor de la casa tan rápido que las patas le derrapan al salir por la puerta del comedor y tomar la esquina del pasillo. «¡Es una perra tan buena! Ojalá vivieran para siempre», piensa Adán. Es injusto. Es algo que solo pueden entender los amantes de los animales. ¿Por qué tienen que vivir tan poco? Ambos han tenido mucha suerte de que el destino se cruce en sus vidas.
Al cabo de media hora, Tronca ya está paseada y aguantará hasta el día siguiente sin salir. El móvil de Adán es una prolongación de su mano y apenas se separa de él. Durante el paseo se ha quedado con la batería baja así que va a su habitación, coge el cargador todavía enchufado en su mesita de noche y se lo lleva al comedor. Conecta el transformador en el ladrón que está detrás del sofá y el otro extremo USB al móvil, el cual deja apoyado en el reposabrazos, ya que el cable no da para más. Es casi la hora de cenar y todavía tiene que ducharse. Mientras se carga la batería empieza a preparar las cosas en el cuarto de baño. El calefactor es para él obligado encenderlo, recoge la toalla tendida y solo le queda ir a por el pijama, pero cuando va camino de la habitación suena una notificación
en el móvil. En cuanto la escucha, deja lo que está haciendo y entra al comedor. Lo desconecta del cargador y mira la pantalla: «Le gustas a alguien nuevo». A una persona le ha gustado su perfil en la aplicación de citas. Por curiosidad, desbloquea el móvil y lee: «Sofía, edad 20, a 65km». «¿Sesenta y cinco kilómetros?¡Qué lejos! Y cinco años menor que yo», piensa. Al deslizar hacia abajo la pantalla hasta la descripción de presentación, ve que esta está en blanco. Únicamente hay tres fotos subidas, el máximo permitido en cada cuenta, y las revisa una a una. Lo primero en lo que Adán se fija en una mujer es en los ojos y los de ella son lo que más le llama la atención: son grandes y azules. Es demasiado guapa para ser cierto. «Creo que voy a aceptar el match y nos conocemos, pero sin hacerme ilusiones», se dice a sí mismo. Acepta el perfil de Sofía, vuelve a conectar el móvil y lo deja de nuevo cargando. No tiene ninguna prisa en empezar la conversación, ya que no quiere parecer desesperado y menos después de tantas desilusiones que se ha llevado en todas estas semanas que lleva usando la aplicación. Así que va a su habitación, coge el pijama del armario y entra al cuarto de baño ya caliente para ducharse. Qué bien sienta una ducha después de un largo día y más después del partido de fútbol que ha jugado esta tarde. Su equipo no ha conseguido ganar, y aunque ha sido un buen partido a nivel individual, no está satisfecho. Es muy competitivo en todo. Una vez vestido y el cuarto de baño recogido, se deja caer en el sofá. Estira el brazo para coger el móvil, que de un tirón acaba soltándose del cable. No recordaba que estaba cargando la batería. Y tampoco se acuerda del match de Sofía creado antes de la ducha hasta que enciende la pantalla y ve un mensaje de ella:
SOFÍA 21:47 ¡Hola, Adán!
Hace más de diez minutos que lo ha recibido, pero sus duchas no se caracterizan
por ser rápidas.
ADÁN 21:58 Holaaa, Sofía. SOFÍA 22:00 ¿Qué tal? ADÁN 22:01 Muy bien, ¿y tú? SOFÍA 22:01 Muy bien también. ¿De dónde eres? ADÁN 22:04 De Valencia Pero vivo en Torrente. ¿Y tú?
SOFÍA 22:04 De Daimuz. ¿Qué estás buscando aquí? ADÁN 22:06 Conocer gente nueva.
Mi descripción no engaña. SOFÍA 22:06 ¿Tampoco engaña cuando dices… «Abstenerse chicas que escriban haiga o ahy»? Jajaja. ADÁN 22:07 Tampoco engaño. SOFÍA 22:07 Jajaja. ¿Tienes Instagram? ¿Te puedo agregar? ADÁN 22:08 Sí, Adán Perales Reig.
Para sorpresa suya, la chica muestra iniciativa en la conversación. Es algo que nunca había sucedido en todo este tiempo y en pocos segundos aparece una notificación en la pantalla: «Tienes una nueva solicitud». Abre su perfil de Instagram, una aplicación distinta a la de citas donde, además de tener chat, la gente comparte bastantes más fotografías y no solo unas pocas, y en consecuencia, su vida. Ambos se podrán cotillear. De hecho, ya lo están haciendo, pero algo le llama la atención y comienza una nueva conversación.
ADÁN 22:09 ¿Sofía?
AITANA 22:09 Holaa. ADÁN 22:09 No lo entiendo. ¿Cómo te llamas?¿Aitana o Sofía? AITANA 22:10 Me llamo Aitana, pero. Cuando conocemos a alguien nuevo. Mi amiga Noelia y yo. Nos cambiamos el nombre. ADÁN 22:10 ¿De verdad? AITANA 22:10 Tampoco soy de Daimuz. Soy de Gandía. ADÁN 22:11 Empiezo de nuevo. Encantado, Aitana. Soy Adán, de Torrente.
Está desconcertado. En realidad, le parece una jugada maestra por su parte. Demuestra que ella está interesada en él después de haber revelado su verdadera identidad, siempre y cuando no esté mintiendo de nuevo. Para Aitana, Adán es diferente al resto de perfiles que le han aparecido en la aplicación de citas. Después de ver su descripción parece ser un buen chico, simple, culto y con humor. Y por supuesto, ella también ha visto sus fotos de perfil y no le han disgustado. La que más le llama la atención es una en la que sale abrazando a su perrita. Hay algo importante en este tipo de aplicaciones y es que, con pequeñas descripciones, en ocasiones inexistentes, es difícil conocer el interior de una persona y no hay más remedio que basarse en el físico la mayoría de las veces, seas o no superficial. La única opción es entablar una conversación para empezar a conocer al otro. AITANA 22:25 ¿En qué trabajas? ADÁN 22:25 En una factoría. ¿Y tú? ¿Estudias? AITANA 22:26 Trabajo. En una residencia de ancianos. ADÁN 22:27 ¿En serio? Mis abuelos paternos estuvieron en una. Hasta que fallecieron. Valoro mucho vuestro trabajo.
«¡Por fin! ¡Una persona que valora mi profesión!», piensa Aitana. Definitivamente tiene que conocer a este chico. Después de hacer ambos un receso para cenar algo, continúan chateando. Esta vez es Adán el que toma la iniciativa y es que, aunque no sea un tema de conversación agradable, para él es importante aprender del pasado para no cometer los mismos errores en el futuro, sobre todo cuando se está conociendo a alguien nuevo. Hablamos de las exparejas.
ADÁN 23:04 ¿Cuántos años estuvisteis juntos? AITANA 23:08 Pues bastantes años. Cinco. Soy de relaciones serias. ¿Y vosotros? ADÁN 23:10 Unos cuantos más. Siete años. Lo dejamos en verano. AITANA 23:11 Nosotros también, en junio.
«¡Joder, cuántas cosas en común!», piensa Adán. Sin buscarlo, Aitana está
empezando a ilusionarle, pero no quiere crearse demasiadas esperanzas. Se nota que hay feeling entre los dos y profundizan en temas todavía más personales.
ADÁN 23:37 Por cierto. Tan joven y. ¿Viviendo sola? AITANA 23:39 Es una larga historia. Tuve que irme muy pronto de mi casa. La situación familiar no era la mejor. Me independicé con mi ex. Hasta que lo dejamos. Tuve que buscarme la vida. Y me fui yo sola de alquiler. ADÁN 23:42 No es necesario que des detalles. Entiendo que es algo muy personal. AITANA 23:48 Puede que algún día esté preparada. Y te lo pueda contar todo.
Ahora no es el momento. Lo siento. ADÁN 23:50 Tranquila. No te voy a obligar a nada.
Aitana sigue en una nube. «¡Es tan adorable!», no deja de repetirse para sí misma. Ha pasado momentos muy duros en la vida que la han convertido en la mujer que es hoy en día. Ha tenido que tomar decisiones muy difíciles sobre todo al afrontar los problemas familiares que había en su casa. Pero ¿y si Adán es la persona que anda buscando? Quien la escuche, quien se preocupe por ella, quien la aconseje, quien la respete… Recuerda la conversación con Noelia y ya está pensando cómo darle las gracias por haberle recomendado descargarse la aplicación de citas. Apenas le ha dado tiempo a hablar con un par de chicos más, pero Adán es diferente a ellos. Es distinto a cualquiera que haya podido conocer incluso en la vida real.
Viernes, 12 de octubre de 2018
Las agujas del reloj pasan de la medianoche y ambos siguen conversando con los ojos abiertos como platos.
ADÁN 1:08 Tu trabajo dice mucho de ti. Es muy duro. Eso demuestra también tu madurez.
AITANA 1:10 Eso es verdad. No todas aguantan el ritmo. Pero no sé…
ADÁN 1:11 ¿Qué pasa? Puedes contar conmigo. Si necesitas que alguien te escuche. AITANA1:14 No estoy a gusto. Ni en el trabajo. Ni en Gandía. Me gustaría vivir en Valencia capital. ADÁN1:16 Torrente está en la periferia. Estás invitada cuando quieras.
Después de varias horas, ahora sí, el cansancio empieza a pasar factura en ellos. Son casi las cinco de la mañana. Ambos han estado increíblemente a gusto, pero toca despedirse para poder ser persona al día siguiente.
ADÁN 4:45 Me da pena, pero. Me estoy quedando dormido. AITANA 4:48 No quería decirlo. Pero yo también tengo sueño. ¿Hablamos mañana? ADÁN 4:49 Dalo por hecho. Que duermas bien.
Han pasado casi siete horas seguidas hablando. Ha dado tiempo para que se conozcan bastante. Es evidente que hay química entre los dos y lo saben. Mariposas revolotean en sus estómagos y no lo pueden evitar. Ya no. ¿Estarán hechos el uno para el otro? El tiempo lo dirá. Por ahora han dado un paso más y antes de irse a dormir han intercambiado sus números personales de móvil para poder hablar más cómodos desde una aplicación de mensajería instantánea.
Amanece un nuevo día. Ambos se despiertan tarde después de haber trasnochado juntos; han acumulado demasiado cansancio. El sol entra por la ventana y golpea en el rostro de Adán, quien duerme con la persiana subida un palmo para que la habitación no esté completamente a oscuras. Al abrir los ojos, lo primero que ve es el hocico húmedo de Tronca a escasos centímetros de su cara con las orejas hacia abajo y la lengua afuera. Si se descuida un minuto más, habría sido despertado a lametones. Es una perra y no puede hablar, pero sabe perfectamente lo que le está pidiendo, y no es otra cosa que un paseo. No tiene más remedio que levantarse, la pobre lleva muchas horas seguidas sin salir a la calle.
Después de asearse, vestirse y desayunar algo rápido, repite las palabras mágicas. —Tronca, ¿vamos a pasear?
En casa de Aitana suena el timbre. Ante la insistencia se ve obligada a descolgar el portero automático para ver quién es, ya que no espera ninguna visita. Camina hacia él con los ojos cerrados deseando seguir durmiendo. La luz que entra por la ventana le molesta mucho y eso que es una casa muy sombría. —¿Quién?¡¿Quién?! —repite, pero no hay respuesta. Deambula hasta el sofá y se deja caer. Mira fijamente el techo, total, ya le han cortado el sueño. Pero en cuanto piensa en todo lo que pasó anoche, y en Adán, se levanta de un salto y va corriendo a por su móvil que está cargando en la mesita de su habitación. Lo desconecta del cable y se vuelve al comedor de nuevo. La cara se le ilumina cuando ve lo que aparece en la pantalla: «Tienes un mensaje sin leer».
ADÁN 12:34 ¡Buenos días! Dormilona. Estoy paseando a Tronca.
Sonríe de oreja a oreja y se apresura a contestar.
AITANA 13:17 ¡Buenos díaaaas!
Soy una marmota. Ay, ¡quiero conocerla! ADÁN 13:24 Habrá que preguntarle a ella. Si quiere conocerte. ¿No? AITANA 13:26 Tonto. ADÁN 13:27 Has tenido suerte. Dice que ella también.
Adán es un vacilón, pero a Aitana le encanta. Le gusta ese juego de tipo duro, pero entrañable. Le hace reír, se relaja, se siente cómoda hablando con él y así va a ser durante todo el día y gran parte de la noche, aunque no hasta tan tarde como la anterior.
ADÁN 2:57 Es tardísimo. Me queda una última pregunta. Y nos vamos a dormir, ¿vale? ¿Cuál es tu sueño en la vida?
AITANA 2:58 Mi sueño… Me encantaría ser madre joven. ADÁN 3:00 ¡A mí también! No me gustaría que me confundieran. Con su abuelo. Cuando me vean jugando con mi hijo. AITANA 3:01 Serías un abuelo sexy. ADÁN 3:01 Jajaja. Estamos desvariando. Mejor seguimos mañana. ¡Buenas noches! AITANA 3:03 ¡Dulces sueñooos!
Ambos ponen sus móviles a cargar. Necesitarán la batería al cien por cien mañana para continuar hablando. Apenas en dos noches y un día pueden decir que saben muchas más cosas de las que sus propios amigos conocen de ellos. La atracción está resultando evidente para los dos y lo saben.
Sábado, 13 de octubre de 2018
Para Adán la rutina matinal es la misma de siempre: despertarse y pasear a Tronca, que además ahora incluye dar los buenos días a Aitana. Cuando anoche se despidieron, aún se quedó dándole vueltas en su cabeza: «¿Será ella el flechazo?», no dejaba de repetirse. Como si de telepatía se tratase, Aitana pensaba lo mismo. ADÁN 10:26 ¡Hola, guapa! ¿Cómo has dormido? AITANA 10:45 ¡Buenos días! Estoy cansada. Pero luego haré siesta. ADÁN 10:50 Ah, sí. Es verdad. Que hoy sales de fiesta. No podremos hablar. AITANA 10:52 Nooo. Jolín. ¡Qué pena!
Así podrás dormir. ADÁN 10:54 Prefiero hablar contigo. Pero ten cuidado por ahí.
«¡Ten cuidado!». ¡Cuánto tiempo hace que a Aitana no le dicen algo así! Sabe de sobra cuidarse sola, pero le gusta que Adán se preocupe por ella. Están empezando a ser importantes en la vida del otro, aunque todavía es pronto para adelantar acontecimientos.
Como era de esperar, pasan el día pegados a sus móviles. Llevan horas y horas hablando. Parece mentira que aún tengan cosas que contarse, pero en sus conversaciones apenas hay pausas, nada más que las obligadas. Es sábado noche y Aitana está invitada al cumpleaños de un amigo. Van a salir por los pubs de la playa de Gandía. Se viste sexy con un pantalón vaquero ajustado, tacones de color rojo a juego con su pintalabios y un body de encaje negro semitransparente. «Si Adán me viera, se le caería la baba», no puede dejar de pensar en él. Va demasiado guapa para no enviarle una foto.
AITANA 23:10 Foto enviada. ADÁN 23:16 Simplemente. Es-pec-ta-cu-lar.
Es hora de irse. Aitana coge la cartera, las llaves y el móvil y sale por la puerta de casa. Menos mal que esta vez sí funciona el ascensor. De no ser así, habría tenido que descalzarse para bajar andando. Sale con el tiempo justo, pero si no apura, no es ella. Es puntual, por eso nadie le puede echar nada en cara. Le apasiona bailar y bebe el alcohol justo para llegar al punto de diversión, pero sin pasarse. Por suerte, hoy no tiene que conducir. Es joven, pero lo suficiente responsable como para saber lo que está bien y lo que está mal. Se ha educado a base de hostias que le ha dado la vida, pero lo importante es aprender. Su madurez es una de las cosas que más valora Adán de ella. Pero un día es un día y tras unos cuantos chupitos, Aitana comienza a encontrarse un poco mareada. A pesar de eso, no consigue sacarlo de su mente. De repente, la habitación de Adán se ilumina. Su móvil empieza a vibrar y la luz cegadora de la pantalla no le deja ver lo que está pasando: «Llamada entrante. Aitana».
Capítulo III
Domingo, 14 de octubre de 2018
Adán se sobresalta al ver de quién es la llamada. Le da un vuelco el corazón al recordar cuando le dijo que tuviera cuidado. «Espero que no le haya pasado nada», piensa. Falla un par de veces al deslizar el dedo por la pantalla para descolgar el móvil por lo nervioso y adormilado que está. Se le hace un nudo en la garganta al darse cuenta de que solo ha oído su voz en notas de audio y todavía no ha hablado con ella a través de llamada telefónica. —¿Hola?¿Aitana? —Hola, Adán. ¿Qué haces? —¿Qué pasa?¿Estás bien? —Sí, sí. Estoy bien. —Ah, vale. Me has asustado. Pensaba que te habría ocurrido algo. —No, no. Qué va. Adán respira más sosegado al saber que Aitana está sana y salva. Se tranquiliza al escucharla, aunque percibe cierta embriaguez en su voz. Tampoco le da importancia ya que es normal, está de fiesta. Él apenas bebe alcohol cuando sale. No necesita consumirlo para bailar, porque no le gusta ni sabe moverse, pero tampoco es un aguafiestas. Se lo pasa igual o mejor que el resto de sus amigos y además lo recuerda todo al día siguiente. —¿Estabas durmiendo? —pregunta Aitana. —Son las tres de la madrugada. ¿Tú qué crees? —Lo siento, perdóname. Lo siento, de verdad. Perdón…
«Confirmado, va borracha», dice Adán para sí mismo. Le da vergüenza ajena cuando algún amigo suyo llega a tal punto de embriaguez. No ve necesario tener que ponerse así para pasárselo bien, aunque no puede pretender que todos sean como él. —Tranquila. Bueno, al menos tendrás una buena razón para haberme despertado, ¿no? —Sí… Es que… Es que… —¿Qué pasa, Aitana? Arranca. —Es que no sé qué me pasa contigo, pero… —¿Pero qué? —Pues que no puedo dejar de pensar en ti, Adán, me encantas. No puede creer lo que está oyendo. ¡Aitana acaba de «declararse»! «Dicen que los niños y los borrachos nunca mienten», piensa él. —¿Sigues ahí? Di algo. Adán está anonadado y se hace varias preguntas.«¿Lo dice porque de verdad lo siente? ¿Lo dice porque va borracha?» Pero no se le ocurre ninguna respuesta. —Sí, sí. Aquí estoy. —Me encantas. Me encantas mucho. Hace rato que le habría colgado de no ser porque Aitana realmente le gusta, pero aguanta al otro lado de la línea y, aunque con dudas, decide seguirle el juego pensando que al día siguiente ella no se acordará de nada y para él quedará todo en una anécdota. —Y tú a mí, Aitana. —¿En serio? ¿Lo dices en serio? —Sí, claro.
—¿Cuándo nos vamos a conocer en persona? De pronto, Adán siente una palpitación muy fuerte. La pregunta lo coge por sorpresa, pero lo que Aitana le dice un instante después lo acaba de rematar. —Mañana cojo un tren y me planto en tu casa. —¿Qué dices? ¿Estás loca? —No, no estoy loca, lo digo de verdad. Adán, me encantas. Necesito conocerte ya. Cojo un tren por la tarde y voy a Valencia. La verdad es que la idea no le disgusta, pero no cree que sea un buen plan. —Aitana, me sabe mal que vengas para un rato. Al venir por la tarde tendríamos poco tiempo si luego tienes que volverte a Gandía. —Necesito conocerte, por favor. Me encantas. —Sí, te encanto —qué pesada, pero va borracha—, y tú a mí. Lo único que se me ocurre es que pases aquí la noche, aunque el lunes empiezo otra vez a trabajar. —Mañana cojo el tren y voy. Yo aún tengo vacaciones hasta el viernes. —¿Hasta el viernes? Puedes quedarte el tiempo que quieras en mi casa. —¿Sí? ¿Seguro? ¿Y si no te gusto? —¿Si no me gustas? Eso no va a pasar. —Me encantas —insiste, por si no ha quedado claro. —Tú vienes, te recojo en la estación, nos conocemos en persona y pasas la noche del domingo en mi casa. Si no nos gustamos o no estás a gusto, puedes volverte cuando quieras. —Por la mañana me hago la maleta. Después he quedado con mi amiga Noelia para merendar. En cuanto acabe con ella me subo al primer tren que vaya a Valencia y voy.
—Vale, quedamos así. Ahora, ¿me dejas seguir durmiendo? —Sí, sí. Hablamos por la mañana. ¡Buenas noches! —Buenas noches, ten cuidado —le repite. Adán no termina de asimilar la conversación que acaban de tener. «¿Se acordará ella cuando despierte de todo lo que le ha dicho?», piensa. Unos pocos minutos le bastan para volver a quedarse dormido a pesar del intenso día que le espera.
El reloj marca más de las siete y cuarto de la mañana. Hace varias horas que Aitana llamó a Adán; tiempo suficiente para que a ella se le pase la borrachera y la fiesta haya terminado. Llega a su casa ya descalza, lanza los tacones sin importar donde caigan y va directa a su habitación. Sin quitarse la ropa, se tumba en la cama y saca su móvil del bolsillo trasero de sus ajustadísimos vaqueros.
Tronca, hecha un ovillo en su camita, levanta la cabeza porque vuelve a vibrar e iluminarse la habitación entera. «Llamada entrante. Aitana», lee Adán en la pantalla del móvil. —¿Aitana? —Hola. Estabas dormido, ¿verdad? Lo siento. —Sí, claro. No te preocupes. ¿Ha pasado algo? —No. Era para decirte que ya estoy en casa. —Ah, vale. Gracias. ¿Te lo has pasado bien? —Sí, muy bien. Lo siento por despertarte anoche. «¡Se acuerda!», piensa Adán para sorpresa suya. Empieza a creer que lo que dijo cuando iba borracha era en serio. —No te preocupes. Entonces, ¿vendrás a la tarde?
—Sí. Cuando termine con Noelia te avisaré y cogeré el tren. —Vale. Te recogeré a la salida de la estación. Gira a la izquierda al salir. Mi coche es de color rojo, estaré aparcado en doble fila. —Perfecto. Venga, te dejo dormir. —No creo que pueda seguir durmiendo. —Lo siento. —Tranquila, ha sido un buen despertar. Se despiden hasta la tarde, cuando se verán en persona por primera vez. Ya que Aitana le ha hecho madrugar, Adán va a aprovechar para recoger y limpiar toda la casa. Nunca la tiene excesivamente desordenada ni sucia, pero cuando espera visita tiene que estar perfecta. Sobre todo por la cantidad de pelo que suelta Tronca hasta el punto de haber puesto alguna vez nombre y apellidos a bolas de pelusa debido a su gran tamaño. Aitana también está muy ilusionada, pero necesita dormir antes de empezar a preparar la maleta, ya que no puede con su alma. No quiere despertarse hasta que sea casi la hora de quedar con Noelia.
Para ella amanece pasado el medio día. «Cepillo de dientes, calcetines, sujetadores… Creo que está todo», dice Aitana para sí misma. Maleta hecha. La deja en la entrada y le toca ponerse guapa. Ya lo es, pero necesita a alguien que se lo diga porque es muy insegura. Va a la habitación y abre el armario. Después de varios minutos pasando perchas y abriendo cajones decide ponerse los mismos vaqueros ajustados de anoche que tanto gustaron a Adán, pero esta vez combinados con unos botines negros, una camiseta interior blanca y una chaqueta de cuero granate. Se maquilla, se plancha el pelo y se pone perfume a cada lado del cuello. Está lista, aunque antes de poner rumbo a Valencia, ha quedado para tomar algo con Noelia en la cafetería de la estación de Gandía. Así, en cuanto terminen, no perderá el tiempo teniendo que buscar un taxi para llegar hasta allí. Eso sí, nada de alcohol, anoche ya tuvo suficiente.
Noelia llega a la hora pactada. Le sorprende que Aitana no esté allí con lo puntual que es ella y preocupada le envía un mensaje al móvil.
NOELIA 17:04 Tía, ¿dónde estás?
Justo cuando le aparece en la pantalla el doble check de que Aitana lo ha recibido, esta aparece cruzando el semáforo con la maleta arrastras con una sonrisa nerviosa de oreja a oreja. —¿Y esa maleta? ¿Dónde vas? ¡Qué contenta! ¿No? —Noelia, tengo que decirte algo. Su amiga no sabe nada. No ha tenido tiempo de hablar antes con ella y tampoco está segura de lo que opinará. Se sientan en la terraza de la cafetería. Piden un café con leche cada una, tostadas con tomate para compartir, y le explica todo.
—¡¿Qué me estás contando?!¡Tú estás segura de lo que vas a hacer? ¡No lo conoces de nada! ¡¿Y si es un violador?! ¡¿Y si es un asesino en serie?! —¡Ay, Noelia! ¡Qué dramática eres! Sabía que lo dirías, por eso te lo he querido contar, para que supieras dónde voy a estar estos días. Solo te pido que no le digas nada a mi hermana. —No le contaré nada, pero por favor te lo ruego, llámame si necesitas cualquier cosa. ¿Entendido? —Estaré bien, no te preocupes. Te iré hablando. —Vale, tía. Pues no sé qué sigues haciendo aquí conmigo. Son las siete menos diez y a menos cinco pasa un tren. —¡No me jodas! ¡No llego! —Se levanta de un salto, coge la maleta, se despide
con un beso y sale corriendo. —Venga. ¡Vete! Yo invito. Avisa cuando llegues. ¡Y no dudes en llamarme! ¡Te quiero! —¡Gracias, tía! ¡Te quiero! Aitana desaparece en cuanto gira la esquina de las taquillas de la estación. Valida su abono y las puertas se abren delante de ella. Maleta en mano, baja las escaleras a pie; mientras no se caiga, es más rápido que usar las escaleras mecánicas, y justo cuando llega al andén, ve a lo lejos como llega su tren. No es hora punta y puede elegir asiento sin problemas. Se sienta al lado de la ventanilla en el sentido de la marcha; le gusta mirar el paisaje aunque esté empezando a anochecer. Saca su móvil del bolsillo exterior de la maleta y le envía un mensaje a Adán.
AITANA 19:02 Acabo de subir al tren. Llegaré en una hora. Aproximadamente. ADÁN 19:04 Tiempo de sobra. Ahora nos vemos.
Aitana se pone cómoda en el asiento. Saca los auriculares y elige un álbum de música relajante para escuchar. Su nerviosismo va en aumento según se van sucediendo las paradas. No tiene dudas de la locura que está llevando a cabo. Le preocupa más no gustarle a pesar de que él le dijera que eso no iba a pasar.
Adán decide hablar con su mejor amiga Brenda y se lleva el móvil al cuarto de baño. Necesita contárselo a alguien.
ADÁN 19:08 ¡Ya viene! BRENDA 19:08 ¿Estás nervioso? ADÁN 19:10 Un poco. Voy a ducharme. Ya te contaré.
Entra en la ducha, apoya las dos manos en la pared y deja que el agua caliente caiga por su cuerpo. Ya duchado, peina su flequillo de lado y se seca el pelo al aire. Se viste con unos vaqueros y una sudadera. Casi se le olvida ponerse colonia, y hay que causar una buena impresión. Se despide de Tronca, que se queda en la chaise longue mirando cómo su dueño coge la cartera y las llaves del coche y se marcha por el pasillo. Cuando sube al coche, envía un mensaje al móvil de Aitana advirtiendo que ya sale hacia la estación.
Adán llega bastante antes que el tren y, tal y como había avisado, aparca en doble fila. Ella es puntual, pero él más. No tiene más remedio que esperar y pone las luces de emergencia. Apaga incluso la radio. Solo quedan unos pocos minutos, pero la espera se le hace eterna. Ya no puede ocultar sus temblores y es
entonces cuando la ve aparecer, sin duda es Aitana.
Capítulo IV
Ahora sí que está nervioso. Adán abre la puerta del coche y de manera disimulada saca de la boca y arroja al suelo el chicle con sabor a melocotón que está masticando. Se dirige a la parte trasera y abre el portón del maletero. Aitana mira a ambos lados de la calle, ya que no conoce la dirección del tráfico en esa zona; es la primera vez en su vida que está ahí y él tiene la culpa. Espera a que termine de pasar un autobús y cruza. Ha llegado el momento. Están frente a frente y Adán queda hipnotizado por los ojos de Aitana. Se dan dos tímidos besos, uno a cada lado de sus mejillas. Hace el amago de levantar la maleta para meterla en el coche, pero Adán la detiene. —Espera que te ayude. —Levanta todo el peso con una sola mano—. Madre mía. ¿Traes piedras? Aitana esboza una sonrisa y le agradece el gesto. Lo cierto es que es muy pesada para subirla por sí sola. El coche está en doble fila y deben irse cuanto antes si no quiere que le pongan una multa. Adán no le abre la puerta del acompañante porque, aunque es caballeroso, lo ve exagerado. ¿Acaso no sabe abrirla ella sola? Suben al coche y cierran las puertas casi al mismo tiempo. —Qué frío hace, ¿no? —dice Aitana tiritando. —¿Quieres que te caliente el culo? Aitana gira la cabeza de inmediato y le clava la mirada. —Los asientos son calefactables —aclara él. Ambos ríen a carcajadas. Quizás ella ha pensado un doble sentido a lo que Adán ha dicho y él ha caído en la cuenta de la mala interpretación que Aitana ha podido dar a sus palabras. Pulsa el botón y arranca el coche. El pie del embrague le tiembla como cuando se examinó del carné de conducir. Ella no puede dejar de sonreír de lo feliz e ilusionada que está. Continúa nerviosa, pero esa sensación va disminuyendo según pasan los minutos.
Por el camino, mientras conduce, él va contando anécdotas y señalando los sitios donde estas han tenido lugar: el barrio de su infancia, su antiguo colegio, la casa de sus padres… Adán ahora está a nueve kilómetros, a las afueras de Valencia, pero vivió allí desde su nacimiento hasta que se independizó. Sus batallitas sirven para romper el hielo, para que ambos se relajen y que se sientan más cómodos. Apenas quedan unos segundos para llegar a Torrente y Aitana ya vislumbra las tres altas torres blancas y modernas de la entrada a la ciudad y su característica fachada iluminada con una franja de luz. Cuando entran a la rotonda y las puede ver de cerca, queda embobada mirándolas mientras levanta la mirada a través de la ventanilla. Enseguida llegan a la entrada del garaje y Adán saca un mando escondido en el porta gafas. Aprieta un botón de este y la enorme puerta comienza a abrirse muy despacio. —¿Te gusta lo que ves? —¿Lo que veo? —pregunta Aitana pensando que se refiere a él. —Sí, la zona donde vivo. ¿Te gusta? —Ah, sí. Parece buena. —En cuanto subamos a casa hay que sacar a pasear a Tronca, podemos dar una vuelta y lo ves todo mejor. A Aitana se le ilumina la cara. Con los nervios ha olvidado por completo que va a conocer a su perrita. —¡Qué ilusión! ¡Voy a ver a Tronca! —exclama ella. La puerta del garaje se abre por completo. El coche desciende por la rampa y lo conduce hasta su plaza. Adán descarga la maleta, que pesa como si llevara ladrillos en su interior. Cierra el coche y caminan hacia el ascensor. Aitana se adelanta unos pocos metros y él no puede evitar mirarla por detrás de arriba abajo. Pulsa el tercer piso. Están muy cerca el uno del otro y Adán queda de nuevo
perplejo por el color de sus ojos. —¡Ay! ¡No me mires así! —Se sonroja. —¿Por qué? —pregunta él. —Me da mucha vergüenza. —Tienes unos ojos muy bonitos. Son azules por fuera y verdosos por el centro. —¡No me mires! —dice Aitana con la cara como un tomate. El ascensor se detiene. Adán deja que ella salga primero para después adelantarla y abrir la puerta de casa. Saca el llavero del bolsillo y busca la llave que es. Entre los nervios y la cantidad de llaves que tiene, le cuesta unos segundos encontrar la correcta. Cuando da con ella, la introduce en la cerradura. Gira dos vueltas a la derecha y cuando la puerta se empieza a abrir y como si fuera una vaquilla saliendo al ruedo, Tronca aparece moviendo el rabo, sacudiéndose y llorando como si llevara días sin ver a su dueño. Cuando termina de saludar a Adán es el turno de Aitana, a quien se dirige con algo más de cautela, ya que es la primera vez que se ven. Ella se pone de cuclillas, Tronca la huele, apoya sus patas delanteras en sus rodillas y comienza a lamerle la cara. —Me parece que le gustas. Aitana no responde, pero el brillo en su mirada lo dice todo. Se pone en pie y Adán la invita a pasar. Deja la maleta en el recibidor y le enseña estancia por estancia todo el piso. «No es posible, esta casa no puede ser suya. Debe tratarse de una broma, es de sus padres», piensa ella. No puede creer que una casa tan grande, nueva y bien decorada sea de él. Además, está impoluta. Se ha llevado una grata sorpresa. Ambos vuelven al recibidor. Adán abre el armario de la entrada y saca las cosas de paseo. Tronca levanta una pata y después la otra para ponerse el arnés. Aitana coge la correa y se va con su nueva amiga a llamar al ascensor mientras él cierra la puerta con llave.
