ASPECTOS POSITIVOS DEL IMPERIO INCAICO Socialismo imperial Crónicas antiguas hablan de una serie de Incas legendarios, pero propiamente el imperio incaico histórico dura un siglo, en el que se suceden cuatro Incas, o cinco si incluimos a Atahualpa. El primero de ellos es Titu-Manco-Capac, que con sus conquistas extendió mucho el imperio, y que fue llamado Pachacutec, el reformador del mundo (pacha, mundo; cutec, cambiado). Este gran Inca, a partir de 1438 -un siglo antes de la llegada de los españoles-, organiza por completo el imperio incaico con un criterio que podríamos llamar socialista. Ambiente social Los niños incas debían ser educados, ya desde su primera infancia, en la vida disciplinada que había de llevar siendo adultos. Las madres no los tomaban nunca en brazos, les daban baños de agua fría, no les toleraban caprichos ni rebeldías, y quizá por motivo estético, les deformaban el cráneo, apretándolo entre dos planchas. El incesto era proscrito al pueblo con pena de muerte, pero en cambio, a partir de Tupac Inca Yupanqui, abuelo de Atahualpa, era obligado que el Inca se casara con una hermana carnal. A esta norma contraria a la naturaleza atribuye en parte el padre Acosta la caída del imperio incaico. A los hombres adultos se les asignaba el trabajo sin discusión, y también podían ser trasladados (mitimaes) según las conveniencias políticas o laborales. Como dice la profesora Concepción Bravo Guerreira, «el desplazamiento de familias, de ayllus completos o de grupos étnicos en masa, fue práctica común entre los incas». Las mujeres eran tratadas con cierta consideración -mejor que en otros pueblos integrados al imperio-, pero eran consideradas como bienes del Estado. Ciertos funcionarios las seleccionaban y distribuían, de manera que las nobles o las elegidas, instruídas en acllahuasi, eran entregadas como esposas a señores y curacas, o destinadas para vírgenes del Sol; y las otras, dadas como esposas o concubinas a hombres del pueblo o incluso a esclavos. Orden implacable La antigua legislación incaica establecía un régimen muy duro, que recuerda al azteca en no pocos aspectos. Podemos evocarla recordando algunos textos del indio cristiano Felipe Guamán Poma de Ayala, yarovilca por su padre e inca por su madre, nacido en 1534, el cual transmite, en su extraño español mezclado de quechua, muchas tradiciones orales andinas: «Mandamos que no haiga ladrones en este reino, y que por la primera ,fuesen castigados a quinientos azotes, y por la segunda, que fuese apedreado y muerto, y que no entierren su cuerpo, sino que lo comiesen las zorras y cóndores». El adulterio tiene pena de muerte, y también la fornicación puede tenerla: «doncellas y donceles» deben guardarse castos, pues si no el culpable es «colgado vivo de los cabellos de una peña llamada arauay [horca]. Allí penan hasta morir» Está ordenado que quienes atentan contra el Inca o le traicionan «fuesen hechos tambor de [la piel de la] persona, de los huesos flauta, de los dientes y muelas gargantilla, y y de la cabeza mate de tener chicha» (187; +334). Esta pena es aplicada también a los prisioneros de guerra que no son perdonados a convertidos en yanacuna. El aborto es duramente castigado: «Mandamos la mujer que moviese a su hijo, que muriese, y si es hija, que le castiguen doscientos azotes y destierren a ellas... Mandamos que la mujer que fuese puta, que fuese colgada de los cabellos o de las manos en una peña y que le dejen allí morir»...