Al cabo de veinte minutos han dado la vuelta completa al parque. Tronca ha
hecho sus necesidades y se disponen a volver a casa. Es hora de cenar, tienen hambre y los rugidos de sus estómagos los delatan. —¿Qué quieres que haga para cenar? —pregunta Adán. —Lo que hagas, bien está. —Tortilla de patatas. ¿Con o sin cebolla? —Me da lo mismo. —Sin cebolla, porque no hay… Aitana se ríe. Se encuentra muy cómoda con él. Es recíproco, como si se conocieran de toda la vida. Los nervios han desaparecido y los dos están más relajados. Tanto, que se hacen un selfie que Adán envía a su amiga Brenda.
ADÁN 21:12 Foto enviada. ¡Ya está aquí!
BRENDA 21:18 ¡Cuenta! ADÁN 21:20 Tiene unos ojazos…
Ya en casa, al mismo tiempo que Aitana deshace la maleta y empieza a invadir el armario vacío que él le ha asignado, Adán prepara la mesa y acaba de hacer la tortilla.
—¡A cenar! —grita. —¡Voy! —Al instante entra Aitana en la cocina ya con el pijama puesto. —¡Cómo huele! ¡Qué pinta! ¿Te ayudo? —pregunta ella, pero ya está todo listo. Mientras cenan, hablan de las muchas cosas que harán los próximos días. Ella apenas ha pisado la capital. Adán promete que le hará un tour por Valencia y los sitios más bonitos que conoce. Mañana él empieza a trabajar, así que no tiene más remedio que confiar su casa y su perra a Aitana, ya que se quedará sola hasta la hora de comer, que será cuando él regrese. Tendrán las tardes libres para llevar a cabo todos esos planes. «La cena estaba buenísima, este chico es un partidazo», piensa Aitana. Recogen la mesa y meten los platos y cubiertos sucios en el lavavajillas. Una vez está todo recogido, encienden la televisión y van al sofá. Adán se acomoda en la chaise longue y Aitana se tumba a lo largo del resto de asientos con su cabeza apoyada en las piernas de él. —Antes estaba supernerviosa —confiesa ella sin mirarle a la cara. —Pero ya no. ¿No? —No, ya no. Estoy muy a gusto. —Entonces, ¿no quieres volverte a casa? —¡No! Adán toma aire y comienza a palpitar más rápido. —Bueno, y… ¿Qué te he parecido? —pregunta él. —Muy guapo —dice ella avergonzada. Ahora es Aitana la que bombea más fuerte. —Y yo, ¿te he gustado? —Pues, verás…
Adán hace una breve pausa que casi detiene el corazón de Aitana. —Hace tiempo —continúa él—, estando una tarde con Héctor, hablábamos de si me veía preparado para conocer a alguien pensando en si podría llegar a algo más o comenzar una relación seria… —¿Y qué le dijiste? —pregunta ella impaciente. —Le dije que solo sería capaz de hacer algo así si esa persona me provoca un «flechazo». Por si acaso, ella se prepara para lo peor. —Y yo… ¿Soy ese «flechazo»? —pregunta evitando mirarle por vergüenza. —¿Tú qué crees? Aitana se da por respondida y no puede ocultar su felicidad. Dejan de mirar la televisión para hacerlo directamente a los ojos. Ella se muerde el labio y le mira la boca. Él se da cuenta y desea lo mismo. El tiempo se detiene y de pronto comienzan a besarse. Unos besos que se vuelven cada vez más húmedos. Sus lenguas se entrelazan. La respiración se acelera. Adán le acaricia la cara, el cuello y acaba recorriendo cada centímetro de su cadera. Aitana gime imaginando todo lo que quiere que haga con ella y toca su torso a través de la camiseta que poco tiempo va a durar puesta. Adán continúa explorando cada parte de su cuerpo, pero necesita más. Mete su mano en el pantalón de Aitana quien para sorpresa suya no lleva ropa interior. —Madre mía cómo estás, ¿no? —le susurra él al oído. Aitana no recuerda haber estado nunca tan mojada. La excitación se encuentra por las nubes. Adán se levanta del sofá y la sube en brazos rodeando con cada pierna su cintura. Es inevitable que ella no sienta su erección. La lleva hasta la habitación y cuando están al borde de la cama la deja caer acompañándola con su propio cuerpo. Los besos no tienen pausa y la temperatura sigue subiendo. Se quitan a la vez la parte de arriba del pijama el uno al otro. Aitana con iniciativa lo voltea para colocarse encima de él. Aitana mueve su cadera hacia delante y hacia atrás gimiendo mientras él la agarra de cada nalga. El ritmo de sus movimientos va en aumento, igual que el placer que están experimentando. Tanto es así, que ambos acaban fundidos al unísono en un orgasmo que sabe a
mucho y a la vez se les queda corto. Ella cae sobre su pecho y ambos se abrazan, pero solo van a reponer fuerzas. Esta va a ser una noche donde el sexo es el protagonista.
Capítulo V
Lunes, 15 de octubre de 2018
La alarma está avisando de que es hora de despertarse. Hoy vuelve a trabajar después de disfrutar casi de una semana de vacaciones. La deja sonar, pero la apaga rápido cuando recuerda que tiene a Aitana a su lado dormida. No está acostumbrado a compartir cama. Se queda unos segundos tumbado mirando el techo, aunque no vea nada porque ni siquiera ha amanecido. Piensa en todo lo que pasó anoche y ni en sus mejores sueños habría imaginado algo así. Se pone en pie y comienza su día todavía envuelto en una nube. De vuelta a la rutina, llega al puesto de trabajo y saluda uno a uno a todo el grupo. Adán es el team leader y una de sus muchas funciones es crear un espíritu de equipo principalmente porque trabaja con personas. Le gusta entablar conversación con los operarios antes de comenzar la jornada laboral. Después de varios días sin verse, cuentan qué tal les ha venido este tiempo de desconexión y Adán no puede ocultar su felicidad, algo que se le nota enseguida, ya que de normal no es demasiado expresivo. Durante las pausas de trabajo, en las cuales pueden hablar, comer algo o simplemente tomar aire fresco entre otras cosas, él decide apartarse del grupo para conversar con Aitana. No puede dejar de pensar en ella y en que está sola a cargo de su casa y su perra.
ADÁN 8:01 Buenos días, bella durmiente. ¿Qué tal has dormido?
Pero aún no se ha despertado. Al contrario que él, sigue de vacaciones y no tiene ninguna prisa en salir de la cama. Pasadas unas horas, Aitana da señales de vida. Aunque Adán no puede comunicarse con ella hasta la siguiente pausa, ya que el trabajo es lo primero.
AITANA 10:47 Buenos díaaas. He dormido genial. Tu cama es muy cómoda. ADÁN 12:50 ¡Hola! Me alegro. Normal, es mi cama.
Aitana se ríe. «Tan gracioso como siempre», piensa ella, pero es algo que le encanta. Sí, lo mismo que repitió mil veces la noche de borrachera. Le gusta ese humor y le atrae que sea así de vacilón. Adán no es un chico «malote», simplemente es su forma de ser y su manera de expresarse. Hay quien piensa que es un borde o que es muy serio, pero eso es porque no lo conocen en realidad.
ADÁN 12:52 ¿Cómo está Tronca? ¿Cómo se está portando? ¿Habéis paseado?
AITANA 12:54 Es una perrita superbuena. Estamos en ello. Foto enviada.
Adán descarga la foto que Aitana le ha enviado. ¡Cómo las envidia! Ha soltado a la perra de la correa y juegan en el césped del parque. Ambas están disfrutando mucho y lo sabe porque Tronca suelta no para de correr de un lado para otro y a ella no le quedará más remedio que perseguirla. Le tranquiliza ver que se llevan bien, es algo primordial.
AITANA 12:55 ¿Qué plan hay para esta tarde? ADÁN 12:56 Déjame que piense. Lo que te prometí.
Aitana no es consciente de la sonrisa de tonta que tiene. Si alguien la viera por la calle pensaría que está loca, pero nadie sabría que él es la causa.
AITANA 12:58 ¿Dónde me vas a llevar? No me dejes así.
ADÁN 12:59 Hablamos luego. Tengo que trabajar. AITANA 13:00 Eres malo.
La jornada de trabajo ha terminado por hoy y los objetivos se han cumplido. Felicita al equipo, aunque sabe perfectamente que unos lo merecen más que otros. Toman rumbo todos juntos hacia el parking y se despiden. Mañana será otro día. Adán sube al coche, baja las ventanillas para ventilar el insoportable calor y avisa a Aitana que vuelve a casa. Como casi siempre, hay algo de retención, pero no puede enojarse. Está tan contento que hoy nada puede arruinarle el día.
Hace un rato que terminó el paseo matinal con Tronca. Esta agradece con lametones el haberla sacado a la calle; la pobre lo necesitaba, pero tampoco ha querido despertar antes a Aitana. Es demasiado inteligente para saber que su nueva amiga necesitaba dormir después de la noche de pasión que ha tenido con su dueño. De pronto, Tronca deja de chuparse la pata y levanta la cabeza en dirección al pasillo porque Adán acaba de llegar. Esta sale disparada de su camita a recibirlo y Aitana sale también a su encuentro. —¿Cómo ha ido el día? —pregunta ella. Él le da un beso en los labios que la coge por sorpresa. —Bien, entretenido. Y tú, ¿te has aburrido? —Un poco. Sin ti la casa está muy vacía, pero Tronca me ha hecho compañía. Adán entiende que no se puede comparar con su perrita, pero es bueno que hayan pasado tiempo a solas. Tienen que aceptarse.
—¡Qué bien huele! ¿Qué has hecho para comer? —¿Te gustan los espaguetis gratinados con salsa carbonara? —¡Qué bueno! Sí, claro que me gustan. Aunque nunca los he probado así. —Espero que te gusten… —Seguro que sí. ¿Comemos? Tengo muchísima hambre. La comida que ha preparado Aitana está para chuparse los dedos. Él sabe cocinar, pero es un punto a favor que ella también sea capaz de hacerlo y así poder probar platos nuevos. Adán está muy cansado. Entre lo que dio de sí la noche y el madrugón de esta mañana se le cierran los ojos. A pesar de haber dormido hasta más tarde, ella decide que va a ser su compañera de siesta y ambos se tumban en la cama acurrucados. Abraza a Aitana por la espalda, pero pocos minutos les bastan para darse cuenta que prefieren otras cosas antes que dormir. Adán comienza a besarla por el cuello y ella se deja hacer el amor para acabar durmiendo de manera placentera.
Es hora de irse si no quieren que caiga la noche. Ambos se visten, le dan un beso a Tronca y van a la estación a coger el primer tren para ir a Valencia a pasar el resto de tarde. Aitana está contenta porque nunca ha ido a la capital a hacer turismo, la mayor parte de su vida se ha movido por Gandía y sus alrededores. Adán hace el tour que prometió. Dan una vuelta por todo el centro histórico: el Ayuntamiento, la Lonja, el Mercado Central, las torres de Serrano, el barrio del Carmen, la plaza de la Virgen, y cuando llegan a Santa Catalina Aitana necesita un descanso. —Me está encantando, Adán. Es todo superbonito. ¡Muchísimas gracias! —No hay de qué, tonta. Ahora viene lo mejor. ¿Te gustan los buñuelos con chocolate? —¿En serio? ¡Sí, por favor!
Aitana no cabe en sí de la alegría. Nunca ha hecho ningún plan tan completo como este. Simplemente se deja llevar por Adán. No está arrepentida de nada. Entonces se acuerda de su amiga Noelia.
AITANA 20:33 Tía, ya te contaré. Pero siento cosas. Que nunca he experimentado. No puedo explicarlo. NOELIA 20:43 No te precipites, Aitana. Los tíos no son de fiar. AITANA 20:45 Siempre tan negativa. Me trata muy bien.
Por las horas que son y lo mucho que han comido no piensan cenar, pero ya va siendo tarde y tienen que regresar a casa. En cuanto bajan al andén toman el segundo tren, ya que el primero no llega hasta su destino. Pueden acomodarse sin problemas porque el vagón va prácticamente vacío. Aitana se pone de medio lado colocando sus piernas encima de las de Adán y le da un abrazo y un beso en la mejilla. —Me ha encantado pasar la tarde contigo —le susurra ella al oído. Una corriente de satisfacción recorre el cuerpo de Adán y eriza su piel. Que le hablen así es una de sus debilidades.
Cuando llegan a casa, Tronca les recibe como de costumbre. Esta salta y rebosa energía pidiendo un paseo, pero esta vez será uno corto, ya que ambos están cansados de estar toda la tarde caminando. Además, mañana Adán tiene que madrugar de nuevo y necesita dormir. «¡Qué cama más cómoda, por Dios!», dice Aitana en su mente. Probablemente él vaya por su tercer sueño, pero ella no puede dejar de pensar en la suerte que ha tenido y de que todo esté saliendo así de bien. Lo que está haciendo sigue siendo una locura. No sabe cómo contar a Noelia todo lo que siente, ni si será capaz de poder expresarse y que ella lo entienda. No cree que pueda ponerse en su lugar, pero es su vida y tiene derecho a equivocarse.
Jueves, 18 de octubre de 2018
La sirena de fin de turno retumba por toda la factoría y la jornada de trabajo ha llegado a su fin. Es hora de regresar a casa y ver a Aitana. Tiene unas ganas locas de volver a estar con ella, pero sabe que hoy será la última tarde que estarán juntos y por eso no tiene la misma sonrisa de días atrás. Está algo decaído. Podría acostumbrarse a esto porque se encuentra muy a gusto con ella en casa, pero hoy tiene algo preparado para ella.
ADÁN 14:02 Guapísima. ¿Estás lista para pasar la última tarde? AITANA 14:04 No, no estoy lista… ¿Qué toca hoy?
ADÁN 14:05 Aaahhh.
Aitana tiene sentimientos encontrados. No puede evitar estar feliz y emocionada por la sorpresa que Adán tiene preparada, pero una lágrima le recorre la mejilla cuando recuerda que hoy dormirá en su casa de Gandía. Está siendo una semana inolvidable para ella en la que ha estado muy bien y ha hecho cosas que jamás pensaba que habría llegado a hacer.
Adán está llegando y ella se apresura a poner la mesa y emplatar la comida. Hoy ha cocinado carrillada con una guarnición de patatas, cebolla y zanahorias. Solo por el olor, Tronca aguarda sentada sobre dos patas esperando que Aitana sea complaciente y le dé alguna sobra. Ni siquiera la llegada de su dueño es capaz de desviarla de su objetivo. —Madre mía, cómo huele. ¿Qué es? —¡Aaahhh! ¡Cómo tú me dices a mí! —A ver, a ver. —Levanta la tapa de la olla—. ¡Dios! ¡Qué bueno! Es como la carne que hace mi abuela. —¿Sí? No tengo nada que hacer, el listón está muy alto. —Está buenísimo igual, seguro. Así es. Superar la comida de una abuela es una tarea prácticamente imposible, pero eso lo único que hace es añadir más mérito al plato que Aitana ha preparado. —¡Camarero! ¡Felicita al chef de mi parte! —grita Adán mirando a la cocina vacía. Aitana no puede parar de reír.
—Qué tonto estás… Bueno, ¿cuál es la sorpresa final para hoy? —Te voy a llevar a ver uno de los sitios más espectaculares de Valencia. —Pero está lloviendo. ¿Se podrá ir? —Mejor, así estaremos solos.
El día ha amanecido lluvioso. A pesar de la meteorología, no modifica los planes de Adán a no ser que diluvie, y no ha sido el caso. No se equivocaba, y cuando llegan al lugar, no hay nadie. Solo están ellos y la naturaleza. Aitana tiene los ojos vendados y no tiene ni idea de a dónde le ha podido llevar. Escucha a las aves cantar, el sonido del viento en las copas de los árboles e incluso las olas del mar. —Estoy superdesorientada. ¿Puedes destaparme los ojos ya? —Allá voy. Adán se pone delante de ella y con un simple estirón el nudo de la venda se deshace. Esta cae permitiendo ver todo lo que tiene a su alrededor y Aitana no puede articular palabra. No cree la belleza que observa. Nunca se había encontrado tan perdida ni en un entorno como aquel. —¿Dónde estamos? —pregunta Aitana impresionada. —Estamos en el lago de El Saler. En aquella dirección está el mar y en aquella otra la Albufera. —Es superbonito. Nunca había estado en un sitio así. ¡Y todo para nosotros! —Te lo dije. Sabía que te iba a gustar. Cuando la rutina del día a día me supera, cuando me agobio o cuando me estreso, vengo aquí a desconectar. Me siento en la orilla del lago, cierro los ojos y escucho todo lo que me rodea. —Me encanta. Adán, me encantas. Gracias por todo, de verdad. Me da mucha pena volver a mi casa.
—A mí también. Te voy a echar de menos, pero no pensemos en eso que todavía no es hora de irse, acabamos de llegar. Adán le tiende la mano y la invita a dar un paseo. Después de ver el lago desde las dos orillas opuestas, se sientan en la arena a disfrutar del reflejo del atardecer en las mansas aguas y Aitana apoya la cabeza en el hombro de Adán. —Necesito que me digas una cosa… —murmura ella. —Dime. —Cuando me vuelva a casa, ¿pensarás en mí? —Claro que pensaré en ti. ¿Cómo no iba a hacerlo? —Solo quería saber si voy a ser una más y vas a seguir conociendo a otras chicas… —Aitana, te voy a ser sincero. No pienso conocer a otras sin conocerte a ti primero. Después de todos estos días me costará mucho dejarte ir sin aclarar qué somos, pero si estamos seguros de que queremos seguir conociéndonos y mientras sigamos así de bien no quiero a nadie más. Te quiero a ti y quiero que seas mi novia. Aitana se abalanza sobre él y le da un beso en los labios. Acaba de hacer de ella la mujer más feliz del mundo.
Capítulo VI
Sábado, 24 de noviembre de 2018
Se desconocen las razones, pero Adán tenía subrayado el día de hoy en el calendario incluso antes de conocer a Aitana. Va a marcar un antes y un después en su vida, donde dejará el pasado atrás para mirar al futuro. Que el destino quiere decirle algo es un pensamiento que ha hecho saber a todos sus amigos. Las cosas ocurren por alguna razón, por extraña que sea. Adán ha tenido siempre predilección por lo paranormal, incluida la parapsicología y su estudio sobre los fenómenos y comportamientos como la telepatía, premoniciones, regresiones, etc., y que la ciencia es incapaz de demostrar. No obstante, que no tenga explicación es lo que le permite seguir creyendo que alguna de esas cosas pueda ser cierta. Casualidad o no, hoy es el veintiún cumpleaños de Aitana, quien se encuentra terminando su jornada de trabajo. —Entonces, ¿qué tienes pensado hacer hoy para celebrarlo? —pregunta Victoria sabiendo que Aitana no planea hacer nada especial, ya que su única verdadera amiga, Noelia, tuvo que volver a Granada a estudiar y Adán está en su casa a sesenta y cinco kilómetros de allí. —Nada. Prefiero dormir y descansar. Necesito relajarme y desconectar―responde ella con el rostro serio. —Sí, te vendrá bien. Últimamente te veo muy estresada. Después de escuchar su contestación, Aitana no sabe si morderse la lengua o cometer un crimen.
A pesar de ser fin de semana, Adán ha decidido de manera voluntaria ir hoy a
trabajar. Su rendimiento en el último mes y medio es brillante y gran culpa de ello la tiene Aitana. Desde que se conocieron y, sobre todo, después de aquella pedida un tanto especial en la orilla del lago, ambos han encontrado de nuevo el amor. Han vuelto a sentir ese cosquilleo en el estómago que les recuerda cada minuto lo felices que son. Acordaron ir conociéndose despacio, pero la confianza que están generando entre ellos crece a pasos agigantados y todo ello facilita un conocimiento más profundo del interior de su persona. Adán es una caja de sorpresas y la prueba la tiene Noelia, quien ya comienza a fiarse de él, cuando a media mañana recibe un mensaje en su móvil.
ADÁN 12:17 Buenos días, Noelia. ¿Podrías decirme dónde vive Aitana? No le digas nada por favor. NOELIA 12:23 ¡Hola! Sí, claro. Noelia te ha enviado una ubicación.
Aitana viene de una familia humilde y de la misma manera ha tenido que salir adelante ella sola. No puede permitirse grandes lujos como puede tener Adán ni tiene demasiados estudios; los justos para poder ejercer su profesión. Ella piensa que todo eso puede hacer que Adán le rechace y es una de las razones por las que evita llevarlo a su casa. Aitana acaba de llegar de trabajar y aparca en una calle paralela a la suya. Piensa en la siesta que se va a echar después de comer algo, a pesar de que no tiene apetito. Saluda amablemente, como siempre, al cartero que finaliza su ruta por el
barrio. Gira el bar que hace esquina y observa a un hombre joven de brazos cruzados y con la pierna apoyada en la pared de su portal. Sus ojos no creen lo que están viendo y tiene que mirar dos veces. —¡¿Adán?! ¡¿Qué haces aquí?! —Me ha dicho el cartero que hoy es el cumpleaños de una chica muy guapa que vive en este edificio. ¿Sabes a qué timbre tengo que llamar? —No puede ser, qué vergüenza… —Se tapa la cara con ambas manos. —¿No piensas darme un abrazo? Aitana se abalanza sobre él y además le da un beso en los labios. —No era necesario que vinieras. Has madrugado hoy y no habrás ni comido. —Si quieres me voy… —bromea Adán. —¡No! ¡No! Me hace mucha ilusión que estés aquí. ¿Subimos? Aitana no cabe en sí de alegría. Sus ojos brillan de emoción, la cual no puede disimular. No recuerda la última vez que se sentía de esa manera. Solo por verla así, para Adán ya ha merecido la pena el viaje. Tronca se va a quedar un par de días en casa de una vecina y él piensa aprovechar cada minuto que esté con Aitana. Ella aún no lo sabe, pero Adán ha traído maleta para pasar la noche. —Por cierto, felicidades, que no me has dejado ni decírtelo. —Muchas gracias, amor, pero de verdad, no tenías que haber venido… —Pues ya te puedes hacer a la idea porque tengo la bolsa con el pijama en el coche. Aitana se sonroja. Solo piensa en la manera de poder devolverle todo lo que está haciendo por ella y hacerle sentir correspondido. Tras esta visita tan inesperada, su plan para lo que queda de sábado es totalmente diferente. Ha pasado de estar tirada en el sofá sin hacer nada a tener que maquillar un poco sus ojeras y ponerse aun más guapa para ir a cenar fuera con
Adán. Aitana nunca ha tenido una celebración de cumpleaños como esta, con velada romántica incluida, hasta el punto de tener que preguntar a Vera, su hermana, por algún sitio recomendable por las inmediaciones de Gandía.
Finalmente, y gracias a la sugerencia de su cuñado, han conseguido reserva a tan solo unos pocos kilómetros de su casa en un restaurante italiano con aire rústico ubicado en un palacete del siglo XVII acorde para la ocasión. —Tengo algo para ti. —¿Para mí? —dice Aitana extrañada. —Claro. ¿Crees que no te iba a comprar nada? —Se agacha, saca un paquete de la bolsa que había dejado en el suelo y se lo entrega a Aitana. Una simple mirada es suficiente para darle las gracias mientras comienza a abrir el envoltorio del regalo. —¡¿Y esto?! ¿Cómo sabías que era este el perfume que me gustaba? —pregunta sorprendida. Adán sonríe con pillería. —¿Recuerdas hace unas semanas cuando te probaste varios en la tienda? No quisiste decirme cuál te había gustado pero ¿a que sí se lo dijiste a Noelia? —¡Qué tía! Muchísimas gracias, de verdad… —agradece de nuevo Aitana, esta vez con palabras, mientras una lágrima cae por la mejilla hasta la comisura de sus labios. —¿Por qué lloras? —Porque es el mejor cumpleaños que he tenido en toda mi vida. —¿Eso es verdad? Adán la mira con ternura, se levanta de la silla y la rodea con sus brazos para terminar dándole un beso en la frente. No puede verla llorar, aunque sea de
emoción.
Es casi medianoche, la cena ha dado para mucho. Mañana van a levantarse temprano para ir a pasar el día a Valencia, ya que Adán tiene más sorpresas preparadas, pero no piensan dormir sin antes hacer el amor.
Domingo, 25 de noviembre de 2018
Adán abre los ojos. No hay manera más bonita que despertar al lado de la mujer a la que amas y ahí está Aitana, a escasos centímetros suyos, cara a cara. No quiere molestarla y se queda observándola. —Que no me mires así. —¿Pero cómo lo sabes? Si tienes los ojos cerrados… —Adán alucina. —Nos vamos conociendo… Besa su mejilla y le susurra «Buenos días, princesa» al oído. Se levanta de la cama y se dirige a la cocina. Piensa prepararle el mejor desayuno dentro de sus limitaciones como cocinero. Chocolate caliente a la taza y unas tortitas con nata será suficiente.
—Dios. ¡Qué bueno estaba! —exclama Aitana al mismo tiempo que se relame el bigote. —Me he sorprendido a mí mismo —dice Adán. Ambos se ríen. —¿Dónde vamos a ir hoy? Para ver qué ropa me pongo… —Es la única preocupación que tiene Aitana cuando está con él.
—Coge látigo y sombrero, porque hoy nos vamos al corazón de África ―bromea él. Efectivamente, Adán no iba mal encaminado. Hoy van a pasar la mañana en Bioparc, un parque zoológico que recrea fielmente el hábitat de cada uno de los animales salvajes que viven en él.
Aitana está conmovida por la bella y escrupulosa reproducción de la naturaleza de todo lo que les rodea. Está siendo una experiencia inolvidable. Al finalizar el recorrido por todo el parque, Adán le propone ir a comer a un restaurante que conoce próximo a la casa de sus padres. Esta vez invita él, ya que ayer insistió en pagar ella la cena. —Hace mucho que no venía aquí a comer, está todo mejor de lo que recordaba. Ella afirma con la cabeza mientras se lleva otro calamar con mayonesa a la boca. De pronto, Adán señala a uno de los balcones del edificio de en frente. —¡Mira! ¡Mi madre! —exclama él. Aitana gira el cuerpo para mirar sin disimulo. —¡Ay! Qué vergüenza… —¿Quieres que subamos a su casa después de comer? En algún momento tendrás que conocer a mis padres. Ella se pone roja como un tomate, pero es algo que tarde o temprano tendrá que ocurrir, y acepta. La comida estaba muy rica, pero Aitana promete ponerse a dieta la semana que viene. Un escalofrío le recorre el cuerpo cuando Adán pulsa el timbre. Tras unos segundos, su madre abre la puerta. A su padre se le puede ver sentado en el sofá del comedor y los presenta. —Mamá, papá, ella es Aitana, mi novia. —Hola, encantada —Les da dos tímidos besos a cada uno.
Sus piernas tiemblan, sobre todo cuando se dirige a su padre. Parece un hombre demasiado serio, pero pronto cambia de opinión. —Qué chica más guapa, vaya ojos tan bonitos tienes —dice él. Aitana no sabe dónde meterse, pero conforme pasan los minutos se siente más cómoda y se tranquiliza. —¿Habéis ido a ver a la iaia? —pregunta la madre de Adán. No es necesario responder, ya saben qué es lo siguiente que tienen que hacer. Por suerte, la casa de los abuelos de Adán está al girar la esquina del final de la calle donde viven sus padres. Ambos están agotados por llevar todo el día fuera, aunque para él no supone un esfuerzo ir a visitarlos. De hecho, lo hace todas las semanas.
Hace unos años, cuando Adán dijo a sus abuelos que se había comprado un piso alejado de su barrio de toda la vida y de ellos, su abuela no pudo evitar emocionarse. —Pero no llores, iaia, no me voy a vivir a otro país. Vendré a veros siempre que pueda. Ella, con un nudo en la garganta, contestó a duras penas. —Lo sé cariño, pero hace nada estabas en la cuna y ahora… —No pudo terminar la frase. Adán tenía en ese momento veintidós años, pero a su abuela le pasó toda su vida por delante de sus ojos; desde que nació hasta ese día, y no pudo evitar llorar porque veía cómo se iba haciendo mayor y probablemente le apenaba ver como, mientras sus nietos crecían, ellos iban haciéndose cada vez más ancianos. Ojalá los abuelos fueran eternos.
Ni una ni dos, Adán toca tres veces el timbre. Desde siempre ha sido como una contraseña para indicar que es él y no cualquier visitante indeseado.
—¿Sí? —contesta su abuela. —Yo, iaia —responde Adán. La puerta se abre y ambos pasan con una sonrisa nerviosa. —Te presento a Aitana, mi novia. —Encantada de conocerla —dice Aitana de manera formal. La abuela de Adán sonríe y le da dos besos. La observa de arriba a abajo y una mirada basta para dar la aprobación a su nieto. Para él es muy importante lo que su abuela opine, sobre todo porque es bastante estricta tanto con sus noviazgos como con los de su hermano y su prima. Su abuelo no lo es tanto, al que encuentran sentado en el sillón. —No se levante, no hace falta —dice Aitana y lo saluda. Desde que ha entrado por la puerta sus nervios han desaparecido. Está acostumbrada a tratar con ancianos y se nota. Se siente más cómoda. Durante toda la visita no ha parado de hablar con ellos y de reír. La abuela de Adán consigue durante unos minutos olvidar sus problemas de salud y se contagia de la alegría que desprende Aitana. A pesar de ello, Adán no puede evitar preocuparse por ella. —Iaia, ¿cómo vas de lo tuyo? —Pues ahí voy, cariño mío… Unos días mejor que otros. —¿Cuándo tienes que volver al médico? —Dentro de dos meses, para que me digan si hay que seguir con las pastillas o no. —Bueno, si te vas encontrando mejor es lo importante. Por las tardes salid a la calle a pasear y así tomas el aire y os despejáis. Su abuela observa la pared como si mirara al infinito. —Nos tenemos que ir ya, pero vendremos otro día, ¿vale?
—Cuando queráis. Me gusta mucho tu «amiga». Aitana se sonroja y se despide de ambos, prometiéndoles que volverán la semana que viene.
Por fin vuelven a casa, el día ha sido largo. Aitana aprovecha la privacidad del coche para preguntar algo a Adán, ya que no puede dejar de darle vueltas. —Amor, ¿a qué os referíais tu abuela y tú con lo del médico? ¿Qué le pasa? Él baja la vista de la carretera un instante, suspira y vuelve a retomar la conducción. —Pues… —Le cuesta empezar—. Hace unos meses empezó a tener los primeros síntomas, pero no quiso decirnos nada. Aguantó todo lo que pudo hasta que al final resultó ser que tenía un tumor en el intestino. Tuvieron que intervenirla y ahora está recibiendo un tratamiento de quimioterapia vía oral muy fuerte para ella. Lo está pasando mal, pero es fuerte, lo superará. Aitana, con la boca entreabierta, no sabe qué decir.
Capítulo VII
Lunes, 31 de diciembre de 2018
—Nuestra primera Nochevieja juntos, amor —dice Aitana con los ojos achinados por el efecto del vino blanco. —¡Brindemos! —Chocan sus copas. Para Adán es importante comenzar el año con su pareja, y aunque ella ha estado pendiente hasta el último momento del móvil por si le hacían ir a Gandía a trabajar, finalmente van a pasar la noche juntos en casa de él. No han preparado un gran banquete, ni siquiera se han vestido para la ocasión, pero está siendo una velada especial para ellos. Se conforman con una empanada de mermelada de tomate con jamón serrano y queso brie, huevos duros rellenos de atún y salsa rosa, y tostaditas de foie-gras de pato. De postre tienen unos ricos profiteroles con chocolate fundido. Ponen la música alta, disfrazan con cotillón a Tronca e inmortalizan el momento. Aitana baila con ella agarrándola de ambas patas y Adán lo intenta, pero no es lo suyo. El reloj sigue corriendo y se acerca la medianoche, la hora de las campanadas. Adán coge el mando de la televisión y cambia de canal para ver la retransmisión en directo desde la Plaza del Sol de Madrid. La bola que está en lo alto la torre comienza a bajar haciendo sonar un carrillón. Después suenan los cuartos, que son cuatro campaneos dobles, y a las doce en punto de la noche tienen lugar las doce campanadas. Por cada una de estas comen una uva. Aitana y Adán, que acaban con la boca llena y sin poder vocalizar palabra, se funden en un abrazo. Cuando por fin consiguen tragar, se besan apasionadamente. Tanto, que terminan en la habitación haciendo el amor.
Martes, 1 de enero de 2019
—Así se empieza el año… —bromea Adán tumbado en la cama. Aitana se gira y apoya la cabeza en su pecho. —Espero que este año me depare cosas buenas. Ya va siendo hora de cambiar mi suerte —dice Aitana. —¿Has pedido un deseo? —Sí, encontrar trabajo en Valencia. Él se incorpora. —¡¿Cómo?! —pregunta estupefacto. Aitana suspira y le mira directamente a los ojos. —Sí, Adán, quiero cambiar de aires. Necesito salir de Gandía y empezar una nueva vida lejos de allí. —Pero tu contrato es indefinido, ¿estás segura de lo que dices? ¿Sabes lo difícil que es conseguir algo así? —No puedo más, por favor, entiéndeme. Tras una breve pausa, Adán trata de ponerse en su lugar. Se vuelve a tumbar y la rodea con sus brazos. —Está bien —continúa él—, puedes empezar por enviar currículums por Valencia. Aunque finalizara un contrato y te quedaras sin trabajo no sería el peor de los escenarios, me tienes a mí. —He pensado en quedarme en casa de Vera, pero no sé si será una buena idea. —¿En casa de tu hermana? ¿Y por qué no te quedas aquí conmigo? «Menos mal que lo ha dicho», piensa Aitana. Y es que su hermana vive en Valencia capital, pero siempre han tenido sus diferencias.
—No quiero ser un estorbo… —No quiere parecer aprovechada. —¡Para nada! A Tronca y a mí nos encantaría que vivieras con nosotros. Ella se abraza fuerte, no puede quererlo más.
Viernes, 4 de febrero de 2019
Ha pasado más de un mes desde que Adán y Aitana tuvieron aquella conversación. No ha dejado de repartir currículums por todas las residencias que encuentra tanto en Torrente como en Valencia. Aitana es muy impaciente y está empezando a perder la esperanza hasta que ve una notificación en la pantalla de su móvil. —¿Hola? Tengo un par de llamadas tuyas. ¿Quién eres? —¿Me dices tu nombre, por favor? —¿Mi nombre? Aitana. Escucha el sonido de un teclado de ordenador al otro lado de la línea. —Sí, Aitana, te llamábamos porque estamos interesados en hacerte una entrevista de trabajo. Hemos revisado tu currículum y nos parece adecuado al perfil que buscamos. Nos gustaría conocerte un poco más. Aitana abre los ojos como platos. Para nada se lo esperaba. Su corazón se acelera y no puede evitar fantasear con lo que supondría conseguir algo así. —¡Sí! ¡Claro! ¿Cuándo les vendría bien? —pregunta ella ansiosa. —¿Podrías venir esta tarde? Sobre las seis. Te envío un correo electrónico con la dirección. —¡Por supuesto! ¡Ahí estaré! Apenas cuelga, marca el número de Adán.
—¡Amor! ¡Me han llamado! —¿Quién te ha llamado? —pregunta él sin entender nada de lo que está ocurriendo. —¡De una residencia! Quieren hacerme una entrevista y conocerme en persona. —¿En serio? Por algo se empieza. ¡Me alegro mucho! —Solo hay un problema, y es que tengo que estar allí a las seis. No sé muy bien cómo llegar. ¿Podrías acompañarme? —Claro que sí, te recojo en la estación y vamos en mi coche.
Todavía asimilando la noticia, Aitana sale de trabajar y conduce rápido hasta su casa. Menos mal que no ha perdido tiempo buscando sitio y ha aparcado a la primera. Calienta un tupper de macarrones que sobraron ayer y los devora. Todavía se tiene que duchar, planchar el pelo y elegir ropa para la entrevista.
Ya en el tren camino de Valencia, como de costumbre, se coloca los auriculares y elige el mismo álbum que escuchó el día que conoció a Adán en persona rezando para que le dé la misma suerte.
ADÁN 17:05 Ya estoy en la estación. Aparcado donde el primer día. AITANA 17:07 ¡Qué recuerdos! Gracias por venir a por mí.
En el trayecto en coche desde la estación hasta la residencia apenas cruzan palabra. Aitana está concentrada tratando de relajarse. Sabe de sus aptitudes, pero le traiciona su inseguridad. Cuando llegan al destino, con la mirada fija al frente, Aitana prácticamente ni parpadea. —Cariño, ya hemos llegado. Ella vuelve en sí y lo mira. —¿Qué hora es? —pregunta Aitana buscando la confirmación de que ha llegado el momento. —Quedan cinco minutos para las seis, pero entra y demuestra puntualidad. Todo va a salir bien, ¿vale? Mucha suerte. —Gracias, amor. Te quiero. No sé qué haría sin ti. Aitana baja del coche y entra por la puerta principal aprovechando la salida del familiar de algún residente hasta que Adán la pierde de vista, quien ya está impaciente por saber cómo le ha ido. Al cabo de media hora, recibe un mensaje en el móvil.
AITANA 18:33 Ya he terminado la entrevista. Salgo enseguida.
Adán odia el horario de invierno porque anochece muy pronto. De pronto, entre las sombras, aparece Aitana y puede descifrar una sonrisa en su cara. Entra en el coche y cierra la puerta. —¿Qué tal? —pregunta él.
—Pues verás, hay dos noticias: una buena y una mala. La buena es que estoy contratada y empezaría el lunes. —¡Olé! ¿Y la mala? —La mala es que solo es a media jornada… —Bueno, pero eso no es malo del todo. Lo importante es meter la cabeza. Ten en cuenta que si vives conmigo ya no tendrás que pagar alquiler, por ejemplo. —¡¿Cómo que no?! Claro que te voy a ayudar. ¡Tienes muchos gastos! —Eso no va a suponer un problema para aceptar el trabajo. Aportarás en casa lo que puedas. —¿Entonces? —pregunta Aitana indecisa. —Si crees que esta es la oportunidad para empezar una nueva vida como tú querías, adelante. Aitana lo besa como muestra del agradecimiento por su apoyo. Es algo que nunca ha tenido, siempre se ha sentido incomprendida. Llama a quien hasta ahora era su encargada y avisa de que no volverá a trabajar allí más.
Sábado, 16 de febrero de 2019
—¿Sí? ¿Dígame? —contesta Aitana al móvil. —Buenos días, ¿Aitana? —Sí, soy yo. —Verás, te llamo porque hemos sufrido una baja y tenemos una vacante en la plantilla, ¿te interesaría trabajar con nosotros? «No puede ser. Debe tratarse de una broma», piensa ella. ¿Cómo puede cambiar su suerte de esta manera en tan poco tiempo? Ha pasado de vivir amargada y
harta en su antiguo trabajo en Gandía a rifársela entre residencias de Valencia. Está muy a gusto trabajando a media jornada, pero no se va a cerrar ninguna puerta y quiere oír las condiciones que le proponen. En cuanto las conoce, no duda en pedir opinión a Adán. —Me han llamado de una residencia de aquí, de Torrente. —¿En serio? ¿Y qué te han dicho? —Me ofrecen jornada completa, pero solo mientras dure la baja de la persona que tengo que cubrir… Dicen que va a ser de larga duración, pero no sé qué hacer… Adán reflexiona durante unos segundos buscando la mejor opción. —Quizás podrías compaginar ambos trabajos, ya que al menos en el de media jornada sabes que el contrato dura seis meses y el de la baja se acaba en cuanto la persona vuelva a trabajar… —¿Y no acabaré agotada? —Eso ya es cosa tuya. No tienes nada que perder. —Puedo intentarlo… Aitana hace caso de sus consejos, como casi siempre, y va a trabajar en ambas residencias mientras su cuerpo aguante. Los cinco años de edad que les separan se notan a la hora de tomar decisiones importantes como esta. El lunes empezará una nueva y dura etapa.
Domingo, 10 de marzo de 2019
Han pasado casi tres semanas desde que Aitana aceptó trabajar en dos residencias al mismo tiempo; en total son doce horas al día, lo cual no pasa desapercibido. Su salud está viéndose mermada y eso es más valioso que cualquier otra cosa. Decide poner fin a esta situación, pero no sin antes
comentarlo con Adán. En cuanto vuelva de visitar a sus abuelos, hablará con él. Ella no ha podido ir, ya que ha trabajado cuatro horas esta mañana y aun así tiene la suerte de librar el día entero en la otra residencia.
Adán acaba de llegar a casa. Tronca va a recibirlo, pero no encuentra la misma efusividad por parte de su dueño. —¿Qué pasa? —pregunta Aitana. —Mi abuela… —¿Cómo se encuentra? —Le han dicho que el tumor ha vuelto a reproducirse… La tienen que operar de nuevo… —No me digas. No te preocupes, todo saldrá bien. —Lo besa en la mejilla y le da un abrazo—. Yo también tengo algo que decirte. —Dime —dice Adán sin mirarla a los ojos. Está demasiado abatido. —He decidido dejar uno de los dos trabajos, no puedo más, mis fuerzas están al límite. —¿Y en cuál de las dos residencias tienes pensado continuar? —Creo que en la de Torrente sería lo mejor. Es jornada completa y está cerca de casa. La baja de la persona que cubro va para largo y sigue sin saberse cuándo volverá… —Te apoyo decidas lo que decidas. —No te merezco… —dice Aitana mientras se muerde el labio. Cada día que pasa, Aitana está más enamorada de Adán. Desde que se conocieron vio que había algo en él que no tenían los demás y el tiempo le está dando la razón. Arriesgó y ha terminado ganando. Parece que desde entonces esa suerte le persigue. Cuando abandone el trabajo de media jornada podrá dedicar
más tiempo a estar con él y tratará de devolverle al menos una mínima parte de todo lo que ha hecho por ella. —¿Quieres que vayamos a Cullera a pasar lo que queda de domingo? Te voy a llevar a comer a un sitio buenísimo —dice Adán para levantar su propio ánimo y premiar la valentía y madurez que demuestra Aitana. —Nunca dejarás de sorprenderme —responde Aitana.
Hace un día espectacular, casi primaveral. La temperatura es buena para dar un paseo por la orilla de la playa. Incluso Adán se queda en manga corta mostrando el tono blanco nuclear de su piel en invierno. Ambos van cogidos de la mano jugando a empujar al otro hacia el agua, aunque por suerte ninguno llega a mojarse demasiado, apenas las perneras del pantalón. Cuando llegan al restaurante, Adán dice el nombre de su reserva y un camarero los guía hasta la mesa. Es la primera vez que Aitana está en un lugar tan selecto como ese. Cada detalle de la sala le impresiona. Desde el trato y la modernidad del mobiliario hasta los platos que ve salir de la cocina. —Puedes cerrar la boca, se te cae la baba… —murmura Adán. —Es impresionante, nunca había estado en un sitio así. Siento que no pinto nada aquí. —No digas tonterías, te mereces esto y más. Brindemos. —Levanta su copa. —Por nosotros —dice Aitana. —Por el destino que nos cruzó en el camino —replica él. Ambos beben y comen hasta quedar saciados. Han pedido un par de entrantes y arroz del senyoret como plato principal. Adán sabía el postre que iba a pedir incluso antes de decidir la comida: torrija. Le apasionan, y todo gracias a su abuela, que sigue haciendo montañas de ellas cuando va a su casa. La cuenta total va a ser lo de menos, Adán está decidido a invitar. Mientras queden satisfechos con el servicio recibido, no importa el precio. No es fanfarrón, pero se lo puede permitir.
Es hora de irse. La pobre Tronca tiene que estar deseando compañía y agradecerá seguro un corto paseo.
Efectivamente, la perrita esperaba ansiosa su llegada y en cuanto abren la puerta de casa esta sale disparada hacia el ascensor sin apenas pararse a saludar. Adán abre el armario y coge la correa y el arnés que le coloca en pocos segundos. Hoy el paseo lo van a hacer cogidos de la mano y Tronca suelta por el césped del parque para que corra y disfrute. Ambos juegan lanzándose una piña. Tronca los desafía y trata de arrebatársela. Adán es feliz viendo como a Aitana le vuelve a sonreír la vida. Es tan risueña y desprende una energía tan positiva que es difícil tener un mal día estando con ella. Está enamorado. Es una sensación que por momentos llegó a pensar que nunca más volvería a tener, pero cómo iba él a imaginar que aparecería el flechazo con el que tanto soñaba. De pronto, Tronca se aleja y Adán la persigue. Cuando la alcanza, se agacha y la coge en brazos. Le susurra algo al oído y, tras unos segundos, Aitana llega hasta donde están ellos. —¿Qué pasa? ¿Qué le dices? —¿Sí? Ajá, sí… —murmura él con Tronca. —¿Qué hacéis? —Se impacienta Aitana. —Nada —responde Adán—, es que Tronca estaba diciéndome… Que quiere un hermanito humano para ella. ¿Tú qué opinas? Aitana se lleva las manos a la cara. No sabe si frotarse los ojos o pellizcarse un brazo para comprobar que no está soñando. Adán le acaba de pedir aquello que ha deseado toda la vida: ser madre joven y, por supuesto, ha aceptado.
Capítulo VIII
Lunes, 27 de mayo de 2019
Tras más de dos meses y medio, Aitana no ha conseguido quedarse embarazada. El cuerpo humano es algo más complejo de lo que ella piensa. En cuanto Adán le propuso ir en busca de un bebé, dejó las pastillas anticonceptivas. No tienen prisa, o al menos eso es lo que han hablado; simplemente no van a tomar precauciones cuando mantengan relaciones sexuales, pero como es sabido, Aitana es muy impaciente y eso es algo que no va a cambiar. Ha decidido comprar tests de ovulación que la ayuden a identificar el momento del ciclo menstrual cuando tiene mayor probabilidad de quedar embarazada. Es tan meticulosa que está ordenando cada test realizado pegándolo en un folio con cinta adhesiva anotando incluso fecha y hora, pero ve algo que no le convence y es que son varios días seguidos con resultado positivo, y eso no le permite saber cuándo será el día previo a comenzar a ovular. A raíz de informarse en foros y leer noticias, unas ciertas y otras fake, opta por hacerse una prueba de embarazo. Adán está durmiendo la siesta; lo necesita, madruga demasiado para ir a trabajar. Es el momento perfecto para hacérsela. Aitana entra en el cuarto de baño, cierra la puerta y se dispone a orinar en la tira. Después de unos segundos, una primera línea aparece en el test indicando que la prueba funciona correctamente. Pasados tres minutos aproximadamente, observa una segunda línea que significaría que está embarazada, pero quiere asegurarse de que sus ojos no mienten y no tiene más remedio que consultarlo con Adán. Se sienta en el borde de la cama muy despacio para no sobresaltarlo y le muestra la tira. —Amor, ¿tú aquí qué ves? Adán, que no sabe qué está ocurriendo, se incorpora y mira el test aún medio dormido. —Pues… No sé… Dos rayas, ¿no? Aitana se pone en pie. No quiere o no puede creerlo.
—¿Qué pasa? ¿De qué es el test? —pregunta Adán incrédulo. —Es una prueba de embarazo y ha dado positivo. —¡¿Positivo?! ¿Pero tú sabías que estabas embarazada? —No, pero leí en internet que si en los tests de ovulación aparecen muchos positivos seguidos, esa podía ser la causa. De todas formas, lo mejor será ir a la farmacia a por algo más fiable que una simple tira de papel… Aitana no quiere crearse falsas ilusiones y prefiere esperar a hacerse una segunda prueba de embarazo que confirme el resultado. Mientras, Adán no deja de darle vueltas en la cabeza. Decide enviar una foto a su amiga Laura, quien quizás tenga algo más de idea y pueda aconsejarles mejor.
ADÁN 16:35 Foto enviada. Laura, ¿qué ves aquí? LAURA 16:39 Loki, ¿eso es un test de embarazo? Ahí veo dos rayas como una catedral. Pero que se haga otra para confirmarlo. «Madre mía, como sí que esté embarazada…», piensa Adán. Aunque lo están buscando, no acaba de ser consciente de ello. Es algo que cambiaría sus vidas. Decide poner fin a su siesta, no puede continuar durmiendo. Se viste con lo primero que ve en el armario y va a la farmacia a por una prueba de embarazo electrónica.
—¡Cariño! ¡Ya estoy en casa! —Cierra de un portazo.
—¡Qué rápido has vuelto! —Bueno, no he tenido que hacer cola y he subido rápido por las escaleras… — Excusas, quiere confirmar el resultado cuanto antes para salir de dudas. Aitana le arrebata la bolsa y saca las instrucciones de la caja. Lo lee detenidamente y vuelve al cuarto de baño. Esta vez debe orinar en un bote en el cual debe introducir unos segundos el test. Adán entra también. Ella decide no mirar, de manera que lo abraza mientras él sujeta el aparato con ambas manos, el cual tiene un reloj de arena en la pantalla indicando que los resultados de la prueba están en curso. De pronto, esta se ilumina: «Embarazada. Esp.p.fav.». —¿Ya? —pregunta Aitana impaciente. —Espera… Espera… Espera… Tras unos minutos, aparece en la pantalla: «Embarazada. 2-3 semanas». Adán lo vuelve a mirar para asegurarse que es real y se lo enseña a Aitana. Ella se tapa la cara al verlo, no puede evitar emocionarse y de sus ojos brotan lágrimas de alegría. Él coge su móvil e inmortaliza el momento. Aitana posa mostrando el resultado del test con una mano mientras con la otra oculta la boca abierta con cara de sorpresa.
Miércoles, 12 de junio de 2019 Han pasado quince días desde que confirmaron el embarazo. Sin embargo, en la Seguridad Social no realizan la primera ecografía hasta dentro de seis semanas. No pueden esperar tanto y deciden acudir a una clínica privada para comprobar que todo va bien. Ambos están muy nerviosos. Adán intenta aparentar normalidad para no alterar aún más a Aitana. La sala de espera está abarrotada de gente, pero apenas tardan unos pocos minutos en llamarles. —¿Aitana Ibáñez Martínez? Pase, por favor —comunica la secretaria. Se ponen en pie de un salto y Adán deja que ella pase primero. —Por favor, quítate la parte de abajo y ponte cómoda. Cuando estés preparada, me avisas y comenzamos, ¿de acuerdo? —dice el ginecólogo, cuya amabilidad
tranquiliza de alguna manera. Aitana se desnuda en un pequeño cuarto y se sienta en el sillón de reconocimiento con las piernas abiertas apoyadas sobre los estribos en alto. —Está lista. Ya puede pasar —avisa Adán al médico. —Muy bien. ¿Es la primera ecografía? —Sí, hace un par de semanas que hicimos el test de embarazo y salió positivo. No queremos esperar más. Necesito saber que está todo bien —responde Aitana. —Enseguida lo comprobamos —dice el médico mientras coloca un preservativo y gel en una sonda que introduce dentro de su vagina. Adán, situado al otro lado del sillón, asoma la cabeza para observar mejor la imagen que aparece en el monitor. Al principio solo puede ver rayas distorsionadas en blanco y negro hasta que por fin puede adivinar lo que parece ser la bolsa amniótica con una pequeña mancha. —Como podéis observar —mueve la sonda—, aquí tenemos a vuestro bebé. La implantación en el endometrio es correcta. El tamaño del saco gestacional está dentro de los parámetros… —Solo hay uno, ¿verdad? —pregunta Adán rogando para que sea así. —Sí, en principio sí… —Rebusca bien con la sonda, no vayamos a tener sorpresa —bromea Adán. —Sí, solo hay un embrión. Podéis estar tranquilos. Ahora, lo más importante: el latido del corazón. Aitana y Adán se miran rezando para que todo esté bien. De pronto, un escalofrío les recorre el cuerpo cuando por los altavoces escuchan las palpitaciones del corazón de su bebé. —Y este es su corazoncito latiendo a ciento treinta y seis pulsaciones por minuto. Todo correcto —confirma el médico.
Ambos sienten un alivio indescriptible al oír estas palabras. Aitana se relaja y apoya la cabeza en el sillón. Adán también respira tranquilo. En los próximos meses van a experimentar sensaciones jamás vividas antes. Conocerán facetas suyas nunca vistas entre ellos. Amor, respeto y paciencia serán claves.
Domingo, 16 de junio de 2019
Ha sido una noche larga para los dos. Hace pocos días que confirmaron que el embrión se encontraba perfectamente y aún están asimilándolo: van a ser papá y mamá. Aitana no desarrolla síntomas, de manera que si no fuera por los tests y la ecografía, ni ellos mismos sabrían que está embarazada. Ha llegado el momento de dar la noticia al mundo. —Buenos días, amor. ¿Cómo has dormido? —pregunta Aitana. —Buenos días. No muy bien, la verdad. Imaginando cuál será la reacción de todos cuando lo contemos… —responde Adán frotándose los ojos. —A mí también me ha costado coger el sueño, no dejaba de dar vueltas en la cama… No tienen más remedio que ponerse en pie y empezar a preparar lo que va a ser un día entero fuera de casa. —Si te parece bien, podríamos ir por la mañana a Gandía a ver a mi padre y mi hermana. A la hora de comer ya estaremos aquí y podemos visitar a tus padres y a tus abuelos. —Vale, me parece bien. Así después de comer alargamos la sobremesa con ellos —dice Adán. La relación de Aitana con Vera y con su padre ha estado muy deteriorada por momentos. Las dos pasaron etapas muy duras cuando el matrimonio se divorció. Su madre no quiso saber nada de sus hijas y él no pudo hacerse cargo de ellas. Ambas tuvieron que buscarse la vida por su cuenta: Vera encontró trabajo en Valencia y tuvo que alquilar un piso allí, y Aitana se vio obligada a vivir en casa
de los padres de su exnovio, algo que deterioró mucho la relación sentimental de pareja, derivando en ruptura. A pesar de estar separadas y de tener sus más y sus menos, su hermana siempre ha sido un apoyo para Aitana. Ha llovido mucho en todo este tiempo. Desde que conoce a Adán, él la ha ayudado a centrar la cabeza y sobre todo a dejarse aconsejar para retomar la relación con su padre e incluso con su madre, algo que parecía imposible meses atrás. Ahora mismo, con su hermana tiene una buena relación, le está dando la oportunidad a su padre para que demuestre que también tiene los pies en la Tierra y con mucha cautela está recuperando el o con su madre, la cual, a pesar de todo, ha sido la primera en enterarse de la noticia a través de una llamada telefónica. La reacción ha sido muy efusiva por su parte, para sorpresa de Aitana, ofreciéndose enseguida a comprarles cosas para el bebé.
La primera parada de hoy es Gandía. Aparcan cerca de donde vive Vera actualmente, que regresó aquí a vivir después de dejar su trabajo en Valencia, y suben a su casa. Habían avisado de su visita, pero lo que su hermana no espera para nada es la noticia que tienen preparada para ella. Tras varios minutos contándose cómo les va en sus nuevas vidas, le hacen entrega de un sobre, el cual lleva dentro una fotocopia de la primera ecografía realizada días atrás. Vera está sentada en el borde del sofá. Lo abre con cuidado imaginando que lo que hay en su interior puede ser frágil y alterna la mirada de reojo entre Aitana y Adán, uno a cada lado suyo. No cree lo que ve. —¿Estás embarazada? ¿Sí? —duda Vera. Se ríe y se levanta para darle un abrazo a Aitana. —¡Enhorabuena! ¿Es en serio? —pregunta de nuevo—. ¿De cuánto? —Unas seis semanas más o menos —responde Adán. —Hemos quedado con el papá para tomar algo. ¿Te vienes? —Claro que voy, no me quiero perder su cara —dice Vera mientras camina hacia la habitación para cambiarse de ropa.
Han quedado en la terraza de un bar próximo a su piso. Aitana ha pedido puntualidad a su padre, ya que a la hora de comer deben estar de vuelta en Valencia. Las dos hermanas y Adán toman asiento y piden dos horchatas y un granizado de limón. Justo cuando el camarero les está sirviendo, aparece su padre con un cigarro en la mano y sin ninguna prisa. —¡Hombre! ¡Ya era hora! —exclama Vera. —Es que había ido a comprar tabaco y… —Excusas. —Hola, papá, venga, siéntate. ¿Qué quieres tomar? —pregunta Aitana. —Una cerveza. —¿A estas horas una cerveza? ¿Ya empiezas a las 10 de la mañana? —replica Vera, cansada de los vicios de su padre. —Tenemos algo que contarte —Aitana le entrega un sobre como el que ha abierto minutos antes su hermana. —¿Esto qué es? ¿Dinero? —bromea su padre con el cigarro en la boca. —Va, no digas chorradas. Lo abre con la parsimonia a la que acostumbra. Mira la ecografía y apenas cambia el gesto de su cara. —Estás embarazada. Qué bien, así podré comprarle el equipaje del Valencia C. F. —dice con poca efusividad. —¿Y ya está? ¿No dices nada más? —pregunta Aitana. —Si sale niña, también puedes regalarle el uniforme —afirma Adán. Finalmente, su padre reacciona y les da la enhorabuena a ambos. Quizás esperaba que esa noticia viniera antes por parte de Vera teniendo en cuenta que es la hermana mayor y que le saca ocho años a Aitana. Poco después se despiden, ya que los padres de Adán los están esperando.
Hoy van a comer en un restaurante del centro. No sin antes hacer una visita a sus abuelos junto con los padres y el hermano de Adán. Suben en dos turnos; el ascensor no aguanta el peso de cinco personas adultas. Su abuelo les recibe en la entrada con la puerta abierta. Sabe que son ellos después de haber tocado las tres veces el timbre. Su abuela espera dentro sentada en el sillón. Después de saludarla y de preguntar por su estado de salud, Adán se levanta y le hace entrega de un sobre similar. Ni sus padres ni su hermano saben nada todavía, van a enterarse de la noticia al mismo tiempo. Su abuela lo abre y todos le prestan atención. —¿Qué es esto? ¿Cómo se mira? ¿Así? —A ver, enséñalo, iaia —sugiere Adán. —¿Qué es eso? —pregunta extrañado su hermano. —No me digas… —comenta su madre. —¿Voy a ser abuelo? ¡No me jodas! ¿Sí? ¡Hostia puta! —exclama su padre llevándose las manos a la cara soltando una carcajada. —¡Voy a ser tío! —Lo sabía desde que pidieron que viniéramos todos juntos —dice su madre, que como siempre, todo lo tiene que saber. Su padre es el primero en levantarse para darles un abrazo y le siguen los demás. Menos su abuela, que se queda sentada en el sillón en un segundo plano observando la ecografía, casi memorizándola. —¿Qué pasa, iaia? ¿No te alegras? —pregunta Adán. —Claro que me alegro, cariño mío… —¡Va a ser bisabuela! —exclama Aitana. —No estaré para verlo… —Una lágrima brota de sus ojos. —No digas eso, iaia. ¡Claro que lo conocerás!
Pero su abuela sigue mirando fijamente la ecografía. Solo ella sabe lo que está pasando por su cabeza en ese preciso instante. No hay nada que haga más ilusión a Adán que su abuela llegue a conocer una generación más de la familia. Sabe lo delicado que es su estado de salud y lo rápido que avanza la enfermedad, pero trata de convencerse a sí mismo, y sobre todo a ella, de que todo saldrá bien.
Capítulo IX
Miércoles, 31 de julio de 2019
Hace trece semanas que una nueva vida se inició dentro del vientre de Aitana. Apenas ha experimentado cambios en su cuerpo; unos kilogramos de más, pero nada de náuseas ni malestar. Está teniendo un embarazo bastante tranquilo, al menos en lo que respecta al primer trimestre. La suerte sigue estando de su parte. Además, coinciden sus días libres con las vacaciones de Adán y qué mejor plan que ir a pasar tiempo al apartamento de la playa. La brisa del mar Mediterráneo y la piscina calman el calor sofocante que tendrían en su casa de Torrente. Acaban de terminar de deshacer las maletas e instalarse en la que será su hogar lo que queda de semana, pero Aitana no puede evitar ver a Adán un tanto nervioso. —¿Qué pasa? ¿Te encuentras bien? —Sí, sí… —responde él tartamudeando. —¿Seguro que no te pasa nada? —insiste Aitana. —Sí, tranquila. ¿Te apetece que vayamos a pasear por la playa? —Vale, pero no vayamos muy lejos. Estoy cansada y me apetece dormir. La noche es muy oscura. Faltan pocos días para la luna nueva. Las farolas del paseo marítimo es lo único que ilumina la espuma que crean las olas al romper en la orilla. Adán le tiende la mano a Aitana y esta responde entrelazando los dedos con los suyos. El mar baña sus pies descalzos y borra las huellas allá por donde pisan. Llegan hasta el espigón que separa una playa de la siguiente y la invita a sentarse en la arena. —Me gusta escuchar el sonido del mar, me relaja… —dice él. Ella sigue notando una actitud extraña en Adán, hasta el punto de que su voz
empieza a temblar. —¿Cómo ha ido el trabajo? —Bien. ¿Qué te pasa? Te noto raro —responde Aitana de forma contundente. —Es que… Estoy nervioso… —¿Nervioso? ¿Por qué? Adán se gira hacia ella, coge su mano de nuevo y la mira directamente a los ojos. —Verás, desde que estoy contigo, me haces ver el mundo de otra manera. Solo tú fuiste y sigues siendo capaz de seguir enamorándome cada día. No imagino un futuro que no sea contigo y sin nuestro bebé en camino —coge aire—, por eso me preguntaba… —¿Si me quiero casar contigo? —interrumpe Aitana. —Pero ¿qué aguafiestas eres? Ella no puede aguantar la risa. —¿Entonces? ¿Eso es un sí? —¿Tú qué crees? ¡Pues claro! Soy muy afortunada de tenerte. Adán suspira y ambos se funden en un beso y un abrazo tras una pedida de mano en la que solo las estrellas y las olas del mar han sido testigos. Jueves, 22 de agosto de 2019
Hoy se cumplen las diecisiete semanas de gestación. Es una fecha señalada en el calendario desde hace un tiempo. Se sienten ansiosos por saber el sexo del bebé, pero en pocos minutos saldrán de dudas. Todos creen que va a ser un varón, menos Adán. No está claro si por llevar la contraria o porque realmente lo piensa, pero él dice que es una niña. Vera quiere ser partícipe de un momento inolvidable como este y viene de camino desde Gandía. Por ahora, Adán y Aitana no tienen en mente tener más hijos, por lo que cada etapa vivida puede
que no se vuelva a repetir. Es la primera ecografía en cuatro dimensiones que van a hacer; además del sexo, también van a poder verle la cara.
VERA 18:36 Acabo de llegar. Estoy en la puerta de la clínica. AITANA 18:38 Vale. Salimos ya de casa.
Los tres son un manojo de nervios. Aitana no quiere saber nada hasta que no lleguen a casa, donde Adán le tiene preparada una sorpresa. Las dos hermanas no dejan de discutir cuál será el nombre del bebé y se centran en nombres masculinos: Luca, Marc, Pau… Están convencidas de que va a ser un niño. El ginecólogo unta el vientre de Aitana con gel de ultrasonidos y comienza la ecografía. En cuestión de segundos pueden apreciar las extremidades. Las piernas ya son más largas que los brazos y empiezan a diferenciarse algunas articulaciones como las rodillas, los tobillos, los codos y las muñecas. El médico se centra en otros detalles como el peso aproximado o la distancia que hay desde la coronilla hasta las nalgas, pero ellos dejan de escucharlo para fijarse en la cara de su bebé. Es inevitable hacer comparaciones intentando adivinar a quién se parece, pero todavía es demasiado pronto para ello. Aitana se coloca de lado para permitir poder explorarlo desde otro ángulo y cierra los ojos para no verle los genitales. De pronto, un movimiento serpenteante llama la atención de Adán, quien salta del sofá. —¿¡Eso es…!? —murmura él. Pero el médico señala sin pronunciar palabra lo que debe ser el cordón umbilical. Para Adán ha sido claramente un pene, aunque quizás demasiado grande para la
edad del feto. La ecografía continúa y tanto él como Vera juegan a adivinar el sexo. Una vez finaliza la sesión, Aitana abandona la estancia, quedando su hermana y Adán a solas con el ginecólogo. —¿Tenéis claro lo que es? —pregunta el médico. —Yo creo que sí —Adán hace un gesto señalando con el dedo. —¿Sí? Por lo que he visto pensaba que era lo otro —dice Vera. —Tiene razón él —confirma el experto. Ellos han salido de dudas. Aitana vuelve a entrar a la sala y se empieza a reír. Sabe que su hermana y Adán conocen el sexo, pero ella tiene que esperar a llegar a casa. No puede aguantar más. A pesar de que viven muy próximos a la clínica, Aitana acelera el paso para saberlo cuanto antes.