Las normas del Inca, al ser sagradas, eran muy estrictas, y estaban urgidas por un régimen penal extraordinariamente severo. Además de las penas ya aludidas, existían otras también terribles, como el «zancay debajo de la tierra, hecho bóveda muy oscura, y dentro serpientes, culebras ponzoñosas, animales de leones y tigre, oso, zorra, perros, gatos de monte, buitre, águila, lechuzas, sapo, lagartos. De estos animales tenía muy muchos para castigar a los bellacos y malhechores delincuentes». Allí eran arrojados «para que les comiesen vivos», y si alguno, «por milagro de Dios», sobrevivía a los dos días, entonces era liberado y recibía del Inca honras y privilegios. «Con este miedo no se alzaba la tierra, pues había señores descendientes de los reyes antiguos que eran más que el Inca. Con este miedo callaban» Al parecer, el imperio de los incas, férreamente sujetado con normas y castigos, consiguió reducir el índice de delincuencia a un mínimo: «Y así andaba la tierra muy justa con temoridad de justicia y castigos y buenos ejemplos. Con esto parece que eran obedientes a la justicia y al Inca, y no había matadores ni pleitos ni mentiras ni peticiones ni proculadrones ni protector ni curador interesado ni ladrón, sino todo verdad y buena justicia y ley» Artes y ciencias La arquitectura de los incas, realizada con una gran perfección técnica, apenas tiene concesiones al adorno decorativo, y se caracteriza por la sobria simplicidad de líneas, la solidez imponente y la proporción armoniosa. Esta misma tendencia a la simetría de un orden elegante se aprecia en la cerámica, de adornos normalmente geométricos. La orfebrería llegó a niveles supremos de técnica, belleza y refinamiento. Los instrumentos musicales más usuales, en los que sonaban melancólicas melodías, fueron silbatos y ocarinas, cascabeles y tambores, y sobre todo las flautas, muy perfectas. Los incas no conocieron la escritura, pero sí alcanzaron notables expresiones en canto, poesía y leyendas de tradición oral. En el campo científico permanecieron los incas en un nivel bastante rudimentario, y casi siempre práctico. Empleaban el sistema decimal en cuentas y estadísticas, hábilmente llevadas en los quipos, cuerdas con nudos. Sus conocimientos astronómicos eran considerables, pero muy inferiores a los de los aztecas. Conocían el círculo, comenzando por la imagen del Sol, pero no alcanzaron a aplicarlo ni a la rueda ni al torno, ni a bóvedas ni a columnas. Sin estos medios fundamentales, hicieron los incas, sin embargo, notables obras de caminos y puentes, canales y terrazas de cultivo. En la organización de la ganadería -llamas y alpacas, principalmente-, alcanzaron un desarrollo importantee, y también en el de la agricultura, aunque no conocieran el arado. Religiosidad Los incas asumen los cultos de los pueblos vencidos, al mismo tiempo que les imponen su religión de Estado. Se produce, pues, una subordinación de las religiones tribales a la religión solar de los incas. Un dios Creador, Viracocha o Pachacamac, invisible, incognoscible e impensable, está desde los orígenes legendarios por encima del dios Sol y de los diversos ídolos. Garcilaso de la Vega, hijo de un capitán español y de una india noble (1539-1616), en cuanto «indio católico por la gracia de Dios», asegura que Pachacamac (pacha, mundo,cama, animar) es ciertamente el Creador, «la divinidad suprema que da la vida a los seres y al universo» (Comentarios Reales II,6; +Acosta, Hist. natural VI, 19; 21). Este elevado culto, sin embargo, queda de hecho limitado a las clases superiores, en tanto que el pueblo venera las huacas, nombre con el que se designan todas las sacralidades fundamentales, ídolos, templos, tumbas, momias, lugares sagrados, animales, aquellos astros
de los que los ayllus (clanes) creían descender, los propios antepasados, y en fin, la huacaprincipal, el Sol. Incluso los incas «adoran los árboles de la coca que comen ellos y así les llaman coca mama [la coca ceremonial]» (Guamán 269). El mundo de los incas, a diferencia del de los aztecas, apenas produjo notables lugares de culto, fuera del conjunto de templos de Tiahuanaco o del Cuzco. Poseía, eso sí, al modo de los aztecas, un importante cuerpo sacerdotal, numeroso y fuertemente jerarquizado. Y el Inca, como hijo del dios Solar, era la suprema autoridad religiosa. Por lo demás, en el imperio inca, como en el azteca, toda la vida cívica se ve enmarcada en una sucesión de fiestas religiosas: se practica la confesión de los pecados, se celebran mortificaciones, ayunos y oraciones solemnes, hay ceremonias para la interpretación de signos fastos o nefastos, y también a veces embadurnan las huacas e imágenes divinas con la sangre de las víctimas sacrificadas. Especial importancia tiene también en la religiosidad de los incas la exposición de las momias de los antepasados en fiestas públicas o domésticas.