Adán abre el cajón del comedor y saca un globo negro opaco y de tamaño gigante, y dos bolsitas de confeti grande de dos colores: rosa y azul. Pide a Aitana que vaya a la habitación para que no pueda ver el color del cual rellena el globo y lo hincha todo lo que puede hasta terminar mareado. No es de extrañar, parece una pelota de pilates. Vera comunica a su hermana que está todo listo y le entrega una aguja gorda mientras graba con la cámara de su teléfono móvil. Adán eleva el globo con ambas manos. —A la de tres: una, dos, espera —lo agita para distribuir el confeti del interior—, y tres. Aitana clava la aguja con fuerza pinchándolo. Se escucha una fuerte explosión acompañada de una lluvia de confeti de color rosa indicando que el bebé que están esperando es una niña. Una mezcla de ilusión y sorpresa le hace gritar a la vez que da saltos de alegría llevándose las manos a la cara. —Has visto como tenía yo razón… —dice él mientras se abrazan.
—¡Es una niña! Qué fuerte, no me lo creo… No me lo creo, amor —responde Aitana emocionada. Adán recoge un puñado de confeti del suelo y lo lanza al aire. Si no fuera porque el sexo de un bebé es algo que no puede controlar, se podría decir que siempre se sale con la suya. Mientras los demás se centraban en buscar nombres de niño, él se limitaba a dejar abierta la posibilidad de que se equivocaran. Ni más ni menos.
Jueves, 12 de septiembre de 2019
La ecografía de las veinte semanas de gestación es probablemente la más importante de todas. En ella se determina la posición del feto y su movilidad, se realizan mediciones para conocer alteraciones en el crecimiento, se estudia su anatomía y se visualiza el útero y ovarios de la madre, entre otras cosas. Aitana y Adán acaban de llegar al hospital donde se va a llevar a cabo la exploración. Es difícil no imaginar que algo pueda ir mal e intenta distraer a su futura mujer para que deje de pensar en negativo. —¿Te gusta entonces cómo he pintado la habitación de la nena? —pregunta Adán. —Sí, claro. La pared rosa de la cuna contrasta con el blanco de las demás y así no queda tan cargada. Además, me gustaría que tu madre nos hiciera en punto de cruz su nombre para enmarcarlo. —Se lo puedo pedir, sería original. Quedará muy bien encima de la estantería. La megafonía anuncia el nombre y apellidos del siguiente paciente; les toca y ambos entran en la consulta. Adán toma asiento en una silla situada a la izquierda del sillón donde van a explorar el vientre de Aitana. Los dos se agarran de la mano. El ginecólogo empieza a cantar siglas que solo el auxiliar entiende y teclea en el ordenador: DBP, CA, LF… Continúa el reconocimiento observando el resto de estructuras como la cabeza, la cara, el tórax, el abdomen, extremidades, genitales…
—¿Tenéis pensado el nombre del bebé? —pregunta el auxiliar. —Sí, se va a llamar Sara —responde Aitana. En ningún momento hubo discusión a la hora de elegir un nombre femenino. Lo tenían claro desde el primer minuto que supieron que era una niña. —¿Ya sabéis el sexo? —pregunta el médico. —Hace unas semanas fuimos a una ecografía en cuatro dimensiones y nos dijeron que es chica —afirma Adán. —¿Estáis seguros? —insiste dubitativo. —¡No me jodas! Que la habitación ya está pintada… —Vale, sí, puedo ver la vulva —confirma el médico—, ya solo queda por explorar el corazón, pero no se deja ver… Deberás salir fuera a dar un paseo. Sería conveniente que tomaras algo dulce o con cafeína para que el bebé se mueva y cambie de posición. Después del susto en la identificación del sexo, les va a venir bien tomar aire fresco, aunque todavía queda la parte más importante de la exploración. Adán acompaña a Aitana a la máquina expendedora que hay en recepción y compra un refresco. Se lo beben a medias y van afuera del edificio a dar vueltas en círculo al pabellón de maternidad. Pasada media hora, vuelven a la consulta rezando para que el médico, ahora sí, pueda finalizar la ecografía y, sobre todo, asegure que no exista ninguna anomalía. —Bien. Podemos observar la posición correcta del corazón. El corte de las cuatro cámaras, muy bien. Válvulas y tabiques… Salida de vasos y retorno venoso, correcto. Perfecto. Te limpio el gel y ya te puedes vestir. Ambos respiran aliviados. Su bebé en camino, Sara, está sana. Por delante quedan meses que serán cada vez más duros, sobre todo para Aitana. Adán tendrá que ayudar todavía más en casa y facilitarle el día a día a su futura mujer.
Capítulo X
Lunes, 16 de septiembre de 2019
El verano está llegando a su fin. El cielo se empieza a oscurecer más pronto y por lo tanto hay menos horas de luz. Cuanto más tarde se hace, más pereza le da a Adán salir a la calle, pero Tronca ya está paseada. Debe darse una ducha y empezar a preparar el almuerzo de mañana para el trabajo antes de cenar, pero recibe una llamada. «¿Mi madre? ¿Qué querrá a estas horas?», piensa él mientras desliza el dedo por la pantalla para descolgar. —Dime, mamá. —Adán, ¿estás ocupado? —Iba a preparar las cosas para mañana. ¿Qué quieres? —Deberías acercarte al hospital a ver a la iaia, está muy mal… —¿Ahora? —pregunta él extrañado por las horas que son. —Sí. Están la prima y el tío también, que hoy dormirá allí. —Vale… Lleva casi una semana ingresada. Adán siempre ha querido ser optimista con la enfermedad que arrastra su abuela desde hace meses y realmente piensa que la va a superar. Su madre tiende a ser demasiado dramática la mayoría de las veces, algo que a él no le gusta. En momentos en los que cunde el pánico y el nerviosismo, Adán tiende a mantener la calma con gran facilidad. Si no consigue tranquilizarse, ¿cómo pretende serenar a los que están a su alrededor? —Cariño, me voy al hospital. —¿Y eso? —pregunta Aitana.
—Ha llamado mi madre y quiere que vaya a ver a mi abuela. —¿Cómo está? —Bueno, un poco peor. No me esperes para cenar, no sé cuánto tardaré. Le da un beso en la frente y le desea buenas noches por si cuando vuelva está dormida.
No tiene tiempo que perder y aparca en el parking subterráneo del hospital. Sube andando hasta la primera planta y al final del pasillo está su prima llorando fuera de la habitación. —¿Cómo vas, María? —Le da un abrazo, y eso que él no es de repartir muestras de cariño a otras personas que no sean su pareja, incluso a familiares suyos. —La iaia está muy mal —dice secándose las lágrimas con un pañuelo. Adán entra a la habitación. Su tío está de rodillas al lado de la cama, agarrando la mano de su abuela y con los ojos visiblemente rojos de haber estado llorando también. Eso es algo que lo estremece, ya que se identifica mucho con su carácter y sabe que es una persona emocionalmente fuerte. Su abuela está dormida. La medicación que le están suministrando es muy dura y está cargada de calmantes para aliviar el dolor que siente. Su tío le cede el sitio y se sienta en el sillón, al lado de la cama. Adán toma el testigo y sujeta su mano. Observa cada arruga y cada vena de su piel pálida. La garganta se le hace un nudo y sus ojos se inundan de lágrimas que no acaban de derramarse. Debe de aguantar el tipo, su prima y su tío ya lo están pasando suficientemente mal. De pronto, su abuela abre los ojos. Puede estar en estado paliativo, pero aun así es capaz de reconocer a su nieto y estira su otra mano en un intento de abrazarlo. Adán se aproxima más a ella. —¿Qué pasa, iaia? ¿Cómo estás? —susurra al oído. Ella tartamudea. Le cuesta mucho comprender lo que dice y cree entender que pregunta por Aitana. —¿Aitana? Bien, en casa. Creciéndole por días la barriga —contesta Adán como
puede. Su abuela deja de mirarlo para observar fijamente el techo. «Esto es una mierda», balbucea. Sus respiraciones son cada vez más pausadas y acompañadas de quejidos. Ni los sedantes son capaces de enmascarar el sufrimiento que está experimentando. No se merece padecer de esta manera. Adán vuelve a acercarse a ella. —Duérmete, iaia. Necesitas dormir. Descansa —murmura de nuevo. Los ojos de su prima, que observa la escena apoyada en el marco de la ventana, son un mar de lágrimas. También necesita su atención y se sienta junto a ella en la repisa. —Piensa que, tal y como está, lo mejor que puede pasarle es que se quede dormida y sea rápido —intenta convencer a María. —Es que no puedo verla así. Si hubieras visto al iaio cuando ha venido antes a verla… —No puede continuar. Adán vuelve al lado a su abuela. Se hace tarde, él mañana trabaja, así que junta su cara a la de ella. —Iaia, me tengo que ir, pero mañana vendré a verte. Gracias por cuidarnos. Te queremos. Le da un beso en la mejilla sin saber si será el último. Se despide de su tío y su prima y abandona la habitación.
Martes, 17 de septiembre de 2019
Ha madrugado mucho para ir a trabajar. Desconoce el estado de salud de su abuela ni cómo habrá pasado la noche. Sabe que ante cualquier novedad su madre se pondrá en o con él. Adán trata de aparentar normalidad al resto del equipo. Nadie diría que una de las personas más importantes de su vida se debate entre la vida y la muerte. Él es el líder y debe ser el primero en mostrar
fortaleza.
El día transcurre según lo previsto, le encanta que las cosas salgan bien. Durante toda la mañana está pendiente de su teléfono móvil pero no recibe notificación alguna, puede que su abuela esté experimentando alguna mejoría. El turno de trabajo está a punto de finalizar. Es hora de hacer recuento de todo lo fabricado y los contratiempos ocurridos en el día de hoy para reportarlo a sus superiores. Adán mira el móvil a escasos minutos de que suene la sirena anunciando el fin de la jornada. Hace más de veinte minutos que ha recibido un mensaje de su madre y no se había dado cuenta hasta ahora. Suspira y lo abre.
MAMÁ 13:29 Adán, ya está.
Se temía lo peor y así ha sido. Su abuela acaba de fallecer. No puede ocultar el cambio del rostro de su cara y sus compañeros se dan cuenta. Adán comunica a su equipo la triste noticia y no acudirá a trabajar en los próximos dos días. Hace lo propio con su supervisor y recibe el pésame de todos, sin excepción alguna. Tronca lo recibe al llegar a casa, que consigue al menos sacarle una pequeña sonrisa. Aitana no tardará salir de trabajar. Mientras, prepara la comida y pone la mesa para comer con ella en cuanto llegue.
Está agotada. Entre el embarazo y el calor, su trabajo se hace todavía más duro. Está deseando entrar por la puerta y tomarse un vaso de agua muy fría. Deja sus llaves en el llavero de la pared. Adán hace un rato que ha llegado. Percibe incluso que ya ha cocinado, pero es muy mala adivinando olores. Se dirige al comedor, pero él la intercepta saliendo de la habitación. —Hola, amor. ¿Qué tal el día? —pregunta Aitana.
Adán la agarra por encima de los codos y le da un abrazo. —Cariño, mi abuela… Ella se separa de él. —¡Ay! —exclama llevándose las manos a la cara—. No me digas eso… ―Tiembla y rompe a llorar.
Miércoles, 18 de septiembre de 2019
Por fin su abuela descansa en paz. Se hizo a la idea hace un par de días cuando la visitó en el hospital. Sabía que lo mejor que podía hacer era dormirse y dejar de sufrir. La peor parte no es despedirse de ella, sino ver a su abuelo roto por fuera y por dentro. Sesenta años de matrimonio se dicen pronto. Adán es una persona muy sensible, pero no es capaz de demostrar esa debilidad delante de otras personas. Esta noche la ha pasado llorando y Aitana, aunque no conseguía verlo por la oscuridad de la habitación, sí ha podido escucharlo. Es humano y, por duro que aparente ser, en días así necesita alrededor a la gente que de verdad lo quiere. Por eso sus mejores amigos, Héctor y José, en compañía de su novia, han acudido al velatorio para darle el pésame en persona. Incluso su expareja se ha acercado al tanatorio; un detalle por su parte, ya que fueron familia durante muchos años. No esperaba menos de todos ellos. Nadie ha querido perder la oportunidad de dar el último adiós a su abuela y las condolencias, sobre todo, a su abuelo. Todas las personas que vieron a Adán crecer de la mano de su iaia aprovechan la ocasión y el embarazo de Aitana para encontrar algo positivo y felicitarles por ello. Antes de despedirse de ella para siempre, se va a celebrar una ceremonia religiosa. Su abuela era católica devota. La última misa a la que él asistió fue en el mismo lugar y por idénticos motivos hace casi tres años por el fallecimiento de su abuelo paterno. Adán no es practicante, pero sí está bautizado y ha tomado la comunión, aunque quizás se viera influenciado por sus padres. Le cuesta creer en Dios como un ser supremo, omnipotente, omnipresente y omnisciente, pero rechaza la idea de que no haya un más allá. Dónde vamos después de la muerte sigue siendo un misterio, pero la vida no puede acabar así. Todo lo que sentimos,
lo que experimentamos por dentro de nosotros mismos, lo que pensamos en nuestra mente. No existe un interruptor el cual podamos apagar y que todo lo anterior desaparezca de golpe. No tiene pruebas de ello, pero para él es una teoría más razonable. Adán de verdad piensa que desde algún lugar su abuela le protegerá a él y a su futura hija.
Capítulo XI
Sábado, 28 de diciembre de 2019
Hoy es el día de los Santos Inocentes y aún queda más de un mes para el nacimiento de Sara. Aitana sale de cuentas el treinta de enero. Hace un par de semanas que ha empezado a preparar la maleta siguiendo las recomendaciones de su matrona por si hay que ir de urgencia al hospital. En ella guarda cosas imprescindibles como la primera puesta del bebé al recibir el alta, ropa interior para ella misma, bolsa de aseo personal, etc. La ilusión y el nerviosismo crecen a la par por momentos según se acerca la fecha prevista de parto. Hoy tienen planeado ir a Gandía a ver a su padre y su hermana y quizás de vuelta queden a tomar un café con su madre, cuya relación parece tener más luces que sombras en los últimos meses, pero sigue siendo una caja de sorpresas. Suena la alarma del móvil. Es hora de levantarse si no quieren perder la mañana. Aitana la apaga, se pone en pie y va directa al baño. No puede aguantar más, y eso que esta noche ha ido en tres ocasiones a orinar. —Amor, ¿puedes venir un momento? Adán, todavía medio dormido, se levanta y acude a su llamada casi por inercia. —¿Qué pasa? —pregunta quitándose una legaña del ojo. —Mira las bragas, parece que estén mojadas de flujo o algo parecido… No creo que sea nada, pero ¿podríamos ir a urgencias? —¿Al hospital? Bueno, si así te quedas más tranquila… Avisa a Vera y dile que no vamos a ir… Aitana envía un mensaje a su hermana pidiéndole que le diga a su padre que hoy no van a poder hacerles una visita, que mejor la dejan para otro día. Adán había rechazado jugar un partido con sus amigos para acompañar a Aitana
a Gandía, pero como han cancelado el plan, decide avisar a su equipo y se ofrece incluso de portero aunque no sea su posición preferida. Además, el campo de fútbol donde juegan se encuentra a escasos minutos del hospital caminando. —He pensado que puedo dejarte en la puerta por donde entran las ambulancias y me voy a jugar a fútbol. Seguramente tú terminarás antes, puedes venir sola dando un paseo… —Sí, no te preocupes. En cuanto acabe, voy para allá.
Aitana se dirige a la ventanilla de urgencias. Inmediatamente después de comentar los motivos de la visita, le indican que debe acudir al pabellón de maternidad donde, tras dar el aviso, la están esperando. Entra en una sala en la cual tiene que desvestirse para comenzar la monitorización. Le colocan unas cintas alrededor del vientre para comprobar la vitalidad fetal y oxigenación, así como las contracciones uterinas, que no cree tener. Las lecturas son correctas, de manera que la enfermera acompaña a Aitana hasta otra especialidad médica donde van a hacerle una exploración ginecológica y se tumba en la camilla. Apenas tarda unos segundos en aparecer el experto, quien introduce un espéculo en su vagina para observar si hay presencia o pérdidas de líquido amniótico. Para finalizar, le realizan una ecografía. —Muy bien, Aitana, puedes vestirte y esperar fuera a que te digamos los resultados —comunica el ginecólogo.
El partido está controlado. El equipo de Adán lleva una ventaja de cinco goles a favor sobre el adversario. Lo más sorprendente, aunque para él no lo sea, es que solo ha recibido un gol en contra jugando de portero. Viendo el encuentro está su cuñada, ya que su hermano es uno de los rivales. Quedando diez minutos para pitar el final, recibe una llamada entrante. —¡Adán! ¡Es Aitana! ¡Corre, ven! —avisan desde la grada. Él se quita los guantes, los tira al césped y le dice a su defensa que necesita salir del campo un momento.
—¿Sí? ¿Qué te han dicho? —responde Adán al móvil. Aitana, llorando y con voz temblorosa, le contesta con un nudo en la garganta hasta el punto de estremecerlo a él mismo. —Amor, que ya viene. Sara ya viene. Las pupilas de Adán se dilatan y le da un vuelco el corazón. Le cuenta a su cuñada lo que ocurre mientras se cambia sin ni siquiera deshacer el nudo de los cordones las botas de tacos por sus zapatillas deportivas. Agarra la mochila y sale corriendo a por el coche. A pesar de que Aitana le ha dicho que no tenga prisa, no pierde tiempo buscando estacionamiento y aparca en el primer sitio que encuentra dándole un euro al gorrilla. Sube directo a la planta donde están los paritorios y llama al videoportero automático. —¿Quién eres? —pregunta una voz femenina. —Soy Adán, la pareja de Aitana. La puerta se abre permitiéndole el . Se coloca unos protectores de zapatos desechables en las zapatillas y se pone una bata por encima del chándal. Lo dirigen hasta el paritorio donde está Aitana y la encuentra tumbada en la camilla con un gotero conectado a la muñeca. —¿Cómo estás? ¿Qué ha pasado? —pregunta Adán temeroso. Aitana, más tranquila al verlo, se limpia las lágrimas que caen por sus mejillas. —Bien, asustada. Dicen que tengo un pequeño poro en la bolsa y que hay que finalizar la gestación. Me están suministrando oxitocina por vía intravenosa para inducir el parto. —¡Pero si aún queda más de un mes! —Pues es lo que hay… Entre hoy y mañana la tenemos aquí… ¿Qué hora es? — pregunta Aitana. —Las once y cuarto de la mañana pasadas.
Más calmado, Adán saca su móvil y empieza a avisar a familiares y amigos de la noticia. Su madre, su hermano y su cuñada serán seguramente los primeros en llegar. Su padre está trabajando y tardará un poco más. La familia por parte de Aitana también se retrasará, ya que vienen desde Gandía, donde desde un inicio tenían pensado haber pasado el día. Adán aprovecha que la situación está más controlada para ir a su casa a cambiarse de ropa y volver al hospital. Se pone en o con su vecina para que cuide de Tronca unas horas, ya que no sabe el tiempo exacto que durará la dilatación ni el parto. Cuando regresa, su madre está allí junto con su hermano y su cuñada. —¿Y el papá? —pregunta Adán. —Está tardando demasiado. Llámalo… Busca el o en la agenda del móvil y lo llama. —¿Papá? ¿Dónde estás? —¿Cómo que dónde estoy? Trabajando —responde con total normalidad. —¡¿Pero no te hemos dicho que Aitana está de parto?! —exclama Adán más alterado. —¡Hostia! ¿No me tomabais el pelo? ¡Pensé que era una inocentada! ¡Voy para allá, hijo! Adán entra de nuevo al paritorio con Aitana. Es un mal día para dar noticias así y pretender que se las tomen en serio. Todavía falta un mes para la fecha prevista de parto y ahí están, él sentado en un sillón cogiendo de la mano a su futura mujer y madre de su hija en camino. Las enfermeras, muy amables, no dejan de interesarse por su estado y le cambian el gotero. —¿Cómo vas, guapísima? —preguntan. —Me empieza a doler, estoy teniendo contracciones. La enfermera revisa los valores de la hoja impresa de la monitorización que, tras
varias horas ingresada, llega hasta el suelo. —Aguanta todo lo que puedas. Cuando el dolor sea insoportable, lo dices y te ponemos la epidural. ¿Has firmado el consentimiento? —Sí, sí —Aitana resopla—, está firmado y entregado. Adán decide salir a la sala de espera. Ahora sí, su padre por fin ha llegado. También están los tíos, la hermana y el padre de Aitana y, para sorpresa suya, la madre está en camino. Nada de esto estaba previsto. Las familias debían haberse conocido en persona el día de la boda, dentro de apenas dos semanas. Es una manera diferente de romper el hielo. Los minutos no parecen pasar en el reloj. Ella no puede soportar más el dolor y pide la epidural. La anestesista le explica cómo van a proceder a ponerle la inyección y se coloca en la postura que le indican. Ahora los segundos sí que son eternos. —Ya está, cariño. Te has portado muy bien —elogia una enfermera por aguantar tanto tiempo en la incómoda posición. Aitana deja de sentir su tren inferior de manera progresiva; primero una pierna y después la otra. Experimenta un hormigueo que le llega por encima de la cadera y siente un alivio total del dolor. Adán no se separa de su lado y desde ahora será su voz, ya que está agotada y a punto de quedarse dormida. Cada cierto tiempo comprueban los centímetros dilatados para la desaparición del cuello uterino, pero los resultados de las exploraciones no son nada alentadores. Es necesario un ensanchamiento de unos diez centímetros para permitir el paso de la cabeza del bebé.
Domingo, 29 de diciembre de 2019
Aitana ha superado las catorce horas ingresada. La matrona ha de tomar una decisión que tiene que consensuar con Adán, ya que ella está profundamente dormida.
—No ha dilatado lo suficiente. Me habría gustado que hubiese sido un poco más, pero podemos intentarlo… —comenta la matrona. —No, no vas a intentarlo. Si no es seguro, se hace cesárea —responde contundente Adán. La matrona asiente con la cabeza y sale del paritorio, probablemente para comunicar la decisión al equipo médico y preparar el quirófano. Ha llegado el momento y se acerca al oído de Aitana. —Cariño, van a hacerte cesárea. Todo va a salir bien, eres una campeona.―Besa su mejilla. Abre los ojos y sus brazos y manos empiezan a temblar. Lo hacen aún más cuando observa que Adán no puede entrar con ella. No tiene más remedio que ir fuera a esperar junto con la familia que, a pesar de ser de madrugada, continúa aguardando incondicional. El silencio se apodera de la sala. Adán no puede dejar de estar pendiente del reloj ni de cualquier lloro de recién nacido que se escuche. De pronto, las puertas se abren. —Adán, por favor, ¿puedes entrar? —dice la enfermera. Él se pone en pie y sin cruzar palabra ni mirada con ningún familiar se encamina al paritorio. —¿Cómo están? ¿Ha ido todo bien? —pregunta muy preocupado. —Perfectamente. La mamá aún tardará un poco más en salir porque tienen que coserle los puntos. Y la nena —se gira mirando hacia el pasillo trasero que conecta con el quirófano— ahí la tienes. Otra enfermera aparece empujando la incubadora. Adán se acerca a ella y se inclina para ver mejor a través del cristal. Es su hija. Parece estar en un sueño. Nunca había sentido una sensación igual. —Hola, Sara, soy tu papá. Reconoce su voz, lo busca y se miran mutuamente. Adán queda hipnotizado con
el color de sus ojos; son preciosos, como si fueran dos cristales azules. —Tenemos que llevárnosla a neonatos. Hay que hacerle algunas pruebas por haber nacido prematura. En un rato podréis venir a verla. Enhorabuena, papá de Sara. Adán comunica a la familia que todo ha salido bien y pueden respirar tranquilos. —Aitana aún tardará en salir del quirófano y Sara está en incubadora. Podéis ir a casa a descansar.
Al cabo de un rato, Aitana entra en camilla a la habitación individual que han asignado para ellos. —Amor, ¿cómo está Sara? ¿La has visto? Qué guapa es… Quiero verla ―Rompe a llorar. —Tranquila, en cuanto nos avisen, te llevaré a verla. Hasta entonces duerme, lo necesitas. No tarda en quedarse dormida. Han sido muchas horas seguidas realizando un descomunal esfuerzo.
A las tres de la madrugada tocan a la puerta suavemente. —Ya podéis pasar a neonatos a ver a vuestro bebé —comunica la enfermera. Pero Aitana está agotada y Adán no quiere molestarla. Decide ir él solo e informarse más detalladamente de cómo ha ido todo. Algunos familiares duermen en los sillones al lado de las incubadoras. Es una pena que en Navidad tantas familias tengan que estar separadas de sus bebés. Y ahí está Sara, al fondo de la sala. «Cuánto pelo. ¡Y qué negro!», piensa Adán. Es un clon suyo de cuando nació, pero con los ojos un millón de veces más bonitos. Ahora duerme, parece un angelito. Mira el monitor, el cual indica las pulsaciones, la temperatura y el oxígeno, entre otras cosas. Todo dentro de los
parámetros. Es hora de volver con Aitana, no quiere que despierte sola en la habitación. Sara está en buenas manos.
Tras algunas horas de sueño reparador, Aitana abre los ojos en cuanto entra un mínimo rayo de luz a través de la ventana. —Amor, buenos días. ¿Cómo está Sara? —pregunta. Adán, que apenas ha podido pegar ojo en toda la noche, responde casi al instante. —Muy bien, anoche fui a verla. Estaba dormida. —Se incorpora—. ¿Cómo te encuentras para levantarte? ¿Quieres que traiga una silla de ruedas? —¡Sí! ¡Por favor! Adán se calza las zapatillas y sale de la habitación. Pregunta en recepción y le indican dónde puede conseguir una. —La conseguí, Aitana. Yo te ayudo a bajar de la cama. Agárrate de mi brazo. Con cautela, consigue sentarse en la silla de ruedas y Adán empuja hasta llegar a neonatos. Se lavan las manos con gel hidroalcohólico y entran a la sala. En cuanto la ve, Aitana no puede evitar llorar de emoción. —¡Qué bonita es, amor!¡Qué pequeña!¡Cuánto pelo! —Salta a la vista—. Sara, hola, mi vida. ¡Qué guapa!¡Qué ojos más grandes! Al final te has salido con la tuya y los tiene azules, como yo. —Sí, pero los suyos son más bonitos todavía —dice Adán sin vacilar, ya que es verdad. Ambos están enamorados de su pequeña. Por fin están los tres juntos después de ocho meses, uno menos de lo previsto. La vida les sonríe y Sara será la invitada especial e improvisada de su boda. Están creando su propia familia y cumpliendo su mismo sueño. Ojalá su abuela hubiera estado para conocerla.
Capítulo XII
Viernes, 10 de enero de 2020
La Nochevieja fue la más especial de sus vidas. Aitana recibía el alta la noche del treinta y uno, pero suplicaron quedarse hasta el día siguiente para poder estar cerca de Sara, que hace una semana que pudo salir del hospital. Instalados en casa de los padres de Adán, reciben toda la ayuda y consejos necesarios para los cuidados de un recién nacido. Las primeras noches están siendo agotadoras y apenas pueden dormir. Se turnan en las tomas del biberón, pero aun así no consiguen descansar lo suficiente. Sus ojeras crecen por horas, pero no es nada que un poco de maquillaje no pueda ocultar, ya que hoy es el día de la boda. No han madrugado, porque no han pegado ojo en toda la noche. Dejando las excusas a un lado, empiezan a preparar el vestido y el traje de novios. Los padres de Adán se acaban de despertar. Su madre pronto empieza a inmortalizar momentos con la cámara del móvil. No es fotógrafa, pero se lo cree. Al menos tendrán el recuerdo para siempre. Están casi listos. Aitana viste una blusa de encaje de color blanco roto con una falda pantalón marrón que conjunta con sus zapatos negros de tacón grueso abiertos por delante y peinada con una trenza de espiga. Adán va más sencillo, con zapatos marrones de piel a juego con la correa del pantalón de traje azul marino como la americana y camisa blanca, igual que la rosa del prendido que lleva en su bolsillo, con el pelo engominado y el flequillo de lado. Por último, y de manera improvisada, Sara va vestida con un conjunto de gorro, jersey, bombacho y patucos color rosa salmón con leotardos color crema. Tras la sesión de fotos pertinente realizada por su madre, que continuará durante todo el día y a la que se unirán más invitados con sus respectivas cámaras, es hora de salir de casa.
Han sido los primeros en llegar al lugar donde se va a celebrar el enlace. La boda va a ser civil y la ceremonia se va a oficiar en el salón de plenos del
Ayuntamiento de Torrente. Conforme van llegando familiares, los que no se conocen del día del nacimiento de Sara son presentados al resto. Querían una boda íntima y solo han invitado a la familia más cercana. Por parte de Adán han asistido su abuelo, sus padres, su hermano, sus tíos y algunos primos. Sin embargo, en representación de la familia de Aitana, solo han venido su padre, su hermana y sus tíos. Su madre es la gran ausente. —Aitana y Adán, podéis ir subiendo —comunica el funcionario encargado de las bodas civiles. Mientras unos se decantan por subir escaleras, otros prefieren esperar al ascensor. Una vez los invitados llegan a la quinta planta, Adán empuña el carro de Sara y Aitana coge del brazo a su futuro marido mientras con la otra mano sujeta un ramo de rosas blancas. Los asistentes se colocan enfrentados a lo largo del pasillo creando un corredor por el cual los novios se disponen a entrar a la sala de plenos. La persona encargada de oficiar el acto está sentada en el centro de la mesa y cuando los protagonistas y los testigos toman asiento, comienza la ceremonia. —Buenos días a todos, bienvenidos al Ayuntamiento de Torrente. Estamos encantados de que estéis aquí, y nunca mejor dicho, esta es vuestra casa. Recibimos a Aitana y a Adán, futuros exnovios, y a los testigos, como son su hermana y su padre respectivamente. Familiares, amigos y amigas: soy el concejal de fiestas, fallas y participación ciudadana, y por delegación de la alcaldía voy a tener el honor de uniros en matrimonio. Antes de leer el acta, me gustaría dedicaros algunas palabras. »En primer lugar, felicidades por haber dado el paso de construir una vida juntos, puesto que en los tiempos que corren no es nada fácil. Yo no sé si la felicidad existe como tal, pero sí creo en los momentos felices, y de lo que estoy seguro es que este es uno de ellos. Va a serlo para el resto de vuestra existencia y que no vais a olvidar de ninguna manera. Para vuestros padres también lo es. Además, hay una personita que os une todavía más, Sara, como invitada especial y protagonista de este enlace. Es también un momento en el cual seguramente tenéis algún familiar que debería estar aquí y estaría encantado de vivirlo, pero la vida y el destino es así y no es posible. Gente que reiría y lloraría con vosotros pero que su recuerdo lejano o cercano completa un poco el día de hoy y complementa y forma parte de este momento.
»Dicen que el amor está en todas partes, pero hay que currárselo. Se puede encontrar en los grandes acontecimientos como este, pero también se puede encontrar en las cosas pequeñas y más simples. Hay una película llamada Love actually (2003) que comienza en la puerta de llegadas del aeropuerto donde la gente se abraza y se recibe, y entonces la voz en off dijo: «Siempre que me siento pesimista de cómo está el mundo, pienso en la puerta de llegadas del aeropuerto de Heathrow». Y ahora voy a leer un poema de Mario Benedetti “Táctica y estrategia”, Poemas de otros (1974):«Mi táctica es / mirarte, / aprender como sos, / quererte como sos / mi táctica es / hablarte / y escucharte / construir con palabras / un puente indestructible / mi táctica es / quedarme en tu recuerdo / no sé cómo ni sé / con qué pretexto / pero quedarme en vos / mi táctica es / ser franco / y saber que sos franca / y que no nos vendamos / simulacros / para que entre los dos / no haya telón / ni abismos / mi estrategia es / en cambio / más profunda y más / simple / mi estrategia es / que un día cualquiera / no sé cómo ni sé / con qué pretexto / por fin me necesites». A continuación, es turno para que, quien lo desee, pueda dedicar unas palabras. Vera toma la iniciativa. —Como bien sabéis, soy la hermana de Aitana, presente y futura cuñada de Adán y la tía de Sara. No tengo preparado nada ya que todo lo que sale del corazón son palabras sinceras. Es un día especial. Nos hemos unido dos familias que íbamos a conocernos hoy, pero se rompió el hielo el día del nacimiento de la pequeña. Todo ha transcurrido muy rápido: Aitana me dijo que se iba a Torrente a vivir y no se lo impedí, al contrario, le dije que fuera feliz. Adán y sus padres, con todo su amor y cariño, la acogieron muy bien, con los brazos abiertos. Le han dado en menos de un año la vida tan maravillosa que tiene a día de hoy. Me gustaría darle las gracias a Adán por la niña tan preciosa que acaban de tener, por el cariño que le estás dando a mi hermana y espero que seáis muy felices a partir de hoy. Os deseo lo mejor, vais a formar una gran familia, teniendo en cuenta también a Tronca, que es maravillosa. Gracias también a los padres de Adán por todo el amor e implicación en ayudaros en momentos difíciles como es el comienzo y la enseñanza del cuidado de su nieta. Gracias a toda la familia por venir en este día especial, el día del enlace. Y gracias a mi padre por estar aquí presente y acompañar a su hija Aitana y por todo lo que ha podido enseñarnos en todos estos años de vida. Al finalizar su discurso, el concejal vuelve retomar la ceremonia.
—Después de estos momentos tan emotivos, el procedimiento dice que el derecho español exige que antes de proceder a la celebración del matrimonio se lean los artículos 66, 67 y 68 del capítulo V del Código Civil que afortunadamente recogen y son más fieles a los principios constitucionales de no discriminación por razón de sexo e igualdad de hombre y mujer recogidos en la Constitución de 1978. El capítulo V de los derechos y deberes de los cónyuges dice en el artículo 66 que «Los cónyuges son iguales en derechos y deberes», el artículo 67 que «Los cónyuges deben respetarse y ayudarse mutuamente y actuar en interés de la familia», y el artículo 68 dice que «Los cónyuges están obligados a vivir juntos, guardarse fidelidad y socorrerse mutuamente. Deberán además compartir las responsabilidades domésticas y el cuidado y atención de ascendientes y descendientes y otras personas dependientes de su cargo». Y a continuación, una vez leído el contenido de los artículos a los que hace referencia la ley, vamos con el momento clave de la ceremonia en el que vosotros vais a tomar la palabra para confirmar lo que sentís el uno por el otro. Así que os pregunto: Adán, ¿consientes contraer matrimonio con Aitana y efectivamente lo contraes en este acto? —Sí, quiero. —Y tú, Aitana, ¿consientes contraer matrimonio con Adán y efectivamente lo contraes en este acto? —Sí, quiero. —Los dos cónyuges han contestado afirmativamente y ahora es el momento de los anillos. ¿Los tiene Sara? ¡Qué mejor madrina que Sara! Ahora los vais a intercambiar y os propongo que leáis la fórmula de compromiso del uno con el otro mientras lo hacéis. Adán saca el anillo de la cajita y pronuncia las palabras. —Yo, Adán, te tomo a ti, Aitana, como esposa y prometo serte fiel y cuidar de ti en la riqueza y en la pobreza, en la salud y en la enfermedad todos los días de mi vida. Aitana hace lo propio con el otro anillo y repite el compromiso. —Yo, Aitana, te tomo a ti, Adán, como esposo y prometo serte fiel y cuidar de ti en la riqueza y en la pobreza, en la salud y en la enfermedad todos los días de mi
vida. —Y yo, como concejal del Ayuntamiento de Torrente, a punto de llorar también y en virtud de los poderes que me confiere la legislación vigente, os declaro unidos en matrimonio. Podéis y debéis besaros.
Capítulo XIII
Domingo, 9 de agosto de 2020
—¡Amor! ¡Corre, ven!¡Está gateando! —grita Aitana. Adán aparece al momento por la puerta del comedor. No se lo quiere perder por nada en el mundo. —¡Qué mayor, mi niña! Cómo crece… Hace nada nos levantábamos por las noches cada tres horas a darle el biberón y mírala ahora… —dice Adán rememorando recuerdos no tan lejanos. Sara ha cumplido más de siete meses. Ser ochomesina no ha afectado en su crecimiento ni su desarrollo motor, al contrario. Podría decirse incluso que va avanzada para su edad; se sienta perfectamente por sí sola y acaba de aprender a gatear. Físicamente ha experimentado un cambio brutal. Cuando nació era una copia de Adán de bebé con su pelo pincho y oscuro tirando a negro. Con el paso de los meses ese cabello ha ido desapareciendo y se ha tornado más bien rubio y fino. Tiene un flequillo larguísimo peinado de lado, lo cual ayuda a adornarlo con lacitos de colores a juego con el conjunto que vista en cada momento. En la primera mirada que cruzaron padre e hija en la incubadora nada más salir de quirófano, Adán pudo adelantar que sus ojos serían azules. Incontables personas han intentado convencerlo de que el color cambia en el primer año de vida del recién nacido, pero el tiempo le ha vuelto a dar la razón y esos cristales azules son hoy en día más preciosos que hace siete meses. Aitana sigue trabajando en la residencia cubriendo la baja. Tal y como auguraban, ha resultado ser de larga duración. Ambos disfrutan de una estabilidad emocional y laboral que nunca antes habían experimentado. Además, este verano tiene vacaciones en agosto por primera vez en su vida y piensan aprovechar esta oportunidad al máximo. En estos casi dos años que llevan juntos
no han perdido el tiempo y han viajado a Andorra, Ámsterdam, Zaragoza y Formentera, pero su próximo destino tiene algo especial, ya que va a ser el primero con Sara. —Aitana, ¿cómo llevas la maleta? —Bien —responde ella pensativa, pero sin dirigirle la mirada. —No lo entiendo. Tardas tres horas en hacer una maleta para tan pocos días y luego siempre se te acaba olvidando algo. Aitana lo mira desafiante y tras una breve pausa continúa doblando su ropa. La tarde se le echa encima y aún queda por preparar la de Sara, algo que debe de hacer ella ya que no quiere confiar esa tarea a Adán. —Acábala hoy. Mañana me gustaría salir a medio día en cuanto llegues de trabajar… Ella simplemente lo ignora y sigue a lo suyo. —¿Hará calor? ¿Me llevo sandalias? ¿Cojo bikini? ¿Podré tomar el sol? —Cariño, vamos al interior, a la montaña. Prepara ropa cómoda. En el jardín podrás ponerte morena, pero hazte a la idea que puede caer alguna tormenta de verano cuando menos te lo esperes. Cansados de costa y de playa, buscan la tranquilidad en la meseta. Esta vez se han decidido por la provincia de Soria y han encontrado una casa rural en el municipio de Cidones, a pocos kilómetros de la capital, pero lo suficientemente aislada como para desconectar del mundanal ruido. Los próximos cuatro días los van a pasar rodeados de naturaleza, pueblos medievales y paisajes dignos de una postal. La boca de Adán se hace agua con solo pensar en la gastronomía de la zona y no deja de imaginarse cocinando un buen cochinillo en las brasas de la barbacoa del enorme jardín de la casa en la cual se van a alojar.
Lunes, 10 de agosto de 2020
—¡Niña, qué contenta estás tú hoy! —exclama con su acento extremeño. —¡Ay, Miriam! Que no te lo he dicho, lo siento. Me voy de vacaciones y no volveré hasta dentro de quince días —responde Aitana a su compañera. Mira el reloj en repetidas ocasiones rezando para que los minutos pasen más deprisa pese a que el ambiente de trabajo es inmejorable. Ni punto de comparación con su antigua residencia en Gandía. Aunque cada día van rotando de turno entre todas las auxiliares se respira compañerismo, respeto e incluso amistad a pesar de la diferencia de edad. Pese al madrugón, Aitana se encuentra visiblemente animada. Está a punto de comenzar las vacaciones que tanto ansía junto con Sara y su marido para poder dedicarles todo el tiempo que se merecen. —¿Ya tienes todo listo para marcharte? —pregunta Miriam. —¡Sí! Me quedan las cosas de aseo personal, pero lo demás está preparado. Aun así, ves diciendo por si se me olvida algo —ruega Aitana. —Bragas, sujetadores, calcetines, zapatillas, pantalones, camisetas, plancha del pelo, secador, cargador del móvil, champú… —Sí, sí, sí… —responde cada vez que le nombra algo que ya debe estar en su maleta. —¡Pues que lo paséis muy bien! —¡Muchas gracias! Te mandaré fotos, ¿eh? —Vosotros disfrutad. Ya nos veremos a la vuelta, niña. De todas las auxiliares, Miriam es con la que más afinidad tiene. Le hacen gracia sus expresiones cordobesas dado que ella es de allí. Además, Aitana ha conseguido entablar amistad con su hija, un par de años menor que ella. Es de las pocas personas que conoce en Torrente. No hay que olvidar que Aitana dejó su trabajo, su ciudad y su familia atrás por empezar una nueva vida junto a Adán hace algo más de un año y medio.
—¡Amor! ¡Ya estoy en casa! Aitana esquiva maletas en el recibidor y se dirige al final del pasillo donde escucha los gritos de la pequeña en el comedor. —Hola, mamá. Estoy jugando con el papá —dice Adán fingiendo ser Sara. —¿Cómo está la nena más risueña del mundo? ¿Qué tal se ha portado? —Superbién, mamá, con ganas de irme de viaje —simula Adán de nuevo. Sara gatea hasta los pies de Aitana y esta la sube en brazos. —Mi niña bonita, guapa. ¡Mare! —Le da un sonoro beso en la mejilla. —¿Ya tienes la maleta hecha? —pregunta Adán. —Sí, casi. —Que no se te olvide nada… —No. —Pues va, que no quiero que se haga de noche —avisa. El reloj pasa de las tres de la tarde y no tienen tiempo que perder. Ella ha comido algo rápido en el trabajo y Adán casi ha hecho incluso la digestión. Aitana cierra la cremallera de su abultada maleta, le pide ayuda para bajarla de la cama por lo mucho que pesa, y la lleva hasta la entrada con el resto. Han necesitado hacer dos viajes al coche para cargar el equipaje. Después de jugar al tetris con todos los bultos en el maletero, no cabe ni un alfiler. Acomodan a Sara en su silla situada en el asiento trasero derecho y la aseguran ajustando el cinturón de seguridad. —Lo llevas todo, ¿no? —repite. —Que sí, pesado. Adán arranca el motor, mira por el retrovisor como Sara se chupa el dedo pulgar a punto de dormirse e inicia la marcha. Le gusta apurar el depósito de
combustible y la luz de aviso lleva encendida un par de días, pero debe repostar si no quiere quedarse tirado más adelante. «De Torrente a Soria hay unos cuatrocientos kilómetros. Eso son unas cuatro horas. Haremos una parada cuando llevemos la mitad del camino», piensa Adán mientras sujeta la manguera con una mano mirando a su vez los números del contador del surtidor de combustible. En otra época habría hecho todo el trayecto del tirón, pero ahora es padre de familia, tiene que ser responsable y debe parar cada dos horas aproximadamente a tomar un descanso. Termina de llenar el depósito, coloca la manguera en su respectivo colgador y sube al coche. —¡En marcha!
El camino está siendo tranquilo. Madre e hija se han quedado dormidas desde que salieron de la gasolinera. Apenas hay tráfico en un día laborable de agosto, a las seis de la tarde y en dirección hacia el interior de la península. La mayoría de la gente elije pasar las vacaciones en zona de costa y cerca del mar. Ellos prefieren ir la montaña, ya que de la playa pueden disfrutar el resto del año gracias a los pocos kilómetros que los separan de ella y al clima que tiene la Comunidad Valenciana. A pesar de verse con fuerzas para continuar conduciendo, Adán decide detenerse en una estación de servicio a la altura de La Puebla de Valverde, perteneciente a la provincia de Teruel. Nada más bajar del coche puede notar la falta de humedad en el ambiente que tanto sufren en Valencia. —Amor, voy al baño —comunica Aitana. —Te espero aquí. Sara sigue dormida. Mientras espera a que su mujer vuelva, Adán se dirige a la parte trasera del coche para vigilar si la pequeña se despierta. Apoya una pierna en el neumático y mira en dirección a las montañas de Javalambre. Cierra los ojos, inspira aire por la nariz y lo exhala muy despacio por la boca varias veces. En su interior siente la paz que no ha tenido en todos estos meses entre el fallecimiento de su abuela, el nacimiento de su hija y la boda. Una calma que de pronto se ve interrumpida. —¡¿Está mi móvil en el coche?! —grita Aitana acercándose con el rostro
desencajado. Adán se incorpora sin entender qué está ocurriendo. —¿Tu móvil? —Sí, mi móvil. ¡¿Está ahí?! —Supongo —murmura Adán. Abre la puerta del acompañante. Mira en el compartimento lateral. Rebusca en el hueco del respaldo. Indaga en la guantera. —No está. —¿Estás segura? ¿Has mirado por debajo del asiento? —sugiere Adán. —Me parece que ya sé dónde está —dice llevándose las manos a la cara y cerrando los ojos—. Creo que me lo he dejado encima de la mesa del comedor. —Mira que te he preguntado mil veces si lo llevabas todo… Ella no sabe si reír o llorar. —No pasa nada, te vendrá bien. Así desconectas de tecnología estos días. Si las miradas hirieran, Adán habría muerto en aquella estación de servicio. Aitana no le va a dirigir la palabra en lo que queda de camino. Están demasiado lejos como para volver a casa a por su preciado móvil y deben de continuar el viaje.
El sol se está poniendo entre las montañas. Han dejado atrás Soria capital y en cuanto pasan la señal que indica el inicio de la localidad de Villaverde del Monte Adán gira a la derecha. Continúa unos metros para volver a girar a la derecha y detiene el coche. Ambos miran por la ventanilla. A través de los setos del muro pueden ver el porche de una casa rural con un verde y extenso jardín con barbacoa. Sin duda han llegado a su destino. Está más próxima de la carretera principal de lo que pensaban, pero en cuanto entran por el portón de metal de la
entrada, confirman la sensación que buscaban de aislarse del jolgorio de una gran ciudad. Solo se escucha el roce del viento en las hojas de los robles centenarios del monte, algún bramido de lo que parece ser un toro e incluso el zumbido de las abejas recolectando el néctar de las flores del jardín. Aitana olvida por un momento su torpe olvido y queda impresionada con todo lo que les rodea. —Me encanta, amor. Es superbonito. Todo para nosotros —dice dando vueltas con los brazos extendidos. —¿Te gusta? Tienes una hamaca para que te pongas morena, como tú querías. —Y tú tienes la barbacoa para que me cocines el cochinillo a la brasa, como tú querías —Le guiña un ojo. —Mañana iremos a un pueblo cercano a comprar carne. Ahora ya es tarde y estoy cansado, pero podemos descargar el coche, deshacer las maletas y dar una vuelta por aquí cerca. —Me parece bien. Aitana se pone de puntillas y lo besa en los labios. Si la zona exterior les ha parecido espectacular, el interior no es para menos. Toda la casa está reformada con una decoración rústica exquisita, resultado de muchos años de retoques y recopilación de objetos del pasado y del presente. Ideal para desconectar del mundo al que están acostumbrados.
Apenas queda luz en el cielo, pero Adán y Aitana van a conocer el entorno que rodea la casa con Sara en la mochila de porteo, ya que por caminos rurales es más cómodo que llevar un carro de bebé. Nada más salir por el portón de la entrada, a mano izquierda comienza una ruta que llega hasta la cima de la montaña. Justo detrás de la casa hay unos terrenos vallados con un cartel que avisa que es una propiedad privada. —¡Muu! —simula Adán a un toro.
—¡Ay, amor! ¡No bromees con eso! —exclama Aitana asustada. Adán se ríe, pero a él también le imponen mucho respeto. Le gustan las sueltas de vaquillas en el pueblo de Héctor, pero no se atreve a recortarlas. «Hay que estar muy loco para ponerse delante de semejante animal», piensa cada vez que ve un toro o una vaca. La pendiente comienza a ser pronunciada y está llena de piedras sueltas. Han dejado atrás la parte fácil y más o menos llana. Ambos continúan el complicado camino, sobre todo para él, que es el que lleva a Sara colgada del pecho. El sendero no ha llegado a adentrarse en el bosque, pero está oscureciendo. —Cariño, ¿volvemos ya? Estoy reventado y es casi de noche. Aitana se detiene unos metros más adelantada. —¿Ya? Bueno, vale… Aunque ella quiere continuar, no insiste porque también está agotada. Adán lleva más tiempo de vacaciones, pero ella hoy ha tenido que madrugar para ir a trabajar antes de comenzar las suyas.
Es todo un acierto haberse alojado en esta casa rural. Ambos están sentados en el porche con las piernas en alto apoyadas en la barandilla. Sara gatea libre por el jardín vigilada atentamente por su madre. Adán mira con ganas la barbacoa, pero hoy van a cenar algo rápido; bocadillo de jamón serrano con queso y aceite. Están deseando que amanezca para visitar lugares con encanto y respirar el aire puro de la montaña. Adán revisa todo el itinerario junto con Aitana y esta parece conforme y decidida a dejarse llevar. Sara es todavía muy pequeña para interactuar con la naturaleza, pero tienen claro que este va a ser el primer viaje de muchos con ella. Después de darle el biberón, la pequeña se queda dormida y no se despertará hasta mañana. A ambos les cae la baba. Es la inocencia en persona; un angelito. Pero están tan cansados que apenas tardan unos pocos minutos en quedarse dormidos mientras la miran desde la cama.
Martes, 11 de agosto de 2020
Un rayo de luz golpea directamente en la cara de Aitana. Ha dormido del tirón y le cuesta ubicarse cuando abre los ojos. En cuanto recuerda dónde están, se pone en pie de un salto. Abre la puerta de la casa y sale al jardín. El sol inunda el cielo y la vegetación de un color rojizo como si todo lo que la rodea fuera cobre. Llena sus pulmones al máximo de un oxígeno cargado de tranquilidad y frescura inexistente en su día a día. Asomándose al marco de la ventana desde el porche puede ver como Sara y Adán todavía duermen. No quiere molestarlos y decide preparar el desayuno. Calienta unas rebanadas de pan en la tostadora y las unta con mantequilla y azúcar, que pronto acaba derritiéndose por el calor. Exprime tres naranjas y cuela la pulpa. Coloca todo en una bandeja y lo lleva a la habitación. —Buenos días, amor. Adán, que al oler el pan tostado había empezado a remolonear, se incorpora al ver a su mujer entrar con el desayuno. —¿Y esto? ¿Entra en el precio? —bromea Adán. Aitana ríe a carcajadas. Continúa encantándole ese humor espontáneo e improvisado que tiene incluso recién despertado del que se enamoró. —¡Qué tonto! Es un detalle por habernos traído a un sitio tan bonito como este. Solo espero que mañana me lo hagas a mí… —sugiere Aitana sin ningún disimulo. —Tendrás eso y un cochinillo que te voy a hacer a la brasa para chuparse los dedos. Que por cierto, tenemos que ir a por la carne. —¿Dónde vamos a comprarlo? —pregunta Aitana con interés. —He pensado en parar en Vinuesa. Es un pequeño pueblo de camino a la laguna que vamos a ver hoy. —¡Qué guay! ¡La Laguna Negra! Venga, desayuna rápido, que tengo ganas de ir.
Aitana, impaciente como de costumbre, comienza a vestirse y a preparar la mochila con las cosas de Sara. Se la nota ilusionada. El último viaje que hicieron fue a Ámsterdam pocas semanas antes de dar a luz. Piensa hacer mil fotos con el móvil de Adán y la cámara réflex que se compraron por Navidad. Mientras Adán se calza las botas de montaña ella empieza a meter todo lo necesario en el maletero del coche. Quiere salir cuanto antes. —¿Has cogido todo? Pañales, potito, babero, agua… —pregunta él. —Sí. Está todo. —Seguro, ¿eh? Que no pase como ayer… —Que sí —responde rotunda Aitana apartando la vista y mirando por la ventanilla. Adán enciende el motor. La luz del combustible se ilumina de nuevo. Han de repostar antes de ponerse en camino. Por suerte, hay una gasolinera a diez kilómetros en la misma dirección.
—Mira, amor. Venden carbón vegetal. ¿No quieres comprarlo aquí para hacer la barbacoa? —Prefiero recoger leña en el bosque cerca de casa. Anuncian tormentas para esta tarde, pero si volvemos pronto, la podremos recoger antes de que se moje. El depósito está lleno. No tendrán que repostar más hasta regresar de vuelta a Valencia. Desde la gasolinera hasta Vinuesa, donde realizan la segunda parada de la mañana, apenas hay quince minutos.
Adán baja la ventanilla del coche y le pregunta a un lugareño. —Perdone, señor. ¿Sabe dónde puedo encontrar una carnicería? —¿Qué pasa, majo? Sí, mira —señala con la mano—, bajando por aquí a mano
izquierda tienes una calle. La sigues toda recta y ahí tienes carnicería, pescadería y todo lo que necesites. Adán agradece su amabilidad a pesar de no haber entendido muy bien lo que el hombre ha dicho al principio y estaciona el coche en la carretera principal que atraviesa la villa. Prefieren ir caminando y disfrutar del aire libre, de las empedradas calles, la arquitectura y los típicos balcones de madera de la localidad. De pronto, observando las fachadas de los edificios, dan con un cartel tallado en madera que dice «Carnicería». Ambos entran con Sara colgada en la mochila de porteo que esta vez lleva Aitana. —¿Qué pasa, majo? ¿Qué te pongo? —pregunta la dependienta. Tras oír las mismas palabras que dijo el lugareño entiende que es la forma de saludar que tienen en la región. Igual que en Valencia utilizan a menudo la palabra nano. —¿Tienes cochinillo? —pregunta Adán. —Cochino. Sí, claro. ¿Cuánto te pongo? —Pues es para dos personas… Mientras la carnicera corta la carne, él queda embobado mirando todos los tipos de embutidos del mostrador y el surtido de quesos. Ese exquisito olor inunda el local. Aitana y su marido abandonan la carnicería con un cuarto de cochinillo y se dirigen de vuelta al coche para proseguir la marcha. El camino en coche es estrecho y sinuoso, invadido a cada lado por frondosa vegetación, pinos y hayas. Al llegar a su destino dejan el coche en un parking situado en la zona baja de la montaña y continúan a pie la carretera ascendente cortada al tráfico de vehículos mientras Aitana sigue portando a Sara. Adán lleva una mochila con agua para hidratarse y un kit con primeros auxilios. Nunca se sabe cuándo puede se puede necesitar. Pronto termina el asfalto y comienza un sendero bien identificado y de poca dificultad; apenas hay que subir escalones en algunos tramos del recorrido. Adán tiende la mano a su mujer para ayudarla en los últimos metros y finalmente llegan a la Laguna Negra. —Me encanta, amor. ¡Es todo superbonito! —exclama Aitana levantando la vista.
Queda maravillada por tal bello paisaje mientras él cuenta anécdotas del lugar. —Dice la leyenda que la laguna no tiene fondo y que comunica con el mar mediante cuevas subterráneas. —¿Sí? No me lo creo… —Que sí. Y también dicen que hay un ser que vive en las profundidades y devora todo lo que cae en ella. Menos a esas truchas que se ven ahí… —Claro, por eso he visto carteles que anunciaban una travesía a nado que se hizo la semana pasada, ¿no? —Pero ¿a que no has visto quién fue capaz de terminarla? —¡No digas tonterías! —exclama ella. Ambos disfrutan de las vistas cogidos de la mano. Esta vez junto con Sara, aunque vaya dormida apoyada en el hombro de su madre. —Excuse me. Can you take a picture of us? —pregunta un turista igual que ellos. —Sí, claro —responde Aitana. —¡Ah! Sois españoles. Pensábamos que erais extranjeros. Adán no puede contener la risa. Rubia con ojos azules; han confundido a su mujer con una alemana. Después de varias capturas, Aitana les presta la cámara réflex para inmortalizarse ellos también en aquel bonito paraje. Una vez finalizada la pasarela de madera que recorre el borde de la laguna, comienzan el descenso. Sus estómagos empiezan a rugir. Más aún cuando imaginan el cochinillo en el fuego y la boca se les hace agua. En el camino de vuelta detienen su marcha en un mirador próximo a Molinos de Duero para contemplar la inmensidad del embalse de la Cuerda del Pozo por petición expresa de Aitana. Sintiéndolo mucho, Adán jura no volver a realizar ninguna parada hasta llegar a casa. Está hambriento y todavía tiene que recoger leña en el bosque y preparar la brasa. Aunque su mujer se ha ofrecido a ayudarle, él prefiere que se tumbe en la cama a descansar. El sendero ha sido muy duro
para ella por haber ido con Sara a cuestas y su espalda se ha resentido.
Al entrar al jardín, Adán observa que el dueño de la propiedad ha conseguido reunir suficiente leña que ha almacenado debajo de la barbacoa. Es todo un detalle. Entra en la casa y deja las llaves del coche, la cartera y el móvil encima del mueble de la entrada y se dispone a preparar la hoguera. Selecciona por tamaño las ramas necesarias y monta una pequeña estructura con ellas dejando el interior hueco que rellena con cortezas más finas para después prenderles fuego. Un denso humo blanco alerta a Aitana a través de la ventana, el cual ve desde la cama donde se encuentra tumbada. Se levanta algo dolorida llevándose las manos a la zona lumbar. Sara ya ha comido y está tranquila en su hamaca jugando con su doudou, un suave y aterciopelado unicornio de vivos colores. —¡Mi niña, guapa! ¡Qué bien te estás portando! —elogia ella. Mientras su mujer prepara la mesa, Adán disfruta viendo y oliendo las gotas de grasa que rezuman del cochinillo cayendo sobre las brasas y, antes de servir, sazona la carne con unos pellizcos de sal gorda. —¡Qué pinta, amor! ¡Cómo nos vamos a poner! —¡Qué ganas tenía, Dios! —exclama él. Y sin mediar más palabra, ambos disfrutan del ansiado banquete. Si Tronca estuviera allí estaría a dos patas esperando alguna sobra, pero la han tenido que dejar con los padres de Adán. Comen hasta quedar saciados y, para finalizar, de postre van a tomar una tarta costrada tradicional de la provincia de Soria compuesta de varias capas de hojaldre y crema pastelera. Como dice el refranero castellano: «Con la barriga vacía ninguno muestra alegría».
Después de hacer la pesada digestión y de haber repuesto fuerzas tras una larga siesta, Adán sale a reponer la leña consumida. El viento frío y el destello de los relámpagos de fondo vaticinan un cambio en la meteorología. Al regresar del bosque cargado de ramas secas, comienzan a caer las primeras gotas de lluvia. Adán limpia las cenizas de la barbacoa lo más rápido que puede. Cuando está a
punto de terminar de rascar la parrilla, un sonoro trueno parece romper el cielo y comienza el diluvio. Deja lo que está haciendo y en un par de zancadas sube las escaleras del porche. —¿Te has mojado? —pregunta Aitana. —Un poco. Voy a cambiarme. Ha bajado la temperatura y no quiero resfriarme. Adán entra a la habitación y ya que se ha quitado la ropa decide darse un baño de agua caliente para eliminar el olor a humo de la hoguera. Al salir de la ducha, el sol vuelve a brillar con fuerza iluminando los pies de la cama a través de la ventana, desde donde se puede ver un bonito arco iris que nace en las montañas. —Cariño, ¿has visto mi móvil? Quiero enviarle una foto a mi madre ―pregunta Adán. —No, no lo he visto. ¿No has escuchado música con él en el baño? —No, porque no tenía pensado ducharme. Juraría que lo había dejado en el mueble de la entrada… —Ahí solo están tus llaves del coche y la cartera. ¿Lo has bajado a la barbacoa? —Creo que no… Ambos salen al jardín. La tormenta de verano ha pasado. Incluso los charcos están secándose rápidamente, ya que vuelve a hacer calor. Mientras tanto, Adán busca su móvil alrededor de la parrilla sin éxito. —¡Amor! ¡Míralo! —exclama Aitana. —No me jodas… Adán va corriendo hasta las escaleras del porche donde está ella y se lo arrebata de las manos. Pulsa el botón de encendido pero el móvil no se enciende. Tiene un fuerte golpe en un lateral. La pantalla se ha hecho añicos y además ha provocado que le entre agua. Si fuera una viñeta saldrían rayos y centellas de su cabeza. Aitana intenta restar importancia al asunto y no se le ocurre otra cosa
que repetir la frase que él le dijo en la gasolinera. —No pasa nada, te vendrá bien. Así desconectas de tecnología estos días. Adán, que acaba de tomar su propia medicina, le sonríe irónicamente. Si Aitana puede vivir unos días sin móvil, él no va a ser menos. Por suerte, la mayoría de fotos las están tomando con la cámara réflex.
Pasadas un par de horas, parece que Adán se ha hecho a la idea de que tiene que comprar un móvil nuevo al llegar a Valencia. Por ahora, hará caso a las palabras de Aitana que previamente había dicho él y se olvidará de las redes sociales mientras dure el viaje. De manera que se relaja tumbado en la hamaca del jardín escuchando cómo la brisa baja de lo alto de las montañas al mismo tiempo que Aitana asegura a Sara en el carro de paseo. —Amor, me voy con Sara a buscar hojas y piñas al bosque. —¿No la llevarás mejor en la mochila de porteo? —Me sigue doliendo la espalda. Prefiero llevarla en el carro… —Como veas. Te espero aquí. Sufriendo —Ajusta el respaldo y se acomoda de nuevo en la hamaca. Aitana y Sara atraviesan el jardín por el camino de baldosas de piedra y un golpe metálico avisa a Adán de que el portón de la entrada se ha cerrado. En pocos minutos consigue alcanzar el clímax de relajación. Sara ha conseguido quedarse dormida a pesar del traqueteo del carro por el sendero. Aitana ha podido llegar más lejos de lo que pudieron hacerlo el primer día. El camino empieza a tener una pendiente más pronunciada y junto con las piedras sueltas y la vegetación se hace imposible continuar con un carro de bebé. Se detiene y mira a su alrededor. Todo está en absoluto silencio. No ve ni oye a nadie que pueda estar cerca de ellas. Sara sigue profundamente dormida, así que decide poner el freno a la rueda y adentrarse unos metros en el bosque ella sola. «Apenas serán unos minutos», dice para sí misma. Aitana va mirando el suelo en busca de texturas que pueda utilizar con Sara para hacer juegos sensoriales y potenciar así su desarrollo. A pesar del calor sofocante, aún está todo demasiado
húmedo y se adentra todavía más hasta llegar a un claro libre de vegetación donde los rayos de sol sí han conseguido secar piedras, cortezas, frutos caídos y hojas de diferentes árboles. Cuando ha recolectado suficiente material para realizar la actividad, vuelve a ponerse erguida llevándose las manos de nuevo a su dolorida zona lumbar. «Suficiente por hoy», piensa Aitana, que se encuentra algo desorientada. Se ha alejado demasiado del sendero y Sara está sola, aunque si hubiera llorado, la habría escuchado. Se abre paso a través de la vegetación y se ayuda de sus recientes pisadas en el barro para poder volver a encontrar el camino, aunque cuando llega al sendero principal, se da cuenta de que las huellas que ha seguido no eran las suyas, ya que puede ver que el carro está unos metros más abajo. Todo está en completa calma hasta que llega a él y el silencio se rompe por un grito desgarrador porque Sara no está.