ASPECTOS NEGATIVOS Felicidad negativa de los incas Louis Baudin, al considerar el estado de ánimo de los incas, habla de una «felicidad negativa: el imperio realizaba lo que D’Argenson llamaba una "cáfila de hombres felices". No despreciemos demasiado este resultado. No es poca cosa haber evitado los peores sufrimientos materiales: el del hambre y el del frío. Rara vez el Perú conoció la carestía, a pesar de la pobreza de su suelo, mientras que la Francia de 1694 y de 1709 sufría todavía crueles hambres. No es poca cosa tampoco haber suprimido el crimen, y establecido, al mismo tiempo que un orden perfecto, una seguridad absoluta» (El Imperio Socialista de los Incas 357-358). En efecto, los Incas imperiales, eliminando totalmente la libertad cívica de sus súbditos, enmarcándoles en un cuadro social y religioso totalitario, y sacándoles de la pereza y del hambre, les dieron un cierto grado de paz y prosperidad. Los mayores y primeros elogios de los Incas proceden de los mismos cronistas españoles. Según el padre Acosta, «hicieron estos Incas ventajas a todas las otras naciones de América en policía y gobierno» Y quienes conocieron su régimen concuerdan en que «mejor gobierno para los indios no le puede haber, ni más acertado». Es cierto que «la mayor riqueza de aquellos bárbaros reyes era ser sus esclavos todos sus vasallos, de cuya trabajo gozaban a su contento. Y lo que pone iración, se servía de ellos por tal orden y por tal gobierno, que no se les hacía servidumbre, sino vida muy dichosa» «Sin duda, era grande la reverencia y afición que esta gente tenía a sus Incas» Más antiguo y valioso es aún el testimonio del soldado cronista Cieza de León (1518-1560), que conoció el Perú en los años caóticos que siguieron a su conquista. Dice así: «Como siempre los Incas hiciesen buenas obras a los que estaban puestos en su señorío, sin consentir que fuesen agraviados ni que les llevasen tributos demasiados», ayudando también a las regiones más pobres, «con estas buenas obras, y con que siempre el Señor a los principales daba mujeres y preseas ricas, ganaron tanto las gracias de todos que fueron de ellos amados en extremo grado, tanto que yo me acuerdo por mis ojos haber visto a indios viejos, estando a vista del Cuzco, mirar contra la ciudad y alzar un alarido grande, el cual se les convertía en lágrimas salidas de tristeza contemplando el tiempo presente y acordándose del pasado, donde en
aquella ciudad por tantos años tuvieron señores de sus naturales, que supieron atraerlos a su servicio y amistad de otra manera que los españoles» (El señorío de los Incas 13). Un imperio con pies de barro El totalitarismo del imperio inca, ajeno al mundo circundante, flotando en una cierta intemporalidad, se diría pensado para durar indefinidamente. Por el contrario, era tremendamente vulnerable. Aquel mundo hierático y compacto, alto y hermoso, mayor que media Europa, y con un ejército perfectamente organizado, tan adiestrado en la defensa como en el ataque, fue conquistado rápidamente por un capitán audaz, Francisco Pizarro, con 170 soldados. Parece increíble. Pero es explicable. Al decir de Voltes, los españoles tomaron «los mandos del imperio inca como si fuesen los de una locomotora. En el Perú antiguo no se pensaba en otra cosa que en obedecer, y preso y muerto Atahualpa, se siguió obedeciendo a quienquiera que mandara, y así lo hizo el último obrero drogado por la coca, y lo hizo el astrónomo, y lo hizo el cirujano que practicaba trepanaciones y el constructor que levantaba las obras que hoy siguen pasmándonos con sus misterios técnicos insolubles, como, por ejemplo, los que se entrañan en la edificación de Machu-Picchu, en sus picachos de vértigo» (Cinco siglos 68-69). Analizando El imperio socialista de los Incas, el economista e historiador Louis Baudin, habla de un «imperio geométrico y frío, vida de uniformidad y hastío», donde nada se ha dejado al azar o a la creatividad personal. «Ni ambición, ni deseo, ni gran alegría, ni gran pena, ni espíritu de iniciativa, ni espíritu de previsión. La existencia transcurre siguiendo el curso inmutable de las estaciones. Nada que temer, nada que esperar; un camino exactamente trazado sin desviación posible, una rectitud de espíritu impuesta sin deformación imaginable; una vida calma, monótona, incolora; una vida apenas viviente. El indio se deja mecer por el ritmo de los trabajos y de los días, y termina por acostumbrarse a esta somnolencia, por amar esta nada. Su señor es un dios que le sobrepasa infinitamente, y su fin no es sino evitar cualquier sanción» (164). Esta ordenada masa de hombres lentos, melancólicos y pasivos va a ceder casi sin resistencia ante el impulso poderoso de un pequeño fermento de hombres activos y turbulentos, que proceden del mundo cristiano de la libertad. Del orden al caos El socialismo totalitario de los Incas de tal modo era un todo, que una vez descabezado por los españoles, cae totalmente. Ya muy pronto los incas, completamente desorganizados y desmoralizados, no suponen un peligro para los viracochas españoles. Más bien encuentran éstos el peligro en las guerras civiles que ellos mismos producen, hasta dar en un caos de anarquía... En efecto, por esos años, el Perú era un hervidero de guerras civiles entre los españoles, algo vergonzoso para aquellos indio, tan hecho a la disciplina imperial del Inca. Luchan Francisco Pizarro y Diego de Almagro (1537-1538); pelean a muerte el hijo de Almagro y Vaca de Castro, nuevo gobernador del Perú (1541-1542); se rebela Gonzalo Pizarro contra las Leyes Nuevas que llegan de España, y es muerto el virrey Núñez de Vela (1544-1546); lucha Gonzalo Pizarro contra el licenciado La Gasca, eclesiástico enviado por la Corona con plenos poderes, y el primero es derrotado y muerto (1547-1548); se alza Hernández Girón contra la Audiencia de
Lima (1553-1554), y finalmente La Gasca impone la autoridad de la Corona. Sólo entonces el virreinato del Perú se afirma y va adelante.