Capítulo XIV
Aitana se revuelve mirando a su alrededor. «No tiene explicación, debe haberse ido gateando», intuye en su mente. Tras unos minutos de búsqueda sin lograr encontrarla, decide correr hasta la casa para avisar a Adán. Corre por el sendero con el objetivo de llegar lo antes posible. Las ganaderías, inquietas, dejan de pastar al observar movimiento. Al menos dos veces tropieza y está a punto de caer, pero se repone y continúa su descenso. Ajeno a lo que ocurre ladera arriba, Adán disfruta de un refresco con hielo. O más bien disfrutaba, ya que se ha quedado completamente dormido en la hamaca. Las gotas de agua condensadas se adhieren al exterior del vaso derramándose lentamente por su superficie hasta que tocan la mesa. Se encuentra en el sumun de la relajación. Incluso sueña con su abuela; es pequeño y ella lo lleva de la mano. Están dando un paseo por su barrio de la infancia hasta llegar al parque infantil de la avenida rebosante de vida. Niños y niñas corretean y gritan mientras juegan. De pronto, ella se detiene. Ambos se miran y su abuela le pronuncia unas palabras que se graban a fuego en su mente: «Aléjate de lo que más quieres». Y como por arte de magia, Adán se encuentra solo en aquel ahora tenebroso y vacío lugar. Se incorpora de sopetón y despierta incrédulo. «¿Qué habrá querido decir con eso? ¿Se refiere a que la tengo que olvidar?», no sabe qué pensar. No es la primera vez que uno de sus sueños se cumple o que pueda relacionar con algún suceso futuro, pero intenta no darle importancia. Cierra los ojos y vuelve a apoyar su cuerpo en el respaldo. Cuando está casi dormido, Aitana entra en el jardín empujando violentamente el portón de la entrada. Adán, al escuchar el fuerte estruendo metálico, se pone en pie sobresaltado. —¡¿Qué haces?! ¡¿Qué pasa?! —¡No está! ¡No está! —balbucea Aitana. —¡No te entiendo! ¡Tranquilízate! —¡No está! ¡Sara! ¡No, no está! —tartamudea ella.
—¡¿Sara?! —¡No está en el carro! ¡Sara no está! ¡No está! Al comprender lo que dice y sin mediar más palabra, Adán coge del brazo a su mujer para ir en busca de su hija inmediatamente, ya que no hay tiempo que perder. Ambos corren sendero arriba, pero a ella, visiblemente más sofocada, le cuesta seguir el ritmo. Mientras se dirigen al lugar donde se encuentra el carro de Sara, Aitana repite una y otra vez lo ocurrido. —¡He buscado y no está! ¡He entrado un momento al bosque y al salir no estaba allí! No es el momento de reprochar nada y Adán se concentra en llegar lo antes posible hasta donde ha pasado todo. Al ver el carro, ambos sacan fuerzas de flaqueza para alcanzarlo. Adán mira alrededor pero solo ve árboles y más arbustos. Aitana no dice nada, pero él la manda callar igualmente. Necesita silencio para intentar escuchar algo, pero no consigue oír nada que no sea otra cosa que los sonidos de la naturaleza. Rebuscan entre la maleza algún rastro sin éxito. Adán se lleva las manos a la cabeza agarrándose del pelo con la cara desencajada. «Tiene que ser una pesadilla. Esto no puede estar pasando», intenta convencerse a sí mismo. Deben actuar rápido, Sara puede estar en peligro. Por ahora, lo único que se les ocurre es acudir a la comandancia de la Guardia Civil. —¡Vamos, corre! ¡Hay que avisar a la policía! ¡Te espero en el coche! —grita Adán mientras se adelanta para coger las llaves. Aitana, agotada por el esfuerzo e incapaz de poder controlar su respiración, ve como su marido se aleja cada vez más hasta que lo pierde de vista. Adán empuja con fuerza el portón metálico igual que hizo su mujer hace escasos minutos golpeando este contra el seto y la pared al abrirse, atraviesa el jardín y de un salto sube las escaleras del porche. Abre la puerta de casa y coge las llaves del coche y la cartera. Mira con impotencia y rabia su móvil destrozado encima del mueble de la entrada. Sin perder ni un segundo más, cierra de un portazo y se dirige al coche. Arranca el motor y espera a su mujer. Mientras, busca la comandancia más cercana en el GPS del navegador. Al poco tiempo ve aparecer a Aitana quien, agarrándose el costado a causa del flato, sube también.
Por suerte, apenas tardan veinte minutos en llegar a su destino, y aunque Aitana está bastante afectada y nerviosa, Adán consigue aparentar mantener la calma. Sin darse cuenta, aparca en una zona reservada para vehículos de emergencias. Se bajan rápido del coche y sin tan siquiera cerrarlo se dirigen directos a entrar a la comandancia. —¡Caballero! ¡¿Dónde va?! —le llama la atención el agente que custodia la entrada al edificio. Adán, despistado, al oírlo se gira para dar la causa de su irrupción. —Perdone, agente. Nuestra hija de siete meses ha desaparecido hace tres cuartos de hora aproximadamente… El agente interrumpe sus explicaciones haciendo un gesto con la palma de la mano. —¿Una menor? Por favor, acompáñenme si son tan amables. Este les guía sin más motivo por el interior de la comandancia hasta una sala de espera que afortunadamente está vacía y toca a una de las puertas. —Compañero, tenemos a unas personas que quieren denunciar la desaparición de un menor. —Adelante. Que pasen —responde la voz que viene del interior del despacho. El agente que los ha acompañado hasta allí da un paso a un lado y se aparta de la puerta para que Adán y Aitana puedan entrar. Su compañero, que se encuentra sentado al otro lado de la mesa, se acomoda en su propia silla y los invita a tomar asiento. Teclado en mano comienza a redactar la denuncia. —¿Ustedes son los padres del menor desaparecido? Adán toma la iniciativa. Aitana es incapaz de articular palabra. —Así es. —¿Llevan el DNI? ¿Pueden dejarlos encima de la mesa?
Adán, que también lleva el de su mujer, los saca de su cartera y los deja en frente del funcionario, quien verifica su identidad y anota sus nombres y apellidos. —Adán Perales Reig y Aitana Ibáñez Martínez. Su hija es Sara Ibáñez Perales… ¿Han intercambiado los apellidos? —Sí. Como yo tengo un hermano y ella una hermana, pusimos el suyo primero para que no se pierda… El agente hace una mueca de aprobación. Tampoco es algo relevante y continúa la denuncia. —¿Edad de su hija? —Siete meses. No suelen recibir este tipo de denuncias y se acomoda de nuevo en la silla. —¿A qué hora han notado la ausencia de su hija? —Pues serían las ocho y media de la tarde más o menos, ¿no? —pregunta mirando a su mujer, quien se limita a asentir con la cabeza. —¿Dónde la han visto por última vez? —Estamos alojados en Villaverde del Monte. Detrás de la casa comienza un sendero que asciende por la montaña… —¿A cuántos metros de la casa aproximadamente han tenido lugar los hechos? —No sé qué distancia hay. Aitana ha dejado el carro al comenzar la zona de bosque y se ha adentrado en él. —¿Dónde ha dejado el carro? —insiste el policía. Aitana traga saliva y complementa la respuesta de su marido. —He dejado el carro en el sendero, cerca de un árbol caído. Puse el freno y como estaba dormida me he adentrado yo sola en el bosque. —¿Hay alguien más que haya podido ver lo ocurrido?
—No, no había nadie, estaba sola. —¿Con qué propósito se ha adentrado sola en el bosque? —Iba a ser algo rápido. Quería coger texturas para una manualidad: piñas, hojas, piedras… —¿Sabe cuánto tiempo ha pasado desde que ha dejado el carro hasta que ha vuelto al sendero? —La verdad es que no. Me he desorientado y al volver no he aparecido en el mismo sitio. He terminado unos metros más arriba de donde lo había dejado… Aitana se derrumba y no puede seguir. Se suena la nariz con pañuelos que el agente saca del cajón de su mesa. —Estaba todo en silencio, allí no había nadie —continúa Adán. —¿Estaban juntos en el momento de la desaparición? —No —interrumpe Aitana—. Pero ya le he dicho que no he visto ni escuchado a nadie. Sin dejar de mirarla, el agente teclea cada palabra en su ordenador y vuelve a dirigir su atención a Adán, quien aparenta guardar más la compostura. —¿Dónde se encontraba usted en el momento de los hechos? —Yo estaba en el jardín de la casa tumbado en la hamaca. De pronto, he visto a mi mujer entrar por la puerta, llorando, muy nerviosa, sin el carro de bebé. Aitana se ha abalanzado sobre mí y he conseguido entender que decía que la niña no estaba. No dejaba de repetirlo una y otra vez. Decía que Sara estaba muy dormida, que había dejado el carro con ella dentro en el camino para no despertarla y que se adentró unos metros en el bosque para recoger lo que le ha comentado y que, al volver al sendero, el carro estaba vacío, la niña no estaba allí. En un acto reflejo y sin dudarlo, la he agarrado del brazo y la he seguido corriendo hasta donde me decía que había ocurrido todo. Cuando llegamos allí, no había nadie. Buscamos entre la maleza y los arbustos de ambos lados del camino sin encontrarla. Le dije que se callara para que estuviera todo en silencio por si oíamos algo, pero tampoco escuchamos nada. Así que hemos vuelto lo
más rápido posible a la casa. Yo me he adelantado para coger las llaves del coche y en cuanto mi mujer llegó, hemos venido a comisaría. —¿Por qué motivo no han llamado a emergencias en cuanto han sabido su desaparición? —Aitana se ha olvidado su móvil en Valencia y se dio cuenta cuando era demasiado tarde para volver. —¿Y usted? —Es un poco surrealista, pero el mío se ha estropeado justo esta tarde. —¿Cómo? —insiste. —Pensaba que había dejado el móvil dentro de casa encima del mueble de la entrada junto con las llaves del coche y la cartera, como siempre, pero no ha sido así y tras la tormenta que ha habido lo he encontrado al lado de las escaleras del jardín con la pantalla rota. Le ha entrado agua y no se enciende. El agente mira algo escéptico a Adán a la vez que escribe su declaración. —¿Cómo iba vestida Sara en el momento de la desaparición? —No llevaba nada. Solo el pañal. Hacía mucho calor —responde Aitana. —Les voy a pedir una foto reciente de su hija. Si dan su consentimiento, el Ministerio puede activar ciertas alertas que nos puede ayudar a recabar mayor información. Aun así, ¿podría hacerme una descripción de cómo es físicamente? Si tiene alguna marca de nacimiento, cicatriz… Cualquier detalle sería de gran ayuda. —Es muy pálida de piel. Pelo claro y corto. Ojos azules… No sé qué más decirle. Adán busca una foto de carné en su cartera y la deja encima de la mesa junto a su DNI. —De acuerdo. Perfecto. ¿Pueden esperar fuera, por favor? Les diremos algo en la mayor brevedad posible. Tienen una maquina de café al fondo a la derecha por
si desean tomar algo. Adán y su mujer abandonan el despacho para sentarse en la sala de espera. Aitana, abatida, apoya la cabeza en el hombro de su marido, que responde rodeándola con el brazo para acercarla aún más a él. Observa el reloj de la pared siguiendo el segundero con la mirada. No parece pasar el tiempo y la espera se hace eterna. Adán recuerda lo que le dijo su abuela en el sueño: «Aléjate de lo que más quieres». «¿Se refería a ella? ¿O se referiría a Sara?», ya no sabe qué pensar, está demasiado cansado como para seguir dándole más vueltas. Está a punto de cerrar los ojos hasta que una joven toca a la puerta del despacho alterando la calma que hay en la sala. Adán, asombrado, la mira de arriba abajo. Ella está de espaldas y no se percata, pero él recorre cada curva de su definido cuerpo y queda perplejo con el brillo de su pelo castaño con reflejos rubios recogido en una coleta alta. —¡Adelante! —dice el funcionario que se encuentra dentro del despacho. La joven se dispone a entrar, pero no sin antes mirar atrás, y es entonces cuando cruzan sus miradas.
Capítulo XV
Miércoles, 12 de agosto de 2020
Durante la noche, lo que hace apenas unas horas era el comedor de una bonita y tranquila casa rural se ha convertido en el puesto de mando avanzado de la Guardia Civil desde donde se van a dirigir y coordinar todas las actuaciones de los medios y recursos intervinientes en el lugar de la desaparición. Al frente de las operaciones se encuentra el recién nombrado coronel jefe de la comandancia, quien sube hasta el tercer peldaño de la escalera de caracol y alzando la voz se dirige a todos los allí presentes. —¡Al habla el coronel! —Se hace el silencio—. Una menor de siete meses se encuentra en paradero desconocido desde ayer a las veinte treinta horas aproximadamente. Buscamos a un bebé: niña, pelo claro, ojos grandes y azules, piel pálida y viste únicamente con pañal. La versión de ambos progenitores es que ha desaparecido en extrañas circunstancias montaña arriba, a mil metros de donde nos encontramos siguiendo el sendero. Se ha acotado el perímetro de la zona donde se la ha visto por última vez y el grupo de criminalística está trabajando sobre el terreno en busca de cualquier pista. Se precisa la cooperación de la Unidad de Guías Caninos, servicio de montaña, servicio aéreo y unidades que dispongan de aeronaves civiles pilotadas por control remoto. También se requiere la colaboración ciudadana para realizar batidas. Nuestros agentes están tratando de localizar testigos de lo sucedido. Cualquier novedad, háganmela saber.
Hasta que se resuelva este mal sueño, Aitana y su marido van a hacer vida en el piso de arriba dotado de las mismas comodidades que tiene la planta inferior, dejando esta a todo el despliegue de la Guardia Civil. No quieren interferir en su trabajo, pero tan lejos de su hogar, no tienen otro lugar donde alojarse. Mientras el coronel coordina a los diferentes grupos en el piso de abajo, Adán entra en el cuarto de baño de la planta superior dispuesto a darse una ducha. No ha podido
dormir en toda la noche. Muy despacio, se quita la ropa hasta quedar desnudo por completo. Es incapaz incluso de mirarse a la cara en el espejo, ya que no quiere verse abatido. Cierra la puerta de la mampara y deja correr el agua esperando la temperatura óptima que, para él, es hirviendo aunque sea verano. Una vez sale esta caliente, se sitúa debajo del teléfono de ducha. Cabizbajo y con los brazos extendidos, apoya las palmas de las manos en la pared. Delante de Aitana debe mostrar fortaleza para conseguir darle ánimo, pero ahora su mujer no está y él no es de hielo, así que no puede más y rompe a llorar. Necesita liberar todo lo que siente y desahogarse. Después de superar el shock inicial, comienza a asimilar la situación y no es otra que su hija no está, ha desaparecido. No sabe si Sara está bien o si alguien se la ha llevado. No es capaz de plantear si sigue con vida. Tiene miedo, está enfadado y siente rabia. Se echa la culpa por no haberlas acompañado a pasear. Está hundido y sus lágrimas se van por el desagüe. Mientras, sentada en el borde de la cama, Aitana parece encontrarse más tranquila después de haber requerido ayuda y apoyo psicológico del personal sanitario de emergencia. La puerta del cuarto de baño se abre y tras una nube de vapor aparece su marido con los ojos rojos e hinchados. —¿Has llorado? —pregunta sorprendida Aitana. —Sí, cariño. He llorado. Necesitaba soltarlo. ¿Tú cómo estás? —Bueno, mejor. Me ha venido bien hablar con la psicóloga. —Dame un abrazo. Aitana se acerca a él y aunque hace rato que ha dejado de llorar, vuelve a hacerlo una vez la rodea con sus brazos. —Todo saldrá bien —susurra su marido al oído. —Eso espero, amor… «¿Dónde está mi hija? ¿Qué le ha pasado? ¿Por qué? ¿Por qué a ella? ¿Por qué a nosotros?», son preguntas sin respuesta que no dejan de rondar en la mente de Adán.
El equipo de criminalística lleva desde última hora de la noche de ayer trabajando en el lugar de la desaparición. Guiados por Aitana y Adán, llegaron hasta donde todavía seguía situado el carro de Sara. Pronto iluminaron con potentes focos la zona y precintaron el perímetro. Fuera de él tuvieron que esperar ambos viendo como se batía el terreno en busca de alguna pista. Entre lo que los deslumbraban las luces instaladas y los flashes de las cámaras fotográficas, apenas pudieron distinguir nada de lo que se allí se hacía. Mientras Adán observaba la escena con la mirada perdida, Aitana se agarraba a él buscando cobijo.
A primera hora de la mañana, la información con los primeros vestigios no tarda en llegar. —Coronel, la agente Lucía ha redactado el informe de las primeras pruebas halladas —dice a la vez que le tiende una carpeta. «Lucía…», repite para sí mismo el coronel. No cree que una interina esté a la altura del caso. —¿Qué tenemos? —Poca cosa, señor. Después de rastrear el terreno acotado, esto es lo único que hemos podido encontrar. El coronel, que esperaba alguna prueba más, abre la carpeta y comienza a leer el informe con fotografías adjuntas que a su vez el agente va redactando. —Coronel, la prueba número uno es la supuesta muselina que la menor tenía en el momento de la desaparición. La madre la ha identificado. Se encontraba a los pies del carro. Probablemente cayera al suelo al liberarse el cinturón de seguridad. —¿La han enviado al laboratorio? —Sí, señor. Están realizando las pruebas de ADN para confirmar que es de la pequeña. También la estamos analizando en busca de otros restos. El coronel asiente con la cabeza y el agente continúa redactando el informe.
—La prueba número dos también se encuentra en el laboratorio, coronel. Se trata del filtro de una colilla de liar. Además, los primeros resultados han dado positivo en sustancias estupefacientes: cannabis. —Cotejen los resultados con la base de datos por si pertenece a alguien que tengamos fichado. —Sí, señor. La prueba número tres son huellas de un vehículo con neumáticos de doscientos treinta y cinco milímetros de ancho. —¿Sabemos si hay testigos? —Estamos en ello, señor. Es una localidad muy pequeña. Si alguien ha visto algo, daremos con esa persona. El coronel queda pensativo por unos segundos mientras se frota la barbilla. —Hay algo que no encaja, y es que la madre dijo que se encontraba sola y no escuchó nada. Si un coche hubiera circulado por ese camino, se debería haber podido escuchar. —¿Quizás fuera un vehículo híbrido, señor? Pero no acaba de convencer al coronel. —¿Tenemos imágenes de cámaras de seguridad? —Esta es una zona rural, señor. A diez kilómetros de aquí hay una gasolinera en la carretera principal con cámaras de videovigilancia, aunque existen infinidad de itinerarios para huir de la zona en coche. —No importa. Revísenlas. —Sí, coronel. Las pruebas número cuatro y cinco corresponden a los rastros de dos personas distintas: uno es el de la progenitora y el otro es de origen desconocido. —¿Tamaño de la huella desconocida? —Talla cuarenta y cinco, señor. Y por lo que ha profundizado en la tierra, diría
que se trata de una persona corpulenta. Por último, coronel, la prueba número seis corresponde con las texturas que la progenitora dijo recoger en el bosque. Viendo las pruebas y el rastro, diría que la coartada de la madre tiene fundamento. —Puede ser, pero por el momento no hay que descartar ninguna hipótesis. Justo entonces, otro agente entra por la puerta del comedor convertido en puesto de mando. —Disculpe, coronel —interrumpe—. Hemos localizado varios testigos que puede que tengan información útil. —Envíe al agente Eric… —Vuelve a frotarse la barbilla—. Que lo acompañe la agente interina.
Capítulo XVI
Está exhausta. Lucía lleva toda la noche sin dormir. Entra al bar más próximo a la comandancia y se sienta en uno de los taburetes libres de la barra. Apoya los codos y sujeta su cabeza cabizbaja con ambas manos. Ha recorrido con la lente de su cámara cada centímetro cuadrado del área perimetrada haciendo fotografías a cada elemento que pudiera tener un mínimo de relación con la desaparición de Sara. Más allá de que este pueda ser el caso que la consagre dentro del cuerpo tras sus largos meses como interina, no puede evitar remover su conciencia al tratar de ponerse en la piel de la progenitora por lo duro que tiene que ser pasar por una situación así. Su sueño es, algún día, ser madre. Cuando piensa en el futuro, lo primero que le viene a la mente es Eric. Apenas hace un año que se conocen, desde que él llegó a la comandancia de Soria destinado desde Algeciras, pero en poco tiempo ha sabido demostrarle mucho más que cualquier otro y está provocando que vuelva a creer en el amor. Tiene tantas ganas de dejar su pasado atrás que ni él sabe la verdad. Durante años estuvo callando celos enfermizos y palizas de su expareja. Con mucha ayuda psicológica ha conseguido pasar página y aun así no guarda rencor al monstruo que la estuvo maltratando de esa horrible manera. Su pasión por ser criminóloga viene de mucho antes de todo aquello y, a pesar de surgir alguna duda acerca de su vocación en su corta carrera profesional, conocer a Eric ha hecho que vuelva a ser una mujer segura de sí misma, entregada y capaz de conseguir todas y cada una de las metas que se propone.
—Un café con leche, por favor —pide Lucía mientras alza la mirada al televisor situado al lado de la máquina de juegos. —¡Muy buenos días! Como avanzábamos hace unos segundos… —informa el presentador del telediario. —Suba. ¡Suba el volumen, por favor! —ordena Lucía al camarero que está detrás de la barra. —… la Guardia Civil investiga la desaparición de una menor, una bebé de siete
meses, en el término municipal de Cidones, en la provincia de Soria. Se ha desplegado un amplio dispositivo de búsqueda y piden la colaboración ciudadana para ayudar a encontrar a la pequeña cuanto antes. Hasta allí se ha desplazado nuestra reportera Lara Rossini para informar de esta última hora. Adelante, Lara. —Buenos días. Así es, nos encontramos en el exterior de la casa. A mi espalda podéis ver donde se aloja la familia de la menor desparecida en la cual, además, se ha montado en su interior el puesto de mando avanzado. Como bien dices, se han desplegado un gran número de efectivos en la zona entre agentes de la Guardia Civil, Protección Civil, Unidad de Guías Caninos y Servicio de Montaña tratando de encontrar cualquier pista que lleve hasta el paradero del bebé de siete meses. También se pide la colaboración ciudadana para realizar batidas por la zona. Hasta ahora, la única información que manejamos, que nos han podido facilitar, es que todo ocurrió a última hora de la tarde de ayer cuando, en extrañas circunstancias, la menor desapareció del carro en un descuido de la madre. Los padres de la pequeña, que hasta el momento no han querido hacer declaraciones a los medios de comunicación, se encuentran dentro de la vivienda. Según nos han podido contar los vecinos, son una pareja de Valencia que había alquilado la casa para pasar unos días. Por ahora es todo lo que se sabe. Les informaremos de cualquier novedad en la investigación. —Muchas gracias, Lara. Les mantendremos informados. Y en Estados Unidos: Joe Biden elige a la senadora y exrival, Kamala Harris, como candidata a vicepresidenta…
Las pruebas halladas en el lugar de la desaparición no son nada esclarecedoras. Tampoco parece que vayan a poder contar con la ayuda de alguna grabación de cámaras de seguridad debido a la gran cantidad de posibles rutas por caminos rurales que existen para salir de la zona. A pesar de ello, que haya testigos es una buena noticia a la que acogerse para tener al menos un ápice de esperanza, en lo que se avecina va a ser una investigación como mínimo compleja. La vibración del móvil hace que Lucía vuelva al planeta Tierra. —¿Sí? —contesta. —Soy Eric.
Al oír su voz, aumenta su frecuencia cardíaca y se eriza su piel. —Sí, sí —tartamudea—, dime. —El coronel quiere que me acompañes a tomar declaración a varios testigos. —¡¿En serio?! ¿Dónde estás? —Fuera, esperándote. «¡Y yo con este careto y sin maquillar!», maldice en su mente. —Dame cinco minutos y salgo. Lucía cuelga la llamada, deja varias monedas encima de la barra y corre al cuarto de baño a arreglarse. —¡Quédate el cambio! —grita al camarero. Eric se fuma un cigarro apoyado en el capó del coche patrulla mientras la espera. En cuanto la ve aparecer por la puerta, tira la colilla al suelo y la apaga de un pisotón. —Vamos, sube al coche —ordena con el ceño fruncido. Lucía le hace caso sin articular palabra. A pesar de parecer borde, le gusta cuando se mete en el papel de policía malo. —¿Dónde vamos primero? —pregunta ella intrigada. Pero Eric no contesta, está demasiado serio. «Estará concentrado… ¡Qué guapo es!», piensa Lucía a la vez que se muerde el labio inferior.
El primer testigo es un vecino que reside a las afueras de la localidad. Eric conduce hasta la granja situada en lo alto de una colina colmada de verdes pastos. Tras ir esquivando las gallinas que viven libres en la propiedad, para el coche tratando de no estacionar encima de alguno de los profundos charcos de barro producidos por la tormenta de ayer. Ambos se bajan y cierran la puerta casi al mismo tiempo. Escuchan el sonido de una esquiladora proveniente del interior
del cobertizo. El hombre que buscan se encuentra cortando la lana a sus ovejas. —Buenos días, caballero —saluda Eric. Pero el hombre hace caso omiso y continúa pelando a los ovinos. —¡Caballero! ¡Buenos días! —exclama más alto enseñando la placa. El granjero, al percatarse de la presencia de los agentes, hace un trasquilón a la oveja del susto. —Discúlpenme. No me había enterado que estaban aquí, agentes. Entre el ruido y lo sordo que estoy… —se excusa el octogenario—. Díganme, ¿en qué puedo ayudarles? —No se preocupe —Eric acepta las disculpas—. Nos gustaría hacerle algunas preguntas acerca de lo que sucedió en la tarde de ayer… —¿Qué pasó ayer? —interrumpe el anciano. Eric, incrédulo, le refresca la memoria. —Hace un rato ha hablado con otra patrulla de la Guardia Civil, ¿verdad? ¿Usted no les ha dicho que vio algo sospechoso ayer por la tarde cerca de la casa donde ha desaparecido una menor? Tras una pausa haciendo el esfuerzo de recordar lo sucedido, el hombre reacciona. —¡Ah! Sí, sí. Eric respira aliviado. Mientras el hombre intentaba hacer memoria, él ya pensaba cómo comunicar al coronel que el primer testigo no les iba a servir de gran ayuda. —¿Podemos pasar dentro de su casa? —sugiere Lucía por el nauseabundo olor a excrementos. El anciano deja la esquiladora en el suelo y endereza su espalda con dificultad. Ambos agentes le siguen a paso lento por el cobertizo hasta llegar a una puerta
colindante con el comedor de la casa. Les hace una seña con la mano invitando a tomar asiento en un polvoriento sofá y al llegar a la mecedora, este se inclina sobre ella y se deja caer. Eric abre la carpeta que trae consigo bajo el brazo y lee para sí mismo: «Alejandro Fernández Hervás. Ochenta y tres años. Ganadero. Dice haber visto un coche negro sospechoso en el arcén de la carretera. Es posible que tenga pequeñas lagunas de memoria». El testigo mira fijamente a Lucía, la cual se siente incómoda ante esta situación, hasta que Eric le hace entrega de una fotografía de Sara. —¿Reconoce a esta niña? ¿La ha visto alguna vez? El hombre la coge con las dos manos y se la acerca a la cara frunciendo el ceño. —Se parece a la hija de la pareja que está alojada en la casa rural. —Así es —confirma Eric—. ¿Cuándo ha sido la última vez que la ha visto? —Debió ser antes de ayer, ya entrada la tarde… —¿Recuerda dónde la vio? —Sí, acababan de llegar. Mientras los padres descargaban las maletas pude hacerle carantoñas a la niña para que se riera. Hace tantos años que vivo solo… No recuerdo la última vez que estuve tan cerca de un retoño. Ambos se miran y hacen una breve pausa tras ver como el testigo se emociona. —Caballero, esta pequeña está desaparecida —dice Eric mientras aprieta la fotografía con el dedo índice contra la mesa de centro. —¿Se ha perdido? —dice levantando la mirada. —No, no se ha perdido. Ha desaparecido. El hombre echa el cuerpo hacia atrás y se mece. —Esta mañana le dijo a la patrulla que ayer vio algo que le pareció sospechoso. ¿Podría decirnos a qué se refiere exactamente? Durante unos segundos el silencio se apodera del lugar. El tiempo justo para que
el testigo pueda volver a hacer memoria. Mientras, Eric se inquieta repitiendo para sí mismo la anotación de los agentes: «Pequeñas lagunas de memoria». Lucía se dedica a observar y a aprender. —El ganado que hay detrás de la casa rural donde están alojados es de mi propiedad. Como de costumbre, cuando termino de asegurarlo, bajo la calle que llega hasta la carretera principal y me siento en el banco de piedra de la parada del autobús. Necesito descansar antes de volver a la granja. A mi edad no estoy para estos trotes… Los dos escuchan atentamente. —¿Vio algo fuera de lo habitual? —pregunta Eric. —Mientras estaba descansando la maldita espalda, vi un coche negro y grande parado en el arcén. —¿Está seguro del color? —Estoy sordo, no ciego. Era negro. Como el carbón. —¿Averiado? —pregunta Lucía por primera vez. —No tengo ni idea. Estuve observándolo un rato. No había nadie dentro de él. —Eso es todo, caballero. Si recuerda cualquier detalle que crea que pueda sernos útil, no dude en ponerse en o conmigo —dice Eric ofreciéndole una tarjeta con su número de móvil. De pronto, el anciano vuelve a coger la fotografía de encima de la mesa y la mira de nuevo aproximándola a su cara. —Esta niña… —Hace una pausa. Eric y Lucía le prestan toda su atención intrigados. —Esta niña es la hija de la pareja joven que se aloja en la casa rural, los vi antes de ayer, mientras descargaban las maletas del coche… —Muchas gracias, buen hombre, pero debemos continuar con la investigación
—agradece Lucía consciente de la dudosa credibilidad de su coartada. El hombre se pone en pie con dificultad y los acompaña hasta la puerta principal. —Está claro que este señor padece problemas de memoria. No creo que su declaración sea válida —dice Eric una vez cierran las puertas del coche. Ahora la que guarda silencio es ella. Esperaba que el testimonio del hombre hubiera sido algo más relevante. Mientras, Eric conduce hacia la siguiente testigo. Lucía abre la guantera y saca la carpeta que él había vuelto a guardar. Lee el segundo informe: «María Isabel López Chapuy. Ochenta y nueve años. Vive delante de la casa rural. Comenta haber visto un coche a gran velocidad bajando la calle aproximadamente a la hora de la desaparición». Cuando llegan a la dirección, la señora los está esperando y los ve desde la ventana del piso superior antes de que puedan verla a ella. —Bajo enseguida, jóvenes —dice la señora a través del visillo. Eric y Lucía, sorprendidos, esperan impacientes fuera de la casa. De pronto, la puerta se abre y estos ven aparecer a la anciana. La miran asombrados por lo arreglada que viste y lo muy maquillada que va y esta los invita a pasar. —Ochenta y nueve años —susurra Eric al oído de su compañera volviendo a poner su piel de gallina sin querer. Esta vez entran a la cocina, donde la mujer les ofrece generosamente un café que ambos aceptan con gusto, sobre todo Lucía. Eric no quiere entretenerse demasiado y le enseña la misma fotografía como ya hizo con el primer testigo. —¿La reconoce? La anciana les sirve las dos tazas y toma asiento. —Sí, por supuesto. Cómo no iba a reconocerla con esos ojos tan bonitos que tiene. Está claro que ha salido a su madre. —¿Ha estado con ella? —No, querido. Todo lo veo desde mi ventana.
Eric, igual que Lucía, se sorprende con la vista de halcón que tiene la señora para fijarse en semejante detalle desde tal distancia. —¿Cuándo fue la última vez que vio a la pequeña? —Ayer por la tarde. Salió junto a su madre. Se dirigían a la montaña. Subieron la calle paseando en dirección hacia el sendero. —¿Es consciente de que la niña desapareció durante ese paseo? —Sí. Vi como la madre llegó corriendo y gritando a la casa y poco después salieron los dos a buscarla. Al rato volvieron, se subieron al coche y cuando los volví a ver estaban acompañados por policías. —Dígame, ¿qué más pudo ver? Desde que la madre salió con la niña hasta que regresó gritando —dice Lucía. —Antes de que la madre regresara por primera vez, pasó un coche muy rápido. Es algo que me llamó la atención… —¿Recuerda el color del coche? —pregunta intrigada. —Sí. Era negro. —¿Pudo ver a sus ocupantes? —interrumpe Eric y traga saliva. —Solo pude ver al conductor. Los cristales estaban muy oscuros… —¿Sería capaz de darme una descripción del conductor del vehículo? —insiste Lucía. —Tengo buena vista, joven, pero el coche bajó la calle a mucha velocidad. —No se preocupe, señora. —Pero pude ver un hombre… La pareja de agentes centra toda su atención en lo que está a punto de decir, confirmando la aguda visión de la mujer. —Un hombre moreno, con barba. Si tuviera que describirlo, sería como usted.
Eric se frota la frente sudorosa con la yema de los dedos. —¿Puede recordar algún detalle más, María Isabel? —Es todo lo que pude ver, lo siento. —Tranquila, es mucho más de lo que imaginábamos, debemos irnos ―sentencia Eric mientras toma de un trago el café. Lucía se despide educadamente de la señora y se disponen a salir de la casa cuando le suena el móvil. —Lucía, soy el coronel, ¿está Eric contigo? Su teléfono móvil comunica… —¡Coronel! —exclama para que su compañero se entere—. Sí, está conmigo. Acabamos de tomar declaración al segundo testigo. —Dígale a Eric que tenemos los resultados de las pruebas de ADN de la colilla de liar. —La prueba número dos —confirma Lucía mientras activa el altavoz del móvil para que Eric pueda escuchar lo que dice el coronel. —Exacto. Se trata de Miguel Cuenca Ordaz. Treinta y tres años. En su historial delictivo constan varias detenciones, todas relacionadas con el tráfico de drogas. Eric conoce la dirección. Diríjanse a su domicilio y traten de hablar con él. Te he enviado la ficha con una foto suya por correo electrónico de la última vez que pasó por prisión. —Entendido, coronel. Vamos para allá. Lucía sube al coche, pero Eric, que también ha escuchado la conversación, se aleja de él con su móvil en la mano. Le hace una seña con la palma de la mano pidiendo paciencia mientras realiza una llamada.
—¿Con quién hablabas? —¡¿Y a ti qué te importa?! —exclama Eric visiblemente molesto.
Tras pocos minutos, y a pesar de haberse desviado del itinerario más corto que marca el GPS del navegador, llegan a su destino. Lucía baja primero del coche y cierra de un portazo, ya que le ha sentado mal la contestación de su compañero. Eric se lo toma con más calma y se asegura de que la puerta está bien cerrada. Lucía, decidida, toma la iniciativa. Se dirige a la entrada de la vivienda y toca a la puerta. Al no contestar nadie, insiste. Cuando pierde la esperanza de obtener una respuesta, decide dar la vuelta a la casa para dar un vistazo al patio trasero. De pronto, ve como un hombre intenta huir a través de una ventana situada en la planta superior. Sin pensarlo dos veces, corre calle abajo tras él tratando de darle caza. Apenas cincuenta metros son necesarios para alcanzarlo y hacerle un placaje por la espalda. Eric, que llega pasados unos segundos, le pone los grilletes entre gemidos de dolor del detenido y le recuerda sus derechos, algo que Miguel ya conoce de tanto oírlos. —Tiene derecho a guardar silencio y a negarse a responder preguntas. Cualquier cosa que diga puede ser usada en su contra en un tribunal judicial. Tiene derecho a consultar a un abogado antes de hablar con la policía y a tener un abogado presente durante el interrogatorio o más adelante. Si no puede pagar un abogado, el tribunal le asignará uno antes del interrogatorio si así lo desea. Si decide responder preguntas sin un abogado presente, tendrá el derecho de dejar de contestar en cualquier momento hasta que hable con un abogado…
Lucía abre la puerta de la comandancia y cede el paso a Eric que dirige al detenido agarrado del brazo hasta la sala de interrogatorios. Lo sienta de un empujón en la silla y se sitúan de pie uno a cada lado de la mesa. —¿Qué tal, Eric? —pregunta el arrestado. Lucía se sorprende, aquí no es él quien hace las preguntas. Aun así, él le responde con los brazos cruzados. —Estaremos mejor cuando resolvamos el caso. —Dime, ¿cómo puedo ayudaros? —pregunta irónicamente. —Para comenzar, Miguel, ¿conoces a esta niña? —Eric le enseña la fotografía. —Ni idea, no la he visto nunca.
—Podrías empezar contando qué hacías en el lugar de la desaparición. —Nada, ¿o es que no puedo dar ni un puto paseo por la montaña? No tengo nada que ver con eso. —No me gusta repetir las cosas.¡¿Qué cojones hacías allí?! —Estaba recogiendo níscalos… —¿Níscalos? —murmura Lucía. —Sí, una variedad de setas… —Sé lo que son los níscalos. —Bueno… Solo sé que cuando salí del bosque y llegué al camino vi a lo lejos un coche que bajaba a toda velocidad. —Usted estaba a mayor altitud, ¿no? —pregunta ella tomando las riendas del interrogatorio, apoyando ambas manos sobre la mesa e inclinando el cuerpo sobre ella. —Sí, el coche estaba más abajo. —¿Pudo ver el color del coche? —Estaba lejos y me cegaba el sol, la verdad que no lo pude ver bien… Era grande, tipo todoterreno. —¿Y qué más? —Estaba anocheciendo, me volví a casa. Lucía percibe dudas en su tono de voz. Observa como el detenido comienza a sudar. Su estado de nerviosismo va en aumento; trata de esconder las manos, entrecejo fruncido, se muerde el labio inferior y el pie derecho se mueve sin control. —No te creo. Pero el detenido guarda silencio.
—Te lo voy a preguntar una vez más. ¿Qué hacías en el lugar de la desaparición? —insiste Lucía elevando el tono de voz, algo que extraña a Eric. —Ya te lo he dicho, estaba recogiendo níscalos… —Mira, Miguel —se inclina todavía más acercándose a su cara—, no me chupo el dedo, ni tú tampoco. He recolectado setas toda mi vida y sabes igual que yo que los níscalos crecen a los veintiún días de una copiosa tormenta, no me salen las cuentas… —Quiero a mi abogado. —Ni abogado ni nada. Me vas a decir qué pasó allí. Hay una niña desaparecida cuyos padres buscan desconsoladamente. Varios testigos afirman haber visto tu coche próximo al lugar de la desaparición… El interrogatorio se vuelve cada vez más tenso. —Espera, espera. Mi coche está aparcado en el arcén de la carretera principal, enfrente de la parada de autobús… —Tu apariencia coincide con la descripción física del testimonio de un testigo que te vio bajar a gran velocidad por el camino. ¿Hasta cuándo piensas seguir mintiéndome? —Pero eso es imposible, mi coche no arranca. ¡No tiene batería! En todo caso el todoterreno que vieron sería el mismo que yo vi. —Te lo vuelvo a preguntar, ¿de qué color era el coche que viste? —Negro, era negro. —¿Y por qué no lo has dicho antes? Mentir no te ayuda. —Porque el coche que vi es exactamente el mismo que el mío. Mismo color, misma marca. No quería que me involucraran en nada, demasiados problemas tengo ya… —Te has metido en la mierda tú solo por no decir la verdad desde el principio.
El arrestado convertido en primer sospechoso agacha la cabeza. —Los restos de ADN hallados en el filtro de un cigarrillo a los pies del carro también nos llevan hasta ti. ¿Por qué no lo has mencionado antes? ¿Por qué no has dicho que pasaste junto a él? —Te lo he dicho, no quiero más problemas de los que ya tengo. El silencio se hace en la sala. El detenido no tiene argumentos y cada segundo que pasa es un tormento para él. —¿Sabes de qué delitos se te acusa? ¿Sabes cuántos años te pueden caer? Miguel, acorralado, clava la mirada desafiante en Eric. —¡Suficiente! —exclama su compañero—. Lucía, sal un momento. Apaga las cámaras y los micrófonos. Ella obedece y hace lo que pide imaginando lo que va a ocurrir dentro de la sala, a pesar de no compartir esa manera de hacer las cosas. Pocos minutos después, la puerta se abre y Lucía puede volver a entrar. Una gota de sangre brota de la nariz del arrestado. —Volvamos a empezar —Eric se abrocha el botón de la manga de la camisa―. Miguel, ¿qué hacías en el lugar de la desaparición?
Capítulo XVII
Perder a una hija debe ser algo muy duro para cualquier padre o madre, pero más difícil tiene que ser encontrarse en la situación en la que están Adán y Aitana de no saber dónde está Sara ni si se encuentra bien. Aun así, no quiere perder la esperanza y eso trata de hacer ver a su mujer. Ambos han acudido a la comandancia de la Guardia Civil tras enterarse de la detención del primer sospechoso. En estos momentos, el detenido está siendo interrogado y no les queda más remedio que aguardar en la sala de espera. Mientras, en las entrañas del cuartel, Eric consigue que Miguel se auto inculpe por la desaparición de la menor, aunque no responde a ninguna de las preguntas acerca de qué hizo, cómo lo hizo, y lo más importante, dónde está la niña. Se limita a pedir la presencia de un abogado. Adán, ajeno a lo que está ocurriendo tras las paredes de la comandancia, saca del bolsillo derecho del pantalón su teléfono móvil recién estrenado. A pesar de la situación y para que los minutos pasen más deprisa y así desinhibirse, lo desbloquea introduciendo un pin y abre la aplicación de la cámara de fotos. Prueba la calidad de imagen acercando y alejando el zoom. Experimenta los distintos tipos de filtros tomando varias fotografías y cuando apunta con el objetivo en dirección a la máquina expendedora, observa a través de la pantalla como Lucía se agacha a recoger el cambio por el café que acaba de adquirir. Su cara lo dice todo y queda embobado con la curva del trasero que le hace el uniforme. Justo entonces, una de las varias puertas que dan a la sala de espera se abre saliendo Eric, quien dirige su mirada a Adán, que al percatarse baja sin disimulo el teléfono móvil. Tras él aparece el coronel, quien sí se dirige directamente a ellos. Aitana levanta la mirada rezando para que les comuniquen buenas noticias. —¿Pueden acompañarme, si son tan amables? Ambos se levantan de sus asientos y entran en un despacho repleto de cuadros y condecoraciones. —¿Se sabe algo, coronel? —Se apresura a preguntar Adán.
Este aprieta los labios y levanta las cejas. —Estamos un poco más cerca, pero primero necesitamos que me digan si reconocen a alguna de estas personas. El coronel coloca encima de la mesa varias fotografías con distintos sospechosos, cada uno con diversos delitos en la zona, desde pederastia hasta tráfico de drogas, incluyendo el retrato de Miguel, el primer detenido en el caso. Adán se inclina tratando de no perder detalle de todos y cada uno de los rasgos de los hombres ahí expuestos. Aitana hace lo mismo, pero algo más tímida que su marido, deteniéndose en la imagen de Miguel, pero negando con la cabeza cualquier identificación. —Creo que no los he visto nunca antes, lo siento —se disculpa Adán. El coronel retira las fotografías y las introduce en un sobre que deja encima de la mesa donde apoya sus manos entrelazando sus dedos. —Bueno —exhala aire—, el sospechoso arrestado se ha declarado culpable. Aitana levanta de golpe la mirada perdida. —Entonces, ¿Sara está bien? —Todavía es pronto para saberlo. No ha querido dar más detalles. Estamos haciendo todo lo posible por sacarle información. Entiendo lo difícil que debe ser encontrarse en una situación así, pero les pido paciencia, estas cosas son delicadas y más cuando se trata de un menor. Aitana se lleva las manos a la cara y rompe a llorar. —Gracias por todo, coronel —agradece su marido. —Gracias a ustedes. Eso sí, les pediría discreción. Adán asiente con la cabeza y acompaña del brazo a su mujer fuera del despacho. —Necesito ir al baño. ¿Dónde está el baño? —pregunta Aitana mirando a su alrededor desorientada.
—Ahí, cariño, el pasillo de la izquierda. Te espero aquí. En cuanto gira la esquina, Eric, que los estaba observando desde la máquina expendedora de café, se acerca a él. —Buenas. —Buenas —responde Adán haciéndose el despistado. —Está buena Lucía, ¿eh? —¿Perdón? —Se gira hacia él. —Venga, no te hagas el tonto. Adán traga saliva, no sabe dónde meterse. Se muere de vergüenza. —Te he visto antes. Estabas haciéndole fotos. —No, no. Creo que te estás confundiendo, solo estaba… Sin dejarle terminar de excusarse, Eric apoya el brazo en el marco de la puerta y se acerca a él. —Que sea la última vez que le diriges la mirada a mi chica. ¿Te queda claro? ―dice al oído para que nadie más pueda escucharlo. —¡Eric! Al escuchar a Lucía, este quita la mano de la pared y se coloca bien la camisa. —¿Qué pasa? —pregunta ella aproximándose a ellos. —Nada. Estaba aquí. Conversando con el padre de la criatura. —¡Ah! Quiero que sepan que tienen todo mi apoyo. Cualquier cosa que necesiten no tienen más que pedírmela. Lucía le entrega una tarjeta con su número de teléfono móvil mientras Eric lo mira con recelo. Adán la acepta con gusto y con temor por la escena que acaba de ocurrir con el que intuye es su pareja. Mientras se la guarda en el bolsillo
trasero de su pantalón, aparece Aitana con un vaso de plástico con hielo, el cual se desliza de su mano derramándose por el suelo al encontrarse de sopetón con Eric. Este la mira y, sin mediar palabra, se pone de cuclillas para ayudarla a recoger los cubitos que vuelven a introducir en el vaso. —¡Qué torpe! Lo siento —se disculpa ella sin obtener respuesta. —Vamos, Lucía. Tenemos trabajo —dice él poniéndose de nuevo en pie. Ella sí que se despide de ambos progenitores y desaparece con Eric. Aitana y Adán, cada uno todavía sorprendidos con lo sucedido en estos últimos minutos, deciden que ya es hora de volver a la casa rural.
Tras un largo día de trabajo, Eric ha ofrecido a Lucía pasar la noche en su casa, ya que ella vive en la otra punta de la ciudad y aunque Soria no es demasiado grande, ella se muere de ganas por aceptar el plan. Sabe cómo tratar a una mujer y qué hacer para que ella se sienta cómoda. Prepara la mesa con un par de copas de vino y palillos chinos a modo de cubiertos. —¡Sushi! —exclama Lucía y le da un sonoro beso en la mejilla. Eric descorcha una botella de vino blanco y llena ambas copas. —¿Por qué brindamos? —pregunta ella. —Brindo por ti, por la mejor criminóloga del mundo. —Interina —corrige ella. —Futura mejor criminóloga del mundo. Ambos chocan las copas y toman un pequeño trago. —¿En qué piensas? —pregunta Eric. —Nada, tonterías. —Cuéntame.
—La anciana. —¿Sí? —Cuando dijo que si tuviera que identificar a la persona que vio en el coche, sería como tú. —¿Y? Eso es coincidencia. —Nada. Solo eso, que no podría imaginarte haciendo algo así. Podría pensar en cualquier otra persona menos en ti. —Moreno y con barba. Ha descrito al ochenta por ciento de los hombres del mundo —exagera—. Mira Miguel, también encaja en el perfil… —Eso es otra cosa que te quería comentar. Antes de ir a por él te he preguntado con quién hablabas por el móvil. No me vuelvas a responder de esa manera. ¿Está claro? —De acuerdo, lo siento. Estaba tenso. Miguel es una persona muy peligrosa y le da igual que seamos policías. Si te hubiera pasado algo, no lo habría superado jamás. ¿Me perdonas? Lucía piensa que es demasiado mono y levanta su copa para brindar de nuevo. A partir de ahora no se va a hablar de trabajo durante la cena. Disfruta con cada delicioso bocado de arroz aderezado con vinagre, azúcar y sal acompañado con otros ingredientes como salmón, aguacate o atún, entre otros. Una botella de vino para dos se queda corta. Comen y beben hasta emborracharse. Están demasiado ebrios para recoger la mesa y Eric se deja caer en el sofá. Lucía, en condiciones de embriaguez no mucho mejores, se coloca encima de frente a él con las piernas abiertas y le rodea la cabeza con los brazos quedando sus pechos a la altura de su cara. Eric los mira y los desea. Desliza las manos por los muslos de Lucía subiendo desde las rodillas hasta terminar levantando la camiseta prestada que tan ancha le viene. Le aprieta cada nalga como si se fuera a escapar acercándola aún más y comienza a pasarle la lengua por el cuello terminando con un tierno mordisco. Lucía cierra los ojos, echa la cabeza hacia atrás y lo empuja contra el respaldo. Con un solo movimiento, Eric la tira contra el sofá intercambiando las posiciones. Se muerde el labio inferior y eso lo vuelve aún más loco. Le levanta la holgada camiseta y en un abrir y cerrar de ojos sus braguitas yacen en el suelo. Ella se pellizca ambos pezones mientras él le
practica sexo oral hasta que no puede aguantar más y llega al orgasmo. —Vamos a la habitación —consigue decir mientras gime de placer. Eric la coge del brazo para levantarla y entre besos y caricias la dirige por el pasillo hasta tirarla contra la cama. Ella se incorpora y se pone a cuatro patas en el borde mientras él sigue de pie. Es su turno. Le desabrocha el cinturón y sin bajarle del todo los pantalones se introduce el duro miembro en la boca usando las dos manos mientras Eric la agarra por la coleta. Lo bueno solo acaba de comenzar.
Extasiados. Esa es la palabra. A pesar de lo joven que es y de la diferencia de edad, se podría decir que Lucía es una «diosa» en la cama. Eric es muy pasional, necesita a su lado una mujer como ella, y no solo en el sexo. La observa mientras duerme hasta que la pantalla del móvil ilumina la habitación. La llamada es de un número desconocido. Se levanta sin hacer movimientos bruscos que puedan perturbar su sueño y se dirige a la cocina para no despertarla. Descuelga deslizando el dedo por la pantalla y sin decir nada, una voz distorsionada contesta al otro lado de la línea. —Acaba con él.
Capítulo XVIII
Jueves, 13 de agosto de 2020
Se ha quedado una tranquila noche de verano. Los grillos cantan bajo el cielo raso donde las lágrimas de San Lorenzo comienzan a caer y Adán mira tumbado desde la cama las vigas de madera del techo de la habitación. No consigue pegar ojo. Han pasado tantas cosas durante estos dos días que todavía no ha sido capaz de asimilarlas. No puede dejar de pensar en Sara, pero tampoco sale de su mente Lucía y la advertencia de Eric. «¿Qué clase de Guardia Civil es capaz de comportarse de esa manera?», no encuentra una explicación. Se da un cuarto de vuelta acomodando la almohada y mira a través de la ventana observando las Perseidas. En cuanto ve pasar la primera estrella fugaz, pide un deseo: «Ojalá pueda volver a ver a mi hija con vida». Una lágrima brota de sus ojos deslizándose por su mejilla hasta terminar en su mano apoyada entre el cojín y su cara. Cierra los ojos rezando por que todo esto acabe de una vez por todas. Aitana duerme profundamente y él está a punto de quedarse dormido también cuando lo alerta un ruido proveniente del exterior. Descalzo, se pone en pie y se asoma a la ventana. Las luciérnagas no son capaces de iluminarla oscuridad que provoca la luna en fase de cuarto menguante. Sale de la habitación de manera sigilosa y coge el atizador de la chimenea. Abre la puerta de la entrada y espera un instante. Se coloca en posición de bateo por si tiene que usar el útil para defenderse y avanza por el porche prácticamente a ciegas. Es imposible adivinar nada entre las sombras pero, aun así, baja uno a uno los escalones. Atraviesa el jardín mirando a un lado y a otro mientras sujeta con decisión el atizador. No tiene miedo. Percibe movimiento al otro lado del seto y su corazón empieza a bombear más fuerte según se acerca a él. Cuando se encuentra a escasos centímetros, carga los brazos en alto preparándose para golpear cuando un gato escapa de un salto atemorizado por el susto que le ha provocado al descubrirlo comiendo un ratón que previamente había cazado. Adán baja el útil y respira aliviado. Nunca antes se había encontrado en una situación similar, y de haber sido una persona, no sabe cómo habría reaccionado. Mira al cielo y vuelve a resoplar. Los primeros rayos de luz del día comienzan a asomar en el horizonte. Todavía con la subida de adrenalina en el cuerpo, entra en la casa y se sienta en
el sofá. Se acomoda y coloca los pies sobre un taburete. Estira el brazo para alcanzar el mando de la televisión y aprieta el botón. Aparecen dibujos animados, que es lo que se vio la última vez que la encendieron. Apunta de nuevo y cambia al canal de noticias. —… las comunidades autónomas continúan con la batería de restricciones y Galicia prohibirá fumar en la calle y en espacios públicos desde hoy. Más noticias, tenemos una última hora: Miguel Cuenca, el primer y hasta ahora único sospechoso y detenido por la desaparición de Sara Ibáñez, la menor de siete meses desaparecida desde el martes, ha sido hallado muerto en su celda a primera hora de la mañana. Todo hace indicar que se trata de un suicidio. La Guardia Civil investiga las causas de lo sucedido y qué es lo que ha podido fallar en el protocolo de seguridad. Recordamos que Miguel fue arrestado e interrogado en el día de ayer y tras reconocer los hechos se negó a declarar el paradero de la pequeña. Lo ocurrido va a suponer un importante contratiempo en la investigación, ya que el detenido era lo único a lo que aferrarse en esta compleja búsqueda. Seguiremos muy atentos a todo lo acontecido alrededor del caso. Las manos de Adán comienzan a temblar. Ha perdido el control de su respiración y empieza a hiperventilar, su ritmo cardíaco se dispara y la opresión en el pecho le causa sensación de ahogo. Se levanta del sofá como puede y de un manotazo la lámpara de pie cae al suelo. Se tambalea mientras avanza por el comedor chocándose con cada mueble hasta apoyarse en el marco de la puerta de la habitación. Aitana, alertada por los ruidos, abre los ojos y se levanta de un salto. —¡Amor! ¡¿Qué te pasa?! ¡Amor! —grita sujetándolo de los hombros. Adán cae de rodillas al suelo y apoya las manos y la cabeza en la alfombra. Llora como nunca lo había hecho. Entre sollozos pide un vaso de agua que Aitana no tarda en servirle. Se incorpora un poco y descansa su espalda en la puerta del armario. —¿Qué ocurre, amor? —pregunta de nuevo angustiada. Adán, con los ojos rojos y vidriosos la mira a la cara y responde a su mujer. —Nunca más volveremos a ver a Sara… —¡Amor! No digas eso…
—Cariño, el culpable se ha suicidado. Lo acaban de decir en las noticias. Se ha llevado el secreto a la tumba el muy hijo de… —¡¿Cómo?! No puede ser, eso no es posible. Aitana se pone en pie llevándose las manos a la cabeza. Recorre arriba y abajo una y otra vez la habitación repitiendo las mismas palabras. —No puede ser. No puede ser. —Se acabó, cariño. —No puede ser, tiene que haber alguna solución. Los dos saben que todo ha llegado a su fin. La cruda realidad es que su hija no está y que la única persona en el mundo que podía arrojar luz en el caso cuelga de los barrotes de un calabozo. Solo se tienen el uno al otro. Ambos se abrazan y se consuelan mutuamente. —Tendremos otra niña, no te preocupes —dice Aitana. Adán la separa de golpe. —¿Me lo estás diciendo en serio? El cabrón que se ha llevado a nuestra hija ha muerto y no nos la va a devolver. No la vamos a volver a ver nunca más y ¿tú ya piensas en tener otro bebe? —Bueno, es una solución… —¿Pero qué mierda de solución es esa? —Se levanta rechazando la caricia de su mujer y saca la maleta del armario—. Aquí no pintamos nada, nos volvemos a Valencia. Su vida ha cambiado para siempre. Siente como si un millón de cristales hubieran estallado en su interior, imposible de reparar.
A varios kilómetros de allí, Lucía remolonea entre las sábanas. El esfuerzo que hizo Eric para no despertarla cuando recibió la llamada no sirvió de nada y Lucía
se desveló. Él abandonó la vivienda ya entrada la madrugada y no regresó hasta varias horas después. La luz entra por la ventana y se gira pensando que está a su lado, pero no es así. Extrañada, alza la mirada buscándolo por la habitación y el cuarto de baño. Tapada con la sábana, camina hasta el salón desde donde puede apreciar el olor a repostería recién horneada. Se asoma por el marco de la puerta de la cocina y ahí está él, con un delantal blanco con su nombre bordado en color rojo. Se acerca para oler de nuevo el desayuno y recibe un beso en la frente. —¡Qué madrugador! —¿Has visto? Te trato como la princesa que eres. Se vuelven a besar. Esta vez un beso más largo en los labios. Le acaricia la cara con los dedos y ella le coge la mano. —¿Y esa sangre? —pregunta Lucía. —¿Eh? ¡Ah! Nada. Me daría algún golpe anoche cuando íbamos tan borrachos. Ella no le da importancia y le recomienda que se cure la herida mientras se sienta a desayunar. Eric le sirve el café a la vez que mira la pantalla de su teléfono móvil. Coge las llaves de su coche de la encimera y rebusca entre varias revistas. —¿Has visto mi cartera? Tengo que irme. —Acabo de despertarme, no he visto ni mi cara… Eric, serio, abandona la cocina dirigiéndose a la puerta principal. —¿Te vas? ¿Ni un beso? Consciente de ello, vuelve a la cocina y la besa. Lucía observa como abre la puerta y desaparece detrás de ella mientras se lleva la taza de café a la boca. La casa parece vacía sin él. En cuanto termina el desayuno, recoge la mesa y pone orden en la cocina intentando encontrar la cartera de Eric sin éxito. Se está haciendo tarde y tiene que volver a la comandancia, pero no sin antes ducharse. El agua fría consigue mitigar la resaca de anoche y la pone a punto para comenzar un nuevo día. Se viste mona. En el cuartel se pondrá el uniforme. Desconecta el cargador USB del móvil y lo enciende. «Trece llamadas
perdidas», lee en la pantalla. Todas del coronel. Lucía marca su número y lo llama. —¿Señor? ¿Me ha llamado? —Lucía, ¿dónde estás? —En casa de Eric, ¿por? —¡¿Está él contigo?! —No, señor. ¿Qué pasa? ¿Qué ocurre? —Ven al cuartel inmediatamente. Te lo explicaré cuando llegues. Lucía se apresura a terminar de arreglarse. No entiende nada de lo que está pasando. Se calza los botines a la vez que atraviesa el salón. Coge su bolso colgado de la percha y cierra de portazo.
Llega a la entrada de la comandancia y sube las escaleras. Justo cuando va a tirar del manillar de la puerta, esta se abre dando paso a una camilla con el cadáver de un fallecido dentro de una bolsa mortuoria. En cuanto entra, el coronel la espera rodeado de varios agentes. —Señor. ¿Qué pasa? ¿Quién era esa persona? —pregunta nerviosa. El coronel apoya la mano en su hombro y la aleja del grupo de gente. La pasa a su despacho y cierra la puerta. Lucía comienza a impacientarse. —¿Me puede decir qué es lo que está ocurriendo? Este la invita a sentarse mientras él permanece de pie. —Lucía, no sé si te has enterado, pero esta noche ha fallecido Miguel Cuenca. —¡¿Qué?! —exclama con un grito—. ¡No sabía nada! ¡Me entero ahora mismo por usted! ¿Por qué? ¿Cómo ha sido? Lucía tapa con ambas manos su boca evitando dejar ver su cara desencajada por
el asombro de la noticia. Consciente de lo que eso supone para el caso. —Los agentes han encontrado el cuerpo sin vida en la ronda del cambio de turno. No sabemos cómo, pero al parecer consiguió burlar el control de seguridad e introdujo un cable de acero, lo ató a los barrotes de la ventana de la celda y se ahorcó. Ella sube las manos de la boca a los ojos ocultándolos lamentándose del paso atrás dado en la investigación. —Lucía. —¿Sí? —dice decepcionada. —Un preso dice haber sido testigo de lo sucedido. —¿Y? El coronel toma asiento y la mira directamente a los ojos. —Lucía, ¿dónde estaba Eric entre las tres y las seis de la mañana? Un escalofrío recorre su cuerpo. Debe responder a la pregunta sabiendo que la respuesta equivocada le puede traer problemas a ella e incluso a él, pero decide decir la verdad. —No lo sé, coronel. Estábamos juntos en su casa, pero a mitad noche desapareció. —¿No sabes adónde fue? —No, señor. Sé que recibió una llamada. Luego salió de casa. ¿A qué viene todo esto? —El testigo ha identificado a Eric como el autor de la muerte de Miguel. Se trata de un homicidio, no de un suicidio. Además, no conseguimos ponernos en o con él. ¿Tienes idea de adónde ha podido ir? Lucía está en shock. No puede creer lo que está escuchando. Se niega a aceptar que Eric haya hecho algo así. De pronto, alguien toca a la puerta.
—Coronel, tiene que ver esto. El agente irrumpe en el despacho con una tableta en la mano. Se acerca hasta su mesa y le muestra varías fotografías recibidas hace escasos minutos. —Señor, la brigada forestal se ha topado con un zulo muy sofisticado oculto bajo una trampilla en el bosque. Ha sido localizado muy cerca de donde desapareció la menor. Se trata de un laboratorio de corte y adulteración de drogas. Los agentes han intervenido cocaína y armas de fuego. No hay detenidos, pero — desliza el dedo por la pantalla para pasar a la siguiente fotografía— se les olvidó algo… El coronel no da crédito. Esto no hace más que confirmar sus sospechas y muestra la tableta a Lucía. —¡La cartera de Eric! —exclama agarrando fuerte ambos reposabrazos de la silla. —Quédate aquí hasta que demos con él. No sabemos de lo que es capaz de hacer. Es peligroso para ti, Lucía. Es posible que trate de ponerse en o contigo. Mi despacho es el lugar más seguro ahora mismo. Siente rabia y frustración. Quiere negar la evidencia, pero no puede. Demasiadas coincidencias, demasiados testigos. Solo le falta una pieza del rompecabezas por armar y no es otra que el motivo que le ha llevado a hacer todo esto. El agente y el coronel abandonan el despacho dejándola sola y en silencio. Momento en el que el mundo se le viene encima y comienza a llorar. Cuando por fin pensaba que la vida le sonreía, esta le vuelve a dar un mazazo en lo más profundo de su ya lastimado corazón. Busca entre los cajones algún pañuelo o clínex con el que poder sonarse. En lugar de eso, saca unos recortes de periódico antiguos. Se limpia la nariz con la muñeca y lee en voz baja. —Arrestada más de la mitad de la plantilla de la Guardia Civil de un pueblo andaluz por narcotráfico. Un superior y dos guardias civiles, junto con tres personas más, han sido detenidos en una operación contra el tráfico de drogas. La Guardia Civil ha desarticulado una organización que se dedicaba al narcotráfico que operaba en el estrecho de Gibraltar, introduciendo hachís mediante lanchas neumáticas, según ha informado el instituto armado. A los detenidos se les imputa los delitos de organización criminal, tráfico de drogas, omisión del deber de perseguir delitos, cohecho, revelación de secretos y contra
el patrimonio. La operación ha permitido incautar más de sesenta fardos de hachís, dinero en metálico, vehículos de motor, material informático, así como varios teléfonos móviles. La operación sigue abierta y los detenidos están pendientes de pasar a disposición judicial, según indica el instituto armado. En el margen derecho, unas anotaciones escritas a bolígrafo llaman su atención. Gira el artículo noventa grados y continúa leyendo esta vez para sí misma. Son los nombres de todos los guardias civiles implicados en el caso. Subrayados están los que han entrado en prisión, tachados los que se ha demostrado su inocencia, pero el nombre de Eric aparece rodeado de interrogantes marcados con fuerza. Nunca se pudo demostrar su inocencia y por falta de pruebas tampoco se lo pudo juzgar. Ahora todo encaja. Ella ocultaba su pasado a Eric, pero él ha jugado con la confianza de todo el cuerpo y de ella misma. Se había ganado el respeto y iración. Sin embargo, todo era una gran mentira. Una estafa. Uno de los mayores delincuentes del país. Ahora solo siente odio y repulsa y la próxima vez que lo vea tiene que ser entre rejas, pero Lucía no puede más. El vaso se ha colmado y necesita empezar una nueva vida desde cero lejos de la ciudad que la ha visto crecer.
Capítulo XIX
Jueves, 8 de julio de 2021
La vida sigue. No hay más motivo que ese para levantarse cada día con el propósito de que hoy sea mejor que ayer y así de manera sucesiva. La felicidad no se busca, llega cuando menos te lo esperas y de quien menos imaginas. Estos meses atrás han sido muy duros para toda la familia, pero la fuerza está en los valores y Adán está convencido de continuar luchando para salir de la fuerte depresión que arrastra. Por otra parte, Aitana parece recuperada del trauma que ha supuesto perder a su primera hija. Tanto es así, que acude a un ginecólogo para hacerse una revisión. El test de embarazo que se ha realizado a escondidas esta mañana ha salido con resultado positivo. Su marido no sabe nada y acude sola. Quiere asegurarse de que todo está bien antes de dar cualquier noticia. —Veamos qué tenemos aquí —dice el especialista mientras unta su vientre con gel—. ¿No va a venir tu marido? —No. No podía. Tiene… trabajo —miente. El médico ejecuta las diversas comprobaciones. —Bueno —resopla—, está todo perfecto. ¿Sabes de cuántas semanas estás embarazada? —La verdad es que no. Desde que pasó aquello el verano pasado no he tenido las reglas demasiado regulares. —Te lo digo enseguida. Teniendo en cuenta la medida del fémur… La multiplicamos por siete… Aitana mira la pantalla del ordenador expectante. —Estás de catorce semanas.
El ginecólogo y ella se miran. —¿No has notado ninguna molestia, náuseas o subida de peso? —La verdad es que no. Sí que he subido algún kilo, pero para nada me esperaba esto. No sabe si alegrarse o llorar. «¿Cómo se tomará Adán la noticia?», piensa. —Hay algo más, Aitana. —Por favor, no me digas que vienen dos… —Cruza los dedos. —¿Quieres saber el sexo del bebé? Ella se lleva las manos a la cara tapándose la boca abierta creyendo haber visto algo en la pantalla. —Es… un… —No se atreve a decirlo. —Exactamente. Felicidades, Aitana, es un niño. Un torbellino de sentimientos entremezclados en su interior provoca que sea incapaz de reaccionar ante el especialista. Se había autoconvencido de que iba a tener otra niña. —¿Está seguro, doctor? —En treinta años no he cometido ni un solo error cuando se trata de varones. Estoy seguro al doscientos por cien —dice convencido mientras le limpia el vientre con papel. Aitana baja de la camilla y se coloca bien la blusa. Pensativa, sigue sin saber cómo ordenar todo lo que está pasando por su cabeza en este mismo instante y va a seguir dándole vueltas de camino a casa. Ajeno a lo que está ocurriendo, Adán abre la puerta de la ducha y una nube de vapor empaña el espejo. Coloca la alfombra de los pies y enrolla la toalla alrededor de su cintura. Limpia con el puño el cristal para poder verse reflejado y se mira fijamente a los ojos mientras las gotas de su pelo mojado resbalan por la frente.
—Hoy va a ser un buen día —dice en voz alta. Se quita la toalla para secarse el exceso de agua de la cabeza y la deja encima del lavabo. Saca el peine del primer cajón y prueba varios peinados: raya a derechas, raya a izquierdas, para terminar peinándose igual que siempre. De pronto, oye como se cierra la puerta principal. —¡Amor! ¡Ya he llegado! —¡Estoy en el baño! —grita él. Aitana da tres golpes en el marco y asoma la cabeza. —¡Qué guapo te estás poniendo! ¿Dónde vas? —pregunta extrañada. —He quedado con Héctor. Hoy es su cumpleaños. —Pensaba que decías que no ibas a ir, que no te apetecía… —He cambiado de opinión. —¿Qué vais a hacer? —Pues —se agacha para seguir secándose las piernas— no lo sé, el cumpleañero es él. Lo que diga. Aitana lo mira de brazos cruzados desde la puerta. —Comeremos y cenaremos por ahí. Por la noche creo que iremos a alguna discoteca. —¿Discoteca? ¿Tú? —dice algo escéptica. —Sí. ¿Qué pasa? ¿No puedo? A Aitana no le hace mucha gracia que salga por ahí mientras ella se queda en casa y menos que se vaya de fiesta. Además, no sabe bailar. Piensa rápido y trata de frenar sus planes a toda costa. —Amor.
—¿Sí? —Tengo algo que contarte. Adán deja de secarse y se incorpora. —Vamos a tener un bebé. Abre su mano soltando la toalla y esta cae al suelo. —Es una broma, ¿no? Aitana, nerviosa, se muerde la uña de su dedo pulgar y sigue adelante con su idea. —No. No es una broma. Estoy embarazada de catorce semanas… Su marido no termina de creérselo. Está paralizado. Hasta que le enseña la imagen de una ecografía que le arrebata de la mano. La mira de cerca varias veces. —Entonces… es verdad… Estás… ¡embarazada! Aitana sonríe aliviada tras ver lo bien que se ha tomado la noticia, pero la sorpresa no ha terminado todavía. —Solo hay una mala noticia. El rostro de Adán se torna preocupado en un instante. —Es un niño. —Es… un… niño —dice pausado—. Es un niño. ¿Y la mala noticia? —Eso, que es un niño. —¿Y qué tiene de malo? —Que no tendremos una segunda Sara. Adán golpea de forma violenta la pared al escuchar a su mujer decir esto y
enojado le responde. —Aitana, te lo he dicho mil veces: Sara no va a volver. No va a haber nunca dos Saras iguales. ¡Supéralo! —Pero ¿y si fuera rubia con ojos azules? Sería como ella… —Eso es, tú lo has dicho, «como ella». Pero sería otra niña completamente distinta. —Pero… —¡Ni pero ni nada! —interrumpe—. Vamos a tener un niño y le vamos a dar todo nuestro amor y cariño como a cualquier otro hijo. No esperaba esa reacción en absoluto. Lo único que ha conseguido ha sido enfurecer a Adán. Aun así, no se da por vencida. —Quédate conmigo esta noche, por favor. Su marido, molesto, la mira desafiante. —¡En cuanto termine de arreglarme me voy! Despechada, abandona el cuarto de baño y se tira en la cama a llorar. Ese va a ser su plan de hoy. Mientras, Adán termina de vestirse. Coge las llaves de casa, el móvil y la cartera y se despide desde la puerta. «Ni un beso…», lamenta Aitana.
Hoy debe ser un buen día, lo ha dicho él mismo. De momento tiene un sabor agridulce. Por una parte, está la buena noticia de que va a volver a ser padre. Cree que vuelve a estar preparado para ello, aunque no le va a comentar nada a Héctor. Por otro lado, las discusiones fuertes con su mujer comienzan a ser cada vez más frecuentes. Todo eso ha quedado en casa, no piensa amargar la fiesta de cumpleaños de su mejor amigo y acude con el propósito de disfrutar como hace meses que no ocurre. En cuanto Héctor lo ve aparecer, sabe que algo no va bien solo con verle la cara. El rostro es el espejo del alma, y Adán no es la excepción. Aun así, su amigo puede imaginar el motivo y a pesar de ser el foco de atención
en su gran día, no va a separarse de él ni un solo momento. Con el paso de los minutos, Adán ha ido ganando confianza y perdiendo esa tristeza que tantas semanas lo ha llevado por el camino de la amargura. Vuelve a reír y a estar animado. Las miradas cómplices entre ambos lo dicen todo. Al llegar la noche, y tras horas de jolgorio, Héctor decide que la fiesta debe continuar en una discoteca próxima al paseo marítimo. Se colocan los últimos en una larga fila de hombres a la espera de poder pasar al interior. Mientras aguardan, se entretienen observando a las chicas diciendo cuáles merecen la pena y cuáles no. Por las risas de ellas, deben estar haciendo exactamente lo mismo. Es su turno. Cada uno paga su correspondiente entrada y acceden al interior del local. —¡Qué locura! ¡Cuánto tiempo…! —grita Adán al oído de su amigo por culpa de la música tan alta. —Venga, tío. Vamos a pasarlo de puta madre. ¡A la primera invito yo! Ambos se dirigen hacia la barra como pueden abriéndose hueco a través de la multitud. —¡Dos gin-tonic, por favor! —pide Héctor a voces. Los dos amigos chocan la copa y dan un largo trago que rasca sus gargantas. —¡Joder! ¡Qué cargado está! —exclama Adán. —Te has vuelto un blando. Entre risas y alcohol van transcurriendo los minutos. La borrachera hace que incluso Adán se suelte a bailar. Dichosos los ojos que lo vieran. Es posible que nunca antes en la vida se lo haya pasado igual de bien que esta noche. Suena un temazo. Levantan los brazos y las copas al aire y cuando la canción está a punto de romper en su punto álgido, Adán queda perplejo. —Tío, ahora vengo —dice a Héctor dejándolo plantado en medio de la discoteca con un cóctel en cada mano. Atraviesa la pista de baile y pasa por debajo de la cadena que separa la zona vip eludiendo al segurata. Sube las escaleras hasta la terraza superior y se detiene
detrás de una chica. Esta, al ser avisada por su amiga de la presencia de Adán, se gira y lo mira de arriba a abajo. —¿Adán? —¿Lucía? No se sabe cuál de los dos está más sorprendido por ver al otro y se saludan con dos besos agarrándola por la cintura. Está realmente guapa. No saben qué decir ninguno de los dos, así que lo invita a tomar una copa de champán para romper el hielo. Consigue que su amigo pueda unirse a la fiesta en el vip y eso es otro nivel, y tras varios bailes, Héctor y la acompañante de Lucía se empiezan a besar. Deciden ofrecerles intimidad y se distancian de ellos hasta sentarse en unos sofás apartados de la fiesta y la música. —¿Qué tal? ¿Qué haces tú por aquí? —pregunta Adán intrigado. —Muy bien, ya me ves, comenzando una nueva etapa en mi vida. Me concedieron el traslado a Valencia. —¿Una nueva etapa? ¿Y eso? —Historias… En la comandancia se pusieron las cosas feas… —¿Qué pasó? —Consciente de que está hablando con una guardia civil, puntualiza—. Si se puede saber. Durante unos segundos, Lucía duda si contar la verdad o no. —¿Prometes no contarle nada a nadie? —Lo prometo. —Por favor, júramelo. —Lo juro, lo juro. —Bien. ¿Te acuerdas de Eric, mi compañero? —Como para olvidarlo…
—Bueno, pues lo implicaron en el caso de Sara. Adán no mueve ni un músculo de la cara. Tampoco le sorprende tratándose del mismo guardia civil que lo intimidó por mirar a «su» chica. —Encontraron un zulo cerca del bosque repleto de huellas y restos de ADN que lo involucraban en la desaparición de vuestra hija. —¿Y por qué no se nos informó de algo así? —Adán, entiéndelo, un guardia civil implicado, reincidente. El cuerpo no se puede permitir que un escándalo así se haga público. —¿Cómo que reincidente? Explícame eso. Consciente de la metedura de pata que acaba de cometer acaba por contarle toda la historia. —Eric fue sospechoso de pertenecer a una organización criminal de tráfico de drogas en una operación en la que cayeron más compañeros como él en una comandancia de Andalucía. Nadie sabe cómo ni por qué, pero consiguió que lo absolvieran y no fue juzgado. Desde que lo involucraron en el caso de tu hija no se sabe nada de él, está huido. Adán se ha quedado sin palabras. —¿Y tú qué? ¿Cómo estás? —pregunta ella refiriéndose todavía a lo acontecido el pasado verano. —Superándolo. Han sido meses muy duros. —Puedo imaginarlo, pero bueno, ahora te veo bien. —No te voy a mentir. Hoy está siendo con diferencia el mejor día. —¿En serio? Me alegro muchísimo por ti, de verdad… Sonríen embobados mirándose el uno al otro. Hace mucho tiempo que ninguno de los dos se encontraba tan a gusto. Lucía se toca el pelo haciéndose un tirabuzón y Adán baja la mirada hasta el ceñido corsé que provoca que sus
pechos se levanten cada vez que inspira aire. Ella se da cuenta y levanta su barbilla con dos dedos haciendo que se miren a los labios humedecidos. Lucía se acerca despacio a él y cuando están a escasos milímetros de cumplir sus deseos, Adán gira la cara. —No puedo, Lucía. Aitana… Avergonzada, se levanta del cómodo sofá y huye en dirección escaleras abajo abandonando el local.
Capítulo XX
Viernes, 9 de julio de 2021
Según cierra la puerta principal de su casa, deja caer el bolso al suelo y se descalza los tacones a trompicones. Entra en su habitación y sin siquiera desmaquillarse se tira a la cama abrazando la almohada. Jamás en su vida se ha sentido tan humillada. Nunca nadie la ha rechazado hasta esta noche y Lucía llora a lágrima viva. En ese momento se sentía tan bien con Adán que de verdad pensaba que él estaba deseando lo mismo que ella. Es consciente de que ha hecho el ridículo. «Él tiene mujer. ¿En qué estabas pensando, Lucía?», repite atormentada una y otra vez en su cabeza. Adán apura los últimos minutos de fiesta antes de que cierren el local. Hace tanto tiempo que no sale que ni él ni Héctor encuentran el momento oportuno de dar por finalizada la noche. Todo está transcurriendo tal y como han planeado, aunque no deja de darle vueltas a lo sucedido con Lucía. —Soy tonto. Tenía que haberla besado… —No te preocupes. Seguro que vuelves a verla. Por cierto, ¿la conocías? —Es una larga historia. —Bueno… Por lo menos tendrás su número, ¿no? —La verdad es que no… —¡¿No?! —exclama—. ¡Ay! —suspira—. Menos mal que me tienes a mí. Héctor saca su teléfono móvil y le envía el o a su amigo. —¡Qué cabrón! ¿Cómo lo has conseguido? —Tengo mis fuentes… —vacila—. La amiga me ha pasado el número de las dos
—Le guiña un ojo. Adán percibe la vibración a través del pantalón. Mira la notificación en la pantalla para asegurar que ha recibido lo que su amigo le acaba de enviar y lee: «Un mensaje nuevo de Héctor. Siete llamadas perdidas de Aitana». Haciendo caso omiso a esto último, lo vuelve a guardar en su bolsillo derecho. El discjockey avisa del último tema de la noche antes de dar por finalizada la sesión. Algo que ambos amigos lamentan a pesar de estar reventados de tanto beber y bailar.
Casi al mismo tiempo, lejos del bullicio, Aitana se lleva la mano al abdomen por culpa del dolor. Los pinchazos cada vez son más intensos y se tira al suelo retorciéndose mientras se aprieta con fuerza la parte baja del vientre. Algo no va bien. Como puede, se pone en pie apoyándose en el mármol del banco de la cocina. Siente agua fluyendo por la pierna, que trata de frenar llevándose la mano a la parte interior de su muslo. Es sangre. Entre sollozos, hace el esfuerzo de alcanzar su teléfono móvil y marca el número de emergencias.
La fiesta ha terminado y los dos amigos salen agarrados del hombro de la discoteca sabiendo que ha sido una noche épica. No pueden arriesgarse a coger el coche en las condiciones en las que se encuentran, de manera que se dirigen a la zona de taxis para volver a casa. Ambos se despiden con un abrazo hasta la próxima vez que se vuelvan a ver que ojalá sea pronto. —A Torrente, por favor —indica Adán al conductor. El trayecto hasta su casa es largo, así que decide pegar una cabezada, pero cuando está a punto de quedarse dormido, su móvil vuelve a sonar. Esta vez es un número desconocido y muy extenso. —¿Sí? —responde con la voz más seria que puede debido a las circunstancias. —¿Adán Perales? —Sí, soy yo. ¿Quién es?
—Le llamamos del hospital general. Su mujer ha sido ingresada de urgencia. Le da un vuelco el corazón. —¿Cómo? ¿Qué ha pasado? ¿Cómo está Aitana? —Se encuentra en observación, fuera de peligro. Adán respira aliviado todavía con el susto en el cuerpo. —Se encuentra en el pabellón de maternidad. Puede preguntar en recepción y le darán más datos. —Gracias. —Cuelga—. Por favor, ¿puede llevarme al hospital general? —Sin problemas —responde el taxista realizando un cambio de sentido.
Tras averiguar la planta y el número de habitación, Adán no espera a que llegue el ascensor y decide subir por las escaleras. La borrachera ya ha pasado y a pesar de las muchas horas que lleva despierto, vuelve a estar espabilado. Se desplaza a lo largo del pasillo evitando mirar a través de las puertas entreabiertas de otras habitaciones. Al llegar a la que supuestamente está su mujer, entra de forma directa y sin preguntar. Aitana está dormida. Adán se arrodilla a los pies de la cama y le sujeta la mano mientras la besa. Al percatarse de su presencia, abre los ojos y le acaricia la cara. —Cariño, ¿cómo estás? ¿Qué ha pasado? Ella deja derramar una lágrima. —He perdido al bebé, amor. Adán agacha la cabeza. Abatido, rompe a llorar mientras le sigue agarrando de la mano con fuerza, pero si algo ha aprendido en todos estos meses es que tras una caída hay que volver a levantarse y mira de nuevo a su mujer. —Tú estás bien, ¿no? Aitana hace un gesto de confirmación con la cabeza y él se pone en pie para
besarla en la frente. A lo largo de la mañana no se va a separar ni un minuto de ella.
Pasan las horas y su mujer mejora lentamente. Ha sufrido un aborto y necesita descansar. Llega el mediodía y Adán decide hacerle una visita a su abuelo. Su casa está a pocas calles del hospital así que le viene perfecto para aprovechar y comer algo. —¿Iaio? ¿Se puede?—pregunta. —Pasa, pasa. Adán obedece y entra a la habitación. Un marco de fotos antiguo con la fotografía de la boda de su tío reúne a toda la familia. Se para delante de él y observa a su abuela. «¡Qué joven y qué guapa está!», piensa, y continúa caminando hasta la cama donde se encuentra postrado su abuelo. —¿Cómo estás, iaio? —Aquí estoy… Sin salir… Sin apetito… No me apetece hacer nada… —dice con desgana. —Muy mal, eh. Tienes que levantar ese ánimo como sea. —Desde que no está la iaia no tengo ganas de nada… Han pasado casi dos años, pero su abuelo no ha conseguido superarlo. Toda una vida al lado de su mujer y separarse de ella de esta manera ha supuesto un lastre en su día a día. Adán no cree que sea el momento adecuado para contarle que él y su mujer acaban de perder el bebé que esperaban, pero aun así decide confesarle algo. —Yo sigo soñando con la iaia. Algunos sueños son recuerdos bonitos que tengo con ella. Otros son un poco extraños, como si intentara decirme algo… Su abuelo cierra los ojos por un instante. Cuando los vuelve a abrir, estos son un mar de lágrimas mientras mira fijamente el techo estucado de la habitación. A él se le parte el alma al verlo así y decide dejarlo solo, pero cuando está a punto de
cruzar el umbral de la puerta, este reacciona. —¡Adán! —exclama su abuelo. Él se gira al momento prestándole toda su atención. —Aléjate de lo que más quieres. Aléjate de Aitana. No responde. Está paralizado. Adán queda inmóvil apoyado en la manivela de la puerta y no es capaz de articular palabra. ¿Cómo es posible que su abuelo le advierta lo mismo que su abuela en sueños? No existe una explicación. En shock, abandona la casa. El estómago se le ha cerrado y vuelve al hospital repitiendo por el camino una y otra vez esas tres últimas palabras: «Aléjate de Aitana». Saluda de forma educada a la seguridad privada que custodia la entrada al pabellón de maternidad. Cede el paso a un carro de bebé con un recién nacido acompañado de su madre todavía convaleciente del parto y al padre de la criatura. Esta vez utiliza el ascensor para subir a la habitación en la que se encuentra su mujer. Al llegar al tercer piso, este se detiene y al salir toma el primer pasillo a la izquierda. Cuando llega a la puerta y se dispone a abrir, alguien le toca el hombro girándose inmediatamente. —¿Es usted el marido? —pregunta uno de los doctores. —Sí. ¿Por? —Verá —carraspea aclarando la garganta—, los resultados de los análisis muestran un alto nivel de litio en sangre. Lo cual nos hace pensar que se trata de una intoxicación e intento de aborto voluntario. ¿Era usted consciente de si su mujer tenía este tipo de pensamientos autolesivos? Un sudor frío brota de su frente sin ser capaz de asimilar esta inverosímil información. —No… No sabría decirle —tartamudea—. Me coge descolocado por completo. Voy… Voy a hablar con ella. Gracias. Adán entra a la habitación y empuja la puerta asegurando que esta se haya cerrado. Aitana lo mira y le sonríe, pero él se aproxima serio hacia la cama.
—¿Qué pasa, amor? —Eso digo yo… ¿Qué pasa? Ella esconde la sonrisa y se prepara para ponerse a la defensiva. —Los médicos dicen que te has provocado el aborto. ¿Es eso verdad? Aitana gira la cara y observa a través de la ventana. —¡Mírame! —grita él—. ¿Es eso cierto? Lo contempla con tristeza, pero no es capaz de dar una respuesta. Él, ante la evidencia, se quita con rabia la alianza de su dedo anular, la deja encima de la bandeja de la comida y le pronuncia unas duras palabras que sin duda retumbarán en la mente de Aitana durante mucho tiempo. —No quiero volver a verte. Adán abandona la habitación. El doctor que minutos antes le ha dado la noticia observa como sale de allí con paso firme y sin mirar atrás. De forma paciente espera a que llegue el ascensor con la mirada fija al frente y cargada de odio. Las puertas se abren y una mujer perfectamente uniformada se encuentra en su interior mirándose al espejo, la cual deja de hacerlo al compartir habitáculo. —¿Lucía? —Hola —saluda ella sin más. Tan solo hace unas horas eran pareja de baile en una discoteca del paseo marítimo y el destino ha querido juntarlos de nuevo en el ascensor de un hospital. Él parece haber olvidado lo ocurrido, pero Lucía sigue resentida y lo percibe. —Oye, siento mucho lo de anoche —se disculpa Adán. Pero ella no responde e insiste. —Lucía… He dejado a Aitana. —Caballero, estoy de servicio. No moleste —responde metida en su papel de
Guardia Civil. Se da por vencido. Nunca unos pocos segundos se habían hecho tan largos. La mira de arriba abajo compungido. Al abrirse las puertas, ella sale primero para desaparecer cuanto antes. Adán ve como Lucía se aleja consciente de que una vez más va a tener que recomponer su desquebrajada vida. Lo que no sabe es que Lucía está mordiéndose la lengua con lágrimas en los ojos y llena de orgullo y rabia por no haber tenido el coraje de haberlo perdonado.
Capítulo XXI
Diecisiete años después
Nunca más se ha vuelto a saber nada de Sara. A día de hoy, también Eric sigue en paradero desconocido. La desaparición de la pequeña y todo lo que la rodea sigue siendo un misterio que la Guardia Civil no ha sido capaz de resolver. De vez en cuando, los medios de comunicación continúan hablando de ella recordando una y otra vez a Adán lo que tuvo que vivir aquel verano y los meses venideros. El tiempo todo lo cura, pero hay heridas que nunca terminan de cicatrizar. Con ayuda de su familia, y sobre todo de su amigo Héctor, consiguió salir adelante y rehacer su vida tras el traumático divorcio. Fue muy duro y difícil, pero en su interior algo no dejaba de repetir una y otra vez que estaba haciendo lo correcto. Poco después de firmar la separación, su abuelo falleció. Por fin iba a poder reunirse con su abuela; volverían a estar juntos y encontrarían de nuevo la paz. Aquello marcó un antes y un después en su vida, se sintió liberado y tranquilo. No ha vuelto a ver a su exmujer, ni falta que le ha hecho. Tampoco a Lucía. Desde entonces, no ha creído en el amor. Aitana, por su parte, ha necesitado ayuda psicológica tras varios intentos de suicidio. Nunca ha logrado superar la ausencia de Sara y el aborto de su segundo hijo provocó graves secuelas en su aparato reproductor que no le han posibilitado volver a quedarse embarazada. Su volatilidad emocional tampoco le ha permitido encontrar una pareja estable, algo que ha lastrado mucho su recuperación al no encontrar ese apoyo adicional. Durante un tiempo, Lucía anduvo tras ella y quiso continuar la investigación por su cuenta. Para ella, ese caso siempre ha sido la espina clavada en su excelente trayectoria profesional. Aun así, con mucho esfuerzo y dedicación, ha conseguido escalar puestos en el cuerpo. Sigue alcanzando todo lo que se propone, como en el amor, donde Adán ha sido el único hombre que ha cometido la locura de rechazarla.
Estamos en vísperas de San Juan. Hace algunos años las familias se reunían en la playa para cenar y conversar hasta la hora de saltar las olas a media noche y
pedir deseos. Todo eso ha quedado muy atrás y Adán lo recuerda con nostalgia. El nivel del mar ha subido tanto que el agua ha engullido casi por completo la arena. Camina en solitario por el paseo marítimo recibiendo la suave brisa del mar en su cara. Hay cosas que no cambian. Observa con melancolía la discoteca ahora abandonada donde tuvo lugar la mejor noche de fiesta de su vida en compañía de su amigo Héctor y como olvidar a Lucía. Deja atrás las ruinas para sentarse en el muro del paseo con las piernas colgando casi tocando el agua. Observa la espuma que crean las olas al romper en la estrecha orilla. Cabizbajo, cierra los ojos, inspira y espira. Hasta que un cosquilleo en su antebrazo derecho indica una nueva notificación. Los tiempos avanzan y la tecnología lo hace también. Los nuevos modelos de «teléfono móvil» van sujetos como si fueran un brazalete y se controlan gracias al movimiento de nuestras pupilas. Gira la muñeca de frente a él y la pantalla se ilumina. El número del emisor está encriptado, no puede saber quién es la persona que quiere ponerse en o con él. Extrañado, lee en su mente el mensaje del desconocido: «A las 17:00 en el bar Nou Manchego de Sedaví». Sigue sin adivinar de quién se trata. Varios rostros rondan por su mente, pero rechaza a todos y cada uno de ellos. Tampoco imagina el propósito de la cita. Solo sabe que quien le haya enviado el mensaje debe conocerlo. Mira la hora y cierra la pantalla con un sutil movimiento de pupila. Apenas quedan dos horas para las cinco de la tarde. No tiene nada que perder, de manera que está decidido a acudir al encuentro. Sube al coche. «Arrancar motor», pronuncia alto y claro. El vehículo, después de validar el reconocimiento de voz, se pone en marcha. Adán introduce la ubicación del parking subterráneo más próximo al bar y suelta las manos del volante; ventajas de tener un coche autónomo. Al llegar a su destino, este se apaga solo. Cierra la puerta y conecta el cargador eléctrico del puesto de carga en el enchufe situado en la aleta delantera izquierda. Mira a un lado y a otro el poco concurrido aparcamiento, se dirige hacia las escaleras para salir de allí, y al llegar a la superficie, no tarda en localizar el local donde va a tener lugar la reunión. «Bar Nou Manchego», murmura para sí mismo. Cruza la carretera sin mirar y tira de la puerta para entrar. Observa una mesa vacía al fondo y toma asiento expectante. Pocos minutos antes de la hora indicada, una mujer de pelo liso de color blanco platino entra por la puerta algo desorientada. Cuando esta se gira y se quita las gafas de sol, ambos intercambian sus miradas y ella se le acerca. —¿Adán?
—¿Aitana? —Te veo bien. Apenas has cambiado… —dice acariciándole el brazo. —¿Qué quieres? ¿Qué haces aquí? —pregunta él librándose de su mano. —Supongo que lo mismo que tú. —Esto es un error. No tenía que haber venido… Adán se levanta de su asiento y se dispone a irse de allí cuando se topa de frente con una guapa joven de pelo rubio y ojos claros que al levantar la mirada es capaz de reconocer al instante pero no puede ser, es imposible, y de manera totalmente inconsciente pronuncia su nombre. —Sara… —dice con un aliento de voz. Adán la observa fijamente con la boca abierta como si de un fantasma se tratase hasta que esta responde. —Papá. Su corazón se detiene por un momento. —¿Sara? ¿Eres tú? —pregunta todavía por inercia. Adán la abraza sin mayor explicación. No sabe si lo que está viviendo es real o si se trata de otro de sus extraños sueños. Ya sea verdad o no, el caso es que tiene a su hija delante y necesita notarla. Aitana, unos metros más atrás, tampoco sale de su asombro y se acerca a ellos. Sara abre los brazos invitándola a unirse al emotivo encuentro. Adán olvida por un momento abandonar el lugar y los tres se sientan de nuevo en una de las mesas. No deja de observarla. Sigue sin poder creerlo, sin duda es ella. Cómo olvidar esa mirada, esos ojos que brillan como dos cristales azules. Sara ha crecido y es una bella adolescente. Tienen mucho de qué hablar y no importa cómo ha llegado hasta ellos. —Me alegro tanto de que estés bien, hija mía… —dice con lágrimas de emoción agarrándola de la mano—. Solo hay algo que necesito saber. ¿Quién fue el que te nos arrebató?
Sara gira la cara y mira en dirección a su madre. —Mamá, creo que tú sabrás explicarlo mejor que yo. Cabizbaja y sin valor para mirar a su exmarido a los ojos, comienza a rememorar en su mente lo sucedido aquella tarde de verano hace casi dieciocho años…
Aitana disfruta de un tranquilo paseo rodeada de naturaleza en compañía de su pequeña. El traqueteo del camino ha hecho que la pequeña quede profundamente dormida. Respira el aire puro de la montaña que tanta falta le hace llenando al máximo los pulmones y exhalando este poco a poco. Cuanto más avanza por el sendero, más difícil se hace continuar por culpa del terreno y decide parar a descansar. Pulsa el freno del carro con el pie y se sienta sobre un viejo árbol caído. Observa como Sara duerme de forma placentera y sin preocupaciones y decide que es el mejor momento para recoger algunas texturas para poder realizar manualidades con su hija más adelante. Le da un beso en la frente y se asegura de que el carro está bien frenado. Aitana se adentra tan solo unos pocos metros en el bosque, pero los suficientes como para perder el o visual con Sara. «Está todo en silencio, si llora la escucharé», piensa. Tras haber recolectado varias hojas secas, piñas y piedras es hora de volver al sendero. Está desorientada y deambula a través del bosque hasta que un ruido llama su atención. Aitana se esconde detrás de un frondoso arbusto y observa a un hombre moreno y con barba cerrando una trampilla oculta bajo la vegetación y, en la parte trasera de su pantalón, una pistola. Nerviosa, huye en dirección contraria hasta volver a dar con el camino donde otro hombre distinto al anterior está situado al lado del carro. —¡Eh! —grita mientras se dirige hacia él. Al oírla, este se gira sosteniendo a Sara en brazos mientras fuma un pitillo. —¿Qué hace con mi hija? ¡Suéltela! —intenta arrebatársela sin éxito. Justo entonces, el individuo que ha visto hace unos instantes en el bosque aparece tras ella. —Vaya, vaya.
—No he visto nada, lo juro —se apresura a decir Aitana. —No. Has. Visto. Nada —murmura repitiendo palabra por palabra mientras se acerca a su cuello oliendo el perfume. —Deja que nos vayamos, por favor. No diré nada. Este se frota la barba y mira a su compañero en busca de alguna idea. —Si habla estamos jodidos, Eric —dice nervioso. Inmediatamente después, una colleja hace que el cigarro salte de su boca siendo consciente del error que acaba de cometer revelando su verdadero nombre. —Hagamos un trato —susurra Eric al oído de Aitana—. Nosotros nos quedamos a la niña y tú guardas nuestro secreto. —¡Ni hablar! —exclama ella. —De lo contrario, tendremos que mataros a las dos. Este empuña el arma y la encañona por debajo de la barbilla. Varias lágrimas caen por sus mejillas. Debe decidir entre vivir o morir, tanto ella como su hija. Es una decisión fácil pero dura para una madre y no tiene más opción que aceptar.
Tras escuchar la historia, Adán no reacciona. No siente rencor, no siente odio. En su interior hay paz. Después de tanto tiempo conoce la verdad. Aitana se ha sacrificado en silencio todos estos años a cambio de la vida de su hija. Ahora todo vuelve a cobrar sentido y lo más importante es que Sara se encuentra viva delante de sus ojos. Suficiente motivo para perdonar a su exmujer por ello, pero no por lo acontecido en los años posteriores. Pasan horas poniéndose al día los unos a los otros hasta que se hace la hora de irse, pero pronto volverán a verse. Adán se ofrece a llevarlas a casa y estas aceptan con gusto. Entre abrazos y sonrisas llegan al parking subterráneo que continúa prácticamente vacío. Adán les indica con el brazo dónde está situado su vehículo y se dirigen hacia él, pero cuando están a escasos metros, un hombre oculto con una enorme capucha los asalta a punta de pistola. Podrá pasar mucho tiempo, pero Aitana jamás olvidaría
ese rostro. —¡Eric! —exclama. —Veo que no has cumplido el trato. —Han pasado muchos años, por favor. ¡Si tienes que disparar a alguien, dispárame a mí! Eric sonríe irónicamente. —¡Qué mayor estás, Sara! Empezaré matándote a ti —dice encañonándola. Adán no puede hacer nada. Se encuentra paralizado por el miedo viendo como todos los recuerdos de la infancia de su hija pasan por delante de sus ojos. Este es el fin, pero un grito emerge proveniente de atrás de una columna. —¡Tira el arma! —ordena—. ¡Ahora! Eric, sin dejar de apuntar a Sara, gira la cabeza reconociendo la dulce voz viendo como también está siendo encañonado. —¡Lucía! Cuánto tiempo… No esperaba verte por aquí —dice él con chulería. —¡Tira el arma o disparo! —advierte. Pero Eric vuelve a mirar a Aitana a la vez que apunta a su hija. —Un trato es un trato. Y un seco y ensordecedor estruendo de disparo retumba por las paredes del vacío aparcamiento subterráneo.